Dieciséis
Tanner estaba a los pies de la escalera, con la esperanza de parecerles a los demás tan sólo un hombre que no tenía nada que hacer en aquel momento, aunque estaba seguro de que parecía un joven perdidamente enamorado a la espera de que apareciera su amor.
Separarse de Lydia había sido lo más difícil que había hecho en su vida.
No habían hablado. Cuando su pasión se calmó, para él fue suficiente atraerla hacia sí, besarle el pelo, sentir su mejilla contra el pecho y sentir satisfacción por el hecho de no haberle causado más dolor del necesario. Ella había encontrado su mano bajo la sábana y se la había llevado a los labios, y le había besado las yemas de los dedos antes de entrelazar sus dedos con los de él y apretarle la mano mientras se quedaba dormida.
Tanner nunca se había sentido tan poderoso, ni tampoco tan vulnerable. Ella confiaba en él. Tanner sabía que, si a Lydia le ocurría algo alguna vez, su vida terminaría. El amor era maravilloso, pero también atemorizante. Y, no obstante, él no cambiaría lo que sentía ni por todos los tesoros de Oriente…
—¿No tienes otra cosa que hacer que apuntalar esa pared? —le preguntó Justin, mientras se metía el ultimo trozo de rollito de azúcar en la boca. Claramente, acababa de salir del comedor privado—. Si hubiera sabido que teníamos todo este tiempo que perder, no habría insultado a Wigglesworth engullendo el desayuno. Ese hombre tiene un temperamento delicado, ¿sabes?
—Pido disculpas al temperamento de Wigglesworth. Estamos esperando a las damas —dijo Tanner—. Han desayunado en sus habitaciones, y bajarán pronto. La lluvia de anoche, seguramente, ha embarrado las carreteras. Y, como no tenemos muchas posibilidades de que salga el sol para que seque el barro, deberíamos salir cuanto antes. ¿Es suficiente esta explicación, o quieres que me arrastre ante Wigglesworth por ti?
—Sobrevivirá. Ah, ahí viene tu encantadora prima. Vaya, y se marcha de nuevo. Debe de haber olvidado algo en su habitación. Bueno, de todos modos, cuando vuelva la acompañaré al coche. ¿O preferirías que esperara a Lydia? No, no —dijo, alzando una mano—, creo que sé cuál es la respuesta a esa pregunta.
—Me parece que no me gusta tu sonrisa —dijo Tanner precavidamente.
—¿De verdad? Y yo que pensaba que disfrutabas de mi compañía… Incluso fui a verte anoche, alrededor de las doce, para hacerte partícipe de algunas ideas, todas ellas brillantes, sobre lo que podemos hacer cuando haya terminado de inspeccionar la colección Malvern. Pero debías de estar profundamente dormido, porque no respondiste a mi llamada. Es raro, un soldado que ha aprendido a dormir plácidamente en un lugar extraño. Tienes que decirme cómo lo has conseguido.
—¿Tú no duermes bien, Justin?
—¿En los lugares extraños? No. Y he estado en muchos lugares extraños durante estos años. Tal vez vuelva a casa cuando terminemos esta pequeña investigación en Malvern. Dudo que tenga razones para permanecer allí.
—Ya sabes que puedes quedarte en mi casa todo el tiempo que quieras. No te he invitado sólo para que revises las malditas joyas. A decir verdad, no había vuelto a acordarme de eso desde que hablamos ayer.
—Me pregunto por qué —dijo Justin, con una sonrisa.
—No importa. Por favor, quiero que te quedes con nosotros en Malvern, tú eres mi amigo.
—Sí, lo sé. Esa amistad es uno de los grandes valores de mi vida. Deseo conservarla.
—¿Y qué demonios quieres decir…?
Tanner notó la presencia de Lydia en el rellano de la escalera incluso antes de darse la vuelta. La vio descender lentamente, levantándose con cuidado el bajo del traje de amazona, con los ojos fijos en los escalones. Cuando por fin llegó al final, alzó los ojos y los clavó en él.
La mirada de aquellos ojos azules fue como un puñetazo en las costillas para Tanner, porque en ella distinguió nerviosismo, timidez y alegría.
—Lydia —dijo en voz baja, acercándose a las escaleras. Le tomó la mano y, sin apartar la mirada de ella, le besó el dorso.
¿Cuánto tiempo estuvieron allí, diciéndoselo todo sin pronunciar una palabra? Tanner no se dio cuenta, porque no había ninguna otra cosa, ninguna otra persona, que le importara en aquel momento.
