54

La nieve empezó a caer a las seis, como si hubiera estado esperando que el sol se escondiera tras el horizonte para hacer su aparición. Y a medianoche, la tormenta no daba señales de ceder.

Mientras miraba por la ventana de su habitación, Xcor podía seguir el curso de los gruesos copos de nieve gracias a las luces de la calle que bordeaban el callejón sin salida en el que estaba la casa.

—¿Vienes?

Al oír la voz de Throe, Xcor miró por encima del hombro. Su soldado estaba de pie en el umbral, vestido con un traje apropiado.

Su Elegida estaría esperándolo, pensó Xcor. En medio de esta tormenta.

Suponiendo que se presentara.

Pero él no se podía perder la coronación.

—Sí —dijo bruscamente y se levantó de la silla que había acercado a la ventana.

Después de reunir todas sus cartucheras, se las acomodó en los hombros y la cintura, y enseguida deslizó en ellas varias pistolas y cuchillos. Pero cuando hizo el además de agarrar la guadaña, Throe sacudió la cabeza.

—Creo que deberías dejar eso aquí, ¿no?

—Ella viene conmigo.

Después de que Xcor se pusiera la guadaña en la espalda, cubrió todo con la funda de cuero.

—Procedamos.

Mientras caminaba al lado de Throe, se negó a mirar al macho a los ojos. Sabía lo que iba a encontrar en ellos y no le apetecía que lo sometieran a un examen.

Al reunirse con los Bastardos en la primera planta, Xcor guardó silencio mientras salían a la noche helada y se desmaterializaban desde el jardín trasero…

… hasta los terrenos de la moderna casa de Ichan, hijo de Enoch.

A través de la tormenta de nieve, Xcor pudo ver que otros ya habían llegado: miembros del Consejo, vestidos con traje formal, que se paseaban por el interior de la casa y junto a las ventanas iluminadas.

La celebración estaba garantizada, pues esto era, de hecho, un triunfo…, o así debería haber sido. Sin embargo, en lo único en lo que Xcor podía pensar era en la hembra que estaba en una pradera, ojalá bien equipada contra el invierno, esperándolo. Al levantar la vista hacia el cielo, Xcor sintió la nieve sobre sus ojos y parpadeó.

¿Cuánto tiempo se quedaría allí…?

—Por aquí —dijo Throe, indicando una entrada que tenía la sutileza de un aviso luminoso a la orilla de una carretera. Como si se pudiera pasar por alto.

Había muchos reflectores, todos enfocados hacia los cristales de colores que rodeaban una puerta pintada de rojo que tenía pegado una especie de símbolo similar al sol.

—¡Qué hortera! —murmuró Throe, cuando empezaron a caminar hacia la puerta a través de la nieve—. Desgraciadamente, el interior es peor.

Xcor, por el contrario, no tenía ninguna opinión sobre la decoración. Y tampoco lo impresionaron los criados uniformados que les abrieron la puerta, ofrecieron pequeños trozos de comida en bandejas de plata y tomaron nota de las bebidas.

No, él se encontraba en un campo muy lejano, debajo de un arce, esperando a que llegara una hembra para poder ofrecerle su abrigo y protegerla de la tormenta.

Xcor no estaba ahí…

—¿Me permitís el abrigo? —le preguntó un doggen que estaba a su lado.

Al sentir la mirada de Xcor, el mayordomo dio un paso atrás.

—No.

—Como deseéis, señor. —El macho hizo una reverencia tan pronunciada que casi toca el suelo brillante—. Por supuesto…

En ese momento se acercó Ichan, con los ademanes ostentosos del líder de una banda musical. De hecho, llevaba puesto un esmoquin de satén rojo sangre y un par de mocasines que tenían sus iniciales bordadas en hilo dorado. Todo un dandi, o así al menos se vería él.

—Bienvenidos, bienvenidos. Servíos algo… Claus, ¿ya los has atendido?

Xcor dejó que sus Bastardos contestaran por él y decidió pasar a otra habitación.

Y, cuando lo hizo, los aristócratas se silenciaron a su paso, mientras abrían mucho los ojos movidos por una mezcla de temor y respeto. Esa era la razón por la que había querido llevar sus armas. Xcor quería que su personaje violento fuera un poderoso recordatorio de quién estaba al mando.

Mientras seguía vagando sin rumbo, Xcor notó distraídamente que Throe tenía razón respecto a los muebles. El «arte» moderno asfixiaba todos los espacios, llenando rincones y paredes, y sillas y mesas y sofás que parecían tan distorsionados que uno se preguntaba dónde podían sentarse los invitados. Y había colores por todas partes, que solo parecían tener en común ser los tonos más brillantes y estridentes para la retina…

¿Cuánto tiempo se quedaría esperándolo ella? ¿Llevaría un abrigo?

Desde luego que lo llevaría.

¿Y si alguien le preguntara a dónde iba? ¿Y si alguien la pillara regresando a la casa?

—¿Xcor? —dijo Throe en voz baja.

—Sí.

—Es la hora. —Throe hizo un gesto en dirección a la biblioteca, que por fortuna solo contenía estanterías y libros. Los muebles habían sido retirados.

O, al menos, la mayoría de ellos, pues en el centro del espacio había una silla grande similar a un trono y una mesa con un gran pergamino encima, además de cera para sellar y muchas, muchas cintas.

Ah, sí. El lugar del precioso apogeo de Ichan.

El cual no iba a durar mucho.

