La última misión
La última misión
Debería ser obvio que no acepto bien los cambios. Me había acostumbrado a mi nueva función en el equipo de la misión. Probablemente sabía más sobre los sadiri del planeta y de fuera del planeta que cualquier otro cygniano. Mi amistad con Dllenahkh era tan fuerte, cómoda e íntima como libre de besos (lo cual quiere decir completamente, pero como decía, besarse no lo es todo). Por fin había devuelto un nivel de rutina a mi vida, y no podía distraerme pensando que la misión terminaría dentro de un par de semanas. Todos los demás tenían un trabajo y una vida a los que regresar. Yo debería haber estado haciendo planes para mi futuro. No los hice. Me ocultaba de la inseguridad sumergiéndome en la emoción de nuestra última visita.
Habíamos reservado lo más extraño para el final. Los tasadiri se habían asentado sobre todo en las regiones ecuatorial y tropical, y se habían quedado en los climas cálidos si era posible. Era a lo que mejor se adaptaban, y los sadiri no son sino tradicionales y prácticos. La última colonia del calendario era la más lejana, y estaba situada en una península que frisaba las regiones polares. Volamos hasta allí y nos posamos cerca de un fiordo a la sombra de un gran volcán de baja intensidad. Cuando bajé, preparada para lo peor con mi chaqueta aislante y mi capucha, me detuve sorprendida.
—Apesta —dijo Lian, que salía detrás de mí.
—Hace calor —dije, completamente sorprendida, mientras me bajaba la capucha y me abría la chaqueta.
Y así era. Las aguas del fiordo desprendían vapor y la atmósfera era una curiosa mezcla de aire cálido y pesado y ráfagas de viento afilado y helado. El paisaje carecía de árboles y se extendía hacia una estrecha cala en forma de cuenco que alternaba entre el verde liquen y el negro basalto. Nasiha, Tarik y Joral salieron del avión de despegue vertical con expresión ambivalente: no les impresionaba ni el fluctuante calor ni la humedad, pero sentían curiosidad por la idea de que los sadiri hubieran elegido vivir en semejante lugar.
Fergus, que había estado pilotando, asomó la cabeza y olfateó el aire, receloso.
—¿Seguro que saben adónde van?
—Seguro, sargento —dijo Nasiha con tranquilidad, haciendo lentos movimientos en redondo con su geosensor—. Todo lo que necesitamos es encontrar la entrada.
Se merecía sentirse un poco displicente. Habían sido su duro trabajo y su inteligencia, y también los de Tarik, por supuesto, los que habían descubierto ese lugar a partir de las diversas leyendas e historias que habían recopilado con diligencia en todos los asentamientos y ciudades que habíamos visitado. Una pequeña comprobación con los archivos del Ministerio de Energía y Recursos Minerales y el Instituto de Exploración Polar había dado frutos que merecerían al menos un ensayo, tal vez dos. El asentamiento tasadiri estaba bajo tierra, a salvo del clima extremo, aprovechando la energía geotérmica, y por tanto con la temperatura adecuada para recordarles su hogar.
Por supuesto, aquella era una expedición científica, no diplomática. El asentamiento estaba deshabitado desde hacía siglos. La directora y el consejero habían regresado a Tlaxce, donde atendían entrevistas con los medios sadiri y cygnianos, y se reunían con representantes de los cuerpos globales, interplanetarios y galácticos. Eso nos dejaba a nosotros la diversión… y fue divertido. De todos los lugares donde había estado, aquel era el que me encargué de grabar con mi comunicador. Probablemente nunca volvería a estar tan al norte.
—Por allí —señaló Tarik.
Al principio pareció una roca, pero era una estructura regular, artificial, que se había construido baja y fuerte para resistir los vientos dentro de la ladera. Encontramos una puerta en un lado, medio hundida en el suelo, con escalones, como la entrada de un bunker. Cuando entramos y las luces se encendieron, sentí desorientación al principio, y luego vértigo.
—¿Bajamos todos? —preguntó Joral, vacilante, cargándose una mochila grande y abultada al hombro.
Tarik examinó una pequeña estructura que parecía un ascensor, suspendida en el centro sobre un pozo de profundidad insondable.
