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En la zona

Ewa Laurance es la jugadora de billar pool más famosa de todo el planeta. Conocida como Striking Viking, se la considera la número uno del mundo, ganó el campeonato europeo y el US National, ha aparecido en la portada del New York Times Magazine, se han publicado artículos sobre ella en People, Sports Illustrated, Forbes y muchas otras publicaciones, aparece con regularidad en la televisión y es comentarista en ESPN.

Creció en Suecia, donde descubrió el juego mientras seguía la pista a su hermano mayor: «Mi mejor amiga, Nina, y yo siempre estábamos perdiendo el tiempo, tanto como lo puedan llegar a hacer dos amigas íntimas. Un día, cuando tenía catorce años, las dos seguimos a mi hermano y a su amigo hasta una bolera a la que solían ir a jugar y decidimos echar un vistazo. Estuvimos un rato y entonces comenzamos a aburrirnos profundamente. Descubrimos que se habían ido a un sitio llamado sala de billar. Nunca había oído hablar del billar. Los seguimos y recuerdo que en cuanto puse el pie allí sentí algo especial. El conjunto me encantó: la sala a oscuras, las lámparas sobre cada una de las mesas y el ruido de las bolas. En el acto pensé que era sencillamente fascinante.

»Allí había una colectividad en la que todos conocían esa cosa llamada billar, y me atrapó al instante. Nos sentíamos intimidadas y llenas de curiosidad, pero nos limitamos a sentarnos y observar. Todo desaparece cuando te sientas a observar cómo la gente juega al billar, o cuando eres tú quien juega. En el billar es fácil que esto ocurra porque cada mesa es un escenario distinto. Así que todo lo que estaba a mi alrededor desapareció y eso fue todo lo que vi. Observaba a esos jugadores que sabían exactamente lo que estaban haciendo. Me di cuenta de que el billar no podía limitarse simplemente a hacer que las bolas chocaran y a esperar a que alguna de ellas se colara dentro. Hubo un tipo que metió una bola tras otra, metió sesenta, setenta, ochenta bolas seguidas, y entendí que cada vez que movía la bola blanca de lugar pensaba en el siguiente tiro. Y fue su conocimiento y destreza lo que de verdad me dejó asombrada: la parte del billar que se parece al ajedrez, la de anticipar tres, cuatro jugadas y encima tener que hacerlas».

A partir de ese momento epifánico, Ewa supo que quería dedicar su vida al billar. Por fortuna, sus padres la apoyaron permitiéndole jugar de seis a diez horas diarias en una sala de billar de la localidad; hacía los deberes entre tiro y tiro. «La gente de allí sabía que me tomaba el juego en serio, por lo que me dejaban tranquila. Pero también nos divertíamos muchísimo. Cuando encuentras un lugar en el que a todo el mundo le gusta lo mismo que a ti te lo pasas en grande. Así que aquellos tipos raros y yo (todos jugábamos juntos al billar) pasamos a ser como una gran familia».

En 1980, a los dieciséis años de edad, Ewa ganó el campeonato sueco. A los diecisiete ganó el primer Campeonato de Europa Femenino. Esto le reportó una invitación a Nueva York para que representara a Europa en el Campeonato Mundial. «Me pasé todo aquel verano practicando. La sala de billar no abría hasta las cinco de la tarde, así que por la mañana cogía el autobús hasta la parte de la ciudad donde vivía el dueño, recogía las llaves de la sala de billar, tomaba el autobús de vuelta a la ciudad y entraba en la sala. Hice eso durante todo el verano, y jugaba diez, doce horas al día. Luego fui al torneo en Nueva York y no gané; quedé en séptima posición. Me sentí muy decepcionada por no haberlo hecho mejor, pero al mismo tiempo pensé: “Uau, ¡soy la séptima del mundo!”».

Aunque a sus padres no les gustaba que estuviera tan lejos de casa, Ewa decidió quedarse en Nueva York para continuar dedicándose al billar; sabía que en Estados Unidos tendría la oportunidad de jugar con regularidad contra los mejores del mundo. Además de anotarse victorias, se convirtió en la portavoz de las mujeres jugadoras de billar. Su talento, su pasión y su bellísimo aspecto hicieron de ella una estrella en los medios de comunicación y ayudó a que el medio que amaba alcanzara nuevos niveles de popularidad.

La fama y las recompensas financieras acompañaron a Ewa Laurance en su ascenso a la cima. Pero para ella, lo mejor siguió siendo el juego: «Casi no te das cuenta de lo que pasa a tu alrededor. Es realmente el sentimiento más singular del mundo. Es como estar dentro de un túnel, pero en el que no ves nada más. Solo ves lo que estás haciendo. El tiempo pasa, y si alguien te pregunta cuánto tiempo llevas jugando, tú dices que veinte minutos cuando en realidad llevas nueve horas. No sé, nunca me ha pasado nada parecido, aunque me apasionan muchas otras cosas. Para mí, la sensación de jugar al billar es única.

