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Dos

Jack Eastwood iba sentado en uno de los asientos de la calesa de los Becket. Tenía las piernas estiradas delante de él y cruzadas a la altura de los tobillos, los brazos sobre el pecho y el ala del sombrero cubriendo sus ojos cerrados. Iba sentado de espaldas a la marcha. Después de todo, era un caballero y, en compañía de una dama, había que procurar que ella fuera lo más cómoda posible. Prefería además, ir sentado allí que al lado de esa joven.

Estaba cansado. Muy cansado, tanto mental como físicamente. Se había pasado una semana investigando en las costas francesas, averiguando toda la información posible y hablando con los pocos contactos que le quedaban allí. Eran hombres a los que habían hecho muy ricos. Creía que casi todos eran malnacidos que estarían dispuesto a vender a su propia madre por unos cuantos beneficios.

Durante los dos últimos años, había conseguido comprar información sobre Bonaparte a ambos lados del Canal, mientras mercadeaba con la banda del Fantasma Negro. Era información que había pasado de forma anónima al Ministerio de la Guerra de su país. Eso había conseguido que se sintiera mejor consigo mismo por el tipo de trabajo que tenía, si es que podía considerarse un trabajo.

Pero no estaba listo aún para dejar de hacerlo. No había conseguido acercarse a los dirigentes de la banda de los Hombres de Rojo durante los dos años que había estado a las órdenes de Ainsley Becket, hombre al que se había acercado con ese propósito.

Sonrió satisfecho al recordar cómo había conseguido ganarse la confianza de Ainsley. Le había pagado bastante dinero a un marinero griego para que hiciera trampas mientras jugaba con Billy. Él mismo le dijo al oído que lo estaban engañando y, en cuestión de segundos, toda la taberna estaba metida en una tremenda pelea. Billy había estado tan borracho que nunca pudo recordar que Jack fue el que lo incitó a enfrentarse con el tramposo marinero. La trifulca le dio la oportunidad de defender a su nuevo amigo y llevarlo a la casa de los Becket.

Pero poco después se dio cuenta de que Ainsley Becket no era el cabecilla de la banda de los Hombres de Rojo. Había estado casi convencido de lo contrario, pero resultó no ser así. Para colmo de males, había acabado por apreciar a ese hombre.

Ainsley era un contrabandista, pero no un delincuente, su principal objetivo era ayudar a las necesitadas gentes de Romney Marsh. Muchos de sus vecinos estaban sufriendo entonces por culpa de los bajos precios de la lana y de los otros productos que trataban de vender. No se trataba de ganar dinero fácil, sino de sobrevivir. La banda del Fantasma Negro sólo actuaba para proteger a los suyos.

Lo que más le había llamado la atención era comprobar que la familia Becket no se quedaba con nada de los beneficios. Pero, aunque loable, su actividad sería condenada de igual forma por las autoridades si se enteraban de lo que ocurría.

Le había preocupado que Ainsley y Jacko decidieran dar por terminadas sus andanzas después de las complicaciones que habían sufrido últimamente, pero le había sorprendido ver que, no sólo no lo habían hecho, sino que el propio Ainsley le había ofrecido a su extraña hija para que lo ayudara a descubrir a los dirigentes de la banda de los Hombres de Rojo.

Y se enfrentaba entonces a otro problema más, porque no tenía ni idea de qué hacer con esa joven. Parecía demasiado frágil para tan delicada operación.

Desde que salieran de la propiedad de los Becket la tarde anterior, la dama no le había dedicado más de una docena de palabras. Parecía tímida y retraída. No sabía cómo iba a poder sacar información de las otras esposas. Creía que su ayuda no sólo no le serviría de nada sino que podría ponerla además en peligro.

Lamentaba no haberse negado a tiempo y haber rechazado su ofrecimiento. Pero algo en los enormes ojos de Eleanor Becket le había afectado a un nivel que no podía ni quería comprender. Había visto en su mirada mucha determinación y fuerza, pero también algo que parecía desesperación.

