Uno
El sol brillaba con fuerza mientras el coche de viaje de Basingstoke comenzaba a recorrer Grosvenor Square, de camino a la salida de la plaza. El cochero, con su magnífica librea, y dos mozos uniformados de manera similar, habían subido el equipaje al vehículo, y el tiro de magníficos caballos negros, además de los cuatro jinetes de acompañamiento, se dirigió hacia las calles de Londres y hacia un mundo amplio de emociones y de amor recién hallado.
Los arneses tintinearon. El repiqueteo de los cascos de los caballos en el empedrado del pavimento enviaba un mensaje de despedida.
Lady Nicole Daughtry, asomada a la ventanilla del coche, prescindiendo de la capota para que el sol pudiera acariciarle el rostro, no dejó de agitar la mano y de lanzar besos hacia la ventana de la habitación de su hermana melliza, hasta que el carruaje llegó al final de la plaza y desapareció.
Y eso fue todo. Ya no había más que ver. Incluso el sol, que se había dignado a aparecer en aquel verano marcado por la humedad y la lluvia, se escondió detrás de una nube, y el mundo se volvió gris otra vez.
Lady Lydia Daughtry se apartó de la ventana del segundo piso de Ashurst House y se sentó en la banqueta que había a los pies de la cama. Para cualquier observador que no la conociera, era la imagen de la calma y la compostura. Nadie hubiera pensado que el corazón le latía aceleradamente, ni que estaba a punto de permitirse el lujo de tener una rabieta.
Ella nunca tenía rabietas. Era su hermana, Nicole, la que había fingido innumerables berrinches desde niña. El más memorable había sido el último, el día en que su madre se había casado en terceras nupcias y había enviado a sus tres hijos, una vez más, a Ashurst Hall. Parecía que los niños no eran importantes para el nuevo hombre de la vida de Helen Daughtry. Sin embargo, si a Nicole no se le concedía ninguna importancia, al menos se haría notar, aunque fuera arrojando un jarrón de plata a la cabeza de su nuevo padrastro.
Aquel hombre debería haberse agachado, realmente.
Lydia sonrió al recordarlo. Nicole hacía cosas que la precavida Lydia nunca se hubiera atrevido a hacer.
Y ahora, Nicole se había marchado. Su hermana melliza, su alma gemela, iba de camino a conocer a la madre de su prometido, Lucas Paine, marqués de Basingstoke. La vida, para Nicole y para Lydia, ya nunca sería igual.
Las dos hermanas no habían estado separadas un día entero en sus dieciocho años de vida. Lydia no había estado nunca sin Nicole, la aventurera. Nicole podía hallar emociones en cualquier sitio, y fabricarlas si no las encontraba.
En el Barco de la Vida de las dos hermanas, Nicole era el viento en las velas, y Lydia siempre se había considerado el ancla. Nicole se reía de aquella idea y decía que Lydia era el timón, la que las guiaba y evitaba que Nicole hiciera el ridículo con sus arrebatos. Sin embargo, Lydia era consciente de que Nicole sólo decía aquello porque era buena.
Todo el mundo sabía que lady Lydia Daughtry no tenía ni una sola pizca de emoción en el cuerpo. Era callada, agradable y respetuosa con las normas, y nunca causaba problemas.
Cuando Nicole estaba en una habitación, nadie le prestaba atención a Lydia. La amplia sonrisa de su hermana, su glorioso pelo negro, sus ojos brillantes y su risa contagiosa, además de su cuerpo exuberante, acaparaban la atención de todo el mundo. Incluso sus pecas eran atractivas. Lydia, la esbelta, rubia y de ojos azules, se quedaba en un segundo plano. Precisamente, lo que ella deseaba.
Sin embargo, su escudo acababa de marcharse.
Lydia siempre había sabido que aquel día tenía que llegar en algún momento. Pero entonces, el capitán Swain Fitzgerald había sido su protector, su puerto en la tormenta. Hasta el día en que había perecido en Quatre Bras, un año antes. Para Lydia, que lo amaba con todo su corazón, la muerte del capitán había sido devastadora de una manera en que ni siquiera su propia familia podía comprender. Ella creía que, con su capitán, nunca tendría que abandonar su caparazón de timidez y no tendría que enfrentarse sola al mundo.
Eso podía ser la demostración de algo que nadie había sospechado de ella: que era muy egoísta. Tal vez nunca se hubiera merecido el amor y la devoción del capitán.
Si fuera una persona con tendencia a lo dramático, habría pensado, incluso, que Dios la había castigado por su egoísmo llevándoselo. Sin embargo, Lydia también era muy inteligente, y sabía que Dios no dejaría morir a una persona para enseñarle una lección a otra.
