—Estás demasiado callada —comentó mientras la veía caminar de un lado a otro por la orilla pedregosa del lago. De vez en cuando se agachaba, recogía una piedrecilla y la lanzaba con una fuerza que cualquier lanzador de los Cups estaría envidioso de ella. Su nerviosismo era palpable, al igual que su recelo; no dejaba de mirar alrededor como si esperase ver de un momento a otro a alguien saltando sobre ella—. ¿Hay algo que te preocupe?
Sus ojos marrones se posaron sobre él, en ellos se apreciaba una mezcla de ansiedad y temor.
—¿Además del hecho de que ese hijo de puta puede estar oculto en cualquier lado, dispuesto a saltar sobre mí o enviar a sus hombres a recuperarme y en vez de largarme, estoy aquí, contigo?
Él arqueó ligeramente una ceja.
—Qué te molesta exactamente, ¿que él esté ahí fuera dispuesto a ir a por ti o mi compañía?
La mirada que le dedicó le respondió sin necesidad de palabras.
—En ese caso, lo siento por ti ya que no tengo intención de ir a ninguna parte. —Sus anchos hombros se elevaron en un gesto de desinterés.
Ella lo ignoró y devolvió su atención al montículo de tierra que se apreciaba en el interior del lago.
—¿Qué es aquello?
Él siguió la dirección de su mirada.
—Es la isla en el que se encuentra el Monasterio de Snagov —le explicó—. Se dice que Vlad Tepes fue enterrado allí después de que sus propios nobles y la iglesia ortodoxa lo traicionasen.
Ella agudizó la vista y utilizó la mano a modo de visera.
—¿Y cómo lo llevaron allí? ¿A nado?
Él no pudo evitar esbozar una sonrisa ante el tono despectivo en su voz. Estaba irritada, no sabía si con él o con su actual situación.
—Antiguamente existía un puente de madera de roble que se extendía hasta la isla, pero se perdió en un incendio en el 1821 nunca fue reconstruido.
Ella dejó escapar un bajo bufido.
—Que oportuno —murmuró deslizando la mirada sobre el lago—. Así que, finalmente, quien quiera llegar allí, tendrá que hacerlo a nado.
Él puso los ojos en blanco.
—Las aguas pueden estar un poco frías, por no hablar de que es una considerable carrera —repuso con cierta diversión—. Afortunadamente, todavía existe la navegación. Hay un embarcadero en el cual, por un módico donativo, una barca te llevará hasta la isla. Es un lugar lleno de historia, una visita obligada si estás por la zona.
Ella ladeó el rostro mirándole.
—Sabes, tienes pinta de cualquier cosa menos de profesor de universidad —aseguró al tiempo que lo recorría con la mirada—. Un Indiana Jones de los tiempos modernos… prométeme que no sacarás ningún látigo ni harás estupideces como meterte en un nido de serpientes.
Él clavó sus ojos verdes en ella.
—Nunca he dado clases en una universidad —repuso con gesto irónico—, prefiero con mucho trabajar sobre el terreno.
Ella suspiró.
—Es igual, te gustan las cosas antiguas —insistió y señaló el lago—. Apostaría incluso que conoces la historia de cada piedra que haya en esa isla… si es que hay alguna que sea relevante.
Él dejó escapar una risa.
—No sé mucho de piedras —le dijo—. El Monasterio es conocido entre otras cosas por los frescos medievales de Valaquia del siglo XVI, pero piedras… no estamos en Grecia o Roma; Ellos son los expertos en piedras.
Sacudiendo la cabeza, volvió a mirar hacia el lago.
—No era más que una forma de hablar —concluyó ella y continuó con el paseo.
Él la siguió de cerca, sin apresurar el paso, tomándose su tiempo para admirar a la mujer que caminaba delante de él. Era un ser enigmático, frágil en un instante y una verdadera valquiria al siguiente.
—¿Te mareas en barca? —La pregunta abandonó sus labios antes de que pudiese detenerla.
Ella se volvió hacia él.
—¿Vamos a ir… allí?
