EPÍLOGO
Faltan dos días para las vacaciones. Crowley ha decidido que nos vamos a tomar un par de semanas ahora que tenemos completo el setlist para la próxima gira. Cuando regresemos vamos a ensayar números con Alexandra, que ahora también forma parte del grupo, o algo así. La tía va a bailar en el escenario dos veces por concierto. Yo creo que va a petarlo, con lo buena que está y lo bien que se mueve, los tíos se van a volver locos. Las tías ya tienen a Crowley para eso. Y a mí, je.
Hemos terminado el ensayo y ahora estamos haciendo un poco el tonto con los instrumentos. Grimm le está mostrando a Demona y Alex su nuevo —y primer— tatuaje mientras hace acordes con el piano. Fuimos a hacérselo la semana pasada y todavía tiene que llevarlo tapado y curárselo, pero por la pinta que tiene, cuando pase una semana más lo tendrá listo. Es un lobo con un collar con pinchos y una cadena enredada. Él enseña su brazo con orgullo mientras explica que no le dolió y que ni siquiera se mareó. La verdad es que aguantó con dos cojones. Yo siempre me mareo con los tatuajes en el hombro, no sé por qué, pero Grimm estuvo ahí estoico, serio, y sonriendo de vez en cuando con mis chorradas. Todo un machote.
Yo estoy charlando con Crowley y Ash sobre la nueva canción. La he compuesto yo, y estoy comentándola con el jefe, que parece bastante satisfecho, mientras toco las partes del bajo.
—Esa melodía es muy folladora, ¿eh, tío? —dice Ash—. Súper sexy.
—Sí, ¿verdad?
Empiezo a mover la pelvis adelante y atrás, riéndome como un pervertido mientras toco como si estuviera tirándome al instrumento. O el instrumento fuera mi polla. Grimm me mira de soslayo y se queda observándome. Le guiño el ojo fugazmente y él aparta la vista, haciéndose el loco. Sí, sí. A mí no me engañas. Seguro que ya está pensando en lo de anoche.
—No sé qué es más cerda, si la música o la letra.
Crowley está leyendo las estrofas que le he pasado con una sonrisa diabólica.
—¿Te gusta?
—Es prometedora.
—No te he preguntado si crees que va a funcionar, te pregunto si te gusta.
—Sí, me gusta.
Sonrío cuando al fin me responde lo que quiero oír.
—Guay. Va, cántala y vemos qué tal queda.
Sé que Crowley no la va a aceptar para Masters of Darkness si no está por completo a su gusto y dentro del estilo de la banda, pero llevo más tiempo del que él se imagina trabajando en ella y sé que es perfecta. Perfecta. Lo tiene todo: erotismo, guarradas, intensidad, potencia y un poco de salvajismo.
En realidad, empecé a componerla hace meses. Quería enseñarle la primera parte la noche de la fiesta en su casa, cuando me peleé con Henry. El plan era mostrársela para que viera que estoy comprometido en serio con esto. Pero como estaba tan drogado pensé que no era buen momento. En realidad me alegro de no haberlo hecho antes, porque he podido trabajar mejor en ella.
Ash coge la guitarra y Crowley se acerca al micro, con la cuartilla en la mano. Grimm nos mira con extrañeza.
—¿Qué hacéis?
—Vamos a probar la canción de Draven, a ver qué tal queda.
Ups. Grimm me mira un momento con cara de fingir que no está cabreado.
—No tengo la parte de teclado —le digo, sonriendo con cara de circunstancias— pero invéntate lo que quieras.
¿Por qué no me has dicho que estabas componiendo una canción?, dice su mirada. ¿Por qué no compartes estas cosas conmigo? Pero ahora lo va a entender todo.
—Sí, claro —suelta malhumorado mientras se sienta en el taburete—. Improvisaré.
Quiero decirle algo a Evan para ablandarle un poco, pero Ash viene a preguntarme unas cosas sobre la tabulación y le explico cómo va el ritmo. Estoy en ello cuando Crowley me sorprende con una pregunta inesperada.
—Oye, tío, ¿y por qué no la cantas tú?
Flipante. Le miro, perplejo.
—¿Yo?
—Claro, joder. Puedes cantar y tocar a la vez. Lo hacías en Hellfire Club y lo haces aquí. Te pasas el día dando gritos, hasta cuando no te toca.
—¿Y qué vas a hacer tú mientras?
—Pues darle a la pandereta y zorrear con vosotros. —Levanto la ceja. No estoy muy seguro. Eso parece impacientar a Crowley—. Venga, coño. ¿No es tu canción? Pues defiéndela. En todo caso, si te rajas y tengo que cantarla yo, tendré que saber cómo va, ¿no?
—Ok, ok. —Cedo y le empujo para ocupar su sitio frente al micro—. Pues quita del medio, fósil.
—Qué insoportable eres. Venga, haz el ridículo para nosotros.