»Parte de la belleza del billar es lo mucho que puedes aprender. Es una negociación interminable. La forma en que las bolas se distribuyen nunca es la misma, por lo que siempre hay algo que hace que sigas interesada. Me encanta la física y la geometría del juego: aprender y entender los ángulos y descubrir lo fuerte que tienes que darle a una bola para cambiar el ángulo y hacer que la bola blanca vaya donde tú quieres. Y aprender cuáles son los límites y las posibilidades. Ser capaz de controlar la bola blanca para que se mueva 6,4 centímetros en vez de 7,5 es una sensación increíble. Así que en lugar de luchar contra los elementos logras descifrar la manera de trabajar con ellos.

»Ni la geometría ni la física me interesaban lo más mínimo en el colegio, y tampoco se me daban bien. Por alguna razón, cuando juego las veo claramente. Miro la mesa y veo literalmente líneas y diagramas por todas partes. Veo: “Voy a poner la 1 aquí, la 2 por acá, la 3 irá allá abajo, voy a tener que darle tres veces a la banda para la 4, la 6 va aquí abajo, ningún problema, tengo 7, 8, 9, estoy fuera”. Las veo todas alineadas. Y entonces, si le das un poquito mal a una bola, de repente, inesperadamente, te aparece un nuevo diagrama en la cabeza. Tienes que resolver el problema porque no estás donde querías estar. Te has desviado quince centímetros, así que ahora tienes que reformularlo todo.

»La geometría no me atraía en el colegio. Tal vez habría sido distinto si hubiese tenido un profesor diferente, alguien que simplemente me hubiera dicho: “Ewa, piensa en ello de este modo” o “Míralo de esta forma y lo entenderás”. O podrían haber llevado a toda la clase a una sala de billar y decir: “¡Mirad esto!”. Pero era una asignatura tan aburrida… ¿Sabes?, hasta me costaba mantener los ojos abiertos en clase. Pero ahora, cuando le doy clases a alguien, intento hacerme una idea rápidamente de si tiene coordinación óculo-manual y si solo está interesado en el juego o también le interesa la geometría y la física que hay en él. ¿Tiene cierta inclinación por las matemáticas?».

Ewa lleva cerca de treinta años jugando profesionalmente al billar. A pesar de todo, sigue sintiendo la misma emoción: «Todavía, después de todos estos años, me pongo nerviosa incluso cuando hago una exhibición. La gente me dice: “Bueno, ya lo has hecho tantas veces…”. Pero eso no importa; lo importante es vivir ese momento».

Jugar al billar sitúa a Ewa Laurance dentro de la zona. Y estar en la zona pone a Ewa Laurance cara a cara con su Elemento.

La zona

Estar en la zona es estar en lo más profundo del Elemento. Hacer lo que amamos puede implicar todo tipo de actividades imprescindibles para el Elemento pero que no son su esencia: cosas como estudiar, organizar, planificar, entrenar, etc. E incluso cuando estamos haciendo aquello que amamos, pueden darse frustraciones, decepciones y momentos en los que sencillamente no funciona o no cuaja. Pero cuando lo hace, transforma nuestra experiencia del Elemento. Nos volvemos decididos y entregados. Vivimos el momento. Nos perdemos en la experiencia y damos lo máximo de nosotros mismos. Nuestra respiración cambia, nuestra mente se funde con nuestro espíritu y sentimos cómo nos adentramos en el corazón del Elemento.

Aaron Sorkin es autor de dos piezas teatrales de Broadway, Algunos hombres buenos y The Farnsworth Invention; de tres series de televisión: Sports Night, El ala oeste de la Casa Blanca y Studio 60 on the Sunset Strip, y de cinco películas, Algunos hombres buenos, Malicia, El presidente y Miss Wade, La guerra de Charlie Wilson y Trial of the Chicago 7, que se estrenará próximamente. Ha sido candidato a trece premios Emmy, ocho Globos de Oro y a un Oscar por la mejor película.

«Nunca me propuse ser escritor —me contó—, siempre me consideré un actor. Me gradué en interpretación. Me apasionaba tanto que cuando estaba en el instituto y sin blanca, solía coger el tren hasta la ciudad de Nueva York y esperaba a que hubiera asientos vacíos durante la segunda parte de cualquier obra de teatro para colarme a escondidas después del descanso…

»Escribir por diversión no fue algo a lo que fuera introducido. Siempre me pareció una lata. Una vez escribí una pieza corta para una fiesta en la universidad y mi profesor, Gerard Moses, me dijo: “Supongo que sabes que si quisieras podrías ganarte la vida con esto, ¿no?”. Pero yo no tenía ni idea de qué hablaba. “¿Hacer qué?”, pensé, y seguí adelante.

»Unos meses después de dejar el colegio, un amigo mío que iba a marcharse de la ciudad y que conservaba la antigua máquina de escribir de su abuelo, me pidió que se la guardara. Entonces le estaba pagando cincuenta dólares a la semana a un amigo para que me dejara dormir en el suelo de su minúsculo apartamento en el Upper East Side de Nueva York. Durante algún tiempo trabajé con una compañía de teatro para niños e hice alguna que otra incursión en el mundo de las telenovelas. Era 1984 y estaba haciendo mi ronda de audiciones.

