CAPÍTULO 15

Lluvia. Había pocas cosas que le gustan tanto a Judith como la lluvia. Debía de ser una de las pocas personas que disfrutaban tanto paseando bajo el agua, que encontraba en el repiqueo de los charcos e incluso sobre el paraguas una melodía calmante. Ni siquiera estaba segura porqué había dejado el coche en el centro comercial al que había ido a comprar algunas cosas para luego ir a dar un paseo por la ciudad en vez de irse a casa. La idea de meterse de nuevo entre cuatro paredes le había resultado asfixiante, así que antes de darse cuenta se había encontrado callejeando hacia la calle Gogolova que daba acceso al Parque Letná, el pulmón natural de Praga. El parque lleno de superficies verdes, grandes árboles y la construcción de estilo modernista, el pabellón Hanavský, un hermoso edificio de hierro colado que albergaba el restaurante y que ofrecía una de las mejores vistas de los puentes sobre el río Moldova.

Muchos eran los praguenses y turistas que se acercaban allí a pasear, hacer deporte, ver el metrónomo o descubrir el famoso Beer Garden dónde podían disfrutar de una pinta de cerveza mientras disfrutaban de un ambiente distendido y grandes vistas de la zona vieja de la ciudad.

En su caso, todo lo que buscaba era alejarse de la intensidad del día, de las aglomeraciones de gente, quitarse de la piel el estrés del día e intentar dejar de pensar en él.

¿Cómo demonios podía alguien obsesionarse de tal manera con alguien al que acababa de conocer? ¿Cómo podía llegar a añorarle cuando hacía escasas horas que se habían visto? Nada de aquello tenía sentido y, al mismo tiempo, encajaba bastante bien con lo que solía contarle su abuela.

—¿Vas a decirme que es un te veo y no meo?

—No meas, no comes, no respiras... Imagínate que te quitan el corazón y entonces te lo enseñan de nuevo. ¿No lo anhelarías? ¿No pensarías en dónde está? ¿Qué hacen con él? No deja de ser tu otra mitad y, mientras si bien sabes que la tienes y que está ahí fuera, una vez que la ves, que la reconoces, no podrás alejarte por mucho que lo desees.

—Eso parece demasiado extremo, es como si te robaran tu propia vida.

—No, Judith, es como si te la devolviesen.

—¿Fue así para ti con el abuelo?

—Para cada una es distinto, pero la conexión que sientes siempre está ahí.

Se había resistido a creerlo, había querido probar que estaba equivocada saliendo con otros hombres pero en ellos siempre parecía faltar algo, la conexión que tenía con Radu.

Un hombre que había surgido de la nada, alguien de quien prácticamente no sabía nada y que la había hecho sentir con solo unas palabras, una caricia y su sola presencia más que en toda su vida.

Se sentía segura en su cercanía, se había descubierto ante él como no lo había hecho ante nadie más y el tener su aceptación había sido casi tan importante como el respirar.

No sabía que pensar ahora, como proceder, le había aliviado que le permitiese irse, darle espacio pero al mismo tiempo hubiese preferido que la atase y la mantuviese cerca de él.

—Ay Dios, ahora mismo sería un gran desafío para el señor Freud.

La manera en que Damek la había mirado, la forma en que había hablado, la hacía pensar que Radu posiblemente le hubiese hecho alguna clase de advertencia. Su mente no dejaba de dar vueltas a las posibilidades y ello no hacía otra cosa que enfurecerla por un lado y hacer que se derritiese por otro.

Ningún hombre había sentido la necesidad de cuidarla de esa manera, de protegerla como si fuese una flor de porcelana que pudiese romperse en cualquier momento o marcar su territorio ante otros hombres, como creía que podía haber sido el caso.

—No quiero ser solo una posesión.

No quería que le pasase como a su madre. Su padre había sido un buen hombre pero entre ellos no había visto ese amor del que le hablaba la abuela, no había ese anhelo ni ese deseo de unirse con el amor perdido. Se habían tenido cariño, se habían cuidado y respetado y esa era la clase de amor que conocía.

—Yo no sé amar, babička. No he podido enamorarme ni una sola vez.

—Eso es porque no has encontrado todavía al hombre adecuado —le había dicho—. Cuando lo hagas, todo será distinto. Ya no verás sombras, todo será luz.

Deseo. Si cerraba los ojos y pensaba en él, rememorando sus besos, era deseo lo que despertaba en su cuerpo, un deseo tan intenso  que la dejaba sin aliento y palpitando. Una necesidad tan arrolladora que si él la llamaba iría sin dudar.

Suspiró. La había convertido en una mujer que no reconocía y la necesidad  de él la asustaba más allá de lo imaginable.

Echó hacia atrás el paraguas y dejó que unas pequeñas gotas le mojaran el rostro. El chaparrón había pasado y pronto quedarían solo unas tímidas nubes cubriendo la ciudad. Deambulo entre las mesas de madera ahora vacías y se apoyó en la barandilla que cercana el Beer Garden y se tomó unos momentos para contemplar la ciudad. Los puentes surcaban el río mientras los tejados de la vieja Praga se alzaban como silenciosos testigos del paso del tiempo. Cerró los ojos y aspiró profundamente antes de soltar el aire de nuevo.

—¡Que alguien me muestre el camino!

Gritó al aire, a la lluvia y a cualquiera que desease escucharla.

—Que alguien me enseñe cómo caminar —musitó ahora en voz baja—, y qué dirección tomar.

«SIGUE EL LATIDO DE TU CORAZÓN».