—¿Tanner? Eh, Tanner. No puedo pasar sí Lydia y tú estáis ahí en medio. ¿Ocurre algo? ¿Se ha tropezado, se ha torcido el tobillo o algo así? Estas escaleras son muy empinadas, y es un milagro que no nos hayamos caído todos… Oh, pero nadie se ha caído, claro.
Tanner vio como Lydia levantaba los ojos al cielo con resignación mientras Jasmine los empujaba para pasar.
—Buenos días, Justin —continuó Jasmine, una vez que se detuvo y miró a su alrededor—. Dios Santo, aquí estamos todos, metidos en este pequeño vestíbulo. ¿Me habéis estado esperando?
—Toda la vida —respondió el barón, mientras hacía una reverencia. Después le ofreció el brazo—. Será un placer acompañarte al coche bajo la lluvia, mientras tu primo se ocupa de Lydia. ¿Amigo mío? Vas a cuidarla por mí, ¿verdad?
Los dos hombres se miraron, a través de años de amistad.
—Siempre —respondió Tanner en voz baja.
Justin asintió ligeramente, y después esbozó su enigmática sonrisa.
—Sí, creo que sí, Jasmine, ¿vamos? Wigglesworth está esperando fuera, armado con un paraguas.
Tanner observó como salían.
—¿Está bien el barón? —preguntó Lydia, mientras Tanner la ayudaba a ponerse la capucha de la capa sobre el pelo.
—Sí, está bien —le aseguró él—. Creo que Justin está empezando a tener una visión nueva de su vida, probablemente, de la vida en general. Y creo que hay más cosas de las que él pensaba. Sólo espero que encuentre algunas para sí mismo.
—No lo entiendo —dijo Lydia.
—Lo sé. Pero él sí. Te lo explicaré después. Mucho después, o sentirás lástima por él, y él se daría cuenta al instante —le explicó Tanner. Después le alzó la barbilla—. ¿Estás bien?
Ella se ruborizó.
—Estoy bien, sí. Tanner, yo…
Él la besó ligeramente, porque no pudo resistirse más. Fue un beso rápido, robado, pero ella emitió un suave suspiro cuando terminó.
—Estoy impaciente por enseñarte Malvern. Quiero que lo ames.
—Estoy segura de que ya lo amo —respondió ella.
Y los dos entendieron perfectamente lo que querían decir.
—Bueno… eh… tenemos que irnos. Nos están esperando.
—Sí, yo… Oh. Dios mío.
Tanner miró hacia la puerta, que acababa de abrirse, y vio que había una enorme sombra en el umbral. La figura llevaba un paraguas muy grande que sujetaba con una mano del tamaño de un jamón, y que le cubría la cabeza. Era un hombre vestido de negro de los pies a la cabeza y llevaba una capa muy larga. Alto, gigantesco, con la cabeza muy grande y unos ojos negros de mirada inexpresiva. Por su semblante, hasta un tonto se daría cuenta de que en su cabeza colosal no había pensamientos alegres.
En resumen, el recién llegado parecía un enterrador que iba en busca del finado y que quería cobrar por adelantado por su trabajo.
No era de extrañar que Lydia le agarrara la mano con fuerza.
—Ah, Wigglesworth —dijo Tanner, conteniendo la sonrisa, porque había presenciado muchas veces aquella reacción—. Gracias por venir a buscarnos.
—De nada, Excelencia —dijo Wigglesworth, saliendo delicadamente desde detrás del gigante y entrando en el pequeño vestíbulo.
Iba vestido impecablemente, de gris, con la pechera y los puños de la camisa llenos de volantes de encaje.
Wigglesworth era la encarnación de la elegancia, aunque de una elegancia de veinte años atrás. Los únicos impedimentos para que alcanzara la perfección eran su pequeña estatura y su voz, extremadamente aguda.
Se quitó el sombrero y le hizo una reverencia a Lydia.
—Milady, a sus pies.
—Bien, iremos con usted ahora —dijo Tanner, cuando el sirviente de Justin terminó de hacerle otra reverencia a él.
—Qué amable. Sólo cuando lo deseen, Excelencia —respondió Wigglesworth—. Brutus y yo estaríamos encantados de esperar lo que hiciera falta. Brutus, como ya hemos avisado a Su Excelencia y a la dama, puedes acompañarme a mi carruaje, por favor. Él volverá directamente a buscarlos, Excelencia. Diles que volverás directamente, Brutus.
