CAPÍTULO 4

 

Not from this world

 

The night was black as coal, helpless like a child

 

With hands enchained and cold I was looking up in fright

 

You are not from this world, you are born in the flames

 

And you're not from this world, oh please tell me your name

 

 

La noche pasada tampoco pude dormir. Volví a quedarme frito al amanecer, con las primeras luces del alba, sintiéndome bastante mierda. A mediodía, Lily vino a ver si estaba enfermo. Me trajo tortitas. A pesar de todo, se está portando, la pobre. Se sentó en mi cama y me miró con ojillos tristes, se disculpó por estar volviéndome la vida del revés y me preguntó con insistencia si estaba pasándolo mal por su culpa. Tuve que convencerla de que no era así. «Ah, es por una chica, entonces, ¿verdad?», me soltó.

Ahora, mientras trasteo en el estudio con los temas nuevos de Masters, le doy vueltas a lo que ha dicho Lily. No es una chica, pero igual sí que debería hacer algo con Grimm. Porque va siendo hora de asumir que el viaje en montaña rusa me ha trastocado un poco.

El hecho es que no sé cómo comportarme, ¿ok? Las relaciones nunca han sido mi fuerte. Este tipo de relaciones, quiero decir. Yo suelo ligar, acostarme con mis ligues y pasar a lo siguiente. No recuerdo haber repetido nunca. Una vez tuve una medio novia, allí en Los Ángeles, pero eso fue antes de Masters of Darkness, y ahora todo es distinto.

Aquí estoy solo. No tengo amigos ni clan. Bueno, sí, tengo un montón de colegas, gente a la que he conocido y con la que me relaciono, porque, a ver, hay que vivir en sociedad. Pero no son mis amigos. Esos están lejos, y este no es mi ambiente. Me estoy dando cuenta de todo esto porque ahora Lily está aquí, y a pesar de que ha venido porque tiene problemas, su presencia me trae un poco de eso que, sin saberlo, echaba tanto de menos. Mi casa. Mi familia.

Ser una estrella del rock es guay, pero también es duro. ¿Por qué creéis que tantos grupos tienen gente que abandona? Los periodistas del mundillo se divierten mucho inventando roces, peleas y malos rollos, pero lo cierto es que en la mayor parte de los casos, los músicos dejan esta vida porque quieren quedarse en casa con sus familias. Es así de sencillo. Y hasta que no pasas por ello, no lo comprendes.

Así que estoy pensando muy seriamente en el cabreo de Crowley, y también en lo que me ha dicho Grimm. Puedo tirar la toalla e irme a casa. Podría hacerlo ahora. Es algo que realmente me tienta. Necesito apoyo, y aquí no tengo a nadie, esa es la verdad. No puedo contarle a nadie que he tenido un… bueno, lo que me ha pasado con Grimm. No puedo contarle a nadie cómo me siento por nada, pero especialmente, no puedo contarle a nadie cómo me siento por eso, por lo que pasó entre nosotros. Lo extraño que fue salir de aquel garito y verme de pronto en el mundo real, sabiendo que había hecho esas cosas con él.

Quiero decir, es un poco fuerte, ¿no? Es algo como para hablar con alguien. Coño, no es que se lo vaya a contar a mi padre, pero ya sabéis. Un colega, algo. Alguien en quien confiar. Alguien que no me juzgue, que pueda escucharme sin prejuicios y que me diga: «Eh, tío, no pasa nada, todo va a estar bien».

Pero nada está bien si me quedo aquí, en esta ciudad que nunca deja de ser extraña, en el grupo del tirano de Crowley que no es capaz siquiera de escuchar a los demás. Así que puedo irme a casa y renunciar a todo… o puedo quedarme y enfrentarme a todo. Hacer que todo lo que no está bien, empiece a estarlo. Intentar salir de esta. Seguir adelante con el grupo, y hablar con Grimm y ver qué pasa.

—¿Te has peleado con tu chica? —me ha preguntado Lily este mediodía.

—No, no exactamente. No es mi chica, y le he dicho algunas cosas un poco bordes.

—Siempre haces igual —ha dicho Lily, poniendo los ojos en blanco—. Dile a esa tía que aprenda a ignorarte. Es lo más fácil contigo.

Lily tiene más razón de lo que me gusta reconocer. Es verdad que no trato bien a la gente. No me tomo esa molestia. Cuando alguien me estorba, le echo. Cuando no me interesa lo que me están contando, dejo de escucharles y me voy a otra cosa. No es por mala educación, es que la vida es demasiado corta como para perderla en esas mierdas. Pero ahora, por primera vez, me importa lo que piensen los demás. Bueno, los demás no. Me importa lo que piense él.

Me viene de nuevo la imagen de su rostro, que no para de acecharme continuamente. Sus ojos. Sus dientes cuando se mordía el labio, allí en ese baño cochambroso en el que hicimos… las cosas que hicimos. Y también su mirada herida en el último ensayo.

No, no quiero que Grimm aprenda a ignorarme, lo que quiero es solucionar las cosas y que sepa que no lo dije en serio. Nada iba en serio, sobre todo lo del mal polvo. Por dios. Eso fue de todo menos malo.

Y ese es el problema, que fue demasiado bueno y ahora estoy como un yonki sin metadona.

Suspiro y dejo el bajo a un lado, alargando la mano hacia el Smartphone. Al desbloquearlo veo que tengo un whatsapp de Ash: Fiesta en casa de Crowley. Ven y arreglamos las cosas ok? El tío está muy mal. No le falles ahora.

Me quedo mirando la pantalla un momento. A los treinta segundos ya he tomado todas las decisiones que necesitaba tomar. No tengo que pensarlo demasiado. Si Crowley está mal, yo tengo que ir. Vale que me ha tirado un pie de micro. Vale que nos hemos insultado. Pero todo eso da igual, si está jodido por algo quiero estar con él. De eso trata la lealtad, de arrojarse material de grabación y aun así, saber que puedes contar con el otro.

Y además, es una oportunidad para ver a Grimm. Podré matar dos pájaros de un tiro y arreglarlo todo de una vez.

—¡Hey, Lily! Voy a salir, ¿de acuerdo?

Agarro un par de papeles que tengo a medio escribir, los doblo y me los meto en el bolsillo de los vaqueros antes de ir a arreglarme un poco. Es decir, ponerme una camiseta. En Berkeley te multan por ir sin camiseta por la calle, ¿te lo puedes creer?

***

Demona llamó anoche. Me dijo que había hablado con Crowley y que habían decidido suspender el ensayo de hoy, que lo retomaríamos al día siguiente cuando nos hubiéramos calmado todos. Ella siempre se encarga de avisarnos de estas cosas, cuando no lo hace el propio Crowley. Me alivió escucharla calmada. Era una buena decisión, y supuse que Ash había tenido que ver con ella. Me disculpé por dejarles tirados esa tarde y colgué.

Esta noche apenas he dormido. Mi cabeza no ha parado un momento de darle vueltas a lo ocurrido. He tenido el móvil en la mano demasiadas veces, dudando si debía llamarle, preguntarle cómo se encuentra, qué demonios le pasa y por qué no quiere hablar conmigo. Vuelvo a ser un mar de dudas, y a pensar que me he equivocado. Puede que tenga otros problemas, puede que yo no sea el centro del universo, pero sé que le he afectado, sé que no es fácil para nadie enfrentarse a esto.

Ni siquiera lo fue para mí. No lo es para mí, que no tengo una sola duda sobre mi sexualidad desde los siete años.

Sé que me gustan los tíos desde entonces, y también sé que no hay nada de malo en ello. Nunca me he sentido enfermo, ni he deseado ser otra cosa distinta a lo que soy. Pero ni siquiera en mi casa saben que soy gay. Nunca se lo confesé a mi madre, nunca le hablé de esto a mi hermana, y mi padre se largó de casa antes de que yo naciera, así que no sabe nada en absoluto de mí. Siempre ha sido algo solo mío, y siempre me ha aterrado que otros juzguen lo que siento.

Es paradójico, estando donde estoy, en este ambiente liberal en el que los tíos se morrean en los escenarios y se meten mano ante las masas sin tapujos… pero luego se tiran a las groupies en el backstage y se hacen los duros tratándose de maricones los unos a los otros. No, para mí eso no significa libertad. No quiero usar esto como un espectáculo, son mis emociones, es mi manera de sentir, y no me gusta exhibirla, ni que jueguen con ella. Por eso siempre me he mantenido alejado de esas cosas. Por eso me he mantenido en silencio.

Por eso no quería acercarme a Draven. Él es heterosexual, pienso. Lo que sucedió no es más que una consecuencia de su curiosidad, de su sed de emociones, como el impulso que le empuja a lanzarse desde el escenario y confiar en que el público le agarre. Lo hizo porque lo deseó en ese instante, y no valoró ninguna consecuencia. Lo hizo porque le desafié, y le tenté hasta que saltó al vacío. Y de vuelta en la vida real es algo con lo que es difícil lidiar. Tal vez se esté haciendo preguntas, y como yo, no esté llegando a ninguna parte. Porque a pesar de todo, sigo dudando al recordar sus besos y sus caricias en el baño del Nightforest.

¿Qué es lo que siente? ¿Qué piensa de todo esto, si es que piensa algo? ¿Qué ha significado todo para él? ¿Cómo va a tomarlo? Tal vez se lo niegue a sí mismo. Quizá no es más que un juego. Sí, seguramente. Draven es apasionado y nunca renuncia a hacer lo que le apetece. O aunque le guste lo que ha pasado, quizá le cause tantos problemas asimilarlo que decida dejarlo a un lado para siempre.

No sé. No sé nada. Todo son preguntas y no puedo hallar ninguna respuesta. Todo es complicado y siento como si me hundiera en arenas movedizas, porque tampoco puedo escapar. Simplemente, no puedo dejar de pensar en él.