El interés subyacente en su voz no le pasó por alto, bajo aquel gesto de indiferencia y nerviosismo, descansaba una vena aventurera; Él la había descubierto en una playa española días atrás.
—Míralo de esta forma —le dijo—, si te siguen, les será mucho más difícil encontrarte en una pequeña isla a la que solo se puede acceder mediante una barca de remos.
Ella hizo una mueca.
—A ti, como que te gusta demasiado el agua para albergar el elemento contrario —aseguró con un ligero chasquido de la lengua—. ¿No te iría más… no sé… visitar un volcán en erupción? El calorcillo es más de tu estilo.
Aquella mujer tenía respuesta para todo.
—¿Te parece poco el fuego que corre por mis venas?
El doble sentido de la palabra la hizo sonrojar. Ella carraspeó y le dio la espalda. Cobarde.
—¿Todo esto es en venganza por verte obligado a tener que hacer de niñera? —le dijo entonces—. Te recuerdo que en ningún momento pedí que permanecieses conmigo, al contrario, deberías haberte quedado, te evitarías la cantidad de problemas a la que te ves enfrentado.
Él no se amilanó.
—Qué puedo decir, me gustan los problemas, especialmente desde que los provocas tú —aceptó sin rodeos—. Resultas un estímulo… muy interesante.
Ella resopló.
—Me pregunto si opinarías lo mismo si no portase tu reliquia —farfulló alejándose nuevamente de él.
Sus labios se estiraron en una perezosa sonrisa.
—Empiezo a pensar que sí —respondió, más para sí mismo que para ella. Entonces apresuró el paso hasta darle alcance—. Naroa, porque respires un poco de aire y lo hagas en cierto grado de libertad, no morirás.
Ella lo miró al oír su nombre, él no solía pronunciarlo a menudo y casi lo agradecía; La cadencia que existía en su voz, la encendía con suma facilidad.
—No, claro que no, el Arven y Kramer ya se están encargando de ello. —Sus palabras fueron más bruscas de lo que pretendía. La sensación de indefensión y la frustración que sentía al no ser dueña de sus actos, la ofuscaba.
Él chasqueó la lengua, su mirada era reprobatoria.
—¿Siempre te comportas de esta manera o es algo exclusivamente destinado a mí?
Ella frunció el ceño.
—Si vas a insultarme, te expones a que yo haga lo mismo —le advirtió sin pensarlo dos veces. Señor, ¿de dónde diablos salía toda esa mala leche?
Él se inclinó sobre ella, su cuerpo un muro sólido de sensual masculinidad.
—¿Prefieres que dejemos nuestro… paseo, te lleve de regreso y te permita soltar toda esa agresividad en el dormitorio? —le soltó con absoluta calma—. Se me ocurren algunos juegos bastante interesantes que poner en práctica.
Ella reculó, pero para su asombro, el brillo del interés y la excitación bailoteó en sus ojos.
—¿Es necesario que te comportes como un Neanderthal? —preguntó guardando las distancias, su voz calmada, sin dejar traslucir el súbito deseo de decirle que sí.
Él se echó hacia atrás, devolviéndole el espacio.
—¿Por qué te niegas a disfrutar de un poco de verdadera libertad? —le dijo.
Ella se tensó.
—¿Quién dijo que no la disfruto?
Él resopló.
—Huir continuamente no es disfrutar de libertad, es verte presa de ella un poco más cada día —le aseguró—. Ya has huido bastante, ¿no te parece? Por qué no te tomas un momento, paras, descansas y mirar a tu alrededor a lo que el mundo tiene para ofrecerte. No tiene por qué ser todo una carrera mortal contra el tiempo.
Ella alzó la mirada y sostuvo la suya durante un instante, como si intentase ver que había allí.
—¿Por qué haces todo esto?
Él no apartó la mirada, pero tampoco respondió lo que hizo que ella se tensara y preguntase de nuevo.
—¿Qué has escuchado? —murmuró, su voz mucho más baja, más fría—. ¿Qué he dicho esta vez cuando me rompí?
