Un medio para alcanzar otros fines

Un medio para alcanzar otros fines

—Tenemos una doctora en este equipo —dije rechinando los dientes.

Dllenahkh alzó la cabeza para mirar un momento.

—Tenemos una directora que es antropóloga y genetista. No hace falta tanta experiencia para tratar heridas triviales.

La única experiencia que la doctora Daniyel tenía, y que yo quería, era la habilidad de comprender mi necesidad de aullar a todo pulmón mientras me quitaban las largas púas de la palma de la mano. Me retorcí y apreté los dientes mientras las pinzas de Dllenahkh sondeaban demasiado profundamente. Me dirigió una mirada cansada, colocó con firmeza mi muñeca entre sus rodillas y apretó. Entonces me sujetó las yemas de los dedos y aplicó las pinzas con decisión. Me retorcí en mi asiento, giré la cabeza para apoyarla en el hueco del codo de mi brazo ileso y la mantuve allí.

—Puede llorar si eso la hace sentirse más cómoda —dijo él con amabilidad—. Era el movimiento lo único que resultaba problemático.

—Estoy bien —gemí.

Después de unos cuantos minutos más de tortura, hizo a un lado las bárbaras y antiguas pinzas, y un moderno escáner médico me repasó la mano. Tras comprobar que las heridas estaban limpias de residuos, Dllenahkh cogió otro instrumento y empezó a sellar los pinchazos y laceraciones. Emergí de mi escondite, suspirando por la bendición que suponía la ausencia de dolor, y flexioné la mano poco a poco.

—Le recomendaría que se mantuviera alejada de esa planta concreta en el futuro.

—No seré yo quien le lleve la contraria en eso —dije con firmeza.

—Solo lo ha hecho para librarse de su turno de arrimar el hombro —le dijo Lian a Joral con una carcajada. Estaban al fondo de la lanzadera, descargando los últimos suministros.

—Bueeeno. Ese elegante viaje y la caída formaron parte de mi astuto plan —dije con distraída alegría mientras pasaba con cautela unos dedos exploradores sobre mi piel curada.

Lian y Joral salieron, cargando una caja entre ambos. Dllenahkh salió al cabo de unos pocos minutos, tras haber recogido y guardado el equipo médico. Le eché una última ojeada a mi mano y estaba a punto de reunirme con ellos cuando Joral volvió a la lanzadera, con una expresión levemente furtiva en el rostro. Ocupó un asiento junto a mí y se puso las manos sobre las rodillas con aire resuelto.

—Primera oficial Delarua, ¿Lian es varón o hembra?

Miré a Joral con absoluta sorpresa.

—Ese tipo de preguntas solo deberían hacérselas a Lian. De hecho, creo que ni siquiera debería preguntarle a Lian. ¿Por qué necesita saberlo?

—Lian es muy inteligente y posee rasgos agradables a la vista, pero no sé si sería adecuado…

—Joral, ¿de verdad es necesario que calibre el potencial como esposa de todas las hembras a las que conoce?

Él pareció levemente abatido.

—Esos asuntos me los habrían resuelto antes, pero ahora, con las cosas tal como están, me parece sensato revisar todas las opciones posibles. —Empezó a marcar con los dedos sobre su rodilla, llevando la cuenta—. Nasiha tiene ya una relación, usted es demasiado mayor (al menos, demasiado mayor para mí), no cabe duda de que la doctora Daniyel es demasiado vieja y, por un simple proceso de eliminación, eso deja a Lian… si es que, en efecto, Lian es una hembra.

—Joral —dije en voz baja—, déjame que te dé un consejo. Lo mejor es que evites utilizar la expresión «demasiado vieja» para describir a una mujer, sea cual sea el asunto de la discusión. Y segundo, no es recomendable confraternizar con los miembros del equipo de la misión. Tendremos que vivir como una familia y mantener un elevado nivel de profesionalidad. Las complicaciones no serían útiles.

Joral me miró con aprensión. Ya había aprendido que el que yo hablara despacio y en voz baja no era buena señal.

—Seguiré su consejo, primera oficial Delarua.

—Bien. Ahora, Lian es… Lian. Ha decidido vivir al margen del género. Esto puede significar o no que Lian sea asexual, aunque muchos de los que están registrados como de género neutro lo son. Sin embargo, eso no importa, porque no tiene nada que ver con nuestra misión y, por tanto, no es asunto nuestro. Ahora vamos. Nos están esperando. Mi pequeño tropezón nos ha retrasado a todos.

