CAPITULO IV
Ray Morgan pegó un gran salto y eso le salvó de ser atrapado por las dos primeras balas.
Mientras iba por el aire,, tiró del revólver y se puso a gatillear antes de tocar el suelo.
Los dos fulanos quizá se confiaron demasiado porque habían sorprendido al sheriff.
Y no tuvieron tiempo para rectificar su error.
Los dos se aplastaron contra la pared impulsados por las balas que les mandaba Ray Morgan.
Cara Alargada soltó un ronquido porque una bala le había perforado la garganta, y empezó a resbalar mientras por el agujero arrojaba sangre y burbujas.
Su compañero, el mofletudo, no pegó un ronquido, sino un relincho parecido al de un caballo.
Dos balas le abrasaban las entrañas.
Arrojó el revólver para llevarse las manos a los boquetes por los que le resbalaban los intestinos y logró contenerlos. Las manos se le llenaron de sangre que escapó por entre sus dedos, goteando en el piso.
Soltó un aullido y se desplomó.
Ahora gritó otra persona, el preso.
—¡Sheriff, sáqueme de aquí antes de que me asen!
—Tranquilo, Parker. Ya pasó todo.
Parker se acercó a la reja y miró los cadáveres.
—Sheriff, ¿le pasa esto todos los días?
—No.
—Era para pedirle que me llevase rápido a la prisión, aunque me condenasen a diez años y un día, antes que permanecer más tiempo en esta oficina.
Ray Morgan caminó hacia los dos pistoleros. Se cercioró de que estaban muertos. Los registró y sólo les encontró tres dólares, suma total.
—¿Por qué han querido matarlo, sheriff? —preguntó Parker.
—No tengo la menor idea. A no ser que...
—¿Ya dio con la respuesta?
—Sí, y no me gusta.
—¿Cuál es la respuesta?
—Su hija.
—¿Qué?
—Olivia me mandó a los pistoleros para librarlo a usted de la celda.
—¡Se equivoca! ¡Mi hija no es capaz de eso!
—Saldré de dudas en seguida.
En aquel momento se abrió la puerta.
Morgan se volvió con el revólver en la mano.
Era Norman, su ayudante, un tipo todo huesos, con cara de bobalicón.
—Jefe, vine en cuanto oí los disparos.
—¿Dónde estabas?
—Con Eleanor.
—No sé por qué lo pregunté. ¡Siempre con Eleanor!
—Es mi novia, jefe. ¿Con quién quiere que esté? Usted mismo ha dicho que un ayudante de sheriff debe alejarse de las malas compañías... ¿Quiénes son los muertos?
—No los he visto en mi vida. ¿Y tú?
Norman examinó los cuerpos sin vida y contestó:
—Tampoco los he visto antes de ahora.
—Quédate aquí, Norman.
—¿Adónde va, jefe?
—A hacer una gestión.
Cuando Ray se dirigía hacia la puerta, el preso gritó:
—¡Se equivoca, sheriff! ¡Mi hija no tiene nada que ver con esto! ¡Mi hija es una santa!
—Si ella es una santa, ¿quién será un demonio?
Ray recorrió a largas zancadas la distancia que separaba la oficina del callejón del ahorcado.
Vio a Sam en el pescante del carromato canturreando. Tenía una botella de whisky en la mano, de la que bebió un largo trago.
—¡Sam!
El grandullón que se hacía llamar Alí en el espectáculo de las odaliscas, pegó un respingo y vertió parte del whisky sobre su camisa. Al ver brillar la placa del sheriff escondió la botella tras de sí.
—Sheriff, sólo estoy bebiendo agua.
—Oye, Sam, no está prohibido que bebas whisky.
—¿De verdad?
—De verdad.
—No tengo nada que ver con lo que hizo mi jefe.
—¿Está Olivia Parker ahí dentro?
—Se fue.
—¿Adónde?
—Me dijo que iba a ir al saloon.
—¿Al saloon para qué?
—No lo sé. Dijo que era un negocio.
—Gracias, Sam.
—No hay de qué, sheriff.
Ray salió del callejón y se dirigió al saloon Concorde.
Empujó las hojas de vaivén. El local estaba muy concurrido.
Una girl, Susan, salió a su encuentro.
—Cada vez estás más guapo, sheriff.
Se puso de puntillas y besó a Ray en la comisura de la boca.
Ray la apartó con suavidad.
—No vengo a pasar el rato, Susan. Estoy buscando a una chica.
—Dime cuál es y le arranco el cabello.
—No es una de tus compañeras. Se llama Olivia Parker.
—¿También a ti te trastornó la chica del ombliguito mono?
—Estoy en acto de servicio, y no me fijo en los ombliguitos.
—Entró con el patrón.
—¿Con ese lagarto?
—La vi hace un momento, desaparecer en la cueva.
—Gracias.
—Esa chica me parece muy lista. Apuesto a que está conquistando a Frank Anders.
Ray se alejó de Susan. Entró sin llamar en la oficina de Frank Anders y vio una escena muy cautivadora.
Olivia Parker, con su vestimenta de odalisca, el vientre al aire, estaba bailando ante Frank Anders, quien la miraba con los ojos muy abiertos mientras fumaba un grueso cigarro.