—La capacidad de carga es más que adecuada. Pero también hay rampas de emergencia en la circunferencia si lo prefieres.
Joral se volvió a examinarlas mientras Tarik las señalaba. Parpadeó. Eran estrechos tubos de material transparente, incluso más claustrofóbicos que el ascensor principal.
—No —se apresuró a decir—. No, eso no será necesario.
Tarik se volvió hacia Nasiha.
—No hace falta que vengas con nosotros.
—Eso ya me lo has dicho —respondió ella—. Tienes mi respuesta a ese asunto. Seguir discutiendo a estas alturas es…
—Entonces asegúrame al menos esto: regresarás de inmediato a la superficie si considero que se vuelve demasiado peligroso.
Me sentí impresionada. Era la primera vez que oía a Tarik interrumpir a Nasiha.
—Parece razonable —admitió ella reacia.
Aparté la mirada para ocultar mi sonrisa.
El descenso fue largo, oscuro, y lleno de crujidos ominosos, pero no me preocupé demasiado ya que sabía que esa tecnología era una adición relativamente reciente de la gente de Recursos Minerales. Tras salir del ascensor, Nasiha nos condujo hasta el borde de una mancha de luz en torno al pozo. Unas pálidas luces se encendieron, y fueron haciéndose más intensas a medida que ella iba tecleando los códigos de acceso en su comunicador. Joral abrió su mochila y repartió cascos con luces de minero: tecnología antigua y sólida, pero con unas cuantas mejoras modernas como generadores de oxígeno de emergencia y navegadores insertados. Me puse el mío alegremente y me grabé con mi comunicador de muñeca, en pose aventurera, mientras Lian se reía de mí.
—¿Adónde vamos? —preguntó Joral, y fue una buena pregunta porque las luces de la mina iluminaban al menos seis caminos diferentes que conducían Dios sabía adónde.
La respuesta de Nasiha fue tranquilizadora y confiada.
—Por aquí.
Nos condujo durante media hora por un camino con rocas húmedas y goteantes arriba y alrededor. El agua era cálida, y no pude evitar sentir que debía de haber algunas charcas donde mereciera la pena remojarse, alimentadas por manantiales calientes y ricas en minerales. Decadentes tasadiri de este austero lugar, solazándose en sus bañeras calientes mientras que en la superficie estaban a temperaturas bajo cero… Podía imaginármelos.
Nos desviamos de las luces para pasar a un sendero aún más irregular, tuvimos que pasar por unos cuantos lugares estrechos y allí llegamos. ¡Mereció la pena! No había podido ver Piedra en la vida real, de modo que no podía comparar, pero de todos modos era una impresionante ciudad tallada en pura roca. Me lastimé el cuello dando vueltas y vueltas para que mi farol capturara todo el panorama de un arco de dos pisos de altura y reforzado por ventanas que apuntaban a unas habitaciones dentro de la roca. El arco en sí conducía a un pasadizo en forma de catedral, con más ventanas en las paredes y puertas arqueadas un poco por encima del nivel del camino, los escalones desmoronándose, como erosionados por el paso del agua. Pude imaginar la calle subterránea iluminada por frías y pálidas lámparas durante la noche, y lámparas cálidas y brillantes durante el día. De acuerdo con Nasiha, cabía la posibilidad de que hubiera invernaderos cerca de la superficie, lo suficientemente cerca como para aprovechar la luz del cielo pero lo bastante profundos como para emplear el calor de la tierra. Los ríos y las calas estaban llenos de peces adaptados a la vida subterránea y que se alimentaban de las algas que arrastraban las mareas del fiordo. Un brillo llamó mi atención, y me acerqué a ver la silenciosa capa de cristal en la roca, que no estaba excavada sino incorporada a las tallas del dintel de la puerta. Era un lugar rico, un Edén inesperado. ¿Por qué estaba desierto?
Tarik se acercó a uno de los escalones y nos llamó.
—Mirad —dijo—. El camino se ha levantado. Estamos caminando sobre los restos de un río de lava.
Eso puso mi viva imaginación a trabajar en una dirección menos agradable. Me imaginé la calle iluminada de un rojo infernal que pasaba ante las puertas y atrapaba a la gente en… Espera un momento.
