11

Wrath atravesó a paso rápido el túnel subterráneo del complejo. Las pisadas de sus botas de combate resonaban a su alrededor hasta convertirse en su propia marcha militar. A su lado, George iba casi trotando, mientras su collar tintineaba y sus patas hacían ruido sobre el suelo de cemento.

El trayecto desde el centro de entrenamiento hasta la mansión normalmente llevaba dos minutos como mínimo; de tres a cuatro si ibas charlando y caminando despacio. Pero esta vez George se detuvo frente a la puerta de seguridad solo treinta segundos después de que salieran de la oficina a través de la parte trasera del armario en que guardaban los suministros.

Después de subir los escalones, Wrath tanteó con las manos hasta encontrar el teclado del sistema de seguridad e introdujo el código. Con un sonido metálico como de puerta acorazada, la cerradura se abrió y el rey y su perro siguieron a través de un pasaje que llevaba hasta el siguiente control de seguridad. Superada esa última barrera, salieron al inmenso vestíbulo y lo primero que Wrath hizo fue olfatear el aire.

Cordero para la Primera Comida. La chimenea encendida en la biblioteca. Vishous fumándose un cigarro liado por él mismo en la sala de billar.

Mierda. Tenía que hablar con su hermano sobre lo que había sucedido con Payne en el gimnasio. Técnicamente le debía un rythe.

Pero todo eso podía esperar.

—Beth —le dijo al perro—. Búscala.

Los dos, rey y animal, olfatearon el aire varias veces.

—Arriba —le ordenó Wrath al perro, al tiempo que este comenzaba a caminar hacia delante.

Al llegar al rellano del segundo piso, el olor de Beth se volvió más fuerte, lo cual confirmaba que estaban en la dirección correcta. La mala noticia era que el olor venía de la izquierda.

Wrath empezó a caminar por el pasillo de las estatuas y pasó frente a la habitación de John y Xhex, y luego frente a la de Blay y Qhuinn.

Se detuvieron antes de llegar a la suite de Zsadist y Bella.

Wrath no necesitaba que su perro le dijera que había llegado a su destino; él sabía exactamente frente a qué habitación estaban: incluso fuera, en el pasillo, las hormonas del embarazo espesaban el aire hasta tal punto que era como estar frente a una cortina de terciopelo.

Lo cual era precisamente la razón por la que Beth estaba ahí, ¿no?

Las hembras no tienen secretos con los compañeros que las respetan.

Maldición. No me vayas a decir que mi compañera quiere un bebé y está haciendo algo al respecto sin siquiera hablar conmigo.

Wrath apretó los dientes y levantó los nudillos para golpear, pero terminó casi tumbando la puerta. Una vez. Dos.

—Adelante —dijo la Elegida Layla.

Wrath abrió la puerta y percibió exactamente el momento en que su shellan lo vio, porque el olor a humo de la culpa y el engaño fluyó a través de la habitación hasta sus narices.

—Tenemos que hablar —dijo bruscamente. Luego hizo una seña con la cabeza hacia donde creía que debía de estar Layla y agregó—: Por favor, discúlpanos, Elegida.

Hubo un intercambio de palabras entre las hembras, un poco forzado por parte de Beth y nervioso por parte de Layla. Luego su compañera se levantó de la cama y atravesó la habitación hacia donde estaba él.

No se dijeron ni una palabra. Ni cuando ella cerró la puerta, ni mientras recorrían el pasillo de las estatuas el uno junto a la otra. Y cuando llegaron a la entrada del despacho de Wrath, el rey le dijo a George que esperara fuera antes de cerrar la puerta.

Aunque conocía de memoria la disposición de los ridículos muebles franceses, Wrath estiró los brazos y fue tocando el respaldo de las sillas forradas en seda, del delicado sofá… hasta encontrar la esquina del escritorio de su padre.

Cuando lo rodeó y se sentó en su trono, puso las manos sobre los magníficos apoyabrazos tallados y se agarró a ellos con tanta fuerza que la madera crujió.

