Fue pura suerte que Plum se encontrara caminando por la parte baja del jardín cuando escuchó el grito. Se suponía que debía estar recibiendo al vicario local, pero dejó que Thom se encargara de hacerle los honores y se fue con Burt, el je de jardineros, a trabajar en la restauración del último resto de naturaleza salvaje de lo que fuera alguna vez un jardín escalonado.
- Creo que aquí estaba el antiguo seto -le dijo Plum a Burt-. Me gustaría que lo limpiara y plantara… Por todos los santos, ¿qué estarán haciendo los niños ahora?
Plum y Burt se volvieron hacia los sauces que bordeaban un pequeño estanque de agua putracta y hedionda. Ella frunció el ceño y empezó a caminar hacia allí con paso rápido y enérgico. Burt trotaba tras ella.
- Será una simple travesura, señora.
- Al diablo con esos niños, no hace ni dos días que les dije que no tenían permiso para cazar ranas en esa charca. La última vez que lo hicieron, Anne empujó a Andrew, lo tiró de la barca, y él niño llego apestando a mil demonios.
- En el estanque se descargan los abonos orgánicos, desde luego -dijo Burt.
- Eso explica el hedor. Como los encuentre en la barca otra vez, voy a…
Plum no tuvo tiempo de completar su amenaza. Tan pronto como Burt y ella atravesaron los árboles, un panorama que helaría la sangre de cualquier madre se abrió ante sus ojos. La barquichuela había zozobrado, la proa apuntaba hacia arriba, la popa estaba sumergida. Digger tenía a uno de los niños -Anne o Andrew, Plum no podía distinguirlo- bajo el brazo, y estaba nadando a través de las algas y el asqueroso limo hacia la orilla. Otro niño, McTavish, se agarraba a un costado del bote que se hundía, gritando como un alma en pena. El agua que se veía un poco más allá de McTavish se agitaba, y la coronilla de alguien se asomó por un instante antes de volver a hundirse de nuevo.
Plum no perdió tiempo ni fuerzas con exclamaciones. Se quitó las zapatillas y corrió hacia el borde de la laguna, tomando instintivamente una bocanada de aire antes de sumergirse en el agua. Escuchaba los gritos de Burt como un ruido lejano, y empezó a nadar en dirección al pequeño que se estaba ahogando detrás de la barca.
Respiró entrecortadamente cuando sacó su cabeza del agua… la laguna era tan nauseabunda, que contaminaba el aire que aspiraban sus pulmones, quemándolos como si estuviera aspirando humo, lo que la hacía jadear y casi ahogarse. Digger gritó desde la orilla que tenía a Anne, lo que quería decir que Andrew era el que se estaba ahogando. Plum respiro profundamente y se sumergió. El agua casi le quemaba los ojos y estaba tan turbia y llena de sedimentos que Plum no podía ver. Fue por pura suerte por lo que sus desesperadas manos sintieron el roce de la tela. Se abalanzó hacia adelante, hasta que logró alcanzar un brazo, un brazo que serpenteaba a su alrededor y se aferraba a ella con la fuerza del acero. Logró tomar con la mano una chaqueta, y se impulsó hacía arriba, con los pulmones a punto de estallar. Sus ojos eran pura agonía.
- Lo tengo -gritó en cuanto salió a la superficie. Andrew tosía y pataleaba junto a ella, sus brazos y piernas se batían mientras ella trataba de mantenerle la cabeza fuera del agua-. Deja de luchar, Andrew, o nos hundirás a los dos.
- No puedo nadar -dijo Andrew entrecortadamente, y le echó ambos brazos a la altura del cuello, cortándole la respiración.
- ¡Por favor! Deja de ahogarme, estamos a unos pocos metros de la orilla… relájate. Ahora ya estás a salvo.
Lentamente, obligada a vencer la resistencia del desesperado Andrew, Plum llegó a la orilla. Digger estaba arrodillado junto a McTavish, que parecía tener arcadas. Anne estaba tumbada a un lado, sobre un montículo, sollozando. Burt se volvió a meter a la laguna para liberar a la mujer del peso de Andrew.
- Está bien -dijo Plum, jadeando y escupiendo agua estancada. Se quitó el cabello cubierto de limo verde de los ojos y echó un vistazo a los cuatro niños que estaban tumbados en la hierba frente a ella-. Todos vosotros tenéis serios problemas, y no podéis imaginar hasta qué punto. ¿No os dije hace dos días que no os acercaseis a este maldito estanque?
