CAPITULO XV

Duke Williams escanció champaña en las dos copas. —Por nuestro triunfo, pequeña.

La rubia sonrió levantando su copa.

—Por el collar de perlas.

—No he dicho nada de un collar de perlas.

—Pero tú me lo comprarás porque te gusta satisfacer los caprichos de tu nena...

—Ya veremos.

—Vas a ser millonario. ¿Crees que no te conozco, Duke...? Estás tendiendo tus redes y esos rancheros van a caer en ellas como peces bobos.

Duke se echó a reír.

—Stella, tú conoces bien a los hombres.

—Sobre todo a ti. Te conozco como si fuese tu madre.

—No compares a mi madre contigo porque te rompo las narices. Mi madre fue una santa.

—¿Por qué todos os ponéis tan feúchos cuando se os nombra a la madre...?

—Quizá sea porque madre no hay más que una.

—Sí, eso debe ser. Cada vez que me acuerdo de la mía, se me ponen los ojos llenos de lágrimas.

—Eso es el resultado de la borrachera de champaña.

—Pero si sólo bebí tres copas...

—Es un buen champaña y con tres copas tiene uno bastante para perder la cabeza.

En aquel momento se abrió la puerta y una joven entró dando gritos.

—Quíteme las manos de encima.

Budd venía con ella.

Lucy, que era la muchacha, dirigió una mirada al hombre y la mujer que estaban sentados en el diván.

—¿Quién me mandó secuestrar?

—Yo —contestó el hombre.

—¿Y quién es usted...?

—Duke Williams.

—¿Por qué no secuestró a su tía?

—Entre otras cosas, porque mi tía tiene bigote y tú eres una nena con unos labios preciosos.

—Pero ¿para qué me necesita si ya tiene ahí una rubia que se afeitó el bigote, aunque se haya oxigenado el pelo?

Stella saltó del diván.

—Eh, gata, más cuidado al hablar o te oxigeno yo también a ti con un par de pasadas...

—Acércate y te arranco 1a peluca...

La rubia arrojó contra Lucy la copa de champaña.

La secuestrada se agachó con rapidez y la copa se estrelló contra la pared, haciéndose añicos.

Duke rió de buena gana.

—Siempre me han gustado las peleas entre mujeres. Cincuenta dólares a la que resulte ganadora.

Lucy le apuntó con un dedo.

—No he venido aquí a pelear con nadie, sino a que me dé explicaciones... ¿Por qué me trajo a la fuerza?

—Te necesitaba, preciosa.

—No lo comprendo. ¿O es usted como uno de esos árabes que necesitan un harén...? Si es así, no cuente conmigo.

—Eres muy graciosa, pero no te traje para lo que tú te crees, sino como cebo.

Lucy sintió un vacío en el estómago.

En su mente unió la palabra cebo con Jackson Keene.

—¿A quién quiere pescar...?

—Al hombre que te salvó de morir, a ese entrometido.

—Llega tarde.

—¿De veras?

—El señor Keene se marchó de Abilene.

—¿Cuándo?

—Hace un par de horas.

—¿Y adónde fue?

—Le ofrecieron un negocio en Kansas City —Lucy sonrió—. Así que, como ya no me necesita para nada, me voy, y que se alivie la rubia oxigenada.

Dio media vuelta para marcharse, pero se encontró conque Budd estaba cubriendo la puerta.

—Eh, señor Williams, diga a este gorila que se aparte.

Duke contestó:

—Nena, si ya has dejado de hacer chistes, cálmate un poco.

La joven se volvió de nuevo hacia Williams y cruzó los brazos.

—¿Cómo quiere que le diga que Jackson Keene nunca podrá venir aquí...?

En aquel momento llamaron a la puerta.

Duke hizo una señal a Budd y éste abrió.

Entró en la estancia Frank Joyce, el cual dijo con rapidez:

—Yo no fallé esta vez, señor Williams, y aquí está la muchacha para demostrarlo, pero sus hombres no pudieron con Jackson Keene.

—Ya lo sé.

—¿Lo sabe y está bebiendo champaña...?

—Lo vi desde la ventana con el catalejo. Jackson Keene se cargó a esos tres imbéciles que debían haberlo convertido en un saco de plomo.

—Hace un momento lo vi correr hacia el hotel La Rosa de Texas.

—Lo cual quiere decir que no tardará mucho en aparecer por aquí a rescatar a la chica que le tocó la cuerda.

Lucy había escuchado en silencio. Se sintió desconsolada al darse cuenta de que sus palabras no habían servido de nada. Duke Williams la había dejado hablar sabiendo que estaba inventando una fábula.

—Señor Williams —habló ahora—, no tiene necesidad de matar a Jackson Keene. Yo creo que si habla con él, estoy segura de que podrá hasta contratarlo para que trabaje con usted. Es un tipo estupendo, ¿sabe?

—Sí, debe serlo, sobre todo enamorando a las mujeres, y tú eres un hermoso ejemplar para demostrarlo.

—Pero ¿qué es lo que le ha hecho Jackson Keene para querer matarlo?

—Yo te lo diré, pequeña. Quiere echarme abajo un negocio de millones, un plan en el que estuve pensando durante muchos meses y que ya tengo listo para poner en marcha, ¿lo entiendes bien? Ese es el motivo por el cual ha de morir ese Chico que te volvió loca.

—A mí no me volvió loca...

—Entonces, no debes sentir que se vaya al infierno.

La joven señaló a Frank Joyce.

—Señor Williams, éste es el asesino de Marcus Stone y su obligación, como ciudadano honrado, es entregarlo al sheriff inmediatamente.

Bill se había ido a la ventana para mirar a la calle. Se volvió de repente para decir:

—Eh, jefe, Jackson Keene viene hacia aquí.