—¿Hace cuánto que estás pasando tiempo con ella?

—¿Con quién?

—No te hagas la tonta. No te pega.

El aire se agitó en la habitación y Wrath oyó los pasos de Beth sobre la alfombra de Aubusson. Mientras su compañera se paseaba de un lado a otro, Wrath podía imaginársela, con el ceño fruncido, la boca apretada y los brazos cruzados sobre el pecho.

El sentimiento de culpa había desaparecido. En su lugar, Beth parecía tan furiosa como él.

—¿Por qué demonios te importa? —murmuró ella.

—Porque tengo derecho a saber dónde estás.

—¿Perdón?

Wrath apuntó un dedo en dirección a donde creía que estaba ella.

—Ella está embarazada.

—Sí, ya me he dado cuenta.

Wrath estrelló el puño contra el escritorio con tanta fuerza que el auricular del teléfono se descolgó.

—¡Tú quieres acelerar la llegada de tu periodo de fertilidad!

—¡Sí! —le gritó ella en respuesta—. Así es. ¿Acaso es un crimen?

Wrath soltó el aire que tenía en los pulmones y sintió como si acabara de atropellarlo un coche. De nuevo.

Era increíble ver cómo el hecho de oír en voz alta tu mayor temor podía ser completamente devastador.

Mientras respiraba profundamente un par de veces, Wrath pensó que debía elegir sus palabras con mucho cuidado. A pesar de la adrenalina que corría ahora por sus venas y que lo hacía sentir a punto de asfixiarse del terror.

En medio del silencio, el tono del teléfono descolgado, pip-pip-pip, rogando para que lo colgaran, parecía tan ensordecedor como los tacos que los dos estaban soltando mentalmente.

Con mano temblorosa, Wrath tanteó sobre el escritorio hasta encontrar el auricular y finalmente lo colgó, después de un par de intentos, pero sin romper nada.

Por Dios, ¡qué silencio! Y, por alguna razón, Wrath cobró de repente una conciencia casi sobrenatural de la silla en la que estaba sentado. Percibió cada cosa: desde el asiento de cuero duro, pasando por los símbolos tallados bajo sus brazos, hasta la forma en que la parte baja de su espalda quedaba marcada por el relieve que tenía el respaldo en esa parte.

—Necesito que oigas bien esto —dijo con tono neutral— y debes saber que es la pura verdad. No voy a aparearme contigo cuando llegue tu periodo de fertilidad. Nunca.

Ahora fue Beth quien respiró como si acabara de recibir un puñetazo en el estómago.

—No puedo…, no puedo creer que acabes de decirme eso.

—Eso no va a pasar nunca jamás. Nunca voy a dejarte embarazada.

Había pocas cosas en la vida sobre las que Wrath tuviera mayor certeza. La única otra que se le ocurría era lo mucho que amaba a Beth.

—¿Porque no quieres —dijo ella bruscamente— o porque no puedes?

—Porque no quiero.

—Wrath, eso no es justo. No puedes grabar eso en piedra como si fuera una de tus proclamas reales.

—Entonces, ¿se supone que debo mentir acerca de lo que siento?

—No, pero podemos hablar al respecto, por Dios santo. Somos compañeros y esto nos afecta a los dos.

—Ninguna discusión va a cambiar mi posición. Si quieres seguir perdiendo tu tiempo con la Elegida, es tu decisión. Pero si lo que dicen es cierto y eso hace que entres en tu periodo de fertilidad, debes saber que te medicaremos hasta que pase. Y yo no voy a aparearme contigo.

—Por Dios…, como si yo fuera un animal que necesita ir al veterinario.

—No tienes ni idea de lo que son esas hormonas.

—Claro. Y tú sí sabes cómo son.

Wrath se encogió de hombros.

