CAPITULO IV

Patrick Touge, de cuarenta y cinco años de edad, alto, rostro de luchador, brazos largos, embutido en un traje impecable, dió la vuelta a la refulgente mesa de despacho tras la. que había estado sentado, saliendo al encuentro de su visitante.

—¡Caramba! ¡John Nelson en Houston!—declaró, al tiempo que tendía su mano—. Eso no se ve todos los días ¿Cómo estás, Johnny? Siento lo de tu tío. Gran amigo mío.

El joven aguantó el chaparrón cambiando un saludo.

—Ya me ves, Patrick. De negocios.

Touge lanzó un silbido y sonrió.

—¿De negocios? ¿Desde cuándo?

—Verás, es un poco largo de contar.

—Entonces estaremos mejor sentados y fumando.

Patrick le ofreció cigarros de una caja. Se sentaron y encendieron.

—Bueno, Johnny, puedes empezar.

—Supongo que sigues siendo presidente ejecutivo del ramal del ferrocarril que se está tendiendo entre Palestine y Houston...

—Sí, claro. Entre otros cargos, ocupo ese. Aunque, si he de decirte la verdad, de todo lo relacionado con ello se encarga uno de mis secretarios. Yo sólo me entero de cómo van las cosas poco antes de celebrarse un consejo de administración—Touge sonrió—. Ya sabes lo que es tener en la cabeza mil asuntos diversos.

—Lo comprendo, pero para mi caso es lo mismo.

—¿Cuál es tu caso?

—Se trata de lo siguiente: el ramal va a pasar por Groveton.

—Sí, lo recuerdo perfectamente. No me irás a decir que te dedicas a especular sobre terrenos.

—No, pero desearía que ese ferrocarril, en lugar de pasar por Groveton, pasase por Trinity.

Se hizo un silencio.

El financiero entrecerró los ojos quitándose el cigarro de la boca.

—¿Que pase por Trinity?

—Eso es.

Touge soltó una carcajada.

—¿Estás de broma, Johnny?

—En mi vida he hablado más en serio.

—¡Pero es absurdo!

—¿Por qué? Me he informado bien. El ferrocarril es más necesario en Trinity que en Groveton. No sé

ni cómo habéis podido dudar en la elección Groveton es una llanura sin fin. Allí se crían unas treinta mil reses. Trinity cuenta con más de cien mil cabezas y es centro de una región industrial y agrícola. Por si no fueran bastante esos argumentos, existe otro muy interesante. Trinity se halla más en línea entre Palestine y Houston. Para pasar por Groveton tendréis que hacer una pronunciada curva. Como ves, hay razones económicas, sociales y geográficas. La compañía que coloca el tendido, tu compañía, hará un buen negocio si rectifica el plan, haciendo pasar el ramal por Trinity.

Patrick, que había escuchado en silencio, dió una larga chupada al cigarro y después de arrojar el humo por la boca, dijo sonriendo:

—Siento decirte que no enfocas en su justa medida la cuestión, Johnny.

—¿Qué medida? Cree que he tocado todos los puntos.

—El futuro.

Nelson arrugó el entrecejo.

—¿El futuro? ¿De quién?

—De Groveton, del ferrocarril que pasará por allí.

—No te entiendo, Patrick. Ya te he dicho que Trinity...

—Lo sé. Trinity tiene cien mil reses y algunas instalaciones industriales, así como campos de cultivo Pero los planes de tendido de ferrocarril se hacen teniendo en cuenta más el futuro que el presente. No se puede tender una línea sobre la sola base de que los primeros años de funcionamiento pueda rendir, si existen previsiones de que al cabo de una década sobrevendrá una crisis.

—¿Quieres sugerir que Groveton tendrá más porvenir que Trinity? ¡Eso es inverosímil que pueda ser sostenido por alguien!

—Nosotros tenemos nuestros técnicos, nuestros peritos... Si se ha decidido que el ferrocarril pase per Groveton es porque ellos, tras una serie de estudios y análisis concienzudos, han llegado a la conclusión de que la línea responderá financieramente.

Johnny aplastó el cigarro contra un cenicero.

—Permíteme que dude de la capacidad de esos técnicos, Patrick,

—Lamento que lo tomes así. Pero debieras tener en cuenta que nuestra compañía no es una sociedad filantrópica. Está constituida por accionistas que han invertido su dinero, y, por tanto, con derecho a unos beneficios. Las posibilidades de realizar un tendido que ocasione pérdidas son casi nulas, precisamente por el fin de lucro que se persigne, entre otros, claro.

Nelson estaba impaciente.

—¿Entonces...?— inquirió.

—No puedo hacer nada. Además de todo lo dicho, y aunque, repito, no conozco ahora los detalles de la operación, ese ramal por Groveton está aprobado y con los bonos emitidos.

—¿Bonos? ¿No dices que el ferrocarril lo financia la compañía?

—Una pequeña parte es pagada por los ciudadanos de Groveton y su comarca.

—¿Por qué?