»Un fin de semana, todos mis amigos se fueron de la ciudad. Era uno de esos viernes por la noche en Nueva York en los que te parece que han invitado a todo el mundo a una fiesta menos a ti. No tenía dinero, la televisión no funcionaba y cuanto podía hacer era perder el tiempo con un papel y la máquina de escribir. Me senté y escribí desde las nueve de la noche hasta el mediodía siguiente. Me enamoré de aquello.

»Me di cuenta de que la causa de todos aquellos años de clases de interpretación y de viajes en tren para ir al teatro no eran las representaciones sino la obra en sí misma. Había sido un actor engreído, nunca he sido una persona tímida, pero jamás pensé en escribir hasta aquella noche.

»La primera obra que escribí no fue demasiado bien, pero comencé a tener éxito con Hidden in this Picture. Entonces mi hermana, que es abogada, me explicó un caso que había sucedido en la bahía de Guantánamo: unos marines que habían sido acusados de matar a un compañero. La historia me intrigó y me pasé el siguiente año y medio escribiendo la obra de teatro Algunos hombres buenos.

»Cuando se estaba representando en Broadway, me acordé de la conversación que había mantenido con Gerard y le llamé para preguntarle si era a eso a lo que se refería».

Le pregunté a Aaron cómo se siente cuando está escribiendo. «Cuando la cosa va bien —dijo— me siento totalmente perdido en el proceso. Cuando va mal, busco desesperadamente la zona. Tengo linternas encendidas y la busco desesperadamente. No puedo hablar en nombre de otros autores, pero básicamente soy como un interruptor que se enciende y apaga de forma intermitente. Cuando siento que lo que estoy escribiendo es bueno, todo en mi vida es bueno, y aquellas cosas que no lo son parecen totalmente controlables. Si no va bien, Miss América podría estar de pie frente a mí en traje de baño concediéndome el premio Nobel y no me sentiría feliz».

Hacer aquello que se ama no garantiza estar en la zona todo el tiempo. A veces uno no está de buen humor o es un mal momento y las ideas simplemente no fluyen. Algunas personas desarrollan rituales personales para alcanzar la zona. Estos no siempre sirven. Le pregunté a Aaron si tenía técnicas propias. Dijo que no las tenía y que le gustaría tenerlas. Pero lo que sí sabe es cuándo dejar de intentarlo.

«Cuando lo que estoy escribiendo no funciona, lo dejo a un lado y vuelvo a intentarlo al día siguiente o al otro. Algo que suelo hacer es pasear en coche y escuchar música. Intento encontrar algún lugar en el que no tenga que pensar demasiado a la hora de conducir, como una autopista, en el que uno no tenga que pararse en los semáforos en rojo, girar o algo por el estilo.

»Lo que no hago es ver películas de otra gente ni programas de televisión, ni leo sus obras de teatro por miedo a que sean muy buenas y o bien me hagan sentir peor o simplemente consigan que me incline a imitar lo que ellos estén haciendo».

En el mejor de los casos, el proceso de escritura es para Aaron del todo absorbente. «Para mí, escribir es una actividad muy física. Interpreto todos los papeles, me levanto y me siento a mi escritorio, doy vueltas y más vueltas. De hecho, cuando todo va bien, acabo descubriendo que he estado dando vueltas alrededor de mi casa, situada delante del lugar en el que escribo. Dicho de otro modo, he estado escribiendo sin escribir. Entonces tengo que volver a la página en la que esté trabajando para asegurarme de que realmente escribo lo que acabo de hacer».

Con toda probabilidad, a lo largo de tu vida has tenido momentos en los que te has «perdido» dentro de una experiencia, tal como le pasó a Aaron Sorkin cuando al fin conectó con la escritura. Empiezas a hacer algo que te encanta y pierdes de vista el resto del mundo. Pasan las horas, y parecen minutos. Durante ese tiempo, has estado «en la zona». Aquellos que han adoptado el Elemento se encuentran con regularidad en ese lugar. Con ello no pretendo decir que les parezca dichosa toda experiencia que suponga hacer aquello que aman, pero con regularidad tienen experiencias óptimas mientras lo hacen y saben que volverán a tenerlas.

Personas distintas encuentran la zona de distintos modos. Para algunos llega a través de una intensa actividad física: deportes muy exigentes físicamente, el riesgo, la competición y puede que la sensación de peligro. Es probable que para otros llegue a través de actividades que parecen físicamente pasivas: la escritura, la pintura, las matemáticas, la meditación y otras formas de contemplación intensa. Como dije antes, no tenemos un Elemento por persona, ni tampoco hay un solo sendero para cada uno de nosotros a través del cual llegar a la zona. Puede que tengamos diferentes experiencias de él a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, se dan algunas características comunes al estar en ese lugar mágico.

¿Ya hemos llegado?

