Capítulo Diez
Ryan aparcó el coche de alquiler frente a la casa. Se sentía como si tuviera una soga al cuello y alambre de espino en el corazón. Miró la fachada y se preguntó cuál sería la ventana de la habitación de Jaci.
Habría sido mucho mejor que se hubieran pasado la noche teniendo sexo en vez de hablando. Sabía desenvolverse en el primer aspecto, pero no tanto en el segundo.
Trataba de convencerse de que le había hablado de Ben y Kelly porque ella le había contado su desastrosa relación con Clive. Pero muchas mujeres le habían contado sus penas y nunca había sentido la necesidad de devolverles el favor.
Para persuadirse de que su relación con Jaci había sido una corta aventura, se había distanciado de ella, pero solo le había servido para sentirse desgraciado. La había echado terriblemente de menos.
Tenía que tomar una decisión con respecto a Jaci. Sabía que ella deseaba una relación estable con alguien que se comprometiera y la cuidara.
Aunque de boquilla aceptara la idea de una aventura, sus sentimientos acabarían por ser más profundos. Y los de él también.
Había confinado sus sentimientos cinco años antes, y no le gustaba que ella le hiciera sentir más, le hiciera desear darle la mejor versión de sí mismo. Se estaba volviendo muy importante para él, y si se iba a marchar debía hacerlo ya.
No podía volver a acostarse con ella porque cada vez que lo hacían, cada momento que estaba con ella, se le metía más adentro.
Agarró la cartera y el móvil del salpicadero y abrió la puerta dando un suspiro. Era mucho más sencillo no tener pareja. Su vida no era complicada antes de la aparición de Jaci.
Era aburrida, desde luego, pero sin complicaciones.
Vio que el padre de Jaci doblaba la esquina para subir los escalones que conducían a la puerta principal.
–Buenos días, Archie –dijo tendiéndole la mano–. ¿Ha visto a Jaci?
Archie, que no se preocupaba de nada que no fuera su periódico, reflexionó durante unos segundos.
–Está en su habitación con el político.
–¿Cómo? –preguntó Ryan con voz ahogada.
¿Qué significaba aquello? ¿Había pasado Clive la noche con Jaci?
–¡Ryan!
Este alzó la vista y vio a Jaci salir por la puerta de la casa seguida de su ex, que llevaba una bolsa de viaje colgada del hombro y tenía la mano en la espalda de Jaci. Ryan cerró los puños. Jaci bajó los escalones y se le acercó con una sonrisa radiante.
¡Qué hermosa era!, pensó. ¡Qué graciosa e inteligente!
Clive saludó a Archie antes de que entrara en la casa y después besó a Jaci en la mejilla, le dijo que lo llamara y se dirigió al coche. Jaci lo observó mientras se marchaba, y cuando miró a Ryan, resplandecía.
Para él fue como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Jaci estaba radiante, como cuando él le había hecho confidencias, como después de haber hecho el amor. Vio emoción en sus ojos, esperanza y amor.
Pero no habían hecho el amor.
Tal vez se hubiera acostado con Clive. Tres meses antes lo quería y planeaba casarse con él. Esos sentimientos no desaparecían así como así. Él, con su labia de político, podía haberla convencido.
¿Creía Ryan que había más de lo que había entre Jaci y él? A fin de cuentas, ella no le había dado la más leve indicación de que deseara profundizar en la relación. Por lo que sabía, podía considerarlo un pasatiempo hasta que su ex recuperara el buen sentido.
¿Amaba Jaci todavía a Clive? No era una locura pensarlo. Él seguía queriendo a Ben a pesar de que lo hubiera traicionado, e incluso seguía queriendo a Kelly.
Pero lo corroía pensar en Jaci y Clive en la cama, en aquel canalla acariciando su cuerpo perfecto. Ryan ya había compartido a una mujer y no estaba dispuesto a volver a hacerlo. Sintió que la bilis le subía a la garganta y tragó saliva.
Bajó la vista y vio que su móvil, que estaba en el modo de silencio, estaba sonando. No reconoció el número que apareció en la pantalla. Pulsó la tecla verde y se llevo el móvil a la oreja.
–¿Jax? Soy Jet Simons.
Ryan frunció el ceño. ¿Por qué le llamaba aquel periodista y cómo había conseguido su número? Pensó en colgarle, pero tal vez hubiera un fuego que necesitaba apagar.
–¿Qué demonios quieres? ¿Y cómo has obtenido este número?
