Capítulo 2

Atlanta, domingo, 28 de enero, 22.45 horas.

- Daniel, creo que tu perro la ha palmado.

La voz procedía de la sala de estar de Daniel y pertenecía a su compañero del GBI Luke Papadopoulos. Luke era probablemente el mejor amigo de Daniel, a pesar de que, para empezar, también era el culpable de que Daniel tuviera un perro.

Daniel colocó el último plato en el lavavajillas y luego se dirigió a la sala de estar. Luke estaba sentado en el sofá y veía el canal de deportes mientras Riley, el basset, estaba tendido a sus pies, tal como tenía por costumbre. Daniel tenía que reconocer que daba la impresión de haber ascendido al séptimo cielo.

- Ofrécele una chuleta de cerdo y verás cómo se espabila.

Al oír lo de la chuleta, Riley abrió un ojo, pero volvió a cerrarlo consciente de que lo más seguro era que no se la diesen. Riley era realista, tirando a pesimista. Daniel y él se llevaban bastante bien.

- Y un pimiento; acabo de ofrecerle un poco de musaka y sigue sin levantarse -soltó Luke.

Daniel sabía perfectamente qué resultados podía tener una acción tan irresponsable.

- Riley no puede comer lo que cocina tu madre. Son platos demasiado pesados y le van mal para el estómago.

- Ya lo sé. Comió algunas sobras mientras tú estabas de viaje y yo me encargaba de cuidarlo -dijo Luke con una mueca-. No fue agradable, créeme.

Daniel alzó los ojos en señal de exasperación.

- No pienso pagar lo que te cueste limpiar la alfombra.

- No te preocupes. Mi primo tiene una tintorería, él se encargará.

- Por el amor de Dios. Si ya lo sabes, ¿por qué has estado a punto de volver a darle comida esta noche?

Luke propinó al perro un cariñoso puntapié en el trasero.

- Se le ve siempre tan triste…

En la familia de Luke la tristeza se curaba comiendo, lo cual explicaba por qué Luke se había presentado esa noche en casa de Daniel con un menú completo de comida griega. Daniel sabía perfectamente que para ello su amigo había tenido que renunciar a una cita con su novia, que era azafata de vuelo y con la que mantenía una relación intermitente. Mamá Papadopoulos se había mostrado preocupada por Daniel desde que este regresara de Filadelfia la semana anterior. La mujer tenía un gran corazón, pero la comida de mamá Papa no era la más adecuada para Riley, y Daniel no tenía ningún primo tintorero.

- Es un basset. Todos los basset tienen ese aspecto, no es que Riley esté triste. Deja ya de darle comida.

Daniel se sentó en su sillón reclinable y dio un silbido. Riley se acercó al trote y se dejó caer a sus pies con un hondo suspiro, como si el recorrido de poco más de un metro lo hubiera dejado exhausto.

- Sé cómo te sientes, chico.

Luke guardó silencio unos instantes.

- He oído que esta tarde habéis tenido un caso difícil.

En la mente de Daniel apareció de inmediato la imagen de la víctima tirada en la cuneta.

- Por así decir. -De repente, frunció el entrecejo-. ¿Cómo te has enterado tan pronto?

Luke pareció incómodo.

- Me ha llamado Ed Randall. Estaba preocupado por ti. El mismo día que te incorporas va y te toca un caso como el de la mujer de Arcadia.

Daniel se tragó el enfado. Todos lo hacían por su bien.

- Por eso me has traído comida.

- No, qué va. Mamá ya la había preparado antes de que llamara Ed. También ella estaba preocupada. Le diré que has repetido dos veces y que estás bien. Porque ¿estás bien, verdad?

- Debo estarlo. Hay trabajo que hacer.

- Podrías haberte tomado más días libres. Una semana no es mucho tiempo, teniendo en cuenta lo ocurrido.

Lo ocurrido era que había tenido que enterrar a sus padres.

- Si sumas la semana que me pasé en Filadelfia buscándolos, han sido dos. Es bastante tiempo. -Se inclinó para rascar las orejas a Riley-. Si no trabajo, me volveré loco -añadió en tono quedo.

- No ha sido culpa tuya, Daniel.

- No, directamente no. Pero yo ya sabía cómo era Simon desde hace mucho.

- Y creías que llevaba muerto doce años.

Daniel lo admitió.

- En eso tienes razón.

- Si me preguntas, te diré que creo que la mayor parte de culpa la tuvo tu padre. Después del propio Simon, claro.

«Diecisiete personas.» Simon había matado a diecisiete personas, y una anciana seguía en cuidados intensivos coronarios en Filadelfia. Pero el padre de Daniel no solo sabía que Simon era malvado, también sabía que estaba vivo. Doce años atrás, Arthur Vartanian había hecho desaparecer a su hijo menor y había contado a todo el mundo que estaba muerto. Incluso había enterrado a un extraño en el panteón familiar y colocado una lápida en memoria de Simon, de modo que este quedara libre para vagar por el mundo y hacer lo que le viniera en gana, siempre que no utilizase el apellido Vartanian.

- Diecisiete personas -masculló Daniel, y se preguntó si eso no sería únicamente la punta del iceberg. Pensó en aquellas fotografías que siempre tenía muy presentes, las que Simon había dejado en casa. Los rostros fueron apareciendo ante sus ojos como si de un pase de diapositivas se tratara. Todos eran de mujeres. Víctimas anónimas de violación.

«Igual que la víctima de hoy.» Tenía que ocuparse de que la víctima de Arcadia tuviera nombre. De que se le hiciera justicia. Era el único modo posible de conservar la cordura.

