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A cualquier precio
Gabriel Trop es un estudiante brillante. Cuando le conocí se encontraba en Berkeley haciendo un doctorado en literatura alemana. Ese trabajo significa mucho para él, pero no es la única cosa que le apasiona. También siente una atracción arrolladora por la música. «Si perdiera el uso de mis manos —me dijo—, mi vida se acabaría».
A pesar de todo, Gabriel nunca ha considerado la idea de convertirse en músico profesional. De hecho, durante mucho tiempo no quiso tener nada que ver con la música. En los primeros años de secundaria, Gabriel miraba con lástima a los estudiantes de música, que cargaban con los voluminosos instrumentos dentro de su funda de un lado a otro del campus y acudían al instituto antes que todo el mundo para asistir a los ensayos. Aquello no era para él, en especial lo de acudir al instituto tan pronto. Se prometió en secreto evitar la música.
Sin embargo, un día que estaba al piano, tocando las teclas ociosamente en la clase de música que formaba parte del plan de estudios del instituto, se dio cuenta de que tenía facilidad para distinguir las melodías. Con un mal presentimiento, también se percató de que le gustaba hacerlo. El profesor de música se había acercado como si tal cosa para escuchar y Gabriel intentó que no se notara lo mucho que estaba disfrutando. No debió de hacerlo demasiado bien, porque el profesor le dijo que tenía buen oído y le propuso que fuera al almacén de música para ver si alguno de los instrumentos que había allí le atraía.
Un amigo de Gabriel tocaba el violoncelo, razón por la que decidió probar uno de los que había en el almacén. Descubrió que le encantaba la forma y el tamaño del instrumento, así como el sonido profundo y armonioso que despedía al puntear las cuerdas. Uno de los violoncelos en concreto tenía «un maravilloso olor a barniz de colegio». Decidió romper su promesa y darle una oportunidad. Cuando empezó a practicar, lo hizo de manera despreocupada, pero enseguida descubrió que le encantaba y que cada vez pasaba más tiempo haciéndolo.
De ahí en adelante, Gabriel practicó tan a menudo y con tanta intensidad que en un par de meses ya tocaba razonablemente bien. En un año se convirtió en el violoncelista principal de la orquesta del instituto. Esto quería decir, desde luego, que llegaba al centro muy temprano, arrastrando el voluminoso instrumento de su funda de un lado a otro del campus ante la compasiva mirada de los que no eran músicos.
A Gabriel también le encantan la literatura, el alemán y el trabajo académico. En algún momento tuvo que tomar una dura decisión y elegir entre la música y la vida académica como eje principal de su vida. Después de una larga lucha interior, escogió la literatura alemana porque pensó que le permitiría dedicar tiempo al violoncelo, mientras que si elegía el mundo de la música, apenas le quedaría tiempo para estudiar a fondo la poesía alemana: «Escogí la literatura porque me pareció compatible con la intensidad de interpretar música; si hubiese elegido ser músico profesional tendría que haber abandonado casi por completo mi pasión por la literatura. Así que este arreglo fue el que encontré para seguir siendo un entregado violoncelista y mantener un alto grado de implicación con el estudio literario».
Gabriel ensaya cuatro horas al día y sigue actuando (hace poco interpretó un concierto para cello con la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Berkeley, en California). No sabe cómo podría sobrevivir sin una inmersión regular en la práctica y el disfrute de la música. Dice que llamar «hobby» a esto sería ridículo. La música es fundamental en su vida, y es en ella donde ha encontrado su Elemento.
En el sentido más genuino de la palabra, Gabriel es un músico aficionado. Y no querría que fuese de otra manera.
Por amor al arte
A un nivel muy básico, los profesionales de cualquier campo son aquellas personas que se ganan la vida en ese campo, mientras que los aficionados no. Pero a menudo los términos «aficionado» y «profesional» implican algo más: algo acerca de la calidad y la pericia. Con frecuencia las personas piensan que los aficionados pertenecen a una especie de segunda clase, aquellos que realizan una actividad muy por debajo de un nivel profesional. Los aficionados son aquellos que gesticulan como locos en las producciones de teatro locales, que puntúan más de cien en el curso de golf o que escriben bonitas historias sobre mascotas en el periódico gratuito de la ciudad. Cuando llamamos a alguien «principiante», utilizamos la palabra en sentido peyorativo. Estamos apuntando que el asunto del que estamos hablando no se acerca en modo alguno a lo profesional, que el esfuerzo es un tanto vergonzoso.