—Tarik, ¿abandonaron este lugar antes de que llegara la lava? ¿Encontraron algún resto? —pregunté.
Él asintió, aprobando la pregunta.
—Ninguno. La erupción debió de advertirlos y evacuaron a otro lugar. Luego, cuando regresaron, descubrieron que era inhabitable.
Entendí lo que quería decir cuando el camino se alzó bruscamente, y nos permitió caminar por el nivel de las ventanas del primer piso, y luego seguir subiendo hasta que el techo del túnel nos detuvo.
—Quién sabe cuánto más habrá debajo de esa roca —se preguntó Lian, que tampoco había llegado a ver Piedra—. ¿Cómo podemos tener la certeza de que los tasadiri vivieron aquí?
—Esto es similar a las tallas de Piedra, y algunos de los símbolos que hay aquí se han encontrado también en textos antiguos sadiri —explicó Joral—. Sin embargo, puede que haya habido otros…
Nos detuvimos. El tamborileo de una especie de pasos me hizo albergar pensamientos incómodos acerca de arañas gigantes: yo tenía la culpa, por haber visto películas de monstruos pre holo con Joral y Lian dos noches antes.
—Desprendimiento de rocas —dijo Nasiha después de que los ecos se apagaran—. En esta zona es frecuente que haya pequeños corrimientos de tierra. No es nada de lo que preocuparse.
La habría creído de buena gana, pero Tarik fruncía el ceño y comprobaba su geosensor.
—Los datos sísmicos de los sensores de la mina indican que sería aconsejable andar con cautela. ¿Cuánto tiempo necesitas para grabar…?
El camino que teníamos ante nosotros se hundía unos diez centímetros para luego volver a elevarse, lo que nos hizo deslizamos primero y luego jadear.
—Nos marchamos ahora mismo —ordenó Tarik, mientras sujetaba el geosensor a su cinturón y agarraba a su mujer por el brazo.
Nasiha trató de guardar la calma.
—Espera, los…
—Buena idea —interrumpió Lian al instante.
Empezamos a retirarnos, desorientados por las ocasionales vibraciones del suelo y las sombras oscilantes mientras nuestras lámparas se agitaban. Así fue como choqué con la espalda de Tarik.
—¿Qué ocurre? —preguntó Joral con brusquedad.
No hubo ninguna respuesta, y durante un momento me pregunté, histérica, si el camino estaba bloqueado y tenía miedo de decírnoslo, pero entonces nos fuimos dando la vuelta, uno a uno, y tratamos de ver a través del polvo, inseguros de lo que estábamos contemplando.
—Que todo el mundo apague las luces —ordenó Tarik.
Lejos de las lámparas de la mina, y con las nuestras apagadas, quedó claro. Era un fino rayo de polvo iluminado, como si alguien hubiera abierto una ventana a varios pisos de altura.
—Pero estamos muy abajo —murmuró Lian con asombro.
—Un pozo de luz —dijo Nasiha—. Otra parte de la ciudad debe de haberse abierto con el temblor de tierra.
Lian volvió a encender una luz y apuntó con ella el suelo hasta el rayo. El terreno era empinado pero franqueable.
—Quedaos aquí. Nos adelantaremos para explorar y ver si hay algo que merezca la pena investigar.
Vacilé, intentando decidir si quería quedarme o ir, pero como Joral siguió a Lian, la curiosidad pudo más que yo. Con una mirada de disculpas hacia Nasiha, me apresuré a alcanzarlos. Cuando llegué, sin aliento, a la fuente de la luz, los dos estaban agachados junto a la abertura, anonadados. Me acerqué a echar un vistazo y vi una enorme caverna iluminada por enormes tubos de espejos y vidrio. Algunos eran tenues y oscuros (quizá cubiertos de tierra donde tenían que asomarse hacia la luz), pero todavía funcionaban suficientes tubos como para que pudiéramos ver que la calle que habíamos transitado era un simple callejón trasero. Aquello era el corazón de la ciudad, su foro magno. Grabé lo que podía ver y extendí el brazo para registrar lo que no podía.