Lentamente, sacó una de las manos del bolsillo y le acarició el rostro.
—Dímelo tú —sugirió con voz suave, invitante—. Habla de lo que te preocupa en voz alta, enfréntate a ello y quizás entonces, puedas empezar a dejarlo atrás.
Ella frunció el ceño, dio un paso atrás y se liberó de su contacto. Su cercanía la confundía, la excitaba y calmaba al mismo tiempo, su fuego la llamaba con una intensidad que la hacía flaquear.
—No es tu vida —declaró con inconsciente intensidad—. Así que no te inmiscuyas en ella.
Su respuesta no se hizo esperar.
—Mientras albergues mi reliquia, seguiré inmiscuyéndome en lo que crea conveniente —aseguró sin dar rodeo alguno—. Vamos, no te hará daño conocer un poco sobre la cultura del país, quizás incluso la encuentres divertida.
Ella bufó ante su respuesta.
—Lo dudo —masculló—, nunca me ha gustado demasiado la historia, no se me ha dado bien.
Él sonrió para sí.
—Eso es porque nunca la has visto de la manera correcta.
Sus ojos chispeaban ante la necesidad de hacer algo, cualquier cosa para borrar la satisfacción que intuía, vibraba dentro de aquel hombre.
—¿Y cuál es la correcta, según tú?
Él echó un vistazo por encima de su hombro y sonrió.
—Permanece junto a mí, y lo verás —dijo sin más, entonces siguió caminando con ella siguiéndole de mala gana.
Bok no había dejado de parlotear desde el momento en que pusieron un pie fuera del aeropuerto. El hombre se había vuelto loco, si es que aquello era posible dada la dudosa salud mental que poseía; con todo, no dejó de llevarlos prácticamente corriendo tras él para poder darle alcance. Nessa había perdido la noción del tiempo, llegado el momento, el Relikvier se había visto obligado a detenerlo, evitando así que saltase a la calzada y terminase bajo las ruedas de algún coche.
—Bok. Alto. Ahora —lo obligó él a detenerse—. Céntrate. No podemos pasarnos el día corriendo como pollos sin cabeza.
—Pollo sin cabeza, pollo sin cabeza —replicó aferrándose a su chaqueta, como si le fuese la vida en ello—. Por todos los dioses, ¿es que todos habéis perdido el sentido del olfato? ¡Es la reliquia!
—¿Cuál reliquia? —se interesó Nessa—. ¿Estás seguro?
Él resopló con frustración y se volvió hacia Sasha.
—Alex, por lo que más quieras, tienes que poder sentirla —insistió fijando la mirada sobre él—. Está aquí, está completamente despierta, puedo sentirla… Haz un esfuerzo… tienes que notar su presencia.
Él frunció el ceño.
—¿Estás seguro de que se trata de la reliquia?
Él puso los ojos en blanco, se llevó las manos a la cabeza y gritó de frustración. Entonces se volvió hacia Nessa, y para sorpresa de todos, la besó fervientemente, dejándola sin aire o palabras. Entonces se volvió hacia el Relikvier.
—Sois una panda de… inútiles —declaró con fervor—. ¿Es necesario que te la tires también para que reconozcas su presencia?
Su ceño se incrementó.
—Bok, ha pasado mucho tiempo —comentó a modo de defensa—. No es tan sencillo, ¿cómo sabes que no es la Guardiana?
Él puso los ojos en blanco.
—Si la Guardiana está aquí, lo normal es que también esté la reliquia —comentó Nessa, quien empezaba a sacudirse el estupor del inesperado beso—. Naroa y yo siempre hemos estado juntas, incluso desde antes de que me convirtiese en su Guardiana. Llegado el momento, simplemente, el destino se encargó de poner al guardián en el camino de la reliquia.
Bok respiró profundamente, entonces dejó escapar el aire y miró a Sasha.
—El que no puedas sentirla ahora mismo, es algo que se me escapa —aseguró él con frustración—. Pero bueno, Dayhen se tiró a su reliquia y ni siquiera así se enteró de que era ella. Pensé que se trataba de un caso aislado, pero ahora… ya no estoy tan seguro… Es como si de alguna manera, hubiese algo que la protegiese de vosotros.