Era una exageración. Las cosas se desarrollaban como de costumbre fuera de la lanzadera. Nasiha y Tarik, la pareja sadiri casada que nos había cedido el Consejo Científico Interplanetario, aseguraba el equipo en el palé donde llevábamos nuestros suministros. La doctora Daniyel hablaba con Lian, y él tomaba notas en un ordenador palmar con un punzón. Dllenahkh también tenía un palmar, y parecía estar registrando un informe con un grave murmullo. Luego estaba Fergus, que ajustaba algún último tornillo en una de las bateas, y Joral y yo, que ocupábamos la parte trasera con la última caja de suministros que necesitaríamos para este viaje. Éramos un grupo heterogéneo, con dos sadiri con sus uniformes azul marino del Consejo Científico, los funcionarios cygnianos de gris y verde (ropa semiformal pero digna, cortesía de la División de Bosques y Valles), y los dos sadiri restantes con ropas civiles beis y marrón oscuro.

Fergus, nuestro especialista en seguridad y supervivencia, atrajo nuestra atención aclarándose la garganta, y comenzó a informarnos.

—Dicen que trae mala suerte orinar en las aguas de Candirú —dijo—. Es cierto. Hay un pez parásito en el río que nada por la uretra y se enquista. Muy doloroso. No se arriesguen, pero, si deben hacerlo, la directora podría quitarlo sin llamar a un equipo de evacuación médica.

La sonrisita que había aparecido en mi rostro al oír la palabra «orinar» se transformó poco a poco en una expresión de horror supremo, y mi risa contenida acabó en un jadeo asqueado.

—Oh. No está bromeando, ¿verdad?

Fergus me miró con mala cara desde sus más de dos metros de altura.

—Yo no bromeo. Mi trabajo no es cosa de broma.

—De acuerdo —murmuré mansamente. Plantas con púas y peces parásitos pervertidos. Ya decía yo que este lugar iba a ser encantador.

Por fortuna, no tuve que recurrir a mi fuerte brazo derecho para que nos llevara a nuestro destino antes de que oscureciera. El resto del equipo llevó nuestros tres pequeños aparatos hasta una plataforma central en medio de los marjales rodeados de árboles, y los atracaron allí. Fergus se subió a bordo del primero y ayudó a la doctora Daniyel a hacer lo mismo. Mientras nos reuníamos en la plataforma, contemplamos las casas: sencillas estructuras sobre pilares, algunos con escalones que conducían a pequeños navíos atracados debajo de ellos, y otras residencias más grandes conectadas con la plataforma principal mediante unas pasarelas de madera. El agua estaba en calma y era rica en musgo y maleza, que teñían las imágenes reflejadas de las casas de una pátina de cristal verde. El lugar estaba en silencio, como si todo el mundo estuviera en medio de una siesta.

—¿Los llamamos? ¿Habrá algún timbre? —preguntó Lian, con incertidumbre.

—No —respondió Tarik—. Nos han visto.

Su voz sonaba un poco extraña, pero cuando vi la canoa y la gente que remaba, lo comprendí todo. Hasta entonces habíamos visitado dos asentamientos, y ambos habían registrado una cantidad significativa de herencia tasadiri según las pruebas genéticas de la doctora Daniyel, pero la cultura y la apariencia de sus habitantes se parecían tanto a las de un cygniano medio que eran indistinguibles. Pero estos de ahora tenían pelo.

Emplazamos nuestros refugios suministrados por el gobierno en una plataforma libre, pues los funcionarios no pueden aceptar ninguna hospitalidad cuando están de servicio; de este modo se evitan conflictos de intereses y partidismos. Era bastante cómodo. El pantano se alimentaba sobre todo por los afluentes del Candirú, y no llovió durante el tiempo que estuvimos allí. Las pantallas y los repelentes mantenían a raya a los insectos, y los filtros hacían que el hecho de recoger agua potable fuera tan sencillo como inclinarse por el borde de la plataforma. Su sistema de tratamiento de residuos era excelente, y las tuberías se perdían tras las columnas y bajo las plataformas para llegar a una zona de tratamiento en tierra seca, que estaba algo más lejos. Tomé nota. Pretendía mantenerme al día en mi propio campo lo máximo posible.