- Uno de los agentes de Arcadia ha mencionado un crimen parecido que se cometió hace trece años. Cuando has llegado estaba buscando información sobre eso. Fue en Dutton.

Luke lo miró con un marcado ceño.

- ¿En Dutton? Daniel, tú te criaste en Dutton.

- Gracias, se me había olvidado ese detalle -respondió Daniel con ironía-. Lo he estado buscando en la base de datos de la oficina esta tarde, después de redactar el informe, pero el GBI no intervino en la investigación, así que no he encontrado nada. He telefoneado a Frank Loomis, el sheriff de Dutton, pero no estaba y todavía no me ha devuelto la llamada. No he querido hablar con ningún ayudante. Si no existe ninguna relación, solo serviría para echar más leña al fuego, y los putos periodistas no paran de husmear por la zona.

- Pero has encontrado alguna relación -lo presionó Luke-. ¿Cuál es?

- He encontrado un artículo en internet. -Dio unas palmaditas sobre el portátil que acababa de depositar sobre la mesa auxiliar cuando llegó Luke con la cena-. Alicia Tremaine fue descubierta en una cuneta de las afueras de Dutton un 2 de abril, hace trece años. Estaba envuelta en una manta de lana marrón y le habían roto los huesos de la cara. La habían violado. Tenía dieciséis años.

- ¿Un asesino que imita a otro?

- Yo he pensado lo mismo. Con todo lo que se habló de Dutton en las noticias la semana pasada, es posible que alguien encontrara ese artículo y decidiera emular el crimen. Es una posibilidad. El problema es que esos viejos artículos publicados en internet no tienen fotografías. He intentado encontrar una foto de Alicia.

Luke le lanzó una mirada llena de resignación. Al ser experto en informática, a Luke le horrorizaba el hecho de que Daniel careciera de unos conocimientos que él consideraba básicos.

- Pásame el portátil.

En menos de tres minutos Luke se arrellanó en el asiento con aire de satisfacción.

- Ya la tengo. A ver qué te parece.

A Daniel se le paró el corazón de repente. No era posible. Sus cansados ojos le estaban jugando una mala pasada. Poco a poco, se inclinó hacia delante y pestañeó con fuerza. Sin embargo ella seguía estando allí.

- Dios mío.

- ¿Quién es?

Daniel se volvió de golpe a mirar a Luke, tenía el pulso acelerado.

- La conozco, eso es todo.

Pero su voz denotaba desesperación. Sí, Daniel la conocía. El rostro de esa chica lo atormentaba en sueños desde hacía años, al igual que los de las demás víctimas. Durante años había albergado la esperanza de que las imágenes fueran falsas, fotografías retocadas. Durante años había temido que fueran reales. Que estuvieran muertas. Ahora tenía la certeza de que lo estaban. Ahora una de las víctimas anónimas tenía nombre: Alicia Tremaine.

- ¿De qué la conoces? -El tono de Luke no permitía eludir la respuesta-. ¿Daniel?

Daniel se calmó.

- Los dos vivíamos en Dutton. Es lógico que la conociera.

Luke apretó la mandíbula.

- Antes has dicho «la conozco»; en presente, no en pasado.

Una oleada de ira anuló en parte la sorpresa inicial.

- ¿Dudas de mi palabra, Luke?

- Sí, porque no estás siendo sincero conmigo. Parece que hayas visto un fantasma.

- Lo he visto.

Daniel observó el rostro de la chica. Era guapa. La espesa melena color caramelo caía suelta sobre sus hombros y en sus ojos chispeaba un brillo entre travieso y juguetón. Ahora estaba muerta.

- ¿Quién es, Daniel? -volvió a preguntar Luke con voz más calmada-. ¿Una antigua novia?

- No. -Daniel dejó caer los hombros y su barbilla bajó hasta el pecho-. No llegué a conocerla en persona.

- Sin embargo sabes quién es -replicó Luke con cautela-. ¿Cómo es eso?

Daniel se irguió y se situó tras la barra de la esquina de su sala de estar. A continuación descolgó de la pared la réplica del cuadro Perros jugando al póquer, de Coolidge, y dejó al descubierto la caja fuerte. Con el rabillo del ojo, vio que Luke arqueaba las cejas.

- ¿Tienes una caja fuerte? -preguntó Luke.

- Cosas de la familia Vartanian -dijo Daniel con humor negro; tenía la esperanza de que esa fuera la única tendencia heredada de su padre. Marcó la combinación y extrajo el sobre que había guardado al volver de Filadelfia la semana anterior. De entre el montón de fotografías, separó la de Alicia Tremaine y se la entregó a Luke.

Luke se estremeció.

- Dios mío, es ella. -Levantó la cabeza, horrorizado-. ¿Quién es el hombre?

Daniel sacudió la cabeza.

- No lo sé.

A Luke se le encendió la mirada.

- Esto es de muy mal gusto, Daniel. ¿De dónde lo has sacado?

- De mi madre -dijo Daniel con amargura.

Luke abrió la boca y volvió a cerrarla.

- De tu madre -repitió Luke con prudencia.

Daniel se sentó con aire cansino.

- Las fotos vienen de mi madre, que las…

Luke levantó la mano.

- Espera. ¿Has dicho «fotos»? ¿Qué más hay en ese sobre?

- Más de lo mismo. Otras chicas, otros hombres.

- A esta parece que la hayan drogado.

- A todas. No hay ni una despierta. Son quince en total, eso sin contar las fotos que a todas luces son recortes de revistas.

- Quince. -Luke exhaló un suspiro-. Cuéntame, ¿cómo te las dio tu madre?

- Más bien me las dejó. Antes las tenía mi padre y…

Luke abrió mucho los ojos y Daniel suspiró.