—¿Proteger a la reliquia? —preguntó ella.
Él asintió.
—Los Relikviers no detectan a su propia reliquia, no la reconocen cuando están cerca de ella, no la sienten sino a través del vínculo —comentó, y le dio vueltas a la información que poseía al respecto—. Lo que solo puede significar una cosa, que primero tienes que crear el vínculo, quizás y solo quizás, entonces funcione.
Ella lo miró dudosa.
—¿Estás seguro?
Él bufó.
—Yo no estoy seguro de nada —aceptó con un mohín—. Pero al contrario que vosotros, parece que camino sobre arenas movedizas, así que, en marcha. La reliquia está aquí, en algún lugar y hay que encontrarla.
Nessa se vio obligada a acelerar el paso, correr prácticamente antes de llegar a ponérsele por delante y detenerle.
—Espera, espera, espera —lo interceptó—. No podemos seguir recorriendo la ciudad como participantes de la Gran Carrera. Hemos llegado aquí con una dirección en nuestras carteras, ¿qué tal si empezamos por ahí?
Él la miró.
—¿Está hacia el norte?
Ella miró a Sasha, quien asintió.
—Sí —declaró el Relikvier—. La dirección nos sitúa al norte de la ciudad, cerca del Castillo.
Bok asintió.
—Encaja —aceptó—, el rastro viene de esa dirección. Andando.
Sin darles tiempo a recomponerse, saltó a la calzada, perdiéndose entre los claxon y frenadas de los vehículos, mientras Nessa se cubría el rostro con las manos y Sasha alzaba la mirada al cielo rogando paciencia.
—¿Está vivo? —preguntó ella bajando lentamente las manos.
—No por mucho tiempo —declaró él, saltando tras el hombre, exponiéndose al mismo peligro al cruzar la carretera en medio del tráfico.
—¡Por todos los demonios! —gimió ella—. ¿Es que ninguno de estos hombres tiene un gramo de cordura?
Resoplando, se armó de valor y optó por seguir a los hombres, mientras esquivaba a los coches y oía bocinazos e insultos en respuesta a su imprudencia.
Naroa observó detenidamente cada uno de los frescos medievales mientras Dayhen hacía pequeñas aclaraciones sobre su papel, los colores o contaba alguna curiosa anécdota sobre ellos. Su voz, profunda y sensual no hacía sino recordarle su presencia, relajaba su cuerpo y lo excitaba, como una promesa de lo que podría venir después.
El claustro de estilo bizantino que los acogía le había gustado por su sencillez y estructura, un retiro espiritual oculto en una pequeña isla, rodeado por árboles y vegetación que le conferían un aire más misterioso si aún cabe.
Habían recorrido cada centímetro del mismo en silencio, rompiéndolo únicamente con alguna anotación por parte de él o alguna inesperada pregunta por parte de ella. Le mintió al decirle que no le gustaba la historia, su propia condición la llevó a pasarse horas y horas en bibliotecas, sumida en la historia de las ciudades que visitaba, en una interminable búsqueda de la que esperaba sacar alguna respuesta; algo que le indicase cómo deshacerse de la reliquia que alojaba. Pero no tuvo éxito.
Un escalofrío la recorrió cuando se detuvieron ante un pequeño rectángulo en el suelo de piedra, el lugar en el que se decía fue enterrado el príncipe valaco, Vlad el Empalador, quien era más conocido en todo el mundo gracias al mito cinematográfico de Drácula.
Un pequeño jarrón con flores, un marco con un retrato y dos pequeñas copas destacaban sobre el suelo de piedra, allí donde se encontraban la famosa tumba. A su alrededor, varios cuadros y objetos decoraban la improvisada capilla, dándole un aspecto místico que aumentaba la sensación de inquietud.
—Vlad Tepes… Vlad el Empalador… Príncipe de Valaquia —musitó ella en voz baja, el lugar resultaba sobrecogedor—. No deja de resultar curioso cómo de este hombre resultó el mito más grande del cine… Drácula.
