CAPITULO XIII

 

Richard Massur estaba hablando con su colega, el ranchero John Carey, en presencia de Jackson Keene.

—Ese Monopolio es ilegal, John... Y suponiendo que llegase a constituirse, el Gobierno de Washington no tardará en caer sobre él.

Carey frisaba en los cincuenta años de edad y era un hombre de cabeza leonina, con una gran melena, ojos fieros y cejas muy espesas. Fumaba un largo y grueso cigarro.

Después de arrojar una bocanada de humo dijo:

—¿Sabes lo que te digo, Richard? Que me tiene sin cuidado el Gobierno de Washington. Esos yanquis nos desprecian. Tú lo sabes... Creen que los tejanos somos unos tipos que sólo entendemos de reses. Estuve allí el verano pasado. Me consideraron como un advenedizo.

—Nuestros sentimientos personales no deben jugar en un caso como éste.

—La idea de Duke Williams me parece bien... Los rancheros nos pasamos la vida luchando entre nosotros. Su argumento, de que, con nuestra competencia, perdemos mucho dinero, es válido para mí... Necesitamos una organización fuerte, poderosa, que esté por encima de las rencillas personales.

—Se puede lograr esa unión entre nosotros sin necesidad de montar el Monopolio.

—¿Quién lo va a conseguir? ¿Tú, Richard?

—No, yo no.

—Ni tú ni nadie. No hay ningún ranchero con personalidad suficiente para que nosotros le concedamos plenos poderes. Y es eso lo que tendría que poseer para tener autoridad. ¿Quién está dispuesto a renunciar? ¡Yo no!

—Sin embargo, vas a renunciar en favor de Duke Williams.

—Ese hombre me merece confianza.

—Eres demasiado iluso, Carey. Cuando tú hayas renunciado al gobierno de tu rancho en favor de Duke Williams será mejor que pienses en dedicarte a otra cosa que a criar reses. El día menos pensado te darás cuenta de que puedes tanto como uno de tus vaqueros. Y ése no será el precio total del pago de tu ceguera... En todo el país, Duke Williams estará quebrando las leyes. Y lo hará en tu nombre y en el de los otros rancheros que hayan entrado en su Monopolio... Tu defensa de Duke Williams consiste en que competimos entre nosotros hasta causarnos daño. Y yo te repito que eso se puede evitar... Bastaría crear una oficina. Sólo eso, una oficina de información de mercados. Admito que no podremos hacer como ahora, llevar nuestras puntas de ganado donde nos parezca. Se debe hacer una distribución racional. Y esa oficina sería la encargada de llevarla a cabo. De esa forma, se podrá conseguir un precio unificado para las reses. Naturalmente, sería un precio que fluctuaría conforme a la ley de la oferta y de la demanda, pero no estaría sujeto a las imposiciones de un grupo de presión o de fuerza como el que quiere crear Duke Williams.

—¿Ya has terminado?

—Sí, ya acabé.

—Entonces, te voy a dar una respuesta clara. Preséntame a un hombre capaz de organizar esa oficina, un hombre con la personalidad suficiente para que todos le reconozcamos la autoridad que necesita.

—Aquí lo tienes —dijo Richard Massur señalando a Jackson Keene.

El joven se irguió unas pulgadas. Le había pillado de sorpresa.

—Eh, señor Massur. Debió avisar. Yo no contaba con eso.

—Me dijo antes que estaba sin trabajo.

—Sí, es cierto.

—¿No le gustaría estar al frente de la Oficina de Información de la que acabo de hablar?

Jackson se rascó detrás de una oreja.

—No sé si serviría.

Carey se echó a reír.

—¿Es éste tu hombre cuando ni él mismo conoce su capacidad?

—Es Jackson Keene.

—Ya oí su nombre cuando me lo presentaste. Además, he oído hablar de él. Jackson Keene es un gun-man, un tipo muy rápido con el revólver, pero también lo es Duke Williams.

—Hay una diferencia entre los dos. Jackson Keene es un hombre honrado.

—Eso lo dices tú.

Keene intervino:

—Eh, señor Carey, me molesta que pongan en tela de juicio mi honestidad.