–Tengo mis fuente. Me he enterado de que Jaci Brookes-Lyon y tú creéis que Leroy Banks es un tipo viscoso y que fingís que sois pareja para tenerlo contento. ¿Quién de los dos lo llama el señor Sapo?
Ryan miró a Jaci al tiempo que soltaba una palabrota. Solo después se dio cuenta de que eso era la confirmación que Simons necesitaba.
–Sin comentarios –gruñó al tiempo que deseaba poder llegar a través del teléfono al cuello del periodista y retorcérselo. Estrangular a Jaci era otra opción, ya que era ella la que había llamado así a Leroy.
–¿Es eso un «sí»? –insistió Simons.
–Es un «sin comentarios». ¿Quién te lo ha contado?
Simón soltó una carcajada.
–Dile a Jaci que no se puede confiar en un político.
–¿Tu fuente es Clive Egglestone?
El silencio de Simons fue suficientemente elocuente.
Parecía que Jaci había hecho confidencias a Clive en la cama. Ryan le lanzó una airada mirada sin hacer caso de su expresión implorante y confusa. La furia y la desesperación le atenazaban el estómago. Recordaba aquel sentimiento, ya que había vivido con él durante años, después de la muerte de Ben y Kelly.
Tenía ganas de pegar a alguien; preferiblemente a Simons.
Por eso no tenía relaciones serias con ninguna mujer. Por si fuera poco que su corazón y su vida fueran un caos, la situación estaba afectando a su trabajo. ¿Cuándo había empezado todo a ir mal?
Detestaba tener que preguntar a Simons, pero tenía que saber de cuánto tiempo disponía.
–¿Cuándo vas a publicarlo?
–No puedo –respondió Simons alegremente–. Banks ha amenazado con demandar al periódico si su nombre aparece. Y el director ha decidido no publicarlo. Por eso no me ha importado revelarte mi fuente.
–¿Has hablado con Banks? –aquello era el fin. La película no se haría y la carrera de Jaci no despegaría.
–Sí. Se ha puesto… ¿cómo se dice? ¿Lívido?
Su tono de voz indicó a Ryan que se lo estaba pasando en grande.
–Me pidió que te dijera que agarraras la película y te la metieras por…
Ryan lo interrumpió.
–Lo he entendido. Así que, en resumidas cuentas, me has llamado para fastidiarme.
–En resumidas cuentas.
Ryan soltó varios juramentos y colgó. Lanzó el móvil por la ventanilla abierta del coche al asiento del pasajero y unió las manos por detrás del cuello.
–¿Qué ha pasado? –preguntó Jaci, preocupada.
–Parece que anoche te fuiste de la lengua con tu ex.
Jaci frunció el ceño.
–No te entiendo.
–Tu conversación en la cama ha destruido toda posibilidad de que Leroy financie Blown Away –le espetó él con dureza.
Jaci pareció perpleja.
–¿Qué conversación en la cama? ¿De qué hablas? ¿Banks ha retirado su apoyo económico?
–Tu novio ha llamado a Simons y le ha contado toda la historia: que hemos engañado a Leroy haciéndole creer que somos pareja porque te repele. Buen trabajo, bonita. Muchas gracias. La película ha muerto, al igual que tu carrera.
Ryan sabía que debía callarse, pero estaba muy dolido y enfadado, y quería hacerle daño, que sufriera tanto como él. Deseó estar tan furioso por haber perdido el dinero de Banks como porque ella se hubiera acostado con aquel político, por haberla perdido.
Jaci lo miró con los ojos llenos de una emoción que no supo identificar.
–¿Has perdido el juicio? –susurró.
–Lo perdí cuando creí que eras de fiar –replicó él al tiempo que abría la puerta del coche y se montaba–. Debí haber huido lo más deprisa posible inmediatamente después de que me hubieras besado. Solo me has creado problemas, tantos que no sé si podré librarme de ellos. Tienes razón: eres la oveja negra de la familia.
Ryan observó cómo sus palabras cargadas de veneno la herían, y tuvo que agarrar el volante para no bajarse a abrazarla. La amaba, pero quería hacerla sufrir. No lo entendía ni estaba orgulloso de ello, pero era así. A diferencia de cuatro años antes, esa vez podía defenderse.
Podía atacar verbalmente, tomar represalias y no tener que pasarse el resto de la vida lamentándose porque la muerte le hubiera arrebatado la posibilidad de enfrentarse a los que le habían hecho daño. Podía hacer daño a su vez, y se sentía de maravilla.