Cuando me levanto, es casi medio día. No sé a qué hora me he dormido, pero he dormido como el culo. Miro el móvil y activo el sonido. Tengo llamadas perdidas de mi madre, y un par de mensajes de los colegas del Sucubbus, pero nada más. No tengo ganas de hablar con mi madre, así que ignoro sus llamadas. No es que me lleve mal con ella, nuestra relación es cercana y bastante estrecha, salvando el detalle de mi secreto. La llamo al menos dos veces por semana, pero hoy no tengo ánimos para enfrentarme a ella. Sé que me notará en la voz que estoy jodido, con esos superpoderes que tienen todas las madres, y no quiero tener que darle explicaciones, ni hacer pasar a Draven por una chica. Estoy harto de esas cosas y no tengo energía para eso ahora mismo.

Ni siquiera la tengo para ordenar y limpiar la casa. Hoy paso de todo. Hoy solo quiero olvidarme del mundo, así que me tiro en el sofá y enciendo la tele. Me pasaré el día atiborrándome de ganchitos y porquerías como una adolescente despechada y mañana será otro día. Y espero que Draven vaya a ensayar y lo haya olvidado todo, y todo pueda volver a la normalidad cuanto antes.

Pero ni eso me dejan hacer.

No sé qué hora es cuando el móvil suena. Es Ash, y respondo con la voz adormilada.

—Deja lo que estés haciendo y ven a casa de Crowley. Estamos montando una fiesta del carajo, el jefe está jodido y hay que animarle.

—¿Una fiest…?

—¡Espabila! No puedes fallar. Nos necesita, ¿entendido?

El pitido intermitente me indica que ha colgado. Y me levanto con la camiseta llena de migas y el pelo despeinado. Me quedo mirando el móvil. He pensado en mandarlos a todos a la mierda, que se vayan con sus dramas y sus problemas y me dejen en paz.

Pero luego caigo en que es una buena oportunidad para intentar hablar con Draven. Miro el cenicero donde los restos de colillas me recuerdan que he estado fumando Chester. Hay al menos diez, y aún me sabe la boca a humo. No ha sido la mejor manera de intentar olvidarme de todo, no he podido dejar de pensar en sus labios, en su mirada en la penumbra de aquel cuarto de baño, en sus dedos en mis cabellos y en el deseo que despertó en mí. Recrearlo es dulce y amargo a la vez, pero no puedo evitar hacerlo, no he podido evitarlo. Conmigo pasa esto, no puedo dejar las cosas a medias, no puedo simplemente pasar página si no he dejado las cosas atadas, y con Draven nunca he sabido bien cómo demonios hacerlo. Ahora que me ha marcado de esta manera todo se está poniendo más difícil aun. Y yo no me lo pongo fácil haciendo estas cosas. ¿En qué momento he comprado el tabaco? Me estoy volviendo loco.

No me gusta perder el control de esta manera, pero Draven tiene esa facultad. Me quita las riendas y sacude mi vida controlada. Lo desordena todo dentro de mí.

Cuando quiero darme cuenta estoy en la ducha. No sé muy bien qué estoy buscando, ni cómo esto va a devolverme el control, pero necesito verle, necesito comprobar al menos si está allí, si se quedará con nosotros… si realmente no tengo nada que ver con sus problemas.

Voy a ir a esa fiesta.

***

Nada más llegar me doy cuenta de que no es una fiesta normal. Ash ha reunido a toda la gente favorita de Crowley: a los travestis del Dance Dance Dance, un garito de fiestas del centro, a algunos colegas de grupos, a las fans y a otros amigos del mundillo, además de un montón de gente a la que no conozco de nada. Es como si hubiera llevado ahí a un equipo de cheerleaders.  La casa apesta a marihuana y opio, y cuando Ash me abre la puerta esos olores me abofetean. Mi colega me da una palmada en el hombro y me mira con una sonrisa amable, sin rencor.

—Gracias por venir, tío. Entra.

—¿Y tu churri?

—En la salita pequeña.

Primero voy a buscarla a ella. Demona no es tan maja como Ash y me recibe con cara de asco; lleva una camiseta de tirantes de encaje y está fumando mientras charla con algunas tías del club de fans. Dos de ellas me miran con ojos golosos al pasar, pero las ignoro. No estoy para tonterías.

—Oye, perdona lo de ayer —le digo sin medias tintas—. Toma. Para que se te pase.

Demona se ablanda un poco cuando ve lo que le entrego. Es una pitillera de Jack Daniels que tengo desde hace años y que siempre le ha gustado. Es un regalo personal. Mi forma de disculparme. Si no lo acepta o no lo entiende, que la den por culo.

—Tío, no puedes liarla así solo porque…

—No he venido a escuchar sermones. —Me mira de nuevo con asco, pero me apresuro a levantar las manos en son de paz—. Dame un respiro, ¿vale?

Ella suspira.

—Eres un capullo.

Aun así, se guarda la pitillera. Supongo que eso significa que está solucionado.

El siguiente paso es buscar a Crowley. Le encuentro en el salón grande. La casa está iluminada de forma tenue y flotan nubes de humo a poca distancia del techo; las siluetas de los muebles se difuminan entre tanta bruma y tanta gente. Hay música puesta y algunos tíos bailan, o fingen que bailan, arrimándose a las tías. Las tías se arriman entre sí, y algunos tíos también. Lo típico en las fiestas de Crowley, todo el mundo arrimándose, drogándose y bebiendo.

El jefe está apoyado en el brazo del sofá, preparándose un tiro en un espejo de bolsillo. Cuando me acerco a él, levanta la cabeza con expresión amarga y ausente.

—Hey.

Tiene una expresión rara en la cara. Es como si no supiera bien quién soy. Me doy cuenta de que está puestísimo, porque le veo las pupilas dilatadas como dos chinchetas y una pinta horrible. Todo el pelo grasiento, la cara pálida y ojeras. Sí que está hecho polvo.

—Hey —responde al fin con un brillo de reconocimiento en la mirada.

Le hago un gesto para que se meta la raya.

—Dale, dale. No te entretengas por mí.

Crowley enrolla un billete de cien y sorbe el polvo por la nariz, apurando los restos con una segunda pasada por el otro orificio. Luego se frota con el dedo y mueve la nariz para ayudar a la droga a hacer su recorrido.

—¿Quieres?

Me tienta la oferta, pero niego con cortesía. Por una vez, quiero estar lúcido. Al menos por ahora.

—Te lo voy a decir del tirón, ¿ok? Mira, siento haber llegado tarde estos días. Y las ausencias. He tenido algunos problemas familiares, tenía que haber avisado pero no lo he hecho —digo, poniéndome serio. O intentándolo. Se me da mal y siempre parece que estoy mintiendo o poniendo excusas, pero lo hago lo mejor que puedo—. Mi hermana pequeña se ha fugado de casa y ha venido aquí. Está pasando una mala racha. Así que la tengo en casa, y, en fin, movidas.

Crowley se me queda mirando un rato, medio ausente. Ni siquiera sé si le importa lo que le estoy diciendo. Grimm me dijo que Alexandra se había largado, pero no creo que esté así por ella. Crowley nunca se ha puesto mal por asuntos de tías.

—¿Tienes una hermana pequeña? —dice al fin.

—Lily. Veinte años.

—No la traigas nunca aquí.

Me río. Crowley no se ríe, pero sonríe a medias, o algo parecido.

—No, no lo haré. Por nada del mundo. —Me meto las manos en los bolsillos y miro alrededor—. Si te parece bien, vendré al ensayo el próximo día. Como siempre —aclaro.

Crowley se toma unos segundos. Imagino que ha pillado la insinuación, pero en su estado tal vez sea mucho suponer. En fin, eso espero, porque es lo mejor que sé hacer. Finalmente asiente con la cabeza.

—Contamos contigo.

—Vale. Te lo agradezco. —Aunque sigo pensando que eres un capullo y un tirano, pero eso va por otro lado. Me acerco cuando alarga la mano hacia mí y nos palmeamos la espalda. Él lo hace con torpeza. Me pregunto qué se ha metido en el cuerpo, y eso que todavía no es ni media noche—. Oye, ¿estás bien, tío?

—De maravilla —responde.

No es que me lo crea, pero no sé qué más hacer. Así que asiento y le doy otra palmadita en la espalda antes de largarme.

—Venga, pues estaré por ahí. Si necesitas algo me das una voz.

Una vez he solucionado mis conflictos, me doy una vuelta por la casa, bebiendo y charlando con los conocidos. Intento que no se me note, pero estoy buscando a Grimm. Ni siquiera sé para qué. Solo quiero saber si está aquí y, bueno, verle. Pero no hay ni rastro del tipo. Así que me voy con un par de tíos mayores a las escaleras a juguetear con una guitarra acústica que alguien ha cogido de la sala de ensayos. Empezamos a tocar temas de Paradise Lost, My Dying Bride y Anathema. Los dos tíos son músicos de sesión con los que hemos coincidido a veces, gente tranquila, ya con cierta edad. Estamos compartiendo un porro y yo me estoy marcando el Dead Letters de Katatonia en plan acústico y lento cuando le veo aparecer por el arco que da acceso al salón grande.

Algo cambia en mí cuando él me mira.

De pronto es como si le estuviera descubriendo por primera vez. Sus ojos verdes parecen transparentes en la penumbra, llenos de secretos, incapaces de ocultar ese brillo anhelante que despierta en él siempre que estamos cerca. Mi corazón parece encogerse y hasta mi voz suena diferente.

My dreams are getting darker and darker, this light before me... its blood runs so still, the call of the bird…

Este es el Grimm que yo conozco, con los vaqueros y la camiseta de Depeche Mode, la mirada límpida y todos los enigmas encerrados bajo su piel, detrás de esos malditos ojos que me vuelven gilipollas. Se me ha revolucionado la sangre en las venas y tengo una sensación rara en el estómago, como de vértigo. Me siento absurdamente feliz y acojonado al mismo tiempo. Pero también estoy pensando con más claridad que nunca.

Quiero besarle otra vez. Cruzar la cortina de humo que nos separa y llevarle de la mano escaleras arriba, regresar al mundo en el que no existen las dudas ni las preguntas, en el que no meto la pata. El mundo que nos pertenece a los dos.

No aparto la vista. Él me está mirando. Y de pronto se da la vuelta y se marcha, como si tuviera mucha prisa por algo. Me da un vuelco el corazón al ver que se aleja. No puede alejarse, no puede irse. Tengo que hablar con él y… no sé.