—Lo siento. No he querido insultarle, Jackson. Pero estamos en el momento de la sinceridad, de decir las cosas por su nombre. ¿Es usted o no un gun-man?

—Sí, lo soy.

—Gracias.

—Pero no soy un asesino. Mi revólver siempre ha estado al servicio del débil.

—Eso no nos sirve. Ahora no va a defender a una vieja asaltada por unos forajidos, o a un granjero acosado por los indios... Ya se lo he dicho. Este es un negocio en el que nos vamos a jugar nuestro futuro. Somos rancheros, señor Keene, y nuestro trabajo consiste en criar reses para venderlas en el mercado. Y debemos obtener por ellas un precio justo para pagar nuestros gastos y obtener un margen de beneficio. Eso es lo que pretende Duke Williams.

—Ya que menciona eso, le diré algo que no le ha dicho el señor Massur.

—¿De qué se trata?

—Duke Williams les va a robar a ustedes y los dejará para pedir limosna.

—Tonterías.

—Es posible que al principio juegue limpio para confiarlos, pero, cuando se vayan a dar cuenta, él los tendrá atrapados.

—¿Cómo lo puede hacer?

—En primer lugar, empezaría por no pagarles a ustedes las reses que vendiese, o quizá les pagará sólo una parte. Pero, ya puede estar seguro de que ese dinero que llegue a sus manos, será muy inferior al que podrían haber sacado vendiendo directamente.

—Son suposiciones suyas.

—Conozco a los tipos como Duke Williams. Podrían llegar lejos si trabajasen honestamente porque poseen muchas virtudes, entre ellas capacidad y trabajo. Pero, tarde o temprano, sacan el demonio que llevan dentro. En un momento determinado, Duke Williams creerá a pies juntillas que él merece un premio mayor, que todo se lo deben a él, y que, por lo tanto, ustedes no tienen derecho a repartir las ganancias... Duke forma parte de una nueva clase de pistoleros.

—Es todo lo que le dije antes. Todo imaginación. Pura imaginación. Pero no puede presentar una sola prueba.

—A ustedes les pasa como al sheriff. Necesitan pruebas. Muy bien, señor Carey. No se las puedo ofrecer, a pesar de que Duke Williams está demostrando que es un asesino y que no se parará ante nada. Williams ha sido el causante de la muerte de Stone, y también quiso matar al señor Massur...

—No estoy convencido de eso.

—Claro, rio lo está. Pero quizá se convenza cuando los revólveres le apunten a usted.

—Duke Williams no podrá matarme porque yo voy a votar por el monopolio.

—Quizá lo mate cuando usted sea una carga para él.

Massur, que había guardado silencio durante un rato, dio un suspiro.

—No hace falta que siga adelante, Jackson. No podemos convencer a Carey. Ya tomó su decisión y la llevará hasta el fin. Lo siento, Carey, pero sé, como hay un cielo, que un día me dirás que yo tenía razón. Desgraciadamente para ti, entonces ya no habrá remedio... Vamos, Jackson.

Massur y Jackson salieron de la habitación.

Al llegar a la calle, Massur dijo descorazonado:

—No hay nada que hacer. Duke Williams se saldrá con la suya.

—Todavía no está todo perdido —repuso Keene—. ¿Va a hablar con el otro ranchero?

—Creo que no vale la pena porque nos contestará lo mismo que Carey.

—Yo, de usted, no me desalentaría.

—Está bien. Si usted cree que vale la pena.

—Siempre vale la pena pelear contra la gentuza como Duke Williams.

Siguieron andando y, de pronto, Jackson se detuvo poniendo la mano en el brazo de Massur.

—¿Qué pasa, Jackson?

—Hay tres hombres en la esquina.

Se refería a tres tipos que estaban cantando. Uno de ellos parecía ebrio y decía:

—Eh, muchachos, esa canción no me gusta.

—¿Cuál quieres que cantemos, Andy? —preguntó otro.

—La pulga de Irene.

—No conocemos la letra.

—Maldita sea, ¿cómo que no? ¿No os acordáis...? La oímos en Kansas City hace tres años.

