Capítulo 20
Atlanta, jueves, 1 de febrero, 10.15 horas.
- Ya la cojo yo, Alex -dijo Meredith, levantando la vista del ordenador portátil-. Llevas una hora en la misma postura, debes de tener los brazos destrozados.
Alex, todavía sentada junto a la mesa de la sala con la luna de efecto espejo, abrazó a Hope más fuerte.
- No pesa tanto. -Incluso dormida, Hope aferraba la blusa de Alex como si tuviera miedo de que fuera a dejarla-. Tendría que haber estado con ella todo este tiempo -musitó Alex.
- Habría sido lo mejor, sí -respondió Meredith guiándose por la lógica-. Pero nada de todo esto es lo mejor que podía pasar. Has estado buscando a Bailey. Y todavía tienes que ver a Fulmore y a todos los demás, así que deja de sentirte culpable.
Pero Alex, allí abrazada a Hope, se había dado cuenta de que lo que sentía era más que mera culpabilidad. No había dudado ni un instante en aceptar la responsabilidad que suponían el cuidado físico y la seguridad de Hope, pero hasta que la oyó sollozar contra su pecho no había abierto su corazón a aquella pequeña que tanto la necesitaba. No había abierto su corazón a mucha gente a lo largo de su vida. No lo había hecho con Richard, y, si era sincera, ni siquiera con Bailey. Tampoco con ella había dudado un instante a la hora de prestarle ayuda para que entrara en un programa de rehabilitación, pero no le había ofrecido cariño.
Era posible que no supiera cómo hacerlo, y en el fondo tenía miedo de seguir sin saberlo. Pero la puerta se abrió y Daniel entró, y toda la oscuridad y el pesar de su corazón desaparecieron al verlo. Era posible que después de todo aún hubiera esperanzas. Era una luz en medio de tanta oscuridad.
- ¿Es hora de que Hope se vaya con Mary? -preguntó, pero él negó con la cabeza.
- Todavía no. No hace falta que esperes aquí tanto tiempo. Hay un sofá en la sala de descanso. Hope puede dormir allí hasta que vuelva Mary.
Alex se dispuso a levantarse con Hope en los brazos, pero Daniel la hizo detenerse.
- Ya la llevo yo. -Y lo hizo. Cogió a Hope de modo muy parecido a como había cogido a Riley el día anterior. La niña no se despertó; se acurrucó contra él, y a Alex la azotó un deseo tan intenso que estuvo a punto de desmayarse.
«Eso es lo que quiero. Quiero a esa niña. Y a ese hombre.» Se puso en pie tambaleándose, y una oleada de pánico desplazó el deseo. «¿Y si él no quiere lo mismo? ¿Y si no puedo darle lo que necesita?»
Meredith la miró con el entrecejo fruncido.
- Vamos. -La rodeó por los hombros y siguieron a Daniel.
Daniel se detuvo junto al sofá de la sala, con Hope recostada en su hombro. La acunó con suavidad, de un lado a otro, con las cejas fruncidas y la cabeza en alguna otra parte. Alex estaba segura de que él no se daba cuenta del espectáculo que ofrecía: todo un hombre, fuerte y rubio, acunando a una niña, también rubia.
Dejó a Hope en el sofá y se quitó la chaqueta para taparla con ella. Luego miró a Alex y la obsequió con su media sonrisa.
- Lo siento, estaba distraído.
- ¿En qué pensabas? -preguntó ella en voz baja.
- En el día en que murió tu madre. -Le pasó el brazo por la cintura y la acompañó hasta una mesa situada junto a la máquina de café-. Tengo que hablar con alguien que estuviera con tu madre después de que encontrara a Alicia. -Sacó una silla para ella y otra para Meredith.
- Pues fuimos el sheriff Loomis, Craig, el juez de instrucción y yo -dijo Alex, tomando asiento.
- Y yo -añadió Meredith.
A Daniel se le paralizaron las manos en la cafetera.
- ¿Hablaste con Kathy Tremaine ese día?
- Varias veces -dijo Meredith-. La tía Kathy llamó por la mañana para decirnos que Alicia había desaparecido y mi madre se dispuso a hacer la maleta. Como su coche no iba muy bien, decidió coger un avión. -Meredith frunció el entrecejo-. Mi madre se arrepintió de haber tomado esa decisión hasta el día de su muerte.
- ¿Por qué? -preguntó Alex, y Meredith se encogió de hombros.
- Cada vez retrasaban más el vuelo por culpa de la tormenta. Si hubiera ido en coche, habría llegado unas horas antes y tu madre habría seguido con vida. Y si la tía Kathy hubiera seguido con vida, tú no te habrías tomado las pastillas.
- Ojalá la tía Kim estuviera aquí para contarnos la verdad -dijo Alex con tristeza.
Meredith le dio una palmada en la mano.
- Ya lo sé. En fin. Luego la tía Kathy volvió a llamar. Estaba histérica y entonces fue cuando yo hablé con ella. Mi madre ya había salido hacia el aeropuerto y entonces nadie llevaba móvil. Yo hacía de intermediaria. Mi madre llamaba desde una cabina del aeropuerto cada media hora y yo le contaba lo que la tía Kathy me había dicho. La primera vez que hablé con ella, la tía Kathy acababa de recibir una llamada de un vecino diciéndole que unos chicos habían encontrado un cadáver.
- Los Porter -adivinó Daniel.
Meredith asintió.
- La tía Kathy iba a salir a verlo.
- Y entonces descubrió que era Alicia -musitó Alex.
- ¿Cuándo volviste a hablar con ella, Meredith? -preguntó Daniel.
- Cuando regresó a casa después de haber encontrado a Alicia, antes de que fuera al depósito a identificar su cadáver. Estaba… más que histérica. Sollozaba; gritaba.
