24

La noticia de la detención de Vince —por chantaje, extorsión y explotación sexual de una menor— se propaga casi de inmediato. Sale en el telediario de la mañana. La veo en casa de Richie, donde él y sus padres, mudos de espanto, clavan los ojos en la tele.

—La pobre familia de ese chico —dice la señora Wilson. Se refiere a Alex.

El señor Wilson se está poniendo el abrigo. En las noticias no se menciona nada específico de la noche en que Alex fue atropellado, como que yo no estaba sola. Además, por lo menos según la información que se ve en la marquesina de la imagen, mi muerte sigue considerándose un accidente. El terrible final de una horrible tragedia que se ha prolongado durante un año entero.

—Di por hecho que Liz tenía un trastorno alimentario —dice la señora Wilson—. Supongo que pensé que, con el antecedente de su madre...

—Era lógico. —El señor Wilson está a punto de salir—. Se estaba consumiendo. —Le tira del codo a su mujer—. Ahora ya lo sabemos, ¿no? ¿Ves adónde te puede llevar una conciencia intranquila? —le dice a Richie.

Richie no asiente con la cabeza. No se mueve. Mira fijamente la imagen del televisor. En su cabeza, todas las piezas del rompecabezas van encajando, lo veo, como me han ido encajando a mí toda la noche, desde que vi cómo Joe Wright detenía a Vince Aiello.

—Tu padre y yo vamos a la ciudad. Solo hasta la tarde —dice la señora Wilson. Escudriña a su hijo—. Richard, ¿te encuentras bien?

Él asiente despacio.

—Di algo —le exige.

Richie se aclara la garganta.

—Estoy bien. Que sí... Me he quedado impresionado, nada más.

—Lo sé. Es horrible. —Se estremece—. Pero los Valchar se mudan. Menos mal. Bueno. Volvemos luego. Hay dinero en la cocina para que compres algo de comer. ¿Estarás bien tú solo?

Richie vuelve a asentir con la cabeza.

En un tono más dulce, la señora Wilson le dice:

—Si necesitas algo, por favor, llámanos y vendremos enseguida. Te queremos. —Le revuelve el pelo.

Cierro los ojos e imagino la caricia de sus rizos en mis dedos.

—Y hagas lo que hagas, no vayas a casa de los Valchar —dice la señora Wilson mientras su marido y ella están saliendo por la puerta—. Te prohíbo que veas a Josie bajo ninguna circunstancia. ¿Me has entendido?

Richie no dice nada.

—Richard. Quiero oír una respuesta.

—Sí, mamá. Entendido.

Espera a que sus padres salgan del garaje. Por la ventana, ve cómo el coche gira a la izquierda para salir de High Street. Sale y baja la calle, directo a mi antigua casa.

Josie está rodeada de cajas. La televisión está apagada. Es sábado, así que no hay clase, y me imagino los cotilleos que habrá en el instituto el lunes por la mañana. Me pregunto si me quitarán la corona de reina del baile de inauguración. Entonces pienso en Alex, en nuestro baile y el rato que pasamos en el escenario. Pese a todo, sonrío. Que se queden la corona. Para empezar, nunca la he merecido.

Richie entra sin llamar. Josie está sola. Mi padre está en el barco, desde luego, y a Nicole no se la ve por ninguna parte.

Se queda en el umbral de la puerta del salón. Josie está sentada en el suelo, apoyada en el sofá, hojeando un viejo álbum de fotos.

—¿Te has enterado de la noticia? —pregunta Richie.

—Nada de noticias en esta casa. Estoy aislada del mundo. No tenemos internet y papá ha cancelado el contrato de mi móvil. Tampoco tenemos cable. ¿Por?

—Han detenido a Vince Aiello por chantaje. Y por un montón de cosas más. Saben que fue Liz la que atropelló a Alex Berg.

Veo palidecer el rostro de Josie.

—¿Qué? —pregunta, con algo de pánico en la voz.