Cuando la doctora Daniyel terminó de tomar las muestras de sangre y tejidos que necesitábamos, la acompañé a nuestro lugar de desembarco y trabajamos en el mini laboratorio de la misión que había sido incluido en la lanzadera. En realidad no se trataba de mi campo, pero algunas capacidades analíticas son bastante elementales, así que acabé ayudando bastante. Además, era buena cosa. Observé a la doctora Daniyel y advertí que algo no iba bien. Ella se inclinaba sobre su trabajo de un modo que no indicaba concentración, sino agotamiento.

—Si no se anda con cuidado, contaminará las muestras con su propio ADN —le dije, animosa—. ¿No debería descansar un poco?

La doctora Daniyel se echó los grises cabellos al hombro con una lentitud que resultó extrañamente grácil, y luego dio un paso atrás para permitirme que la ayudara con el análisis.

—Ya habrá tiempo de descansar cuando la misión esté terminada. Llevo años insistiendo en hacer un registro genético global. Tal vez esto pueda ser el inicio.

—La misión no ha hecho más que empezar. No se olvide de que tiene que dosificarse —dije, expresando mi preocupación con cuidado. No quería que pareciera que le estaba diciendo a mi jefa que no parecía adecuada para el mando.

—Oh, ¿esto? —ella sonrió, señalándose con una mano—. Es crónico. Se mantiene dentro de los parámetros permitidos, pero padezco una enfermedad que me hace muy propensa al cansancio. Por eso tengo a Lian para que me ayude con las cargas pesadas, pero en cuanto a lo demás, soy la única persona con la capacidad y la experiencia necesarias para este trabajo.

Ajusté los indicadores y conecté los últimos interruptores.

—Ya está. Eso debería valer —la miré—. Con el debido respeto, señora, puedo cotejar los resultados más tarde y guardarlos en sus archivos.

Ella pareció divertida y agradecida por mi solicitud, que era buena porque podría haber sido cualquier cosa, pero entonces su rostro cambió.

—Datos agregados —dijo, la voz súbitamente alerta y firme—. No hacemos escaneos individuales. Esto es un análisis antropológico, no un informe médico.

—Sí, señora. Estoy familiarizada con la sección de bioética del Código Científico —respondí con tranquilidad.

Ella sonrió una vez más, sin ofenderse porque le seguía la corriente.

—Va a ser una misión larga. Puedes llamarme Qeturah cuando estemos fuera de servicio.

—Yo soy Grace —respondí—. Pero todo el mundo me llama Delarua, de todas formas.

Los resultados fueron interesantes. El porcentaje de genes tasadiri de aquellos cygnianos no era mayor que los de los dos últimos asentamientos y, si dejábamos aparte su aspecto (la genética puede ser una lotería curiosa, se lo aseguro), tenían una sorprendente cantidad de integridad cultural. Tarik y Nasiha se dedicaron a hablar con la gente, y registraron palabras, historias, mitos y costumbres de una forma mucho más detallada y directa de lo que los antropólogos cygnianos habían conseguido todavía. Naturalmente, tenían algo que nosotros no teníamos: el conocimiento de algunos de los dialectos sadiri más oscuros y antiguos, y con eso podían hacer muchas más conexiones y descubrimientos que nosotros.

Cuando los exámenes biológicos concluyeron, no me quedó gran cosa por hacer, pero nuestra estancia se prolongó para que la doctora Daniyel pudiera conseguir más datos antropológicos y los sadiri pudieran explorar el potencial para establecer relaciones entre sus asentamientos. Durante unos cuantos días, me relajé y observé. A veces contemplaba a Joral, que ayudaba ostensiblemente a los enviados por el Consejo Científico o se reunía con Dllenahkh durante minutos, pero… ¿era sincero? Sobre todo, miraba a las chicas. Era toda una enciclopedia del flirteo sadiri. Una en concreto debía de ser su favorita, porque desmontó uno de los biosensores para poder pasarse un buen rato explicándole su funcionamiento. Los rituales de apareamiento sadiri parecían consistir en exhibir brillantes plumajes mentales a su objeto de deseo de la forma más fría y desinteresada posible.

Por lo demás, me quedaba sentada al filo de un balcón contemplando el hipnótico y lento curso de las verdes aguas y oyendo (de manera subrepticia, en realidad) a Dllenahkh debatir algún principio filosófico sadiri con el consejero jefe del asentamiento, Darithiven.

—De todos los humanos de la galaxia, los sadiri somos los que hemos desarrollado mayor capacidad mental —explicaba Dllenahkh—. Hemos conseguido ese potencial a través del uso de las disciplinas que nos permiten controlar nuestros pensamientos, emociones y necesidades, y mejorar nuestra capacidad para procesar datos. Sin esas disciplinas tal vez seguiríamos siendo poderosos, pero careceríamos de timón.