- Tal vez debería empezar por el principio.

- Sería lo mejor, creo yo.

- Yo sabía algunas cosas, mi hermana Susannah sabía otras. No las pusimos en común hasta la semana pasada, después de la muerte de Simon.

- ¿Tu hermana también sabe lo de las fotos?

Daniel recordó la mirada angustiada de Susannah.

- Eso es.

Susannah sabía muchas más cosas de las que le había contado, de eso Daniel estaba seguro, igual que estaba seguro de que su hermana había sufrido a manos de Simon. Esperaba que se lo contara a su debido tiempo.

- ¿Quién más lo sabe?

- La policía de Filadelfia. Entregué unas copias al detective Vito Ciccotelli. En ese momento pensé que formaban parte del caso que llevaba. -Daniel se inclinó hacia delante con los codos sobre las rodillas y fijó la mirada en el rostro de Alicia Tremaine-. Las fotos pertenecían originalmente a Simon, por lo menos que yo sepa. Supe que eran suyas antes de que él muriera. -Dirigió una mirada a Luke-. La primera vez que murió.

- Hace doce años -añadió Luke, luego se encogió de hombros-. Mi madre lo leyó en el periódico.

Daniel apretó los labios.

- Mamá Papa y muchas de sus mejores amigas. No importa. Mi padre encontró esas fotografías, luego echó a Simon de casa y le dijo que si algún día volvía por allí lo denunciaría a la policía. Simon acababa de cumplir dieciocho años.

- Tu padre. El juez. Lo dejó marcharse como si tal cosa.

- El bueno de papá. Le preocupaba perder las elecciones si las fotografías salían a la luz.

- Sin embargo las guardó. ¿Por qué?

- Papá no quería que Simon regresara jamás, así que se quedó las fotos como garantía, para chantajearlo. Pocos días después mi padre le contó a mi madre que había recibido una llamada y que Simon había muerto en un accidente de coche en México. Mi padre viajó hasta allí, trasladó el cuerpo de Simon a casa y lo enterró en el panteón familiar.

- Pero el cadáver era de un hombre sin identificar que medía casi treinta centímetros menos que Simon. -Luke volvió a encogerse de hombros-. El artículo estaba muy bien, era muy minucioso. Así, ¿cómo llegaron las fotos a manos de tu madre?

- La primera vez las encontró en la caja fuerte de mi padre. Eso fue hace once años, un año después de la supuesta muerte de Simon. Descubrió las fotografías y unos cuantos dibujos que Simon había hecho a partir de ellas. Mi madre rara vez lloraba, pero esas fotos le arrancaron lágrimas. Así me la encontré.

- Y viste las fotos.

- Solo las vi de pasada, lo justo para sospechar que al menos algunas eran reales. Pero entonces llegó mi padre, se enfadó mucho. Tuvo que reconocer que hacía un año que las guardaba. Yo propuse entregarlas a la policía, pero mi padre se negó. Dijo que eso mancharía el nombre de la familia y que de todos modos Simon ya estaba muerto, así que ¿de qué iba a servir?

Luke frunció el entrecejo.

- ¿Que de qué iba a servir? Tal vez para hacer justicia a las víctimas. Para eso, ¿no te parece?

- Pues claro. Pero cuando intenté llevárselas a la policía, nos las tuvimos. -Daniel cerró los puños mientras lo recordaba-. Estuve a punto de pegarle, me puse muy furioso.

- ¿Qué hiciste después? -preguntó Luke en tono quedo.

- Me fui de casa para tranquilizarme, pero cuando volví mi padre había quemado las fotografías en la chimenea. No quedó ninguna.

- Está claro que sí que quedó alguna -dijo Luke señalando el sobre.

- Debía de guardar copias en alguna otra parte. Yo me quedé atónito. Mi madre me dijo que era lo mejor y mi padre se limitó a quedarse allí plantado con aire de superioridad. Perdí los nervios y le pegué. Lo tiré al suelo. Tuvimos una pelea horrible. Yo estaba saliendo por la puerta principal cuando Susannah entró por detrás. Se había perdido el motivo de nuestra pelea y no quise contárselo, solo tenía diecisiete años. Pero al parecer sabía más de lo que yo imaginaba. Si hubiéramos hablado entonces… -Daniel recordó los diecisiete cadáveres que Simon había dejado en Filadelfia-. Quién sabe lo que podríamos haber evitado.

- ¿Se lo contaste a alguien?

Daniel se encogió de hombros, indignado consigo mismo.

- ¿Qué iba a contar? No tenía ninguna prueba y se trataba de mi palabra contra la de un juez. Mi hermana no había visto ninguna de las fotos y mi madre nunca se hubiera puesto en contra de mi padre. Así que no dije nada y desde entonces siempre lo he lamentado.

- De modo que te fuiste de casa y nunca volviste.

- Hasta que recibí la llamada del sheriff de Dutton hace dos semanas explicándome que mis padres habían desaparecido. Ese mismo día supe que mi madre estaba enferma de cáncer. Solo quería verla una vez más, pero resultó que llevaba muerta dos meses.

Simon la había asesinado.

- Entonces, ¿de dónde has sacado ahora las fotografías?

- El pasado día de Acción de Gracias mis padres se enteraron de que Simon aún estaba vivo.

- Porque el chantajista de Filadelfia se había puesto en contacto con tu padre.

Daniel abrió los ojos exasperado.

- Vaya, sí que es bueno el artículo.

- Eso lo he sacado de internet. Tu familia está de moda, tío.

Daniel alzó los ojos en señal de exasperación.