A veces es perfectamente razonable trazar distinciones bien definidas entre los profesionales y los aficionados. Al fin y al cabo pueden darse diferencias enormes entre ellos. Si tuviese que hacerme una vasectomía, preferiría con mucho ponerme en manos de alguien que hiciera este tipo de cosas para ganarse la vida en lugar de en las manos de alguien que lo hiciera de vez en cuando por afición. Pero a menudo las diferencias entre profesionales y aficionados tienen menos que ver con la calidad que con la elección. Muchas personas, como Gabriel, actúan a nivel profesional en los campos de especialización que aman pero escogen no ganarse la vida de esa manera. No son profesionales en ese campo porque no se ganan la vida con eso. Son, por definición, amateurs (aficionados). Pero no hay nada de «aficionado» en su habilidad.
La palabra «amateur» deriva de la palabra latina «amator», que significa «amante», amigo devoto, o alguien que busca ávidamente un objetivo. En el sentido original de la palabra, un amateur es alguien que hace algo por amor al arte. Los amateurs hacen lo que hacen porque les apasiona, no porque les permita pagar las facturas. En otras palabras, los verdaderos aficionados son aquellas personas que han encontrado el Elemento en alguna actividad fuera de su trabajo.
En «La revolución pro-am», un informe para el think tank británico Demos, Charles Leadbeater y Paul Miller subrayaron que era cada vez más frecuente un tipo de amateur que trabaja con estándares muy altos y consigue progresos a veces mayores que los que llevan a cabo los profesionales: de ahí el término «pro-am». En muchos casos, la nueva tecnología está proporcionando aparatos antes inasequibles para el amateur: chips CCD para telescopios, herramientas profesionales para los músicos, avanzados softwares de edición para los ordenadores personales, etc. Leadbeater y Miller señalan el surgimiento del hip-hop, un género musical que comenzó con la distribución de cintas de elaboración casera.
En esta línea, indican que el sistema operativo Linux es una obra en colaboración creada por una gran comunidad de programadores durante su tiempo libre. La campaña de abolición de la deuda externa, que tuvo como resultado la disminución en miles de millones de dólares de la deuda de países del Tercer Mundo, comenzó a partir de las peticiones de personas que no tenían ninguna experiencia profesional en hacer de «lobby». Un astrónomo amateur tiene el crédito de haber descubierto una supernova utilizando un telescopio de veinticinco centímetros.
«Un “pro-am” se dedica como amateur a una actividad determinada sobre todo por amor al arte, pero tiene un nivel profesional —dicen Leadbeater y Miller—. Los “pro-ams” tienen pocas posibilidades de obtener más que una pequeña parte de sus ingresos mediante su pasatiempo, pero se dedican a él con la entrega y el compromiso de un profesional. Para los “pro-ams”, el tiempo libre no es consumismo pasivo sino activo y participativo; supone desarrollar habilidades y un conocimiento acreditado públicamente, a menudo construido durante una larga carrera profesional que les ha supuesto sacrificios y frustraciones».
Leadbeater y Miller llaman «pro-ams» a «un nuevo híbrido social»; indican que practican su pasión fuera del lugar de trabajo, pero con una energía y dedicación que se dan pocas veces en aquellas actividades que se realizan durante el tiempo libre. Los «pro-ams» encuentran vigorizante este nivel de intensidad, que a menudo ayuda a compensar trabajos poco estimulantes.
Algunas personas hacen realmente un trabajo extraordinario como amateurs. Arthur C. Clarke fue un escritor de ciencia ficción de gran éxito editorial, autor, entre otras novelas, de 2001: Una odisea espacial y El jardín de Rama[13]. Había empezado su carrera de escritor siendo oficial de la Real Fuerza Aérea británica. Mientras estaba allí, observó a los científicos en la división radar de las Fuerzas Aéreas y le fascinó su trabajo. En 1945 publicó un artículo en la revista Wireless World titulado «Transmisiones extraterrestres: ¿pueden las estaciones espaciales dar cobertura mundial?». En él propuso el uso de satélites situados en órbitas geoestacionarias para la transmisión de señales de televisión alrededor del mundo.