Darithiven mostró la sonrisa ligeramente condescendiente del hombre que está dispuesto a seguirle la corriente a su oponente, pero no a ceder en la discusión.

—Sus disciplinas son realmente impresionantes. Sus pilotos las usan para dirigir las naves por las rutas interestelares, y gracias a ellas todos los sadiri han adquirido fama de imparcialidad y diligencia. Incluso ahora, los sadiri siguen dirigiendo nuestros sistemas judicial y científico. Pero aquí vivimos vidas más sencillas, y apenas hay perturbaciones para nuestras mentes. Solo necesitamos el suficiente autocontrol para mantener una sociedad armoniosa.

Extendió los brazos, abarcando la vista de su asentamiento y de su pueblo como un padre orgulloso.

Dllenahkh vaciló antes de responder.

—Su asentamiento es, en efecto, una empresa organizada y eficiente. Pero hay más cosas en el mundo, en el universo, que este agua. Tal vez ustedes no deseen explorar la galaxia, pero ¿y sus hijos?, ¿y los hijos de sus hijos? Cuanto antes se enseñen algunas cosas…

El consejero jefe sacudió la cabeza e interrumpió con amabilidad.

—Espero que no esté dando a entender que limitamos a nuestros hijos con lo que enseñamos o dejamos de enseñar. Tenemos nuestra propia versión de las disciplinas, y no carecen de rigor. Lo único que pasa es que nuestros objetivos difieren. ¿Tan inadecuado es?

A estas alturas, yo casi me resbalaba hacia el agua de puro aburrimiento mientras ellos continuaban debatiendo acerca de la magnitud y el propósito de las disciplinas sadiri. Comprendía el punto de vista de Darithiven. A decir verdad, aquel era uno de los asentamientos más aburridos que había visto jamás. La gente se mostraba recluida en sí misma, pero no lo hacían con hostilidad, sino como si nuestra presencia no les interesara para nada. Los veíamos ir y venir, los hombres al río a pescar, las mujeres a los campos de arroz cercanos y las otras cosechas al sur de los marjales, los demás ocupados en casa con sus artes, artesanías, estudios o lo que eligieran hacer para entretenerse. Fuera cual fuese la forma de disciplina mental que empleaban, estaba claro que les funcionaba. El asentamiento tenía la misma atmósfera de medida eficiencia que había encontrado en las granjas sadiri de mi propia provincia.

—¿Cómo van las conversaciones? —le pregunté a Dllenahkh.

Se le iluminaron los ojos.

—Ha sido de lo más intrigante. Ellos, por supuesto, están de lo más apegado a su simplificada variante de las disciplinas, pero creo que con el tiempo se podría convencer a alguno de que regresen a los métodos ortodoxos que practica la mayoría de los sadiri.

Lo miré.

—Aaajá. Bien, ¿así que ustedes vendrán aquí, o ellos acudirán a ustedes?

—Ellos van a animar a los varones de nuestras granjas a venir aquí y, a cambio, están dispuestos a enviar grupos compuestos sobre todo por hembras.

—Parece razonable. Bien hecho —lo felicité.

A decir verdad, me sentía un poco fastidiada. Me había mostrado muy cínica con respecto a esta misión, y allí estábamos, afortunados por tercera vez. No era perfecto como en una novela (me daba cuenta de que seguirían debatiendo durante las siguientes generaciones), pero al menos se habían establecido unas bases.

La doctora Daniyel nos dijo en nuestra reunión vespertina que ya era hora de hacer las maletas y dedicarnos a explorar otras zonas. Dllenahkh, Nasiha y Tarik lo aceptaron reacios. Cuando los miré a la cara, me acordé de que Dllenahkh me había dicho que todos los sadiri compartían un vínculo telepático de bajo nivel. Si ese era el caso, visitar los marjales de Candirú debió de ser como sumergirse en un zumbido constante de conexiones sutiles. Pude comprender por qué no querían marcharse. Joral no quería irse de ninguna manera.

—En los cinco días que hemos estado aquí, ya he identificado a las dos candidatas potenciales para el compromiso. Sin duda merecerá la pena que me quede y reúna más datos antropológicos. Esto podría ayudar a nuestros colonos a tomar decisiones informadas con respecto a si deberían mudarse aquí o no.