–¿Por qué te comportas así? Le conté a Clive lo de Banks y lo de Nueva York, pero no pensé que fuera a decírselo a la prensa. Creí que tú y yo volvíamos a ser amigos, que habíamos llegado a un acuerdo anoche.
–Lo cual no te impidió meterte en la cama con ese desgraciado.
–¡No me he acostado con Clive! –gritó Jaci.
«Seguro que no», pensó él.
Encendió el motor, metió la marcha atrás, retrocedió un poco y pulsó el botón para bajar la ventanilla del asiento del pasajero. Jaci lloraba, pero Ryan no podía permitir que su expresión desesperada y confusa lo afectara. No volvería a permitir que nada volviera a afectarle, ni de ella ni de ninguna otra mujer.
No se fiaba de que esas lágrimas ni la expresión de su rostro fueran genuinas. No se fiaba de ella.
–Gracias por destrozarme la vida. Te debo una.
–¿Te han despedido? –preguntó Shona al ver que Jaci vaciaba su escritorio.
Era miércoles. Jaci llevaba dos días en Nueva York. Había enviado dos correos electrónicos a Ryan y le había dejado tres mensajes en el móvil, en los que le pedía que hablara con ella. No había obtenido respuesta alguna, por lo que concluyó que Ryan no quería verla.
–He dimitido para ahorrarles la molestia de despedirme. Sin financiación, Blown Away no se va a rodar, por lo que ya no me necesitan.
–Me han dicho que Jax lleva días de reunión en reunión tratando de obtener el dinero.
Jaci no iba a añadir nada nuevo a los rumores que circulaban por la oficina.
«Gracias por destrozarme la vida».
¡Menudo imbécil¡ ¿Cómo se había atrevido a pensar que se había acostado con Clive? Era cierto que había hablado con él de Leroy, pero solo porque quería que viera que estaba feliz y contenta sin él, que había otros hombres en su vida y que no sufría por él.
Pero había olvidado que Clive odiaba compartir nada con nadie y que la seguía considerando de su propiedad. Por debajo de sus alegres sonrisas se ocultaba un hombre empeñado en castigarla, en vengarse por haber tenido la temeridad de abandonarlo y estar con Ryan. Pero jamás hubiera pensado que tuviera tantos deseos de venganza como para llamar a un periodista de la prensa sensacionalista para causarles problemas a Ryan y a ella.
Estaba furiosa. ¿Cómo podía Ryan tener tan poca fe en ella?, ¿cómo podía pensar que se acostaría con otro después de haber compartido con él algo tan profundo e importante la noche anterior? Tal vez ella fuera una bocazas y confiara en los demás con demasiada facilidad, pero no los engañaba. Ya la habían engañado, y a Ryan también, por lo que ambos sabían lo que se sentía. ¿Cómo podía creer que era capaz de infligirle semejante dolor?
Entendía lo mucho que Ryan había sufrido al enterarse de la traición de Ben y Kelly, así como el motivo de que evitara todo sentimiento de intimidad. Comprendía su renuencia a confiar en ella, pero la destrozaba que no la conociera en absoluto.
¿No se había dado cuenta de que lo amaba? ¿Cómo podía estar tan ciego?
–Lo siento, Jaci –dijo Shona.
Jaci volvió a la realidad. Se había olvidado por completo de que su amiga estaba allí.
–¿Vas a volver a Londres? –añadió Shona.
Jaci se encogió de hombros.
–Aún no lo sé.
–Lo siento, de verdad –Shona le apretó el hombro y volvió a su escritorio.
También Jaci lo sentía, pero no podía hacer que alguien la amase. Tal vez pudiera perdonar a Ryan su forma de atacarla, pero al no querer volver a verla le había demostrado que lamentaba haberle hablado de su pasado, que no confiaba en ella y, obviamente, que no quería proseguir con su relación.
El sufrimiento de Jaci era terrible, pero lo superaría. No volvería a querer demasiado, a exigir demasiado ni a entregarse demasiado.
Si volvía a amar a alguien, sería con sus propias condiciones. Quería ser el santuario de la otra persona, el dulce sitio donde se dejara caer. Quería ser la guardiana de sus secretos y a quien le confiara sus miedos. Quería serlo todo para el otro.
Dejar una relación que se estaba volviendo tóxica no era una decisión fácil, pero sabía que era la correcta. No importaba que sintiera la pérdida y que estuviera desencantada. Aquello no iba a dictar su vida. Era más fuerte y más valiente que nunca, y no volvería a ser la mujer débil e insegura de antaño.
