CAPITULO VIII
Judith no podía conciliar el sueño. Hacía una hora que se había acostado. En su imaginación revoloteaban las ideas. Estaba próximo su casamiento con Michael Abbott. Se habían conocido en el transcurso de una velada en Boston, dos años antes. Simpatizaron cuando supieron que eran casi vecinos. Luego se volvieron a ver en alguna ocasión. El la había visitado al regreso de ella a Trinity, precisamente al día siguiente en que tuvo el desagradable incidente con Johnny Nelson.
Un mes después, Abbott la pidió como mujer. Ella no supo qué contestar al pronto. Estaba sorprendida. Pero Michael la apremió. La quería, la había querido desde que se conocieron. La haría feliz. Era su único, su más ferviente deseo. Sólo viviría para ella porque ninguna otra le importaba más en el mundo.
Al fin Judith dió su consentimiento.
Ahora, en el silencio de la noche, se preguntaba si había procedido conforme a los dictados de su corazón. ¿No se habría precipitado?
Realmente, ¿qué era lo que sentía hacia Michael? No, amor no. Simpatía, afecto, un sentimiento muy distinto de aquel.
¿Y qué más daba ya? Johnny Nelson se había vuelto a esfumar en su vida y esta vez sería para siempre.
No lo había vuelto a ver desde aquel día. Una tarde se presentó en su casa el juez Cavanangh, que resultó ser el caballero del ventanal. Le preguntó si tenía noticias recientes de John. Nadie conocía su paradero. Había desaparecido sin dejar rastro.
Al principio la turbaron las palabras del juez, pero se rehízo rápidamente, contestándole que ignoraba cuanto se refería a aquel hombre.
Luego, cuando el magistrado se hubo marchado, corrió a su dormitorio y se encerró con llave. Johnny se había ido de Trinity y probablemente de la región. Paseó nerviosa de una pared a otra, terminando por arrojarse sobre el lecho, donde lloró con desconsuelo.
Pasaron los días, las semanas, los meses. Johnny no volvió. La herida fué cicatrizando. Michael Abbott y el tiempo terminarían de curarla.
Sí, debía esperar el futuro con mayor optimismo. La vida no concede siempre lo que se le pide.
De pronto, un ruido procedente de la ventana la soliviantó.
Se habría levantado aire, o quizá fuese un crujido de la recalentada madera.
Basta ya de pensar, se dijo. Cerró los ojos, relajando el cuerpo. Necesitaba descanso, o de lo contrario sería una novia marchita el día de su boda
En aquel momento la ventana se abrió con estrépito.
Judith se irguió de un salto quedando sentada en la cama, Al instante sus ojos se agrandaron. Un individuo embozado se acercaba a su cama.
Fué a dar un grito, pero una mano le tapó la boca. Forcejeó, luchó, pero finalmente le dieron un golpe junto a la oreja y perdió el conocimiento.
Una brisa fresca le ayudó a despertar. Cabalgaba en la noche. Unos brazos férreos la oprimían por el talle. El jinete, indudablemente su raptor, estaba detrás de ella. La habían amordazado y maniatado. Lloró de rabia por verse en aquella situación. ¿Quién era el bruto que la trataba de tal forma y qué se preponía sacándola por la fuerza de su casa? Sintió un escalofrío, aunque prefirió no contestar a su pregunta.
No supo cuánto tiempo duró el viaje. Todavía era de noche cuando se detuvieron. Otro hombre salió de la obscuridad y ayudó al jinete.
Fué conducida en volandas hasta el interior de una casa.
Una vez dentro, le quitaron la mordaza de la boca y cortaron las ligaduras.
—¿Para qué me han traído aquí? — rugió la joven con fiereza.
Su raptor se arrancó el pañuelo de la cara y Judith contempló asombrada delante de ella a John Nelson.
—¡Tú! — exclamó—, ¡Tú, sucio tramposo!...
—Será mejor que me oigas antes de que sueltes toda la lista de insultos, Judith.
—¿Escucharte a ti?... ¿Qué sarta de embustes vas a inventar para justificarte?
—No me ha guiado otro motivo que impedir tu matrimonio con Abbott...
—¡Al menos esta vez eres sincero! ¿Pero acaso supones que vas a conseguir algo con traerme aquí de la forma que lo has hecho?
—Te equivocas si crees que mi oposición se basa en mi interés.
—¿No? Qué emocionante. ¿Acaso has abandonado la idea de cumplir las condiciones que te impuso tu tío?
—En la que a ti respecta, sí.
—¿De veras? — dijo irónica la joven—. ¿Y por qué demonios me has sacado entonces de mi casa?
—Para decirte que Abbott no te merece. El no es lo que tú y mucha gente cree. Tiene fama de respetable, de que va a ser un hombre importante, y no es más que un delincuente de la peor especie...
—¡Cuidado, Nelson! ¡Estás hablando de mi futuro marido!
—Puedo probarlo, Judith. Yo no acuso a nadie gratuitamente.
—¿Cómo lo vas a probar?
Johnny señaló con la mano a su compañero, que hasta entonces había sido testigo mudo de la escena.
—Este hombre te informará. Se llama Arnold Mac Kay y vive cerca de Groveton.
