17. Refugio
La espectacular Harley de Lucius permanecía en la entrada de la Hermandad. Se sentó en ella e indicó a Eleanor que hiciera lo mismo. Esta sintió que la ansiedad amenazaba con apoderarse de ella y que le temblaban los dedos. Lucius lo advirtió y, confundiendo su nerviosismo con frío, se quitó su chaqueta y se la ofreció diciendo:
—Te protegerá del viento.
Ella le miró incrédula, ya que jamás hubiera esperado ese gesto amable de él, y protestó:
—Pero usted…
—Estoy acostumbrado a ir en moto, tú no. Toma mi chaqueta y no perdamos más tiempo.
Eleanor asintió con la cabeza y tomó la chaqueta, tratando de no darle importancia. Sin embargo, su nerviosismo aumentó cuando tuvo que rodear su cintura con los brazos. Hacía años que no había abrazado a quien había creído que era su padre, pero ahora que estaba tan cerca del que sí que lo era, una parte de ella anhelaba hacerlo. Confusa y asustada de la intensidad de sus propios sentimientos, cerró los ojos y ciñó con más fuerza sus manos, en lo que quizá sería el único contacto físico que podría tener con su padre, el hombre que su madre había amado toda su vida y que para ella era un desconocido, un miembro del Círculo de las sombras al que siempre había temido.
Después de un recorrido que a Eleanor se le antojó demasiado rápido para poder ordenar sus ideas, Lucius aparcó la moto en el camino de grava de la entrada del castillo y apagó el motor. Ambos descendieron rápidamente de la moto, pero no lo suficiente como para que sus miradas no se cruzaran. Lucius la escudriñó y le pregunto directamente:
—¿Sucede algo, Eleanor?
—No, señor.
—Solo os hemos traído aquí para protegeros, no intentamos privaros de vuestra libertad —aclaró tensamente.
—Sí, señor.
El dolor la dominó de tal forma que apretó la palma de la mano contra su corazón en un intento de aliviar sus latidos. Lucius no la recordaba y era probable que, aunque lo hiciera, tampoco quisiera saber nada de ella. Solo había sido el fruto de una noche olvidada hace mucho tiempo por un conjuro. Las lágrimas asomaron a sus ojos y se giró rápidamente para evitar que Lucius las detectara. No obstante, él lo intuyó y preguntó de nuevo:
—¿Seguro que estás bien?
Eleanor suspiró y se tragó las lágrimas. Estaban en aquel castillo para defenderse de la bruja, no para intentar recuperar a un padre que ni siquiera recordaba la noche que fue concebida. Tenía que dejar marchar aquella necesidad de encontrar en aquel hombre al chico amable, comprensivo y cariñoso del que su madre se había enamorado; pero no sabía cómo. Apretó los nudillos, recordándose que no era el lugar ni el momento de sincerarse. Por eso contestó a través del nudo de su garganta:
—Sí, estoy perfectamente.
Lucius no pareció convencido, pero hizo un gesto indicándole que caminara hasta la puerta del complejo. La verja estaba abierta, aunque varios guardias la custodiaban. Los miraron fijamente unos segundos con aire inexpresivo y después los dejaron pasar sin rechistar.
El patio delantero estaba desierto y únicamente iluminado por antorchas. Junto a Lucius esperó al resto de sus amigos, sin poder evitar fijarse en la belleza del lugar. El edificio central era una nave de estructura medieval, de la que sobresalían cuatro torreones, cuyas almenas permanecían envueltas en sombras. Las ventanas estaban cubiertas por verjas de hierro forjado en delicadas formas de flores; y una gran puerta tallada en madera permanecía semiabierta, dando acceso a otro patio interior. Lucius observó su mirada embelesada y comentó:
—Tu madre no nos explicó que eras bruja, por ello no te invitamos a los campus de verano.
—Solo trataba de protegerme. —La defendió ella.
—Son campus de verano, Eleanor, no campos de concentración —la corrigió—. Pregúntale a Huck o a cualquiera de los otros que han pasado los veranos aquí. Yo mismo lo hice y puedo garantizarte que es un buen lugar para estar. En realidad, aquí pasé mis mejores años.
Sus palabras la desarmaron y una parte de ella pensó que sí que le hubiera gustado compartir uno de esos campamentos con Huck y los demás. Sabía los motivos que habían llevado a su madre a mantenerla oculta y a pedirle que hiciera lo mismo, pero intuía que si ella hubiera podido elegir, la decisión hubiera sido muy diferente. Por eso se excusó:
—No quería ofenderle, señor.
Lucius suspiró. El nerviosismo de la chica era palpable, así que preguntó con voz baja, temiendo asustarla más:
—¿Qué te contó exactamente tu madre del Círculo de las sombras para que nos tengas tanto miedo?
Eleanor no respondió y en ese momento los coches con sus amigos aparecieron. Lucius pareció recuperar su frialdad habitual y, señalando a los recién llegados, propuso:
—Será mejor que entres con ellos, hay alguien esperándoos.
—¿Usted no se queda?
Lucius la miró, intrigado por su repentino interés. Eleanor bajó los ojos y él se explicó:
—Voy a encabezar una patrulla para buscar a esa bruja. Ya ha llegado demasiado lejos.