- ¿Recuerdas qué te dijo?
Meredith frunció el entrecejo.
- Que habían dejado a su niña tirada bajo la lluvia.
Daniel también frunció el entrecejo.
- Esa noche no llovió. Hubo relámpagos y truenos, pero no llovió. Comprobé la información meteorológica después de hablar con Gary Fulmore.
Meredith se encogió de hombros.
- Eso es lo que dijo. Que la habían dejado tirada bajo la lluvia, dormida. Lo repitió una y otra vez.
Alex se puso tensa al recordar la frase.
- No. No decía eso.
Daniel se sentó a su lado y la miró directamente a los ojos.
- ¿Qué decía, Alex?
- Cuando mi madre volvió a casa después de identificar a Alicia, Craig le dio un sedante y se fue a trabajar. Yo la ayudé a acostarse. Lloraba mucho, y yo también, así que me metí con ella en la cama y me quedé allí. -Alex recordó la imagen de su madre, tendida en la cama con las lágrimas rodando por sus mejillas-. No paraba de repetir: «Un cordero y un anillo». Es lo único por lo que pudo identificar a Alicia, porque tenía la cara destrozada. «Solo un cordero y un anillo.»
Daniel entrecerró los ojos, y ella observó el brillo triunfal en su mirada.
- Muy bien.
Alex se miró las manos.
- Alicia tenía un anillo y yo otro. Eran nuestros anillos de nacimiento. Mi madre nos los regaló por nuestro cumpleaños. -Sus labios se curvaron con amargura-. Felices dieciséis años.
- ¿Dónde está tu anillo, Alex? -preguntó él con suavidad, y a ella le dio un vuelco el estómago.
- No lo sé. No me acuerdo. -De pronto tenía el corazón desbocado-. Debo de haberlo perdido. -Levantó la cabeza, observó los ojos de Daniel y lo comprendió-. Tú sabes dónde está.
- Sí. Está en tu antiguo dormitorio. En el suelo, debajo de la ventana.
Un temor se apoderó de su ser y lo ensombreció todo. En su cabeza oía los truenos y una voz que gritaba. «Silencio. Cierra la puerta.»
- Es eso, ¿verdad? Eso es de lo que no quiero acordarme.
Él la rodeó más fuerte con el brazo.
- Lo averiguaremos -le prometió.
Pero Alex estaba preocupada.
Atlanta, jueves, 1 de febrero, 10.55 horas.
Daniel pasó por la sala de reuniones, donde Luke estaba enfrascado en un montón de listados.
- El cordero y el anillo -dijo Daniel con un gesto afirmativo.
Luke levantó la cabeza y lo miró con los ojos entornados.
- ¿Qué quieres decir? ¿Alguien te ha hecho pasar por el aro, corderito?
- No. -Se sentó junto a la mesa y apartó un montón de anuarios-. Es lo que la madre de Alicia dijo el día en que la mataron. Como la chica tenía la cara destrozada, solo pudo identificarla por el cordero que llevaba tatuado y por el anillo del dedo. Y vio a Alicia antes de que llegara la policía.
Luke frunció el entrecejo.
- ¿Alicia llevaba un cordero tatuado?
- En el tobillo. Lo llevaban las tres: Bailey, Alicia y Alex.
- Y un anillo en el dedo. Ahora ya tienes la confirmación de que Fulmore decía la verdad -observó Luke-. Y de que el personal de la oficina del sheriff miente.
Daniel asintió con mala cara.
- Eso parece. ¿Qué has averiguado tú?
Luke deslizó una hoja de papel sobre la mesa.
- He anotado los nombres de todos los chicos que se graduaron el mismo año que Simon, y también los que lo hicieron el año anterior y el posterior, tanto en las escuelas públicas como en las privadas.
Daniel dio un vistazo a la lista.
- ¿Cuántos son?
- ¿Descartando los que no son de raza blanca y los que han muerto? -preguntó Luke-. Unos doscientos.
Daniel pestañeó.
- Mierda. ¿Y los doscientos viven en Dutton?
- No. Si quitamos todos los que se han trasladado a vivir a otro lugar, quedan unos cincuenta.
- Eso está mejor -dijo Daniel-. Pero siguen siendo demasiados para que Hope los vea.
- ¿Por qué tiene que verlos Hope?
- Porque vio al hombre que se llevó a su madre. Creo que lo hicieron porque Bailey recibió la carta de su hermano, Wade; si no Beardsley no habría desaparecido.
- Eso tiene sentido. Y a partir de ahí, ¿qué? Detesto ser aguafiestas pero estamos intentando resolver los asesinatos de cuatro mujeres. ¿Cómo piensas demostrar que existe alguna relación entre quien se llevó a Bailey y quien las ha matado?
- Tú crees que son personas distintas.
Luke pestañeó.
- Supongo que sí.
- Es probable que tengas razón. Quien se llevó a Bailey no quiere que se sepa lo de las violaciones y las fotos, y quien ha matado a las mujeres quiere que nos fijemos en Alicia Tremaine. No sé qué relación guarda lo uno con lo otro, lo único que sé es que ese cabrón no ha dejado nada en ningún cadáver ni en el escenario que permita identificarlo. Si descubro quién se llevó a Bailey, es posible que alguna otra cosa salga a la luz.
- Me parece lógico -opinó Luke-. De modo que quieres que reduzca las cincuenta fotos a cinco o seis para enseñárselas a Hope. Si no me equivoco, queréis llevarla a ver a un retratista forense, ¿verdad? Si le hace una descripción básica, podemos escoger entre las fotos a partir de ahí.
Daniel se puso en pie.
