Capítulo Siete

 

Cuatro días después, Jaci, Thom y Ryan se hallaban en el despacho de este hablando de los cambios de guion que querían efectuar Thom y él. Desde la mañana en que se había marchado del piso de Ryan, Jaci no lo había vuelto a ver. Él no la había llamado ni mandado un mensaje.

Y así debía ser, se dijo. Lo que habían compartido no era más que sexo. Se habían deseado mutuamente, y eso era todo.

Entonces, ¿por qué quería preguntarle por qué tenía aquella expresión sombría?, ¿por qué deseaba sentarse en su regazo, apoyar la cabeza en su hombro y decirle que todo saldría bien? Se le veía enormemente estresado, todo por culpa de ella.

Había puesto en peligro la relación de Ryan con Leroy, su inversor. Lo sorprendente era que todavía siguieran hablando de cambios de guion y que no la hubiera puesto de patitas en la calle.

–¿Sabes algo de Banks? –preguntó ella.

Ryan se sobresaltó ante el repentino cambio de tema. Miró a Thom y este se levantó.

–Explícaselo después –le dijo a Ryan mientras se dirigía a la puerta.

Jaci enarcó las cejas.

–¿Explicarme qué?

–Nos han invitado a una cena en un yate de lujo esta noche. La invitación procede de la oficina de Banks. Parece que Leroy se acaba de comprar un yate y esta noche será la primera vez que se haga a la mar.

Jaci se levantó y se dirigió a la ventana al tiempo que se metía las manos en los bolsillos.

–Me gusta lo que llevas puesto.

Ella se miró los leggins marrones y la camiseta blanca.

–Debo de estar haciendo algo bien ya que, ayer, un hombre me dijo lo mismo en un café.

–Cariño, cualquier hombre se fijaría en tus estupendas piernas.

Ella vio el deseo reflejado en sus ojos. Deseó con todas sus fuerzas acercarse a él y besarlo hasta hacerle perder el sentido.

Aquello era una tortura.

–Me alegro de que el furor sobre nuestro posible compromiso haya disminuido –dijo ella al tiempo que trataba de dejar de recordar lo fantástico que estaba Ryan desnudo.

–Se lo debemos a mi encargado de relaciones públicas. En la prensa de esta mañana se dice que nos seguimos viendo, pero se habla de matrimonio a muy largo plazo.

Jaci se sintió abatida, aunque se dijo que no tenía motivo alguno para estarlo. No buscaba una relación. Ya había estado prometida y había hablado incesantemente de matrimonio. Y lo único que había sacado de todo ello había sido dolor y humillación.

–En cuanto al silencio de Leroy –prosiguió Ryan– ya sabes que el que no haya noticias ya es una buena noticia.

–¿No deberías llamarlo o hacer algo?

–Es un juego, Jaci. ¿No te gusta cómo estoy jugando?

–¡No conozco las malditas reglas! –exclamó ella–. Y es también mi futuro lo que está en juego.

Ryan frunció el ceño ante su estallido.

–No es el fin del mundo. ¿No tenéis tus hermanos y tú un enorme fondo fiduciario a vuestra disposición? No te vas a quedar en la calle si la película no se lleva a cabo. Escribirás otros guiones y tendrás otras oportunidades.

–Este guion significa para mí algo más que meter un pie en la industria. Se trata de algo más que mi carrera o mi futuro. Es un símbolo, una bifurcación en el camino. El hecho de que compraras mi guion y me ofrecieras trabajar en Blown Away es más que una oportunidad profesional. Ha sido el catalizador que me ha impulsado hacia una nueva vida –Jaci señaló sus notas sobre el escritorio–. Todo eso es mío: mi esfuerzo, mis palabras, mi guion. Lo hice sin que lo supieran mis padres y sin que echaran mano de sus contactos. Es la línea divisoria entre lo que era y lo que soy. ¡Vaya, me parece que no me estoy explicando muy bien!

–Sigue hablando, Jaci.

–Yo era la hija de los Brookes-Lyon que iba de un trabajo a otro, que jugaba a escribir, tal vez para atraer la atención de su madre. Después me convertí en la prometida de Clive y en objeto de atención por parte de la prensa. Tuve que hacerme fuerte deprisa, ya que no hubiera sobrevivido de otro modo. Cuando me fui de Londres, juré que no volvería a intentar pasar desapercibida.

–Sí, eso era lo que hacías de niña. Tu familia dominaba la habitación, la conversación, pero tú no contribuías en absoluto –Ryan sonrió–. Ahora no paras de hablar.

–¡Porque soy distinta en Nueva York! Me siento mejor aquí, más contenta y más luchadora.

–Me gusta eso de luchadora –apuntó él mirándola largamente con deseo.

–No quiero volver atrás. Si pierdo esta oportunidad…

Él frunció el ceño y se inclinó hacia delante.

–Lo que haces no es lo que eres, Jaci. Puedes seguir siendo luchadora aunque no tengas trabajo.

Ella no lo creía. Necesitaba triunfar. Quería dejar de rozar la superficie de la vida y vivir, sentirse y ser una nueva Jaci.

–Ten confianza. Todo se arreglará –añadió él.

Pero ¿y si no era así? No sabía si podría reinventarse de nuevo. Observó que Ryan agarraba un documento y comenzaba a leerlo. Era hora de volver a trabajar, por lo que ella se dirigió a la puerta.

Sonó el teléfono y Ryan alzó un dedo para indicarle que se detuviera.

–Todavía tenemos que hablar de la cena de esta noche en el yate.

