CAPITULO IV

 

Cuando subió al colectivo el mismo estaba desierto, no había nadie en él. En esa noche de invierno el joven pidió su boleto al chofer de colectivo y se dirigió a los asientos de la parte trasera del vehículo.  Marcos estaba un poco enojado y fastidioso por haberse tenido que quedar hasta tan tarde en su trabajo, pero eso era algo necesario para darle las cosas que necesitaba su familia. Esos sacrificios eran necesarios para poder llevar el alimento a su  y pagar las cuentas de la casa.

 

Una vez que el joven se sentó en los viejos  asientos de cuerina negra del colectivo, intento reposar ya que estaba muy cansado. Los ruidos molestos que hacía ese colectivo no lo dejaban descansar. Aproximadamente 60 minutos faltaban para poder estar de vuelta en su casa junto a su familia y poder ver los ojos de felicidad de su pequeña hija. Eso era todo lo que necesitaba para ser feliz. El interior del colectivo estaba iluminado con bombillas de todos los colores, violetas, otros rojos, otros verdes, a pesar de esto la iluminación no era muy intensa. Sin embargo era suficiente para no poder ver con claridad hacia afuera del colectivo. Marcos siguió sentado e intento reclinar la cabeza hacia un lado, para intentar apoyarla en el espacio entre la ventana y el asiento. Luego de acomodarse cerró los ojos con la esperanza de poder descansar un poco antes de llegar a su casa. El malestar del día no dejaba de resonar en su cabeza, todas las cosas que habían acontecido durante ese largo día de trabajo. Había trabajando muy duro y si bien había llegado tarde,  él no había tenido la culpa del atrasado del coectivo que provocó su demora. En fin, eso ya no importaba por que había logrado despachar el pedido tiempo y ahora estaba camino a casa, con los ojos cerrados, tratando de conciliar el sueño, con la esperanza de que cuando llegue su familia no lo vea tan cansado. Además, dormir un rato serviría para poder ahorrar un poco las energías y así poder jugar con su pequeña hija y hablar con su señora cuando llegara a casa.

 

El viaje por esa desolada ruta durante noche y sin nada para ver por la ventanilla tornaba un tanto monótono. Cuando los baches de camino lo dejaban, Marcos aprovechaba para dormir, pero arriba de esa vija carcacha cada bache parecía todo un cráter.

 

Esa noche el viaje iba transcurriendo normalmente cuando el chofer del colectivo se dirigió al joven.

 

-Chofer: Estamos teniendo algunos problemas con el colectivo. Me temo que no creo que sea posible continuar con esta unidad hasta llegar al pueblo.

 

-Marcos: Pero ¿Qué vamos a hacer? Estamos en medio de esta desolada ruta.

 

 -Chofer: Dado a que este es el último coche de la noche no podemos esperar  hasta que pase la siguiente unidad. Por ahora continúa funcionando pero necesitamos un teléfono para pedir ayuda a la empresa.

 

-Marcos: ¡Qué suerte la mía!

 

Pensó el joven. Primero me peleo con mi mujer, luego mi jefe me reprende por llegar tarde, finalmente tengo que quedarme hasta después de hora trabajando y ahora el colectivo con problemas. Espero que permanezca funcionando hasta llegar al pueblo.

 

-Marcos: ¡Por Dios! realmente esto no puede estar peor!

 

En ese momento sus pensamientos fueron interrumpidos por un tremendo estruendo que salió en la parte trasera del ómnibus.

 

-Chofer: ¡Rayos! Debe haber sido el motor, realmente necesito un auxilio urgente. Necesito revisar esta unidad, no sé cuánto más podemos  continuar.

 

- Marcos: ¡Aguardé! No podemos detenernos en el medio del camino. Esta es una ruta local, muy poco transitada, sin iluminación y como si fuese poco el colectivo no está bien iluminado. Podemos tener un accidente.

 

En ese momento no era tan habitual como lo es ahora el uso de los teléfonos móviles. Ni el chofer, ni Marcos disponían de uno. En esa época los teléfonos móviles eran usados por las personas de un alto poder adquisitivo. Adicionalmente, el servicio era muy escaso y se limitaba  a la zona céntrica de las mayores ciudades de Brasil.

 

-Chofer: Tengo que detenerme con urgencia. Voy a hacer mi máximo esfuerzo para tratar de llegar a la primera gasolinera, o al menos algún lugar donde puedan ayudarnos o facilitarnos un teléfono.

 

Marcos conocía muy bien esa ruta y sabía que no había ninguna gasolinera antes de llegar al pueblo. A lo lejos, en la inmensidad de la noche aparecieron unas pequeñas luces en el horizonte. En ese momento el chofer lo interrumpió:

 

-Chofer: La próxima zona urbana en este camino rural es en el viejo hospicio.

 

-Marcos: ¡El viejo hospicio!

 

Exclamó el joven con un acento preocupado.

 

-Marcos: Acaso no escuchó la cantidad de historias que se escuchan de ese macabro lugar. A la gente en ese lugar, la secuestran y roban los órganos. Algunas de las personas que se encuentran allí están muy perturbadas.

 

-Chofer: ¡Déjese de chiquils! Es simplemente un hospital, como cualquier otro no tiene porqué tener miedo. Además nuestra situación así lo amerita, no tenemos otra alternativa. No podemos quedarnos al costado del camino porque podríamos tener un grave accidente de tránsito. En estas condiciones el colectivo no va a poder llegar al pueblo y son muchos kilómetros los que nos separan. Seguir caminando al costado del camino sería casi un suicidio, fácilmente un auto, o un camión podría atropellarnos.

 

-Marcos: Si, entiendo.

 

Respondió el joven con un notable too de resignación. A los pocos segundos el chofer agregó, cómo si necesitara justificarse:

 

-Chofer: Sinceramente es el único lugar donde podemos ir para solicitar un teléfono, o al menos allí podremos conseguir algunas herramientas para intentar reparar el colectivo nosotros mismos.

 

-Marcos: ¿Herramientas en un loquero?

 

Preguntó el joven con incredulidad, mientras pasaba su mano izquierda por su barbilla.

 

 -Chofer: Si mal no recuerdo, existe un taller de mantenimiento en el viejo hospicio. Podría pedir prestado sus herramientas para revisar el colectivo e intentar solucionar yo mismo el problema. De esta forma podríamos continuar con nuestro viaje, sin tener que esperar largo tiempo hasta que llegue el remolque.

 

El joven viendo las circunstancias en las que se encontraba y percatándose de que no tenía más alternativa que aceptar la premisa que viejo conductor,  se resignó y asintió con su cabeza.