Una de las señales más significativas de que estamos en la zona es la sensación de libertad y autenticidad. Cuando hacemos algo que nos gusta y que se nos da bien, tenemos muchas más probabilidades de centrarnos en nuestra verdadera autoconciencia: ser quienes en realidad creemos ser. Cuando estamos en nuestro Elemento, sentimos que estamos haciendo lo que se supone que tenemos que estar haciendo y siendo lo que se supone que tenemos que ser.

También el tiempo se siente de forma distinta en la zona. Cuando se está conectado de esta manera con nuestros más profundos intereses y nuestra energía natural, el tiempo tiende a pasar más rápido, con mayor fluidez. Para Ewa Laurance, nueve horas pueden parecer veinte minutos. Sabemos que cuando tenemos que hacer cosas con las que no sentimos una fuerte conexión ocurre justamente lo contrario. Todos hemos tenido experiencias en las que veinte minutos pueden parecer nueve horas. En esos momentos, no estamos en la zona. De hecho, es probable que estemos muy lejos de ahí.

Este cambio en la percepción del tiempo (el bueno, no el malo) yo lo experimento con mayor frecuencia cuando trabajo con gente y en especial cuando doy una conferencia. Cuando me entrego a examinar y presentar ideas ante grupos de personas, el tiempo tiende a pasar más rápidamente, con mayor fluidez. Puedo estar en una sala con diez o veinte personas, o con cientos, y siempre ocurre lo mismo. Durante los primeros cinco o diez minutos, trato de sentir la energía de la estancia tanteando para atrapar la longitud de onda adecuada. Esos primeros minutos pueden pasar despacio. Pero luego, cuando hago la conexión, entro en una velocidad distinta. Cuando le tomo el pulso a la sala siento una energía diferente —y creo que ellos también— que me hace seguir adelante a un ritmo distinto y en un espacio diferente. Cuando esto ocurre, puedo mirar el reloj y comprobar que ha pasado una hora.

La otra característica común a aquellos que conocen esta experiencia es el desplazamiento hacia cierto tipo de «metaestado» donde las ideas aparecen más rápidamente, como si estuvieses conectado a una fuente que hace que sea significativamente más fácil lograr tu cometido. Cualquier cosa que estés realizando resulta sencilla porque unificas la energía con el proceso y con el esfuerzo que estás haciendo. Y sientes realmente que las ideas fluyen a través y fuera de ti, y que de alguna forma estás canalizándolas; estás siendo su instrumento en vez de obstruirlas o de empeñarte en alcanzarlas. El músico Eric Clapton lo describe como estar «en armonía con el tiempo. Es una sensación magnífica».

Este cambio puede verse y experimentarse en todo tipo de representaciones: actuando, en el baile, en los conciertos y en los deportes. De repente ves que la gente ha entrado en una fase diferente. Los ves relajados, ves que se están soltando y que se convierten en instrumentos de su propia expresión.

Jochen Rindt, el corredor del Grand Prix, dijo que cuando compites «pasas de todo lo demás y simplemente te concentras. Te olvidas del resto del mundo y te vuelves parte del coche y de la pista. Es una sensación muy especial. Estás completamente fuera de este mundo y totalmente en él. ¡No hay nada comparable!».

El aviador Wilbur Wright lo describía de esta forma: «Cuando sabes, después de los primeros minutos, que todo el mecanismo funciona a la perfección, la sensación es tan intensa y deliciosa que casi no se puede describir. Más que cualquier otra cosa, es una sensación de paz perfecta mezclada con una emoción que tensa todos tus nervios al máximo, si se puede concebir semejante combinación».

La célebre deportista Monica Seles dice: «Cuando juego mi mejor tenis me siento en la zona. —Pero apunta—: En cuanto piensas que estás en la zona, sales de ella».

El doctor Mihaly Csikszentmihalyi dedicó «décadas a la investigación sobre los aspectos positivos de la experiencia humana: la alegría, la creatividad, el proceso de total implicación con la vida, a lo que llamo fluir». En su famosa obra Fluir: Una psicología de la felicidad[7], el doctor Csikszentmihalyi escribe acerca del «estado mental en el que la conciencia está organizada en armonía, y [la gente] quiere continuar con lo que esté haciendo por su propio bien». Lo que el doctor Csikszentmihalyi llama «fluir» (muchos otros lo llaman «estar en la zona») «sucede cuando la energía psíquica —o atención— se centra en objetivos realistas y cuando las habilidades se corresponden con las oportunidades para la acción. La búsqueda de un objetivo trae orden al conocimiento porque exige concentrar toda la atención en la tarea inmediata y olvidar momentáneamente todo lo demás».

El doctor Csikszentmihalyi habla de los «elementos de disfrute», los componentes que encierra una experiencia óptima. Estos incluyen enfrentarse a un desafío que requiera de una habilidad concreta, sumergirse completamente en una actividad, objetivos claros y reacción, concentración en el cometido que le permita a uno olvidarse de todo lo demás, pérdida de la autoconciencia y sensación de que el tiempo se «transforma» durante la experiencia. «El elemento clave de una experiencia óptima —dice en el libro— es que es un fin en sí misma. La actividad que nos consume se vuelve inherentemente gratificante incluso si en un principio se emprendió por otras razones».