- Genial. Bueno, mis padres fueron a Filadelfia a buscar a Simon. Mi madre quería que volviera a casa, estaba segura de que sufría amnesia o algo así. Mi padre quería hacer hincapié en el chantaje y por eso se llevó las fotos a Filadelfia. Al final mi madre se percató de que mi padre no pensaba dejar que viera a Simon.

- Simon le habría explicado que tu padre sabía desde el principio que estaba vivo.

- Exacto. Entonces mi padre desapareció. Debió de encontrar a Simon porque este lo mató y lo enterró en un campo aislado junto con sus otras víctimas. Luego Simon se puso en contacto con mi madre y esta decidió ir a encontrarse con él. Sabía que podía tratarse de una trampa, pero no le importó.

- Porque de todos modos iba a morir de cáncer y no tenía nada más que perder.

- Eso. Pero antes abrió un apartado de correos a mi nombre. En el buzón encontré las fotografías. Las había dejado allí por si Simon la mataba.

- Antes has dicho que un tal Ciccotelli de Filadelfia tenía copias de las fotos. ¿Sabe que guardas los originales?

- No. Yo mismo hice las copias que le entregué.

Luke lo miró atónito.

- ¿Llevaste esas fotos a una copistería?

- No. -A Daniel se le escapaba la risa-. Cuando retiré las fotos del apartado de correos me compré una impresora multifunción. Aún quedaban unas horas para que Susannah llegara de Nueva York y aproveché para volver a la habitación del hotel, conectar la impresora al portátil y hacer las copias.

- ¿Conectaste la impresora tú solo?

- No soy un completo inútil -soltó Daniel en tono seco-. El vendedor me enseñó cómo hacerlo. -Se volvió a mirar la fotografía de la agresión de Alicia-. Durante años he tenido pesadillas inspiradas por esas chicas. En la semana transcurrida desde que encontré las fotografías he memorizado sus caras. Me había prometido a mí mismo que descubriría cuánto tuvo que ver Simon con las imágenes y luego buscaría a las chicas y les explicaría que está muerto. No imaginaba que la primera víctima se cruzaría en mi camino de esta manera.

- O sea que no conocías de nada a Alicia Tremaine.

- No. Era cinco años más joven que yo y por eso no coincidimos en la escuela, y cuando la asesinaron yo ya me había marchado a estudiar a la universidad.

- ¿Y ninguno de los tipos de la foto es Simon?

- No. Todos esos hombres tienen dos piernas y Simon era cojo. Además era bastante más alto que cualquiera de ellos. No he observado tatuajes ni cualquier otra característica o marca distintiva en ninguna de las fotos.

- Sin embargo ahora conoces el nombre de una de las víctimas, lo cual es mucho más de lo que tenías antes.

- Es cierto. Me pregunto si debería contarle a Chase lo de las fotos. -Chase Wharton era el superior de Daniel-. Claro que, si lo hago, puede que me aparte del caso de Arcadia y también de toda investigación que tenga que ver con las fotos. La verdad es que quiero resolver esos dos casos, necesito hacerlo.

- Es tu forma de reparar los daños -musitó Luke, y Daniel asintió.

- Sí.

Luke arqueó una ceja.

- Das por sentado que no arrestaron a nadie por el asesinato de Alicia.

Daniel se irguió de repente.

- ¿Podrías comprobarlo?

Luke ya tecleaba en el portátil.

- La policía arrestó a un tal Gary Fulmore pocas horas después de encontrar el cadáver de Alicia. -Volvió a teclear, lo hacía muy rápido-. Gary Fulmore fue declarado culpable de agresión sexual y asesinato en segundo grado el mes de enero siguiente.

- Ahora también estamos en enero -observó Daniel-. ¿Será casualidad?

Luke se encogió de hombros.

- Eso es lo que tienes que averiguar. Mira, Danny, lo que está claro es que no ha sido Simon quien ha asesinado a la chica de Arcadia. Lleva muerto una semana.

- Y esta vez lo he visto morir con mis propios ojos -afirmó Daniel con decisión. «De hecho, yo intervine en su muerte.» Y estaba satisfecho de ello. Había hecho un bien al mundo asegurándose de que Simon muriera.

Luke lo miró comprensivo.

- Y al asesino de Alicia lo detuvieron. Quién sabe, tal vez ese sea Fulmore. -Señaló al violador de la fotografía-. Y lo más importante, ten en cuenta que no estás resolviendo el asesinato de Alicia Tremaine, sino el de la mujer de Arcadia. Si yo fuera tú, de momento no mencionaría las fotos.

Desde un punto de vista lógico, el razonamiento de Luke tenía perfecto sentido. O tal vez simplemente necesitaba que lo tuviera. Daba igual; Daniel exhaló un suspiro que sobre todo era de alivio.

- Gracias. Te debo una.

Luke arqueó una ceja.

- Por una cosa así me debes más de una.

Daniel bajó la cabeza para mirar a Riley, que no había movido ni un músculo en todo el rato.

- He cuidado de tu perro y he salvado tu vida sexual. Eso vale por muchas, Papa.

- Oye, no es culpa mía que Denise no quisiera convivir con el perro de Brandi.

- Pero si Brandi compró un perro fue por tu culpa.

- A Brandi se le antojó que un detective debía tener un sabueso.

Daniel alzó los ojos en señal de exasperación.

- Está claro que el mejor atributo de Brandi no es su inteligencia.

Luke sonrió.

- Para nada. Pero en su defensa diré que mi piso tiene un límite de peso y un sabueso habría sido demasiado grande, por eso elegimos a Riley.

- Tendría que habértelo devuelto cuando Denise te dejó -protestó Daniel.