Xcor se acercó y se detuvo junto a la puerta para poder mirar a los ojos a cada miembro de la glymera a medida que iban entrando. Al ver que no quedaba nadie más, fijó su atención en el grupo y sus soldados lo rodearon, bloqueando con sus cuerpos la salida de la biblioteca…

Desde detrás, la puerta principal se abrió una última vez y entró una ráfaga de viento frío y seco que se instaló en la casa como si fuera un invitado perdido. Pero al mirar por encima del hombro, Xcor frunció el ceño.

En efecto, acababa de llegar un invitado extraviado: Rehvenge, el leahdyre titular del Consejo, entró caminando como si fuera el dueño del lugar, con su largo abrigo de visón arrastrando detrás de él y un bastón rojo que no era una sombrilla.

Venía sonriendo y sus ojos color púrpura mostraban una determinación que resultaba, de hecho, una advertencia.

—¿Llego tarde? —gritó. Luego se acercó a donde estaba Xcor y se le quedó mirando fijamente—. No quisiera perderme esto.

Quién demonios lo habrá invitado, se preguntó Xcor. El macho estaba sólidamente aliado con el antiguo rey, lo cual lo convertía en un infiltrado que parecía más bien un jaguar.

Desde la biblioteca, Ichan se dio media vuelta, agitando un cigarrillo que estaba incrustado en una antigua boquilla de ébano y, al ver quién había llegado, se quedó paralizado.

Rehvenge levantó el bastón en lugar de saludar formalmente.

—Sorpresa —dijo, al tiempo que se metía entre el grupo—. Oh, ¿acaso no me esperaban? Estaba en la lista de invitados.

Al ver que Throe daba un paso al frente, Xcor lo agarró y lo hizo dar marcha atrás.

—No. Es posible que no esté solo.

De inmediato, todos sus soldados metieron las manos en los bolsillos y la ropa. Al igual que lo hizo Xcor.

Y, sin embargo, no apareció ningún Hermano.

Así que esto era un mensaje, pensó Xcor.

Ichan lo miró desde el centro de la biblioteca, como si esperara que Xcor se encargara del intruso, pero al ver que ninguno de los guerreros se movía, el aristócrata se aclaró la garganta y se acercó a Rehvenge.

—¿Me permites un minuto, si eres tan gentil? —dijo Ichan—. En privado.

Rehvenge sonrió como si ya tuviera los colmillos en la garganta de aquel idiota.

—No, en privado, no. No para hablar de esto.

—No eres bienvenido aquí.

—¿Quieres echarme? —Rehvenge se inclinó sobre las caderas—. ¿Quieres intentarlo tú a ver qué pasa? ¿O vas a pedirles a esos matones de ahí que lo hagan por ti?

Ichan trató de contestar algo, pero se quedó sin palabras.

—No, no lo creo.

Al ver que Rehvenge metía la mano en el abrigo, Ichan soltó un chillido de alarma y los aristócratas que estaban en el salón se movieron nerviosos, como ganado a punto de ser sacrificado.

Xcor solo volvió a mirar por encima del hombro. La puerta se había quedado abierta, pues los criados estaban demasiado distraídos para cerrarla, o tal vez simplemente habían desaparecido.

Rehvenge la había dejado abierta a propósito, ¿no? Seguramente porque estaba planeando su retirada.

—Os traigo saludos de Wrath, hijo de Wrath —dijo Rehvenge, todavía con esa sonrisa en la cara—. Y tengo un documento que él desea compartir con todos vosotros.

Cuando sacó un tubo de cartón de debajo del brazo y le quitó la tapa, los aristócratas dieron un respingo, como si estuvieran esperando el estallido de una bomba.

Y tal vez fuera algo así lo que traía.

Rehvenge desenrolló un pergamino que tenía cintas negras y rojas colgando de la parte inferior. En lugar de leer lo que estaba escrito en tinta, Rehvenge solo le dio la vuelta al documento.

—Creo que tú deberías hacer los honores —le dijo a Ichan.

—Qué es lo que… —Al fijarse bien en lo que tenía frente a sus ojos, el macho se quedó sin palabras. Y después de un momento gritó—: Tyhm, Tyhm.

—Sí, creo que encontraréis que todo está en orden y es legal. Wrath ya no está apareado con ella. Se divorció de ella hace unas tres semanas… y, aunque yo no soy abogado, estoy bastante seguro de que un voto de destitución no puede estar basado en un hecho inexistente.

El abogado alto y delgado se acercó por fin y se inclinó sobre el documento, como si la proximidad ocular pudiera aumentar la comprensión de lo que decía allí.

Y, en efecto, la expresión de su cara fue la única traducción que necesitó la audiencia: la incredulidad se transformó en una especie de horror, como si, en efecto, acabara de estallar un explosivo frente a sus ojos.

—¡Esto es una falsificación! —declaró Ichan.

—Tiene los testigos adecuados, yo soy uno de ellos. ¿Te habría gustado que Wrath y la Hermandad vinieran aquí a testificar sobre la validez del documento? ¿No? Ah, no te preocupes. No estamos esperando una respuesta. No hay ninguna posible.

—Nos vamos ya —susurró Xcor.

Si él fuera Wrath, el siguiente movimiento sería atacar la casa, y no había suficientes escondites allí dentro, pues todo aquel arte de pacotilla y esos espacios abiertos resultaban muy malos como escudos.

Cuando las voces de los aristócratas subieron de volumen, Xcor y sus soldados se desmaterializaron hasta el jardín delantero y, preparándose para el combate, sacaron sus armas.

Pero no había nadie allí.

Ni Hermanos. Ni ataque. Ni… nada.

El silencio era ensordecedor.