Es muy importante entender este punto. Estar en el Elemento y, en especial, estar en la zona, no quita energía: la da. Me gustaba observar cómo los políticos se pelean por ganar las elecciones, o cómo intentan mantenerse en el puesto después de ganarlas y se preguntan cómo continuar. Se los puede ver viajando por todo el mundo, bajo constante presión para que actúen, tomando decisiones cruciales en cada comparecencia, viviendo con un horario irregular y siendo el centro constante de la atención pública. Me preguntaba cómo no se caen al suelo de puro agotamiento. El hecho es que la mayor parte de lo que hacen les encanta, o no lo harían. Las mismas cosas que a mí me agotarían, a ellos les dan más marcha.

Las actividades que nos gustan nos llenan de energía incluso cuando estamos agotados físicamente. Las actividades que no nos gusta hacer nos agotan en unos minutos, incluso si las abordamos en buenas condiciones físicas. Esta es una de las claves del Elemento y una de las principales razones de por qué es vital que todas las personas lo encuentren. Cuando la gente se coloca en situaciones que la llevan a estar en la zona, conecta con una fuente de energía primaria. Está literalmente más viva debido a ello.

Estar en la zona es como si te enchufaran a un alimentador de corriente: mientras estás conectado, recibes más energía de la que gastas. La energía hace funcionar nuestra vida. No se trata de una simple cuestión de energía física que o se tiene o no se tiene, sino de nuestra energía mental o psíquica. La energía mental no es una sustancia fija. Sube y baja según la pasión y el compromiso que pongamos en lo que estemos haciendo en ese momento. El elemento diferenciador clave se encuentra en nuestra actitud y en nuestra sensación de resonancia con respecto a una actividad. Como dice la canción: «Podría haber bailado durante toda la noche».

Estar en el Elemento, tener esa experiencia de fluidez, es enriquecedor porque es una manera de unificar nuestras energías y de que nos sintamos profundamente conectados a nuestro sentido de identidad, algo que de forma curiosa acontece a través de una sensación relajante, de hallar perfectamente natural estar haciendo lo que se está haciendo. Es sentirse a gusto dentro de la propia piel, sentirse conectado a nuestros impulsos internos o a nuestra energía.

Estas experiencias culminantes están vinculadas a cambios fisiológicos del cuerpo: es posible que el cerebro libere endorfinas y el cuerpo, adrenalina. Puede haber un incremento de la actividad de las ondas alfa, cambios en nuestro metabolismo, en el ritmo de nuestra respiración o de los latidos del corazón. La naturaleza específica de estos cambios fisiológicos depende del tipo de actividad que nos haya llevado a la zona y de lo que se esté haciendo para seguir allí.

Cualquiera que sea la forma de llegar hasta ella, estar en la zona es una experiencia poderosa y transformadora. Tan convincente que puede llegar a ser adictiva, pero una adicción en muchos sentidos saludable.

Comunicar

Al conectar con nuestra energía nos abrimos más a la energía de otras personas. Cuanto más vivos nos sintamos, más podremos contribuir a la vida de los demás.

El poeta de hip-hop Black Ice aprendió desde muy pequeño que sus palabras podían poner de manifiesto sus emociones y las de los demás. «Mi madre solía hacerme escribir sobre absolutamente todo —le contó a un entrevistador—. Cuando me metía en problemas, cuando me sentía feliz o incluso cuando estaba asustado. Era un chico muy atolondrado. Cuando comenzaron a gustarme las chicas, solía escribirles cartas. Las mías eran mejores que las típicas de “sí, no, puede que sí”. Descubrí la palabra hablada de adulto. Fui a un lugar en el que se leía poesía con la esperanza de conocer a alguna mujer. Era la noche de “micrófono abierto” y cuando una tía hizo el ridículo, el público la animó y le ofreció su apoyo. Estaba pasmado. Siendo una persona tan dinámica, me sorprendió comprobar todo lo que podía llegar a contar en aquel club en voz alta sobre, por ejemplo, el día a día de una peluquería. Era capaz de soltar lo que tenía dentro y la gente entendía de qué estaba hablando».

Black Ice, de nacimiento Lamar Manson, pasó de aquellas actuaciones iniciales a escenarios cada vez mayores. Apareció durante cinco temporadas consecutivas en Def Poetry Jam de HBO, fue miembro destacado del elenco de Def Poetry on Broadway, ganador de un Tony Award; lanzó su primer álbum al mercado en uno de los principales sellos discográficos, y actuó delante de millones de personas en el concierto Live 8. Su mensaje es optimista y motivador, habla de la importancia de la familia y del poder de la juventud. En respaldo de sus letras, fundó el Hoodwatch Movement Organization para ayudar a que los chicos de los suburbios vayan por el buen camino y comprendan el alcance de su potencial. Los críticos elogian su trabajo y el público responde con pasión, y cuando lo ves sobre un escenario puedes sentir que está en la zona.

