CAPÍTULO 27

Nahara empezaba a pensar seriamente en esposar a su compañera cada vez que decidiese echarse una siesta, eso evitaría que tuviese que envejecer diez años con cada salida intempestiva de la muchacha. Al menos esta vez le había dejado una nota aunque como siempre era parca en explicaciones.

Se puso la chaqueta, comprobó que su arma estaba cargada y la introdujo en la funda oculta bajo esta. Aquella era una costumbre adquirida y no iba a dejar de hacerlo hasta que supiese que sus días de guardián hubiesen llegado a su fin.

La recibió el ajetreo propio de aquellas horas matutinas, las calles empezaban a llenarse de transeúntes y de tráfico, la mayor parte turistas que venían a disfrutar de la emblemática ciudad. Se subió las solapas de la cazadora y se apretó la coleta, un estudiado e inocente movimiento que le permitía hacer un rápido barrido de los alrededores.

Se lamió los labios y dejó la calle del hotel para doblar a la derecha y bajar hacia la principal. El olor del café recién hecho le hizo la boca agua.

Había algo en esa ciudad que le gustaba, no sabía si era la vida que parecía respirar o las antiguas calles, pero disfrutaba del cambio tras tanto tiempo escondiéndose.

Se tomó unos segundos para empaparse de esas diferencias, de la vida que nunca había llegado a vivir realmente y volvió a su tarea. En las urbes era mucho más complicado seguir un rastro, pero habiendo pasado tanto tiempo con Denali seguirla era prácticamente un juego de niños.

—A veces me pregunto si no lo hará a propósito.

Sacudió la cabeza y estudió la zona buscando el lugar por el que seguramente habría tirado su compañera. No era aficionada al turismo, así que lo más seguro era que huyese de las zonas concurridas, por otro lado, el solo hecho de que hubiese decidido salir sola hablaba del nerviosismo interior que venía aquejándola últimamente.

«Más te vale que tengas una buena razón para haberte marchado sin más, señorita. ¿Tantas ganas tenías de conocer la ciudad?».

Envió la pregunta a través del vínculo privado que compartían, uno que había nacido de la camaradería, la lealtad y la necesidad de estar en contacto. La respuesta no se hizo esperar.

«Mis ganas se han esfumado de golpe». La escuchó con total nitidez, pero fue su tono y la irritación que había en su voz lo que la puso en guardia. «Están aquí, Naha, están aquí y no se traen nada bueno entre manos».

Un breve escalofrío le recorrió entera haciendo que se le pusiese el vello de punta. Empezó a avanzar con mayor rapidez, agudizando la vista y sus otros sentidos mientras caminaba.

«¿Dónde estás?».

«No conozco el nombre de la calle pero veo el castillo por encima de los edificios».

Se detuvo para orientarse, giró sobre sí misma y maldijo al darse cuenta de que estaba yendo en sentido contrario. Se apresuró a atravesar la calle y cruzar el paso de peatones antes de que el semáforo cambiase de color. Fue entonces cuando lo vio, un hombre vestido de manera informal y ropa oscura, con gafas de sol y el pelo lo suficiente corto para no tener ni que peinarse. Llevaba una pequeña bandolera de cuero cruzada sobre la cadera, podía pasar por un turista cualquiera pero su aroma lo delataba. No era humano, era un lobo y la manera en que lanzaba furtivas miradas hablaba por sí misma.

«Tengo uno justo delante de mí. Parece que están buscando algo… o a alguien».

«Él sabe que estamos aquí. He escuchado una parte de la conversación que mantenía uno de ellos por teléfono. Y, Nahara, no son los únicos que se han trasladado a la capital checa. Acabo de saber que va a celebrarse una recepción en algún momento de la próxima semana y que los jefes de las distintas regiones americanas y europeas ya están aquí. La ciudad ha sido literalmente tomada por los lobos o lo será en breve. Y el príncipe también está implicado».

Las palabras de la joven loba hicieron que se le acelerase el corazón y su sangre bombease incluso con mayor rapidez a través de sus venas.