La doctora Daniyel le dirigió una brusca mirada a Dllenahkh, que él no advirtió porque estaba mirando a Joral con el ceño fruncido. Sonreí para mis adentros, esperando oírle decir al joven sadiri que fuera paciente, mantuviera la disciplina y se concentrara en la misión.

—Joral, no.

—Pero consejero Dllen…

—He dicho que no.

Lian y yo nos miramos el uno al otro, con los ojos ridículamente muy abiertos de sorpresa y diversión. La doctora Daniyel torció los labios, pero no dijo nada.

Fue entonces cuando se produjo una conmoción fuera: gritos, el ruido de pasos a la carrera sobre la madera de las pasarelas y un grito de mujer.

Fergus fue el primero en salir, y Lian detrás, pero todos corrimos para ver a qué se debía el alboroto. Todavía había luz a esa hora, aunque las largas sombras de los árboles y casas oscurecían las aguas. Un pequeño bote de pesca se acercaba a una de las pasarelas. El hedor que procedía de él no era el del pescado destripado, sino el fuerte olor metálico de la sangre. Una mano asomaba descuidadamente sobre la borda hacia el agua, y el feo tono gris que nublaba la piel era visible incluso desde donde nos encontrábamos. La gente se congregó alrededor y los gritos se hicieron más fuertes.

—¿Qué está pasando? —dijo la doctora Daniyel, a mi lado.

—Han atacado la barca —dije, escuchando y traduciendo las conversaciones fragmentadas y solapadas para darles una explicación coherente—. Hay otro asentamiento junto a un afluente río arriba, y llevan algún tiempo discutiendo por los derechos de pesca, según parece… Yo… creo que ese hombre está muerto. Están hablando de ir al otro asentamiento para…

Me detuve. No me podía creer la palabra que acababa de oír. Había escuchado las palabras en sadiri por separado pero nunca juntas, y por eso, con una mirada de pánico hacia Dllenahkh, dije:

—¿Precio de sangre? ¿Precio por sangre? ¿Precio en sangre?

Dllenahkh me dirigió una mirada que no pude comprender. ¿Pesar? ¿Vergüenza? Pero no me corrigió.

—Allí está Darithiven —dijo Nasiha de pronto.

En efecto, era el consejero jefe del asentamiento, y tuvo que pasar ante nosotros para llegar al bote de pesca. Su mirada se posó sobre nosotros, vaciló, luego pareció tomar una decisión y vino hacia nosotros.

—¿Podemos ayudarlo en algo, consejero jefe Darithiven? —preguntó la doctora Daniyel de inmediato.

Él estaba ya negando con la cabeza.

—Se trata de un pequeño asunto, un asunto local. No es nada nuevo. Podemos apañárnoslas sin interferencias externas.

Agarré el duro músculo del brazo de Fergus. Un apagado brillo de metal afilado había aparecido entre la multitud… y luego otro, una hoja en una mano, una lanza en otra.

—Lo veo —dijo Fergus entre dientes. Intercambió una mirada con Lian, y los vi soltar los cierres de las fundas de sus armas y ajustar sus pistolas en posición alta pero no letal.

Darithiven lo vio también, y su expresión mostró resignación pero también aprobación.

—Tienen ustedes su propia seguridad. Muy inteligente. Ahora he de dejarlos. Hay mucha furia aquí, y debo dirigirla de la manera adecuada. Hemos sufrido demasiadas incursiones en nuestras aguas, y es hora de tratar a los culpables con severidad.

—Hay otras formas, civilizadas, de tratar con el asunto —insistió Dllenahkh.

Darithiven lo miró con piedad.

—Entonces, según su definición, esto no puede ser civilización.

Se dirigió hacia la multitud.

Nasiha lanzó un profundo suspiro y empezó a hablar con Tarik entre susurros. Su expresión corporal cambió de la quietud relajada a la tensión defensiva a medida que se fueron acercando el uno al otro.

—¿Qué sucede? —pregunté. Su conducta me irritaba. Tal vez era debido a que ambos eran esposos y colegas, pero parecían una molesta unidad contenida en sí misma. Mis sadiri, como había etiquetado para mis adentros a Dllenahkh y Joral, comprendían la sencilla cortesía de explicarse de vez en cuando.

—Se están enfureciendo unos a otros —murmuró Dllenahkh, profundamente perturbado, mientras contemplaba a la multitud cada vez mayor—. Han bajado sus escudos mentales, y proyectan y aumentan un deseo de combatir y matar.