El gigante emitió un gruñido y sonrió.
—Muy bien hecho —le dijo Wigglesworth, y añadió—: Y ahora, ¡arriba, Brutus!
Brutus alzó un lado de su capa y agarró a Wigglesworth por la cintura, como si no pesara más que una pluma. El sirviente desapareció bajo la capa y Brutus salió por la puerta.
—No me extraña que no tenga ni una sola gota de agua en el traje, y que lleve los zapatos impecables. ¿Brutus? —preguntó Lydia, con los ojos abiertos como platos.
—Eh… sí —respondió Tanner—. Brutus no habla. Tal vez pueda hacerlo, pero nunca lo ha presenciado nadie. Seguramente, porque nadie se ha atrevido a pedírselo. Puede que Justin lo sepa, porque él mismo descubrió a Brutus, pero yo nunca se lo he preguntado, por cortesía.
—Qué pareja más extraña forman. ¿O debería decir qué trío?
—Justin será el primero en decirte que no le gusta que lo consideren normal y corriente.
—Si, eso es evidente. Me agrada mucho, pero tengo que confesarte que no entiendo bien por qué ha elegido ser como es. Estoy convencida de que se siente impulsado por muchas más cosas que aquel desgraciado duelo y el hecho de haber estado exiliado tanto tiempo.
—¿Dices que el duelo y el exilio no fueron suficientes? ¿Que tiene algún secreto oculto? No, no hay nada más. Justin es así. Espero que algún día encuentre a alguien que le obligue a formar parte de la vida, y no sólo a reírse de ella —dijo Tanner, pensativamente—. Se lo merece, y creo que ha hecho un buen comienzo. Mientras tanto, debemos disfrutar de lo buen amigo que es. En cualquier caso, por el momento tienes que reconocer que la asociación de Brutus con Wigglesworth es muy beneficiosa. ¿Le prestarías atención tú a Wigglesworth si entrara en tu cocina exigiendo que le permitieran ponerse al mando de los fogones para preparar los manjares de su señor?
—Lo cierto es que no impone mucha autoridad, no —respondió ella, sonriendo.
—Ah, pero Brutus entra tras él, y todo el mundo se vuelve sonrisas y amabilidad. Justin piensa que es un genio por haberlo pensado. Se le ocurrió la primera vez que Wigglesworth acabó en un montón de estiércol. También me contó que la única persona que no se da cuenta de lo que ocurre es el propio Wigglesworth, que cree que le abren todas las puertas por su propia importancia. Bueno, y ahora, dime rápidamente, como todavía está lloviendo a cántaros, ¿quieres que Brutus te lleve al carruaje?
—¿Sería horrible si admitiera que, a pesar de que el hombre sea inofensivo, preferiría ahogarme que desaparecer dentro de su capa?
—Esperaba que dijeras eso —respondió Tanner. Se inclino y la tomó en brazos cuando el enorme Brutus y su paraguas, igualmente enorme, aparecieron en la puerta.
Cuando atravesaron el patio de la posada y llegaron al coche, Tanner depositó a Lydia en el asiento y entró también a la cabina, de un modo muy torpe, porque Brutus decidió darle impulso para que pudiera subir y estuvo a punto de mandarlo de cabeza a la otra puerta.
—¿Te has tropezado? —le preguntó Justin, con aparente preocupación.
—No. Siempre entro de rodillas a mi carruaje —respondió Tanner con un gruñido, mientras Lydia le sonreía desde arriba.
—Qué raro. Pero si eso te hace feliz, ¿quién soy yo para ponerle reparos?
—Nos quedan más de cinco horas aquí apretados hasta que lleguemos a Malvern a menos que deje de llover, Justin —dijo Tanner, mientras se incorporaba y se sentaba junto a su amigo—. No me obligues a pegarte un tiro antes de salir a la carretera.
—¡Ah, touché! Un precioso día para viajar —continuó Justin rápidamente—. Debería venir al campo más a menudo. Es tan… bucólico.
—Yo estoy impaciente por llegar a Malvern —dijo Jasmine, ajena al tono de burla de Justin.
Tanner la miró y de repente, alzó la mano para interrumpirla antes de que pudiera empezar uno de sus monólogos.
—¿Jasmine? ¿Qué te pasa en la cara?