«Llámame loca, pero creo que todos ellos saben que estamos en la ciudad o lo sospechan».

Y eso era sin duda lo último que necesitaban ahora. Sacudió la cabeza y mantuvo su atención dividida entre el hombre al que perseguía y su amiga.

«¿Te han visto?». Aquella era su mayor preocupación.

«No. He tenido mucho cuidado de que ni siquiera se percate de mi presencia, aunque parece tener prisa, está serpenteando entre las callejuelas… No sé… Um… esta debe ser otra zona turística, es una calle estrecha llena de esas pequeñas y coloridas casas adosadas al muro norte del castillo».

El callejón del Oro, una callejuela en la que se encontraban ahora las tiendas de suvenires más cercana del castillo de Praga.

«Denali, no sigas. Esa calle no tiene salida».

«En ese caso tiene que tener en mente reunirse con alguien en algún lugar y necesitamos saber dónde y con quién».

«Princesa…».

No obtuvo respuesta y eso solo hizo que su corazón latiese más deprisa.

—Maldita sea —masculló y apretó el paso cuando su objetivo se perdió por detrás de un grupo de turistas japoneses.

Siseó en voz baja, dobló el grupo de parlanchines visitantes y maldijo al ver que el lobo había desaparecido.

—Esto no me gusta. —Miró de un lado a otro y finalmente optó por una de las calles que dirigían a lado este del castillo.

«Nahara, no te acerques al castillo, es una trampa».

Las palabras de la chica la dejaron sin respiración y le congelaron la sangre.

«¡Sal de ahí! ¡Sal de ahí ahora mismo!».

La ausencia de respuesta de su amiga la puso en un estado frenético. No le gustaba lo que estaba pasando, no le gustaba ni un pelo. Apretó los dientes y sorteó a algunos transeúntes arrancándoles improperios por la premura y brusquedad de su paso. No tenía tiempo para disculparse, necesitaba llegar a ella, tenía que ayudarla, su misión era protegerla, se lo había prometido…

Si le ponen una sola mano encima, los mataré, los mataré a todos.

Gruñó furiosa y casi derrapa al girar en una esquina solo para encontrarse de frente el castillo. Se obligó a aminorar el paso, a su loba se le erizo el pelo en abierta señal de peligro, pero había algo más, una seguridad que le hizo flaquear las piernas y golpeó su alma y su corazón con fuerza.

«Nahara».

La inesperada y deseada voz se filtró en su tumultuosa mente robándole el aliento durante unos preciosos segundos, desestabilizándola y haciendo que perdiese brevemente de vista su prioridad.

—No, ahora no puedo —siseó para sí misma, apretó los dientes hasta que notó la sangre en su propia boca e hizo lo único que podía hacer en tales circunstancias, correr.

«Rumati, si eres tú y puedes escucharme, ayúdame. No puedo fallarle ahora, no después de todo lo que me ha costado el traerla hasta aquí. Está atrapada, le han tendido una trampa en el callejón del oro».

Si la información de Dena era correcta y los lobos del príncipe estaban en la ciudad, no era casualidad, no podía serlo y ahora más que nunca necesitaba toda la ayuda que pudiese conseguir.

«Soy Nahara Daratraz, guardiana de la princesa Denali y necesitamos ayuda en el área del castillo de Praga».

Dejó la llamada en el aire y corrió a toda la velocidad que le daban sus dos piernas humanas. Tropezó un par de veces con los adoquines del suelo, dribló una valla que estrechaba el callejón y atravesó el portal de reja que, junto con una pequeña garita blanca y rayas grises daban la bienvenida al callejón que en la antigüedad había sido ocupado por joyeros y alquimistas.

«Aguantad, prietenă, estamos cerca».

Su voz nunca fue tal bálsamo para su maltrecha alma como entonces, una caricia que penetró en su mente y la envolvió en calidez y fuerza.

Rumati. Su compañero. Estaba vivo e iba a por ellas.

Resuelta a cumplir su promesa, sobrepasó a algunos de los humanos que vagaban por el callejón mirando las tiendas y se dirigió hacia el final de la estrechísima callejuela.