Para Black Ice, sin embargo, este acceso a la zona procede de su sentido del deber. «Mi vida ha sido tan significativa que tengo que escribir cosas que lleguen a la gente —dijo en otra entrevista—.Tengo un legado que defender. Crecí rodeado de grandes hombres. Mi padre, mis tíos y mi abuelo son mis héroes, y solo por ello hay algunas cosas que nunca podría llegar a decir. Nunca podría mirar a mi padre a la cara si supiera que mis canciones, que suenan en la radio, dicen tonterías.

»Mi voz es mi don. Carecería de sentido si no transmitiese nada. Es muy importante. Ahora puedo ver lo importante que es en la sociedad. A veces me desanimo, pero tengo la convicción de que puedo aportar algo. Somos quienes somos, pero quiero llegar hasta los chicos y que mi mensaje perdure en los oídos de los niños de siete y ocho años. Decirles: “Vas a ser algo… no hay ningún otro compromiso si tú no quieres; vas a ser algo”».

Este es otro de los secretos de estar en la zona: que cuando estás inspirado, tu trabajo puede inspirar a los demás. Estar en la zona te conecta con tu yo más natural. Y cuando estás en ese lugar, puedes contribuir en un nivel mucho mayor.

Una de las ideas que ya hemos tratado —y a la que volveremos más adelante (no tiene sentido utilizar una buena idea solo una vez)— es que la inteligencia es distinta en cada persona. Este es un punto especialmente importante que hay que reconocer al explorar el concepto de estar en la zona. Estar en la zona tiene mucho que ver con utilizar de forma óptima el tipo de inteligencia que tengas. Eso es a lo que se refiere Ewa Laurance cuando habla del billar y la geometría. Es con lo que conecta Monica Seles cuando su inteligencia física y su agudeza mental se convierten en una sola cosa, lo que Black Ice evoca cuando entreteje sus palabras nacidas tanto de una atenta observación como de un refinado oído para el ritmo.

Sé tú mismo

Cuando una persona se encuentra en la zona, se alinea de modo natural con una forma de pensar que funciona mejor para ella. Creo que esta es la razón por la que el tiempo parece tomar una nueva dimensión cuando se está en la zona. Procede de un nivel de desenvoltura que permite una total inmersión y que hace que sencillamente el tiempo no «se sienta» de la misma forma. Esta ausencia de esfuerzo está directamente relacionada con los estilos de pensamiento. Cuando las personas utilizan un estilo de pensamiento totalmente natural a ellas, todo sucede con mayor facilidad.

Puedo comprender la lógica de esto porque es evidente que personas diferentes piensan acerca de las mismas cosas de forma distinta. Hace unos años fui testigo, con mi hija Kate, de un ejemplo significativo. Kate se acerca al mundo visualmente. Es muy lista, desenvuelta y culta, pero pierde el interés muy rápido cuando le explican alguna cosa (de todo tipo, no solo aquellas que implican que tiene que limpiar su habitación). Poco después de nuestra llegada a Los Ángeles desde Inglaterra, su profesor de historia comenzó a explicar la parte sobre la guerra de Secesión. Al no ser estadounidense, Kate sabía muy poco acerca de este período de la historia del país, y sacó muy poco de la relación de fechas y acontecimientos por parte de su profesor. Esta aproximación —llenar la cabeza de los alumnos con una serie de datos de una lista— la interesó poco. Pero se acercaba el examen de la asignatura y no podía pasar del tema.

Como sabía que Kate tenía una inteligencia visual muy fuerte, le aconsejé que considerara la idea de crear un mapa mental. El mapeo mental, técnica creada por Tony Buzan, permite que una persona se haga una representación visual de un concepto o de cierta cantidad de información. Hay que situar el concepto principal en el centro del mapa y, con líneas, flechas y colores, conectar otras ideas a ese concepto. Tenía el presentimiento de que, con su tendencia a pensar visualmente, Kate sacaría partido de contemplar la guerra desde esa perspectiva.

Unos días después, Kate y yo salimos a almorzar y le pregunté si había tenido la posibilidad de probar a hacer un mapa mental. Resultó que había hecho mucho más que probarlo. Mediante esta técnica se había creado en su mente una representación tan intensa de la guerra de Secesión que se pasó los siguientes cuarenta minutos contándome los episodios principales y las consecuencias. Al contemplarlo desde esta perspectiva —que aprovechaba una de las formas primordiales en las que ella piensa—, Kate pudo entender la guerra de un modo que nunca le habrían proporcionado los datos de una lista. Al haberse hecho un mapa mental, podía ver con claridad las imágenes en su mente, como si las hubiese fotografiado.

Romper las barreras mentales

Se ha intentado varias veces clasificar los estilos de pensamiento, e incluso los tipos de personalidad, para así poder entender y organizar a la gente de manera más eficaz. Estas categorías pueden ser más o menos útiles si no perdemos de vista que solo son una forma de pensar las cosas y no las cosas mismas. Con frecuencia, estos sistemas de tipos de personalidad son especulativos y no muy fidedignos porque a menudo nuestra personalidad se niega a quedarse quieta y tiende a revolotear entre no importa qué casillas ideen los examinadores.