Digger gimió y se quitó unas repugnantes gelatinosas de la frente.
- Dios mío, ahora nos va a soltar un sermón.
Hizo una mueca burlona, lo que provocó un acceso de ira en Plum, que se puso roja, a pesar de estar cubierta de un fétido líquido verde.
- ¡No te atrevas a hacerme muecas, jovencito!
- Soy un marqués -dijo Digger, levantándose completamente-. Puedo hacer lo que quiera.
- Eres un jovenzuelo que está a punto de ver cómo le bajan los pantalones para recibir una buena paliza -gruño Plum. Burt, viendo que todo el mundo estaba a salvo, se escabulló para cambiarse la ropa. Anne y Andrew se rieron por lo bajo.
Plum los miró, furiosa, para que se callaran antes de continuar regañando al mayor de sus hijastros.
- De todos los estúpidos y desconsiderados actos que has hecho… ¡Te has podido ahogar, y se han podido ahogar tus hermanos por culpa de tus estupideces! ¿Tienes alguna idea de lo que sentiría tu padre si tuviera que decirle que todos habéis muerto?
Digger se encogió de hombros. Plum, que olía a mil demonios y estaba más que asustada por lo cerca del abismo que habían estado los niños, por los que, a pesar de la tendencia que tenían de volverla loca, había desarrollado cierto afecto, empujó a Digger hacia la casa, dándose la vuelta para ayudar a Anne a levantarse mientras los otros se levantaban por sí solos.
- Le van a dar una paliza a Digger -dijo McTavish con gran complacencia mientras cogía la mano de Plum-. Papá estará furioso con Digger, ¿verdad mamá?
La mujer arrugó la frente.
- No me llames «mamá» con ese tono tan simpático y adorable, pequeño sinvergüenza -dijo Plum, aún aterrorizada, temblando de miedo, impotencia y rabia-. Tu padre no va a sentirse muy feliz. No me extrañaría que os diera a probar su cinturón a todos.
Los ojos de Anne se abrieron ampliamente.
- A mí no me azotaría jamás ¡soy una niña!
Plum, que sabía de sobra que Harry jamás había levantado la mano para castigar a sus hijos, apoyaba de todo corazón su política de inculcar a los niños la creencia de que estaban en un tris de recibir una merecida paliza.
- ¿Tú crees? Yo no estaría tan segura de ello. No me gustaría estar en vuestra piel.
Las cejas de Anne se fruncieron llenas de preocupación. Plum, que tenía ganas de estrangularlos a todos, decidió que no estaría de más dejarlos sufrir un poco por el temor al posible castigo. Suspiró y soltó un gruñido airado al pensar una vez más en lo cerca que había estado de la tragedia. La mano de McTavish se apretó alrededor de la suya. El pequeño guardaba silencio ahora, y se limitaba a mirarse los zapatos, compungidos.
- ¿No te gustaría estar en nuestro pellejo?
- No, no me gustaría. ¿No fue ayer cuando tu padre os reunió en la biblioteca y os sermoneó durante veinte minutos acerca de la necesidad de que me obedezcáis?
Digger resopló. Anne parecía aún más preocupada. Andrew tenía el ceño fruncido. McTavish soltó la mano de Plum y trató de correr tras una hermosa mariposa. Plum lo agarró de la parte de atrás de la camisa y lo empujó sin miramientos hacia la casa.
- ¡Quiero la mariposa!
- Tu padre te dará mariposas. A todos os dará lo que os merecéis por desobedecer sus instrucciones.
- ¿Qué son instrucciones? -preguntó McTavish mientras Plum lo empujaba para que subiera las escaleras de la galería.
- Órdenes.
- Papá no me pegará. Dice que soy muy pequeño -contestó McTavish, y subió corriendo los últimos escalones.
- ¡Os echo una carrera hasta la cocina!
- ¡A las habitaciones! -gritó Plum cuando los demás niños llegaban al pie de las escaleras-. ¡A cambiarse de ropa antes que nada! ¡Y no penséis que os libraréis como si nada de ésta! No he acabado de hablaros sobre la obediencia… ¡No te atrevas a mirarme así, mocoso. Ya tienes suficientes problemas, no pongas a prueba mi paciencia!
Plum soltó el tercer suspiro del día mientras los niños se alejaban corriendo, y se preguntó por enésima vez cómo podría mostrar a Harry sus excelentes dotes de madre si los niños desafiaban de aquella manera sus esfuerzos para educarlos y convertirlos en chicos decentes, en lugar de la pandilla de salvajes malcriados que eran. De pronto notó un olor horrible y se dio cuenta de que era ella misma quien apestaba.