- Le pediré a Mary que te informe del resultado. Yo tengo que marcharme a Dutton a hablar con Rob Davis y con Garth, pero antes tengo que llamar a la fiscal del estado. Fulmore ha dicho la verdad sobre el anillo y cuando le pegó a la chica ella ya no estaba viva, o sea que no es culpable de asesinato. Profanó un cadáver, pero no asesinó a nadie.
- Seguro que Chloe te adorará -dijo Luke, y sacudió la cabeza-. Qué tío.
- Eso será si… -Daniel se interrumpió. «Eso será si Alex lo permite», estuvo a punto de decir. Pero era posible que la observación fuera demasiado prematura. Todavía notaba el calor… en los brazos; con uno la había rodeado a ella y con el otro, a la pequeña. Eso era sin duda mucho más de lo que había vivido hasta entonces, pero también era posible que Alex no llegara a ser más que una buena compañera en la cama.
Una muy, muy buena compañera en la cama.
Claro que Daniel no acababa de creérselo, y él era un hombre que hacía caso de sus intuiciones.
- Eso será si, ¿qué? -preguntó Luke, y una de las comisuras de sus labios se curvó hacia arriba.
- Si Chloe hace lo que corresponde con respecto a Fulmore -dijo Daniel en tono quedo-. Y eso no es lo que más me preocupa. Si Fulmore dice la verdad sobre el anillo, quiere decir que la policía de Dutton manipuló las pruebas.
- Chase ya ha puesto a Chloe sobre aviso con respecto a Frank Loomis -lo informó Luke.
- Ya lo sé. Van a abrir una investigación formal.
- ¿A ti te parece bien? Quiero decir que ese tío es amigo tuyo.
- No, no me parece bien -le espetó Daniel-. Pero si es verdad que manipuló las pruebas, envió a un hombre inocente a la cárcel y permitió que el asesino quedara en libertad, eso aún me parece peor.
Luke levantó las manos.
- Lo siento.
Daniel se dio cuenta de que estaba rechinando los dientes y se esforzó por relajarse.
- No, lo siento yo. No tendría que haberte hablado en ese tono. Gracias por todo. Ahora tengo que marcharme.
- Espera. -Luke acercó dos anuarios que había en una pila aparte sobre la mesa, y los abrió por las fotos del último curso-. Sois tu hermana y tú. He pensado que os gustaría tenerlos.
Daniel miró la fotografía de la última hilera y se le partió el corazón. En la foto del anuario, Susannah Vartanian tenía un aire frío y sofisticado, pero él sabía que por dentro se sentía muy desdichada. Tenía que llamarla antes de que las violaciones que Talia Scott estaba investigando llegaran a oídos de la prensa. Se lo debía. De hecho, le debía mucho más que eso.
Atlanta, jueves, 1 de febrero, 11.15 horas.
«Más probabilidades de llegar a ser presidente de Estados Unidos.» Daniel pasó el dedo por su foto de último curso del anuario. Sus compañeros habían votado por él porque era serio y formal, estudioso y sincero. Era el delegado de la clase y el responsable del aula de debate. Todos los años había destacado en los equipos de fútbol americano y de béisbol. Sacaba excelente en todo. Sus profesores lo consideraban un chico íntegro, con ética. Era el hijo de un juez.
Un juez muy cabrón.
Un juez que había sido el causante de que Daniel se exigiera tanto a sí mismo. Sabía que su padre no era la persona que todo el mundo creía. Había escuchado a escondidas las conversaciones entre el juez Arthur Vartanian y quienes acudían a visitarlo a últimas horas en su despacho de la primera planta de la vivienda en la que Daniel se había criado. Conocía todos los lugares de la casa en los que su padre ocultaba cosas. Sabía que su padre guardaba todo un alijo de armas sin registrar y montones de dinero. Siempre había sospechado que su padre se dejaba sobornar, pero nunca había sido capaz de demostrarlo.
Había vivido toda su vida tratando de ser quien se suponía que debía ser el hijo de Arthur Vartanian.
Posó sus ojos en el otro anuario y miró con tristeza la foto de su hermana Susannah. Ella había vivido toda su vida tratando de olvidar que era la hija de Arthur Vartanian. La habían votado la alumna con más probabilidades de triunfar profesionalmente, y lo había hecho, pero ¿a qué precio? Susannah guardaba dentro de sí un dolor secreto que no había compartido con nadie. «Ni conmigo. Ni siquiera conmigo.»
Él se había marchado a estudiar a la universidad y luego volvió a marcharse al ingresar en la escuela de policía. Más tarde, cuando su padre quemó las fotografías de Simon, simplemente se marchó de casa. Y dejó allí a Susannah. Con Simon.
Daniel tragó saliva. Simon le había hecho daño, sabía que eso era cierto y temía incluso saber cómo. Tenía que comprobarlo. Con los dedos trémulos, marcó el número de teléfono del despacho de Susannah. Se sabía todos sus teléfonos de memoria. Después de cinco tonos, oyó su voz.
«Este es el contestador de Susannah Vartanian. Si la llamada es urgente, por favor…»
Daniel colgó y llamó a su secretaria. También se sabía su teléfono de memoria.
- Hola, soy el agente Vartanian. Necesito hablar con Susannah. Es urgente.
La secretaria vaciló.
- No está disponible, señor.
- Espere -dijo Daniel antes de que la mujer colgara-. Dígale que tengo que hablar con ella, que es cuestión de vida o muerte.
- Se lo diré.
Al cabo de un minuto Daniel volvió a oír la voz de Susannah, esta vez en directo.
- Hola, Daniel. -En su saludo no había cordialidad alguna, solo distancia y hastío.
Se le partió el corazón.
- Suze. ¿Cómo estás?
- Ocupada. Estuve tantos días sin venir a trabajar que al volver me encontré con pilas enteras de papeles sobre la mesa. Ya sabes cómo son estas cosas.