Cualquiera que alguna vez haya pasado la prueba Myers-Briggs conoce las diversas casillas que la componen. Parece que a los departamentos de recursos humanos les gusta utilizar el Myers-Briggs Type Indicator (MBTI) para «tipificar» a la gente. Más de dos millones y medio de personas se examinan del MBTI todos los años, y muchas de las cien principales compañías de la lista de Fortune lo utilizan. Fundamentalmente, se trata de una prueba de personalidad, aunque más sutil que las que suelen publicar algunas revistas. Las personas contestan a una serie de preguntas en cuatro categorías básicas (actitud hacia la energía, percepción, juicio y orientación ante los acontecimientos de la vida), y sus respuestas indican si son más una cosa u otra en cada una de estas categorías (por ejemplo, más extrovertidos o introvertidos). A partir de las cuatro categorías y de los dos sitios en los que la gente encaja en estas categorías, el test identifica dieciséis tipos de personalidad. El mensaje subyacente del test es que tú y cada una de los otros seis mil millones de personas del planeta encajáis en una de estas dieciséis casillas.

Esto plantea varios problemas. Uno es que ni la señora Briggs ni su hija, la señora Myers, tenían ninguna cualificación en el campo de las pruebas psicométricas cuando diseñaron el test. Otro es que a menudo los que lo hacen no se ajustan con nitidez a ninguna de las categorías cuando son sometidos al MBTI. Suelen estar simplemente un poco más hacia un lado de la línea que hacia el otro (un poco más extrovertido que introvertido, por ejemplo), en vez de ser claramente una cosa u otra. Lo más curioso, sin embargo, es que muchas de las personas que repiten el test acaban dentro de una casilla diferente. Según algunos estudios, esto sucede en al menos la mitad de los casos, lo que indica que, o un inmenso porcentaje de nuestra población tiene serios problemas de trastorno de la personalidad, o que el test no es un indicador fidedigno de «tipificación».

Yo creo que dieciséis tipos de personalidad es una estimación demasiado baja. Mi cálculo estaría más cerca de los seis mil millones (aunque tendría que revisar esta estimación en las futuras ediciones del libro, ya que la población sigue aumentando).

Otro de los tests es el Hermann Brain Dominance Instrument. Este test no me disgusta tanto porque habla de preferencias cognitivas en términos que creo que a la mayoría de las personas les parecerían aceptables. Al igual que el MBTI, el Hermann Brain Dominance Instrument (HBDI) es un instrumento de valoración a partir de las respuestas de los participantes a una batería de preguntas. No busca encasillar a las personas. En lugar de eso, intenta mostrarles cuál de los cuatro cuadrantes del cerebro utilizan con más frecuencia.

El cuadrante A (hemisferio cerebral izquierdo) guarda relación con el pensamiento analítico (acopio de datos, entender cómo funcionan las cosas, etc.). El cuadrante B (hemisferio izquierdo del sistema límbico) guarda relación con el pensamiento enfocado a la acción (organizar y seguir instrucciones, por ejemplo). El cuadrante C (hemisferio derecho del sistema límbico) está relacionado con el pensamiento social (expresar ideas, búsqueda del significado personal). El cuadrante D (hemisferio cerebral derecho) guarda relación con el pensamiento de futuro (visión de conjunto, pensar en metáforas).

El HBDI certifica que todo el mundo está capacitado para utilizar cada uno de estos estilos de pensamiento, pero intenta indicar cuál de ellos es el dominante en cada individuo. Al parecer su función estriba en que las personas tenemos más posibilidades de ser eficaces en el trabajo, en el juego, en cualquier actividad, si entendemos cómo abordar cada uno de estos cometidos. Aunque no me gusta clasificar a las personas, y cuatro modalidades me siguen pareciendo pocas, tengo la impresión de que esta es una aproximación más abierta que la de Myers-Briggs.

El riesgo de decir que hay un número determinado de tipos de personalidad, un número fijo de formas de pensamiento predominantes, es que cierra puertas en lugar de abrirlas. Para que el Elemento sea accesible a todo el mundo, tenemos que admitir que la inteligencia de cada persona es diferente de la inteligencia de cualquier otra persona del planeta, que todo el mundo tiene una forma única e incomparable de encontrar el Elemento.

Sacar conclusiones

A los dos años de edad, Terence Tao aprendió a leer por su cuenta viendo Barrio Sésamo e intentó enseñar a contar a otros niños utilizando los números de los edificios de apartamentos. En un plazo de un año hacía ecuaciones matemáticas de dos dígitos. Antes de su noveno cumpleaños, hizo el SAT-M (una versión específicamente matemática del SAT que se daba sobre todo a los candidatos a la universidad) y sacó un 99 sobre 100. Obtuvo el doctorado a los veinte años, y con treinta ganó una Fields Medal, considerada el premio Nobel de Matemáticas, y una beca MacArthur.