Se había metido en un buen lío. Su primera intención había sido descubrir a un contrabandista y había acabado por convertirse en uno de ellos. Podía intentar convencerse de que sólo era un agente, un intermediario, pero lo cierto era que se había involucrado más de lo necesario y podía acabar en la horca si lo descubrían.

Su vida no tenía ya nada que ver con la del soldado que había sido en España. Fue entonces cuando se enteró de que su primo había desaparecido, probablemente asesinado a manos de contrabandistas.

—¿Señor Eastwood, estáis dormido?

Levantó levemente el ala de su sombrero y miró a Eleanor Becket.

—Disculpadme, señorita.

 

 

Eleanor vio cómo Jack Eastwood se incorporaba en su asiento, como si de verdad le importara saber qué tenía ella que decirle.

—No, no os disculpéis, tenéis motivos más que suficientes para estar exhausto. La posada era horrible. Todo estaba sucio y la comida era detestable. Hasta las sábanas parecían no haber sido lavadas en meses. Debería haber traído mi propia ropa de cama de casa —comentó ella—. El caso es que veo que nos acercamos ya a Londres y he pensado que quizá deseéis hablarme de cómo vamos a… De cómo vamos a actuar.

—Tenéis razón, señorita Becket —respondió Jack mientras se quitaba el sombrero y se pasaba una mano por el pelo—. Pero lo cierto es que no lo había pensado. No sé cómo vamos a actuar.

—¿De verdad? —repuso ella sorprendida.

Había estado convencida de que él sabría qué iban a hacer, que tendría un plan definido hasta el más mínimo detalle. Por un segundo, pensó que quizás hubiera sido un error por su parte embarcarse en esa aventura.

Era una mujer práctica, no lo podía evitar. Según Morgan, era esa parte de ella la que la había convertido en una solterona. No le gustaba, pero ella era como era y estaba claro que, en su casa, alguno de ellos tenía que tomar las riendas y estar a cargo de los demás. En su familia, esa persona responsable y cumplidora era ella.

—Muy bien, señor Eastwood —repuso enfurruñada.

Sintió que se había ruborizado y separó las manos enguantadas que había tenido cruzadas modestamente sobre su regazo durante las tres últimas horas. Tiempo durante el cual había sentido ganas de quitarle el sombrero y conseguir que se sentara derecho en el asiento, en vez de estar allí tirado con aspecto algo desaliñado. Pero se había controlado para no recriminarle nada, hasta había bajado la cortina de la ventana para que el sol no lo molestara y pudiera descansar.

—¿Qué quiere decir con eso, señorita Becket? —preguntó Jack entonces mientras la miraba con aparente interés.

Ella levantó la barbilla y le contestó mientras enumeraba con ayuda de sus enguantados dedos.

—En primer lugar, señor Eastwood, estamos casados, al menos para los ojos del mundo. Eso incluye al personal de vuestra casa en Portland Square. Por tanto, ellos me llamarán señora Eastwood y vos os dirigiréis a mí como Eleanor. Yo, por mi parte, os debería llamar Jack.

—¿No me llamaréis «cariño» o algo así? —preguntó él con una picara sonrisa—. ¡Qué lástima!

Eleanor bajó ligeramente la cabeza y apartó la vista de él. Después volvió a mirarlo con firmeza.

—Si me permitís que continúe.

—Disculpadme, señorita… Disculpadme, Eleanor.

—Disculpas aceptadas. Estoy segura de que esto es difícil para los dos. Lo entiendo —repuso ella.

Lamentaba ser tan formal, pero no estaba acostumbrada a actuar de ningún otro modo. Decidió, no obstante, hacer un esfuerzo.

—Si lo preferís, podéis usar el diminutivo por el que me llama mi familia, Elly.

—Muy bien. Pero vos podéis llamarme «querido» si lo preferís, Elly.

Se tapó la boca con la mano fingiendo un bostezo cuando todo lo que hacía era ocultar una sonrisa.

—¿Os estáis burlando de mí?

—Sólo quería que nos deshiciéramos un poco de la tensión que parece existir en el ambiente. Todo irá bien, Elly, os lo prometo. Mis empleados son muy discretos, por eso los he contratado.