Habían asistido juntos al entierro de sus padres, pero inmediatamente después del funeral Susannah había tomado un vuelo a Nueva York y desde entonces no habían vuelto a hablar.
- Ya lo sé. ¿Te has enterado de lo que está pasando aquí?
- Sí. Tres mujeres, tiradas en una zanja. Lo siento, Daniel.
- De hecho son cuatro. Acabamos de encontrar a la cuarta. Era la hermana pequeña de Jim Woolf.
- Oh, no. -En su voz Daniel percibió sorpresa y dolor-. Lo siento, Daniel.
- Hay otra cosa que no ha salido en las noticias todavía, pero pronto se sabrá. Es lo de las fotos, Suze.
La oyó exhalar un suspiro.
- Las fotos.
- Sí. Hemos identificado a todas las chicas.
- ¿De verdad? -Parecía de veras impresionada-. ¿Cómo?
Daniel respiró hondo.
- Una de ellas era Alicia Tremaine. Es la chica a quien asesinaron hace trece años, a la que imitan todos los últimos crímenes.; Sheila Cunningham era otra. La mataron durante lo que se suponía que teníamos que considerar un robo en Presto's Pizza hace dos noches. La hermana de Alicia ha identificado a unas cuantas más. -Le contaría lo de Alex en otro momento. Seguro que ni Susannah ni él tendrían muchas ganas de volver a recordar esa llamada-. Hemos empezado a interrogarlas. Todas tienen alrededor de treinta años. -«Igual que tú», le entraron ganas de decir, pero no lo hizo-. Todas cuentan lo mismo, que se quedaron dormidas en el coche y que cuando se despertaron estaban vestidas y…
- Y tenían una botella de whisky en las manos -terminó ella en tono inexpresivo.
A él se le formó un nudo en la garganta.
- Oh, Suze, ¿por qué no me lo contaste?
- Porque te habías ido -dijo, y de pronto su voz se tornó airada y severa-. Tú te fuiste, Daniel, y Simon no.
- ¿Sabías que era Simon?
Cuando volvió a hablar, ya había recuperado el control de sí misma.
- Ya lo creo. Se aseguró bien de que lo supiera. -Luego suspiró-. No tienes todas las fotos, Daniel.
- No te entiendo. -Pero temía estar entendiéndola a la perfección-. ¿Quieres decir que en una salías tú? -Ella no respondió y él obtuvo la respuesta que esperaba-. ¿Qué pasó con la foto? -preguntó.
- Simon me la enseñó. Me dijo que lo dejara en paz con sus asuntos, que en algún momento tenía que irme a la cama.
Daniel cerró los ojos. Trató de superar la opresión que sentía en el pecho y hablar.
- Suze.
- Tenía miedo -dijo ella, ahora en un tono frío y lleno de lógica, y Daniel se acordó de Alex-. Decidí no interferir en sus asuntos.
- ¿Qué otros asuntos había que tuvieran que ver contigo?
Ella vaciló.
- Tengo que dejarte, en serio. Llego tarde a un juicio. Adiós, Daniel.
Daniel colgó el teléfono con cuidado y se enjugó los ojos. Luego se levantó y se preparó mentalmente para hablar con Jim y con Marianne Woolf. Por mucho que Jim estuviera llorando la muerte de su hermana, Daniel pensaba obtener respuestas.
Atlanta, jueves, 1 de febrero, 13.30 horas.
Alex se puso de pie junto al cristal, con Meredith a su lado. Al otro lado, Mary McCrady había conseguido relajar a Hope lo bastante para que la niña formara frases enteras.
- Puede que por fin esté en condiciones de hablar -dijo Alex.
Meredith asintió a su lado.
- Tú has contribuido a ello.
- Podría haber hecho que empeoraran las cosas.
- Pero no ha sido así. Cada niño es un mundo. Estoy segura de que, de todos modos, Hope habría estado en condiciones de hablar pronto. Lo que necesitaba era sentirse segura y querida, y tú la has hecho sentirse así.
- Tendría que haber hecho que se sintiera segura y querida antes.
- Puede que tú tampoco estuvieras en condiciones.
Alex se volvió a mirar a Meredith de perfil.
- Y ahora, ¿lo estoy?
- Solo tú puedes responder a esa pregunta, pero a juzgar por tu mirada… Yo diría que sí. -Soltó una risita-. Caray; si no fuera porque él te mira igual, ahora mismo te lo estaría disputando.
- ¿Tanto se nota?
Meredith la miró a los ojos.
- Os lo notaría aunque estuviera todo oscuro y llevara los ojos vendados. Te lo has llevado de calle, muchacha. -Se volvió hacia el cristal-. Por lo menos ahora Hope puede hablar con el retratista. Entre su descripción y las fotos que le ha entregado a Mary el compañero de Daniel, es posible que al menos obtengamos alguna pista sobre quién puede haber hecho esto.
Alex exhaló un suspiro.
- Aunque no consigamos encontrar a Bailey.
- Eso podría pasar, Alex. Tienes que empezar a hacerte a la idea.
- Ya lo he hecho. Tengo que hacerlo, por el bien de Hope. -El móvil sonó dentro de su bolso, Alex lo cogió y miró la pantalla con el entrecejo fruncido. Era un número de Atlanta, pero no lo conocía-. ¿Diga?
- Alex, soy Sissy, la amiga de Bailey. No he podido hablar antes contigo, desde mi teléfono no podía hacerlo. He tenido que esperar a utilizar un teléfono público. Bailey me dijo que hablara contigo si le pasaba algo.
- ¿Y por qué no lo hiciste? -preguntó Alex, con más aspereza de la que pretendía.
- Porque tengo una hija -susurró Sissy-, y estoy asustada.
- ¿Te han amenazado?
Ella rió con amargura.