Era hora de que comenzara a protegerse el corazón, los sentimientos y el alma. Era hora, como su madre le había dicho, de seguir adelante sola.
* * *
Como se había pasado una semana persiguiendo a antiguos conocidos y a nuevos contactos, Ryan ya sabía que no habría dinero para rodar la película. Había oído las mismas excusas una y otra vez.
Aún tenía la oferta de su padre de financiar la película, pero no estaba dispuesto a aceptarla. Podría producir la película en el futuro, pero sería un duro golpe para la carrera de Jaci.
Jaci… No, no iba a pensar en ella. Lo suyo se había acabado, y ella había dimitido de su puesto, según una breve nota que le había dejado a su secretaria.
Había salido de su vida, y estaba bien. Pero en su cabeza revivía las últimas escenas de su relación. En lugar de tratar de suprimirlas, dejaba que lo invadieran. No conseguía trabajar, por lo que, tal vez si recordaba adecuadamente los hechos de aquella noche, sería capaz de seguir adelante, de recuperar la normalidad.
Recordó la boda y lo guapa que estaba Jaci con los labios pintados de un color que hacía juego con el de su vestido rosa. No le había quitado el ojo de encima en toda la noche. Después de la cena, Clive se le había acercado y ella se había mostrado fría y distante. Habían hablado largo rato, él tratando de aproximársele y ella retrocediendo.
Ryan frunció el ceño. Era eso lo que ella había hecho. No se lo estaba imaginando. Al final, Clive se había marchado con cara de pocos amigos. Después, Ryan se había sentado con ella a la mesa y Jaci solo había tenido ojos para él. Había sido el centro de su atención y no había mirado a su alrededor buscando a Clive. Lo había olvidado al estar junto a Ryan.
Entonces, ¿cómo podía ser que se hubiera acostado con él? ¿Estaba seguro de que lo había hecho? No tenía prueba alguna, aparte de su instinto, poco de fiar. Y su intuición estaba empañada por los celos y sus inseguridades pasadas por haber sido engañado.
Deseaba hablar con alguien que le dijera la verdad sin tapujos.
La hermana de Jaci lo haría. Merry no se andaba con miramientos. Ryan agarró el móvil y, en menos de un minuto, la voz cortante de Meredith retumbó en la habitación.
–¿Estás ahí, estúpido?
Merry parecía muy enfadada con él. Daba igual, ya que él estaba muy irritado con su hermana.
–¿Se acostó Jaci con Clive? –le preguntó a bocajarro.
–Anoche hablamos por Internet y nunca me había parecido tan triste. Le has destrozado el corazón. Se duerme llorando todas las noches. ¿Lo sabías, Ryan?
–¿Se acostó con él?
Se produjo un largo silencio al otro extremo de la línea.
–¿Sigues ahí? –preguntó Ryan.
Merry suspiró.
–¿Por qué crees que Jaci se ha acostado con Clive?
–Por la mañana parecía… –Ryan creyó que la cabeza le iba a estallar–. ¡No lo sé! Estaba resplandeciente, como si le hubiera ocurrido algo maravilloso. Tu padre me dijo que Clive y ella estaban en la habitación de Jaci, así que deduje que se habían reconciliado.
–Eres un idiota integral –le dijo Merry, irritada–. Escúchame bien. Clive vino a recoger unas cosas que Jaci tenía en su habitación. Es la única razón por la que estuvo allí. Jaci le habló de Nueva York, de lo feliz que era allí. Como es una mujer y tiene su orgullo, quería que Clive supiera el éxito que había tenido y que no lo necesitaba en absoluto. Le habló de Banks y de ti para demostrarle que había otros hombres ricos y poderosos que la deseaban. Quería que supiera que ya no lo necesitaba porque se había convertido en mejor persona de lo que era cuando estaba con él.
–¿Todo eso te contó?
–Sí. Está orgullosa de lo que es ahora, de haberse recuperado y de haber rehecho su vida. Es evidente que no debería haber hablado con Clive, pero no pensó que fuera a contárselo a la prensa. Yo lo hubiera sospechado, pero ella no es una cínica como yo… ni como tú.
–Yo no soy cínico –protestó Ryan, aunque sabía que lo era.
Merry lanzó un bufido.
–Claro que lo eres. Creíste que Jaci se había acostado con Clive porque parecía feliz. De todos modos, ella se siente culpable de que hayas perdido la financiación de la película. Se siente culpable de todo. Su sueño se ha evaporado.