Le doy la guitarra a uno de los tíos y bajo las escaleras para ir tras él, casi a la carrera. Hay un montón de gente en el salón. Demasiada. ¡¿Por qué coño hay tanta gente?! Le busco entre la multitud. Cuando al fin le encuentro, le sujeto por el brazo, pero no es él.

—¿Qué haces, tío?

—Joder, perdona. Te he confundido.

Acierto a la tercera, dejando tras de mí un rastro de gente mosqueada.

—Oye. Eh, eh.

Cuando le agarro, se sobresalta. Me mira con el ceño fruncido, pero no le dejo hablar.

—Antes de que digas nada, escúchame. Y no me interrumpas, ¿ok? Porque se me da muy mal hablar y llevo toda la noche pensando en lo que iba a decirte. —Llevo toda la noche pensándolo, pero está claro que soy gilipollas, porque he elegido el peor momento y lugar para hacerlo. La música está un poco alta y el barullo de la gente hablando no permite lo que se dice charlar con tranquilidad. Así que tengo que acercarme para hablarle al oído. Y eso siempre es malo. Huele a la colonia esa que usa, a jabón, y su pelo me roza la frente, suave y tentador. Mierda. Chris, concéntrate—. Nada de lo que está pasando es culpa tuya, ¿vale? —arranco al fin—. Imagino que ya lo sabes, seguramente lo tienes súper claro, pero aun así, quiero confirmártelo. Lo de estos días no tiene nada que ver con lo del Nightforest. —Miro alrededor, he bajado la voz pero no me gusta que estemos rodeados de gente. Aun así, no hay un lugar seguro al que huir—. Lo que pasó, pasó. Y estuvo genial que pasara. No fue ni un mal polvo ni… ni nada de lo que dije o pude dar a entender.  No debería haberte hablado así.

Y quiero que me perdones, pienso. Y que me mires como antes, y que intentes ligarme, y subir contigo a la buhardilla y revolcarnos en el tejado como gatos en celo. Aunque nunca llegue a entender nada. Aunque no pueda volver a tocar a nadie más en mi vida sin sentir que me falta algo.

¿Cómo?

Repaso en mi cabeza lo que acabo de pensar.

Sentir que me falta algo.

Vale.

Acabo de hacer un descubrimiento.

Mientras espero su respuesta me doy cuenta de que he mentido. De que todo tiene que ver con lo que pasó en el Nightforest, incluso antes… todo tiene que ver con lo que pasó la noche en que Alexandra bailaba y yo le besé.

De pronto, joder, me doy cuenta de que nada va a volver a ser igual para mí. De que nada ha vuelto a serlo.

***

Aún tengo el corazón acelerado. El ambiente pesado me marea, aunque no sé si ha sido la repentina impresión al verle lo que me ha hecho huir entre el gentío. Porque es lo que he hecho, cuando sus ojos se han fijado en mí. Antes era más fácil fingir, ocultarme, pero ya no tengo barreras, y siento que puede leer en mis ojos como en un libro abierto. Siento que puede volver a colarse en mí y que sabe exactamente lo que anhelo. Y ahora eso me hace sentir inseguro, y me hace huir como un maldito ciervo asustado.

¿Cómo coño pretendo solucionar nada, quedarme tranquilo si hago esto?

Una mano tira de mí. Me doy la vuelta y ahí está él, como una respuesta a mi pregunta. Abro la boca para decir algo, pero de pronto se pone a hablarme. Y se acerca para hacerlo en mi oído, para que pueda escuchar sobre el ruido del parloteo de la gente y la música. Tengo que cerrar los ojos y tragar saliva. Su pelo me roza la cara y dentro de mí algo se retuerce. Huele a jabón, a tabaco y a Axe. El olor de Draven no va a abandonarme nunca, y no quiero que lo haga, joder, aunque me duela.

Nada fue por mi culpa, dice. No sé cómo sentirme. No le acabo de creer, no le creo en absoluto. Si nada es por mi culpa debo sentirme aliviado, más tranquilo. Pero no me tranquiliza. Tal vez quiero ser culpable, quiero que me diga que yo también le marqué. Quiero que me diga que no lo puede olvidar. Quiero que vuelva a besarme y a arrancarme todas las dudas, todos los miedos.

Pero lo que pasó, pasó, dice también. Y eso es pasado, aunque sea redundante. Es una decisión. No es lo que ha pasado, no es lo que está pasando. Así que para él no existe un presente en el que nosotros… en el que…

Le miro y asiento, y esbozo una sonrisa que pretende ser tranquilizadora. No quiero que vea que me está doliendo.

—Está bien, Draven. No pasa nada. Ayer nos alteramos todos… y yo saqué conclusiones equivocadas. Pero es cierto que por mí está olvidado… —No, no lo es, pero tengo que mentir para salvar mi dignidad. Yo estoy enamorado como un idiota y él no. Yo quiero que vuelva a ocurrir, él no—. O sea, fue genial y todo eso pero… no va a influir en nada en nuestra relación, es lo que quiero decir. No quiero que te vayas, pensar que yo pudiera tener que ver en eso me estaba jodiendo… y quiero que sepas que… sea lo que sea lo que está pasando en tu vida, puedes contar conmigo.

Me duele la garganta, me duele el corazón. Soy imbécil. Soy imbécil total.

***

Me he quedado quieto, aún sujetándole por el brazo. Mientras me habla empiezo a sentir el suelo menos sólido bajo los pies. No sé si he dicho lo que quería decir. Y desde luego no estoy escuchando lo que quería escuchar. Joder. Creía que sí, pero no.

Me sonríe como si nada, eso está bien, quiere decir que no está mosqueado conmigo. No pasa nada, dice. Y por él está olvidado.

¿Olvidado? Sí, olvidado. ¿Qué esperabas, Chris?

De pronto caigo en la cuenta de que para él todo esto debe ser normal. ¿Con cuántos tíos se habrá revolcado en los baños de ese garito? ¿A cuántos habrá mirado como me mira a mí?

Dios, soy un idiota y no tengo ni idea de nada.

—Bien —digo de pronto, soltándole como si quemara y sintiéndome un gilipollas total. El rey de los gilipollas—. Eso es guay, entonces todo como antes. De puta madre. —Meto las manos en los bolsillos—. Sí, de puta madre. —Me voy a dar la vuelta para irme, pero me giro a mitad del gesto. El corazón me late furiosamente y la frustración me come por dentro, por eso sueno un poco brusco al hablar, aunque no quiero. No quiero ser brusco. Pero joder. Joder—. Aclárame una cosa, ¿ok? ¿Cómo es el tema? Es decir, borras eso de tu memoria mágicamente y luego qué, ¿te reseteas? ¿Y en qué punto? ¿Cuando nos ignorábamos, o cuando hemos estado de colegueo? Es por hacerme a la idea.

¿He dicho ya que soy gilipollas?

Supongo que este era el riesgo. Me he pasado la vida haciendo las cosas sin pensar, alguna vez tenía que darme de boca contra el suelo.

Es muy fuerte descubrir al mismo tiempo que eres medio marica, que te gusta un tío y que pasa de ti.

***

Ese «de puta madre» suena a puta pena. Se me está yendo todo de las manos, y no entiendo una mierda. Está sacudiéndome por dentro, porque de pronto parece que todo le importa.

De pronto parece que yo le haya ofendido, que yo haya pasado de él, que en realidad es a mí al que no le importa lo que sucedió. ¡¿Por qué no podemos hablarnos claro?!

Pues yo no puedo porque estoy furioso. Muy furioso.

—Decídelo tú, ¿no? Ya que has decidido todo lo demás, cuándo besarme, cuándo meterte en mi puta vida como una apisonadora y cuándo ignorarme. —Bien… Tal vez hablo demasiado claro cuando estoy cabreado, y no puedo detenerme aunque sepa que la estoy cagando—. Pónmelo por escrito y dime qué coño quieres, que me olvide o que siga colgado como un gilipollas. ¿Ok?

He usado su coletilla. Lo he hecho con toda la mala leche. Joder, yo no soy así, yo soy calmado. Pero estoy harto de esta montaña rusa, esto es demasiado para mí. Le empujo para apartarle de mí y me doy la vuelta, apartando a la gente a empellones para largarme de una vez. Todo ha salido mal pero ahora no puedo pensar con claridad, no puedo reconfigurar nada. No quiero escucharle más. No quiero mirarle más. Solo quiero huir de todo esto que me duele tanto.

***

¿Que yo he decidido qué? ¡Joder! ¡Como si yo estuviera decidiendo una puta mierda! Para Grimm la vida es una jodida balsa de aceite, debe ser, con todo calculado y medido… ¿Y qué coño dice?

—…dime qué coño quieres, que me olvide o que siga colgado como un gilipollas. ¿Ok?

¿Colgado? Que siga colgado como un gilip…

Mierda.

—¡Eh!

Cuando soy capaz de reaccionar, está huyendo otra vez.

—¡Eh!

Voy tras él, apartando a la gente a la que él a su vez ha apartado, hasta que le alcanzo. Le vuelvo a agarrar del brazo, pero alguien me empuja y nos separa. Tenemos que hablar, esto no puede quedarse así. ¿Ha dicho que está colgado? Tengo el corazón a mil. Quiero agarrarle y sacarle de ahí y poder hablar tranquilos, y ahora resulta que alguien se mete por medio.

—Oye, déjale en paz. ¿Es que no lo pillas?

Es Henry, un tío que ha venido alguna vez con nosotros para llevarnos el tema del merchandising. No es amigo nuestro. De hecho, siempre me ha caído mal. A Grimm no, a Grimm le cae bien. Hablan a menudo de música y de movidas de gente culta y guay, como el puto cine armenio y el arte impresionista, o yo qué sé. Henry es un armario empotrado, tiene barbas y siempre me mira con condescendencia.

—¿Qué se supone que tengo que pillar?

Aparto su mano de mi pecho de un manotazo, tratando de mirar a Grimm por detrás de su brazo, grande como un jamón.

—Cuando alguien pasa de ti.