—Sí. —Richie asiente con la cabeza—. En las noticias no hablan de otra cosa. Seguro que la policía ya está hablando con todos nuestros amigos. Josie, esa fue la noche en que Liz y tú volvisteis en el coche de casa de Caroline, ¿verdad? Lo recuerdo bien. Liz vino a decirme lo del golpe del coche solo unos días después. La policía lo averiguará. Sabrán que ibas con ella en el coche esa noche. Estás metida en un buen lío.

Josie agacha la cabeza. Aprieta con fuerza los bordes del álbum de fotos.

—Yo no conducía —dice—. No hice nada malo.

—Sabías lo que había pasado y no se lo contaste a nadie. Eso es delito.

—Yo era menor —protesta—. Y sigo siendo menor. ¿Qué harán, meterme en la cárcel? No supe reaccionar. ¿Qué demonios iba a hacer, Richie? ¿Entregar a mi hermana? Ya fue bastante horrible tener que... —Se interrumpe. Cierra la boca.

—¿Tener que qué? —Richie entra en el salón.

—Nada. —Niega con la cabeza—. Que fue horrible, eso. Todo esto es horrible.

—Eras su mejor amiga —dice él—. Te contó lo que Vince le estaba haciendo, ¿verdad?

Josie no responde.

—Me enseñaste esas fotos. Me hiciste creer que me estaba poniendo los cuernos. Sabías que terminaría rompiendo con ella, que le plantaría cara y, cuando lo hiciera, ¿qué me diría ella? No iba a contarme lo que ocurría. Lo hiciste a propósito para... ¿para qué, Josie? ¿Para que la dejara por ti? Yo la quería. La sigo queriendo.

Josie parece dolida.

—Me quieres a mí —susurra ella—. Y yo te quiero a ti. Tenemos una relación. Como papá y mamá. Estamos destinados a estar juntos. Ella no te merecía.

—Lo que no merecía era morir. No merecía lo que Vince le hizo. Pero, si crees que no me merecía, es que no la conocías en absoluto. —Richie menea la cabeza—. Josie, no hay nada entre tú y yo. Te aprecio. No quiero que te metas en más líos, pero a estas alturas ya es inevitable. No me extrañaría nada que los policías vinieran de camino ahora mismo. Vas a tener que hacer frente a lo ocurrido.

Mi hermana se limpia las lágrimas.

—Tienes razón. Supongo que tendré que hacerlo.

—Ojalá... Dios, ojalá Liz hubiera confesado. Ojalá hubiera ido directa a la policía esa noche, ¿sabes? Quizá aún estaría viva. Quizá todo sería diferente.

—Quizá —dice Josie con la mirada perdida en el infinito.

Me empiezo a marear. Tanto que, sin pensarlo, me agarro a él para no caerme.

En cuanto hago contacto con él, su cuerpo entero se agarrota. Por primera vez desde mi muerte, estoy convencida de que él también me siente. Quizá no sepa qué es, pero sabe que es algo.

—¿Richie? —le dice Josie, sorbiendo, llorando aún—. ¿Qué pasa? Te noto raro.

Él niega con la cabeza. Me aparto de él. Aún estoy mareada, pero he conseguido recobrar el equilibrio sobre las botas (las condenadas botas) y deslizarme al suelo, junto a Josie. El salón me da vueltas. Tengo la impresión de que voy a desmayarme. Respiro hondo, esforzándome por recobrar la compostura.

—¿Qué miras? —dice Richie. Aún parece aturdido por el contacto conmigo.

—Nada. Un viejo álbum de fotos. De mucho antes de que mamá se divorciara. Mi álbum de bebé.

—Conque fotos de bebé, ¿eh? ¿Puedo verlas? —Solamente quiere ser amable. Está deseando irse de mi casa. Quiere alejarse de Josie. Pero Richie es muy buen tío... No se va a largar y la va a dejar ahí sola, y menos ahora.

—Claro. Siéntate.

Los tres estamos sentados en el suelo, Josie en el centro. Está mirando sus fotos de recién nacida, en brazos de su madre. Nicole y su primer marido parecen felices de estar con su bebé. No hay signos de descontento en sus ojos, ni indicios externos de que no sean una familia feliz.