Lian empezó a tirar de las rocas en torno a la abertura, para despejar más espacio.
—Veamos si podemos bajar ahí.
Unas escaleras conectadas por balcones bordeaban las paredes de la caverna. Lian atravesó el hueco y, con cuidado, bajó unos cuantos metros de cara rocosa para detenerse en una de ellas.
—Estoy segura de que es peligroso —dije, nerviosa—. Joral, ¿no llevas cuerda en esa mochila?
—Muy buena idea —dijo él, algo aprensivo. Sacó una cuerda fina. Tras asegurar un extremo a una proyección de roca, fue bajando el otro extremo hasta Lian, quien la cogió y la aseguró a uno de los ganchos de su cinturón sin hacer ningún comentario.
—Tarik debería ver esto al menos —dije—. Volveré y me quedaré con Nasiha para que pueda venir.
Hice el cambio y consolé a Nasiha con algunas imágenes de mi grabación mientras Tarik iba a examinar el hallazgo. Entonces la tierra volvió a sacudirse, con un temblor largo y potente.
Jadeé.
—Salgamos de aquí —le dije a Nasiha.
Avanzamos un poco, y entonces ella gritó:
—¡Tarik!
—¡Delarua! ¡Lleva a Nasiha a la superficie! —gritó él.
—Lo prometiste —le dije a Nasiha. Quizá fui injusta, pero surtió efecto. Dejó que tirara de ella casi a la carrera mientras nos dirigíamos al camino principal, y cuando el sendero quedó iluminado se adelantó para llegar al ascensor.
—Sube —ordenó—. Ellos pueden usar los tubos de emergencia.
Subí. La tierra había vuelto a calmarse, pero sentí que ya había tenido mi ración de aventuras de aquel tipo. Varias fobias distintas me asaltaron mientras ascendíamos. Estábamos tan alto… ¿Y si el ascensor fallaba y caíamos? ¿Y si llegábamos a lo alto, no se abría, y nos quedábamos atrapadas dentro? ¿Y si fallaba, caía y nos dejaba enterradas vivas en la oscuridad? Inhalé profundamente, haciendo acopio de todo lo que había aprendido en las prácticas de meditación para mantenerme cuerda. Nasiha solo tenía un temor, y pude leerlo en sus ojos.
—Tarik no tardará en venir —prometí.
El ascensor se abrió. Agarré la mano de Nasiha y salió corriendo y subí las escaleras hacia el exterior, sin darle la oportunidad de pensar siquiera en esperar a los demás dentro de aquella cámara sin ventanas. Nos desplomamos en la ladera y nos sentamos de cara a la puerta. Nasiha observó con el ceño fruncido su geosensor, luego probó con su comunicador, pulsando y pronunciando el nombre de Tarik, luego el de Joral, y luego el de Lian. No hubo ninguna respuesta.
—Soy una idiota —susurró, con el rostro mortecino.
—Vamos, vamos —le murmuré a la puerta vacía—. Todos estáis bien. Tenéis que estarlo.
Un largo minuto lleno de agonía más tarde salió Tarik, tosiendo y cubierto de polvo. Nasiha corrió a recibirlo, lo tomó de las manos y pareció suspirar. Yo corrí también y los dejé atrás.
—¡Lian! ¿Lian? ¿Joral? —Me di media vuelta—. ¿Dónde están?
Tarik me miró, sombrío y avergonzado.
—Tenemos que pedir ayuda. Ha habido un desplome importante en el túnel de salida.
Pulsé mi comunicador.
—¡Fergus! Llame a los servicios de emergencia. Tenemos dos desaparecidos.
Para cuando llegamos al avión de despegue vertical, descubrimos que Fergus había llamado a emergencia y también había logrado contactar con Lian usando el comunicador del avión. Los dos estaban ilesos pero no había salida. Nasiha escrutó los datos proporcionados por el Ministerio, pero en balde. La caverna recién descubierta no aparecía en los planos.
Traté de mostrarme alegre mientras charlaba con Lian y Joral.
—Miradlo por el lado bueno. Estáis calentitos, tenéis luz y estáis en mitad del descubrimiento del siglo. Moveos un poco, y tomad unas cuantas fotos y vídeos para nosotros. Encontrad algo de lo que Nasiha pueda escribir un ensayo.