- De eso hace dos años y seis novias -observó Luke-. Me parece que te has encariñado con el bueno de Riley.

Era cierto, por supuesto.

- Lo único que sé es que será mejor que no vuelva a probar la comida de tu madre, si no te lo devolveré y tú rezarás para que a tu próxima novia le gusten los basset y para que ella le caiga bien a tu madre.

Para mamá Papa, el hecho de que Luke cambiara continuamente de pareja era motivo de angustia permanente. En general las chicas en sí le traían sin cuidado, pero no dejaba de albergar la esperanza de que Luke se comprometiera por fin con una y le diera nietos.

- Yo me encargaré de recordarle que tú hace años que no sales con nadie -replicó Luke, levantándose del sofá con aire de suficiencia-. Estará tan ocupada buscándote una belleza griega que no tendrá tiempo de preocuparse por mí. -Abrió la puerta y se volvió con semblante serio-. No has hecho nada malo, Daniel. Aunque hubieras denunciado la existencia de esas fotos hace diez años, sin pruebas nadie podría haber hecho nada.

- Gracias, tío. Me tranquiliza oír eso.

Y de veras lo hacía.

- ¿Qué vas a hacer ahora?

- De momento, voy a sacar a pasear a Riley. Mañana me ocuparé de las pruebas del homicidio de Arcadia como de costumbre. Y buscaré información sobre Alicia Tremaine, a ver si su familia o sus amigos recuerdan algo. Quién sabe, tal vez descubra cosas nuevas. Dale a mamá Papa las gracias por la comida.

Dutton, domingo, 28 de enero, 23.30 horas.

- Siento no haber venido antes -musitó Mack mientras se sentaba en el frío suelo. El mármol en que apoyaba la espalda era todavía más frío. Ojalá hubiera podido ir de día, con sol y calor. Pero no podía permitir que lo vieran sentado junto a la tumba, no quería que nadie supiera que había regresado, porque en cuanto lo supieran lo comprenderían todo… y aún no estaba preparado para eso.

Pero necesitaba estar junto a ella, solo una vez más. Le debía mucho más de lo que le había dado; eso era lo que más lamentaba. Le había fallado en casi todo. Y ella había muerto sin tenerlo a su lado. Eso era lo que le daba más rabia.

La última vez que estuvo allí había sido bajo el sol ardiente de pleno verano, tres años y medio atrás. Llevaba grilletes y un traje que no le sentaba bien. No le habían permitido acompañarla en su lecho de muerte; en cambio, lo habían dejado salir una tarde para asistir a su funeral.

- Una asquerosa tarde -dijo en voz baja-. No llegué a tiempo.

Se lo habían robado todo: la casa, el negocio familiar, la libertad, y por último a su madre; y todo cuanto le habían ofrecido era una asquerosa tarde en que no había llegado a tiempo de nada excepto de sumirse en la rabia y jurar venganza.

Apostada al otro lado de la tumba de su madre, su cuñada había llorado mientras tomaba de la mano a uno de sus hijos pequeños y sostenía al otro sobre su cadera. Su mandíbula se tensó de inmediato al pensar en Annette. Ella había cuidado de su madre los últimos días de su vida mientras él permanecía encerrado como un animal, y por eso siempre había tenido que mostrarse agradecido. Sin embargo la esposa de su hermano Jared había guardado durante años un secreto que habría supuesto la ruina a quienes habían arruinado a su familia. Hacía años que Annette sabía la verdad, pero nunca había dicho nada de nada.

Recordó con claridad la explosión de furia que había experimentado nueve días atrás, al descubrir y leer los diarios que ella escondía con tanta cautela. Al principio la había odiado, y la había añadido a su lista de enemigos. No obstante había cuidado de su madre, y una de las cosas que había aprendido durante los cuatro años transcurridos entre rejas era el valor de la lealtad y las consecuencias positivas que conllevaba toda buena acción. Por eso había perdonado a Annette y le había permitido vivir su miserable vida en aquella miserable casucha.

Además, tenía que cuidar de sus sobrinos. El apellido de su familia perduraría gracias a los hijos de su hermano, tal como tenía que ser.

Su propio apellido pronto quedaría vinculado sin remedio al crimen y a la venganza.

Llevaría a cabo minuciosamente su venganza y luego desaparecería. Cómo desaparecer era otra de las cosas que había aprendido en prisión. Ahora no resultaba tan fácil como antes, pero aún era posible si se contaba con los contactos apropiados y se tenía paciencia.

La paciencia era lo más importante de todo lo que había aprendido allí dentro. Si un hombre aguardaba el momento propicio, siempre acababa hallando la solución. Mack había aguardado cuatro largos años. Durante ese tiempo había seguido las noticias sobre Dutton mientras pensaba, tramaba su plan y preparaba el terreno. Había fortalecido los músculos y el cerebro. Y la rabia que continuaba invadiéndolo se había avivado.

Al atravesar la puerta exterior del centro penitenciario como hombre libre un mes atrás, sabía más cosas sobre Dutton que cualquiera de sus habitantes. Sin embargo, aún no había encontrado la mejor forma de castigar a aquellos que le habían arruinado la vida. Matarlos de un disparo en la cabeza era demasiado rápido y demasiado piadoso. Quería una muerte lenta y dolorosa, así que había aguardado un poco más mientras merodeaba por la localidad como una sombra, observándolos y tomando nota de sus movimientos, de sus hábitos, de sus secretos.

Y entonces, nueve días atrás, su paciencia se había visto recompensada. Tras cuatro años concomiéndose, en cuestión de minutos su plan había tomado forma. Por fin se había levantado el telón y él había salido a escena.