El doctor Tao es extraordinariamente superdotado. Se ha ganado el mote de «el Mozart de las matemáticas», y las salas donde da sus conferencias —sobre matemáticas— se llenan de gente que tiene que quedarse incluso de pie. Su historial académico indica que podría haber tenido éxito en diferentes disciplinas, pero su verdadera vocación, su descubrimiento del Elemento, llegó por medio de las matemáticas cuando era un niño.

Así lo contaba en una entrevista: «Recuerdo que de niño me fascinaban los esquemas y los enigmas de las manipulaciones de los símbolos matemáticos. Creo que lo más importante para que te interesen las matemáticas es tener la habilidad y la libertad necesarias para jugar con ellas: ponerte pequeños desafíos, idear pequeños juegos, etc. Para mí fue muy importante tener buenos mentores porque me dio la oportunidad de intercambiar opiniones acerca de este tipo de entretenimientos matemáticos; el ámbito de una clase formal es, desde luego, el mejor para aprender la teoría y las aplicaciones, así como para comprender la materia en conjunto, pero no es un buen lugar para aprender a experimentar. Uno de los rasgos de carácter que puede ayudar es tener gran capacidad de concentración, y quizá ser un poco testarudo. Si decían algo en clase que solo entendía en parte, no me daba por satisfecho hasta que llegaba al fondo de la cuestión; me molestaba no entender a la perfección la explicación. Así que a menudo pasaba mucho tiempo con cosas muy simples hasta que podía entenderlas hacia delante y hacia atrás, y eso es de gran ayuda cuando luego uno progresa hacia partes más avanzadas de la materia».

En otra entrevista, el doctor Tao explicó: «No tengo ninguna habilidad mágica. Miro un problema y lo encuentro parecido a uno que ya he hecho antes; pienso que puede que la idea que me sirvió entonces tal vez me sirva con este. Si nada da resultado, pienso en algún pequeño truco que lo haga un poco más sencillo, pero eso no basta. Juego con el problema y después de un rato logro descifrar qué sucede. Si experimento lo suficiente, llego a una comprensión más profunda. No se trata de ser listo, ni siquiera rápido. Es como escalar un acantilado: ayuda que seas muy fuerte y rápido, y que tengas mucha cuerda, pero debes idear una buena ruta para poder subir. Calcular con rapidez y saber muchos datos es como ser un escalador fuerte, ágil y con buenas herramientas, pero aun así necesitas un plan (esa es la parte más difícil) y tienes que ver el conjunto».

Es probable que Terence Tao se encuentre a sí mismo en la zona con regularidad. Tiene mucha suerte porque, además de nacer con raras habilidades, llegó a su versión del Elemento cuando era muy, muy pequeño. Encontró el lugar en el que su inteligencia y su pasión se unían y nunca volvió la vista atrás.

Lo que podemos deducir de su devoción por las matemáticas y de la atracción magnética que ejercen en él, tiene resonancias para todos nosotros. Creo que es importante que descubriera su pasión a tan temprana edad y pudiera expresarla antes de que le quitaran los pañales (en realidad, no estoy seguro de que el doctor Tao todavía llevara pañales a los dos años de edad; supongo que también fue un genio a la hora de aprender a utilizar el retrete). Pudo ser lo que por naturaleza estaba inclinado a ser antes de que el mundo le pusiera ninguna limitación (más adelante hablaremos de estas restricciones). Nadie iba a decirle a Terence Tao que dejara las matemáticas porque ganaría más dinero siendo abogado. En ese sentido, él y otros como él tienen el camino despejado hacia el Elemento.

Pero también ellos proporcionan un camino, ya que nos muestran el valor de hacernos una pregunta de vital importancia: si pudiera hacer lo que quisiera —si no tuviera que preocuparme por ganarme la vida o por lo que los demás piensen de mí—, ¿qué me gustaría estar haciendo? Es probable que Terence Tao nunca tuviera que preguntarse qué iba a hacer con su vida. Posiblemente nunca utilizó el Myers-Briggs Type Indicator ni el Hermann Brain Dominance Instrument para determinar qué opciones profesionales eran más indicadas para él. Lo que tenemos que hacer es contemplar nuestro futuro, y el de nuestros hijos, nuestros colegas y nuestra comunidad con la misma simplicidad inocente que tienen los niños superdotados cuando sus talentos naturales aparecen por primera vez.

Se trata de mirar a los ojos a tu hijo, o a las personas que te importan, e intentar entender quiénes son de verdad, en vez de acercarte a ellas con una plantilla que indique quiénes pueden llegar a ser. Esto es lo que hizo el psicólogo con Gillian Lynne, y lo que hicieron los padres de Mick Fleetwood y de Ewa Laurance. Si pudieran hacer lo que quisieran, ¿qué harían? ¿En qué tipo de actividades tienden a implicarse por propia voluntad? ¿Qué clase de habilidades sugieren? ¿Qué es aquello que absorbe más su interés? ¿Qué tipo de cuestiones y de observaciones hacen?

Tenemos que entender qué es lo que los lleva a ellos y lo que nos lleva a nosotros a la zona.

Y necesitamos determinar qué implica esto en el resto de nuestra vida.