Mientras hablábamos con ellos llegó el primer equipo de los servicios de emergencia. Eran un grupo pequeño de un puesto científico cercano, y aunque carecían de equipo de excavación, tenían todo tipo de tecnología escaneadora para determinar el alcance del desplome y calcular dónde debían empezar a cavar cuando llegara el equipo pesado. También nos reconocieron, y le prestaron a Nasiha atención especial, declararon luego que estábamos bien y trataron de hacernos caso omiso mientras les contábamos todo lo que sabíamos y unas cuantas cosas que no y, sinceramente, les dábamos la lata de una forma muy poco adecuada.
—El hecho de que las comunicaciones sean todavía posibles sugiere que podríamos utilizar la tecnología transpondedora para localizarlos —dijo Tarik.
—No me cabe ninguna duda de que los localizaremos a tiempo —explicó con paciencia el jefe de los servicios de emergencia—. El desafío consiste en calcular la interferencia de las fluctuaciones magnéticas que ha causado la actividad volcánica.
Era un hombre de piel clara, por desgracia carente de grasa para un clima tan frío, y su pequeña constitución se reducía aún más por el grosor de su anorak. Sus cejas tenían un sesgo perpetuamente preocupado que no resultaba tranquilizador. Sin embargo, su voz lo compensaba, lenta y algo baja a propósito, de modo que sentías la necesidad de reducir tu propia histeria para poder oírlo con claridad.
—Pero el hecho de que podamos seguir comunicándonos con ellos es bueno, ¿no? —pregunté.
Su expresión se volvió cautelosa.
—Es bueno en tanto que podemos saber más o menos dónde están para poder planear cómo excavar, pero hay demasiadas interferencias. No nos dejemos llevar por el entusiasmo…
—Bueno, ¿y esos tubos de luz? —insistí—. ¿No deberíamos intentar averiguar de dónde salen, tal vez usar…?
—Señora —dijo él, interrumpiéndome con firmeza—. Comprendemos que esté preocupada por sus amigos, pero sabemos hacer nuestro trabajo. Nuestras redes han sido informadas, y hay gente trabajando para resolver el problema.
—Por supuesto —dije, derrotada—. Pero… ¿comprende por qué no podemos perderlos? Sobre todo a Joral. No ahora. No así.
Él resopló y pareció intentar elegir con mucho cuidado sus siguientes palabras.
—Me gustaría recomendarles que regresaran a casa según lo previsto. Para ser sinceros, no podemos permitirnos tener personal no esencial agotando nuestros recursos. Les serán más útiles a sus amigos estando en Tlaxce que aquí.
Era una despedida amable pero definitiva, y significó que debíamos mantener una última conversación con Lian y Joral.
—Nos echan —dije sin darle importancia—. Tenemos que volver, dejar de entrometernos y esas cosas.
Lian siguió el juego.
—Bueno, ya sabes lo que significa eso. No podremos poner tu nombre en los agradecimientos cuando hagamos nuestro gran descubrimiento.
Me eché a reír, y luego me puse seria.
—Con respecto a lo que dije antes, de caminar por ahí y eso… Tened cuidado. Conservad vuestros recursos. Sé que Joral tiene un par de cosas en la mochila, pero…
—Delarua, soy cabo, ¿sabes? —dijo Lian, burlándose amablemente—. No olvidé mi entrenamiento de supervivencia cuando me pusieron detrás de una mesa. Para sustituirte, debo añadir.
Mi risa se pareció demasiado a un sollozo, así que la corté en seco.
—Sí, lo siento. Bueno, os veré más tarde, ¿de acuerdo?
Esperé a que Tarik y Nasiha terminaran de hablar con Joral, y luego entablé una conversación a todo trapo en sadiri para que Lian no pudiera entendernos.
—Joral, sé que si recuerdas todo lo que te ha enseñado el consejero Dllenahkh, tenéis unas posibilidades inmejorables de sobrevivir.