—Es un hecho verificable de la biología. Cuando Layla estaba en su periodo de fertilidad, todos lo sentimos en la casa; incluso una noche y media después de que hubiera terminado. Marissa fue medicada durante varios años. Es lo que se hace.

—Sí, tal vez cuando una hembra no está casada. Pero la última vez que miré, mi nombre todavía estaba grabado en tu espalda.

—El solo hecho de estar casada no significa que tengas que tener niños.

Beth se quedó callada un rato.

—¿No se te ha ocurrido ni por un instante que esto pueda ser importante para mí? Y no como si quisiera un coche nuevo, o volver a estudiar. Tampoco te estoy pidiendo que tengamos una puta cita de vez en cuando, entre que te intentan matar y haces ese trabajo que tanto odias. Wrath, esta es la base de la vida.

Y la puerta hacia la muerte… para ella. Porque muchas hembras morían al dar a luz y si Wrath la perdía…

Mierda. Ni siquiera podía pensarlo.

—No te voy a dar un hijo. Podría justificar mi opinión con cientos de palabras sin sentido, pero tarde o temprano vas a tener que aceptar…

¿Aceptarlo? ¿Como si alguien me hubiese estornudado encima y tuviera que resignarme a toser durante un par de días? —El asombro que transmitía su voz era tan claro como la furia que la enardecía—. ¿Oyes lo que estás diciendo?

—Soy jodidamente consciente de cada palabra que he dicho. Créeme.

—Muy bien. Perfecto. ¿Y cómo te parecería que yo dijera… que me vas a dar el hijo que quiero y que eso solo es algo a lo que tú vas a tener que acostumbrarte y punto?

Wrath volvió a encogerse de hombros.

—No me puedes obligar a estar contigo.

Al ver que Beth contenía un grito ahogado, Wrath tuvo la sensación de que acababan de entrar en una nueva dimensión de su relación… y no precisamente una buena. Pero ya no había marcha atrás.

Maldiciendo entre dientes, Wrath sacudió la cabeza.

—Hazte un favor y deja de pasar tiempo con esa hembra todas las noches. Si tienes suerte, la superstición no va a funcionar y simplemente podemos olvidarnos de todo esto…

—¿Olvidarnos? Espera… ¿Estás…, estás…? ¿Acaso has perdido la cabeza, joder?

Mierda. Su shellan nunca tartamudeaba y rara vez decía groserías. ¡Qué cagada!

Pero eso no cambiaba nada.

—¿Cuándo me lo ibas a decir? —preguntó Wrath.

—¿Decirte qué? ¿Lo imbécil que puedes llegar a ser? ¿Qué te parece ahora mismo?

—No, que estabas tratando de acelerar deliberadamente tu periodo de fertilidad. Hablando de cosas que nos afectan a los dos.

¿Qué habría ocurrido si ella hubiera entrado de repente en su periodo de fertilidad cuando estaban solos y juntos durante el día? Él habría podido caer en la tentación y luego…

Eso no habría estado bien. En especial si él descubría más tarde que ella había estado pasando tiempo con la Elegida precisamente para que eso ocurriera.

Wrath miró a Beth con rabia.

—Sí, ¿en qué momento de la conversación iba a salir ese tema? Esta noche no, ¿cierto? ¿Acaso estabas guardando el asunto para mañana? —Wrath se inclinó sobre el escritorio—. Tú ya sabías que yo no quería. Te lo había dicho.

Más pasos nerviosos. Wrath podía oír cada pisada. Pasó un rato antes de que se detuviera.

—¿Sabes qué? Me voy a ir de aquí ahora mismo —dijo Beth—, y no solo porque tenga que salir esta noche. No puedo estar cerca de ti durante un tiempo. Y luego, cuando regrese, vamos a hablar de esto largo y tendido, vamos a contemplar los dos lados del tema… ¡No! —ordenó Beth al ver que Wrath estaba a punto de abrir la boca—. No digas ni una palabra más. Si lo haces, tengo el presentimiento de que voy a querer hacer las maletas para marcharme de aquí para siempre.