Él se había propuesto no pensar en ello porque le hacía mucho daño.
–Ya lo sé.
–Pero lo que es peor es que está destrozada porque hayas podido pensar que se había acostado con Clive, que te había engañado. No creía que pudieras llegar a pensar eso de ella.
Ryan se llevó la mano a la sien. Le pareció que el suelo había desaparecido bajo sus pies.
–Oh –fue la única palabra que pudo articular.
–Arréglalo, Ryan –dijo Merry con una voz que daba miedo–. O te juro que te arrepentirás.
Ryan respiró hondo y pensó que podía arreglarlo. Tenía que hacerlo. Jaci estaba sufriendo, y nadie, sobre todo él, tenía derecho a hacerla sufrir.
El hecho de que Merry le hubiera jurado que se arrepentiría si no lo hacía únicamente era un incentivo añadido.
Solo había una persona en el mundo por quien haría aquello, pensó Ryan cuando la puerta de la casa de Chad se abrió y su padre apareció en el umbral con una expresión de sorpresa en el rostro.
Ryan le sostuvo la mirada y tuvo ganas de marcharse. Se dijo que lo hacía por Jaci, para darle la oportunidad que se merecía.
Cuando el mundo y otros productores tuvieran constancia de la calidad de su escritura, tendría más trabajo del que pudiera abarcar, y tal vez entonces hallaran el modo de estar juntos. Porque la echaba mucho de menos.
La amaba y la necesitaba, y no podría rogarle que volviera a aceptarlo si, antes, no hacía todo lo que estuviera en su mano para que su sueño se hiciera realidad. Probablemente, ella lo mandaría al infierno, pero tenía que intentarlo.
Escribir la hacía feliz y, por encima de todo, Ryan quería que lo fuera.
Con él o sin él.
–¿Vas a quedarte ahí mirándome o vas a entrar? –le preguntó Chad, con su famosa sonrisa en los labios.
Ryan entró y miró a su alrededor. No había habido muchos cambios desde la última vez que había estado allí. Lo único distinto, que lo sorprendió enormemente, era una gran foto enmarcada de Ben y él sobre la mesa del vestíbulo.
–¿Quieres que hablemos en el despacho o en la piscina? –preguntó Chad.
–En el despacho.
Siguió a su padre por el pasillo de la soleada casa mientras divisaba las magníficas vistas de la costa californiana. Aunque no quisiera a su padre, le encantaba aquella casa.
Chad abrió la puerta del despacho y le indicó que se sentara.
–¿Quieres un café?
Necesitaba cafeína, así que aceptó. Chad llamó al ama de llaves por el intercomunicador para que se lo llevara, tras lo que se sentó a su escritorio, frente a su hijo.
–¿De qué se trata, Ryan? ¿O debo llamarte Jax?
–Ryan está bien –sacó unos papeles del portafolios y los dejó en el escritorio–. Según los correos electrónicos que me has mandado, formas parte de un grupo dispuesto a invertir en mis películas. Me gustaría saber si estás dispuesto a hacerlo en Blown Away.
Chad lo miró durante unos segundos antes de asentir.
–Sí.
–Necesito cien millones.
–Podemos darte más, si es necesario.
–Será suficiente.
A Ryan le invadió una enorme sensación de alivio y sintió que recuperaba la energía. Había resultado mucho más fácil de lo que pensaba. Había estado dispuesto a suplicar si hubiera sido necesario. Le había costado menos de lo que esperaba pedirle a su padre el dinero porque la felicidad de Jaci era mucho más importante para él que su orgullo.
Así de sencillo.
–¿Ya está? –Ryan quiso asegurarse de que su padre no se guardaba un as en la manga.
Chad se encogió de hombros.
–Estaría bien que me dieras una explicación, pero no es parte del trato. Sé lo que te ha costado pedirme ayuda, así que debe de haber una buena razón.
Ryan se levantó de un salto y se dirigió a la puerta del balcón a respirar aire fresco. Se apoyó en la jamba y miró a su padre. En pocas palabras, le explicó lo relacionado con Jaci y Banks.
–Pero ha sido culpa mía. ¿Quién arriesga cien millones de dólares por fingir que tiene una relación con una mujer?
–Alguien que quiere desesperadamente tenerla, pero que tiene tanto miedo que no lo reconoce, por lo que se sirve de cualquier excusa para conseguirlo.
Había tenido miedo y había sido un estúpido. Tenía miedo de enamorarse, de confiar en alguien, de ser feliz para después ser desgraciado. Pero eso ya lo era.