De repente su cabeza se volvió hacia Joral, que estaba allí de pie, respirando entrecortadamente, abriendo y cerrando los puños espasmódicamente.

—¡Joral! ¡Recuerda tus disciplinas!

—Es… difícil, consejero Dllenahkh —admitió Joral.

—Quédate con la comandante Nasiha y el teniente Tarik —ordenó Dllenahkh.

Antes de que pudiera preguntarle por qué no seguía su propio consejo, miró en dirección a la multitud y dijo:

—Tengo que detener esto.

—¡No! —gritó la doctora Daniyel.

Para mi sorpresa, Dllenahkh la ignoró y siguió caminando. Vacilé, mirándola, esperando su permiso para seguirlo, aunque fuera sutilmente oculto. En cambio, ella hizo lo sensato y siguió los protocolos de nuestra misión.

—Lian, Fergus, carguen todo lo esencial en las bateas. Tenemos que prepararnos para partir lo antes posible. Delarua, búsqueme a Darithiven. Tengo que decirle unas cuantas cosas.

Advertí que no le daba órdenes a Tarik y Nasiha, pero les dirigió una de sus bruscas miradas. Eso pareció sacarlos de sus crisálidas, porque empezaron a ayudar a Lian y Fergus mientras miraban a Joral, que los siguió mansamente, todavía con aspecto tembloroso.

Eché a correr por el camino, sabiendo ya adónde iba. Darithiven no estaba muy lejos. Se encontraba en el balcón de su residencia y observaba la escena de abajo con expresión inquietante. No era pacífica exactamente, sino de… ¿satisfacción? ¿La sensación de que sucedía algo que había planeado durante mucho tiempo? Mientras me detenía a mitad de las escaleras, me miró con desdén, como si yo fuera algo pequeño y sin importancia que había venido a molestarlo. Le devolví la mirada. No estaba dispuesta a permitirle que olvidara que fuera cual fuese el rango que ostentaba en este pequeño trozo de pantano, la doctora Daniyel y yo representábamos al gobierno que le permitía ejercer ese rango.

—La directora desea hablar con usted —gruñí—. Ahora mismo.

La doctora Daniyel estaba esperando en la plataforma central. Meditaba cruzada de brazos, con la cabeza ligeramente inclinada. Parecía tranquila y decidida. Yo sabía que estaba cansada.

—Gracias, primera oficial Delarua. Por favor, informe al consejero Dllenahkh que estamos preparados para marcharnos. Lian, vaya con Delarua.

Mientras nos marchábamos, oí que empezaba a hablar con Darithiven con el tono lento y decepcionado de un padre regañón.

—Como parece que ya no pueden garantizar la seguridad de mi equipo…

—¿Dónde está Dllenahkh? —dijo Lian, mirando alrededor con nerviosismo.

Me detuve. No pude verlo tampoco, y no me apetecía meterme en medio de aquella masa ruidosa y nerviosa.

—¡Allí! —señalé hacia el filo de la muchedumbre.

Se había subido a un balcón bajo y hablaba con dos hombres mayores. Sus rostros eran máscaras de amarga furia, el suyo una muestra de intensa determinación, como si esperara persuadirlos por pura fuerza de voluntad. Le grité, la voz débil y lejana con todo el ruido, y él me oyó, pero me miró con una breve mirada de desprecio y continuó con su discusión.

—Maldición —dije.

—Déjame a mí —dijo Lian sombríamente.

Con largas zancadas de soldado, Lian estuvo junto a Dllenahkh en cuestión de segundos. Yo fui detrás.

—Venga con nosotros, consejero Dllenahkh. Órdenes de la directora —se limitó a decir Lian.

—Todavía no, Lian, debo…

—No es una petición, consejero Dllenahkh —replicó Lian.

Fue entonces cuando vio a Dllenahkh dar un respingo tan leve que advertí que Lian le había clavado la pistola en las costillas. Apretó los labios, el único signo de furia en un rostro que incluso en ese momento se negaba a perder el control.

—Comprendo —fue todo lo que dijo.

—Vamos —chillé, agitada por la atmósfera que nos rodeaba, y echamos a andar a paso rápido, sin que nos desafiaran ni molestara nadie de la creciente vorágine de ira que, afortunadamente, no iba dirigida hacia nosotros.