La poderosa presencia de Dayhen a su lado, contribuyó a calmar la ansiedad que la sobrecogía en aquel lugar.
—Hijo de Vlad Dracul, fue uno de los príncipes rumanos más recordados por sus diversas hazañas, nada ortodoxas por otra parte. Su afición y crueldad despertó la atención de Bram Stocker, quien lo utilizó como base para su libro más famoso, Drácula —comentó el hombre a su lado—. Víctima de traición, fue asesinado por los turcos y sus restos traídos a escondidas por los monjes para ser enterrado aquí. Hay muchas leyendas alrededor de tal personaje, la última de ellas dice que algún tiempo después de su muerte, las gentes que habitaban el bosque de Snagov lo veían paseando por la noche en su caballo, sin cabeza, con arreos militares a la búsqueda de sus enemigos, deseando cobrar venganza.
Ella se estremeció involuntariamente.
—¿Sin cabeza? —musitó, casi como si temiese elevar la voz.
—Algunas versiones cuentan que los turcos enviaron su cabeza a Estambul —le dijo bajando la mirada sobre ella—. Al final, lo que se sabe con certeza, es que en las excavaciones que realizaron los historiadores Nicolae Lorga y Dinu Rosetti en 1933, solo encontraron huesos de caballo y un anillo con el escudo de armas de Valaquia, que suponían perteneció al príncipe. Pero su cuerpo, no estaba allí.
Ella miró a su alrededor, aquel día no eran los únicos que visitaban el misterioso lugar.
—Y a pesar de todo, la leyenda perdura y la gente viene aquí en peregrinaje para visitar la tumba de Drácula —murmuró con un escalofrío. Entonces se enderezó y giró sobre sus pies—. De acuerdo, suficiente de cuentos escabrosos, se acabó la visita guiada por el Monasterio, salgamos de aquí.
Él sonrió para sí, le dedicó un último vistazo a la tumba y salió tras ella, quien parecía volar sobre el suelo de piedra con tal de dejar el lugar atrás.
—Los mortales siempre han tenido cierta inclinación por teatro y la invención —comentó saliendo poco después tras ella, el sol del mediodía brillaba por encima de sus cabezas dotando el día de un calor agradable—, sus embustes a menudo se han convertido en la única realidad y han hecho moldeado los mitos y las leyendas a su entera satisfacción.
Ella se volvió a verlo salir, su pequeña nariz arrugada ligeramente en un gesto de disgusto.
—Hablas de mortales, de la humanidad como si fuese una raza aparte —rezongó—, ¿no es un poquito ególatra de tu parte? Por si todavía no te has dado cuenta, oh, señor todo poderoso, ambos pertenecemos a dicha raza.
Él no pudo evitar esbozar una sardónica sonrisa.
—Si tú lo dices.
Ella puso los ojos en blanco al escuchar la goteante ironía en su voz.
—¿Qué pasa? ¿Te crees un ser superior por ser el portador del fuego elemental? —le soltó ella con un bufido—. Baja a la tierra, guapo. Tú, al igual que yo, Nessa y tus compañeros, no somos más que víctimas desafortunadas de un plan erigido hace miles de años.
Sus palabras realmente lo sorprendieron.
—No puedo desmentir tales sabias palabras —aseguró, acompañando sus palabras con un gesto de la cabeza—. Aunque, quizás el significado sea distinto para ti, que para mí.
Ella lo miró.
—¿Quién eres realmente, Dayhen Brann?
Él arqueó una ceja ante la inesperada pregunta.
—Creí que eso había quedado claro cuando nos acostamos —le dijo, entonces se lamió los labios y la recorrió con la mirada—, aunque si te quedan dudas, estoy más que dispuesto a hacerlas desaparecer.
Ella dejó escapar un pesado suspiro y echó un nuevo vistazo a su espalda, al edificio que acababan de abandonar.