La mayoría de los científicos descartaron esa propuesta como otra obra de ciencia ficción. Sin embargo, Clarke tenía gran interés en el tema y lo estudió a fondo. Su tesis estaba bien fundada técnicamente y, como ahora sabemos, fue totalmente profética. En la actualidad, la órbita geoestacionaria específica que propuso Clarke se conoce como la órbita Clarke y la utilizan cientos de satélites. Si bien Clarke se ganó la vida en la estratosfera de la lista de los libros más vendidos del New York Times, fue la obra que realizó como amateur (en especial una carta a los editores de Wireless World que precedía a su artículo) la que figura en el Museo Nacional del Aire y del Espacio.
Susan Hendrickson no ha tenido nunca una profesión fija. Abandonó la escuela secundaria, se convirtió en experimentada submarinista, aprendió por sí misma a identificar especímenes marinos raros, se convirtió en experta en encontrar fósiles de insectos atrapados en ámbar, y ha llevado una vida polifacética como exploradora y aventurera. En 1990, Hendrickson se unió a una expedición arqueológica en Dakota del Sur dirigida por el Black Hills Institute of Geological Research. El trabajo avanzó muy despacio. El grupo examinó seis afloramientos y no hizo ningún descubrimiento significativo. Pero un día, mientras el resto del equipo estaba en la ciudad, Hendrickson decidió explorar el único afloramiento del que tenían un plano. Allí descubrió unos huesecillos. Esos huesos llevaron hasta el fósil más grande y completo de Tyrannosaurus rex jamás descubierto y una de las pocas hembras que se han encontrado hasta el momento. Hoy día el esqueleto se exhibe en el Field Museum de Chicago. Su nombre, Tyrannosaurus Sue, se lo debe a la arqueóloga aficionada que la desenterró.
En su libro The Amateurs, David Halberstam escribe sobre cuatro atletas que intentaron ganar el oro olímpico en 1984. A diferencia del atletismo en pista o de los jugadores de baloncesto que podían canjear un éxito olímpico por grandes contratos profesionales (entonces el Comité Olímpico no dejaba que los jugadores de la NBA participasen) o acuerdos promocionales, los sujetos a los que Halberstam siguió —remeros— no tenían ninguna oportunidad de ganar dinero con sus victorias. Lo hacían simplemente por amor al deporte y porque se sentirían realizados si conseguían ser los mejores.
El libro presta mayor atención a Christopher «Tiff». Wood. Halberstam llama a Wood «la personificación del amateur. Había dejado a un lado su carrera profesional y su matrimonio a cambio de intentar sobresalir en un deporte que importaba poco a sus compatriotas y que no tenía, por tanto, absolutamente ninguna remuneración en publicidad». A los treinta y un años, Wood era demasiado mayor para este tipo de deporte (al menos a nivel olímpico), pero tenía una misión. Había sido suplente en los Juegos de 1976 y no llegó a competir. Era el capitán del equipo que tenía que ir a Moscú en 1980, pero como protesta contra la invasión soviética de Afganistán, Estados Unidos decidió que no acudiría a esos juegos.
Para Wood, los Juegos Olímpicos de 1984 eran la última oportunidad de conseguir una medalla de oro. Dentro de la pequeña pero entregada comunidad del remo se había convertido en algo parecido a un hijo predilecto. Resulta que Tiff Wood no consiguió el oro. Sin embargo, este hecho es solo parte de la historia. Lo que destaca en la descripción que Halberstam hace de Wood y de los otros remeros es la pasión y la satisfacción asociadas a una actividad puramente amateur. Tiff Wood descubrió el Elemento en sus logros no profesionales. Su trabajo solo era un trabajo. El remo era su vida.
Estar en tu Elemento no quiere decir necesariamente dejar todo lo demás y dedicarte a ello a tiempo completo todos los días. Para algunas personas, en ciertas etapas de su vida, simplemente no es práctico dejar su trabajo o sus obligaciones para ir en pos de lo que les apasiona. Otras personas escogen no hacerlo por un montón de razones. Mucha gente se gana la vida haciendo una cosa, y luego saca tiempo y espacio en su vida para hacer lo que de verdad le gusta. Algunas personas hacen eso porque emocionalmente es más coherente. Otras, porque sienten que no tienen más opción que perseguir sus pasiones «de manera adicional».