Incluso de bebé, Josie tenía los ojos muy abiertos. Mira a la cámara. Una mata de pelo rojo le cubre la cabeza.

De pronto, recuerdo. Comprendo. Ahí está: la última pieza del rompecabezas.

—Qué raro —dice Richie.

—¿El qué? —Josie posa la mano en su muslo como si fuera lo más natural del mundo.

Parece como si alguien hubiera pulsado un interruptor y encendido las luces. Ahora todo está claro. Todo encaja. Claro. Esa es la verdad. Siempre ha estado ahí, esperando a que yo recordara.

«¡Sal de aquí!», quiero gritar. En cambio, alargo la mano por encima de Josie y lo agarro del brazo. Dudo que funcione, pero debo intentarlo. Quiero que lo sepa. Quiero que se dé cuenta. Necesito que entienda lo que sé que estoy a punto de ver.

—Cuidado con el pelirrojo disfrazado —dice—. ¿No es eso lo que me dijiste que el médium le había dicho a Liz? ¿En la Iglesia Espiritualista a la que ibais?

—Ah. Sí. Supongo. —Josie retira la mano del muslo de Richie—. Pero yo solo fui pelirroja hasta los cuatro años. Cuando crecí, se me volvió... bueno, así. —Se tira de los sucios rizos rubios—. Llevo años tiñéndomelo.

—Pero fuiste pelirroja —dice Richie. La mira fijamente.

Me agarro a Richie tan fuerte como puedo. Concentrándome intensamente. «Por favor —pienso—, recuerda, por favor. Estamos conectados. Muéstramelo. Muéstraselo a él.»

Es más de medianoche. En el Elizabeth casi todo el mundo duerme. Salvo Josie y yo.

—Menudos muermos de amigos —protesta, dándole un buen trago a una botella de cerveza casi vacía—. Ni siquiera han aguantado hasta que fuera de verdad tu cumpleaños. ¿Cuánto queda, un par de horas?

Me levanto. Me veo claramente mareada, inestable.

—Necesito aire —le digo, y salgo a cubierta—. Ven conmigo.

Bajamos los escalones que conectan el barco con el muelle y nos situamos juntas en la superficie desvencijada. La noche es silenciosa, todos nuestros amigos duermen. Tengo casi dieciocho años y estoy metida en un lío gordísimo.

—Tenemos que hablar, Josie —le digo.

Me mira con recelo.

—¿De qué?

—Ya sabes de qué. De Alex. De lo que hicimos. Ya no aguanto más —digo—. Ni un día más.

El rostro de mi hermanastra revela una súbita alarma.

Hablo arrastrando un poco las palabras.

—Voy a contarle al señor Riley lo que ocurrió, Josie. No sé lo que haré después. Seguramente iré a la policía.

Niega rotundamente con la cabeza.

—De eso nada. Liz, ni hablar. No vas a contarle nada. Lo de Vince se acabó. Solamente han sido unas fotos y un poco de pasta.

—Nunca va a parar, Josie. Por más que le dé, siempre quiere más. Cada vez que me llama pide más dinero, y ahora quiere sexo. —Suelto una carcajada—. ¿Y creerá que voy a hacerlo con él? Me niego. —Meneo la cabeza enérgicamente. El muelle se mece con suavidad sobre el agua. Por un instante, casi parece que voy a perder el equilibrio. Pero las botas me quedan genial. Sé que ni de coña me las quito para no tambalearme. Son el complemento perfecto de mi modelito.

Observo que Josie está haciendo un esfuerzo supremo por mantener la calma.

—Liz, escúchame. Estás borracha. Ya se nos ocurrirá algo. Pero no se lo puedes contar a nadie. Ya lo hemos hablado. Lo pasaríamos muy mal. Hace más de un año. Mira... acuéstate con él. Tampoco será para tanto, ¿no?

—No sé —le digo—. Soy virgen. Ya lo sabes.

