Capítulo DIECIOCHO HOYOS P.G. Wodehouse

EL reloj comenzó a tañer la primera de las ocho campanadas cuando todavía estaban atravesando el tramo inicial del parque.

Y el lugar tenía varias entradas.

Si ella se iba por otro lado...

—¡Desplegaos! —ordenó Tasio—. ¡Hay que evitar que se vaya o no la atraparemos antes de que cumpla su amenaza!

Asintieron con la cabeza, aun sabiendo que eso entrañaba un riesgo evidente: estar solos cuando las manecillas del reloj sobrepasaran las ocho de la tarde.

Y apenas quedaban unos segundos.

Tasio siguió por el centro, Ana por la izquierda y Gaspar por la derecha. No tenían ni idea de cuál podía ser el último banco. Sin embargo...

—Si hemos resuelto la pista final en la calle Mayor... ¡el último banco ha de ser el más alejado de la entrada de ese lado! —comprendió Tasio.

Ana y Gaspar también acababan de darse cuenta de eso. Cada uno por su lado, intentaban obstaculizar una posible huida de la profesora de lengua por las salidas de ambos lados. Claro que quedaba la de la parte de atrás, justo la más cercana al banco en el que se suponía que les aguardaba.

La octava campanada.

—Vamos, tío, dale —se exigió más y más Tasio.

Sorteaba niños jugando, con pelotas, en patinete, correteando de un lado a otro; madres con cochecitos, novios caminando abrazados con cara de estar en la luna, ancianos con su bastón, el variopinto mundo de los parques en un día de primavera, aunque ya fuese una hora tardía. El buen tiempo favorecía el aprovechamiento hasta el último minuto de las horas de la tarde.

Los bancos estaban llenos de gente, pero en ninguno estaba la persona que buscaban.

Los tres, cada uno por su lado, convergieron al final de una plazoleta de la que salía una calle interior, con bancos a ambos lados. Tendría unos treinta metros de largo. El último banco estaba cerca del muro que cerraba el parque por ese lado. Desde lejos parecía estar lleno de gente.

—¡Ha de ser ese! —señaló Gaspar.

Quemaron sus energías finales.

Ya eran un poco más de las ocho. Apenas unos segundos.

Llegaban tarde.

Pero la profesora de lengua tenía que estar allí, todavía.

Tasio y Gaspar cogieron a Ana, cada uno de una mano, para no dejarla atrás. La llevaron en volandas. Fue la furia final.

A medida que se acercaban al banco..., las personas que allí estaban se les hicieron más y más familiares.

Ellas también miraban en su dirección, sonriendo.

La directora del instituto, la señora Bienvenida; el jefe de estudios, el señor Valerio...

¡Y ella!

La SOS.

Solo que había alguien más, una cuarta persona.

¡El inspector Atienza, el policía!