Hace un par de años adquirí un coche en un concesionario de Santa Mónica. No resultó fácil. Hubo un tiempo en que la única decisión que tenías que tomar al comprar un coche era si comprarlo o no. Ahora tienes que pasar un examen interminable tipo test para elegir entre cientos de acabados, adornos y accesorios que se interponen entre tú y la versión que en realidad quieres. Este tipo de decisiones me superan. Necesito ayuda para decidir qué me pongo por la mañana, donde las opciones son muchas menos y los riesgos, mucho menores. Cuando por fin me decidí, el vendedor Bill y yo nos habíamos hecho amigos y estábamos planeando nuestra reunión anual.
Mientras esperábamos el papeleo final —otro largo proceso— le pregunté a qué se dedicaba cuando no estaba trabajando. Sin vacilar, me contestó que era fotógrafo. Le pregunté qué fotografiaba, dando por hecho que se refería a bodas familiares y mascotas. Me dijo que era fotógrafo deportivo. Le pregunté qué deportes cubría. «Solo surf», dijo. Me intrigó y le pregunté por qué. Me explicó que de joven había sido surfista y que le encantaba la belleza y la dinámica de ese deporte. Después del trabajo, los fines de semana y durante las vacaciones —siempre que podía— se iba a la playa de Malibú a tomar fotografías. Llevaba años haciéndolo y había acumulado cámaras, trípodes y lentes valorados en miles de dólares. Cuando disfrutaba de unas vacaciones más largas, viajaba hasta Hawai y Australia para captar la gran ola con la cámara.
Me interesé por si había publicado alguna de sus fotografías. Me dijo que sí, y abrió el cajón de su escritorio. Estaba lleno de revistas de surf de gran calidad. En todas había fotografías suyas. Su trabajo era muy, muy bueno.
Quise saber si alguna vez había pensado en ganarse la vida con ese trabajo. «Me encantaría —dijo—, pero no pagan demasiado bien». A pesar de todo, la fotografía del surf era su pasión, y una de las cosas que hacía que su vida mereciese la pena. Mientras miraba esas asombrosas fotografías profesionales, le pregunté qué pensaba de ellas su jefe. «Él no sabe nada de esto —me dijo Bill—. No tiene nada que ver con cómo hago mi trabajo, ¿no?».
En eso no estoy seguro de que tuviera razón. En realidad creo que su afición podría tener mucho que ver con cómo Bill desempeñaba su trabajo, como es probable que sea el caso de todas las personas que descubren el Elemento en una ocupación no relacionada con su empleo. Supongo que la satisfacción y emoción que Bill encontró fotografiando surfistas hizo que le fuera mucho más fácil de lo que él pensaba ser eficiente en el trabajo, relativamente aburrido, de ayudar a los clientes a escoger entre docenas de muestras de pintura, opciones de acabados y decisiones acerca de los complementos. El desahogo creativo que encontró en la fotografía hizo que fuera mucho más paciente y atento en su trabajo diario.
La necesidad de un desahogo de este tipo se manifiesta de muchas formas. Una que me parece fascinante es la creación de una banda de rock de empresa. A diferencia del equipo de softball de la compañía, que tiende a hacer su alineación con los jóvenes de la mensajería, estas bandas suelen tener una alineación de altos ejecutivos (a menos que alguien de la mensajería sea un buen bajista) que soñaron con ser estrellas del rock antes de dedicarse a otras profesiones. La pasión con la que tocan muchos de estos músicos aficionados muestra que semejante pasatiempo ofrece un grado de realización que no encuentran en su trabajo por mucho éxito que hayan alcanzado en él.
Desde hace cuatro años se organiza en Nueva York una especie de festival de rock organizado a beneficio de la institución benéfica A Leg to Stand On. Lo que distingue a este concierto benéfico de todos los demás es que cada miembro de cada una de las bandas (a excepción de un par de semiprofesionales) está en el negocio de los fondos de cobertura. Una de las notas de prensa de la empresa de fondos de cobertura Rocktoberfest afirma: «Durante el día, la mayoría de los intérpretes administran dinero, pero cuando apagan las pantallas de los mercados, comienza la música».
Tim Seymour, uno de los intérpretes, observó: «Hacia las once de la noche todo el mundo está pensando o en el viaje en tren de las cuatro de la mañana siguiente o en el hecho de que los mercados de Tokio están abiertos». Pero mientras dura el espectáculo es una pura juerga, con gerentes versionando éxitos musicales, vistiendo escasa ropa y haciendo las veces de coro. El contraste entre el trabajo diario y esto es impresionante y, según todo indica, liberador para los que participan.