- ¿Cuenta haber recibido una carta por debajo de la puerta que dice: «No digas ni una palabra u os mataremos a ti y a tu hija»?
- ¿Has avisado a la policía?
- No, por Dios. Mira, le advertí a Bailey que hiciera las maletas y se viniera a vivir conmigo. Iba a hacerlo al día siguiente. Me llamó el jueves por la noche y me dijo que ya tenía el equipaje cargado en el coche. Dijo que nos veríamos al día siguiente, pero no vino a trabajar.
- Y cuando fuiste a buscarla a su casa encontraste a Hope escondida en el armario.
- Sí. La casa se veía toda revuelta y Bailey no estaba. También hay una cosa más. Bailey me dijo que te había enviado una carta, quería que yo te lo dijera.
- Una carta. De acuerdo. -A Alex le daba vueltas la cabeza-. ¿Por qué no fue a tu casa esa misma noche?
- Dijo que tenía que encontrarse con alguien, que cuando terminara vendría.
- ¿No sabes con quién iba a encontrarse?
Sissy vaciló.
- Con un hombre. Creo que está casado. Dijo que tenía que despedirse de él. Ahora tengo que marcharme.
Alex miró a Meredith, que aguardaba con impaciencia.
- Bailey me envió una carta el día antes de desaparecer.
- ¿Quién te recoge el correo?
- Una de mis amigas del hospital. -Marcó la tecla que en su móvil correspondía al teléfono de Letta-. Letta, soy Alex. Tengo que pedirte un favor.
Dutton, jueves, 1 de febrero, 14.30 horas.
La conversación de Daniel con los Woolf no había ido precisamente bien. Jim Woolf había dejado el asunto en manos de su abogado y Marianne le había dado con la puerta en las narices. Daniel acababa de subirse al coche cuando su móvil vibró.
- Vartanian.
- Leigh me ha avisado de que habías llamado -dijo Chase-. Me he pasado las últimas dos horas en una reunión con el comisario. ¿Qué hay de nuevo?
- He ido a casa de Sean Romney y he interrogado a su madre. Al parecer, Sean estaba por debajo de la curva normal en capacidades cognitivas a causa de un defecto de nacimiento. Según la señora Romney, siempre confiaba en todo el mundo y se mostraba dispuesto a colaborar, y por eso lo vigilaba más de cerca que a sus otros hijos. Adivina qué encontró en su dormitorio hace dos días.
- No tengo ni idea, pero vas a decírmelo ahora mismo, ¿a que sí?
Chase parecía malhumorado y Daniel supuso que la reunión con el comisario habría ido peor que su visita a Marianne Woolf.
- Un móvil desechable. Cuando hemos registrado su habitación, no estaba, y tampoco lo llevaba encima cuando han recogido el cadáver, pero la señora Romney anotó todos los números que había guardados. El número desde el que recibió las llamadas es el mismo que el de la llamada que Jim Woolf recibió el domingo por la mañana.
- Bien -susurró Chase-. ¿Concuerda con alguna de las llamadas recibidas en el móvil que llevaba el tío de la pizzería, Lester Jackson?
- Por desgracia, no. Pero por fin tenemos alguna conexión sólida.
- Ojalá me lo hubieras dicho antes de empezar la reunión -gruñó Chase.
- Lo siento -se disculpó Daniel-. ¿Ha ido muy mal?
- Quería que te apartara del caso, pero lo he convencido para no hacerlo -dijo Chase con sequedad.
Daniel exhaló un suspiro.
- Gracias, te debo una. -Su móvil sonó y miró la pantalla-. Es Ed, tengo que dejarte. -Colgó y respondió a la otra llamada-. Hola, Ed. ¿Qué has averiguado?
- Muchas cosas -dijo Ed, a todas luces satisfecho-. Ven a casa de Bailey y tú también averiguarás muchas cosas.
- Acabo de salir de casa de los Woolf, así que no estoy lejos. Llegaré en veinte minutos.
Atlanta, jueves, 1 de febrero, 16.50 horas.
- Alex, despiértate.
Alex se desperezó y se encontró con una cálida boca que cubría la suya.
- Mmm. -Le devolvió el beso y se recostó en el sofá de la sala de descanso, donde se había quedado dormida-. Ya estás de vuelta. -Pestañeó con fuerza-. ¿Qué hora es?
- Casi las cinco. Tengo una reunión con el equipo, pero antes quería verte. -Apoyó una rodilla en el suelo, junto al pequeño sofá, y le dirigió una mirada de aprobación-. ¿Has vuelto a casa a por tu ropa?
- No. Shannon, el agente que estaba allí anoche me ha dicho que está destrozada. -Se encogió de hombros-. He ido de compras.
Él frunció el entrecejo.
- Creía que…
Ella le dio unas palmaditas en la mejilla.
- Relájate. Chase ha pedido a uno de sus agentes que me acompañara.
- ¿Cuál?
- Pete Haywood.
Daniel sonrió, aliviado.
- Nadie se mete con Pete.
- Eso he pensado.
El hombre era más alto que Daniel y parecía un tanque.
- ¿Nadie ha intentado hacerte nada?
- Nadie me ha mirado siquiera. -Se esforzó por incorporarse y él la elevó sin esfuerzo-. Me ha llamado mi amiga Letta. -Alex lo había telefoneado después de que Sissy le revelara lo de la carta-. Me ha dicho que no había recibido ninguna carta de Bailey.
- Pues ya tendría que haber llegado. -Arrugó las cejas-. ¿Cuánto tiempo hace que te trasladaste de vivienda?
- Un poco más de un año. ¿Por qué?
- En correos solo redireccionan el correo durante un año. ¿Sabía Bailey que te habías mudado?
- No. -Alzó los ojos-. Es probable que la carta esté en casa de Richard. Lo llamaré.