Ups. Mala elección de palabras, Henry. Levanto la mirada a sus ojos. El fuego me trepa por dentro.

—A ver si pillas tú esto, enterado de los cojones.

Le agarro de la camiseta y tiro hacia abajo bruscamente para soltarle un cabezazo en la nariz. Oigo exclamaciones de asombro a mi alrededor. El tío se pone a sangrar y se le desencaja la expresión de pura rabia, pero yo le ignoro. Tengo que hablar con Grimm, que ha retrocedido y me mira como si yo estuviera loco o algo así. No es más que una pelea, pero supongo que para él es algo terrible.

—Grimm, tenemos que…

De pronto salgo despedido hacia un lado. Se me mueven los sesos dentro del cráneo y me zumban los oídos. Veo cosas brillantes delante de los ojos. Creo que ha sido un codazo en la cara, pero no estoy seguro. Lucho por mantener el equilibrio cuando me llega otra hostia.

Al menos me voy a desahogar, joder. Ya era hora de que pasara algo así.

—¡Ahora sí que la has cagado!

Gritando como un salvaje, me tiro encima de Henry.

Durante unos segundos soy casi feliz, rodando por los suelos y descargando toda la tensión que tengo acumulada mientras doy y recibo, como buen cristiano, las hostias que me corresponden.

***

No me lo puedo creer. Le ha soltado un cabezazo a Henry… el muy... Lo estoy viendo a cámara lenta, y sé que va a liarse cuando Henry se limpia la nariz y le mira con cara de loco. Henry es un buen tío, un tío con el que se puede hablar, pero con el que no se puede hacer el gilipollas. Además de tener carácter, es bastante más corpulento que Draven, y aunque durante los primeros segundos no ha sido capaz de reaccionar, en cuanto vuelve en sí veo que no se ha achantado con el golpe.

Cuando quiero darme cuenta, y ante mi estupefacción, los dos están enzarzados en el suelo, agarrándose de las camisetas y sacudiéndose como animales. Y la gente, que al principio se ha quedado sorprendida, ha hecho un corrillo y está jaleándoles en lugar de separarles. Cuando intento acercarme, dos de esos gilipollas que no están haciendo nada por detener la pelea me empujan hacia atrás. Me estoy poniendo histérico, y me da miedo que pase algo grave, me da miedo que no paren.

Odio estas situaciones, y odio a todos estos imbéciles.

—¡Paradles, maldita sea! ¿¡Qué estáis haciendo!? —Se han puesto a aplaudir cuando Draven le ha sacudido un puñetazo en la cara a Henry al quedar sobre él. He oído el sonido del golpe incluso con los gritos de la gente.

Joder. Joder.

Me doy la vuelta, desesperado, y busco entre los asistentes a alguien con un mínimo de cordura. A Ash, Demona… quien sea. Pero cuando estoy saliendo hacia las escaleras es a Crowley a quien encuentro, bajando por ellas mientras se abrocha los pantalones. Arriba hay tres chicas despeinadas que le miran con confusión.

Crowley está pálido y le brillan los ojos. No le he visto jamás así, y esa mirada me asusta. Ni siquiera la ha dirigido a mí, ha mirado directamente hacia el barullo en el salón, y sus músculos se han tensado. Me aparto de su camino, con el nudo en el estómago apretándose cada vez más.

Ni siquiera ha reparado en mí.

Se va a liar más. Tengo el corazón en un puño. Debería tranquilizarme que Crowley se haga cargo de la situación, pero algo está mal en él. Se ha metido entre la gente a empujones, un par han caído al suelo sin entender qué ha pasado, y cuando me acerco a mirar Crowley ha llegado al centro del corrillo, y todo el mundo se ha quedado callado. Aguanto la respiración cuando agarra a Henry de la camiseta y le separa de Draven de un tirón, empujándole contra una de las mesas llenas de copas y botellas, que caen al suelo al recibir el impacto. Algunos han comenzado a irse ya, y otros miran expectantes al dueño de la casa, que está mirándoles como si esperase que alguien saltara al ruedo, con una cara de enajenado que hace retroceder a muchos cuando pone los ojos en ellos.

—¡Fuera! —ruge. Porque eso no es un grito. La gente se mira entre sí, y algunos se lo piensan, pero no tardan en reaccionar cuando Crowley comienza a empujarles de muy malas maneras—. ¡Fuera de mi casa! ¡Todos! ¡Largaos!

Busco a Draven con la mirada. La gente ya está poniendo pies en polvorosa. Algunos más rápido que otros, pero todos han captado el mensaje. Veo que Draven también, para mi alivio, ha decidido no llevar la contraria a Crowley. Tiene la camiseta rota y la cara ensangrentada, y quiero acercarme a comprobar cómo está.

Pero no lo hago. Tengo dignidad, esto se lo ha buscado él, yo no le he empujado a liarse a hostias con Henry, y no tengo por qué sentirme culpable.

Y aun así, cuando salgo por la puerta queriendo huir del ambiente cargado y enrarecido, queriendo calmarme, no puedo evitar estar preocupado por él.

Maldito Draven. Que se vayan todos al infierno, ni siquiera debería haber venido.

***

Aún estoy un poco mareado cuando me dejo llevar por la riada de gente hasta el jardín, con los jirones de la camiseta colgándome del cuerpo y los brazos y la cara llenos de sangre. Joder. Puto Henry. Una cosa es hostiarse y otra el juego sucio, aunque a lo mejor lo del piercing ha sido sin querer. No es que me lo haya arrancado, pero creo que me he jodido el cartílago. La sangre no sé de dónde sale. Supongo que de la nariz, o de una ceja.

—¿Dónde está mi moto?

No se lo pregunto a nadie, me lo pregunto a mí mismo.

De pronto, veo moverse algo por el rabillo del ojo, algo que llama mi atención.

Es Grimm.

—¡Eh!

O no me oye o me está ignorando. No es que haya silencio precisamente. Voy tras él, tambaleándome como un zombi. Va hacia su coche. Mierda. Intento acelerar pero me duele un tobillo y no puedo pisar bien, y él se aleja cada vez más.

—¡Joder! ¡¡GRIMM!!

Eso lo ha tenido que oír. Pero no se detiene. Se mete en el coche y cierra la puerta. Veo encenderse las luces traseras y el vehículo se mueve. Se va.

Sin pensar en lo que estoy haciendo, me arrastro de mala manera hasta la Indian y arranco, maldiciendo y soltando tacos. Pues sí, es la ceja lo que me sangra, porque tengo que estar poniéndome la mano continuamente para evitar que me caiga a los ojos. Así que conduzco de puta pena. Al menos tengo el suficiente sentido común como para no saltarme semáforos ni acelerar demasiado.

Hace rato que he perdido el rastro del coche de Grimm, pero me da igual. Voy a su casa. Recuerdo el camino.

Antes o después tendrá que ir allí, y si no está, le esperaré en la puerta, como un perro. Me da igual. Ni siquiera sé lo que le quiero decir, ni por qué hago esto. A veces me siento como si no tuviera control sobre nada, en serio. Pero hasta ahora nunca me había angustiado eso.

Al fin, a trompicones, llego hasta su casa. El centro está bastante vacío de gente porque es entre semana, y no es que Berkeley sea el colmo de la actividad en esas zonas un puto jueves. Y menos a esas horas. Veo la puerta, que está abierta porque Grimm está entrando en su casa.

Prácticamente me tiro de la moto en marcha, que vuelca y da un par de vueltas en la acera.

—¡Espera, joder! ¡¡Grimm!! ¡GRIMM! —Veo brillar sus ojos entre la sangre, veo la puerta cerrándose. Y una mierda. No. De eso nada—. ¡¡Evan!!

Me tiro contra la puerta y meto la pierna.

—No me vas a cerrar en la cara. No lo vas a hacer, maldito seas. No me puedes dejar así.

***

Sé que le tengo detrás desde que he salido de la casa de Crowley. No quiero mirarle, no quiero hablarle, y no quiero seguir con esto. Me está volviendo loco y la presión en mi pecho comienza a doler. Quiero volver a mi casa y estar TRANQUILO.

Pero no. Ha venido detrás de mí como un perro de caza, y se ha lanzado como un demente contra mi puerta, que casi me golpea en la cara cuando la sujeto y hago fuerza con el cuerpo para que no la abra. Aprieto los dientes y resuello, cerrando los ojos.

—¡Vete, joder! ¡Estás loco!

Tiene más fuerza que yo, y es como un ariete cuando vuelve a darle un empujón a la puerta. Me aparto y dejo que se abra. Draven entra como una estampida, casi dándose de morros contra el suelo al no encontrar la resistencia esperada. Estoy respirando deprisa, alterado, mirándole con rabia.

—¡¿Qué demonios te pasa?! ¡Te he dicho que te vayas!

Me cuesta llenarme los pulmones de oxígeno. La ansiedad es como una losa sobre mi pecho, y me emborrona la vista. Aunque me doy perfecta cuenta de su estado, de la sangre, de su mirada desesperada… Pero estoy harto de estas sacudidas. Estoy harto, y aun así no es esto lo que quiero hacer. Joder, Draven…

***

Casi me estampo cuando ha soltado la puerta, pero ahora creo que puedo estar más tranquilo, ¿no?

No lo sé.

Sí. Creo que sí. Cierro la puerta tras de mí y me apoyo en ella para escurrirme hasta el suelo y recuperar el aliento.

—Vale… tranquilo, ¿ok? —Levanto las manos hacia él, pretendo que sea un gesto tranquilizador pero las tengo llenas de sangre y mugre. Al darme cuenta me las limpio en los restos de la camiseta y me seco la sangre de la cara con el brazo. Bien, Chris. De puta madre—. Ya me voy… pero no me has dejado responder.

Tomo aire y trato de recomponerme con toda la dignidad que puedo. Cuando miro alrededor y le miro a él, me doy cuenta de lo chungo que es lo que estoy haciendo, de lo fuera de lugar que estoy ahora mismo. La estoy liando, llevo liándola desde que empecé con esto. Es cierto, yo le metí en el lío porque le besé. Y luego pues… las cosas se han puesto difíciles. Le besé, le ignoré, luego fuimos colegas, luego nos enrollamos, luego volví a ignorarle. Sé que me estuvo llamando.