—Bueno, algún día tendrás que perder la virginidad.

—Quiero perderla con Richie.

Suelta un bufido. No dice nada.

Apoyo las manos en las rodillas.

—Qué mareada estoy —susurro—. Me parece que me voy a desmayar, Josie.

—Ponte la cabeza entre las rodillas —me instruye—. Respira hondo.

—Josie —mascullo—, necesito zumo. ¿Me lo traes? Me voy a desmayar.

—Sí, claro. Espera.

Sube al barco. Entra. Mira un buen rato alrededor. Observa a mis amigos: Topher y Mera, abrazados, compartiendo saco de dormir; Richie, dormido en un sofá; Caroline, hecha un ovillo en el suelo. Todos traspuestos. Nadie sabe que aún estamos despiertas, solas en el muelle. Nadie puede ver nada.

Josie no va al frigorífico a por zumo para mí. Vuelve a salir, sube despacio al muelle y se me queda mirando.

Estoy borracha. Estoy agotada; debo de haber corrido quince kilómetros hoy, igual más, y salvo un trocito de tarta, seguramente casi no he comido. Ahora lo recuerdo todo perfectamente. Me cuesta creer lo mucho que maltraté mi cuerpo. Como si quisiera que algo terrible me ocurriera. Y ahora me va a ocurrir.

La miro.

—¿Y mi zumo?

Doy un paso atrás. Ella se acerca. Retrocedo otro paso, este trémulo e inestable; empiezo a tambalearme mientras ella se acerca más.

—Liz, no puedes contárselo a nadie. Lo estropearás todo. Te meterás en un lío. —Traga saliva—. Me meterás a mí. No es justo.

—Tengo que contárselo a alguien. Se lo voy a decir al señor Riley. Me ayudará. Él lo entenderá. Josie, no puedo seguir viviendo así. Tengo la sensación de que este secreto me está matando.

Retrocedo tambaleándome, intentando desesperadamente recuperar el equilibrio, y el borde de la bota se me engancha en el muelle. Estiro los brazos con la intención de agarrarme a Josie.

Ella me mira durante un momento que se me hace interminable, aunque son solo unos segundos. No hace nada.

Caigo al agua. Por un instante, mi cuerpo entero desaparece. Luego emerjo, chapoteando ruidosamente, suplicándole ayuda a gritos.

En esta época del año, por las noches, el agua está helada, y eso es suficiente para que me despeje. Sigo chapoteando un poco, intentando agarrarme al borde del muelle para subir a la superficie. Mi hermanastra solo me mira, me observa, piensa. Hasta que se decide.

Entonces se pone de rodillas. Extiende los brazos, como si fuera a tirar de mí y, por un segundo, aliviada, alargo la mano, agradecida por la ayuda.

Me pone una mano en el hombro, la otra en la cabeza y me empuja hacia abajo. Lo hace en silencio, con los ojos llenos de lágrimas y una cara de firme determinación.

Me mantiene bajo el agua un buen rato. En algún momento, tendré que respirar. Mientras presencio la escena, lo recuerdo todo perfectamente. Casi como si lo reviviera. Agua en los pulmones, en la nariz, en todas partes. Abrasándome. La boca bien abierta en un grito silencioso bajo el agua y el mundo entero oscureciéndose a mis ojos.

Esta noche, la víspera de mi decimoctavo cumpleaños, muero.

Josie se levanta. Lleva un top de tirantes y unos vaqueros cortos, así que casi no se ha mojado. Tiene los brazos rojos del agua fría. Entra en el barco, se mete en el baño y se seca en silencio. Contempla su reflejo en el espejo, respira hondo muchas veces, luego sale del baño, apaga las luces y se refugia bajo la manta de una de las camas.

Se queda allí tumbada un rato, con los ojos muy abiertos, mirando al techo. Después, apenas unos minutos antes de que yo cumpla oficialmente mis dieciocho años, mi hermanastra se queda dormida.

Cuando abro los ojos y miro a Richie, lo sé enseguida: lo ha entendido. Quizá no lo haya visto todo como yo lo he visto, pero me ha sentido. Lo sabe.