—Eso es demasiado tiempo y ya se nos olvidó.

Massur y Jackson siguieron andando.

Los tres hombres estaban ya muy cerca. Uno de ellos reía a mandíbula batiente.

—Ya lo oyeron —dijo el que parecía ebrio—. Cantaremos La pulga de Irene... Estos hombres que vienen aquí nos enseñarán la letra de La pulga de Irene.

Andy dio un traspiés y se puso delante de Massur.

—Eh, amigo, ¿sabe la canción de La pulga de Irene...?

—No. No creo haberla oído nunca.

Andy dio un hipido y ahora levantó la mano señalando la cara de Jackson.

—¿Y usted, compañero? ¿Sabe La pulga de Irene?

—Tampoco.

—¿Cómo que no? Tiene cara de saber la letra de esa canción... Me está engañando. Es un condenado embustero.

—Ya le he dicho que no la sé.

—¿Lo ve usted? Ya mintió. Es un miserable... Un condenado puerco... Y por no cantar, le voy a meter una bala en el ombligo...

—Yo en su lugar no sacaría el revólver.

—No, ¿eh...? ¿Y qué es lo que sacaría usted?

—Nada, me iría a la cama a dormir la mona. Es lo que a usted le conviene, amigo. Ya verá como mañana se siente mucho mejor.

Andy lanzó una carcajada.

—Eh, amigos, ¿oís eso? El tipo me da órdenes como si fuese una autoridad. Me ha ordenado que me vaya a la cama. Pero ¿quién se ha creído que es este tipo?

Sus dos compañeros rieron por lo bajo.

Jackson sabía desde hacía rato lo que se avecinaba. Aquellos sujetos los habían estado esperando allí para meterlos en un ataúd. Uno por cabeza.

Andy lo volvió a señalar con el dedo.

—Usted no me gusta, compañero. ¿Y sabe por qué? Porque se mete donde no le importa. Nosotros estábamos tranquilos cantando nuestras canciones y, de pronto, se mete donde no le llaman. Pero yo le voy a enseñar a tener modales.

—No lo intente.

Uno de los amigos del supuesto borracho, dijo:

—Debería darle vergüenza a usted, compañero... ¿No ve que nuestro amigo Andy está ebrio?

—Si lo está, ustedes debieron llevarlo a la cama. Pero no creo una palabra de esta comedia que han montado.

—¿Qué?

—Que no creo que Andy esté borracho. Ustedes nos estaban esperando al señor Massur y a mí.

La suposición de Jackson pareció cierta, ya que pareció que a Andy le pasaba la borrachera.

Los revólveres salieron a relucir y se pusieron a vomitar plomo.

Massur cayó de la acera mientras soltaba un aullido de dolor, pero antes se había cargado a uno de los tipos.

Jackson se había reservado a los otros dos, el supuesto borracho llamado Andy y el enemigo más alto, y los dos estaban recibiendo plomo a discreción.

Tres segundos después del primer disparo, el duelo había terminado,

Jackson era la única persona que quedaba en pie, ligeramente apoyado en la esquina.

—Massur —dijo, y acudió al lado del ranchero.

—No es nada, sólo una ligera herida —dijo Massur, sujetándose el brazo.

—Tendrá que verle el doctor.

En pocos instantes, la gente empezó a acudir hacia aquel lado de la calle.

Algunas ventanas de las casas se abrieron y varias personas se pusieron a dar gritos.

Jackson tomó a Massur del brazo sano y le acompañó a casa del doctor Ard, que estaba muy cerca.

El médico examinó el brazo del ranchero.

—Tuvo suerte, señor Massur. La bala entró y salió, pero tendrá que llevar el brazo en cabestrillo durante un par de semanas.

La hija de Massur entró en el gabinete del doctor.

—Dios mío, te han herido... y pudieron matarte. Cuando oí el tiroteo imaginé que eras tú.

—No ha sido nada, pequeña.

Jackson estaba pensativo y ahora dijo:

—Sólo hay una forma de arreglar este asunto, señor Massur.

—¿Cuál, Jackson?

—Enfrentarse directamente con Duke Williams.