- Hay tantas cosas que no llegaste a saber, mamá -dijo en voz baja-. Hay tanta gente en quien confiabas que te traicionó. Los pilares de esta ciudad están mucho más podridos de lo que nunca llegaste a imaginar. Las cosas que hicieron son mucho peores de las que yo nunca he soñado con hacer. -Hasta el momento-. Ojalá pudieras ver lo que estoy a punto de emprender. Estoy a punto de sacar a la luz los trapos sucios de esta ciudad y todo el mundo sabrá lo que te hicieron, lo que me hicieron a mí e incluso lo que le hicieron a Jared. Quedarán arruinados y humillados, y las personas a quienes aman morirán.

Ese día, durante la carrera ciclista, habían encontrado a la primera víctima, tal como él había planeado. Y quien dirigía la investigación era nada más y nada menos que el mismísimo Daniel Vartanian. Eso hacía que el juego cobrara aún más sentido.

Levantó la cabeza y se esforzó por vislumbrar en la penumbra el panteón de los Vartanian. Ya habían quitado el precinto policial y habían llenado la tumba que hasta hacía nueve días todo el mundo creía que contenía los restos de Simon Vartanian. Ahora el panteón familiar tenía dos ocupantes más.

- El juez y su mujer están muertos. La ciudad en pleno salió a la calle el viernes por la tarde para el doble funeral, hace justo dos días. -La ciudad en pleno, contra el triste grupo que se había reunido junto a la tumba de su madre. «Annette, sus hijos, el pastor y yo.» Y los guardias de la prisión, por supuesto; no iba a olvidarlos-. Pero no sufras, no hubo mucha gente que acudiera por consideración hacia el juez y la señora Vartanian. La mayoría vino en realidad para contemplar a Daniel y a Susannah.

Mack, en cambio, había observado el doble funeral desde una distancia que le permitiera ver a todo el mundo. No tenían ni idea de la que se avecinaba.

- Hoy Daniel ha vuelto al trabajo. -Lo cual él esperaba con fervor-. Creía que se tomaría más días libres.

Acarició el manto de hierba que la cubría.

- Supongo que para algunos la familia significa más que para otros. Yo no podría haber vuelto al trabajo tan deprisa después de tu funeral. Claro que tampoco me dieron la opción -añadió con amargura.

Volvió a mirar hacia el panteón de los Vartanian.

- Simon asesinó al juez y su mujer. Durante todos estos años pensábamos que estaba muerto. Tú nos trajiste a Jared y a mí al entierro, ¿te acuerdas? Entonces solo tenía diez años, pero me dijiste que teníamos que mostrar respeto por los muertos. Claro que Simon no estaba muerto. Hace nueve días exhumaron el cadáver y no era el de Simon. Ese día supimos que había matado a sus padres.

Ese día también había dado por fin con la forma de llevar a cabo su venganza, el mismo día en que encontró los diarios que Annette había escondido durante tanto tiempo. Mirándolo bien, nueve días atrás la suerte le había sonreído.

- Ahora Simon sí que está muerto. -Era una verdadera lástima que Daniel Vartanian lo hubiera golpeado hasta matarlo-. Pero no te apures, las otras tumbas no quedarán vacías. Pronto enterrarán a uno de los hijos en el panteón de los Vartanian. -Sonrió-. Pronto tendrán que enterrar a mucha gente en Dutton.

Lo rápido que se llenara el cementerio dependería de lo listo que fuera en realidad Daniel Vartanian. Sí todavía no había asociado a la víctima con Alicia Tremaine pronto lo haría. Un chivatazo anónimo al Dutton Review y a la mañana siguiente toda la ciudad sabría lo que había hecho. Y lo más importante, lo sabrían quienes quería que lo supieran. Se harían preguntas. Les entrarían sudores. «Se echarán a temblar.»

- Muy pronto todos lo pagarán. -Se puso en pie y dio un último vistazo a la lápida en que aparecía inscrito el nombre de su madre. Si todo salía bien, nunca más podría volver a ese lugar-. Lograré que se haga justicia por los dos aunque sea lo último de que sea capaz.

Lunes, 29 de enero, 7.15 horas.

- Alex, despiértate.

Alex abrió la puerta del dormitorio al oír el susurro de Meredith.

- No hace falta que hables en voz baja. Las dos estamos despiertas. -Señaló a Hope, sentada frente al escritorio de la habitación; se mordía el labio inferior, concentrada, y los pies descalzos le colgaban a varios centímetros del suelo-. Está pintando. -Alex suspiró-. Con el color rojo. He conseguido que comiera unos cuantos cereales.

Meredith se quedó en la puerta. Llevaba puesto el equipo de footing y sostenía el periódico en la mano.

- Buenos días, Hope. Alex, ¿puedes salir?

- Claro. Estaré justo al otro lado de la puerta, Hope. -Pero Hope no dio señales de haberla oído. Alex siguió a Meredith hasta la salita-. Cuando me he despertado ya estaba sentada en el escritorio. No tengo ni idea que cuántas horas lleva levantada. No ha hecho nada de ruido.

- Preferiría no tener que enseñarte esto. -Meredith le mostró el periódico.

Alex dio un vistazo al titular y luego se dejó caer en el sofá al fallarle las piernas. El ruido de fondo se desvaneció hasta que todo cuanto pudo oír fue el martilleo de su propio pulso. Una mujer aparece asesinada en una zanja de arcadia.

- Oh, Mer. Oh, no.

Meredith se puso en cuclillas y la miró a los ojos.

- Puede que no sea Bailey.

Alex sacudió la cabeza.

- Pero la fecha coincide. La encontraron ayer y llevaba muerta dos días.