No obstante, a medida que pasaba el tiempo, había empezado a tener dudas sobre el amor que sentía por Fitz. ¿Cuánto lo había amado, en realidad? ¿O sólo había amado la idea de estar siempre protegida y a salvo? Ella sólo tenía diecisiete años. Incluso el capitán, en sus cartas, le advertía de su juventud, y le prometía que iba a cortejarla con calma cuando hubieran devuelto a Bonaparte a su jaula.
Durante la mayor parte de su vida, Rafe, su hermano mayor, Nicole y ella habían ido de un lado a otro, desde Willowbrook, su hogar, a la finca de Ashurst, perteneciente al difunto duque de Ashurst, dependiendo del estado civil de su madre, y de su humor. Nicole había dejado bien claro lo que pensaba de aquella existencia nómada. Rafe se había marchado a luchar contra Napoleón, hasta que finalmente, al volver a casa, supo que su tío y sus primos habían muerto, y que él se había convertido en el nuevo duque.
¿Y Lydia? Ella nunca se quejaba de nada. Se escondía en sus libros, y detrás del fuego de Nicole. Eso no significaba que no hubiera sufrido por la falta de amor de su madre, y por el hecho de que sus tíos y sus primos se limitaran a tolerarla.
Así pues, se había sentido arrastrada hacia el capitán, un buen amigo de Rafe, compañero del ejército. Él era mayor, más sabio, alto, fuerte y sólido, y había sabido ver más allá del exterior calmado de Lydia. Había encontrado en ella algo que le gustaba. Algo que le había enamorado, Y para Lydia, era imposible no corresponder a su amor.
Juntos habrían sido felices para el resto de sus días.
Parpadeó para deshacerse de las lágrimas. Se habían amado, y ella nunca podría olvidar aquella verdad, por mucho que su mente le jugara, a veces, malas pasadas. Nunca olvidaría al capitán Swain Fitzgerald, nunca. Tal vez hubiera aprendido a vivir sin él durante aquel último año, pero tenía a Nicole a su lado, ¿no?
Y a partir de aquel momento, debía enfrentarse sola al mundo. Era algo terrorífico para alguien tan sensible como Lydia.
Quería marcharse de Londres, volver a Ashurst Hall y olvidarse de la temporada social. Sin embargo, Rafe era el duque, y él tenía asuntos que atender en la capital, así que no podían volver a la finca hasta después del cumpleaños del rey, como mínimo, en junio. Su hermano estaba demasiado ocupado como para dedicarse a pasear con ella por Mayfair todas las tardes. Y Charlotte, su cuñada, estaba a punto de dar a luz a su primer hijo, y no quería alternar en sociedad. La madre de Lydia se había marchado a Italia, huyendo de otra de sus indiscreciones sentimentales… y ahora, también había perdido a Nicole.
¿Cómo iba a ir a bailes y veladas musicales acompañada sólo por su carabina? La señora Buttram se iría a charlar con las demás acompañantes de pago, y Lydia se quedaría sola, sentada junto a la pared con todas las demás debutantes sin éxito, las mujeres desesperadas a quienes habían arrojado al Marriage Mart con la misión de que encontraran un marido rico, o por lo menos, con título.
El calor, el olor empalagoso de las flores del invernadero y demasiados cuerpos sin lavar, o con demasiado perfume. La ignominia de una tarjeta de baile vacía, algún paseo ocasional por la sala con algún joven aristócrata enviado por su madre para acompañar a las que nunca bailaban, o un interrogatorio grosero por parte de un cazador de fortunas sobre su dote.
Con sólo pensarlo, Lydia se ponía enferma.
Por supuesto, siempre podía contar con Tanner Blake, el duque de Malvern, para que bailara por lo menos una vez con ella en cada fiesta. Su Excelencia era quien le había dado la noticia de la muerte del capitán Fitzgerald la primavera anterior. Lydia le había acusado de mentir, y le había golpeado en el pecho con los puños, presa de una emoción espantosa, odiándolo por las palabras que él decía, intentando zafarse de él y de sus intentos por consolarla, mientras su mundo y sus sueños se rompían en añicos.
No había sido justa con aquel hombre, Lydia lo sabía. Le había echado la culpa y él sólo era el mensajero. Desde aquel horrible día se sentía avergonzada por aquel estallido de furia vergonzoso, e intentaba evitar al duque en todo lo posible. El regreso a Ashurst Hall le había dado tiempo y espacio lejos del duque. Habían sido unos meses muy largos, durante los cuales tal vez él la hubiera olvidado, y hubiera olvidado su horrible reacción.
