Capítulo UN CAPITÁN DE QUINCE AÑOS Jules Verne

AGAMENÓN era el celador del instituto. Un tipo peculiar, con un misterioso pasado. Unos decían que había sido guerrillero en un conflicto latinoamericano, otros que mercenario en una guerra africana, otros afirmaban que se escondía bajo la apariencia de un simple celador para no destacar y para que sus ex mujeres no le encontraran. Las teorías y fantasías no menguaban, iban en aumento, año a año, cada vez que un alumno o una alumna aseguraba saber, «de buena tinta», algo de su oscuro pasado. Agamenón no se esforzaba lo más mínimo en clarificar las cosas, de ahí que cuando alguno de ellos tenía un problema con él, plegara velas por si acaso. La última teoría relacionaba al celador con la mafia, así que, si eso era cierto, las «amistades» del tipo eran más que peligrosas.

Agamenón vivía justo delante del instituto, así que cuando no los vigilaba desde dentro, observaba el centro escolar desde afuera. Lo amaba. Se le notaba. Amaba su trabajo y aquellas paredes llenas de historia. Era un tipo larguirucho, que caminaba convertido en una larga S con patas, dominándolo todo con sus ojillos penetrantes que cabalgaban sobre la nariz, aguileña, y los labios, rectos. Las orejas, muy salidas, le conferían un aire como de mariposa a punto de echar a volar. Otros detalles característicos eran su nuez, muy salida, y sus manos, muy grandes.

Les estaba esperando, porque lo encontraron sentado en el escalón de la portería de su casa con el sobre en la mano, enfundado en su eterno mono azul de trabajo. Al verlos aparecer a la carrera, ni se inmutó.

Pero si les esperaba allí era porque confiaba en ellos.

Y eso les dio moral.

Una inyección de adrenalina.

—¡Agamenón! —jadeó Tasio, deteniéndose el primero frente a él.

—Hola, chicos —los saludó con frialdad.

—¿Cómo vamos de tiempo? —le preguntó Gaspar.

—Justitos.

—Tú sabes de qué va todo esto, ¿verdad? —le interrogó Ana.

—No —fue categórico.

—¡Pero si acabas de decir que vamos justos de tiempo!

—Sé que esto es una carrera contrarreloj, nada más. A mí me dio el sobre la señorita Soledad y me dijo que algunos alumnos pasarían a por él. Y que si no pasaban, es que habían fallado. No hay que ser muy listo para sumar dos y dos.

—¿Nos das el sobre?

—Claro —se lo entregó a Ana.

—Oye —se lanzó Gaspar aprovechando la coyuntura—, ¿es cierto que has sido guerrillero, y mercenario, y...?

—Y paracaidista, y explorador, y piloto, y muchas más cosas, sí —lo dijo como si tal cosa.

—¿Qué haces de celador en un instituto? —se quedó boquiabierto Gaspar.

—Estaba cansado de tanto ir de aquí para allá, y como no tengo hijos...

—¿Nos tomas el pelo? —vaciló Tasio.

—¿Tú que crees?

Iba a decir que sí, pero al asomarse a sus ojos...

Se estremeció.

—Gracias, Agamenón —dijo el chico.

—De nada.

Lo vieron meterse en la casa, y ellos se quedaron de nuevo solos, frente al instituto, con el sobre en las manos de Ana. No lejos, la quiosquera les observaba desde la esquina con la misma sonrisa de burla de antes.

—Vamos a donde no pueda vernos —tiró de sus compañeros Ana.

Se ocultaron entre dos camiones aparcados en una calle lateral y rompieron el sobre para extraer la hoja de papel que debía de conducirles a la letra número 6. Se acercaba el momento decisivo y lo sabían.

Pero, entretanto, la tarde iba declinando lentamente.

—¿Listos? —llenó sus pulmones de aire Ana antes de leer los términos de la nueva prueba y de la siguiente pista.

Tasio y Gaspar asintieron con la cabeza.

El papel decía:

PRUEBA N.º 6

Aurelio Murciélago Bisabuelo Neumático Contundencia Orquídea Degustación Porquería Estudiosa Quebradizo Fecundación Republicano Guitarrero Sanguíneo Hipotenusa Taquillero Impetuosa Unipersonal Jerárquico Vestuario Kárate Zurrapiento Lloriquear

PREGUNTA: ¿Qué letra está repetida?