—¿A dónde vas?

—Contrariamente a lo que todo el mundo piensa, tú no tienes derecho a saber dónde estoy en cada momento del día y la noche. En especial después de esta discusión.

Wrath volvió a maldecir, se quitó sus gafas de sol y se masajeó el puente de la nariz.

—Beth, escucha. Yo solo…

—Mira, ya te he escuchado suficientemente por ahora. Así que haznos un favor a los dos y quédate justo donde estás. Al paso que vas, ese escritorio y esa silla dura van a ser lo único que te quede, en todo caso. Así que será mejor que te acostumbres a ellos.

Wrath cerró la boca y oyó cómo Beth salía del estudio. Y cómo se cerraron de un golpe las puertas después de que ella saliera.

Estaba a punto de correr tras ella, pero luego recordó que la doctora Jane había dicho algo sobre la resonancia de John en ese hospital humano. Seguramente era allí adonde iba Beth, ella había dicho que quería acompañarlo.

De repente, Wrath se acordó del ataque que había sufrido John y lo que había pasado después. Más tarde le había preguntado a Qhuinn lo que John estaba tratando de comunicarle a Beth. Si le estaban diciendo algo a su shellan, él quería conocer los detalles, gracias.

Te mantendré a salvo. Yo te protegeré.

Muy bien, eso sí que era raro. Normalmente Wrath no tenía problemas con John Matthew. De hecho, el chico siempre le había agradado, hasta el punto de que era casi aterradora la facilidad con que el guerrero mudo había entrado en la vida de todos los miembros de la casa, y se había quedado allí.

Era un gran soldado. Tenía la cabeza bien puesta sobre los hombros. Y la falta de voz no era problema excepto con Wrath, porque obviamente él no podía leer el lenguaje de gestos.

Ah, y en cuanto al análisis de sangre que había demostrado que era el hijo de Darius, la verdad era que, cuanto más tiempo pasaba con el chico, más evidente resultaba la conexión.

Pero para él se rebasaba el límite cuando cualquier macho trataba de inmiscuirse entre él y su compañera, ya fuera un hermano de sangre o no. Él era el único que iba a mantener a Beth segura y que la iba a proteger. Nadie más. Y se habría enfrentado a John después…, pero lo más raro era que el chico tampoco parecía saber lo que había dicho: John no conocía la Lengua Antigua como para mantener una conversación y, sin embargo, tanto Blay como Qhuinn habían confirmado que eso era lo que parecía estar articulando con los labios.

Pero, en fin. John iba a recibir tratamiento y, en lo concerniente a Beth, John no sería problema. Sin embargo, este tema del bebé…

Pasó un largo rato antes de que Wrath retirara las manos de los apoyabrazos del trono y, cuando lo hizo, sintió que le dolían las articulaciones.

Al paso que vas, ese escritorio y esa silla dura van a ser lo único que te quede.

¡Qué desastre! Pero la conclusión era que… él sencillamente no era capaz de perderla por un embarazo. Y a pesar de lo grave que fuera este altercado entre ellos, al menos los dos seguían vivitos y coleando y así se iban a quedar: no había manera de que él se arriesgara voluntariamente a perderla solo por un hijo o una hija hipotéticos. Hijo o hija que, por cierto, suponiendo que sobrevivieran hasta llegar a la edad adulta, estarían condenados a sufrir con este legado real tanto como estaba sufriendo él.

Y eso era lo otro para él. Wrath no tenía ningún interés en condenar a un inocente a toda esta mierda de ser rey. Era lo que había arruinado su vida y una herencia que no deseaba compartir con alguien a quien seguramente amaría casi tanto como a su shellan…

Wrath se movió en el trono y bajó la vista hacia su cuerpo… y frunció el ceño.

Aunque no podía ver nada, se dio cuenta de que… tenía una erección. Una erección que palpitaba y empujaba contra la cremallera de sus pantalones de cuero.