—He reflexionado al respecto, Delarua. Sé que será más difícil para alguien que no haya recibido entrenamiento en el control psicosomático. No he avanzado lo suficiente en las disciplinas como para ejercer este control más allá de mi propio cuerpo, pero al menos me aseguraré de que nuestro colega consuma más comida y agua que yo.
Sonreí ante sus cuidadosos esfuerzos por no llamar la atención usando el nombre de Lian.
—Joral, espero que no sea necesario que te niegues la poca comida y bebida de que dispones, pero sé que decidas lo que decidas, estará bien.
Ya era hora de tratar al chico como a un hombre. El cielo sabe que se lo merecía.
Cuando el avión de despegue vertical alzó el vuelo, todos nos quedamos mirando el terreno que dejábamos atrás. No podía saber lo que pensaban todos en ese momento, pero apuesto a que Fergus estaba pensando que, si hubiera estado bajo tierra con nosotros, habría podido hacer algo. Yo contenía mis emociones, esa cosa que se me da tan bien, y escrutaba las laderas en busca de algún destello de cristal o metal que pudiera sugerir la existencia de un tubo de luz que asomaba. No vi ninguno.
Minutos después llamamos a Qeturah y Dllenahkh y los pusimos al tanto de las últimas novedades. Una hora más tarde llegamos a nuestro punto de parada, nos cambiamos, comimos y pasamos de un avión de despegue vertical a una lanzadera más lenta pero más cómoda. Al principio nos pareció natural hablar un poco de la antigua ciudad subterránea y de los nuevos descubrimientos que podrían hacerse allí, pero a medida que seguíamos los boletines de los servicios de emergencia, el viaje se fue haciendo más y más silencioso. El tiempo calculado para alcanzar a Lian y Joral ya no se medía en horas, sino en días.
Cuando llegamos a Ciudad Tlaxce esa noche, seguía sin haber buenas noticias. Se había suspendido de manera discreta la pequeña ceremonia de bienvenida en la sede del Gobierno Central, y de la recepción para celebrar el final de la misión solo quedaban unos cuantos platos de entremeses cubiertos por servilletas. Eran por si teníamos hambre, dijo Qeturah como por casualidad mientras entrábamos en su despacho, pero vi ocho platos en su mesa de reuniones y una esperanza moribunda en sus ojos. No podía reprochárselo. Casi había esperado bajar de la lanzadera y descubrir que Lian y Joral estaban sanos y salvos y en casa, después de habernos adelantado a velocidad supersónica solo para sorprendernos. Dllenahkh parecía deprimido, pero de manera sana, si es que eso tiene algún sentido. Por las preguntas que nos hizo, sé que intentaba convencerse a sí mismo de que nada de lo sucedido habría sido distinto si él hubiera estado allí.
—No fue culpa de nadie, Dllenahkh —dije, cansada—. De nadie, o de todos. Tú eliges.
—Esto no es una reunión post misión —se apresuró a decir Qeturah—. No estamos de humor para eso —miró a Dllenahkh, y añadió sin tapujos—: Ninguno de nosotros. Esto es… Bueno, aunque no pudiéramos tener una bienvenida adecuada, quería que nos viéramos una última vez.
Me sentía fatal, pero extrañamente contenta por estar allí, ya que no quería sentirme fatal a solas, y no había nadie más con quien quisiera sentirme fatal. No llorábamos por Lian y Joral. Estábamos preocupados por ellos, pero conservábamos la esperanza de volver a verlos muy pronto. Lidiábamos con el hecho de que la misión se había terminado, y de que la vida que habíamos abrazado durante un año no era la vida a la que nos enfrentaríamos al día siguiente. Contuve las lágrimas tantas veces que tuve que excusarme para ir al lavabo de señoras y sonarme bien los mocos y lavarme la cara.
Cuando regresé, Fergus estaba de pie ante la puerta del despacho de Qeturah. Hablaba por su comunicador, pero cuando lo alcancé ya había terminado la llamada y miraba con extrañeza el aparato que tenía en la mano. La curiosidad fue más fuerte que mi intención inicial de saludarlo y pasar de largo.
—¿Qué ocurre, sargento?
Al principio, no me miró.
—Era Lian. Quería asegurarse de que habíamos regresado bien a la ciudad.