—Muy bien. No creo que tenga ningún problema allí, la verdad. He leído mucho sobre cómo llevar bien una casa de grandes dimensiones y estoy preparada. Y lo que más me servirá, sin duda alguna, es mi experiencia en Becket Hall. Necesitaré, no obstante, una doncella a mi servicio para que me acompañe si tengo que salir de la casa sola. Eso también lo leí en alguna parte. Las damas no salen solas a la calle.

—¿Tenéis pensado salir mucho, Elly?

No dejaba de llamarla por su diminutivo. Ella hubiera preferido que se dirigiera a ella por su nombre de pila y se arrepintió de haberle ofrecido una alternativa. Después de todo, ella no era su hermana.

—Bueno, me gustaría conocer un poco la ciudad y sus monumentos, si es que eso es posible.

—Así que es cierto lo que me suponía. Esta es vuestra primera visita a la capital. ¿Es que no fue presentada en sociedad de jovencita?

—¿Tan obvia es mi avanzada edad?

—Bueno, lamento haber sido tan impertinente. Entonces, ¿sois más joven que vuestra hermana la condesa?

—No, habéis acertado. Yo soy la mayor, pero preferí no tener una fiesta de puesta de largo.

—¿Por qué? Por culpa de vuestro…

Se interrumpió antes de terminar la frase.

—Lo siento mucho. Parece que hoy no consigo hablar sin ofender.

—No hay problema, señor… Quiero decir, Jack. Tarde o temprano, tendremos que pasar por esto. Después de todo, sabéis muy poco de vuestra nueva esposa. Tengo veintiún años y nunca tuve presentación formal en sociedad. De pequeña, sufrí una lesión en mi pierna y en mi pie que me ha dejado una ligera cojera. Me duele cuando no lo muevo y me afecta también cuando el tiempo está revuelto. Quitando esas molestias, no es algo que me suponga un problema. No estoy avergonzada ni tampoco presumo de ello. Pero preferiría que lo ignorara y no se preocupara por ello. Soy perfectamente capaz de llevar acabo la misión que he aceptado.

—Bueno, más que aceptarla, os ofrecisteis directamente, a pesar de que vuestro padre no parecía estar demasiado conforme con vuestros deseos —repuso Jack mientras parecía contener una sonrisa—. Pero me gustaría saber por qué queríais participar en todo esto.

Ella, como el resto de su familia, tenía una extraña facilidad para mentir.

—Bueno, desde que llegara a Becket Hall con seis años de edad, apenas me he movido de allí. Fue entonces cuando me convertí en un miembro más de la familia. Supongo que estáis al tanto de que Cassandra es la única hija biológica de mi padre y que todos los demás llegamos a la casa siendo huérfanos.

—Sí, lo sé. Por supuesto. Es algo que nunca ha dejado de intrigarme.

—Bueno, no hay nada extraño en ello. Conocéis bien a mi padre y sabéis lo generoso que es —repuso ella—. El caso es que las historias que Morgan me ha contado sobre Londres han despertado mi curiosidad y me di cuenta de que deseaba visitar la ciudad. Mi intención no era entrar en la alta sociedad de la metrópoli, no soy tan ingenua como para creer que sería aceptada, pero creí que estaría bien aprovechar esta oportunidad. Además, estoy tan deseosa como vos de acabar con nuestro principal problema. Después de todo, se trata de mi familia y no quiero que corra peligro.

—Entiendo —repuso él mientras miraba por la ventana de la calesa.

Ya habían entrado en Londres y avanzaban por calles adoquinadas.

Jack se puso en pie y fue a sentarse a su lado.

—¿Cómo pensáis entrar en contacto con otras damas?

Eleanor se sintió aliviada de volver al tema que les preocuparía en esos días, no quería tener que darle más explicaciones sobre su vida. Se sentía incómoda al tenerlo tan cerca, pero intentó ignorar su presencia. Creía que empezaba ya a acostumbrarse a estar en su compañía. Casi.