Sin embargo, aquel hombre no se alejaba. Desde que habían vuelto a la ciudad para la temporada social, él, que estaba a punto de anunciar su compromiso con una prima tercera suya, Jasmine Harburton, seguía haciendo visitas frecuentes a Grosvenor Square.
Y Lydia sabía cuál era el motivo.
El capitán era su amigo: él había dicho que quería que Lydia fuera amiga suya. La insistencia de Tanner Blake había conseguido que Lydia superara la vergüenza, y su lógica y claridad mental habían reemplazado a su desagrado irracional por aquel hombre. Ella agradecía el poder de curación que tenían el tiempo y la distancia. Sin embargo, ¿por qué no se había limitado él a decirle la verdad? Que el capitán, mientras yacía agonizante, le había pedido que cuidara de su Lyddie.
Qué horrible era el haber obligado a un hombre a cumplir con aquella obligación. Y mucho más horrible todavía ser aquella obligación. Creía que el duque la veía como un acto de caridad, como alguien merecedora de compasión, lo cual también la obligaba a ella a adoptar el papel de una joven que todavía lloraba inconsolablemente a su amor perdido. Ella esperaba y rezaba por ser capaz de abandonar aquel limbo en el que había existido durante el último año, con el capitán siempre vivo en su corazón, pero como un recuerdo adorado, no como un dolor constante.
El duque de Malvern era un buen hombre, un hombre honorable, pero ¿la veía siempre como una obligación? ¿Y por qué cada vez era más importante para ella que la viera sólo como a Lydia, y no como un apéndice del pasado?
Aquélla era una pregunta que ni siquiera le habría hecho a su hermana melliza.
Alguien llamó a la puerta de la habitación de Lydia, y rápidamente, ella se secó las lágrimas de las mejillas y dijo:
—Adelante.
Charlotte Daughtry, la duquesa de Ashurst, sonrosada a causa del calor de Londres y con un vientre que cada día crecía más, entró en la habitación y miró a Lydia con la cabeza ladeada.
—He pensado en que debía dejarte a solas un rato. Ella es muy feliz, querida. Sé feliz por ella.
—Lo soy —respondió Lydia con sinceridad, y se puso en pie para recibir el abrazo de su cuñada—. Lucas la adora, y ella lo adora a él. Pero voy a echarla de menos.
Charlotte se frotó distraídamente el vientre.
—Todos vamos a echarla de menos, pero no es que se haya ido al fin del mundo. Lucas y ella volverán a Ashurst en julio para conocer a su nuevo sobrino o sobrina, y también para organizar la boda. A propósito, tendrás que convencerla de que no vaya a la iglesia a caballo, con algunas de las chicas del pueblo bailando por el camino, lanzando pétalos de rosa a su paso. Me temo que Lucas está tan enamorado que le permitiría cualquier cosa.
Lydia sonrió, mientras parpadeaba para deshacerse de algunas nuevas lágrimas. No quería ser tan llorona. Siempre había tenido buen cuidado de ocultar sus emociones, sobre todo las más fuertes, que la asustaban.
—En realidad, yo creo que eso sería muy bonito. Muy propio de Nicole.
—No se lo digas a Rafe, pero yo estoy de acuerdo. Oh, hablando de Rafe, está abajo con nuestro amigo Tanner, que ha venido para llevarte a dar un paseo en este día tan cálido. Es gozoso ver el sol, aunque sea sólo de vez en cuando. Creo que Tanner sabía que Nicole se marchaba hoy, y ha querido venir a hacerte compañía. Qué buen amigo, ¿verdad? Así que toma tu sombrero y la capa y le diré que vas a bajar enseguida.
Lydia asintió sin decir una palabra, conteniendo un suspiro hasta que Charlotte se hubo marchado de la habitación.
¿Así iba a ser su vida durante lo que quedaba de temporada?
Charlotte y Rafe felizmente casados. El capitán Fitzgerald perdido para siempre. Nicole, su mejor amiga, de camino a la aventura de su vida.
Y Tanner Blake, que aunque estuviera decidido a cumplir la promesa que le había hecho a su amigo Fitz, iba a casarse pronto, y tendría otras obligaciones.
Si ella fuera una persona dramática, diría que estaba sola en medio de una multitud, lo cual no era algo demasiado agradable.
Suspiró de nuevo, largamente, pero después alzó la barbilla y se puso la capa y el sombrero. El sombrero del lazo azul que le había regalado el capitán Fitzgerald para la temporada anterior, diciéndole que era del mismo color que sus ojos. Salió de su dormitorio y se dirigió a la escalera, después de decidir que era una Daughtry, no un ratón, y que era hora de que comenzara a comportarse como tal.