Transformación
Encontrar el Elemento es imprescindible para alcanzar una vida equilibrada y satisfactoria. También puede ayudarnos a entender quiénes somos en realidad. En la actualidad tendemos a identificarnos con nuestro trabajo. A menudo la primera pregunta en una fiesta o reunión social es: «¿A qué te dedicas?». Respondemos obedientemente con una descripción de primera sobre nuestra profesión: «Soy profesor», «Soy diseñador», «Soy chófer». Es posible que si no tienes un trabajo remunerado te sientas algo incómodo y necesites dar una explicación. A muchos de nosotros nuestro trabajo nos define incluso ante nosotros mismos e incluso si el trabajo que hacemos no expresa quiénes sentimos que somos en realidad. Esto puede ser especialmente frustrante si tu trabajo no te satisface. Si en tu trabajo no encuentras el Elemento, es aún más importante que lo descubras en otra parte.
En primer lugar, puede enriquecer todo lo demás que hagas. Hacer lo que te encanta y que se te da bien aunque sea durante un par de horas a la semana puede ayudarte a que todo lo demás sea más llevadero. Pero en algunas circunstancias puede conducirte a transformaciones que no imaginabas posibles.
Khaled Hosseini emigró a Estados Unidos en 1980, se licenció en medicina en los noventa e inició su carrera profesional practicando medicina interna en la zona de la bahía de San Francisco. Sin embargo, en el fondo sabía que quería ser escritor y contar la historia de su vida en el Afganistán anterior a la invasión soviética. Mientras ejercía de médico, comenzó a trabajar en una novela acerca de dos niños de Kabul. Esa novela se convirtió en el libro Cometas en el cielo, que ha vendido más de cuatro millones de ejemplares y que recientemente ha dado lugar a una película.
La búsqueda por parte de Hosseini de sus intereses más profundos, incluso mientras trabajaba duro en otra profesión, lo transformó de forma radical. El éxito de Cometas en el cielo le ha permitido tomarse un largo período sabático y dedicarse plenamente a la escritura. Publicó su segunda novela, Mil soles espléndidos, en 2007. En una entrevista reciente dijo: «Disfrutaba ejerciendo la medicina y siempre me sentí muy honrado con que los pacientes confiaran en mí para que los cuidara a ellos y a sus seres queridos. Pero escribir siempre había sido mi sueño, desde que era niño. Me siento increíblemente afortunado y privilegiado porque la escritura sea, por lo menos por ahora, mi medio de vida. Es un sueño hecho realidad».
Como Khaled Hosseini, la medicina fue la primera profesión de Miles Waters. Comenzó a ejercer de dentista en Inglaterra en 1974. Pero como a Hosseini, a Waters le apasionaba un campo de especialización totalmente distinto. En el caso de Waters se trataba de la música popular. Había tocado en bandas de música en el colegio y había escrito canciones. En 1977 fue reduciendo progresivamente su dedicación al trabajo de dentista para así tener más tiempo para componer canciones. Le llevó varios años hacer pequeñas incursiones, pero a la larga escribió varios éxitos musicales y comenzó a ganarse la vida en el campo de la música. Dejó la odontología durante un tiempo y se dedicó por completo a escribir y producir; colaboró en el álbum de Jim Capaldi (de la legendaria banda de rock Traffic), que contiene trabajos de Eric Clapton, Steve Winwood y George Harrison. Se ha movido en los mismos círculos que Paul McCartney y David Gilmour, de Pink Floyd. Hoy día, va y viene entre la música y la odontología; mantiene la consulta pero sigue componiendo y produciendo.
John Wood amasó una fortuna como director comercial de Microsoft. Sin embargo, durante un viaje al Himalaya encontró una escuela en un pueblo pobre que tenía cuatrocientos cincuenta estudiantes pero solo veinte libros, ninguno de ellos infantil. Wood le preguntó al director cómo se las arreglaba la escuela con semejante escasez de libros; la respuesta del director impulsó a Wood a ayudarle: empezó a reunir libros y fondos para este y otros colegios; trabajaba en ello por las noches y los fines de semana mientras se ocupaba de su trabajo diario, enormemente exigente. Por último, dejó Microsoft por su verdadera vocación: Room to Read, una organización sin fines lucrativos cuyo objetivo es extender la alfabetización a los países pobres. Varios de sus colegas de Microsoft pensaron que había perdido el juicio. En una entrevista, Wood lo explicaba así: «Para muchos de ellos era incomprensible. Cuando se enteraron de que dejaba aquello para hacer cosas como entregar libros cargados sobre los lomos de los burros, pensaron que estaba loco». Room to Read no solo ha transformado a Wood, sino a miles y miles de personas. Esta organización sin ánimo de lucro ha creado más de cinco mil bibliotecas en seis países en sus primeros años de vida, y continúa la expansión hasta alcanzar las diez mil bibliotecas en quince países en 2010.