Es difícil de explicar, es muy jodido justificar algunas cosas que he hecho, porque ni yo mismo las entiendo. Pero hay algo que todavía puedo hacer.

—Quiero que sigas colgado como un gilipollas —le suelto.

Me va a mandar a la mierda, pero me da igual. Me pongo de pie con dificultad y me estiro la camiseta rota. Tengo unas pintas de pena, pero tengo que hacer que me tome en serio, aunque sea para echarme a patadas.

—Y si me das un papel te lo pongo por escrito ahora mismo. —Él va a decir algo, pero le interrumpo. Me cuesta mucho hablar, joder, pero si no lo hago se va a cerrar una puerta, una que no quiero que se cierre—. Mira, yo soy así. Ya sé que no debería sentirme orgulloso de las cosas que hago, de pelearme, de conducir borracho, de...  de ser un inconsciente. Pero a mí me gustan estas cosas. Me gusta y lo necesito, ¿ok? Tampoco es que pueda evitarlo, soy así. No puedo dejar que la vida se me escape, tío. Esta es mi forma de vivirla. Ya sé que no tiene nada que ver contigo. Y que no te gusta una mierda. Tú eres de otro mundo, estás por encima de todo esto… y muy por encima de mí, no creas que no me doy cuenta —añado con una amargura inevitable—. Pero mira, esto es lo que soy. Y es lo único que… —Dios, qué papelón—. Si me vas a rechazar, hazlo. Dime que vas a olvidarlo todo y que no ha sido para ti más que otra noche. Pero ahora sé por qué te besé, y sé que me gustas, aunque todo esto sea confuso, y esté hecho un lío, y tú seas un tío, y no te entienda la mitad de las veces. Así que… ¿qué pasa? ¿Me vas a echar? ¿Me vas a echar y lo vas a olvidar? Porque yo no quiero. Yo quiero repetirlo.

Aquí estoy, diciendo gilipolleces sin sentido y manchándole de sangre la tarima a Grimm. Jamás en la vida me imaginé que iba a encontrarme en una situación como esta. Jamás.

De hecho, creo que acabo de declararme. O algo así.

***

Las piezas comienzan a encajar. Todo lo que ha hecho, su manera de comportarse. Sus reacciones. Todo lo que yo intuía y las dudas no me dejaban ver con claridad. Y vuelve a conmoverme. El esfuerzo que está haciendo, sus palabras, abriéndose con dificultad. Que me alivian y también me saben amargas. Que me golpean y me elevan al mismo tiempo.

¿Cómo lo consigues, Draven? ¿Cómo haces que todo sea tan intenso?

La losa en mi pecho desaparece. Puedo respirar con más normalidad, pero tengo todo lo que siento acumulado en la garganta.

Cree que voy a echarle. No sé por qué dice esas cosas sobre mí, pero me entristece que lo vea así. Yo no soy mejor que él, ni peor. Solo distinto.

Suspiro. Me he quedado ahí de pie, como si en algún momento hubiera esperado que se lanzase contra mí como lo ha hecho contra la puerta. Pero ya no estoy a la defensiva, y ya no le digo que se vaya, porque no quiero que se vaya. Está ensangrentado, se ha peleado y está hecho una mierda, pero ha venido hasta aquí, y se ha abierto paso. Y eso me conmueve, joder. La forma en que se enfrenta a todo aunque no entienda nada. La fragilidad que ahora puedo ver debajo de todas esas capas de rudeza y fuerza descontrolada.

Y la mía. Me siento frágil, y quiero consolarle, y quiero que me consuele.

Y por eso no respondo, y él me mira a la expectativa. Sus ojos azules fijos en los míos. Aprieto los dientes y me acerco a él. Le pongo las manos en el pelo y tiro hacia mí para besarle. Me da igual la sangre, siento su sabor en la lengua cuando libero toda la tensión que he acumulado durante esta noche en un beso sentido y profundo, cuando le rodeo con los brazos y le estrecho contra mi cuerpo. Le beso hasta quedarme sin aire, y cuando me aparto, jadeando, le miro a los ojos.

—Me gusta lo que eres… y no quiero que seas otra cosa, Draven. —Le veo la sangre en el rostro. Tiene una ceja partida, y le sangra la nariz, Henry casi le arranca el piercing. Le limpio la mejilla con el pulgar, tragando saliva. Tengo la voz temblorosa, y la vista empañada, y ya me da igual que lo vea—. Llevo años colgado como un gilipollas, e intentando olvidarlo, pero no puedo. Y ahora no quiero, no después de todo esto. Sé que es difícil para ti, pero no me tengas miedo… no tengas miedo. No quiero que te vayas.

***

Le agarro de la cintura para atraerle hacia mí y le beso yo ahora, otra vez. Devoro su lengua con hambre atrasada. Quiero su boca todo el tiempo, soy un yonki de sus labios, soy un yonki de su piel y de sus ojos.

¿Cómo no voy a tener miedo? Claro que tengo miedo, joder. Siempre me ha dado miedo él, porque siempre he intuido que podía provocar un desastre nuclear. Me da miedo su fragilidad, su misteriosa forma de ser, no entenderle. Me da miedo lo guapo que es, me da miedo que sea tan sexy. Cómo no voy a estar acojonado, si sé que le puedo hacer daño. Cómo no voy a estarlo, si no sé cómo comportarme para no herirle, para que no me desprecie y me rechace. Cómo no voy a tener miedo, si no entiendo las cosas que siento. Y aun así no quiero negarme esto, aunque me asuste, aunque me haga daño, aunque se lo haga a él.

El corazón me late con furia cuando le abrazo como si quisiera pegarle a mi piel. Y puede que lo consiga, porque estoy sucio de sangre. Estoy hecho un asco, pero a él le gusta lo que soy, y no quiere que sea otra cosa. Eso ha dicho. Por eso me late el corazón como si fuera a estallar, por eso y porque le tengo entre mis brazos y su boca me reclama. Y de pronto, aunque joda todo el romanticismo del momento, estoy cachondo otra vez.

Muchas cosas son difíciles para mí, pero besarle no. Y puedo decirle todo lo que no sé decir con palabras. Eso hago. Le necesito, me muero de hambre sin él, eso le estoy diciendo. Su boca parece deshacerse en la mía. Él me desea, y yo estoy ardiendo. Da igual que acaben de darme una paliza, estoy ardiendo por él, es gasolina en mis venas.

Hundo los dedos en su pelo, empujándole con mi cuerpo y con mis labios, duros y dominantes. Quiero hacerlo todo realidad ahora. Todo lo que no me he atrevido a soñar. Todo lo que él desea. Las imágenes de la noche en el Nightforest me golpean con fuerza. Le tiro de la camiseta para quitársela mientras le muerdo los labios, abro mis manos sucias sobre su piel y le acaricio los costados, la espalda, el pecho. Se me ha calentado la sangre. Tengo sed, hambre, una necesidad tan fuerte que me provoca escalofríos, y solo ahondando en su boca enloquecidamente, devorándole sin tregua mientras le tiro del pelo, encuentro algo de alivio. Cuando he tenido suficiente como para calmarme un poco, me aparto, regalándole un último mordisco en los jugosos labios. Bendita tentación.

—Draven…

Sus dedos están cerrados en mi pelo, en los restos de mi ropa. Respira agitadamente.

Aún le tengo sujeto del pelo y le miro, llenándome los ojos con su imagen. Tiene la mirada húmeda de anhelo y deseo. Así es como me gusta que me mire, así. La luz de la mesilla dibuja sombras en su nariz y me doy cuenta de que tiene un hoyuelo en la barbilla. Se la muerdo mientras me cierno sobre él, emborrachándome con su olor, con su piel.

Ni siquiera me he fijado en lo sofisticada y pija que es su casa. Ahora mismo solo quiero saber dónde está el dormitorio.

—Te necesito ya —le digo mientras le mordisqueo el cuello, agarrándole del trasero. Él me rodea con las piernas. Le he manchado de sangre y me da igual—. Te necesito desde hace días.

***

Estoy temblando entre sus manos. Me bebo su beso, muerto de sed, mientras siento que todo vuelve a su lugar. Exactamente donde tiene que estar. Cuando nuestras bocas se hablan sin palabras lo entiendo todo, es como una iluminación, todo está en consonancia y sé que los dos deseamos lo mismo. Mi necesidad se refleja en la suya, y se alimentan la una a la otra mientras intentamos darnos lo que queremos. No era tan difícil. Nunca es tan difícil, pero siempre lo complicamos todo.

Recupero la seguridad, mientras sus manos me recorren y me liberan. La ansiedad ahora es muy distinta. La tensión en mi estómago es un calor creciente, que se expande por todo mi cuerpo. Y en mi pecho fluye esa calidez que me empuja a acariciarle el rostro, a estrechar sus cabellos, a empujarle contra mí cuando me besa el cuello y se me eriza la piel.

Tengo el sabor de su sangre en la boca, y su olor me llena las fosas nasales. Me ha manchado con ella pero no siento ningún rechazo. No quiero hacerle daño, es lo único que me preocupa, pero él no parece preocupado por eso. Ni siquiera parece recordar que le han dado una paliza.

—Yo también… —murmuro, estremecido—. Pero deberíamos cur…

Su boca me hace callar. Me arranca un beso exigente. Me necesita. Ya. Ahora. Y yo le necesito a él. Sus manos me hacen arder, y se me olvida lo que iba a decirle. Su estado no parece crítico, y su urgencia no tiene que ver con sus heridas. Me aprieto contra su cuerpo. Mi sexo está despertando entre mis piernas. No sé si ya estaba despierto, pero al contacto con sus caderas la excitación me hace estremecer, y me hundo en su boca con una necesidad renovada, lamiendo su lengua y reclamando su saliva. Se me ha acelerado la respiración, y estoy jadeando cuando me separo y le agarro de las manos para conducirle al altillo, caminando de espaldas. Porque no quiero dejar de mirarle.