Pareció una retirada. Todo se hizo según los protocolos, pero pareció una retirada. Lian envió un boletín preliminar al puesto de avanzada gubernamental más cercano para que las autoridades adecuadas pudieran controlar la situación. La doctora Daniyel envió un informe más detallado en el momento en que regresamos a nuestra lanzadera. Nasiha, Tarik y el pobre Joral mostraban su alivio a las claras, y su estado fue mejorando cuando más nos alejamos de los marjales. Fergus estaba contento porque la estrategia de «salir pitando» en la que había insistido se hubiera puesto en práctica al principio de la misión y hubiera salido tan bien. Dllenahkh…

No me atreví a mirar a Dllenahkh. Cuando finalmente, de manera furtiva, lo miré, cuando la lanzadera despegaba, su rostro parecía impasible, la conducta tan tranquila y controlada como siempre. Sabía que sentía mi mirada, pero no me miró a los ojos.

Volamos durante poco menos de una hora antes de aterrizar cerca de nuestro siguiente destino, una zona de sabana al sur. Fergus emplazó alarmas en el perímetro mientras cansinamente preparábamos nuestros refugios e intentábamos dormir. Lo hicimos todo bien. Pero siguió pareciendo una retirada.

Cuando desperté a la mañana siguiente, la emoción llegó antes que el recuerdo, así que mi primer pensamiento coherente fue preguntarme si era la resaca lo que me hacía sentirme tan mal. Entonces recordé el día anterior y me sentí absolutamente asqueada. Me recuperé, me refresqué y fui a ver si la doctora Daniyel me necesitaba para algo, pero Lian dijo que estaba durmiendo todavía, así que me marché con la vaga idea de ir a ver a Joral. El muchacho estaba sentado en postura meditativa en la puerta del refugio que compartía con Dllenahkh. Vacilé al verlo, pues no quería molestarlo, sobre todo tras el torbellino mental que había experimentado recientemente. Sin embargo, debí de hacer algún ruido, porque abrió los ojos y me miró.

—Primera oficial Delarua —dijo.

—Joral. ¿Se encuentra bien? —pregunté, formalmente y en sadiri.

—Me encuentro bien —respondió con voz firme. Antes de que yo pudiera suspirar aliviada, continuó—: Pero el consejero Dllenahkh no quiere levantarse.

—¿Cómo dice? —pregunté en estándar, verdaderamente confundida con respecto a lo que quería decir.

Todavía hablando en sadiri, Joral intentó ser más preciso.

—Es posible que esté despierto, pero no tiene los ojos abiertos, no se mueve y su mente… Su mente está cerrada.

Me quedé quieta, completamente perdida.

—¿Qué quiere que haga?

—No lo sé —respondió él con sencilla honestidad.

—Nasiha, Tarik…

—Él no querría que lo vieran así.

Algo en la forma en que lo dijo me dio una pista.

—Esto le ha sucedido antes —lo acusé. Era una aseveración, no una pregunta.

Él asintió, se levantó y se hizo a un lado, con lo que me permitió el paso. Lo miré y luego entré lentamente, sin saber qué esperar.

Dllenahkh yacía de costado en el estrecho camastro, en una postura no del todo fetal pero claramente enroscado en sí mismo, la manta hasta el hombro desnudo. Había signos de que estaba despierto. La firme tenaza de su mano izquierda sobre su muñeca derecha, la tensión alrededor de sus ojos mientras sus párpados se apretaban con fuerza y la respiración entrecortada e irregular hablaban de inquietud.

Me arrodillé junto a su cabeza, demasiado sorprendida como para sentirme inoportuna.

—¿Dllenahkh? ¿No va a levantarse?

Fue débil, lo sé, pero, para mi sorpresa, obtuve una respuesta.

—Estoy cansado —dijo lentamente—. Déjeme en paz.

—Por algún motivo, creo que no podría —repliqué. Para mis propios e incrédulos oídos, mi voz sonó tan corriente como si estuviera discutiendo una lista de inspección—. Creo que debería levantarse y venir a dar un paseo conmigo.

Él permaneció inmóvil durante un rato, pero sus ojos se abrieron, aunque seguían mirando sin verme. Busqué alrededor algo que me ayudara a reiniciar la conversación, y vi una camiseta interior y una túnica perfectamente dobladas cerca. Un sadiri puede tener un colapso nervioso pero no pasará por alto los pequeños rituales domésticos.

—Aquí tiene su camisa —dije como una tonta—. Vamos a ponérnosla, ¿de acuerdo?

Todavía con la mirada perdida, él suspiró profundamente y se sentó muy despacio. Me permitió que le colocara la camiseta sobre la cabeza, y luego movió pesadamente los brazos para terminar de ponérsela. Tenía el pelo revuelto, y resistí la urgencia de colocárselo en su sitio.