Más allá del tiempo libre
Hay una importante diferencia entre tiempo libre y entretenimiento. En un sentido general, ambos conceptos indican procesos de regeneración física o mental. Pero tienen connotaciones distintas. Generalmente se piensa en el tiempo libre como aquello opuesto al trabajo. Sugiere algo pasivo, que no requiere esfuerzo. Tendemos a pensar en el trabajo como algo que nos quita energía. El tiempo libre es lo que tenemos para volver a acumularla. El tiempo libre ofrece un respiro, un receso pasivo de los desafíos del día, una oportunidad de descansar y recargarnos. El entretenimiento conlleva un tono más activo: recrearnos literalmente a nosotros mismos. Sugiere actividades que requieren de un esfuerzo físico o mental pero que incrementan nuestra energía en vez de agotarla. Yo asocio el Elemento mucho más con el entretenimiento que con el tiempo libre.
Suzanne Peterson es directora gerente de una firma de preparadores y profesora de gestión empresarial en el Centro para un Liderazgo Responsable en la Escuela de Dirección y Liderazgo Global de la Universidad estatal de Arizona. Es, también, una bailarina de campeonato, ganadora dos veces del Holiday Dance Classic en Las Vegas y del campeonato latino Hotlanta US Open Pro-Am en 2007, entre otros.
Suzanne tomó algunas clases de baile cuando era adolescente, pero nunca lo consideró seriamente como una posible salida profesional. Suzanne sabía que quería ser ejecutiva desde que estaba en la escuela secundaria: «No crecí sabiendo exactamente a qué quería dedicarme, pero sabía que quería llevar trajes de chaqueta, hablar a grandes grupos de gente, conseguir que me escuchasen y tener un alto cargo. Por alguna razón, siempre me sentí capaz de llevar trajes de chaqueta. Y me gustaba la idea de presentarme ante grupos de gente y tener algo importante que decir. Cuando era joven, el baile no era una pasión, era algo que hacía porque ¿qué otra cosa hacen las chicas por afición si no quieren jugar al fútbol ni al béisbol?».
Su redescubrimiento del baile y la intensa emoción que le acompañó llegó casi de forma accidental: «Solo estaba buscando un hobby y mi éxito y motivación acabaron sacando lo mejor de mí. Tenía unos veintiséis años y estaba en la escuela de posgrado. En ese momento, la salsa y el swing se estaban poniendo de moda, así que simplemente iba al estudio de baile y observaba. Imitaba lo que hacían los profesores. Lenta pero segura, empecé a tomar clases en grupo y luego algunas particulares. Lo siguiente que sé es que ahora ocupa una parte enorme de mi vida. Así que en realidad no fue una progresión basada en la creencia de que tuviese el talento necesario y, en cierto modo, el nivel de habilidad básico para ello. Pero a lo mejor mi lado académico me permitió estudiarlo y concentrarme en él como hacía con cualquier otro tema.
»Y lo estudiaba literalmente como cualquier otra ciencia académica. Con una visualización enorme. Me sentaba en los aviones y me imaginaba participando en todos los bailes. Así que cuando no podía ensayar físicamente, lo hacía mentalmente. Podía sentir la música. Podía sentir las emociones. Podía ver las expresiones faciales. Y al día siguiente llegaba al estudio de baile y lo hacía mejor. Y mi pareja de baile decía: “¿Cómo has mejorado tanto de un día para otro? ¿No estabas volando a Filadelfia?”, y yo contestaba: “Oh, ensayé en el avión”. Y literalmente llegaba a practicar hasta dos horas ininterrumpidas en mi cabeza.