Sus ojos vuelven a ser los de un lobo, pero yo no me siento como una presa. Soy el objeto de su deseo, y eso me hace sentir en control, seguro y confiado, aunque él vuelva a abalanzarse sobre mí y a besarme, y yo le tenga que empujar para sacarle la camiseta, ya rota, a tirones, mientras subimos los peldaños de metal que llevan a mi cuarto. No sé cómo no nos caemos.

El camino está despejado. Todo está pulcro y ordenado. La tarima de madera cruje cuando la pisamos, y pronto nuestros pasos son amortiguados por la alfombra. Estoy en control, y estoy en mi territorio. La cama amplia está casi a la altura del suelo, y el techo se inclina formando una buhardilla. Todo está en penumbra, estamos en mi santuario. Hoy voy a darle todo lo que no pude darle en aquellos baños sórdidos.

***

Estamos subiendo una escalera, soy consciente de eso, pero parece un sueño de otra vida o algo así. Ahora estoy demasiado ocupado con su boca, que siempre está húmeda. La chupo y la mordisqueo mientras nos tocamos. Le oigo respirar aceleradamente. Sabe a deseo, huele a deseo, su polla se aplasta contra la mía cuando unimos las caderas. Puedo notar el vacío en mis entrañas, el del hambre enloquecida, cada vez que los estremecimientos de placer resuenan dentro de mí. Estoy ansioso, desesperado. Le estampo contra la pared a medio camino. Cuando intenta apartarme para mirar por dónde vamos, cojo sus dedos entre mis dientes y los succiono, meto la lengua entre ellos y sigo lamiéndole la muñeca y el brazo mientras le abro los pantalones. Gruñe, frustrado, y tira de mí hacia la cama. ¿Ya estamos arriba? Este debe ser su cuarto, supongo. Qué más da. Él cae sobre el colchón, que es todo lo que me importa, y yo caigo encima, metiendo la mano dentro de sus pantalones para tocarle. Agarro su polla y la froto con la palma, está caliente y dura. Le muerdo la boca, le pellizco el pezón donde tiene el piercing y tiro un poco para arrancarle un gemido.

—¿Años? —pregunto de pronto, embriagado, mientras mi boca viaja por su cuello. Saco la lengua para lamerle la clavícula—. Qué pérdida de tiempo.

Ahora sí me estoy recreando, da igual que él tenga prisa y que yo necesite tirármelo como respirar, da igual, lleva años esperando, ¿no? Pues esta vez que merezca la pena. Recuerdo lo que hizo él en el Nightforest. Voy a demostrarle lo rápido que aprendo. Mi lengua se enreda en su pecho, mordisqueo el piercing, succiono las puntas enrojecidas de sus tetillas mientras le saco la polla de los pantalones y comienzo a masturbarle.

¿Por qué huele tan bien? Sabe como a hierba de la buena, todo él es una droga. Es imposible no querer besarle, o follarle, o protegerle, o descubrirle. Es imposible no volverse al menos un poco marica con él.

***

Estoy cayendo otra vez. Su cuerpo me rodea. Ardo en su boca, y su saliva quema en la mía. Él cae conmigo, y el abrazo del colchón me recibe. Me arqueo debajo de él y levanto una rodilla para pegarme más a su cuerpo. Así es como le quiero, desatado, embriagado del deseo que nos arroja a los dos en esta caída. Y así me quiero, entre sus brazos, retorciéndome bajo sus manos, libre para reclamar lo que ansío, libre para mirarle con adoración, con hambre… y sin miedo.

Enredo los dedos en su pelo mientras desciende, contrayendo los músculos de mi abdomen cuando me roza con la lengua. Me estoy ofreciendo sin pudor al arquearme, y cuando me doy cuenta de estar mordiéndome los labios para no gemir, los abro y exhalo un gemido abandonado, lúbrico. Quiero que me vea, me oiga y me sienta, que sepa que mi sed es intensa, y que quiero arrojarme al fuego, que estoy en él y no me importa. Que quiero vivir, joder, vivir todo lo que me he perdido con él por este miedo que ahora me arranca con sus caricias exigentes.

Le suelto y me llevo la mano a los cabellos, dejándome llevar por los estremecimientos. Vuelvo a ser esa serpiente que imaginé la última vez, algo distinto a lo que soy normalmente. Deslizo los dedos de una mano por mi propio cuello y vuelvo a buscarle, hundiéndolos entre su melena para cerrarlos ahí. Y le miro. Abro los ojos y le miro, anhelante y rendido, pero también exigente, porque estoy arqueando las caderas para pegarlas a su mano mientras me masturba, apretándome contra él.

—No quiero perder más el tiempo —murmuro. La voz temblorosa, el aliento agitado. Estoy tan excitado que crezco entre sus dedos con cada movimiento—. Chris… quiero esto desde que te vi, siempre he querido esto.

***

Es una locura, es la locura más flipante que he vivido nunca. Se me pone dura solo de mirarle, y escuchar sus gemidos es demasiado. Sus gemidos, su voz, las cosas que dice… Me ha llamado por mi nombre. Todo es demasiado. Demasiado. Y me encanta. Y me arrojo de cabeza.

Me he detenido un momento solo para verle. La forma en que se mueve, la expresión de su rostro, el modo en que me mira, con los labios siempre brillantes, siempre húmedos. No me puedo resistir a besarle otra vez, mordisqueando su boca con avidez. Mi mano se mueve con presteza y diligencia, apretando los dedos para que sienta la presión, notando el latido de su sangre bajo la piel aterciopelada.

—Ya no vas a perder más el tiempo.

Ni yo tampoco.

No es solo que tenga la sangre caliente y esté aturdido por el deseo, es que están ocurriendo cosas que me hacen sentir… cosas. Es inexplicable. Yo no podría explicarlo, al menos. Creo que es magia, y me convenzo de ello, porque Grimm siempre ha tenido magia y misterio, y cuanto más le descubro menos le entiendo y más me fascina.

Sus manos están en mi pelo y mi boca en su pecho. Desciendo sobre el vientre, que se hincha cuando él respira. Le oigo jadear. Dice mi nombre otra vez. Dios. Es como un hechizo. Al llegar a su ombligo, delineo el borde con la lengua y le entrego un beso húmedo, alzando la vista para mirarle a través de mi propio pelo, que está alborotado.

—Sabes lo que te voy a hacer, ¿verdad? —Ya estoy hablando otra vez. Me elevo un poco sobre el codo para tirar de sus vaqueros hacia abajo, mirando los huesos de sus caderas, la fina cintura. Joder. Sí que soy marica, sí. No puede ser que me ponga cachondo solo con su vientre, ¿no? ¿O sí? ¿Seré bisexual? Bueno, no sé qué coño soy, pero ahora mismo no me importa. Le bajo la ropa y le quito las botas, levanto la pierna para sacarle la pernera del pantalón y arrojo los vaqueros al suelo. Pronto le siguen los boxers, que son negros y sencillos—. Primero te voy a hacer una mamada, una muy larga, y después te voy a follar.

Me inclino de nuevo sobre él, sujetándole de las caderas y frotando el rostro contra su vientre y su sexo, aspirando con fuerza el olor que desprende.

—Pero ya sabes que esto es nuevo para mí, así que tendrás que decirme si te gusta.

Levanto la mirada. Me siento como si no fuera yo, ya no es solo el hambre, es algo distinto. Algo que nunca había sentido. Este tío me vuelve loco. Quiero que él también se vuelva loco por mí.

Le agarro la polla con firmeza, saco la lengua y la recorro desde la base hasta la punta, mirándole con descaro. Tomo aire y cierro los labios alrededor de la suave punta. La paladeo, lamiéndola y chupándola como si fuera un dulce. Y dulce está. Sabe realmente bien, es agradable y suave, y no me causa rechazo nada de esto, ni siquiera la ligera gota de humedad que brota al poco rato. Se diluye en mi saliva y no me importa tragármela al tiempo que me meto todo eso en la boca hasta donde soy capaz de llegar.

Luego me retiro, dejando un hilo de saliva entre su piel y mis labios, y me relamo.

—Dímelo, ¿te gusta?

No sé si he visto muchas pelis porno o qué, pero a él parece ponerle tan cachondo esto como a mí, así que mientras no me diga lo contrario, voy a ser un pervertido hasta el final.

***

Joder… aquí parezco yo el virginal, mirándole con fascinación y temblando bajo sus manos.

Y sé que ninguno lo somos. Él ha estado con un montón de tías, y no tiene inhibiciones. Una vez acelera no hay quién le pare, ni siquiera lo raro que pueda resultarle que yo sea un tío. Eso es lo único en lo que es nuevo en esto.

Aunque solo puedo suponerlo, porque no sé si ha tratado así a alguien alguna vez. No sé cómo trata a las tías, si es diferente. Pero a mí me está volviendo totalmente loco. Y jamás he estado con alguien así.

Normalmente no me gusta que me hablen, y además necesito mantener el control en todo momento para sentirme cómodo durante el sexo. Pero Draven está redescubriéndome. Es esa voz que se le pone, esa mirada depredadora, me excita como nada. Cuando me incorporo sobre los codos, con la mirada turbia de deseo, tengo que hacer un esfuerzo para que no se me vaya de las manos. No quiero perder el tiempo, pero tampoco quiero que esto se precipite. Me está poniendo demasiado cachondo, y cuando se aparta para hablarme, jadeo y me lleno los pulmones de aire, dejando caer la cabeza hacia atrás y arqueando las caderas.

Quiero que siga, y quiero que pare. No, no quiero que pare, quiero que dure eternamente. Desintegrarme. Como no le respondo, él me mira hambriento y vuelve a hacerlo, me hunde hasta casi la garganta y empieza a subir y bajar, succionando y devorándome.

—Soy yo el que… ¡ah! —me cuesta articular las palabras. Vuelvo a jadear y a tensarme. No puedo decir nada en estas condiciones—. Soy yo el que debería preguntarte a ti…

Ahogo un gemido al volver a elevar las caderas. Cada roce de su lengua me provoca escalofríos. Su boca me está llevando al límite. Ardo, y tengo la piel erizada. No puedo controlar lo que hago. No quiero hacerlo más. Tengo la cabeza llena de pensamientos impuros, de escenas que solo me atreví a imaginar en aquel baño, cuando Chris me agarró y comenzó a decirme guarradas al oído mientras me tocaba. Esto no ayuda a que me calme, pero no es calma lo que ninguno queremos ahora.

