Capítulo 22
Cuando Rachel se despertó, estaba tan somnolienta que se sentía como drogada. La lluvia golpeaba el tejado, y los truenos rugían y se acercaban cada vez más. Con los ojos cerrados, se estiró. Después se quedó helada. Aquella almohada y aquel colchón eran más duros que el suyo. Las sábanas eran más suaves. Aquélla no era su casa, no era su cama.
Se sentó de un salto. Era la casa de Mitch. Estaba en su casa, y en su cama.
De repente, lo recordó todo. La noche anterior lo había telefoneado, y Gabe y él habían llegado a recogerlos con la furgoneta y un remolque para caballos y los habían llevado allí.
Los gemelos. Tenía que despertar a sus niños y vestirse. El reloj de la mesilla de noche decía que eran las diez en punto. ¿Estaría tan oscuro sólo por la tormenta? No podía ser que ella hubiera dormido hasta media mañana.
Rachel saltó de la cama antes de acordarse de que sólo llevaba una camiseta de Mitch. Había salido tan rápidamente de su casa que ni siquiera había tomado un camisón.
Atravesó el baño de la habitación anexa, donde Andy y Aaron habían dormido en unas literas. Estaba asombrada por lo mucho que había confiado en que Mitch los acogería. Para que pudiera oír si los niños la llamaban por la noche, ella había dejado las puertas abiertas. ¿Se habrían quedado dormidos ellos también hasta tan tarde? Si ya estaban despiertos, quizá sus voces no se oyeran desde el piso de abajo.
En la habitación de invitados, las camas estaban deshechas, pero vacías. Sus ropas no estaban, y la puerta de la habitación estaba abierta al pasillo. Olía a café y a beicon. Aliviada, pensó que los niños habían bajado a desayunar.
Volvió a su habitación, entró al baño y se lavó la cara.
Con un hombro apoyado en la pared, Rachel se tapó la cara con las manos para evitar sollozar. Debería sentirse agradecida de que Mitch la hubiera acogido. Pero aquél era el problema, uno de los problemas, al menos.
Mitch y su mundo seductor la habían acogido. Y ella tenía miedo de que Mitch tuviera razón y hubiera intentado proteger a los gemelos en exceso, y hubiera sido demasiado misteriosa con ellos. Si había tergiversado a sus propios hijos, ¿a quién más habría juzgado erróneamente? Alguien estaba ahí fuera, esperando para hacerla daño.
Rachel dio un salto cuando un trueno rompió junto a la casa y la sacudió. La puerta de la ducha y el espejo vibraron, haciendo que su imagen temblara.
Volvió apresuradamente a la habitación. Mitch estaba en la puerta. Rachel se detuvo en seco.
—Me pareció oírte —le dijo él mientras le tendía una taza de café, pero sin entrar en la habitación. Él había dormido en el sofá, en el piso de abajo, mientras que Gabe se quedaba en la otra casa. Rachel se azoró al recordar que sólo llevaba una camiseta. Tomó rápidamente un albornoz que había visto la noche anterior en el armario y se lo puso.
—Quizá no te apetezca café —dijo él—. Probablemente, acabas de dormir en condiciones por primera vez en semanas, y un día lluvioso siempre es bueno para dormir. Puedo traerte el desayuno a la cama.
—Eso es sólo para los enfermos, y yo no estoy enferma —protestó ella, demasiado acaloradamente.
—Rachel —le dijo él—, relajarse de vez en cuando no es un pecado. Sirve para recuperar fuerzas y disfrutar antes de enfrentarse otra vez al mundo.
—No puedo hacerlo hasta que recupere mi establo y averigüe qué ha pasado con la muerte de esa mujer… y con la de Sam.
—Y quizá con la de Linc —añadió él en tono ominoso.
—Me voy a vestir para desayunar con los niños.
—Desayunaron a las ocho y están en la otra casa con Gabe. Me imaginé que te despertaría el olor a comida, y que desayunarías conmigo para que pudiéramos hacer planes. La tormenta se está poniendo muy fea, y me temo que podría haber cortes de electricidad. Vas a terminar comiendo tostadas frías.
Su mirada era muy intensa, y sus ojos más oscuros de lo que ella recordaba. Mitch le parecía más grande y más fuerte de lo normal, como la primera vez que lo había visto, cuando él había ido a su granja y le había dicho que quería su establo. Rachel sabía que después había comenzado a desearla a ella, y ella lo deseaba también a él.
—Me parece muy bien lo del desayuno —dijo para llenar el silencio. El tremendo magnetismo de aquel hombre la tenía obsesionada—. Voy a lavarme y a vestirme, y después bajaré. Luego quiero ir a ver a Gabe y salvarlo de los niños.