Como si tuviera un lugar a donde ir. Ahora mismo.

Wrath se agarró la cabeza con las manos, pues sabía con exactitud lo que eso significaba.

—Ay…, Dios…, no.

‡ ‡ ‡

—¿Quieres alimentarte de la vena?

Mientras esperaba una respuesta a su pregunta, la Elegida Selena hizo su mejor esfuerzo para hacer caso omiso del hecho de que el increíble macho de piel morena que estaba en la cama frente a ella se encontrara desnudo. Porque tenía que estarlo. Con la sábana enrollada hasta la cintura, tenía el pecho descubierto y la suave luz del rincón iluminaba aquellos pectorales labrados y los hombros musculosos.

Era difícil imaginar la razón por la cual se había cubierto de cintura para abajo.

Querida Virgen Escribana, ese macho era una verdadera aparición. Y una revelación, aunque no debido a que ella fuese una ignorante o una ingenua. Tal vez hubiese vivido recluida en el Santuario desde su nacimiento hacía un siglo, pero al ser una ehros, Selena estaba familiarizada con la mecánica del sexo.

Sin embargo, aparte del entrenamiento que había recibido, el acto sexual todavía no había formado parte de su destino. El anterior Gran Padre había sido asesinado en los ataques justo antes de que ella alcanzara la madurez, y habían pasado décadas y décadas antes de que nombraran un reemplazo. Luego, cuando Phury asumió el papel de Gran Padre, lo cambió todo y liberó a las Elegidas, mientras que él tomaba una shellan con la cual tenía una relación monógama.

Selena siempre se había preguntado cómo sería el sexo. Y ahora, mirando a Trez, supo visceralmente la razón por la cual las hembras se sometían por su propia voluntad. Por qué sus hermanas se arreglaban y se preparaban para cumplir con su «deber». Por qué regresaban después al dormitorio con una cierta incandescencia en la piel, el pelo, la sonrisa y el alma.

Era abrumador experimentar de primera mano…

De repente Selena se dio cuenta de que él no le había respondido.

Y al ver que Trez seguía mirándola fijamente, se preguntó si lo habría ofendido de alguna manera. Pero ¿cómo? Según entendía, él no tenía compañera: había llegado a la mansión con su hermano, no con una shellan, y nunca se había visto a ninguna hembra en este cuarto.

No es que ella estuviera pendiente de todos sus movimientos.

Pero sí de la mayoría.

Al sentir que sus mejillas se ruborizaban, Selena se reafirmó en la idea de que él debía necesitar alimentarse de la vena después de todo lo que había sufrido. De hecho, hasta en la cara se le notaba el efecto de la enfermedad…, en ese rostro duro pero hermoso, con esos ojos oscuros y almendrados, y esos labios prominentes y perfectamente tallados, y los pómulos salientes y la mandíbula fuerte…

Selena se sobresaltó.

—No puedes estar preguntándome eso en serio —dijo él con voz ronca.

Sus palabras parecían más profundas que de costumbre y tuvieron el efecto más extraño sobre ella. De inmediato, el rubor que se había asomado a su cara se esparció por todo su cuerpo, calentándola desde el núcleo, relajando su cuerpo de una manera que la hizo temer un poco menos por su futuro.

—¿Por qué no? —se oyó decir Selena.

Y esto no sería un deber. No, en medio de la penumbra y el silencio que los rodeaba, Selena quería que él se alimentara de la vena de su cuello, no de la muñeca…

Pero eso era una locura, oyó que le decía una vocecilla interior. No era apropiado y no solo por el hecho de que borraría los límites del trabajo que ella venía a hacer a la mansión.

Selena cerró los ojos y odió pensar que, si fuera razonable, debería dar media vuelta y salir de esa habitación inmediatamente. Este macho, este resplandeciente macho que era capaz de derretir hasta la rigidez de sus extremidades, no era su futuro. Así como el Gran Padre no era su futuro, ni ningún otro macho, a decir verdad.