—No pienso hacer nada al respecto. Mi intención es sentarme en silencio y escucharlas. He aprendido que la gente no soporta los silencios y los llenan con cualquier cosa.

Jack pareció quedarse pensativo, como si estuviera reflexionando sobre lo que Eleanor acababa de decirle. Se quedaron en silencio y él, incómodo tal y como ella había previsto, habló de nuevo.

—Empiezo a darme cuenta de que, de los dos, yo soy el aficionado y vos la profesional, Elly. ¿Sabe Ainsley cuánto habéis escuchado mientras fingíais estar concentrada en vuestros bordados o en vuestros cuadros? Porque es así como os recuerdo siempre que os he visto en la casa.

—Me halaga que sea capaz de recordarme —repuso ella con firmeza.

No le tembló la voz, pero le dolió que sus sospechas hubieran sido ciertas. Siempre había temido que ella fuera casi invisible para ese hombre. Jack, en cambio, se había convertido en el centro de su existencia.

—¡Vaya! Casi puedo sentir en el rostro su bofetada. Me la merezco por insultaros así —repuso él mientras tomaba su mano y se la llevaba a los labios—. Pero os prometo que haré todo lo posible por ser un marido devoto y expiar así mis muchos pecados.

Incómoda, apartó su mano sin dejar de mirarlo. Le costaba respirar, pero se esforzó en fingir tranquilidad.

—Dudo mucho que la gente se comporte como Morgan y Ethan. No tenéis que ser devoto, bastará con que nos comportemos de forma civilizada.

 

 

Jack estaba convencido de que le había hecho daño. No sabía cómo lo había hecho, pero parecía claro que la había ofendido. Sabía que lo mejor era concentrarse en lo que tenían entre manos y contarle sus planes para infiltrarse en el grupo de tres caballeros que parecían estar a la cabeza de la banda de los Hombres de Rojo.

Después, cuando estuviera por fin a solas, podría pensar en esa mujer, extraña y de aspecto débil, que parecía estar hecha de acero toledano, como la había descrito Jacko.

—Empezaremos mañana —le dijo mientras la calesa se detenía y avanzaba después lentamente entre el espeso tráfico del centro de la ciudad.

Le extrañaba que Eleanor tuviera la cortina de la ventana cerrada en su lado, sobre todo después de que le hubiera confesado que estaba deseosa de conocer la ciudad y sus monumentos. Le pareció que esa joven guardaba más secretos de lo que parecía. O quizás prefiriera estar discretamente oculta en la penumbra. Aquello le hubiera parecido aún más absurdo porque era un joven bastante atractiva.

—Muy bien, mañana me parece bien, Jack. ¿Qué pensáis hacer?

—Creo que empezaré con lady Beresford. Puede que no estemos en Londres el tiempo necesario como para beneficiarnos de ese contacto y conseguir ser presentados en sociedad de una manera más oficial y amplia, pero creo que sería buena idea hacerle llegar de todos modos la carta que Ethan escribió para nosotros.

—Mi padre dice siempre que un poco de honestidad consigue tapar muchas mentiras. Así al menos podréis mencionar el nombre de esa mujer en presencia de los tres hombres con los que deseáis tratar.

Eleanor habló con cuidado, no quería parecer ansiosa ni que Jack se diera cuenta de que estaba deseando conocer a esos hombres, sobre todo a uno de ellos.

—Sí, pero recordad que ya he empezado a tratar con Harris Phelps. Él suele acudir a algunos de los locales de juegos de la zona de Mayfair. Sir Gilbert Eccles, por su parte, es más un seguidor que un líder. Allá donde vaya Phelps, Eccles lo seguirá.

Eleanor tragó saliva antes de hablar.

—¿Y el tercero? Creo que dijo que era un conde, ¿no?

—Sí, el conde de Chelfham. Se llama Rawley Maddox. Es el mayor de los tres. Creo que tiene veinte años más. Como le dije a vuestro padre, parece el más inteligente de los tres y el que me interesa de verdad. Si me molesto en tratar con Eccles y Phelps es sólo para poder llegar a conocer a Chelfham. Me convendría mucho que cultivarais la amistad de su esposa. Ella es la hermana de Phelps, supongo que por eso se tratan. He oído que es bastante joven, sólo algunos años mayor que vos.