—Cuanto dice Nelson es cierto, señorita Niven — empezó a decir el aludido—. Su prometido es un miserable que intenta aprovecharse de la buena fe de los que residimos en aquella comarca. Abbott se las ha arreglado para ser el presidente de la Comisión encargada de cumplimentar todo cuanto se refiere al tendido del ferrocarril. Uno de los cometidos de la Comisión es emitir bonos con el objeto de recaudar fondos para pagar una parte del coste del tendido. Abbott ha echado mano de unas cuantas artimañas. Ha emitido más bonos de los necesarios, con el fin de quedarse con el remanente de dinero una vez pagada la parte que corresponde abonar a Groveton Y el novio de usted, para conseguir el mayor número de suscriptores posible, ha contratado una pandilla de pistoleros que recorre la comarca en calidad de agentes...
—No lo puedo creer — murmuró Judith—. ¿Quién me dice que no está usted de acuerdo con John?
—Yo estoy sentenciado a muerte por Abbott, señorita Niven. Por eso Johnny se ha visto obligado a traerla a usted aquí, ya que no quise acompañarle a Trinity. Hubiese sido arriesgar demasiado. Si nos sorprendían en el camino nos habrían matado a los dos. A Nelson por ir a mi lado.
—¿Por qué dice que está sentenciado a muerte, señor Mac Kay?
—Me negué a suscribir unos bonos. Los agentes vinieron a matarme, pero por fortuna Johnny estaba allí y lo impidió.
—¿Matando a los agentes?
—Así fué, señorita Niven, en legítima defensa.
Judith miró a Johnny.
—¿Cómo quieres que lo crea si me engañaste una vez?
—Comprendo tu indecisión. Es algo que debes resolver tú.
—El que pase el ferrocarril por Trinity y no por Groveton es una de las condiciones de tu tío. Podría ser otro de tus trucos
—Podría, pero no lo es. Comprendí que lo que Sidney deseaba era que pusiese las cosas en orden...
—¿Quieres decir que si no me caso contigo estaré fuera de mi sitio?
—No me refería a ti ahora, sino a lo del ferrocarril y al asunto de Casey Morgan. Te repito que he renunciado a la idea de casarme contigo.
Mac Kay se retiró de la habitación, pasando a otra interior. Los dos jóvenes quedaron solos, sumidos en un silencio.
—¿Qué vas a hacer ahora? — inquirió la muchacha.
—Iré a Houston He de poner en conocimiento del presidente de la Compañía todo lo que sé respecto a Abbott.
—¿Y después?
—Esperaré a que regrese Morgan. Prometió volver cuando hayan transcurrido los seis meses del plazo. Entonces, me enfrentaré con él...
—¿Por qué se marchó?
—Sanders le ofreció dinero para que desapareciese durante ese tiempo.
Judith frunció la frente.
—Te encuentro cambiado, John...
—Me ha dado el sol por ahí.
—No es el color de tu piel Hablas de distinta forma que antes. Ya no hay jactancia en el tono de tu vos...
—Es posible. — Nelson cambió de conversación en seguida—: ¿No vas a volver a tu casa? Tus padres deben de estar intranquilos...
—Sí — convino Judith, y al dar un paso se dió cuenta de que estaba descalza. Se miró a los pies y lanzó un grito al verse en camisón—. Oh... Ooooh...
—¿Qué ocurre? — preguntó Johnny.
La joven trató de cubrirse con las manos, mientras sus mejillas se coloreaban y sus ojos parpadeaban horrorizados.
—¡No me mires!... — pidió dando la espalda a Nelson
—Pero si te he estado mirando todo el rato.
—¡Se conoce que estás acostumbrado a ver a muchas mujeres así!... — repuso ella con irritación.
—Bueno; no seas chiquilla. Ese camisón no enseña nada.
—Oh... ¿Es que hay otros que enseñan?
Johnny se rascó la barba,
—Mira — contestó—, yo no entiendo de modas femeninas, pero te aseguro que no he visto a ninguna mujer tan deliciosa como tú.
—¿Estás... estás seguro? — dijo ella, sin volverse.
Nelson se le acercó por detrás.
—Completamente seguro. Eres la criatura más adorable que he encontrado en mi vida. No sabes cuán arrepentido estoy de... todo eso.
—¿De todo?
—¿Y de ver... otros camisones?
—Sí.
La mano de él la cogió del brazo. Judith se estremeció.
—¿Qué piensas hacer, Johnny... después que acabe el plazo?
—Me iré — contestó él con la boca próxima al cabello de la joven.
—¿A dónde?
—Al Edén.
—¿Es el nombre de un «saloon»? ¿No dices que te vas a corregir?
—Es el nombre del paraíso, de un rincón solitario, perdido en el confín del mundo. Allí se goza de paz, de tranquilidad..., se siente uno cerca del cielo.
La voz de Judith le llegó en un suave murmullo.
—¿Cómo es, Johnny?
—Resulta difícil su descripción Un arroyo nace en un monte y salta de roca en roca hasta encontrar la tierra, por donde discurre serenamente hasta afluir a un lago rodeado de árboles. Las orillas están cubiertas de hierbas y flores... Uno se tiende allí y no puede pensar más que en cosas bellas...
La otra mano varonil subió lentamente por el otro brazo de la hembra.
De repente, Judith se volvió, desasiéndose.
—Sí; es preferible que nos vayamos — dijo con el pecho agitado —. Debo tranquilizar cuanto antes a mis padres...
—¿Y respecto a tu boda con Abbott?
—Lo decidiré en mi casa.
Johnny cogió una manta que había sobre una silla y la entregó a la muchacha
—Cúbrete con ella — dijo—. No me la llevé para la venida porque cuando salí de aquí no tenía pensado traerte... Luego se me ocurrió que era mejor que oyeses a Mac Kay...
Arnold salió, despidiéndose de la joven.
A instancias de Judith, Johnny se separó de ella cuando faltaban tres millas para llegar al rancho.