Entonces me miró a los ojos e intercambiamos una breve y compasiva mirada de dolor compartido antes de que él recordara que no le caía bien y mirara hacia otro lado.
—No puedo creer el alcance de esos comunicadores… —empecé a decir, y entonces me detuve a media frase, asaltada por algo.
Él me dirigió su habitual mirada de desdén.
—Si tiene alguna idea brillante que pueda ayudar a esos dos, será mejor que la comparta. Haga algo sin pensárselo mil veces, para variar.
No lo entendía. Qeturah trazaba las normas y él las cumplía, y sin embargo me había descartado porque no había sido lo bastante rebelde. Me sentí molesta y se lo hice saber.
—Basta, sargento —dije con brusquedad—. El Gobierno Central se está haciendo cargo de Kir’tahsg, así que deje de echarme la culpa por ello. Además, tengo al menos tantos motivos como usted por preocuparme por lo que le pase a Lian, y muchos más motivos en lo que respecta a Joral.
Le quité el comunicador y lo examiné con curiosidad. Era un modelo militar avanzado, mucho mejor que ningún modelo de muñeca o ningún palmar civil.
—Chorradas —dijo él—. Sadiri o cygniano, todos corremos peligro cuando nos enfrentamos a la muerte. ¿Tiene algo útil con lo que contribuir, señora?
Lo miré y deseé por un momento llevarme mejor con él.
—Es posible. Pero tendré que llevarme este comunicador, solo durante un par de horas.
Estaba mintiendo. No sabía cuánto tiempo lo iba a necesitar.
Él maldijo entre dientes. Lo miré impasible.
—Puede decidir decir que no, sargento, pero dígalo rápido. Estamos perdiendo el tiempo.
Se trataba de un gran farol. Esperaba impresionarlo un poco. ¿Era así como lo hacía Qeturah? ¿Actúa como si estuvieras al mando, y de pronto ellos empiezan a seguir tus órdenes?
—Llévese el maldito comunicador —dijo por fin, resignado.
Me lo llevé y se lo entregué directamente a Dllenahkh.
—Te alojas en el consulado sadiri mientras trabajas en la ciudad, ¿verdad?
Él alzó una ceja ante la incongruente yuxtaposición de pregunta mundana y susurro conspirador.
—Sí.
—¿Hay algún modo de tener una reunión privada inmediata con tu amigo el piloto? ¿El hombre que ha visto cosas con las que los simples mortales solo sueñan? ¿El hombre que ha estado en varios futuros y que puede que tenga o no tenga los conocimientos tecnológicos avanzados suficientes para usar el hecho de que el comunicador de Fergus sigue detectando una clara señal de Lian a medio mundo de distancia y a través de una tonelada de roca?
Dllenahkh hizo entonces algo completamente sadiri y absolutamente adorable. Parpadeó ante mi farfulleo, llenó a toda prisa los espacios en blanco y estableció un curso de acción.
—Ven conmigo —dijo.
Nuestra marcha puso fin a la reunión. Qeturah parecía un poco asombrada, aunque Fergus me dirigió un gesto de asentimiento, envarado pero tranquilizador. Me habría gustado decírselo a Nasiha y Tarik, pero no quería poner en riesgo la posibilidad de que no supieran nada de las experiencias únicas de Naraldi. Apenas prestaron atención. Estaban una vez más encerrados el uno en el otro, y esta vez no me importó lo más mínimo.
—Gracias, Dllenahkh —dije en cuanto subí a su aerocoche y me ajusté el cinturón.
Él frunció el ceño algo aturdido mientras tecleaba nuestro destino.
—¿Por qué me das las gracias? Todavía no he hecho nada.
—Escuchas mis locas ideas y extraes sentido de ellas. Eso se merece algún agradecimiento.
Dejó que el piloto automático nos guiara y se volvió a mirarme. Los ojos le refulgían.
—Lo que describes como el producto de un desequilibrio mental, yo lo clasificaría como pensamiento veloz e intuitivo para encontrar soluciones creativas.
No hay ninguna pasión como la pasión de un sadiri haciéndole cumplidos a tu mente. Durante un momento me quedé sin habla, completamente muda. Lo miré como una adolescente enamorada.