- ¿Dónde están Hope y Meredith?
- En la casa de incógnito. Hope estaba agotada cuando Mary ha terminado y Meredith se ha marchado con ella. Hope ha sido capaz de escoger dos de los retratos. Luego Mary le ha enseñado unos cuantos sombreros y le ha pedido que eligiera el que casaba con el dibujo que la otra noche hizo del agresor de Bailey. Ha elegido uno que es idéntico al que llevan en la oficina del sheriff de Dutton.
Él asintió con gravedad.
- Ya lo sé. Cuando venía hacia aquí, he pasado por la sala de reuniones. -Se levantó y alzó una mano-. Ven, tenemos que hablar contigo. -La ayudó a ponerse en pie, le pasó el brazo por la cintura y la acompañó hasta una sala en la que había una gran mesa. Alrededor se sentaban Luke, Chase, Mary y una mujer a quien no conocía-. Creo que conoces a todo el mundo excepto a Talia Scott.
Talia era una mujer menuda con una dulce sonrisa.
- Es un placer conocerla, Alex.
- Talia ha estado interrogando a las mujeres de las fotos.
Alex observó que estaba afectada. Por muy dulce que pareciera su sonrisa, en sus ojos se observaba cansancio.
- El placer es mío.
Miró la mesa y vio las dos fotografías que había elegido Hope. Garth Davis, el alcalde, y Randy Mansfield, el ayudante del sheriff.
- ¿Qué les habéis dicho al detenerlos?
Chase negó con la cabeza.
- No los hemos detenido.
Alex se quedó boquiabierta, sin dar crédito a lo que oía. Luego la ira empezó a crecer en su interior.
- ¿Por qué no?
Daniel le acarició la espalda.
- De eso es de lo que queríamos hablar contigo. No sabemos cuál de los dos secuestró a Bailey; puede que hayan sido los dos.
- Pues detenedlos a los dos y ya lo averiguaréis después -dijo ella entre dientes.
- De momento -empezó Chase en tono paciente- es la palabra de una niña de cuatro años contra la de dos hombres que se han ganado el respeto de la ciudadanía. Necesitamos pruebas para detenerlos.
Pronunció las palabras como si él también tuviera cuatro años.
- Esto es de locos. ¿Dos hombres secuestran a una mujer y le rompen la cabeza y no pensáis hacer nada? -Miró a Daniel-. Tú estabas en la pizzería. Garth Davis se acercó a nuestra mesa y al cabo de un minuto Hope se había embadurnado la cara con salsa como si fuera sangre. -El recuerdo le vino a la mente en cuanto vio la foto-. Garth Davis secuestró a Bailey. ¿Qué hace en libertad? ¿Por qué ni siquiera lo habéis traído para interrogarlo?
- Alex -empezó Daniel, pero ella sacudió la cabeza…
- Y Mansfield… es policía. Lleva una placa y una pistola. No podéis dejar que ande por ahí mientras descubrís qué ha pasado. Todos sus actos tienen que ser puestos en entredicho. Disparó al tipo que trató de atropellarme después de que este hubiera matado a Sheila Cunningham. ¿No te parece prueba suficiente? ¿Qué hace falta en este puto estado para detener a alguien?
- Alex. -Daniel habló en tono áspero; luego suspiró-. Enséñasela, Ed.
Ed desplazó una caja llena de libros y dejó a la vista una flauta metálica.
Alex se quedó boquiabierta.
- Habéis encontrado la flauta de Bailey.
Ed asintió.
- Hemos enviado a un equipo con detectores de metales y la han encontrado detrás de un tronco caído. Estaba enterrada debajo de más de un centímetro de tierra y cubierta de hojas.
- Donde Bailey escondió a Hope. -Los miró a todos, incapaz de soltar el aire-. Donde esos hombres le pegaron hasta dejarla inconsciente, hasta que la tierra quedó empapada de su sangre.
- Alex. -Daniel pronunció su nombre entre dientes-. Si no puedes contenerte, tendrás que salir de la sala.
Ella se interrumpió. Seguía estando enfadada pero ahora además se sentía violenta. Chase le hablaba como a una niña de cuatro años y Daniel la trataba como si tuviera uno. Tal vez tuviera motivos para hacerlo; se sentía más próxima a la histeria de lo que nunca había estado. Recobró el control y asintió.
- Lo siento -dijo con serenidad-. Me contendré.
Daniel volvió a suspirar.
- Alex, por favor. No es la flauta lo que queríamos que vieras.
Ed le tendió un par de guantes y Alex, obediente, se los puso. Entonces abrió los ojos como platos cuando le entregaron una hoja de papel, señalada por múltiples pliegues verticales como si fuera un abanico infantil.
- Ed ha encontrado la nota dentro de la flauta -dijo Daniel-. Es una carta de Wade para Bailey.
Le ofreció una silla y Alex se dejó caer en ella con los ojos fijos en la hoja mientras leía en voz alta:
- «Querida Bailey, después de intentarlo durante varios años por fin lo he conseguido. Me han herido y me estoy muriendo. No te preocupes. Aquí hay un sacerdote y me he confesado con él, aunque no creo que Dios me perdone. Ni siquiera yo me he perdonado. Hace años me preguntaste si yo había matado a Alicia. Entonces te respondí que no, y sigo diciendo lo mismo. Pero hice otras cosas, y papá también. Creo que algunas ya las has adivinado. Otras no las sabrás nunca, y es mejor para ti.
»Algunas de las cosas que hice, las hice junto con otras personas. Ellos no quieren que se sepa. Al principio éramos siete. Luego fuimos seis; luego cinco. Cuando yo muera, seguirá habiendo cuatro hombres que comparten un secreto. Viven con el miedo y la desconfianza en el cuerpo; siempre están pendientes los unos de los otros, preguntándose quién será el primero en caer. El primero en contarlo.