Su futuro había sido decidido incluso antes de que la envolvieran en su primera túnica de Elegida.

Después de un largo momento, Trez negó con la cabeza.

—Gracias, pero no.

El rechazo hizo que Selena sintiera náuseas. ¿Tal vez él había sentido los deseos inapropiados que ella tenía? Y sin embargo… Selena podría haber jurado que él sentía algo parecido. Una vez la había detenido en las escaleras y ella estaba segura de que él quería…

Bueno, al menos en ese momento había tenido la sensatez de tratar de alejarlo.

Sin embargo, después de despedirse con incomodidad, la manera como él la había mirado se le había quedado dando vueltas en la cabeza y fue entonces cuando empezó a observarlo desde las sombras.

Sin embargo, ahora él no la estaba mirando de esa forma.

Y todo había cambiado en él después de que ella hiciera su oferta. ¿Por qué?

—Será mejor que te vayas —dijo él y le señaló la puerta con la cabeza—. Solo necesito comer algo y estaré bien.

—¿Acaso te he ofendido?

—Ay, por Dios, no. —Trez cerró los ojos y sacudió la cabeza—. Simplemente no quiero que…

Pero Selena no pudo oír el final de la frase porque él se restregó la cara con las manos y ahogó las palabras.

De repente Selena pensó en los libros que había leído en la sagrada biblioteca del Santuario. Había leído tantos detalles sobre la vida que se vivía aquí en la Tierra. Las noches y los días eran tan ricos y sorprendentes. Las historias eran tan vívidas que sentía como si solo necesitara estirar la mano para tocar este otro plano de la existencia. Ella estaba ansiosa por conocer este otro lado y había desarrollado una especie de adicción a sus historias, con todas sus bondades y tristezas. A diferencia de muchas de sus hermanas, que solo registraban lo que aparecía en los cuencos de cristal en los que se podía ver todo lo que sucedía, ella había devorado en su tiempo libre todo lo que tenía que ver con el mundo moderno, las palabras que se usaban, la manera en la que la gente llevaba su vida.

Siempre había pensado que eso era lo más cerca que llegaría a estar de tener la libertad de elegir y disponer de cualquier clase de destino.

Y eso todavía era cierto, incluso después de la liberación que había liderado Phury.

—Maldita hembra, no me mires así —gruñó Trez.

—Así, ¿cómo?

Trez pareció mover con nerviosismo las caderas y, cuando murmuró algo, ella tampoco pudo oírlo. Luego respiró profundamente y, querida Virgen Escribana, el aroma que brotaba de él era como ambrosía para su nariz.

—Selena, por favor, tienes que irte.

Trez arqueó la espalda contra las almohadas y su magnífico pecho se apretó, mientras que las venas de su cuello brotaron un poco más.

Por favor.

Era evidente que estaba sufriendo, y que ella era, de alguna manera, la causa.

Selena se arregló nerviosamente la túnica mientras se ponía de pie y, haciendo una extraña venia, bajó la cabeza.

—Claro.

Luego salió del dormitorio y cerró la puerta, aunque no recordaba haberlo hecho, y terminó en el pasillo, a medio camino entre la bóveda cerrada que llevaba a las habitaciones privadas de la Primera Familia y las escaleras que la llevarían de regreso al segundo piso…

Y al minuto siguiente, estaba de nuevo en el Santuario.

Lo cual era una sorpresa, en realidad. Por lo general cuando terminaba de prestar su servicio en la Tierra, regresaba al norte, a la casa de campo de Rehvenge. Disfrutaba mucho de la biblioteca de la casa, con sus ficciones y esas biografías que eran igual de interesantes, aunque menos invasivas, que los volúmenes que podía consultar en el Santuario.

Pero algo en su interior la había hecho regresar a su antiguo hogar.