—¿Tenemos que ponernos a hablar de sexo precisamente ahora? —rezongó y dio media vuelta, alejándose por uno de los senderos que discurría hacia el embarcadero—. Este lugar me quita las ganas.
Oyó su risa tras ella, genuina, divertida y no pudo sino sonreír ella misma en respuesta.
—¿Qué es lo que deseas saber exactamente, duende?
Ella se giró, deteniéndose para mirarlo con fingido asombro.
—No, ¿vas a responder a mis preguntas? —Se llevó las manos al pecho en un exagerado movimiento—. Disculpa si me muero aquí mismo por la impresión.
Él le dio alcance, se detuvo a su lado y se inclinó para que sus miradas quedasen a la misma altura durante un instante.
—Una sola pregunta —declaró con voz profunda, sexy—. Si tienes más, pediré lo mismo a cambio.
Ella puso los ojos en blanco.
—Hombre, eres el tío más persistente que he conocido en mi vida —aseguró con un mohín—. Y no es un halago.
Él se enderezó y le dedicó un encogimiento de hombros.
—No esperaba que lo fuese —aceptó tomando ahora la delantera.
Ella resopló, entrelazó las manos tras la espalda y lo siguió.
—De acuerdo —murmuró por lo bajo, más para sí misma que para él—. ¿Cómo acabaste metido en todo esto? Quiero decir, tienes el fuego elemental a tu disposición, ¿quién te lo legó, cómo terminaste convirtiéndote en un Relikvier?
Él detuvo sus pasos al llegar a la orilla del embarcadero, la brisa del lago le agitó el pelo y acarició con mimo su camisa.
—Eso son dos preguntas, duende —le dijo volviéndose hacia ella.
—Ey, ¡sabes contar! —declaró divertida—. Eso si era un halago, por cierto.
Él sacudió la cabeza, bajó la mirada al suelo y se entretuvo golpeando una piedrecilla con el pie.
—Necesitaba un voluntario y yo me ofrecí —declaró finalmente.
Ella frunció el ceño.
—No entiendo, ¿se os ha dado la oportunidad de elegir… y dijiste que sí? —declaró ella frunciendo el ceño—. ¿Qué clase de idiota eres?
Él le dio la espalda, su mirada fija ahora en el lago.
—Uno de la peor clase —musitó para sí.
Ella continuó ignorante de la respuesta de él.
—¿Quién fue tu ancestro? Quiero decir, el primer Relikvier...
El dejó escapar una pequeña risita y se volvió hacia ella.
—Esa es una nueva pregunta, ¿estás dispuesta a contestar a la que yo te formule?
Ella le sostuvo la mirada durante un instante.
—Primero respóndeme.
Él asintió con la cabeza.
—El Relikvier de Odín —empezó a explicarle al tiempo que volvía la mirada hacia el lago—, fue el comandante de los einhenjar, los ejércitos de Odín. Se presentó voluntario porque pensó que aquello le reportaría gloria y reconocimiento, pero lo único que consiguió a cambio fue perder aquello que más significaba para él. Fue expulsado del Valhala, se le prohibió todo contacto con la gente que conocía, con el padre al que nunca consiguió complacer y se le encomendó la búsqueda del Arven Odin, el Legado de Fuego. Se le premió entregándole el fuego elemental, el cual casi acaba con él y se le envió al mundo de los mortales, dónde se pensaba que las reliquias fueron ocultas.
—Él nunca la encontró —musitó ella a su espalda.
Él esbozó una mueca.
—No… el elegido de Odín nunca encontró la reliquia —declaró con cierta amargura—. Lo hice yo.
Ella se lamió los labios, los cuales sentía repentinamente resecos, dio un par de pasos y se detuvo a su lado, su mirada perdiéndose también en las calmas aguas del lago.
—Puedes hacer tu pregunta —le informó—. Es lo justo.
Él se volvió lentamente hacia ella, contempló su perfil y la tensión que recorría su cuerpo.
—¿Por qué te traicionó el hombre que debía protegerte, aquel a quien amabas?