Se esforzó por respirar y concentrarse en leer el resto del artículo. «Por favor, que no sea Bailey. Que sea más alta o más baja. Que sea morena o pelirroja, pero que no sea Bailey.» Sin embargo, a medida que avanzaba en la lectura, su agitado corazón se iba acelerando.

- Meredith. -Levantó la mirada mientras el pánico se abría paso corno la lava de un volcán-. Esa mujer estaba envuelta en una manta marrón.

Meredith aferró el periódico.

- Solo he leído el titular. -Iba moviendo los labios al tiempo que leía. Luego levantó la cabeza. Las pecas de su rostro contrastaban con su pálida tez-. La cara.

Alex asintió aturdida.

- Ya lo sé. -Tenía la voz débil. A la mujer le habían aporreado el rostro hasta dejárselo irreconocible-. Igual que… «Igual que a Alicia.»

- Dios mío. -Meredith tragó saliva-. La han… -Se volvió hacia el lugar en que Hope permanecía sentada, pintando tan frenéticamente como antes-. Alex.

«La han violado. Igual que a Alicia.»

- Ya lo sé. -Alex se puso en pie, esperaba que no le flaquearan las rodillas-. Le dije a la policía de Dutton que había ocurrido algo horrible, pero no me escucharon. -Irguió la espalda-. ¿Puedes quedarte con Hope?

- Claro. Pero ¿tú adónde vas?

Tomó el periódico.

- En el artículo pone que la investigación la dirige el agente especial Daniel Vartanian, del GBI. El GBI es la agencia de investigación estatal y se encuentra en Atlanta. Ahí es adónde voy. -Entornó los ojos y recuperó de nuevo el control-. Y te juro por Dios que será mejor que al tal Vartanian no se le ocurra ignorarme.

Lunes, 29 de enero, 7.50 horas.

Llevaba esperando aquella llamada desde que recogiera el periódico del porche de entrada por la mañana. Aun así, cuando sonó el teléfono se sintió molesto. Molesto y asustado. Aferró el auricular con mano trémula pero conservó la voz neutra, incluso con cierto tono de aburrimiento.

- Sí.

- ¿Lo has visto? -La voz del otro lado del teléfono era tan inestable como su pulso, pero no pensaba permitir que los demás se percataran de que tenía miedo. El menor signo de debilidad y los demás caerían como fichas de dominó, empezando por el que asumía un riesgo estúpido al llamarlo.

- Lo estoy viendo ahora mismo. -El titular lo había obligado a prestar atención. El contenido del artículo lo había obligado a respirar hondo para contrarrestar las náuseas-. No tiene nada que ver con nosotros. No digas nada y pasará como si tal cosa.

- ¿Y si alguien empieza a hacer preguntas?

- No diremos nada, igual que entonces. Alguien se ha inspirado en aquel crimen, eso es todo. Actúa con naturalidad y todo saldrá bien.

- Pero… esto es muy gordo, tío. No creo que sea capaz de actuar con naturalidad.

- Sí que puedes, y lo harás. Esto no tiene nada que ver con nosotros. Deja ya de quejarte y ponte a trabajar. Y no vuelvas a llamarme.

Colgó; luego volvió a leer el artículo. Seguía molesto y asustado. Se preguntaba cómo podía haber sido tan estúpido. «No eras más que un niño, y los niños se equivocan.» Tomó la foto de su escritorio y se fijó en el rostro sonriente de su esposa junto a sus dos hijos. Ya no era ningún niño, sino un adulto con muchas cosas que perder.

«Si alguno se derrumba y lo cuenta…» Se dio impulso para apartar la silla del escritorio, se dirigió al lavabo y vomitó. Luego recobró la compostura y se dispuso a emprender el día.

Atlanta, lunes, 29 de enero, 7.55 horas.

- Toma. Da la impresión de que lo necesitas más que yo.

Daniel notó el olor del café, levantó la cabeza y vio a Chase Wharton sentado en una esquina de su escritorio.

- Gracias. Llevo una hora consultando los listados de personas desaparecidas y empiezo a ver doble. -Dio un trago y se estremeció al notar el amargo poso que se deslizaba por su garganta-. Gracias -repitió, con mucha menos sinceridad, y su jefe se echó a reír.

- Lo siento. Tenía que limpiar la cafetera antes de hacer más y parecías necesitarlo mucho. -Chase se quedó mirando la pila de listados impresos-. ¿No hay suerte?

- No. No sacamos nada en claro de las huellas. La chica lleva muerta dos días, pero eso no significa que fuera entonces cuando desapareció. He retrocedido dos meses y no he dado con nadie en particular.

- Puede que no sea de por aquí, Daniel.

- Ya lo sé. Leigh ha pedido informes de personas desaparecidas a todos los departamentos en un radio de ochenta kilómetros. -Pero la secretaria tampoco había encontrado nada-. Tengo la esperanza de que solo lleve desaparecida dos días y que todavía no hayan tenido tiempo de echarla en falta, ya que ha coincidido con el fin de semana. Estamos a lunes por la mañana. Puede que hoy, al no haber acudido al trabajo, denuncien su desaparición.

- Cruzaremos los dedos. ¿Vas a convocar alguna reunión informativa?

- Esta tarde, a las seis. Para entonces la doctora Berg habrá completado la autopsia y la científica habrá terminado de examinar el escenario del crimen. -Exhaló un suspiro-. Hasta entonces, tenemos otros problemas de que ocuparnos. -De debajo de la pila de listados sacó tres hojas que había encontrado en el fax al llegar al despacho por la mañana.

El semblante de Chase se ensombreció.