PISTA PARA EL SIGUIENTE SOBRE

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto dellas concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa un ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad. Seguro que no habíais leído tanto de nuestro inmortal Quijote seguido. Pues vais a tener que leer este texto más veces, porque de él depende que halléis el siguiente sobre. Atentos: seguid las pistas mediante las dos fórmulas y la clave final que os propongo y resolveréis el enigma.

FÓRMULA PARA DAR CON EL LUGAR: 3-8-9-74 FÓRMULA PARA DAR CON QUIEN TIENE EL NUEVO SOBRE: 62-108-109-110-117-118-119-142-143-144

CLAVE PARA QUE OS LO ENTREGUE: 159-160-216-217

No os pongáis bizcos ni empecéis a maldecirme, que está «chupado». ¿Vais a poneros nerviosos ahora, después de haber llegado hasta aquí?

—Se va poniendo chistosa por momentos —refunfuñó Tasio.

—Se lo debía de estar pasando en grande mientras preparaba estas pruebas —asintió Gaspar—. Y encima, como no lo resolvamos, va y se lo pasa aún más en grande cepillándose a uno de nosotros.

—Bueno, por lo menos tú y yo lo estamos peleando —repuso Tasio—. Igual se inclina por Sonia, Pedro o Fernando, que no han hecho nada y se han rajado.

—¿Os vais a quedar más tranquilos si se carga a uno de ellos? —mostró su desacuerdo Ana.

—Venga, vamos con la prueba —se resignó Tasio.

Examinaron la lista de palabras.

—Esto parece fácil —opinó Gaspar—. Esas palabras están por orden alfabético, aunque no hay ninguna primera letra repetida.

—Y faltan las que empiezan por Ñ, W, X e Y — apuntó Ana.

—Pero no se trata de las que faltan, sino de una que esté repetida. Ese es el truco.

—Una palabra no: una letra —puntualizó Tasio.

Leyeron por segunda vez la lista sin encontrar nada extraño en ella.

—Letras, letras... —repitió para sí misma Ana—. ¿Qué tienen en común estas palabras para que pregunte qué letra está repetida?

—¿Por qué no las contamos? Por ejemplo la A —propuso Gaspar.

—Está en «Aurelio», en «Bisabuelo», en «Contundencia»...

—Hay una A en cada palabra —fue más rápido Tasio.

—¿Y la E?

—«Aurelio», «Bisabuelo», «Contundencia»... También —sintió un ramalazo instintivo Ana.

—Y lo mismo con las otras vocales —destacó Gaspar.

—¡En cada palabra están las cinco vocales! —descubrió Tasio.

Era cierto. Las repasaron una a una hasta llegar a...

—¡Kárate!

—¡Tiene dos aes!

—¿Es la única que está repetida?

—¡Si todas contienen las cinco vocales, y es la única que no tiene las cinco y encima la A está repetida...!

Examinaron las demás, conteniendo la respiración. No había error posible. La anomalía, la excepción, estaba en «Kárate». La letra A se repetía en ella.

—¡La quinta letra! —apretó los puños Tasio.

—¡Qué fuerte! —aplaudió Gaspar—. La verdad es que, una vez resueltas la mayoría de las pruebas y pistas, parece sencillo, ¿a que sí?

—No cantemos victoria —propuso Ana—. Lo del Quijote parece complicado.

—Dice que tendremos que leer el texto varias veces.

—Me pregunto por qué.

—«Fórmula para dar con el lugar: 3-8-9-74» —leyó Ana en voz alta.

—En el texto no hay ningún número, ¿verdad? —Gaspar se asomó para estudiarlo con atención.

—Sí, hay un cuarenta y un veinte y un cincuenta... —buscó los números Ana.

—¿Por qué no contamos las palabras? —propuso Tasio.

—¿Por qué? —dijo Gaspar.

—Es lo único que tendría sentido.

—Una, dos tres... La tercera es «lugar» —Ana hizo lo que le decía su amigo—. Cuatro, cinco, seis, siete, ocho... La ocho es «cuyo» y la nueve «nombre»...

—Pues tiene sentido —se sorprendió Gaspar—. «Lugar cuyo nombre».

—Sigue —apremió Tasio a Ana.

Ya no las contó en voz alta. Llegó a la setenta y cuatro, que era «calzas».

—«Lugar cuyo nombre calzas» —vaciló.

Gaspar fue el primero en abrir la boca.

—¡«El zapato»! —gritó—. Nuestro bar.