Touge sonrió por enésima vez.

—¿Ves como no estás al corriente de esta clase de negocios? Se trata de la honrilla local. Casi siempre ocurre que los vecinos del pueblo por el que pasa el ferrocarril quieren mantener la ilusión de que es algo suyo y abonan una mínima parte de los gastos.

Johnny asintió con la cabeza e incorporóse del sillón.

—Gracias por tus informes, Patrick, ¡Ah! Supongo que no habrás recibido una carta de un tal Sanders...

—¿Sanders? ¿Quién es?

—Un tipo que está interesado en los mismos negocios que yo.

—No, no he recibido nada.

Fueron hasta la puerta y allí, Patrick le ofreció nuevamente la mano, diciendo:

—Ya sabes que me tienes a tu disposición, como siempre, Johnny. Gran hombre Sidney Nelson. He lamentado mucho su muerte.

Ya en la calle, echó a caminar por la acera pensativamente.

Estaba derrotado Esa era la realidad. Sus gestiones, sus intentos terminaban con el fracaso más absoluto. Ni una sola de las condiciones impuestas por su tío, para tener acceso a la herencia, le había sido posible cumplir. Y lo que era más desmoralizador... Había de admitir que en aquel instante no existía la menor probabilidad a su favor de que lo consiguiese en los cinco meses y medio que faltaban para que expirase el plazo establecido.

¿Qué camino tomar? ¿Regresar a Trinity? ¿Para qué? ¿Para ver cómo Edmund Sanders tomaba posesión del «Tres Colinas»? ¿Para contemplar su sonrisa triunfante? No, no lo podría soportar. Tendría que matarlo.

Después de todo, el juez estaba en lo cierto. Sidney Nelson no había prohibido a Sanders que dificultase o impidiese el cumplimiento de las condiciones ¿No habría hecho él lo mismo en su lugar?

De acuerdo. No volvería a Trinity. La tierra era muy grande. Podría empezar una nueva vida en cualquier lugar.

Con ánimo resuelto, se dirigió al hotel donde se hospedaba, canceló su cuenta, sacó su cabalgadura da la cuadra y salió de Houston encaminándose al Oeste.

Cada milla que avanzaba se decía que la distancia entre él y Trinity había aumentado. ¿Trinity solamente? También existía una distancia entre él y Judith Niven ¿O mejor un abismo? Soltó una imprecación por pensar en tales ideas. Debía arrojarlas cuanto antes de su imaginación, Allí donde fuese, el pasado sería una carga, un exceso de equipaje. Haría bien en desembarazarse de tal peso cuanto antes.

El tiempo fué pasando.

Un día, otro día. Un pueblo, otro pueblo Siempre hacia el Oeste. Llanuras sin fin. Tierra roja, sedienta. Horizontes eternos. Cielo azul, límpido, sin una sola nube.

Y el destino, implacable, marcando la ruta de los hombres.

Fué al atardecer del décimo sexto día en que abandonó Houston. Llevaba horas cabalgando sobre un suelo inhóspito, desértico, en el que sólo crecían los cactus. Algunas veces, enormes lagartos se movían entre piedras calcinadas, como si quisiesen demostrar que en todo lugar existe el misterio de la vida.

Había acabado la última gota de agua de su cantimplora, Tenía los labios resecos, cortados, y le parecía que la lengua era un trozo de cuero.

Se había perdido. Teniendo en cuenta las instrucciones que últimamente recibió, ya debía haber llegado a Vernon Pero no veía la menor señal de habitabilidad allá donde abarcaba su vista.

Dos cuervos volaban arriba, sobre su cabeza. Negros como la muerte.

Se detuvo para descender del caballo. El animal se encontraba en tan pésimas condiciones como él. La boca espumeante y los flancos bañados en sudor. Le palmeó afectuosamente en el cuello y echaron a andar juntos, como dos viejos camaradas.

El sol descendió, pareció columpiarse unos instantes en la línea en que se unían tierra y cielo y después, como si lo hubieran rajado con un puñal, se sumergió en un baño de sangre, chapoteando, mojando de rojo la llanura.

De pronto, Johnny vió a su derecha un relieve que rompía la monotonía de la ardiente meseta.

Dió un grito de júbilo y su potro relinchó de una forma que conocía bien. Quería decir que olfateaba agua, Le exigió un esfuerzo más y volvió a montarlo. El alazán, comprendiendo lo que de él esperaba su dueño, emprendió un galope exhalante.

Al llegar a la pequeña cima, John vió que detrás de ella había un gran embudo enriscado Abajo distinguió el brillo del agua y las copas de unos árboles.

Comenzó a descender por la empinada pendiente, sorteando rocas, y de súbito, el gran silencio fué flagelado por un estampido. El proyectil picoteó en una piedra, a dos yardas de la grupa.

Johnny se detuvo corriendo la mano a la funda.

Entonces, antes de que pudiera tocar el revólver, una voz le gritó desde alguna parte:

—¡No haga eso o tendrá aquí su tumba!