Seis
Eleanor fue directamente al sofá que acababa de dejar vacío la condesa. Sin preocuparle lo que Jack pensara de ella, se quitó los zapatos y colocó las piernas sobre los cojines, escondiendo los pies bajo la falda de su vestido.
—¡Qué personas tan distintas! Sólo tienen en común lo desagradables que son todas —le dijo con desesperación en la voz—. Menos mal que tenían otro compromiso esta noche.
Jack la miraba, parecía sorprenderle que ella se hubiera puesto tan cómoda en su presencia. Pero le siguió el ejemplo. Se sentó en el sofá frente al suyo, se desabrochó la pajarita y se quitó el almidonado cuello, desabrochando el botón superior de su camisa.
—¿Qué pasaba en la sala de música cuando entré?
—Bueno, parece que la señora Phelps bebió algo más de la cuenta —le dijo mientras se frotaba uno de sus gemelos—. Tanto que no me hubiera sorprendido que bebiera directamente de la botella. Es una mujer muy infeliz, Jack. Pero parece que le gusta mucho oír su propia voz.
—Entonces, ¿llenó rápidamente con palabras todos los silencios?
—Algo así. Para resumiros lo que me contó, os diré que Harris Phelps se casó con ella por su dote, que usó después para presentar a su hermana en sociedad con la intención de que hiciera una buena boda que los sacara de las dificultades económicas. Seguro que se alegraron mucho cuando vieron que el conde de Chelfham se interesaba en ella.
—Y de qué manera… Seguro que no se os pasó por alto cómo la condesa lo llamó para que le sirviera una copa. Lo trata como a un perro faldero.
—No, no se me pasó por alto. Pero, según Miranda Phelps, se comporta así porque ella está encinta. Supongo que el conde, al ver que por fin tendrá un heredero, le consiente todo lo que ella quiere.
Jack estaba seguro de que el conde no era solícito con su mujer sólo porque estuviera encinta. Un hombre entrado en años y poco atractivo como él estaría encantado de que una joven bella como la condesa le permitiera entrar en sus aposentos. Pero decidió que era mejor no decírselo a Eleanor.
—No os sorprenderá saber que el conde trata a Phelps tan mal como su esposa a su cuñada. En cuanto a Eccles, empiezo a pensar que ese hombre no sabe nada de nada, aunque parece que cosecha también algunos beneficios. Supongo que, cuando eres alguien con tan poca altura humana como Phelps, es agradable estar cerca de alguien aún peor para poder patearlo cuando te apetece.
—Pero, ¿por qué iba a necesitar a Eccles para eso? ¿No sería bastante con su esposa? Parece claro que la desprecia —dijo Eleanor mientras seguía frotándose la pierna.
Él no pudo aguantarlo más. Se puso en píe y fue a sentarse a su lado, tomando su gemelo entre las manos.
—¿Qué estáis…? ¡Jack, no, no hagáis eso! —protestó Eleanor intentando apartar sus manos—. Estoy bien.
—Sé que lo estáis —repuso él mientras agarraba su rodilla y con la otra le masajeaba el gemelo con cuidado de no descubrir el pie—. ¡Dios mío! Tenéis el músculo agarrotado. Relajaos y dejad que os ayude. ¿Tenéis dolores así a menudo?
—No tan malos como éste. Supongo que hoy me he movido demasiado. No he parado ni un momento.
Jack tuvo cuidado de mantener los ojos lejos de su pierna. Se concentró en su rostro y en el dolor que reflejaba, intentando no pensar en que tenía las manos bajo su vestido.
Masajeó con cuidado su gemelo y el tobillo. Después lo hizo con el pie. Era pequeño y frágil. Colocó el talón sobre una de sus manos e intentó moverlo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la articulación no funcionaba. Era como si sus huesos estuvieran soldados.
—¿Qué ocurrió, Eleanor? ¿Os dañasteis cuando se hundió vuestro barco? —le preguntó—. ¿No es eso lo que dijisteis?
—No recuerdo haber dicho nada de eso.
—Bueno, supongo que entonces me lo imaginé yo —dijo sin dejar de masajear para que se relajara—. ¿Fue así como sucedió?
Eleanor asintió y respiró profundamente antes de hablar.
—El barco se estaba hundiendo y… Y yo me escondí bajo cubierta. Allí estaba cuando me encontró Jacko. Era una niña asustada…
Ella no pareció darse cuenta de que, mientras hablaba, él deslizaba sus manos hacia arriba y acariciaba ahora la parte de atrás de su rodilla. La sensación de su piel y las medias de seda estaban provocando una reacción en su cuerpo de la que sabía que debería avergonzarse.
—Entonces, Jacko os encontró y salvó. Pero estabais herida…
Eleanor quería decirle la verdad, necesitaba decírsela a alguien, pero sabía que eso de nada le serviría.