—¡Esa es la clave! —se le disparó la adrenalina a Ana—. ¡Muy bien, Tasio! ¡Son los números de las palabras en el texto! ¡Ellas nos han dicho el dónde y supongo que ahora nos dirán el quién y el cómo!

Tasio parpadeó, impresionado por su intuición.

—Rápido, mira la segunda fórmula para saber quién tiene el sobre en «El zapato» —apremió Gaspar.

Ana volvió a contar las palabras.

La sesenta y dos era «tres»; la ciento ocho, ciento nueve y ciento diez, seguidas, decían «de los cuarenta»; la ciento diecisiete, ciento dieciocho y ciento diecinueve, también seguidas, decían «a los veinte»; y finalmente, con las tres últimas, nuevamente seguidas, del ciento cuarenta y dos al ciento cuarenta y cuatro, podía leerse «con los cincuenta».

—«Tres de los cuarenta a los veinte con los cincuenta» —no acabó de verlo claro Tasio.

—Hemos de ir a «El zapato». Allí lo veremos —se levantó Gaspar.

—Espera —lo detuvo Ana—. Veamos antes lo de la clave para que nos entreguen el sobre.

Organizó la siguiente frase. Las palabras ciento cincuenta y nueve y ciento sesenta del texto eran «amigo de», mientras que las dos últimas, doscientos dieciséis y doscientos diecisiete, decían «la verdad».

—¿«Amigo de la verdad»?

—Vamos al bar —Tasio repitió el gesto de Gaspar.

Entre los dos ayudaron a Ana a incorporarse. Ella todavía no las tenía todas consigo.

—¿Y si hemos metido la pata? —se inquietó.

—Mira la hora que es —señaló Gaspar.

—Hemos de arriesgarnos —dijo con determinación Tasio.

—Sí, supongo que sí.

Y echaron a correr hacia él.

El bar «El zapato», justo en la misma esquina de la calle, la opuesta del quiosco, era el punto de reunión de la mayoría de ellos cuando llegaban pronto al instituto o cuando salían de él y disponían de tiempo. A veces, incluso, en la media hora de patio les dejaban salir a por alguna cosa si el propio bar del instituto ofrecía el habitual overbooking y colapso de muchas mañanas. Y desde luego, era el punto de encuentro más habitual de los profesores para tomar café o escaparse en los ratos libres.

A esa hora estaba relativamente lleno, porque ya ofrecía la primera animación del atardecer. Las mesas ocupadas mostraban un variopinto público formado por ociosos que leían el periódico, parejas haciéndose carantoñas delante de un refresco o señoras tomando una improvisada merienda a base de tapitas. En la barra quedaban los cerveceros o los que hablaban de fútbol. Ellos entraron como tres fieras aceleradas antes de detenerse sin saber qué hacer.

—Pues ya estamos aquí —suspiró Tasio.

—«El zapato» —lo confirmó Gaspar por decir algo.

—«Tres de los cuarenta a los veinte con los cincuenta» —recordó Ana.

Se sintieron un poco perdidos, máxime cuando algunos de los parroquianos les miraron con curiosidad dado lo furioso de su irrupción en el local.

—Hemos de buscar a alguien. El lugar ya está, ahora necesitamos a quién —se serenó Ana.

—Si es así, tres es el número —reflexionó Tasio.

—Y lo otro... la edad —completó el razonamiento Gaspar.

Miraron las mesas una por una.

En la del rincón vieron a tres personas. Un matrimonio y su hija. El hombre rondaría los cincuenta, la mujer los cuarenta y la hija los veinte.

—¡«Tres de los cuarenta a los veinte con los cincuenta»! —apenas si pudo creerlo Ana.

Caminaron hasta ellos, despacio, por si metían la pata y les tomaban por locos o por extraterrestres. Cuando se detuvieron frente al trío se quedaron un poco en blanco.

Hasta que el hombre preguntó:

—¿La clave?

—«Amigo de la verdad» —balbuceó Ana con un soplo de voz.

—¿Qué? —el hombre se llevó una mano a la oreja.

—Es un poco sordo —explicó su mujer.

—Lo ha dicho bien, papá —indicó la muchacha—. Dale el sobre.

—Quiero oírlo, que ya sabéis como es Sole.

—¡«Amigo de la verdad»! —gritaron Ana, Tasio y Gaspar al unísono.

—Vale, vale —asintió el hombre.

Metió una mano en su bolsillo y les entregó el nuevo sobre.