- Primero un baño, y le diré a Edna que queme este vestido -se dijo en voz alta mientras cruzaba las puertas francesas que daban a su sala de estar. Subiría corriendo las escaleras antes de que alguien la viera…
Ese pensamiento murió cuando se dio cuenta de que la sala de estar ya estaba ocupada. Plum parpadeó sorprendida al ver que Harry se levantaba de un pequeño sofá adamascado, tenía una taza de té en una mano y un plato con bizcochos en la otra.
- Aquí está. Plum, querida, permíteme presentarte al señor… señor… ¡Por Dios, mujer! ¿Qué te has hecho?
¡El vicario! ¡Se había olvidado de la visita del vicario! Los ojos de Plum se cerraron horrorizados al ver la forma en que la miraban los consternados rostros del vicario y su esposa. Una tercera mujer se puso un pañuelo sobre la nariz mientras observaba a Plum desde su cabeza llena de limo hasta sus pies cubiertos de algas.
Thom, que se encontraba sentada detrás de Harry y hacía el papel de anfitriona mientras vertía un poco de té, la miraba igualmente sorprendida.
- ¿Has estado nadando, tía Plum?
Harry dio un paso hacia su mujer, pero se detuvo al llegarle a la nariz el aroma del estanque.
- ¿Qué demonios…? Lo siento, vicario. ¿Qué es lo que está pasando?
- Yo… bueno…
Plum miró a su alrededor. El vicario, un hombrecillo de aspecto agradable, la miraba con verdadera consternación. Su esposa se abanicaba vigorosamente al mismo tiempo que sacaba con disimulo un pequeño frasco de perfume del bolso. La otra mujer, que llevaba un vestido rojizo con una capota que parecía una silla de montar transformada, tenía una mirada de puro y malicioso deleite. Plum miró finalmente a Harry.
- Ha habido un pequeño incidente en la laguna estancada. Nadie ha resultado herido, pero… en fin… yo caí al agua. Si me disculpan, iré a ponerme algo más apropiado.
- ¿Apropiado? -resopló la mujer con la silla de montar en la cabeza. Plum se detuvo frente a la puerta, no muy segura de si debía disculparse por su extraña aparición, o salir de la habitación con la cabeza muy alta, como si estuviera por encima del pequeño problema que suponía oler a letrina-. Sería muy difícil encontrar a una mujer menos apropiada para ser la marquesa Rosse que la puta de Charles Spencer.
La esposa del vicario dio un grito ahogado y dejó caer el frasco. Harry se volvió lentamente para mirar a la mujer. Thom, con calmada deliberación, se levantó para colocarse junto a su tía.
Plum levantó el mentón y miró a la mujer con tanta serenidad como le fue posible, una hazaña nada fácil cuando se está empapada en agua pestilente.
- Usted debe ser la señora Stone.
- Lo soy -dijo la mujer en un tono fuerte y agresivo-. También sé quién es usted.
- Sí, por supuesto que lo sabe, sería una tonta de lo contrario -dijo Harry afablemente, pero Plum podía ver cómo se le tensaba la mandíbula. Harry estaba furioso, muy furioso, y aunque Plum sabía que no estaba enfadado con ella, era la culpable de que estuviera expuesto al desdén de la infame de modo que se sintió enferma, espantada porque lo que tanto temía estuviera pasando.
- Ella es mi esposa, la madrastra de mis hijos. Ella es mi marquesa.
- También es la amante de Charles Spencer, el hijo más joven del vizconde Morley -cacareó la señora Stone.
La esposa de vicario se derrumbó, sin aire, cayendo en los brazos de su marido, que la sentó de inmediato. Los ojos del clérigo se abrieron como platos, llenos de asombro, mientras agitaba el frasco de perfume bajo la nariz de su esposa.
- Fue la amante del Charles Spencer -dijo Harry calmadamente, la tensión en sus manos contradecía su apacible tono.
La maliciosa sonrisita de triunfo de la señora Stone se desvaneció ligeramente al ver el rostro de autocomplacencia de Harry.
- ¿Conoce su vergüenza?
- Sé de su matrimonio con Charles Spencer. Y aunque creo que el pasado de mi esposa no le concierne a nadie en esta habitación, salvo a ella y a mí, haré una excepción en mi costumbre de no discutir un tema tan privado con personas que no están emparentadas con nosotros.