—Lo… lo dices en serio.
—Sabes que sí. ¿Por qué te resulta tan difícil creerlo?
Apoyé mi mano en la suya, con un gesto de disculpa y tregua.
—Lo creo —dije en voz baja.
Él me miró la mano y lentamente volvió la suya para que encajáramos palma con palma. Tocarlo no era nunca un asunto sencillo, pero hacerlo ahora, cuando sus emociones estaban tan cerca de la superficie, era como estar en la orilla del mar cuando se retira la marea y arrastra la arena bajo los pies. Quise caer en el agua.
El aerocoche aterrizó con suavidad. De hecho, el consulado sadiri está muy cerca de la sede del Gobierno Central.
—Ya hemos llegado —dije, tratando de no parecer decepcionada.
Con una rápida llamada al cónsul a través del comunicador nos aseguramos de que, al menos, estuviera un poco preparado cuando invadimos su salón decididos a mantener una reunión improvisada. Era demasiado profesional como para mostrar irritación delante de mí, pero consiguió dirigirle a Dllenahkh una mirada muy significativa cuando dijo:
—Creo que quedó muy claro que no podías hablarle a nadie de mis viajes.
Dllenahkh se mostró imperturbable.
—Lo siento, Naraldi. Me daba la impresión de que la restricción no se aplicaba a los sadiri por encima de cierto nivel de gobierno.
El cónsul me miró (de hecho, miró mi cabeza y su pelusa de pelo marrón oscuro), evaluó en silencio mi aspecto tan poco sadiri, y luego claudicó con un pequeño encoger de hombros.
—Muéstreme el comunicador.
Se lo entregué y lo observé con nerviosismo mientras él lo abría y estudiaba el interior, echando alguna mirada ocasional a un palmar para consultar referencias. Entonces se acomodó, entornando los ojos mientras contemplaba el tamborileo de sus dedos en busca de algo más de luz. Al cabo de un rato, regresó al palmar e hizo unas cuantas rápidas consultas por escrito y por audio, al menos una de las cuales era un mensaje, a juzgar por el claro tono de envío.
Por fin sacó un chip de datos de su palmar, se levantó y se lo dio a Dllenahkh.
—Dllenahkh, si permites la indignidad a tu posición, por favor entrégale esto en persona a la oficina de comunicaciones del consulado. Es de naturaleza sensible, y debe salir en cuanto sea posible.
Dllenahkh inclinó la cabeza, me dirigió una rápida mirada tranquilizadora y salió de la habitación. Lo vi marchar, sintiéndome aún más perdida que antes.
—Excelencia —dije en tono lastimero—, ¿podría decirme qué ocurre?
El cónsul volvió a sentarse, presa de un súbito cansancio.
—¿Puedo, o debería hacerlo? No quiero crearle falsas esperanzas, señorita Delarua. Su suposición fue correcta: tengo el conocimiento tecnológico que podría facilitar un rescate más rápido, pero el conocimiento tiene un límite. Necesitaría cierto nivel de tecnología para lograr una solución rápida, y esa tecnología no está disponible todavía.
Me dio un vuelco el corazón. Él vio mi cambio de expresión y trató de tranquilizarme.
—Hay una leve esperanza. He enviado un mensaje de ayuda. No puedo asegurarle que vaya a haber respuesta, pero es todo lo que puedo hacer.
—¿Quién es? ¿Cuánto tardarán en llegar?
Aunque traté de aparentar calma, las palabras brotaron con demasiada rapidez, demasiada ansia.
Él bajó la mirada y su mandíbula se tensó como si estuviera conteniendo las palabras. Tras un breve silencio, suspiró y respondió:
—Lo siento, señorita Delarua. En realidad no podría decirlo.
Abrí la boca para suplicarle, luego me detuve, cerré la boca y fruncí levemente el ceño.
—No podría decirlo —repetí.
Su rápida mirada hacia arriba me suplicó que comprendiera.
—No podría.
Mi corazón empezó a latir con fuerza. Tragué saliva e intenté tranquilizarme.
—Creo que lo entiendo, excelencia. Al menos… eso espero.