—Me gusta… Chris… —No puedo más. Me incorporo y le agarro del pelo para atraerle hacia mí y besarle. Está jadeando y tiene mi sabor en la lengua. Le beso con desesperación, mientras le abro los pantalones a tirones para colar la mano y agarrarle. Lo quiero ya. Sea lo que sea. Lo quiero todo—. Quiero que me folles…

Se lo digo pegado a sus labios, y le bajo los pantalones a tirones, empujándole para que se ponga de pie y meterme su sexo en la boca al sentarme en el borde de la cama. Sin lentas seducciones, sin besos húmedos. Solo la mirada exigente, mis ojos que arden fijos en los suyos. Y su polla entre mis labios apretados, que succionan, mi lengua ungiéndole la piel de saliva al engullirle, empapándola al liberarle.

***

En cuanto empieza a hacerlo siento de nuevo el vértigo, esa sensación como si me sobrara el oxígeno.

—Dios… vale… pero sigue un poco con esto —le pido con la voz trémula de deseo.

Enredo los dedos en su pelo y echo la cabeza hacia atrás. Es como hundirme en agua caliente. Su lengua es… es…

Su boca…

No puedo evitar mover las caderas, y él me agarra con ansia mientras me lleva hasta el fondo de la garganta. ¿Cómo coño hace eso? Se me escapan los jadeos, mi polla se hincha y palpita con rabia, pujando contra su paladar. Un gemido grave y abandonado me brota entre los labios cuando empieza a succionar.

Durante unos segundos me dejo llevar por la caída libre más flipante de mi vida. Si lo del Nightforest me gustó, esto es otro nivel. Grimm no se corta, está mamándola como si le fuera en ello la vida y con eso me está destrozando. Prefiero no mirarle, porque si lo hago estoy seguro de que acabaré corriéndome.

Ojalá no estuviera tan cachondo, porque podría prolongar esto mucho más. Joder, cómo me gusta. Pero no voy a aguantar si sigue, así que rodeo su rostro con mis dedos, acariciando la suave piel de sus mejillas, áspera en la mandíbula, luego sus labios mojados.

—Para, para. Vamos a hacerlo ya.

Esta vez sí se aparta. Cuando lo hace, se queda mirándome la polla un momento. Eso me excita más aun. Me subo al colchón, apoyando las rodillas y empiezo a rebuscar por su mesilla sin pensar en que pueda molestarle. Encuentro en el cajón una caja de condones. Saco uno a toda prisa y lo abro con los dientes, colocándolo mientras le miro.

Me voy a tirar a Grimm. Y tengo unas ganas que me muero.

Esto es muy fuerte.

***

No hay dudas en él. Y en mí tampoco.

Su seguridad solo alimenta mi excitación, pero aún mantengo la cordura suficiente como para no dejarle suelto. Se está poniendo el condón, y le beso el pecho mientras lo hace. Atrapo uno de sus pezones entre los dientes y succiono, dejando un rastro de saliva con mi lengua cuando me aparto y abro las manos sobre sus pectorales. Le miro a los ojos al moverme, y hundo una mano en sus cabellos al estirarme para besarle. Lo hago a conciencia, apoderándome de su boca, mordiéndole los labios y lamiéndolos con lubricidad mientras le empujo hacia el colchón.

Draven se recuesta, dejando la espalda apoyada en el cabecero. Me busca con sus manos, con su boca. Ondula las caderas como si quisiera follarme ya. Sé que quiere. Yo también.

Tengo la respiración acelerada, y se precipita hacia su boca cuando me aparto apenas de sus labios para mirarle. No puedo creer que esto está sucediendo. Estoy sentándome desnudo sobre él, y él vuelve a agarrarme del pelo y a meter la lengua en mi boca, luego me agarra del trasero y siento su sexo deslizarse entre mis nalgas. Le siento tensarse debajo de mi cuerpo. Dios, va a hacerlo. Vamos a hacerlo.

Le pongo una mano en el pecho.

—Espera… ahora espera tú… —susurro sobre sus labios. Y vuelvo a besarle para mantenerle entretenido. Meto una mano en el cajón y saco el frasco de lubricante. El contenido está frío sobre mis manos, pero las froto y le agarro el pene con las dos, embardurnándolo y recorriéndolo con caricias resbaladizas mientras sigo besándole a conciencia. He tirado el frasco al suelo y vuelvo a apoyar una mano en su pecho—. Espera… espera…

Draven resuella por la nariz. Sus ojos son los de un animal sediento de sangre y de carne. Su deseo es salvaje. Le está costando contenerse. Mis susurros suenan apremiantes, aun así, y ondulo las caderas para que me roce entre las nalgas y me impregne de la humedad del lubricante. Él gruñe más, me clava los dedos en las caderas.

—Por dios, ya basta —me amenaza.

—Espera…

—No quiero esperar.

Le tengo agarrado por la base y le manejo a mi antojo, y él no deja de moverse y de morderme. Me gusta su descontrol, me gusta abandonarme a él, pero no quiero que me destroce, y sé que si le dejo hacer, esto podría ser una experiencia traumática para los dos. Así que tengo que tomar el control, aunque sea solo al principio.

Cuando le tengo donde quiero, aprieto las rodillas contra sus muslos y comienzo a descender, despacio, sujetándole.

Dejo caer la cabeza hacia adelante cuando comienza a hundirse en mí. Aprieto los dedos sobre su pecho y tomo aire, respiro su aliento,  jadeo sobre su boca. Está muy duro y es grande, pero estoy muy excitado y la lubricación hace su trabajo. Desearía dejarme caer, pero tengo que contener la tentación. Lentamente, voy enterrándole en mí. Cuando llego al final, aprieto las caderas contra su cuerpo y libero un gemido de alivio.

Abro los ojos y le miro entre los párpados entreabiertos. Él está jadeando sofocadamente. Su mirada me provoca un escalofrío, y arqueo la espalda para llevarle más adentro con un segundo gemido abandonado.

—Ahora sí… —murmuro antes de besarle y comenzar a moverme sobre su cuerpo.

***

Si creía que su boca era desquiciante, esto es peor. Por dios, ¿cómo puede pedirme que espere? ¿Y cómo estoy consiguiendo yo obedecer? Me cerca su interior, estrecho y ardiente. Está más caliente que nada que pueda recordar, y mucho más apretado, tanto que apenas puedo respirar debido a la intensidad del placer.

Le agarro por las caderas cuando empieza a moverse y le muerdo los labios, dándole lengüetazos al intentar besarle en condiciones, pero ni a eso atino. Por dios. ¿Esto qué es? Cada vez que mueve las caderas es como si me sacudieran cien latigazos, y no de los desagradables. Y eso que oigo son mis propios gruñidos. Apenas puedo verle porque tengo los ojos entrecerrados. Al final acabo por rendirme; los cierro del todo y me dejo caer contra el cabecero de la cama, cerrando los dedos furiosamente en sus nalgas mientras él me monta a su ritmo y mi pelvis se mueve por puro reflejo, incrustándome dentro y fuera del angosto canal.

Esto es la hostia. La puta hostia.

—Sí… sí, joder. Sigue. No pares. —Sé que no va a parar, pero es lo único que soy capaz de decir entre los jadeos atropellados y los gemidos graves. Me cuesta respirar y mis músculos se tensan por sí solos, arqueo la espalda y me anclo con determinación, conteniendo las oleadas para no liarla tan pronto—. No pares. No pares.

En un arrebato le agarro del pelo y vuelvo a besarle, devorando sus labios ahora con más seguridad mientras trato de calmarme.

Tras la primera impresión, mi polla se recupera lo suficiente. Por un momento creía que iba a correrme nada más empezar, pero he conseguido aguantar.

Poco a poco me voy acostumbrando al calor enloquecedor y a la férrea presa de sus entrañas, al menos lo suficiente para hacer una actuación digna. Le miro a los ojos y deslizo la mano por su espalda, que empieza a estar húmeda. Él no para de gemir y jadear. Tiene los labios entreabiertos y se mueve contra mi cuerpo, totalmente entregado.

Le sujeto del trasero y le levanto un poco para salir hasta la mitad, y luego le empujo hacia mí, embistiendo con las caderas de forma ruda pero controlada. No quiero hacerle daño, ni hacerme daño yo. Pero quiero que lo sienta dentro, que lo sienta con fuerza. El movimiento me sacude con un calambrazo de placer aun más potente.

—¿Te gusta así? —acierto a murmurar, embriagado.

Por dios, que diga que sí. Que diga que sí.

***

Esa embestida ruda y repentina me arranca un gemido más fuerte. Me muerdo los labios y abro los ojos para mirarle. El pelo me cae delante de la cara, se me pega a la piel. El sudor está despertando, y siento las gotas deslizarse por mi espalda. Estoy embriagado… lleno de él, y no es suficiente, no puedo dejar de moverme, de ir a su encuentro. Le clavo las uñas en el pecho, donde he apoyado ambas manos para impulsarme.

—Sí… sí. Sí —jadeo sobre su boca, sin dejar de moverme. Me está transformando. Otra vez. No, me está invocando desde las profundidades, liberándome del todo, dándole forma a mis deseos con sus manos, con su voz… con todo su cuerpo. Y ya no sé ni lo que le digo entre susurros—. Fóllame… Draven, fóllame.

Lo que nunca me había atrevido a imaginar está sucediendo. Y se lo estoy pidiendo. Es mi voz la que le ruega, mientras mi cuerpo se contrae, anhelante. Estoy en sus manos ahora, estoy colocado de su olor, de su tacto, del sabor de su sangre en mi boca. Pero quiero más. Lo quiero todo.

***

Creo que nunca voy a olvidar lo que estoy viendo. Está sobre mí y su pelo se balancea cuando se mueve. Su pecho y su vientre parecen de marfil aquí en la penumbra, tiene el ceño fruncido y los ojos brillantes de deseo y placer. Le suelto un momento para tocarle los labios y meterle un dedo en la boca, acariciarle la lengua. Mi polla está dura como una barra de acero, tanto que casi me duele, cada movimiento suyo me lleva más lejos y barre la poca razón que me queda. Si es que me queda.