»Junto con la carta encontrarás una llave. No la lleves encima, guárdala en algún lugar seguro. Si alguna vez te amenazan, diles que la harás llegar a las autoridades. Pero no la entregues a la policía; sobre todo, no a la de Dutton. La llave revela un secreto que alguno de esos cuatro hombres pagaría por mantener, y alguno incluso mataría por mantenerlo. De hecho, dos hombres ya han muerto para que el secreto se mantenga.
»No te diré los nombres de esos cuatro hombres porque tendrías la obligación moral de denunciarlos, y si tomas esa dirección acabarás tan muerta como yo. El hecho de que sepan que tienes la llave es lo único que te salvará la vida.
»Sé que sigues viviendo en esa casa, esperando a que papá regrese. Ya te lo he dicho antes; no volverá. Es incapaz de convertirse en la buena persona que tú quieres que sea. Si lo ves, entrégale la otra carta; si no, quémala. Y deja que se marche. Deja que la bebida y las drogas acaben con él, pero no permitas que te arrastre consigo. Márchate de esa casa; márchate de Dutton. Y, por el amor de Dios, no te fíes de nadie.
»Ni siquiera de mí. No me lo merezco, aunque bien sabe Dios que muero intentando merecerlo.
»Llévate a Hope de Dutton y no vuelvas la vista atrás. Prométemelo. Y prométeme que llevarás una vida agradable. Busca a Alex; ella es la única familia que te queda. Nunca hasta ahora te lo había dicho pero te quiero». -Alex exhaló un suspiro-. Firmado: «Tte. Wade Crighton, Ejército de Estados Unidos».
Levantó la cabeza.
- Le mandó una llave. ¿Creéis que es la que Bailey me mandó a mí?
Daniel ocupó la silla contigua a la suya.
- Creemos que sí. Tres de las cuatro víctimas de esta semana llevaban una llave atada al dedo gordo del pie. Ahora sabemos por qué.
- ¿Creéis que esas llaves son iguales a la de Wade?
- No. Las que hemos encontrado esta semana son nuevas. Más bien es una señal, un mensaje. Igual que lo del pelo.
- El pelo de Alicia. -Miró la nota y trató de concentrarse-. Dice que eran siete. Dos murieron antes que él, y a ambos los mataron para que el secreto se mantuviera. Pero Simon murió en Filadelfia.
- Wade no lo sabía cuando escribió la carta -explicó Daniel-. Murió unas semanas antes que Simon, y creía que Simon había muerto la primera vez que lo enterramos.
- De modo que todos creían que la primera muerte de Simon era obra de uno de ellos -musitó-. «Viven con el miedo y la desconfianza en el cuerpo.» Uno de los hombres de quienes habla es Simon. ¿Quién es el otro?
- Todavía no lo sabemos -respondió Chase-. Pero tenemos una ligera idea de quiénes son tres de los cuatro restantes.
- Garth Davis y Randy Mansfield -adivinó ella-. Y supongo que Rhett Porter es el tercero.
- Eso quiere decir que todavía nos falta identificar a dos -dijo Daniel-. Uno vivo y uno muerto.
- ¿Qué haréis?
- Intentaremos que los dos que conocemos nos revelen la identidad del que no conocemos -explicó Chase-. Pero mientras, seguimos sin saber quién está detrás de todo esto.
- Es una venganza -apuntó Daniel-. Hasta ahí podemos imaginarlo. Alguien está utilizando la muerte de Alicia para guiarnos hasta esos hombres. Tenemos que tener cuidado, Alex. No podemos permitir que sospechen que lo sabemos hasta que no conozcamos todo lo que ello implica, o por lo menos hasta que no sepamos un poco más. Si Garth Davis o Randy Mansfield tienen algo que ver con la desaparición de Bailey, lo descubriremos y tendrán que responder por ello; te lo prometo. Pero, Alex, la cuestión es que tenemos a seis mujeres y cuatro hombres en el depósito de cadáveres. Y por el momento nada es más importante que conseguir interrumpir esto.
Alex agachó la cabeza, avergonzada. Estaba preocupada por Bailey. Y Daniel estaba preocupado por las víctimas. Seis mujeres. Cuatro hombres. Rhett Porter, Lester Jackson, el agente Cowell y Sean Romney. Esos eran los cuatro. Pero ¿seis mujeres? Janet, Claudia, Gemma, Lisa y Sheila. Solo sumaban cinco. Poco a poco, levantó la cabeza.
- ¿Seis mujeres, Daniel?
Él cerró los ojos, exhausto.
- Lo siento, Alex. Quería decírtelo… de otra forma. La hermana Anne ha muerto esta tarde, y aunque creemos que el responsable es Crighton, la hemos incluido entre las víctimas. Es la décima.
Alex exhaló un suspiro y frunció los labios. Notaba que todos los presentes en la sala la acompañaban en su pesar.
- No, quien lo siente soy yo. Tenías razón, no he sido de gran ayuda. ¿Qué quieres que haga?
Él le lanzó una mirada que denotaba aprobación y agradecimiento. Y también admiración.
- De momento, trata de tener paciencia. Vamos a pedir una orden de rastreo de las llamadas y los movimientos bancarios tanto de Davis como de Mansfield para ver si hay alguna relación entre ambos, o entre alguno de ellos y los otros dos hombres que Wade menciona o el asesino de las cuatro mujeres. Entretanto, esperamos que ese tío cometa algún error.
Ella asintió y volvió a mirar la carta de Wade.
- Wade dice que él no mató a Alicia. ¿Qué sentido tendría que mintiera a esas alturas? Si no fue él, y Fulmore tampoco, ¿quién lo hizo?