—Calla, marica.
El jefe se va riéndose y se sienta en el sofá de piel junto a Alexandra, pasándole el brazo sobre el hombro.
—Vale, tíos… —Me vuelvo hacia los demás—. Tres y entra el bajo, en el dos la guitarra y los platos… y tú como vayas viendo, Grimm. Un… dos… un, dos, tres, y…
He tocado muchas veces esta canción[1] a solas en mi piso. La he ajustado y reajustado, he buscado el sonido y he pulido cada jodido acorde hasta que he quedado contento.
Así que no me cuesta nada escupirla ahora delante de todos. Es verdad lo que dice Ash, el bajo sigue una línea melódica sexy y sincopada que sube y baja como una insinuación hasta que entra la guitarra con un riff sucio y acelerado, luego la batería cambia de tiempo y se desata la explosión. Es un tema oscuro, rápido, motero y con reminiscencias de trash metal. Cuando empiezo a cantar, mordiendo las sílabas y rasgando la voz al final de cada estrofa, cada puta palabra me sale del alma, del estómago y de la sangre. El calor me corre por las venas, se me acelera el pulso y me doy cuenta de que esto es lo mejor que he hecho en mi puta vida desde que firmé por Masters y me acosté con Evan.
Suena guay. Suena jodidamente guay. Y no es solo que lo sepa yo, es que siento el entusiasmo de mis compañeros alrededor y veo la expresión brillante en los ojos de Alexandra y de Crowley. Ese hijoputa perfeccionista nunca estará satisfecho, pero creo que al menos estoy consiguiendo impresionarle lo suficiente como para que la canción entre en el próximo disco.
Arraso cada nota hasta el final, sin parar aun cuando Ash vacila con los acordes o directamente se los inventa, sin parar, cubierto por la batería de Demona, que se lo está pasando en grande con este temazo —sí, es un temazo—, sin parar, aun cuando el teclado se silencia y me doy cuenta de que Evan ya lo ha pillado.
Le miro con disimulo. Él me está mirando con los ojos como platos. Sonrío eufórico y suelto un rugido del metal que hace acoplarse los altavoces.
La canción es un trallazo que no baja de revoluciones hasta el final y acaba en una explosión que es como un orgasmo. Y cuando llega a su fin, estallamos en risotadas y aplaudimos, satisfechos. Ash se descojona. Demona está encantada de la vida y Alexandra se ríe.
—No me puedo creer que hayas escrito eso.
—Es la canción más guarra que he oído nunca.
—Nos van a prohibir tocar en un montón de países —festeja Ash.
—Eso será si la tocamos —puntualiza Crowley. Le miro con desdén.
—Venga, tío…
—Hay que hacer la parte del teclado y pulir las guitarras. El bajo está perfecto.
—Pues claro que está perfecto.
Seguimos hablando un rato sobre la canción, hasta que poco a poco, cada uno empieza a marcharse a su casa. Ya son más de las diez de la noche cuando Grimm y yo abandonamos juntos la mansión. Estamos caminando hacia la moto, que está aparcada junto a la cancela. Grimm tiene el coche en el taller, cosa que no me extraña porque su carro es una basura, pero no quiere cambiarlo. Cada uno con sus manías.
—Estás muy callado —le digo—. ¿No te ha gustado la canción?
—Claro que sí. Pero no me habías dicho nada. Y la verdad es que hubiera preferido que…
—… te lo dijera, ya. Y que te la cantara a solas, a la luz de la luna… —replico con tono teatral y soñador.
Él me mira con el ceño fruncido.
—No te burles.
Me paro un momento para abrazarle y besar su boca, que es en parte la culpable de que exista semejante canción. Él está reticente pero pronto se ablanda y me corresponde. Dios, cómo me gusta. Estaría mordiéndole los labios todo el día.
—Idos a un hotel.
Demona y Ash pasan a nuestro lado y nos tiran un paquete vacío de tabaco. Yo les enseño el dedo corazón, pero Grimm se aparta, algo azorado.
—Vamos, se hace tarde.
Intenta seguir caminando pero yo le agarro de la mano y le atraigo de nuevo hacia mí.
—Ven aquí.
Le beso otra vez, hasta que su resistencia cede por completo y acabamos dándonos el lote junto a la cancela como dos adolescentes.
Evan es muy reservado y no le gustan esas bromas. Se siente muy incómodo con los chistes sobre maricas, con eso de que la gente se tome a cachondeo la orientación sexual o que le insinúen cosas tan inocentes como lo de irse a un hotel. Pero poco a poco lo va superando. Los del grupo ya saben que estamos juntos y resulta que a todo el mundo le da igual. A nadie le extrañó enterarse de que a Grimm le van los tíos, aunque lo mío les pareció más sorprendente.
—¿¿Todos lo sabían?? —me preguntó desolado después de que tuviéramos la conversación embarazosa de turno con los compañeros.
