CAPITULO XII

Bill entró en el salón portando la bandeja sobre la que descansaba un enorme trozo de carne recién cortada de la res, ahora de doble tamaño.

—Señor, el despojo está servido —anunció.

Duke Williams estaba besando a la rubia y apartó su cara de la de ella.

—Te has retrasado dos minutos, Bill.

Bill miró a la pecera con tristeza. Los peces carnívoros producían una especie de fragor. Otra vez estaban hambrientos, los muy condenados.

La rubia desenroscó el brazo del cuello de Duke Williams, y éste se puso el guante de cuero.

Se acercó a Bill y tomó la carne de la bandeja.

En ese momento se abrió la puerta de golpe y apareció Frank Joyce. Su rostro estaba muy pálido.

—Señor Williams, le traigo malas noticias.

—¿Te refieres a la chica?

—A la chica y a algo más.

—Habla, ¿de qué se trata?

—Se nos coló un entrometido en el asunto. Se llama Jackson Keene. Impidió que mi hombre matase a la aventurera.

—Estás listo, Frank, te voy a meter en la pecera.

—Fue un fallo pequeño comparado con el otro.

—¿A qué te refieres?

—A Charles Paley, su mestizo de confianza. Jackson Keene le dio hule.

La cara de Duke ya no sonreía. Había palidecido ostensiblemente.

—No es posible que el mismo hombre esté en todas partes —dijo con voz ronca.

—Lo crea o no, parece que ese tipo se multiplica por cuatro.

—Mis peces te van a multiplicar a ti por mil, Frank.

—Tranquilícese, señor Williams.

—¡Y un infierno me voy a tranquilizar! Pero ¿sabes lo que has dicho, desgraciado...? La chica está viva y ella sabe que no envenenó a Marcus Stone. Y también Massur está vivo y mañana votará en contra del Monopolio, y lo hará discurseando... Ya lo estoy oyendo hablar contra mí, poniéndome por los suelos, acusándome de que soy un ventajista que sólo quiere hacer su negocio particular...

—Todavía no lo hemos perdido todo, señor Williams.

—¿Lo dices tú, estúpido...? Pero ¿qué clase de lugarteniente me he buscado...?

—Recuerde que, gracias a mí, tendremos el voto de los Stone.

—Tal como están las cosas, ese voto no nos va a servir de nada.

Williams hizo rechinar los dientes. Se dirigió hacia la pecera.

Los peces, como si hubiesen olido el despojo sanguinolento de la res, parecieron hervir con más intensidad.

Duke Williams sumergió el trozo de carne en el agua e, instantáneamente, ésta salpicó.

Bill cerró los ojos porque siempre le impresionaba aquella escena.

Los ojos de Duke Williams se abrillantaron.

Esta vez no apartó la mano de la comida de los peces, que la iban devorando con una rapidez escalofriante. Finalmente, tuvo que dejarla, so pena de poner en peligro su mano, a pesar del guante de cuero.

Se volvió hacia los dos hombres y respiró profundamente. Tenía el revólver en la mano.

—Frank, ven acá...

—¿Para qué?

—Quiero que metas la mano en la pecera.

Frank miró la bandeja que portaba Bill, donde ya no había carne.

—Señor Williams. —dijo con un balbuceo—, se ha acabado la comida de los peces. Espere a que Bill traiga más para que yo la sirva

—No, Bill, no va a traer nada, pero los peces van a tener más comida.

—¿De qué habla?

—Vas a meter la mano ahí dentro sin el guante de cuero.

Frank forzó una sonrisa.

—Está de broma...

—No, no estoy de broma, ¿o es que no ves el revólver que te apunta al estómago?

—Señor Williams... no puede hacer conmigo eso... No me puede dejar manco... Eso sería mi muerte.

—Te lo ganaste.

—No, señor Williams...

—Mete la mano en la pecera, o te clavo una bala en los intestinos.

Bill tragó saliva.

—¿Puedo retirarme, señor Williams?

—¿Por qué?

—No me gustan ciertas escenas, y la que va a ocurrir aquí menos.

—Te quedarás hasta el final, Bill, o tu mano también irá a parar a los peces...

—Sí, señor, me quedaré hasta el día del Juicio Final si usted quiere.

—Frank —dijo Williams—. Voy a contar hasta tres y, si para entonces no has metido la mano en la pecera, apretaré el gatillo.

El capataz de los Stone miró otra vez la pecera.

Los carnívoros peces habían acabado ya con la carne. Sólo quedaba el hueso y no obstante, lo seguían acometiendo.

—Espere un momento, señor Williams. Sé dónde está la chica.

—Mentira.

—Jackson la llevó al hotel La Rosa de Texas. Está encerrada en la habitación número 13 y Jackson no está con ella.

—¿Por qué, entonces, no te ocupaste de la muchacha?

—En vista de que mi hombre falló, quise hacerlo personalmente. Pero no vine para decirle eso, naturalmente, sino para comunicarle el fracaso del mestizo con Massur. Pensé que, mientras yo me ocupaba de la chica, usted podría arreglar lo de Massur.

Duke Williams titubeó unos instantes, y Frank martilleó en caliente.

—Eso le puede dar una idea de cómo trabajo para usted. No sólo me interesa lo del envenenamiento de Marcus Stone, porque al fin y al cabo fui yo quien le dio el veneno. También me preocupo por otras cosas y me dije que lo de Massur debía saberlo usted cuanto antes para ponerle remedio.

Williams quedó pensativo.

Finalmente, devolvió el revólver a la funda y dijo:

—Está bien, Frank, pero no te consentiré un nuevo fallo. Ahora no vas a matar a la muchacha, quiero que la traigas aquí. Si ese Jackson Keene se interesa por ella, podríamos necesitarla para un caso de emergencia. En cuanto a Massur, yo me encargaré de él...