–A pesar de que me alegra que me hayas pedido ayuda, hubiera supuesto que preferirías no hacer la película a recurrir a mí –apuntó Chad.
Ryan, como era su costumbre, buscó la crítica en las palabras de su padre, pero no la halló. ¿Qué le había sucedido?
–¿Por qué te estás portando tan bien conmigo? No es propio de ti.
Chad se sonrojó, lo cual también era nuevo.
–No soy el que era. Perder a Ben hizo que mirara en mi interior, y no me gustó lo que vi. Desde entonces, he intentado hablar contigo para reparar el daño.
–¿Y pensabas hacerlo pidiendo diez millones por narrar el documental de la vida de Ben? –le espetó Ryan con furia. Era una furia que podía controlar, ya que estaba acostumbrado a pelearse con su padre.
Chad no perdió la calma. Llamaron a la puerta y entró el ama de llaves con una bandeja. La dejó en el escritorio, sonrió cuando Chad se lo agradeció y salió. Chad sirvió una taza de café a Ryan.
Este se la llevó inmediatamente a los labios. Tenia que salir de allí cuanto antes.
–Ahí tienes el contrato. Dáselo a tus abogados, pero diles que se den prisa. No dispongo de mucho tiempo.
–Muy bien. Ahora hablemos de esos diez millones que pedí por narrar el documental.
–No hace falta. A lo hecho, pecho.
–¿Querías hacer ese documental? Sé que los amigos de Ben te lo pidieron.
¿Qué podía responder? Si la respuesta era afirmativa, mentiría. Por aquel entonces lo último que deseaba era hacer una película sobre su hermano, que había muerto volviendo de pasar el fin de semana con la prometida de Ryan; si la respuesta era negativa, Chad le pediría una explicación.
–No quiero hablar de eso.
–Pues creo que ya va siendo hora de que sepas que pedí ese dinero para que no hicieras la película, para darte una salida.
Ryan, desconcertado, frunció el ceño. Su padre lo miró a los ojos.
–Supe que Ben estaba liado con Kelly y le dije que lo dejara. No me parecía bien. No te merecías que tu hermano te fuera desleal.
Sus palabras fueron como un puñetazo en el estómago de Ryan.
–¿Cómo?
–Ben me prometió que ese fin de semana sería el último que pasarían juntos, que lo dejarían al volver. Quise prevenirte para que no te casaras con ella, pero sabía que no me harías caso.
–No te lo hubiera hecho –reconoció Ryan. Su padre y él no se entendían desde mucho antes del accidente.
–Es culpa mía. Fui un mal padre y un modelo de conducta terrible. Jugaba con las mujeres y no me las tomaba en serio. Ben siguió mi ejemplo.
Se sirvió un café y le dio un sorbo.
–Volviendo al documental, sabía que pedirte que lo hicieras hubiera sido una crueldad, así que me aseguré de que el proyecto se fuera a pique.
–Pidiendo esa cantidad.
–Sí. Sabía que no tenías ese dinero, que no lo pedirías prestado y que no buscarías a otra persona para hacer de narrador. Todavía tengo el guion. Si en algún momento decides hacer la película, la narraré gratis.
Ryan se deslizó por el marco de la puerta hasta quedarse en cuclillas.
–No sé qué decir.
Chad se frotó la nuca.
–Ni tu madre ni tú os merecíais el dolor que os causé. Llevo años intentando buscar el modo de decirte que lo siento. Y si tengo que seguir haciéndolo durante un millón de años, lo haré –agarró el fajo de papeles, lo abrió por la última página y tomó un bolígrafo.
Ryan, estupefacto, lo observó estampar su firma en la hoja.
Estaba desconcertado. Trataba de asimilar que su padre había intentado protegerlo para no añadir más dolor a su sufrimiento, que quería tener una buena relación con él y que había cambiado.
–No, nada de abogados. Antes de que te vayas de la ciudad, te ingresaré en tu cuenta la mitad del dinero. Necesito tiempo para conseguir la otra mitad, probablemente una semana. Además, si me engañas, me lo tendré bien merecido por haber sido el peor padre del mundo.
–No sé qué decirte, Chad.
Su padre le respondió como un rayo.
–Dime que me tendrás en cuenta para un papel en la película, cualquier papel.
Ryan se echó a reír y se sintió aliviado al ver que su padre no había sufrido un cambio completo de personalidad.
–Te tendré en cuenta.
Chad le sonrió.
–Muy bien, hijo.