»Afronté el baile como afronto mi carrera profesional: das el 110 por ciento de ti misma y te sientes fuerte y poderosa. Y me di cuenta de que cuando haces eso en el baile es demasiado. Pierdes tu feminidad y de repente te ves reflejada en la cara de todo el mundo. El lado empresarial es poder y confianza y todas esas cosas. Y el baile es vulnerabilidad y sensualidad, todo suave. Voy del uno al otro y los disfruto por igual».
De hecho, Suzanne parece haber encontrado su Elemento de múltiples formas. Le encanta su profesión, y le encanta lo que hace como entretenimiento: «Si realmente estoy enseñando algo sobre liderazgo que me apasione, tengo exactamente la misma sensación, solo que es una emoción distinta. Quiero decir que me siento segura y poderosa, muy conectada con la audiencia, y quiero marcar la diferencia. Y luego, en el baile, me siento más vulnerable, un poco menos segura. Pero ambos son escapes en diferentes sentidos y siento que me sumerjo totalmente en ellos y que me emocionan profundamente».
Sin embargo, su vida ha ganado sentido porque ha escogido una ocupación recreativa con la que no solo se entretiene sino que se siente realizada: «Me ha enseñado más sobre comunicación de lo que nunca aprendí estudiando la materia. Te das cuenta del efecto que tienes sobre otra persona. Si estás de mal humor, esa persona lo sabe solo con tocarte la mano. De la misma forma, puedo sentir en mi cabeza la perfecta conexión que se da en una asociación, la perfecta comunicación. Me siento muy feliz. Es una experiencia fluida. Me refiero a que es una completa liberación. No pienso en nada. No pienso ni en las cosas buenas de mi vida, ni en las malas. La verdad, no me distraería ni una ráfaga de ametralladora. Es realmente asombroso».
La hermana de Suzanne, Andrea Hanna, trabaja en Los Ángeles como secretaria ejecutiva. Al igual que Suzanne, ha encontrado una ocupación fuera de su trabajo que añade dimensión a su vida.
«Antes de mi último año en el instituto no me gustaba escribir —me contó—. Mi profesora de inglés nos pidió que escribiésemos un ensayo convincente de ingreso a la universidad sobre lo que quisiéramos. Como me sucedía con la mayoría de los deberes escolares, me aterrorizaba la idea de sentarme a escribir un ensayo de cinco párrafos que simplemente iba a acabar cubierto de bolígrafo rojo. Aun así, finalmente me senté y escribí acerca de lo poco preparada que me sentía para comenzar la universidad pero de lo emocionada que estaba de empezar un nuevo período en mi vida. Era el primer ensayo que escribía para el colegio con sentido del humor. También se trataba del primer ensayo en el que podía escribir acerca de algo en lo que era una experta: sobre mí misma. Para mi sorpresa, a mi profesora le encantó y lo leyó en clase. También lo inscribió en un concurso de escritura. Gané el primer premio y me pidieron que lo leyera delante de un gran grupo de escritoras profesionales. ¡Incluso publicaron mi fotografía en el periódico! Fue muy emocionante y me dio más confianza en mí misma al entrar en la universidad.
»Siempre me han dicho que tengo una voz de escritora muy potente. La gente siempre me dice: “Puedo oírte mientras te leo”. En la universidad empecé a enviar a mis amigos el ocasional e-mail cómico que resumía nuestros fines de semana. Convertía a cada uno de mis amigos en un personaje y adornaba la historia lo justo para provocar las risas que quería. Mis e-mails comenzaron a circular entre grupos de amigos y al poco tiempo acabé recibiendo la respuesta de alguien a quien no conocía diciéndome lo bueno que era lo que yo escribía. Sentaba muy bien ser tan buena en algo que yo hacía de forma tan natural.
»El verano entre mi segundo y tercer año de universidad conseguí trabajo como recepcionista en una emisora de radio. Al cabo de un mes comencé a escribir espacios publicitarios divertidos para la emisora. Al jefe de la emisora le encantaron mis ideas y las sacó al aire. Todos mis amigos sintonizaban la emisora para escuchar mis anuncios cómicos, muchos de los cuales protagonizaba yo misma. Sentaba muy bien oír mi trabajo producido y provocar la reacción que yo había buscado conseguir.