Qué distinto estaba, pensó, mientras miraba a su alrededor. El Santuario ya no era un bastión monocromático; ahora solo los edificios, construidos en prístino mármol, eran blancos. Todo lo demás resplandecía con colores, desde el verde esmeralda del césped, pasando por el amarillo y el rosa y el púrpura de los tulipanes, hasta el azul pálido de los baños. Pero la disposición era la misma. El templo privado del Gran Padre seguía estando cerca de los claustros de las escribientes y la enorme biblioteca de mármol, y también de la entrada cerrada a los cuarteles privados de la Virgen Escribana. A lo lejos se encontraban los dormitorios donde las Elegidas reposaban y tomaban sus comidas, y al lado, los baños y la piscina. Y luego, enfrente de todo aquello, estaba el inmenso tesoro con sus objetos y rarezas, y sus contenedores llenos de piedras preciosas.

Ah, qué ironía. Ahora que el color complacía los ojos por todas partes, todo estaba desierto, pues las Elegidas habían abandonado el nido para extender sus alas.

Nadie tenía ni idea de dónde estaba la Virgen Escribana, y nadie se atrevía tampoco a preguntar.

Su ausencia era a la vez extraña y desconcertante. Pero también resultaba agradable.

Cuando Selena empezó a caminar, parecía evidente que tenía un destino en mente, pero a nivel inconsciente. Al menos eso no era inusual. Ella siempre había sido muy introvertida, por lo general porque estaba pensando en lo que había visto en los cuencos o lo que había leído en aquellos volúmenes encuadernados en cuero.

Sin embargo, esta vez no estaba reflexionando sobre la vida de los otros.

El macho de piel oscura era…, bueno, no parecía haber suficientes palabras para describirlo, a pesar del extenso vocabulario que poseía Selena. Y las imágenes de lo que acababa de suceder en su habitación eran como el color aquí arriba: una revelación de belleza.

Mientras pensaba obsesivamente en aquel macho, Selena siguió caminando: pasó frente al centro de las escribientes, al lado del jardín de los dormitorios y siguió incluso más allá, hasta acercarse a la frontera boscosa que te devolvía mágicamente al mismo lugar por el que habías entrado.

Solo se dio cuenta del lugar al que la habían llevado sus pies cuando ya era demasiado tarde.

El cementerio secreto estaba en medio de pérgolas que lo rodeaban por todas partes y el montículo se encontraba deliberadamente oculto a la vista por una red de hojas tan verdes y espesas como un jardín vertical. La entrada estaba cerrada por un arco envuelto en una enredadera de rosas y el sendero de gravilla que serpenteaba hasta el interior tenía apenas anchura para que pasara una persona.

Selena no tenía intención de entrar…

Pero sus pies rompieron esa promesa por su propia voluntad, siguiendo adelante como si fueran los criados de un propósito desconocido.

Dentro del confín de los árboles, el aire parecía tan tibio como siempre, pero aun así Selena sintió un estremecimiento.

Entonces se abrazó a sí misma y pensó en cuánto odiaba ese lugar, pero especialmente la quietud de los monumentos: desde tarimas de piedra blanca, varias formas femeninas aparecían en distintas poses, y sus elegantes brazos y piernas adoptaban diferentes posiciones alrededor de sus cuerpos desnudos. La expresión de las estatuas era serena, mirando el mundo con sus ojos estáticos desde el Ocaso y sonriendo con nostalgia.

Selena volvió a pensar en el macho. Parecía tan vivo en aquella cama. Tan vital.

¿Por qué había venido ahí? ¿Por qué, por qué, por qué…, al cementerio…?

Selena sintió que las rodillas se le doblaban al tiempo que su corazón estallaba en lágrimas y empezaba a llorar, y sus sollozos eran tan lastimeros que le herían la garganta.

Fue ahí, a los pies de sus hermanas, cuando Selena sintió el destino de su muerte prematura.

A lo largo de su vida había pensado que ya había explorado todos los ángulos de su próxima muerte.

Pero el hecho de estar cerca de Trez Latimer le hizo ver que estaba equivocada.