Plum sintió ganas de llorar de pura adoración por Harry. Jamás lo había escuchado hablar en un tono tan aristocrático y frío, y lo estaba haciendo por ella. Se debatía entre el deseo de besar a su querido ángel vengador y la necesidad de protegerlo de los problemas que se le venían encima por su culpa.
- Un matrimonio bígamo -escupió la señora Stone-. Charles ya estaba casado cuando ella se fue a la cama con él.
- No tenía idea de que Charles ya estaba casado… -comenzó a decir Plum, pero se detuvo cuando Harry le tomó la mano, acariciando con su pulgar su latiente muñeca.
- No tienes que denderte ante estas buenas personas -dijo Harry, sin quitar los ojos de encima a la maligna señora Stone-. Aunque ellos, obviamente sólo han escuchado las más burdas mentiras, sin duda alguna, al ser buenos cristianos estarán encantados de conocer la verdad, y les inundará la alegría al saber que tú eres inocente de cualquier tipo de delito que no sea el de tener un corazón demasiado dispuesto a amar. Quedarán horrorizados cuando les digas de la crueldad con la que te trató ese asqueroso perro callejero de hombre que sólo pensó en usarte y abandonarte, y estoy seguro de que harán lo imposible para remediar cualquier falsa impresión creada por las calumnias que otra gente imbécil difundió con la equívoca creencia de que estaban en posesión de la verdad. Seguramente, todos los aquí presentes saben lo mucho que adoro la mismísima tierra sobre la que tú caminas, y que yo jamás, bajo ninguna circunstancia, permitiría que alguien hablara mal de ti sin sufrir las más atroces consecuencias.
Plum contuvo la respiración, sus ojos estaban posados en los de Harry, que brillaban significativamente detrás de sus gafas. La señora Stone no estaba a la altura de él. Ante la mirada amenazante de Harry, los ojos de la cotilla se mostraban titubeantes. Bajó la mirada y se sentó, visiblemente intimidada.
Harry se dio la vuelta para ver al vicario y su esposa, que enseguida empezaron a expresar su aprecio por Plum y su absoluta creencia en la pureza de la mujer.
Plum se mantenía de pie, sucia y desconcertada, observando a Harry cuidadosamente. Él se volvió para mirarla, le cogió las manos y se las llevó a los labios, guiñándole un ojo antes de besarle los dedos.
- Querida mía, estoy seguro de que deseas cambiarte y ponerte algo más apropiado.
- Sí. -Plum parpadeaba, su mente estaba algo más que aturdida. ¿Le había guiñado un ojo? ¿Era posible que hubiese liquidado de un plumazo la maledicencia de aquella señora Stone? ¿Con tan sólo unas pocas palabras, había borrado la vergüenza de su pasado?
- Estoy seguro de que disculparán a mi esposa. Thom, por favor…
- Aquí estoy. Ven conmigo, tía Plum. Lo que necesitas es un buen baño para quitarte ese olor a laguna pútrida.
Plum, reconfortada por el calor del brazo de su sobrina, no podía dejar de mirar a Harry. ¿Le había guiñado el ojo? ¿Estaba loco?
- Ha sido un placer conocerla lady Rosse -dijo el vicario, poniéndose de pie y haciéndole una pequeña reverencia.
La esposa del vicario se apresuró a agregar comentarios agradables.
- Oh, sí, ha sido un gran placer. Espero verla el domingo.
Tal vez todos estaban locos, y ninguno lo sabía.
- Encantada -añadió la señora Stone de mala gana, usando un tono hosco. Su rostro estaba completamente rojo por la rabia, pero Plum sintió poca compasión por ella.
Harry le hizo señas con la mano para que se fuera.
Plum parpadeó. De repente la razón, la bendita razón, regresó a ella, y se dio cuenta de que Harry había logrado lo imposible, tal y como lo había prometido. Quería besarlo, pero sintió que ya había horrorizado al vicario lo suficiente por ese día, así que se contuvo y se limitó a procurar que el amor brillara en sus ojos. Harry le dijo en silencio, moviendo los labios, «te lo dije», y dejó que Thom la escoltara fuera de la habitación.
- Qué rata vieja tan desagradable y vil es la señora Stone -dijo Thom mientras subían por las escaleras.
- Y qué hombre tan maravilloso, adorable y magnífico es Harry -contestó Plum, su mente estaba llena de pensamientos sobre su marido. Suspiró felizmente-. ¿Podría ser mejor algún hombre?
Estaba casada con un loco de atar.