–Hola, Jax –la voz de la secretaria de Ryan se escuchó por el altavoz del teléfono–. La madre de Jaci quiere hablar con ella.

–Muy bien, pásamela.

Jaci se llevó la mano al cuello y fingió que se lo cortaba. Su madre era la última persona con la que deseaba hablar. Aún no había dicho a su familia que trabajaba de guionista y que era la falsa novia de Ryan.

–Buenos días, Priscilla.

Jaci lo fulminó con la mirada, le quitó el bolígrafo que tenía en la mano y escribió en un papel que dijera que no estaba, subrayando el «no» tres veces.

–Ryan, querido. ¿Cómo estás? Hace tanto que no nos vemos… Espero que vayas a la boda de Neil el fin de semana que viene.

Jaci se dio una palmada en la frente y ahogó un grito. Se había olvidado por completo de la boda de Neil. ¿Era el fin de semana siguiente? ¡Por Dios!

Mientras tanto, Ryan le decía a su madre que Jaci acababa de salir del despacho. Después se puso a hablarle de sus deberes como padrino de la boda al tiempo que agarraba a Jaci por la cintura y se la sentaba en un muslo. Ella lo miró, sobresaltada. Estar tan cerca de él era tan tentador…

Estar en la misma habitación que él ya era tentador. Cerró los ojos mientras la mano masculina le ascendía por la espalda hasta llegarle al cuello. Con la otra, agarró un bolígrafo y escribió algo en un bloc con la mano izquierda.

«¿Por qué no quieres hablar con tu madre?».

–Sí, ya tengo el traje. Neil me ha dicho muchas veces que no quiere una despedida de soltero.

Jaci agarró otro bolígrafo y respondió: «Porque no sabe lo que estoy haciendo en Nueva York y que estamos… ya sabes».

«¿Por qué no lo sabe? ¿Y qué es lo que no sabe?».

«Que hemos dormido juntos y que somos una falsa pareja. No se toma mi trabajo…».

Jaci dejó de escribir. Él golpeó el papel con el bolígrafo para ordenarla en silencio que acabara la frase. Ella le sonrió y se encogió de hombros para indicarle que daba igual. Él la fulminó con la mirada.

–De todos modos, ¿qué es esa tontería que he leído en la prensa sobre Jaci y tú?

Su madre estaba disgustada.

–¿Qué has leído? –preguntó él mientras con la mano trazaba círculos relajantes en la espalda de Jaci.

–Tengo una lista de cosas. En primer lugar, ¿trabaja de guionista para ti?

–Sí.

–¿Y le pagas? –preguntó Priscilla en tono de asombro.

–Claro. Es una escritora de talento. Supongo que lo ha heredado de ti.

«Gracias», escribió Jaci mientras su madre se embarcaba en monólogo sobre su último libro. Jaci dio un salto al sentir la mano masculina en la piel, por debajo de la camiseta.

«¡Concéntrate!», escribió.

«Puedo hacer dos cosas a la vez. ¡Qué piel tan suave tienes!».

«¡No vamos a volver a hacerlo!».

«Y hueles muy bien».

–Me estoy desviando del tema. ¿Os habéis prometido Jaci y tú? –preguntó Priscilla.

–No.

–Muy bien, porque después de aquel desgraciado con el que estuvo prometida, necesita un tiempo para recuperarse. Jaci era demasiado buena para él.

Jaci apartó la vista de Ryan y miró el teléfono. ¿En serio? ¿Y por qué no se lo había dicho a ella su madre?

–El asunto con la señorita brasileña fue muy desagradable y estúpido. ¿Creía de verdad que no se descubriría?

«¿Una señorita brasileña?».

«A mi ex le iba el sadomasoquismo».

–¡Vaya! –murmuró Ryan mientras miraba el rostro compungido de Jaci.

–Espero que mi hija se hiciera pruebas después de aquello. No he podido preguntárselo, no tenemos esa clase de relación. Y es culpa mía.

Jaci se quedó asombrada. ¿Su madre quería que hubiera entre ellas un mayor grado de intimidad?

–¿Y qué pasa entre vosotros? ¿Salís juntos? ¿Vais en serio? ¿Os acostáis?

Jaci abrió la boca para decirle que no era asunto suyo, pero Ryan se la tapó a tiempo. Ella lo fulminó con la mirada.

–Es complicado, Priscilla. Tengo entre manos un negocio y necesito una novia para que salga bien. Todo es fingido –Ryan seguía tapando la boca a Jaci.

–Pues estoy viendo una fotografía vuestra y no me parece que estéis fingiendo.

Ryan le quitó la mano de la boca.

–Parece que se nos da bien actuar.

–Bueno, espero que resolváis este asunto lo antes posible. No es que me importe que Jaci y tú estuvierais juntos. Siempre me has caído bien.

–Gracias –contestó él–. Lo mismo digo.

«¡Cómo le haces la pelota!», escribió Jaci. Ahogó un grito cuando él la atrajo hacia el pecho. Sintió su erección en la cadera y no pudo evitar apoyar la cabeza en su hombro y aspirar su olor.

–Tengo que colgar. Cuida de mi niña, Ryan.

Ryan estrechó a Jaci en sus brazos, y ella suspiró.

–Lo haré, Priscilla.

–Adiós, Ryan. Adiós, Jaci, cariño.

–Adiós, mamá –dijo distraídamente Jaci mientras le desabotonaba la camisa a Ryan. Después se dio cuenta de lo que había dicho y miró a Ryan, horrorizada.

Ryan se echó a reír.