—¿En la cara? —respondió ella con horror, y se llevó la mano izquierda a la mejilla—. No me pasa nada en la cara. Qué cosa más fea acabas de decirme, Tanner.
Él no se consideraba el mejor de los detectives, pero sí era una persona observadora. Jasmine era diestra. Para tocarse la cara en respuesta a su pregunta, debería haber elevado la mano derecha hacia la mejilla derecha. Pero había elevado la izquierda para tocarse la mejilla izquierda.
—¿Llevas polvos de arroz?
—Claro que no… —Jasmine se miró la mano enguantada al apartársela de la mejilla, y vio el polvo que se había pegado al cuero, dejándole la marca de los dedos sobre la piel enrojecida, como si se hubiera dado una bofetada a sí misma—. ¡Oh! ¡Oh, te odio!
—Los polvos de arroz y la lluvia no forman buena pareja, ¿eh? —preguntó Justin mientras le entregaba a Jasmine su pañuelo—. Pero deberías avergonzarte, Tanner. Yo estaba dispuesto a quedarme callado durante todo el viaje hasta el hogar de tus antepasados sin mencionar el hecho de que Jasmine había empezado a… bueno, a desteñirse. Ésa es la marca de un caballero, ¿sabes? Hay otras, ¿quieres que te escriba una lista?
Jasmine sollozó en el pañuelo, cosa que no estaba afectando a Tanner tanto como debiera. Él miró a Lydia, cuyos ojos azules brillaban de diversión por el modo en que Justin le había tomado el pelo. Vaya, vaya, qué maravilla que ambos se divirtieran tanto.
A él también le gustaría pasarlo bien, pero Jasmine era muy difícil de ningunear, porque él sabía que sus lágrimas podían convertirse muy pronto en un ataque de histeria. Tanner había presenciado suficientes durante el paso de los años.
—¿Tú sabes qué demonios pasa?
—Sí. Jasmine me dijo que se había enredado con el bajo de la bata anoche, y que se dio un golpe en la mejilla con… el marco de la puerta. Pero llegamos a la conclusión de que no se había roto nada.
—¿El marco quedó intacto? Qué bien.
—Justin —gruñó Tanner—, no ayudes. Jasmine, ¿estás bien? Tenías que habérmelo dicho. Nos hubiéramos quedado otro día en la posada, hasta que te hubieras recuperado, e incluso hubiéramos podido llamar a un médico. ¿Te duele mucho la mejilla? La tienes hinchada, ahora que me fijo bien.
—Me duele mucho, sí —gimoteó Jasmine—. Y tú me estás diciendo que estoy fea. De verdad, ¿cómo puede querer mi padre que me case contigo?
De nuevo, Tanner miró a Lydia, pidiéndole ayuda sin decir nada. Estaba empezando a pensar que sería mejor viajar en el pescante, incluso bajo aquel aguacero, que escuchar a Jasmine.
Lydia se inclinó hacia Jasmine, puso la mano junto a su oído y le susurró algo. La prima de Tanner abrió unos ojos como platos y después los entrecerró y le lanzó a Lydia una mirada fulminante.
Lydia dobló el dedo para que Jasmine volviera a acercarse, y le susurró algo más al oído. Entonces Jasmine se volvió hacia ella con un gesto de horror, y Lydia asintió una sola vez.
Jasmine asintió también, como si las dos acabaran de llegar a un acuerdo. Uno que beneficiaba mucho más a Lydia que a Jasmine.
—Ahora se portará bien —anunció Lydia plácidamente, y posó las manos recatadamente en el regazo, como la viva imagen de la compostura femenina—. ¿Verdad, Jasmine?
Jasmine, inmediatamente, sonrió, se disculpó con todo el mundo por haber sido tan gansa y dijo que iba a ir dormida durante el resto del viaje porque había tenido una noche muy inquieta.
En aquel momento, Lydia levantó de nuevo los ojos al cielo con resignación. Tanner vio su reacción porque la estaba mirando a ella, y no a Jasmine.
Y entonces, de igual manera que le había pedido a Justin que le sirviera una loncha de carne asada después de que Flynn se marchara del comedor, se giró hacia Justin para preguntarle, amablemente, por Wigglesworth y Brutus.
Estaba claro que, tal y como había zanjado el asunto de Flynn, había zanjado también el asunto de la mejilla magullada de Jasmine.
Lo cual no significaba que Tanner no fuera a sacarlo a relucir de nuevo más tarde, cuando llegaran a Malvern…