—Tú —susurra, levantándose como un rayo y apartándose despacio de Josie—. Tú mataste a mi Liz.

Josie se lleva el dedo índice a la boca cerrada. No dice nada.

—¿Por qué lo hiciste? —pregunta Richie, susurrando aún—. ¿Por qué querías hacerle daño?

—Ella lo tenía todo —le dice Josie con una calma que me aterra hasta a mí—. Era guapa. Te tenía a ti. Y a nuestro padre. Todos saben que yo también soy hija suya, todo el mundo, pero él jamás lo ha reconocido. Hasta mi madre me dijo que era cierto. Pero Liz se llevaba toda la atención. Liz era la más guapa. Liz era la reina del instituto. Para ella todo era facilísimo. Para mí nunca fue tan fácil. Ella lo tenía todo, Richie. Incluso cuando no se lo merecía.

Cada vez más convencida de lo que dice, va subiendo el volumen.

—Apenas sabías que yo existía hasta que descubriste que te ponía los cuernos. Igual no te engañaba de verdad, pero casi. ¡Yo nunca te habría hecho algo así, Richie! ¿No lo entiendes? La vida sigue sus patrones. Liz era como su madre. Yo como la mía. Tú eres como mi padre. ¿No lo ves? Deberíamos estar juntos.

Richie mira a su alrededor, como buscando una salida, pero no tiene escapatoria. No le queda más remedio que escuchar.

—Liz lo tenía todo —repite—, e iba a echarlo a perder por una tonta borrachera. —Empieza a temblarle la voz—. Y me iba a arrastrar consigo. Quiero a mi padre, Richie. Y te quiero a ti. Y quería a Liz. Era mi hermana. Pero llevaba una vida genial; era hora de que alguien más la probara. —Cierra el álbum de bebé y lo deja a un lado—. Me tocaba a mí probarla. Nos iba a entregar, ¡me iba a entregar! No conducía yo. Yo no atropellé a Alex. No merecía meterme en un lío por algo que había hecho ella.

—No querías que te pillaran —le dice Richie con los ojos como platos—. Solamente era eso, ¿no? Reconócelo. Ella iba a contar la verdad, y tú no querías.

—Sí —contesta Josie, febril. Asiente—. Claro. Supongo que era eso, Richie.

—Estás enferma —dice mi novio. Mi Richie. El amor de mi vida.

Josie vuelve a asentir con la cabeza.

—Puede.

Richie se agacha, respira hondo varias veces, intenta recuperar la compostura. Mientras mira al suelo, observa algo.

Sigo su mirada. Hago un aspaviento.

Allí, alrededor del tobillo de Josie, está su pulsera de «Amigas para siempre». Aún la lleva. A pesar de haberme matado.

En un solo movimiento, con más rabia en su rostro de la que le he visto jamás, Richie se abalanza sobre ella. Antes de que Josie pueda retroceder, le agarra la pulsera y se la arranca del tobillo, reventando la cadena.

—¿Qué haces? —chilla ella, retirando la pierna.

Richie esconde la pulsera en el puño. Su mirada es de auténtica rabia, además de otras muchas emociones: dolor, tristeza... pero no compasión. Ninguna para Josie.

—Devuélveme eso —le susurra furiosa mi hermanastra, mirándole el puño.

Él menea la cabeza.

—No. No la volverás a llevar. Jamás.

Alguien llama flojito a la puerta.

—Supongo que esa es la policía —dice Richie, sin aliento. No se mueve.

Josie parece serena, pero respira con dificultad. Aunque tiene los ojos vidriosos, habla con frialdad.

—¿No les vas a abrir?

—Liz habría hecho cualquier cosa por ti.

—Liz iba a arruinarme la vida.

—Por eso la mataste.

Josie parpadea.

—Diles que pasen. Estoy harta de esperar. —Suspira—. La vida es un rollo sin Liz. De haberlo sabido antes, tal vez las cosas habrían sido distintas.