»A medida que se reconocía mi trabajo, comencé a darme cuenta de que tenía talento para algo que quizá podría llegar a ser una carrera profesional. Entré en la industria del entretenimiento nada más acabar la universidad. Tuve varios empleos en los que trabajaba para guionistas de televisión y productores de cine, aprendiendo los trucos del oficio. Tras años de llevar cafés y de lavar los coches de los ejecutivos, comprendí que muchos de estos “trabajo ideales” eran algunos de los menos creativos. En cierto momento soñé con llegar a ser guionista de Saturday Night Live, pero para mí los plazos límites semanales y los ambientes con un alto grado de estrés le quitaban todo el disfrute. Comencé a pensar: ¿por qué un sueldo confirma mi talento? Al fin y al cabo, simplemente me encanta hacer reír a la gente y si uno de mis sketches, relatos o e-mails divertidos hace que alguien se monde de risa, bueno, eso es más que suficiente para mí. Comencé a ser mucho más feliz cuando llegué a esta conclusión.
»Cuando pienso en ello, creo que la principal razón por la que disfruto escribiendo comedia es porque al hacerlo me siento ocurrente e inteligente. Me pasé muchos años sintiéndome una tonta debido a que nunca sobresalí en el colegio. Escribir me da confianza y me hace sentir que crezco como persona».
El objetivo de este tipo de esparcimiento es llevar un equilibrio adecuado a nuestra vida: un equilibrio entre ganarse la vida y vivir la vida. Tanto si podemos pasar la mayor parte de nuestro tiempo en nuestro Elemento como si no, es esencial para nuestro bienestar que conectemos de algún modo y en algún momento con nuestras verdaderas pasiones. Cada vez es más la gente que lo hace a través de redes, clubes y festivales, formales e informales, para compartir y celebrar los intereses creativos que tienen en común. Estos incluyen coros, festivales de teatro, clubes de ciencia y campamentos de música. La felicidad personal procede tanto de la realización emocional y espiritual que esto pueda conllevar como de las necesidades materiales que podamos satisfacer con el trabajo.
El estudio científico de la felicidad es un campo relativamente nuevo. En cierto modo comenzó con un falso arranque con Abraham Maslow, hace seis décadas, cuando apuntó que pasamos demasiado tiempo intentando entender la psicología de nuestros rasgos positivos en vez de centrarnos exclusivamente en lo que nos hace estar mentalmente enfermos. Por desgracia, a la mayoría de sus contemporáneos les inspiraron poco sus palabras. Sin embargo, el concepto adquirió mucha fuerza cuando Martin Seligman se convirtió en presidente de la American Psychological Association y, acuñando el término psicología positiva, anunció que el objetivo de su mandato de un año de duración era promover la investigación sobre lo que hacía que los seres humanos llegaran a alcanzar el éxito. Desde entonces, los científicos han dirigido docenas de estudios sobre la felicidad. El doctor Michael Fordyce, en su libro Human Happiness, escribió: «Las personas felices parecen divertirse mucho más que lo que jamás nos divertiremos el resto de nosotros. Disfrutan de muchas más actividades que hacen por diversión, y pasan mucho más tiempo, de un determinado día o semana, haciendo actividades divertidas, emocionantes y agradables».
Descubrir el Elemento no te asegura que te hagas rico. Es posible que en realidad ocurra todo lo contrario, ya que explorar tus pasiones puede llevarte a dejar atrás esa carrera profesional como intermediario de inversiones para hacer realidad tu sueño de abrir una pizzería. Tampoco promete hacerte más famoso, más popular, ni siquiera que tu familia te valore más. Estar en el Elemento, incluso durante una parte del tiempo, puede aportar nueva riqueza y equilibrio a la vida de cualquiera.
El Elemento consiste en una concepción más dinámica y orgánica de la existencia humana, en la que las diferentes partes de nuestra vida no se ven como si estuviesen cerradas herméticamente, la una separada de la otra, sino interactuando e influyéndose entre sí. Estar en nuestro Elemento en cualquier momento de nuestra vida puede transformar la imagen que tenemos de nosotros mismos. Tanto si lo hacemos a tiempo completo o parcial, puede tener un efecto en toda nuestra vida y en la de aquellos que nos rodean.
El novelista ruso Aleksandr Solzhenitsyn lo vio con claridad: «Si quieres cambiar el mundo, ¿por quién empiezas? ¿Por ti, o por los demás? Creo que si empezamos por nosotros mismos y hacemos las cosas que necesitamos hacer y llegamos a ser la mejor persona que podamos llegar a ser, tenemos más oportunidades de cambiar el mundo para bien».