—Jacko me entregó a Chance, creo que nunca lo habéis conocido. Me sostenía en sus brazos mientras corría escaleras arriba. Todo estaba en llamas, caían cosas por todas partes y todo el mundo gritaba…
—¿Un fuego? Pero el barco se hundió por culpa de una tormenta, ¿no?
—Bueno, no sé. Era muy pequeña y estaba muerta de miedo. No recuerdo bien qué pasó. A lo mejor cayó una lámpara y provocó el fuego. No sé. Me han contado que Chance me dejó en el suelo un momento y que yo eché a correr. A lo mejor iba a buscar a mis padres, no sé. Me dijeron que algo cayó encima de mí y atrapó mi pierna. Lo cierto es que recuerdo ver a Jacko, pero nada más después de eso. Y tampoco tengo memoria de mi vida antes de ese accidente. Jacko me asustó cuando me encontró y me dedicó una de sus terroríficas sonrisas. Creo que grité y me desmayé. No me desperté hasta llegar a cubierta con Chance.
—Bueno, yo no soy una niña asustada y también tuve ganas de gritar cuando lo conocí —le dijo él.
—Es un hombre muy leal —lo defendió ella—. Bueno, creo que ya me encuentro mejor —le dijo.
Creía que había hablado demasiado y que lo había hecho sin pensar. No podía hacerlo cuando él estaba acariciando su pierna. Apenas sentía ya el dolor.
Jack sacó las manos de mala gana y la ayudó a incorporarse en el sofá.
—Despacio, Eleanor. No queremos que vuelva el dolor. Dejad que os ayude con los zapatos.
Se dio cuenta al sentarse de que estaban muy juntos.
—Gracias, pero no es necesario. A veces, cuando tengo tanto dolor, estoy más cómoda sin zapatos.
—¿Os dolía mucho la pierna la primera noche que pasasteis aquí?
Recordó entonces que había estado descalza cuando Jack la sorprendió mirando sus cosas en la biblioteca. Sonrió y lo miró con atrevimiento.
—¿Queréis que mienta y os diga que sí?
Jack tomó su barbilla y se acercó más a ella.
—Sois un puñado de contradicciones, Eleanor Becket. Creo que sois honesta y al minuto siguiente me miráis con esos ojos de cervatillo y me mentís sin siquiera pestañear. Me pregunto si podré distinguir las verdades de las mentiras algún día. Si podréis confiar en mí…
«No puedo creer que le haya contado lo del fuego, ha sido un terrible desliz», pensó ella.
—Confío en vos, Jack. No estaría aquí, en Londres, y mucho menos en esta habitación si no lo hiciera.
—Entonces, ¿confías en mí lo suficiente como para dejar que haga esto?
Y la besó entonces, abrazándola mientras lo hacía.
Ella se quedó helada entre sus brazos, pero sólo por un momento. Porque se dio cuenta entonces de que estaba justo donde había deseado estar durante los dos años anteriores. Elevó las manos y rodeó su torso, abrazándolo también. Jack profundizó en el beso y la obligó a recostarse de nuevo en el sofá. Pero esa vez, él la siguió. La besaba con tal ternura y deseo que no sabía qué pensar, estaba estremecida.
Jack deslizó una de sus manos por su cuerpo, rozando su cadera y bajando hasta su pierna sana.
Estaban fundidos, el uno al lado del otro. Jack había temido aplastar su delicado cuerpo con su peso.
Se percataba de que era una locura, pero ella sabía tan bien… Era una delicia besarla.
No pudo evitar pensar en Jacko y en su advertencia, pero no duró mucho.
—Eleanor —susurró en su oído cuando dejó de besarla—. No os estoy haciendo daño, ¿verdad?
—No, siempre supe que nunca podríais hacerme daño, Jack.
Vio cómo se abrían sus ojos al ser consciente de lo que acababa de admitirle. Esa mujer llevaba tiempo soñando con él. Sintió cómo el cuerpo de Eleanor se tensaba entre sus brazos y se apartaba ligeramente.
Se sintió fatal, como un auténtico canalla, como si estuviera aprovechándose de ella y de lo que sentía por él. Aunque no podía haberlo sabido, creía que debería habérselo imaginado. Después de todo, él era el único hombre que visitaba de vez en cuando Becket Hall. Era natural que una mujer solitaria y soltera como ella fantaseara con él.
Tenía que facilitarle las cosas, salir de ese momento tan embarazoso sin avergonzarla más de lo que ya lo había hecho.
Se incorporó y ayudó a Eleanor a sentarse también.
—Bueno, creo que ahora sí que la he hecho buena —le dijo mientras recogía del suelo sus zapatos plateados—. ¿Os parece que compartamos la responsabilidad de lo que ha pasado? Es culpa vuestra por ser tan encantadora y mía por aprovecharme de la hija de mi buen amigo.