—No te preocupes por Gabe. Antes hacía de Santa Claus en Navidad, y sabe hacer muchas voces diferentes y gestos. Es el mejor actor que hayas visto, aunque en realidad, se me olvida que nunca has visto una película.
—Mitch, tengo algo que hacer. Quiero resolver algunas cosas con ellos para que dejen de comunicarse en su idioma y dejen de excluirme de su vida.
—Está bien. Desayunemos primero.
—Venid conmigo, niños —les dijo Rachel. Salió de la furgoneta de Mitch y los tomó a cada uno de una mano para llevárselos—. Mitch nos va a esperar aquí.
—Mata dornan fa Daadi —le dijo Andy a Aaron.
—Da fnm Daadi monna gan —respondió Aaron.
—Ya está bien —les dijo mientras los guiaba por el viejo cementerio de Clearview hasta la esquina donde los amish tenían un terreno reservado para los suyos. Aunque hasta el momento, allí sólo reposaba Sam—. Vamos a ver la tumba de Daadi.
No hizo caso de las miradas sorprendidas que los niños intercambiaron al darse cuenta de que su madre entendía sus comentarios. Pronto, los bajos de la falda se le mojaron por el agua de la lluvia en la hierba, y el viento helado le llegó hasta los huesos. Aun así, tiró de los gemelos suavemente cuando ellos quisieron quedarse atrás. Pasara lo que pasara cuando fuera a enfrentarse a Eben y a Sim Lapp aquel día, al menos habría intentado hacer lo mejor para los hijos de Sam y para ella.
Se detuvo ante la lápida pequeña, en la que sólo se leía Samuel Mast, 1969-1997. Las lágrimas de la lluvia habían lavado la lápida y habían llenado las letras grabadas. En aquel momento se dio cuenta de que debería haber llevado a los niños más a menudo a ver la tumba de su padre, pero aquel último año se había enterrado en el trabajo, intentando no pensar en que Sam había sido asesinado y que su gente podía aceptarlo y ella no.
—¿Os acordáis de cuando vinimos aquí a enterrar el cuerpo de Daadi? —les preguntó. Sin soltarlos, los miró a los dos hasta que ellos asintieron.
De repente, Andy se soltó para inclinarse, y puso su manita sobre la lápida. Aaron hizo lo mismo. Pese a lo mojada que estaba la hierba, Rachel se arrodilló y posó la mano en la piedra, entre las de sus hijos.
—El cuerpo de Daadi todavía está en esta tumba—comenzó a decirles ella, eligiendo cuidadosamente las palabras—. Pero su corazón y su mente, eso que llamamos alma, están con Dios en el cielo. Y nene un cuerpo diferente, celestial. Eso significa que no va a volver a su cuerpo terrenal para visitarnos. Así que no necesita colgar su sombrero en la percha del granjero, ni dejar huellas en casa, y no os va a llevar más a ver el tren. No necesita su reloj, y no duerme en la cama de Mamm. Os estoy diciendo la verdad.
—¡Mora fam Daadi! —protestó Aaron. Rachel se volvió hacia él y le tomó la barbilla.
Hizo que girara la cara hacia ella para poder verlo con claridad por debajo del ala de su sombrero negro.
—No, no lo has visto a él realmente —respondió Rachel en el tono más calmado que pudo—. ¿Es eso lo que acabas de decir? Pero tú crees que lo viste.
—Sí —respondió Aaron.
—No quería asustaros, niños, pero ahora sé que debería haberos explicado todas estas cosas. Estaba intentando cuidaros, y ahora veis que yo también necesito que me cuidéis, como cuando encargasteis las llaves de las cerraduras nuevas para mí.
Aaron asintió modestamente. Miró a Andy como si le estuviera pidiendo permiso para confiar en su madre.
—El señor Randall, nuestro amigo Mitch, me convenció de que debía contaros algunas cosas, y tiene razón. Él también perdió a su padre, y creo que entiende cómo os sentís.
Sin parpadear, los dos asintieron, y Rachel se dio cuenta de que aquello ya se lo había dicho Mitch. Dios sabía que necesitaban a un hombre en su vida, y ella bendijo a Mitch por tenderles la mano. El hecho de que la estuvieran escuchando tan embelesados le demostraba que Mitch no se había sobrepasado: había esperado que ella les dijera todo aquello a solas.
—Alguien malo —continuó Rachel—, pero no Daadi, ha estado en nuestro establo y está intentando asustarnos para que nos vayamos. Sé que da miedo, pero nada de esto es culpa vuestra, y yo tenía la esperanza de que vosotros pudierais ayudarme a ser valiente.
Su voz y sus palabras surgieron más deprisa, aunque ella intentó mantener el control.
—Y la razón por la que la gente, nuestros amigos amish, no me hablan, es que están enfadados conmigo por ser amiga de gentiles como Jennie y Mitch. Además, no quieren que averigüe quién le hizo daño a Daadi en el establo. Pero yo voy a averiguar quién lo hizo y por qué.