- Qué cabrón. ¿Quién hizo la foto? ¿Qué periódico es?

- El fotógrafo es la misma persona que ha escrito el artículo. Se llama Jim Woolf y es el propietario del Dutton Review. Lo que ves es el titular de hoy.

Chase pareció sobresaltarse.

- ¿Dutton? Pensaba que habían encontrado a la víctima en Arcadia.

- Así es. Será mejor que te sientes, puede que tengamos para un ratito.

Chase se sentó.

- Muy bien. ¿Qué está pasando, Daniel? ¿De dónde has sacado ese fax?

- Me lo ha enviado el sheriff de Arcadia. Lo ha visto esta mañana, al salir a tomarse un café. A las seis me ha telefoneado para decírmelo y luego me ha enviado el artículo por fax. Por el ángulo de la foto, cree que Jim Woolf estuvo todo el rato subido a un árbol, espiándonos.

Daniel examinó la fotografía granulosa y la ira volvió a invadirlo.

- Woolf revela todos los detalles que yo habría mantenido en secreto: que la víctima tiene los huesos de la cara rotos, que estaba envuelta en una manta marrón. Ni siquiera tuvo la decencia de esperar a que cerraran la cremallera de la bolsa. Por suerte, Malcolm tapa la mayor parte de la imagen. -El cuerpo de la víctima quedaba oculto, pero se le veían los pies.

Chase estaba muy serio.

- ¿Cómo narices consiguió atravesar vuestra barrera?

- No creo que la atravesara; es imposible si se encontraba en el árbol que Corchran cree. Lo habríamos visto trepar, seguro.

- O sea que llegó allí antes que vosotros.

Daniel asintió.

- Lo que como mínimo significa que alguien le fue con el soplo. En el peor de los casos, podría significar que alteró el escenario antes de que nosotros llegáramos.

- ¿Quién dio el aviso? En primer lugar, quiero decir.

- Un ciclista que participaba en una carrera. Dice que llamó al 911 sin siquiera bajarse de la bicicleta. Ya he pedido una orden para registrar las llamadas de su móvil por si antes telefoneó a alguien más.

- Menudos buitres -masculló Chase-. Llama a ese tal Woolf. Oblígalo a decirte quién se lo contó.

- Lo he llamado ya cuatro veces durante la mañana, pero no responde. Más tarde viajaré hasta Dutton para interrogarlo, pero me temo que se escudará en la Primera Enmienda y no revelará la fuente.

- Es probable. Joder. -Chase apartó el fax de un manotazo como si de una cucaracha se tratara-. Puede que fuera el tal Woolf quien la dejase ahí.

- Yo también lo he pensado, aunque lo dudo. Jim Woolf y yo fuimos juntos al instituto y conozco a su familia. Sus hermanos y él siempre fueron chicos buenos y calladitos.

Chase se quedó mirando la fotografía.

- Me parece que puede decirse que ha cambiado.

Daniel suspiró. ¿Acaso no cambiaba todo el mundo? En Dutton había algo que hacía aflorar lo peor de las personas.

- Supongo que sí.

Chase levantó la mano.

- Espera. Todavía no sé qué tiene que ver Dutton en todo esto. El crimen ocurrió en Arcadia. ¿A qué viene irle con el soplo a ese tío de Dutton?

- A la víctima de ayer la encontraron en Arcadia. Estaba tirada en una zanja, envuelta en una manta marrón. Hace trece años en Dutton hubo un crimen similar. -Daniel le mostró el artículo sobre el asesinato de Alicia Tremaine-. El asesino está cumpliendo condena perpetua en la prisión del estado en Macon.

Chase hizo una mueca.

- Dios, odio a los asesinos que imitan a otros.

- A mí los originales tampoco me gustan mucho. Apostaría a que alguien vio el cadáver, recordó el caso Tremaine y le sopló la noticia de Arcadia a Jim Woolf. Podría tratarse del mismo ciclista o de cualquier otra persona relacionada con la carrera. Hablé con los comisarios de la carrera cuando trataba de averiguar en qué momento dejaron el cadáver en la zanja, por empezar por algún sitio, y uno de ellos me dijo que había efectuado el mismo recorrido el sábado y no había visto nada. Lo creí porque el tío lleva unas gafas de culo de botella.

- Pero si él pasó por allí antes, puede que otros también lo hicieran. Investiga más a fondo. -Chase frunció el entrecejo-. ¿Qué es eso del caso Tremaine? No me gusta que trabajes en un caso que tiene que ver con Dutton. Al menos de momento.

Daniel ya estaba preparado para aquella discusión. Aun así, notó que le sudaban las palmas de las manos.

- Simon no mató a esa mujer, Chase. No hay conflicto que valga.

Chase alzó los ojos en señal de exasperación.

- Joder, Daniel, ya lo sé. Y también sé que a los jefazos los pone nerviosos ver el nombre de Dutton y el de Vartanian juntos.

- Eso no es problema mío. Yo no he hecho nada malo. -Tal vez algún día creyera sus propias palabras. De momento le bastaba con que las creyera Chase.

- De acuerdo. Pero a la mínima que oigas un comentario sobre el malo de los Vartanian, te largarás, ¿entendido?

Daniel sonrió con gesto irónico.

- Entendido.

- ¿Qué vas a hacer ahora?

- Identificar a esa mujer. -Tamborileó sobre la fotografía de la víctima-. Averiguar quién le dijo qué a Jim Woolf y cuándo, y… seguir investigando el caso de Alicia Tremaine. He dejado unos cuantos mensajes al sheriff de Dutton. Quiero una copia del expediente policial del caso Tremaine. Puede que contenga algo que ahora me ayude.