—¿En serio? ¡Qué extraño!

—No es extraño. Parece que lo que desea es tener descendientes. Su primera esposa murió después de caerse por las escaleras. La segunda falleció al dar a luz y el bebé tampoco sobrevivió. Si Chelfham muere sin dejar descendencia, el título se quedaría vacante.

La cabeza le daba vueltas a Eleanor al oír todo aquello.

—Creo que el término adecuado es «extinto». El título se quedaría extinto si no hay posibles herederos. Su condado de Chelfham se quedaría durmiente si no hay heredero o heredera que lo reclame y pruebe que tiene derecho a ese título. Y acabaría en desuso si aparece más de una persona que pueda calificarse de beneficiario legítimo del mismo.

 

 

Jack la miró con incredulidad y sacudió la cabeza. No pudo evitar recordar las clases con su tutor al escuchar a esa mujer contarle todo aquello.

—¿En serio? —preguntó divertido.

—Sí. Bueno, eso creo —repuso ella con una sonrisa—. Mi padre tiene una gran biblioteca y yo, bastante tiempo libre.

Su sonrisa lo dejó sin respiración un segundo. Le parecía una criatura extraña. Era muy educada y casi remilgada, pero parecía estar ansiosa por complacer a los demás.

—Habéis dicho que podría haber herederos o herederas. Sería interesante que sólo tuviera hijas, ¿no os parece?

Eleanor bajó la vista antes de hablar.

—Algunos títulos nobiliarios, la verdad es que muy pocos, pueden ser heredados tanto por hombres como por mujeres. Y, por supuesto, las fortunas privadas y las tierras que no formen parte del patrimonio del título pueden ser entregados a quien uno desee.

Jack se recostó en su asiento. Estaba muy intrigado y sorprendido. Lo cierto era que no le importaban esas cosas y pensaba que el conde de Chelfham, si estaba en lo cierto y era culpable de contrabando, no tendría por qué preocuparse de eso.

—Sois una fuente inagotable de conocimiento, ¿no es así? Veo ahora claro hasta qué punto podéis llegar a ser útil en esta misión. No sólo sois una dama, sino una muy cultivada. Me imagino que todo el mundo se preguntará cómo una criatura tan refinada y educada como vos accedería a contraer matrimonio con un hombre rudo como yo.

Eleanor levantó la vista y lo miró algo extrañada. Después volvió a bajar los ojos y fijarse en su regazo. No entendía muy bien lo que había pasado, lo que acababa de decirle.

«Una criatura tan refinada y educada como vos», se repitió ella.

Pero no se había sorprendido por las palabras en sí, sino por cómo las había pronunciado. Había notado un tono cantarín en su enunciado y no pudo evitar que le recordara a Paddy O'Rourke, un vecino del pueblo. Pero no lo entendía. Jack Eastwood era inglés, no irlandés. Todos sabían que era inglés. Les había dicho que había nacido en Sussex. Pero estaba segura de que había notado en sus palabras un sutil acento irlandés.

Al menos eso había creído.

Cerró los ojos frustrada consigo misma. Sabía que no podía ser. Se había pasado toda la vida desconfiando de los demás y eso la había convertido en una persona nerviosa y asustadiza. Se recordó que su propio padre confiaba en Jack Eastwood. Y también Courtland y los demás. Si su familia creía que ese hombre era digno de confianza, decidió que ella no era nadie para opinar de otra forma.

Deseaba más que nada ver al conde de Chelfham y estaba decidida a ayudar a Jack Eastwood a descubrir la verdadera identidad de los cabecillas de la banda de los Hombres de Rojo. Pero creía que antes que nada debía recordar que debía ser fiel a ella misma y no confiar en nadie más, aunque se tratara de Jack Eastwood.

Su vida, que hasta dos días antes había sido tranquila y casi aburrida, estaba de repente llena de demasiadas posibilidades de que todo acabara mal.