Rachel miró a cada niño de nuevo. Andy frunció el ceño. Aaron asintió.
—Y ayer —concluyó ella—, aunque un establo no es un cementerio como éste, Mitch y Mamm encontraron el cuerpo de una mujer enterrado bajo las tablas del suelo, junto a los compartimentos de los caballos. Probablemente, es una tumba de hace mucho tiempo, y por esa razón es por la que todo el mundo está yendo allí, no sólo por las puntas de flecha.
—Pero —dijo Aaron— en el establo hay un hombre que nos llevó hasta las vías del tren. Si no es Daadi, ¿quién es?
A ella le causaba asombro que, de todo aquello que la consumía, a los gemelos sólo les importara su Daadi.
—Todavía no lo sé —dijo ella, y se sonó la nariz—. ¿Creéis que podría haber sido el obispo Yoder o Sim Lapp, intentando que pareciera que era Daadi?
Aaron sacudió la cabeza y Andy se encogió de hombros.
—¿O pensáis —continuó Rachel— que esta persona mala se parecía al padre de Kent, el señor Morgan, al que vimos en el almacén de maderas el otro día?
—No lo sé —susurró Aaron—, pero vimos a alguien.
—Debería haberos escuchado mejor antes —les aseguró Rachel—. Tengo que averiguar quién es y ocuparme de que deje de hacer esas cosas y que sea castigado.
—Bien —dijo Andy—. Pero no llores más, Mamm, porque ya estás muy mojada. Díselo, Aaron. Quizá pueda mirar ahí y averiguar quién es.
—¿Mirar dónde? —les preguntó Rachel.
—Un día vi a Daa… quiero decir, al hombre, mirándonos por la puerta del pajar —explicó Aaron—. Así que entré de puntillas y lo vi poniendo un sombrero y un abrigo en su escondite. No en la percha de Daadi. Mucho más arriba, cerca de donde estaba el nido de los búhos. Yo te diré dónde tienes que mirar. Quizá tenga el nombre cosido en el abrigo, como tú cosiste el nuestro —le dijo, y como si Rachel necesitara que se lo recordara, se abrió el abrigo y le mostró su nombre.
—Pero Mamm no puede volver al establo —intervino Aaron—, a menos que se escabulla dentro, como ese hombre malo.
Después, se inclinó a darle unos golpecitos a Rachel en la rodilla para reconfortarla, como Sam hacía con ellos.
Mitch y Rachel dejaron a los gemelos con Gabe y aparcaron al otro lado de Ravine Road. Sigilosamente, se acercaron al granero y esperaron a que el ayudante que estaba de guardia llegara hasta el punto más lejano de su circuito. Entonces, rápidamente, rodearon el establo y, después de apartar las malas hierbas que cubrían la puerta del sótano, alzaron la trampilla y bajaron.
Una vez que estuvieron a salvo allí abajo, respiraron con más facilidad hasta que inhalaron el polvo y el olor a moho. Rachel estornudó y se puso el dedo bajo la nariz. Los dos habían decidido que usarían la linterna lo menos posible. Rachel recordaba bien que la noche en que Mike Morgan había ido a dejar las rosas para Laura, ella había visto la luz por las grietas que había entre los tablones del establo.
Esperaron unos instantes hasta que la visión se les adaptó a la oscuridad y encontraron la trampilla que comunicaba el suelo del establo con aquel sótano. Mitch utilizó su navaja para marcar rápidamente la forma de la puerta.
Encendieron de nuevo la linterna y abrieron la trampilla. Mitch se impulsó hacia arriba con los brazos, y ella, rápidamente, guardó la linterna de nuevo en el bolsillo de su falda. Alzó la cara y vio las siluetas de sus manos y sus muñecas.
Él tiró de ella y la subió. A Rachel le pareció que lo oía caminar mientras se sacaba la linterna del bolsillo y la encendía, tapándola con la falda del vestido para que no alumbrara demasiado. Pero él debía de haberse tropezado con algo y haberse caído, porque se abalanzó sobre ella e hizo que cayera de rodillas.
—Mitch, ¿estás bien? —le preguntó.
Sin embargo, él estaba inconsciente. A Rachel se le cayó la linterna al suelo y rodó hasta que ella vio que a Mitch le sangraba la cabeza.
Intentó tomarlo en brazos, pero una mano fuerte la hizo ponerse en pie. Alguien dirigió el haz de otra linterna hacia sus ojos y la cegó, pero no antes de que pudiera ver el cañón de un rifle.
—Mira lo que me obligas a hacer para salvarte —susurró una voz profunda—. Ahora vamos a dejarlo todo claro de una vez por todas.