No puedo pensar. Fóllame, Draven, fóllame. Eso ha dicho. Le empujo con mi cuerpo en un giro inesperado y le hago caer de espaldas sobre el colchón. Estoy respirando como si me faltara el aire. Me elevo sobre las rodillas, encajado entre sus piernas, levanto una de ellas para echármela al hombro y le agarro de las caderas, alzándolas, para embestirle.

Fóllame, Draven. Lo voy a hacer. Lo estoy haciendo.

—¡Dios, sí!

Le oigo gritar, gritar de placer.

Cierro los ojos, perdido y borracho a causa de las sensaciones. El mundo se ha convertido en un lugar muy pequeño. Solo existe su cuerpo, sus gritos cada vez más altos y más abandonados, su carne apretada alrededor de mi polla, nuestras respiraciones desacompasadas, la carne, el sudor. No puedo parar. Tiro de él para hundirme hasta el fondo y suelto un brusco quejido. Él gime más fuerte. Le agarro la polla y empiezo a masturbarle mientras balanceo las caderas mecánicamente, como un puto animal, sin otro sentido que el ritmo, la potencia, sin otro objetivo que llegar al final de este camino por el que me precipito, sudando y desesperado.

Todo mi cuerpo está tenso, siento los abdominales hechos un nudo. Me rearmo de energías para emprender la última carrera, tendiéndome sobre él, con un brazo flexionado bajo su rodilla para mantenerle la pierna en mi hombro y facilitarme el acceso y el otro codo apoyado en el colchón, los dedos aferrados a su pelo, que ahora se abre sobre la almohada. Pongo mi boca sobre la suya mientras le penetro con rápidas y profundas estocadas, frotando mi cuerpo contra el suyo.

Me voy a correr. Me voy a correr y no voy a poder evitarlo.

—Evan… —digo su nombre y una gota de sudor me cae desde la frente sobre la suya. Se la limpio con un gesto tembloroso, sin parar de moverme—. Mírame. Mírame a los ojos… quiero ver cómo te corres. Córrete para mí.

La tensión me estrangula. El orgasmo me está empujando y no sé ni cómo lo estoy conteniendo. Él se agita como un reptil, exhalando suaves quejidos lastimeros, temblando de placer. Verle me hace aun más difícil la contención, una contención que no quiero imponerme, pero lo hago por él.

—Me… me voy a…

—Sí. Sí. Hazlo.

—Dios… Draven voy a… ¡Ah!

Se tensa, arqueándose como si fuera a romperse. Su rostro se distiende en una mueca de éxtasis. Dios. Es tan…

Se contrae por dentro como un cepo, arrancándome una brusca exclamación. Me encojo y le embisto, clavándosela todo lo hondo que puedo.

—¡Chris!

—Evan…

El orgasmo nos golpea a la vez como una bola de demolición.

Y ya no sé nada.

***

Creo que nunca he sido tan consciente de mí, de mi cuerpo, del placer y del cuerpo de nadie. Su piel al contacto con la mía es como una extensión de mí mismo. Le siento contraerse, hundirse con firmeza en mi cuerpo, llenarme por completo… poseerme.

Su voz me lame por dentro, y ya no puedo.

Su fuerte embestida dispara el relámpago por mis nervios. Me arqueo y me agito, y se me rompe el gemido entre los labios. Digo su nombre. Él dice el mío. Me agarro a él con fuerza al contraerme y el relámpago blanco, punzante, me corta la respiración cuando me corro. Noto el líquido caliente salpicar nuestros vientres. Y le siento a él latir dentro de mí, llenándome.

Hundo las manos en su pelo, desesperado. Se me pega a los dedos. Estamos cubiertos de sudor. Le miro, moviéndome bajo su cuerpo. Todo da vueltas. Aún me estoy corriendo. Vuelvo a besarle, mientras la tensión se diluye en espasmos intensos. Un beso desmadejado, de labios temblorosos y aliento ahogado.

Y despacio, mis dedos se abren en sus cabellos, y me abrazo a su cuerpo caliente como una llama, deshecho en gemidos y jadeos mientras el orgasmo me arrastra muy lejos.

***

No sé cuánto tiempo pasa hasta que soy capaz de volver en mí. Cuando lo hago, mis músculos se destensan de golpe y prácticamente me derrumbo sobre su cuerpo, luchando por recuperar el aliento.

¿Qué coño ha sido esto? ¿Esto es lo que hacen los maricas? No me extraña que tengan fama de fiesteros y de felices, joder. Ya ni me duelen los golpes de la pelea.

Le rodeo con un brazo, dejando que mi piel respire, que mi cuerpo vuelva a mí, o yo a mi cuerpo, porque esto ha sido flipante.

El tiempo se ha vuelto raro. Parece existir solo a ratos. Hace un momento se había parado, pero ahora de nuevo los segundos pasan.

Me limpio el sudor con el brazo y le quito un par de manchas de sangre de la cara con mis dedos. Tengo la sensación de que estoy ensuciándole todo el tiempo, pero él me agarra como si fuera cualquier cosa menos sucio. Sus labios se aprietan contra los míos y me besa. Exhalo un suspiro de satisfacción y le devuelvo el beso, degustándole con tranquilidad mientras me aparto de encima de él, girando sobre el costado. Me agarro la polla y salgo de su interior, exhalando un gemido en su boca. El condón está empapado de lubricante y pesa lo suyo. He debido soltar ahí hasta el alma.

—¿Esto es así siempre? –le pregunto.

Evan parece tranquilo y satisfecho. Me mira con una calidez que me pone tonto perdido. Luego sonríe. ¿Por qué es tan guapo?

—No… —Se apoya en el codo y me quita el condón, arrancándome un quejido. Estoy sensible y agotado. Pero… no tan agotado, en realidad—. No para mí, al menos.

—¿Eso qué quiere decir?

Vuelve a moverse por encima de mí. Su pelo me roza las mejillas. Alarga la mano buscando algo en el cajón. Cuando se echa sobre mí, le rodeo con el brazo y le miro con hambre. Él se ríe por lo bajo. Me pone un cigarro en la boca y lo enciende.

—Bueno pues… quiere decir que nunca he estado con nadie como tú.

Coge otro cigarro para él y se acerca para encenderlo en la brasa del mío. Dios, me lo tiraba otra vez.

—Y además, nunca dejo a nadie fumar en mi cama.

Levanto la ceja y aprovecho para guardarme el armamento. Aún llevo puestos los pantalones y las botas, le he debido manchar la cama de sangre y de polvo. Estoy húmedo de sudor y tengo la marca de sus uñas en el pecho y en la espalda. Y le estoy mirando fijamente.

—Me puedo imaginar que nunca hayas estado con alguien como yo. Me parece que no soy muy tu tipo, ¿no?

—Eres distinto a los demás, sí.

Él me sonríe como un duende travieso. Yo le dedico mi mejor sonrisa de perro loco y cruzo las piernas con descaro, mirándole de arriba a abajo.

—Pues yo creo que tú sí eres mi tipo.

Se ríe, y su risa es el contrapunto perfecto. Le agarro y tiro de él para ponérmelo encima. Le miro, le peino los cabellos y luego vuelvo a besarle lenta y concienzudamente. Creo que besarle esa noche en casa de Crowley es lo mejor que he hecho con mi vida desde que firmé con Masters of Darkness. Podría acostumbrarme a esto, pienso. A su voz aterciopelada, a sus ojos brillantes, a su sonrisa. Me gusta cómo le brillan los ojos ahora, cuando terminamos de besarnos y me mira como si yo fuera lo puto mejor. Ya ves. Muy fuerte.

Podría acostumbrarme a su cuerpo y a estos polvos intensos, a sus miraditas y a su ropa de gótico. ¿Podría acostumbrarse él a mí? ¿Será eso lo que quiere? La verdad es que no tengo ni puta idea, y no quiero pensar en mañana. Ni en mañana, ni en después… ni en lo que significa esto, ni en si soy marica, bisexual o un vicioso sin más. Cuando miro a Grimm ahora, siento cosas agradables y cálidas, y me encuentro muy tranquilo, sin esa ansiedad desesperada que parece estar empujándome siempre.

Mirándole ahora, teniéndole en mis brazos, me siento bien.

—¿Quieres que me vaya? —pregunto de pronto.

Él hace un gesto de sorpresa. Sí, soy imbécil. No sé por qué pregunto.

—Claro que no. Ya te dije que no quiero que te vayas… —Parece dudar un momento y su mirada se vuelve un poco fría. Es como si se alejara—. ¿Quieres irte tú?

—No. No quiero irme. Me quiero quedar toda la noche contigo. Toda la noche, por lo menos.

Aún parece algo distante a pesar de todo. No sé por qué. ¿Habré dicho algo chungo otra vez? Levanto la mano para acariciarle la mejilla.

—En algún momento tendré que irme a casa, Evan. Pero no quiero decir que… —Dios, otra vez las palabras—. Mira, las cosas ya no van a ser como antes, nunca. Me gustas y lo digo en serio, ¿ok?

—Sí, sí. Está bien. —Él sonríe y las sombras de su mirada parecen disiparse—. Lo he entendido.

Suspiro con alivio. Él apoya la cabeza en mi pecho y camina con dos dedos sobre mi brazo, luego me dibuja los tatuajes con las yemas.

—Estoy sucio y creo que te he manchado a ti también. Y tu cama —le digo a media voz, soltando el humo por la nariz.

—No me importa… pero si estás incómodo y quieres darte una ducha…

—No. ¿No te da morbo tirarte a un tío sucio y ensangrentado?

Levanta la vista, vuelve a sonreír como un duende. Intercambiamos una mirada cómplice. Apago el cigarro y él aplasta el suyo en el cenicero y vuelvo a revolcarle sobre las sábanas, ahogando su risa con mi lengua, hundiéndome de nuevo en ese universo líquido y caliente. No quiero pensar en mañana, no quiero pensar en nada más, en nadie más. Solo quiero otro viaje, y otro más, hasta que se me acabe el tiempo.