- ¿Vamos a qué? -gritaba Plum diez días después.
- Vamos a irnos a Londres en tres días. -Harry metió en la cartera de cuero con otro puñado de papeles-. Gertie me asegura que las cosas de los niños estarán preparadas para entonces… no tendrás ningún inconveniente, ¿verdad?
- No, por supuesto que no… quiero decir, ¡sí! ¡Sí lo tendré! No puedo prepararlo todo en tan poco tiempo. ¿A Londres? ¿Todos? ¿Por qué? -Plum procuró que su voz sonase desesperada, casi llorosa. Estaba muy preocupada. ¿Harry quería ir a Londres? ¿Ahora? ¿No fue suficiente para él la vergonzosa escena ante el vicario y su mujer con la señora Stone, por mucho que acabara imponiendo su aristocrática personalidad? ¿También tenía que ser tratado con desdén y ridiculizado en Londres? ¿Por qué debían en ese momento ahora, cuando ella comenzaba a sentirse cómoda en su papel de esposa y madre? ¿Por qué no podía esperar, por decir algo, diez o doce años, hasta que sintiera que verdaderamente las aguas habían vuelto a su cauce?
Harry detuvo un momento su frenética recogida de papeles, lo suficiente como para hacer una mueca.
- Tengo que ir a Londres a entrevistarme con el ministro del Interior. No es algo que quiera hacer, Plum, pero es mi deber. El asunto tiene que ver con una de mis investigaciones del pasado.
- ¿Con una investigación? ¿Qué tipo de investigación?
Harry dejó a un lado la cartera.
- Te dije que hice algunos trabajos para el gobierno, ¿no es así?
- Sí, aunque no me dijiste qué tipo de trabajos exactamente… -En realidad, en ese momento, a Plum no le importaba nada lo que hubiese hecho en el pasado, salvo en la medida en que les obligara a viajar a la capital.
- La naturaleza del trabajo da igual, el hecho es que tengo que presentar los resultados de mi búsqueda al nuevo ministro del Interior, y discutir con él sus posibles repercusiones. Como priero no dejar a mi nueva esposa sola durante quién sabe cuánto tiempo, y dado que sé que no quieres abandonar a los niños, he decidido que lo mejor es que nos vayamos todos a Londres. Hay que admitir que la ciudad podría no ser la misma después de que la visiten los niños, pero es un riesgo que debemos correr.
Plum se apretó las manos y trató de convencer a su marido de que dejara tanto a los niños como a ella en la casa, pero Harry no quería oír nada que tuviera que ver con eso.
- Plum no quiero dejar a los niños en casa porque… La verdad es que los dejé solos al principio del año para venir a ver esta propiedad, cuando me la dejaron, y durante mi ausencia hubo un incendio. Un ala entera de la casa se quemó completamente, el ala que albergaba sus habitaciones, precisamente. Gracias al valor y la inteligencia de Gertie y George los niños se salvaron. ¿Sabes que la institutriz de la niña murió?
- Sí, pero…
- Murió en ese incendio. Los niños estuvieron alterados por ello durante meses. -Harry le acarició delicadamente la barbilla-. Sé que es una tontería por mi parte, pero no los quiero dejar solos de nuevo. Casi los pierdo una vez… no quiero tentar al destino una vez más.
El corazón de Plum se derritió bajo el poder de los ojos de Harry.
- Harry… el escándalo…
- ¿Qué escándalo? -preguntó Harry, pasándole los labios por la nuca.
Plum se rindió. Sabía que no había manera de resistirse al poder de sus labios sobre su nuca, así que ni siquiera trató de hacerlo. Por el contrario, con bastante renuencia, dio al fin orden de que empacaran sus cosas, y tres días después salieron de viaje en numerosos carruajes.
- Estás haciendo una montaña de un grano de arena -le dijo Thom dos días después de haber comenzado su viaje, cuando estaban a punto de salir del hostal donde habían pasado la noche-. Probablemente nadie te reconozca… ¡Han pasado veinte años, tía! ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que murió el hombre con el que te casaste? ¿Un año?
- Seis meses. Aunque nadie se acuerde del escándalo como tal, a mí me reconocerán, y en cuanto eso pase, se resucitará aquella historia -dijo Plum con abatimiento, mirando de reojo a los niños mientras jugueteaban en el jardín del hostal persiguiendo a unos gansos-. Se repetirá la misma atroz situación, y todos se burlarán de mí otra vez, avergonzarán a Harry, arruinarán las vidas de los niños y entonces él lamentará haberse casado conmigo, y tal vez llegue a sentir odio hacia mí. Al final acudirá a la Cámara de los Lores para que le autoricen el divorcio, y yo acabaré poco menos que muerta, sin casa y sin amigos viviendo en una zanja, con los gusanos como única compañía. Sólo espero que Harry sea feliz después de todo eso.