—Muy bien —repuso ella con un hilo de voz—. Ha sido una velada muy complicada, supongo que se puede justificar algo así, pero también espero que entendáis que no puede volver a repetirse. Ahora, si me disculpáis…
Antes de que Jack pudiera contestarla, ya se había puesto en pie y salía de allí. Su cojera no era apenas apreciable.
Miró los zapatos que aún sostenía en la mano y pensó que estaría mejor sin ellos. Se dio cuenta entonces de que el derecho tenía el tacón más alto, había sido adaptado para su condición. No lo entendía. Porque ella parecía más cómoda descalza. No tenía sentido que los zapatos fueran distintos. Se imaginó que eso sería más una molestia que una ayuda.
—Me alegraré mucho cuando todo termine y ella vuelva a Romney Marsh —murmuró mientras miraba las escaleras.
Ella había subido por las mismas minutos antes, de camino a un dormitorio que estaba comunicado con el suyo por una puerta. Se rió de sí mismo. Una cosa era que ella le mintiera, pero él tenía que dejar de engañarse a sí mismo. Estaba seguro de que no se alegraría cuando se fuera.
Fue hasta la sala de música y, en penitencia por lo que había hecho, decidió recoger las partituras que llenaban el suelo. Era una pequeña penitencia, pero sabía que a Eleanor no le gustaría que los criados tuvieran más trabajo por su culpa. Le daba la impresión de que cada día la conocía menos, pero eso sí que lo tenía claro.
Estaba recogiéndolas cuando vio la carpeta de Eleanor. La señora Phelps había insistido en verlas, pero ella se había negado con firmeza.
Terminó con las partituras y, tomando el cartapacio, lo llevó al despacho y lo dejó sobre su escritorio.
Miró la carpeta durante un tiempo. La miró y no la tocó.
No quería abrirla, sabía que no estaba bien, pero recordó que ella había mirado entre sus cosas.
Intentó convencerse de que si había reaccionado como lo hizo con la carpeta era porque era modesta y no quería mostrar sus dibujos, pero otra parte de él le recordaba que ella le ocultaba cosas y que tenía derecho a verla.
—¡Qué demonios! —exclamó finalmente abriendo el portafolios.
Había dentro papeles de todos los tamaños. El primero le hizo sonreír. Era un dibujo a carboncillo de Cluny echándose una siesta. Había pocos detalles, como si fuera sólo un rápido bosquejo antes de que el sujeto se despertara.
Había más dibujos del mismo tipo. Capturaba mucho con muy pocos trazos, le pareció increíble.
Había algunos del ama de llaves, la cocinera, el mayordomo.
Y otro de él. Se imaginó que lo habría hecho de memoria. Parecía estar enfadado, tenía el ceño fruncido y en la mano lo que podía ser su diario. Eleanor le había pintado unos pequeños cuernos en la cabeza. Estaba claro que, aunque hubiera fantaseado con él, no lo idolatraba.
—A lo mejor no me admira tanto como creía… —murmuró.
—¿Ya estáis hablando solo?
Cluny entró entonces en el despacho.
—Habéis vuelto muy pronto hoy.
—Sí, la pelea de gallos no tenía mucho interés. ¿Qué tal todo por aquí? ¿Qué es eso?
Sonrió mientras pasaba las hojas. Esas eran más grandes y eran acuarelas de la casa de Becket Hall.
—Son dibujos de la mansión de los Becket. Ahora ya sabréis cómo es. Así era la primera vez que lo vi. Era un frío y lluvioso día de invierno.
—Yo habría seguido cabalgando, amigo. Parece un lugar tenebroso y fantasmagórico.
—No, no es así. Mirad esta otra acuarela. Así es en los días soleados y aquí hay una terraza que da al Canal. Eleanor tiene mucho talento, ¿verdad?
—¿Son de ella? —preguntó sorprendido.
—Sí, deberíais ver el dibujo que os hizo.
—No, gracias. Ya sé qué aspecto tengo y no estoy orgulloso.
Jack siguió mirando las acuarelas, disfrutando de su talento, pero una le borró la sonrisa de la cara.
—¡Maldición!
Cluny se acercó a él para ver por qué había reaccionado así.
—¿No habíais dicho que la joven nunca había salido de Becket Hall? —preguntó su amigo—. Sabéis qué es eso, ¿verdad?
—Sí, Cluny. Lo sé. Recuerda que ya estuvimos explorando el sitio durante nuestras investigaciones. No hay duda alguna. Es Chelfham Hall, la casa del conde.
—Tenéis la sensación de que los Becket se han estado burlando de vos, ¿no es cierto?
Se quedó pensativo unos instantes. Después miró hacia el techo.
—¿Recordáis esa idea vuestra? ¿La de los secretos de alcoba?
—Claro —repuso Cluny mientras servía dos copas de vino.
Jack se sentó. Le dolía la traición, era un trago muy amargo.
—Creo que no sois el único que ha estado pensando en ello…