—¿Qué le ha sucedido? —susurré.

—Me excedí —murmuró—. Había tanta furia allá… Resultaba tan agotador controlarla…

Supe que había más que eso, pero no dije nada. Me limité a entregarle la túnica y miré alrededor para buscar sus botas.

—Ya está —dije por fin, con un débil intento por mostrarme alegre—. Ya está listo. Vamos.

Joral se reunió con nosotros cuando salimos, ignorando discretamente el lamentable aspecto de su superior… o eso pensé yo. Entonces advertí que estaba distraído con Lian, que pasaba con un biosensor en la mano.

—Algo ha disparado una de las alarmas del perímetro —explicó Lian—. Fergus está trabajando en ello, pero queríamos una lectura del sensor para asegurarnos.

Me alegré por la distracción. Podíamos fingir que todavía éramos capaces de trabajar mientras saltábamos de crisis en crisis: eran los momentos de tranquilidad e introspección lo que resultaban peligrosos. Corrimos detrás, siguiendo a Lian por una pequeña colina hasta el lugar donde Fergus estaba medio arrodillado, con la pistola preparada aunque apuntando al suelo. Nos indicó que nos acercáramos con cautela.

No vi nada al principio contra el color rubio de la hierba, pero entonces se movió; un animal de pelo corto parecido a un perro salvaje en tamaño y forma. La criatura olisqueó brevemente, alzó la cabeza al aire como si estornudara por el polvo y luego se dio media vuelta para bajar por el otro lado de la colina.

Joral fue el primero en reaccionar. Mudo e inexpresivo, se limitó a darse la vuelta, y rápidamente volvió por donde habíamos venido. Lo observé, frunciendo el ceño, asombrada.

—¿Un perro salvaje? —le pregunté a Lian entre susurros.

—Un perro de las sabanas. Nunca había visto ninguno, pero he oído que a veces aparecen por esta región —dijo Fergus—. No deberían causar ningún problema mientras no molestemos a sus cachorros.

Los dos oficiales del Consejo Científico subieron corriendo la colina con Joral, los biosensores preparados. Los seguimos mientras se adelantaban para hacer sus lecturas, hasta la cima de la colina y nos agazapamos allí, obedeciendo sus silenciosas y frenéticas señales manuales. Me asomé entre la áspera hierba que rodeaba el borde desmoronado y los vi: una pequeña camada de perros cómodamente instalados en la madriguera que habían hecho, a cubierto y a salvo en la hondonada de un pequeño valle.

—No —dijo Dllenahkh.

Su voz sonó tan extraña que lo miré bruscamente, temerosa de que estuviera sumergiéndose de nuevo en aquella gélida depresión. Él notó mi mirada preocupada y se volvió hacia mí.

—No —repitió con la sonrisa más brillante y hermosa que yo hubiera visto jamás en un sadiri—. No es un perro de las sabanas… Mire.

Contempló el valle, y uno a uno, primero los adultos, luego los cachorros, pasaron de una conducta relajada y jadeante a una pose de alerta, las mandíbulas apretadas. Sus morros apuntaron curiosos al aire. ¿Quién? ¿Quién? Entonces miraron directamente a Dllenahkh, a través de la maleza y la hierba. Sus mandíbulas se relajaron una vez más como si sonrieran dando la bienvenida y sus cortas colas como látigos golpearon el suelo y agitaron la hierba en una lenta y cautelosa muestra de aprobación.

—Perros sadiri, tan lejos de casa —murmuró Dllenahkh—. Los tasadiri debieron de traerlos. Ahora quedan tan pocos… El Consejo Científico los mantiene bajo protección.

Nasiha y Tarik no apartaron inmediatamente los ojos de la escena que tenían delante, ni soltaron sus biosensores, pero sus manos libres se encontraron y se unieron con silenciosa pasión que era como una promesa. El rostro de Joral mostraba un conflicto más intenso: sutiles sombras de furia y pesar mezcladas con asombro y gratitud. Dllenahkh… El primer brillo se había desvanecido, templado con una apenada aceptación, pero de todas formas sonreía.

No sé cuánto tiempo permaneció el grupo en la colina: los cygnianos contemplando a los sadiri, y los sadiri contemplando a los perros. Los dejé allí y fui a dar un pequeño paseo y a llorar antes de volver al campamento. Quería ser la primera en contárselo todo a la doctora Daniyel cuando se despertara.