Thom se echó a reír y la palmeó cariñosamente en el brazo.
- No seas tan pesimista, estoy segura de que pasarás un tiempo perfectamente agradable en la ciudad, y nadie sabrá quién eres si no quieres que eso pase. Veinte años es demasiado tiempo.
- No es el tiempo suficiente, pero te miro y veo que he hecho lo debido -dijo Plum pensativamente, notando lo guapa, elegante y feliz que parecía Thom. Sus oscuros rizos estaban saludablemente brillantes, sus mejillas resplandecían, sus ojos rulgían llenos de buen humor y alegría-. Veo que he hecho una fructífera labor en lo que se riere a tu futuro. Harás tu debut. Irás a bailes, reuniones y recepciones y, posiblemente, a la ópera, si puedo hacer que todo eso suceda antes de que me reconozcan y nuestras vidas queden completa y totalmente destruidas.
- ¡No! -Thom estaba pálida de repente-. ¡No quiero ir ni a bailes ni a reuniones ni a recepciones, y sobre todo no quiero ir a la ópera! ¡No se me ocurre nada que me resulte más desagradable! ¡Me sentiré miserable! ¡Lo odiaré! ¡Será un infierno!
- Bienvenida a mi mundo -dijo Plum, apresurándose a rescatar a un ganso que había sido acorralado por los mellizos y MacTavish.
Dos noches después Plum estaba de pie con una temblorosa mano sobre el brazo de su marido, mientras se detenían en lo alto de una larga y curvada escalera. Se preguntó por un instante qué pasaría si se arrojara por las escaleras, si se rompería el cuello, muriendo instantáneamente y acabando así con sus penas, o si simplemente rebotaría escaleras abajo, avergonzando a Harry al mostrarle a todo el mundo, no sólo su triste falta de habilidad para sortear escaleras, sino también sus piernas y sus enaguas. Plum sospechaba que probablemente ocurriría lo segundo, así que permitió a regañadientes que Harry la condujera por las escaleras. Una adusta sonrisa curvaba sus labios.
- Plum.
- ¿Qué? -preguntó ella, con voz tan seca como su sonrisa.
- Cualquiera diría que te llevo al matadero. Tienes de cara de enfado.
- No es cierto.
- Sí lo es. Tienes una horrible expresión en el rostro.
- Se llama sonrisa, Harry.
- Sí, pero es el tipo de sonrisa que llevan los condenados cuando se dirigen al cadalso. Una sonrisa que hará que todos se aparten, que no entres con buen pie en la sociedad.
- Bien -dijo Plum, con voz que ahora parecía más tranquila. Si no la admitían, mejor. Era la primera cosa esperanzadora que le escuchaba desde que le había informado, aquella mañana, que se presentarían en sociedad en el baile de lady Callendar.
- Tal vez, de esa manera nadie descubrirá quién soy. Y es posible que pueda sobrevivir a esta tarde.
Harry se detuvo al final de las escaleras y llevó a su esposa a un lado, fuera del centro del pasillo, de tal manera que pudiera hablar con ella sin ser escuchado.
- ¿Por qué crees que te miento?
- ¿Mentirme? -Plum parecía sobresaltada, sus adorables ojos de color café se abrían llenos de sorpresa. La sonrisa de condenada había desaparecido de su rostro-. Nunca he pensado que me estás mintiendo. ¡Nunca!
- Entonces, ¿por qué te empeñas en que lo que te he dicho antes, que tu pasado no será un problema, no es cierto?
- Yo… yo…
Harry le besó las manos, maldiciendo la necesidad de tener que demostrar a Plum que no tenía nada de lo que preocuparse con relación a su pasado. Preriría, desde luego, estar en casa con ella ahora, poniendo en práctica otra de las creativas gimnasias conyugales. Pero no podía limitarse a pensar en sus propias necesidades, debía tranquilizar a su esposa, de una vez por todas, y convencerla de que se estaba preocupando innecesariamente por algo tan trivial que sólo ella y unos chismosos rurales recordaban.
- Te diré esto una vez más, y si continúas siendo incrédula, me veré obligado a castigarte: A nadie le importa lo que te pasó hace veinte años. Tú eres mi marquesa, y eso es todo.