La voz se filtró en su alma, casi podía sentir su presencia, su cariño, pero cuando se giró no era su abuela la que avanzaba por el camino con unos patines al hombro.

Mojado de los pies a la cabeza y tan sexy e intenso como la primera vez que lo había visto se encontró con el hombre que daba forma a sus pensamientos y la dejaba sin respiración.

—Radu.

Sus labios se curvaron lentamente, asintió y caminó hacia ella.

—Una ciudad tan grande y venimos a encontrarnos de manera fortuita —la saludó—. ¿Qué haces por aquí y con este tiempo?

—Pasear.

—¿Bajo la lluvia? —Se apoyó en la barandilla.

Sí, podía ser un deporte un tanto extraño, sobre todo cuando se hacía sin paraguas.

—Puedes considerarla otra de mis extrañas aficiones.

—No creo que el que te guste la lluvia sea extraño, přítelkyně. —Estiró la mano y le apartó un mechón de la cara—. Ahora, llevar un paraguas y no haberlo abierto a pesar de la que está cayendo, eso sí podría entrar en dicha categoría…

—Podría equipararse a que lleves unos patines contigo y estés chorreando.

Sonrió e inclinó la cabeza en respuesta.

—Concedido —aceptó—. Supongo que a mí también me gusta la lluvia aunque no sea demasiado compatible con las ruedas.

—Un lobo sobre patines —sacudió la cabeza—, me ganas en rarezas.

Se rió, una carcajada limpia que la calentó por dentro. Prefería ver esa luz en su aura y no la tristeza que parecía robársela.

—Visto así —se rió—. Mejor que sea nuestro secreto, mi imagen iba a quedar seriamente dañada si se supiese de mis extrañas aficiones.

Sonrió contagiada por su tono burlón.

—Hecho —aceptó y miró de nuevo sus patines—. ¿Haces esto muy a menudo?

—Todavía no, pero es algo que sin duda podría añadir a mi agenda diaria.

¿Por qué tenía la sensación de que no hablaba del patinaje?

—En cuanto a patinar... hay a quien le gusta correr, la bicicleta y esas cosas, yo prefiero los patines.

—¿Por algo en especial?

—Me desafiaron y perdí, así que aprendí a patinar y, como le cogí el gusto seguí haciéndolo.

Parpadeó ante su sinceridad.

—Creo que es una de las pocas cosas que tengo que agradecer a ese desgraciado.

Su aura fluctuó y salieron a la luz un antiguo rencor y el dolor. Aquello traía consigo recuerdos amargos, posiblemente alguien de su pasado.

—A veces es necesario dejar atrás el pasado para poder arrojar algo de luz al presente.

Esos ojos verdes se encontraron con los suyos.

—No siempre funciona de esa manera, a veces el pasado está tan arraigado que cuesta dejarlo marchar.

—Lo sé, lo sé mejor que nadie —aceptó—. ¿Pero de qué sirve mantenerlo vivo si eso te hace daño?

—Porque matar a mi propio mellizo no es algo que pueda contemplar realmente —suspiró—. Ganas no me faltan, no lo negaré, pero es mi hermano pequeño y una vez fue todo lo que tuve.

—Lo siento mucho.

Negó con la cabeza.

—Ahora te tengo a ti —le acunó el rostro entre las palmas—, y eres la luz de la que hablas, la que hace que quiera vivir anclado en el presente. Gracias por eso, compañera.

Sus palabras la dejaron sin aliento.

—De nada... Creo.

Le miró los labios y no pudo evitar contener la respiración.

—Dios, deseo tanto besarte.

—¿Y por qué no lo haces?

La miró.

—Porque luego querré más y más de ti. —Le acarició el labio inferior con el pulgar—. Y ni siquiera entonces se si sería suficiente.

Un resumen perfecto de lo que sentía ella ahora mismo.

Para su sorpresa no la besó en los labios, sino en la frente.

—Eres una condenada tentación ahora mismo —confesó dando un paso atrás—. Pero soy un hombre fiel a su palabra. Te prometí tiempo y te lo daré.

No sabía si sentirse halagada o insultada por ser privada de su contacto, pero si algo sabía era que ese hombre ya la tenía en sus manos.

—¿Y si yo quiero que me beses? —murmuró—. ¿Sería egoísta por mi parte pedírtelo?

La miró con tanto anhelo que dejó de pensar e hizo lo que deseaba, fue hacia él y tiró de su empapada chaqueta para atraerle hacia ella.

—No sé qué clase de hechizo has tejido sobre mí, Radu Alezandru, pero no sé ni quiero luchar contra ello. —Lo besó por propia iniciativa y él respondió envolviéndola y atrayéndola contra su cuerpo, dejando que notase la excitación de su cuerpo y prendiese fuego a la suya.

El paraguas, todavía cerrado, cayó de su mano mientras nuevas gotas volvían a hacer acto de presencia trayendo de nuevo la lluvia.

Se separaron jadeantes, la lluvia empapándolos pero nada de eso parecía importarles a ninguno.

—Te deseo —le susurró al oído y le mordisqueo el cuello—, te necesito... —le besó el pulso—, quédate  conmigo... por favor.

Una súplica, una angustia oculta en sus palabras y en su alma.

—Sí —asintió y se separó lo justo para mirarle a los ojos—. No dejes que me arrepienta.

Le acunó de nuevo el rostro.

—No lo harás, te lo prometo.

Asintió y lo abrazó, solo un abrazo pero que llevaba escrito toda clase de súplicas y promesas.