La pregunta la hizo dar un respingo, sus brazos se movieron automáticamente para rodearse a sí misma, intentando alejar el estremecimiento que le provocaban aquellos recuerdos.
—Él era tu guardián, ¿no es así? Él era el guardián destinado a proteger el Arven.
Ella se lamió los labios una vez más y dejó que los recuerdos volviesen a su mente.
—Sí —declaró con voz suave, calmada—. Markus era el guardián de la reliquia del fuego. El hombre que tenía que protegerme y sin embargo, fue el único que nos traicionó.
Los dos miraron a Bok, quien babeaba mientras miraba los dulces en el escaparate. Se habían detenido a un par de calles del lugar que tenían como destino y no había forma humana de arrancarlo de allí.
—Bok, este no es el momento para…
—¡Shh! —lo hizo callar, sus manos apoyadas contras el cristal, mirando con pasión hacia el interior—. Esto es el paraíso, dulces, pasteles y el maravilloso aroma de la tierra fresca… Alex, acabas de convertirte en mi Relikvier favorito.
Él frunció el ceño y miró hacia el interior de la tienda.
—¿Insinúas que la portadora de la reliquia está ahí dentro?
Él puso los ojos en blanco, dejó de babear sobre el cristal y se volvió hacia él adoptando una postura de lo más digna.
—No, está la reina Isabel tomando el té con sus dos perros y el último actor que interpreta a James Bond —declaró y puso los ojos en blanco—. Alexander, espabila. ¡Esto «apesta» a reliquia! Si no lo notas, tío, ¡juro por los dioses que la meteré yo mismo en tu jodida cama!
El hombre lo fulminó con la mirada, pero él lo ignoró.
—¿Quieres hacer los honores, o lo hago por ti?
Frunciendo el ceño, él miró una vez más a través del cristal pero no vio nada.
—Bok, ¿estás completamente seguro?
Él se dio con el talón de la mano en la frente.
—Voy a pedir el traslado, juro que voy a pedir el traslado y entonces, a ver cómo coño os las arregláis —rezongó con exasperación. Entonces giró sobre sí mismo y se dirigió hacia la puerta principal e hizo sonar la campanilla al entrar en su interior.
La tienda era pequeña, hogareña y cálida, una joven terminaba de colocar unos bombones tras el mostrador cuando alzó la mirada y sonrió a modo de bienvenida. Sus compañeros le seguían de cerca, y para su satisfacción, Sasha fue el primero en quedarse sin palabras, mirando a la mujer con gesto curioso. El aroma de la tienda, empezaba a mezclarse de manera muy sutil con otro que recordaba muy bien; el de su propia reliquia.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles?
Bok no se anduvo con rodeos, los adelantó a ambos y se dirigió al mostrador.
—Quiero dos trufas, uno de esos con frutas y ese merengue de ahí, y no lo envuelvas, voy a zampármelos mientras tú y mi jefe intercambiáis impresiones —aseguró mirando con ojos golosos los pastelitos.
La muchacha perdió un poco su sonrisa, sustituyéndola por una mueca de desconcierto, entonces fue más allá de él, a las dos personas que habían entrado en la tienda y se tensó. En el momento en que sus ojos se encontraron con los del Relikvier, Sasha supo que aquella muchacha era la portadora de la reliquia de la tierra.
—No… puedo creerlo —la oyó murmurar para su sorpresa—. Has… has venido.
Aquello sorprendió a los tres.
—¿Disculpa? —se encontró carraspeando él.
Ella dejó su lugar tras el mostrador y caminó hacia él.
—Ella dijo que vendrías —aseguró sin dejar de mirarlo—, que la buscarías cuando el objeto sagrado despertase… pero… llegas tarde.
Él se tensó, sin darse cuenta había puesto las manos sobre su brazo, reteniéndola.
—¿Cómo que tarde? ¿Dónde está el Jordiske Sjel?
Ella se lamió los labios y bajó la mirada a la mano que la mantenía sujeta.
—A salvo… por ahora —declaró ella alzando la mirada hacia él—. Soy su Guardiana… y desde hace unos días, también su portadora.