Fue la joven quien descubrió que ya no estaba a solas con el dueño del saloon e interrumpió su número.
Frank Anders también volvió la cabeza.
—Sheriff, no le oí llegar.
—No llamé.
—Es de mala educación interrumpir.
—He tenido que hacerlo porque estoy realizando una misión.
—¿Aquí, sheriff?
—Aquí, Anders.
—En mi local no se hace nada inmoral.
—¿Desde cuándo?
Frank Anders se echó a reír. Era un hombre de unos treinta y cinco años. Vestía con elegancia un traje gris y chaleco floreado. Era bien parecido, de cabello rubio. Se puso en pie y señaló con el cigarro a la joven.
—Olivia Parker me ha contado lo que hizo con su padre. Me ha propuesto que la contrate y yo le pedí que representase para mí su número.
Ray miró a la joven.
—¿Es la danza de la serpiente?
—No, señor Morgan. Esta es la danza del vientre.
—Muy sugestiva.
—Celebro que le guste —repuso Olivia con los dientes apretados.
—Señorita Parker, quisiera hacerle una pregunta, y me gustaría que me contestase con la verdad.
—Si mi padre le engañó con su edad, no le extrañe. Se quiere hacer pasar por más joven de lo que es. Dice que tiene cincuenta. Pero ya ha cumplido los sesenta Cuando yo nací, él ya había pasado de los cuarenta. Soy una chica que vine al mundo por casualidad.
—Me alegra que coopere. Pero no era la pregunta que le iba a hacer.
—¿Quiere saber si mi padre ha robado en otros sitios? Verá, señor Morgan, mi padre no ha tocado un bolsillo ajeno desde hace cuatro años. Y la última vez que lo hizo fue para comprarme medicinas porque yo estaba enferma.
Anders intervino:
—Bien, sheriff, ya recibió la respuesta. ¿Quiere dejarnos ahora?
—Cállese, Anders. Hasta ahora las respuestas de Olivia no me sirvieron. Mi pregunta era otra. —Ray hizo una pausa—. Señorita Parker, ¿me mandó usted dos pistoleros?
—¿Cómo ha dicho?
—Pistoleros, señorita Parker. He dicho pistoleros.
—Eso creía haberle oído, Y habló de dos. No, no le mandé ningún pistolero, sheriff.
—Ellos llegaron a mi oficina y, apenas cambiamos unas palabras, se pusieron a disparar contra mí. Por fortuna, ellos fallaron y yo acerté. Están muertos.
—Y usted cree que yo se los envié para libertar a mi padre.
—Eso fue lo que pasó por mi cerebro.
—Pues déjeme que le diga que tiene un sucio cerebro.
Anders se echó a reír.
—Se lo tiene merecido, sheriff. ¿Cómo puede pensar así de una joven tan linda?
—Cierre el pico, Anders.
—No puedo cerrarlo. Esta es mi oficina y no la suya, sheriff
Ray seguía mirando a los ojos de la joven, sin prestar atención a Anders.
—Señorita Parker, voy a aceptar sus palabras.
—Qué amable.
—No se contrate con Anders.
—¿Por qué no?
—Es un lobo de dientes largos. Y le dará la dentellada en la primera ocasión.
Anders soltó una risita.
—Morgan, me está dando mala fama.
—Cada cual tiene la fama que se crea.
—¿Se va a poner a filosofar, sheriff?
—No, Anders, descuide. No me gusta tratar eh filosofía con ciertas personas. Todo lo contrario. Quiero ser realista.
La joven puso un brazo en jarras.
—No sé si el señor Anders me va a contratar.
—La contrato —contestó Frank Anders.
—¿Por cuánto, señor Anders?
—Le pagaré cinco dólares diarios.
—¿Cinco dólares?
—Ni uno menos.
La joven clavó sus ojos en los de Morgan.
—Ya ha oído, sheriff. Estoy contratada.
—Le doy mi pésame.
—Pero si quiere impedir que trabaje con Anders, puede hacerlo. Suelte a mi padre y nos largaremos de Alamo Spring.
—No puedo hacer eso.
—La ley se lo impide, ¿no?
—Sí, señorita Parker. La ley me impide que suelte a su padre. Los perjudicados quieren que lleve la denuncia adelante. Y como ya le dije, su padre tendrá que ser juzgado.
Olivia se volvió hacia Frank.
—Acepto su contrato, señor Anders.
—Señorita Parker, será la reina del saloon Concorde.
—Gracias.
Ray intervino:
—Señorita Parker, no debe olvidar una cosa. Si usted va a ser la reina del Concorde, Anders será el rey.
—Preocúpese de sus asuntos, sheriff. A mí no me hace falta un tutor en ausencia de mi padre.
—Como usted quiera, señorita Parker. Ya le di mi mejor consejo. Si no lo acepta, allá usted con las consecuencias.
Ray Morgan salió de aquella oficina malhumorado. Susan le salió al encuentro.
—¿Me invitas a un trago, Ray?
—Lo siento, Susan. Pero ahora no tengo tiempo.
—Eh, ¿qué te pasó ahí dentro?
—Nada. No me pasó nada —dijo Ray con irritación y salió a la calle.