—Se lo imaginaban, creo.
—¿Pero cómo? Si yo siempre he sido muy discreto.
—Pues ya ves. Tanto esfuerzo en ocultarle a todo el mundo que te van los rabos…
—No hables así.
—… y todos lo intuían, y a todos les da igual. ¿Ves? Las cosas son más fáciles de lo que crees.
—Supongo que sí.
De modo que todo sigue como siempre.
En esa conversación, cuando les explicamos a todos lo nuestro, luego me fui un rato a solas con Crowley y le pregunté cómo quería que lleváramos esto de cara al exterior. Me dijo que le daba igual, que no creía que afectara al grupo y que en su opinión, los rumores sobre romances entre miembros de la banda no traían nada malo sino todo lo contrario:
—Esto volverá locas a las fans, ya verás.
—Bueno, para el carro. Tampoco es que vayamos a hacerlo público.
—Ni falta que hace. ¿Alguna vez has leído fanfictions?
—¿El qué?
Esa tarde, el jefe me enseñó en su portátil cosas que me dejaron alucinado. Había colgados por la web relatos sobre nosotros. Relatos guarros, algunos románticos, otros de humor… y en ellos, nos enrollábamos unos con otros. Los fans que los escribían nos juntaban por parejas, y según quién estuviera follándose a quién lo llamaban de un modo. Leímos un Ashley, un Graven —que me dio algunas ideas para hacer luego en casa con Evan— y varios Crowathan, que eran los más abundantes, cosa que no es de extrañar. Crowley y Elathan han dado mucho que hablar siempre.
—Muy fuerte. ¿Y esto existe desde hace mucho?
—Ni te lo imaginas, chaval.
Así fue como descubrí el mundo de los fandom y ahora estoy enganchado.
Bueno, que me voy del tema. Como decía, Evan y yo hemos optado por la naturalidad. No vamos haciendo bandera de nada, pero tampoco nos escondemos… al menos, no mucho. A Evan aún le cuesta un poco, aunque se esfuerza por no dejar que nada le condicione. Vamos paso a paso.
Ya hemos conseguido que no quiera irse corriendo si alguien nos mira raro al besarnos en un garito.
—¿Por qué no me dijiste que estabas escribiendo una canción? —me dice unos minutos después, cuando separamos nuestros labios.
—Quería que fuera una sorpresa.
—¿Y esta es tu forma de darme una sorpresa? ¿Delante de todos?
Se está quejando un poco, pero su tono es más mimoso que ofendido. Le rozo la nariz con la mía.
—Vamos, nene, no te lo tomes tan mal… entiéndelo. Es difícil que una canción así luzca en acústico. Quería que la escucharas en condiciones.
—Ya, pero…
—No he acertado, de acuerdo. Dame otra oportunidad. A ver qué te parece esto.
Me mira con desconfianza.
—Ya quieres liarme.
Yo me inclino sobre él y le susurro a media voz, rozándole el cuello con la nariz y ronroneando. Su olor es una droga. Su piel, su presencia, sus ojos. Nunca puedo resistirme a él. No entiendo cómo he podido pasar tantos años sin darme cuenta de que estaba ahí. Es una locura.
—Esta noche me quedo en tu casa y te la canto al oído mientras te follo —le digo—. Despacio y fuerte, como a ti te gusta. Te la repetiré palabra por palabra, solo para ti. ¿Qué me dices?
—Tú todo lo arreglas igual. —Se queja, pero capto el matiz guasón en su voz.
—¿Eso es que no?
—No he dicho eso… —Levanto el rostro y busco en sus ojos la verdad. Desvía la mirada, seductor, y reprime una sonrisa provocadora. Por Dios, me vuelve loco. Me hace perder la razón. Da igual cuánto tiempo pase, cada uno de sus gestos es un maldito hechizo que me embruja—. ¿Nos vamos o qué? Tienes mucho que hacer esta noche para aplacar mi enfado.
Sonrío como un lobo hambriento y le suelto para subir a la moto y quitarle el freno. Él se sienta detrás de mí y me abraza la cintura.
—Haré todo lo que haga falta para que me perdones.
—Eres idiota —me dice, y luego me besa el cuello con una ternura conmovedora.
—Pero me quieres.
—Te quiero.
Arranco la moto y nos saco de allí a toda hostia. Quiero llegar a casa de Evan y cumplir mi promesa. Le siento detrás de mí, con la mejilla pegada a mi espalda y sus brazos alrededor de mi cintura, noto el latido de su corazón, cada una de sus respiraciones.
Su existencia es un milagro. Su amor, un tesoro incalculable. Y todo es mío.
Y mientras recorro las calles de Berkeley con él agarrado a mi cuerpo, sin casco y con la melena al viento, saltándome algún semáforo que otro e insultando a los conductores, con las luces de la ciudad pasando a toda pastilla por mi lado, me siento el tío más afortunado del puto mundo.
FIN