- Es una buena pregunta -admitió Talia-. He hablado con siete de las doce víctimas de violación que siguen vivas y todas cuentan la misma historia. Si Simon y sus amigos violaron a Alicia y la dejaron con vida igual que a las otras, y sin embargo estaba muerta cuando Fulmore la encontró en la zanja, ¿qué pasó en ese intervalo de tiempo?
Alex notó que Daniel, a su lado, se ponía tenso cuando Talia mencionó a las doce víctimas, pero su expresión no cambió. Apartó la idea de sí; ya le preguntaría más tarde.
- Pasara lo que pasase, Alex, tú viste algo -dijo la doctora McCrady-, y tiene que ver con la manta en la que encontraron envuelta a Alicia. Si estás dispuesta, tenemos que averiguar qué viste.
- Averigüémoslo -dijo Alex-. Antes de que pierda el valor.
Mary recogió sus cosas.
- Iré a prepararlo todo. ¿Vendréis cuando termine la reunión?
Daniel asintió.
- Sí. Chase, ¿hemos informado a todas las mujeres que están en riesgo?
- No he podido localizarlas a todas. Un par habían salido del país y otras cuantas no responden al teléfono. Si las que he localizado son lo bastante listas se quedarán en casa con la puerta cerrada a cal y canto.
- Y con la pistola a punto -masculló Alex.
Daniel le dio una palmadita en la rodilla.
- Chis.
- Tengo que marcharme -dijo Talia-. Salgo a primera hora de la mañana en coche hacia Florida para hablar con dos de las víctimas que se han trasladado allí.
- Gracias -dijo Chase-. Llámame si averiguas algo nuevo. -Cuando se hubo marchado, se volvió hacia Daniel-. Tenemos el informe con las llamadas del móvil de Lisa Woolf. No hay ninguna hecha desde un número que no fuera habitual durante los últimos meses.
- ¿Y sus compañeros de piso? -preguntó Daniel.
- Dicen que anoche fue a un bar. Había salido un rato para relajarse y no volvió a casa. Encontraron su coche a cinco manzanas del bar.
A todo el mundo que había sentado a la mesa pareció interesarle mucho lo que Chase acababa de decir.
- ¿Qué pasa? -preguntó Alex, extrañada.
- De los otros coches no encontraron ninguno -explicó Daniel-. ¿Qué coche tenía Lisa? -quiso saber.
- Era una universitaria sin dinero -dijo Chase, encogiéndose de hombros-. Tenía un viejo Nissan Sentra. Van a traerlo en un camión para que podamos registrarlo. Puede que tengamos suerte y se haya olvidado algo.
Daniel se quedó pensativo.
- Janet tenía un Z4; Claudia, un Mercedes de último modelo, y Gemma, un Corvette. De esos no hemos encontrado ninguno pero el Nissan lo ha dejado tirado.
- Al tío le gustan los coches de lujo -observó Luke.
- Hemos registrado minuciosamente la casa de Alex -explicó Ed-. Hay demasiadas huellas para separarlas. No podemos olvidar que la casa es de alquiler. No hemos encontrado nada en la ventana del baño ni tampoco en el alféizar. La comida del perro tenía una gran cantidad de tranquilizantes, Daniel. Si el tuyo tuviera un tracto intestinal normal, a estas horas estaría cantando con un coro de ángeles.
- De camino a casa de Bailey he pasado por el veterinario -dijo Daniel-. Riley se pondrá bien. Además ahora sabemos que seguramente lo que buscaban era la llave que Bailey envió a Alex. -La miró-. No te olvides de llamar a tu ex.
- No.
- Entonces, hasta mañana -concluyó Daniel, y se dispuso a levantarse.
- Espera -lo interrumpió Alex-. ¿Qué hay de Mansfield? Comprendo que tenéis que tener cuidado de que no adivine vuestras intenciones, pero no podéis permitir que el hombre ande por ahí tan tranquilo.
- Lo tenemos bajo estrecha vigilancia, Alex -la tranquilizó Chase-. Lo hemos solucionado pocos minutos después de que Hope eligiera su foto. Trata de no preocuparte.
Ella soltó un resoplido.
- De acuerdo. Lo intentaré.
- Entonces, hasta mañana -repitió Daniel, y de nuevo se dispuso a levantarse.
- Espera -soltó Luke. Había estado tecleando en el portátil durante la mayor parte de la conversación-. He eliminado a todos los hombres que no son de raza blanca y a los que han muerto de la lista de estudiantes.
- Muy bien -dijo Daniel, y entonces contuvo la respiración-. Pero hay otro a quien mataron para mantener el secreto.
Luke asintió.
- Dejando aparte a los que no son de raza blanca, hay cinco muertos entre los estudiantes de Dutton que se graduaron entre el año anterior y el posterior al que lo hizo Simon, sin contar a Wade, a Rhett y a él mismo.
- Investígalos -le ordenó Chase-. Y a sus familias también.
Daniel miró alrededor de la mesa.
- ¿Algo más? -Cuando nadie respondió, él insistió-: ¿Seguro? Entonces, de acuerdo. Nos encontraremos de nuevo aquí mismo mañana a las ocho en punto.
Todos se levantaron, y entonces Leigh asomó la cabeza por la puerta.
- Daniel, tienes visita. Es Kate Davis, la hermana de Garth Davis. Dice que es urgente.
Todo el mundo volvió a sentarse.
- Dile que pase -le ordenó Daniel. Miró a Alex-. ¿Podrías esperar fuera con Leigh?
- Claro. -Siguió a Leigh hasta la entrada, donde aguardaba una mujer con un moderno traje. Alex escrutó su rostro y ella la miró a los ojos sin inmutarse. Luego Leigh la guió hasta la sala y Alex se acomodó en una silla dispuesta a esperar.