Plum intentó borrar de su cara todo rastro de preocupación, aunque la procesión iba por dentro. Harry tuvo que dominar el súbito impulso de besaría hasta la locura.
- ¿De qué tipo de castigo estás hablando? Porque, francamente, esposo, forzarme a venir a este baile debe ser considerado ya como el peor castigo posible.
- Míralo de esta forma -contestó Harry, tomándola del brazo-. No eres la única que desea estar en otra parte. Thom también se siente abatida.
- Sí, eso es cierto -dijo Plum, mirando hacia su derecha. Thom bajaba por las escaleras con una mirada de martirio en su rostro que era casi idéntica a la adusta sonrisa de Plum. Harry no pudo evitar sonreír a las dos… dos de las mujeres más encantadoras que jamás había visto, y las dos se veían como si hubieran sido enviadas a su propia ejecución.
Harry no tenía dudas sobre el resultado de la velada… Había hecho algunas averiguaciones sobre el primer marido de Plum, como llamaba por aquel entonces a ese bastardo, cuando Plum y él se casaron, y encontró que el hombre se había ahogado en un naufragio, lejos de la costa de una pequeña isla griega, donde había estado viviendo durante los últimos diez años. Harry tenía suficiente conocimiento de la psicología colectiva como para saber que sin el estímulo de los Spencer nadie reconocería a Plum, y menos aún recordaría el escándalo. Sin embargo, también sabía que, a pesar de que constantemente le aseguraba lo contrario, Plum estaba íntimamente convencida de que ella sería la herramienta de su destrucción.
Harry cumplió con su papel. Se paseó por las atestadas y recalentadas habitaciones, presentando a su esposa a todas las personas que conocía, y a otras cuantas que no sabía ni quiénes eran, sin alterarse cuando los apretones que su mujer le daba en el brazo indicaban que estaba al borde de un ataque. La arrastraba hacia todas y cada una de las personas que encontraba, y sólo cuando ya se habían encontrado con todos y habían intercambiado unas pocas palabras corteses con el cien por cien de los invitados, Plum empezó a relajarse. Harry la convenció de que bailaran un vals, un baile que Harry normalmente odiaba, pero que le daba la posibilidad de tener a su esposa en sus brazos. La llevó hacia su cuerpo más de lo que era debido, sonriendo en respuesta a su fingida mirada de escándalo.
- Ya no tienes cara de corderita degollada, así que asumo que esto significa que estás empezando a disfrutar del baile.
La mujer, sin dejar su encantadora sonrisa, no pudo evitar un brillo de culpa en los ojos.
- ¡Oh, Harry, qué egoísta he sido! Lo lamento, lamento mucho haber arruinado tu velada.
- No me has arruinado. Bueno, podrías hacerlo si no me acompañas a un oscuro rincón del jardín para que te bese hasta dejarte atontada. Si no pones objeción alguna a ese plan, sobreviviré a esta terrible noche en medio de la sociedad.
El delicado rubor que tanto le gustaba a Harry apareció en las mejillas de su mujer.
- Haré lo que mandes, mi señor. En cuanto a lo otro… Estabas en lo cierto, nadie se acuerda de quién soy, ¡ni una sola persona! Harry, verdaderamente te mereces mis más humildes disculpas por no creer en ti. ¡Has hecho un milagro!
Harry la retuvo en sus brazos durante unos segundos después de terminado el baile, deseando más que nunca estar en casa, donde ella podía expresar su innecesaria gratitud de manera mucho más tangible. La miro con una seductora sonrisa.
- Por mucho que me gustaría ser digno de tan atractiva mirada en tus irresistibles ojos, no puedo adjudicarme la capacidad de hacer milagros. La gente es notoriamente caprichosa y voraz en lo que concierne al chisme y al escándalo. No ha terminado de rumiar uno, cuando ya están buscando otro, más carnaza para su alma carroñera. Ahora, si puedes soportar tan solo una presentación más, acabo de ver a un hombre que me encantaría que tú Thom y tú conocierais.
Plum miraba a su alrededor mientras Harry la conducía a través de la multitud hacia un grupo de hombres que charlaban cerca al salón de juegos.
- ¿Dónde se ha metido Thom?
- Sin duda se ha dado a la fuga mientras estábamos distraídos. Querida, permíteme presentarte a lord Noble Wessex. Milord, ésta es mi esposa, Plum.
El hombre alto de cabellos negros se dio media vuelta al escuchar su voz.
- ¡Harry! ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
Los dos hombres se fundieron en un abrazo tan entusiasta que las cejas de su esposa se levantaron llenas de sorpresa. Él sonrió y palmoteo la espalada de su amigo.
- Teníamos un pequeño asunto en la ciudad. Pensé que estabas en el norte.
- Volví por el Parlamento. Es un placer, señora. No tenía la menor idea de que te hubieras vuelto a casar hasta que vi el artículo del Times.
La mano de Plum se movió nerviosamente. Harry la acarició. Ese artículo siempre fue un poco doloroso para ella, pero Harry no tuvo más remedio que autorizarlo. Sería un malnacido si escondiera la existencia de su esposa como si estuviera avergonzado de ella.
- ¿Está Gillian aquí? Me gustaría que conociera a Plum.
Las cejas del noble se juntaron, frunciendo el ceño.
- Está en casa con los niños. Los dos menores tienen varicela… debes venir a visitarnos, pero sólo si has pasado esa enfermedad. Nick quedó en encontrarse conmigo aquí en un momento. También estará encantado de verte. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Un año? Demasiado, en cualquier caso.
Harry asintió y pasó diez agradables minutos poniéndose al tanto de la vida de su amigo, consciente de que durante todo ese tiempo Plum estaba algo angustiada, mirando nerviosamente a su alrededor. Aprovechó la oportunidad que le brindó la aparición de un conocido de Noble, para preguntarle a Plum qué la angustiaba.
- No sigues preocupada, ¿verdad?
La mirada de Plum recorrió la habitación.
- No por mí, pero, ¿dónde crees que ha podido meterse Thom?
- Probablemente estará bailando. Es una buena muchacha, Plum. No va a hacer nada que te avergüence.
- ¿Avergonzarme? -Plum le dedicó una mirada de disgusto-. No me preocupa que me avergüence, me preocupa que se haya aburrido y que se haya ido sin decirme nada. Creo que iré a buscarla.
Plum se alejó con aire apresurado. Harry circuló entre los caballeros que se encontraban en el salón de juegos, llevando a Noble a un lado cuando estuvo libre.
- Me gusta tu esposa -le dijo Noble mientras se paseaban en dirección a lo más profundo de la habitación-. Y pareces feliz con ella. Me alegra que te hayas vuelto a casar, Harry. Ya era hora.
- Se me había pasado la hora, pero no es de eso de lo que te quiero hablar.
- ¡Aja! -dijo Noble, y sus grises ojos se encendieron, llenos de humor-. Lo sabía. No has venido a la ciudad sólo para presentar en sociedad a tu mujer, ¿no es así?
- He venido a este baile a regañadientes. Sabes que no siento amor alguno por la sociedad. Estoy aquí porque el nuevo ministro del Interior quiere que lo aconseje sobre la situación de Stanford.
- ¿Stanford? -Noble frunció el ceño, negando con la cabeza cuando Harry le ofreció un cigarro.
- ¿No fue él el responsable de que te acusaran de traición?
- El mismo hombre. A lord Briceland le han llegado unos perturbadores rumores de que Stanford no había actuado solo. Me pidió que verificara la información. Pasé las últimas seis semanas investigando en mis registros, en busca de una clave que me diera la identidad del hombre que podría estar involucrado.
- ¿Y ahora estás aquí para presentar el informe?
- Estoy aquí para encontrar evidencias, pruebas. -Harry encendió una cerilla y la agitó bajo la punta de su cigarro hasta que ésta emitió un brillo rojo-. No debería ser muy difícil.
- ¿De quién tienes sospechas? -preguntó Noble, en voz extremadamente baja, para que nadie los escuchara.
Harry sonrió irónicamente.
- La última persona que te puedas imaginar. Creo que es…
- ¡Harry!
Plum atravesó el salón abriéndose paso entre la multitud, sin prestar atención a las miradas curiosas que estaba recibiendo. Lo tomó por el brazo y comenzó a tirar de él hacia la puerta.
- Discúlpeme por interrumpirlo, lord Wessex, pero ésta es una seria emergencia. Harry, debes ayudarme a encontrar a Thom. ¡Ha desaparecido! Nadie la ha visto desde hace mucho rato. ¿Crees que le ha podido suceder algo? Nunca había estado en Londres. Jamás me lo perdonaría si le ocurriese algo…
Harry tiró su cigarro a la chimenea, lanzando una mirada de disculpa a su amigo mientras Plum lo llevaba casi a rastras fuera de la habitación, en busca de su sobrina.