Ella asintió y respiró con fuerza para tranquilizarse, sintiendo que el aire frío de la noche se deslizaba por sus pulmones, haciéndole recordar las noches que su madre y ella contemplaban las estrellas bajo una manta, en el jardín. Respiró otra vez, oliendo los jazmines de la entrada entremezclados con el aroma que la colonia de Lucius había dejado en su chaqueta. Se la quitó, sintiendo que perdía una parte de la conexión comenzada y, mientras se la entregaba, le dijo:
—Tenga cuidado.
Sus palabras se desvanecieron al observar que Lucius, que había notado la sombra de preocupación sincera que cruzaba la mirada de la chica mientras lo decía, volvía a escudriñarla, como si intentara saber qué le ocultaba. Sin despedirse siquiera, se apartó de él y caminó deprisa al interior del edificio.
Este era tan impresionante como el exterior. El gran vestíbulo principal era majestuoso, con la piedra centenaria cubierta por delicadas trabajos de marquetería y tapetes que descendían desde lo alto de la pared. El hecho era abovedado y ventanales con vidrieras se abrían en la fachada norte y en la sur. Una gran escalinata se abría en mitad de ella y todos los que habían estado allí en algún campus de verano recordaron el bullicio habitual, que contrastaba con el silencio reinante. Apenas había guardias, ya que el castillo estaba protegido por fuertes conjuros. Los que había permanecían en la puerta principal, manteniendo estoicamente la misma postura durante todo su turno. Chris no pudo evitar comentar:
—Sigo creyendo que hacen un conjuro para poder estar sin moverse.
—Yo opino igual —convino Dylan.
—Eso es una leyenda urbana y los dos lo sabéis —les recordó Carl.
Los dos chicos rieron, pero uno de los profesores apareció para darles la bienvenida. Se trataba del profesor Jones, un viejo conocido de ambos, que les observó detenidamente antes de decir:
—Chris y Dylan, os recuerdo. Espero que la Universidad haya hecho de vosotros chicos serios.
Los dos esbozaron una leve sonrisa inocente, pero sus amigos tuvieron que hacer un esfuerzo considerable para no reír ante la imposibilidad que eso representaba. El maestro lo advirtió y suspiró profundamente antes de añadir:
—Supongo que al menos no habrá reto de ironías.
—Os lo dije, fue legendario, hasta él se acuerda —susurró Dylan.
El profesor suspiró de nuevo pacientemente y comentó:
—Será mejor que nos centremos en la organización de vuestra estancia. Los que ya habéis estado anteriormente, indicad al resto donde están las habitaciones. Obviamente, chicos y chicas separados. La cena estará lista en una hora. Esta noche estaréis solo vosotros, pero mañana se incorporarán el resto de brujos y cambiantes jóvenes de la zona. El Círculo de las sombras no quiere dejar ningún cabo suelto y que se arriesgue la vida de ningún inocente. Carl, Huck, vosotros sois los máximos responsables de vuestras Hermandades, así que controlaréis a vuestros hermanos. Estamos en estado de alerta, por tanto no quiero ninguna fiesta ni nada por el estilo. ¿Entendido?
Los dos asintieron con la cabeza y cuando se quedaron solos Chris protestó:
—¿Por qué me ha mirado a mí al prohibir las fiestas?
—Porque eres el que anoche montó la fiesta de la cerveza en nuestra Hermandad; en la que convenciste incluso a Joshua de que bebiera.
—En realidad lo convenció el guapo de su novio —se defendió Chris con una mueca inocente.
—Eso es cierto. —Le apoyó Zack sin poder evitar una risita.
Los cambiantes rieron a carcajadas y Carl protestó:
—Eh, chicos, que se supone que estáis de mi parte.
—Eres tú el que nos ha pedido una alianza con los brujos —ironizó Dylan.
El grupo entero rio, pero una oronda ama de llaves que parecía salir de la nada les interrumpió:
—El profesor Jones me envía para recordaros que vayáis a vuestras habitaciones.
—Ahora mismo, señora Higs. —Le garantizó Carl.
La mujer le sonrió, afable, y sus ojos se posaron en Chris y Dylan. Ambos, a pesar de sus travesuras se habían convertido con sus irónicos comentarios en sus alumnos favoritos desde hacía años. La magia y la capacidad de cambiarse exigían disciplina, pero también algo más. Era esa chispa que hacía que las situaciones difíciles lo fueran un poco menos, que los alumnos aprendieran no solo lo que debían hacer, sino también a divertirse mientras lo hacían. Por ello les guiñó el ojo y comentó:
—Chris, Dylan, es un placer volver a veros.
Los dos chicos le devolvieron el guiño y añadió:
—Me alegra ver que seguís siendo amigos. Y aunque las circunstancias que os han traído son difíciles, intentaremos que estéis lo mejor posible. Así que os haré de postre aquella tarta de manzana que tanto os gustaba.
Ellos le sonrieron agradecidos, pero ambos sintieron una dolorosa presión en el pecho, recordando los años en los que su amistad se había distanciado en la Universidad. Ninguno dijo nada, pero cuando las chicas se marcharon siguiendo las indicaciones de Náyade a su habitación y el resto de sus amigos las imitaron yendo a la torre en la que se alojaban los varones; Dylan retuvo un momento a Chris tomándole del brazo y susurró en un tono severo poco habitual en él:
—¿Cómo nos convencieron de que no podíamos ser amigos?
—No lo sé. Supongo que nos quedamos atrapados en medio de unos prejuicios que nunca habían sido nuestros.
Los dos chicos se miraron a los ojos y Dylan añadió:
—No sé cómo va a acabar esto, pero estoy cansado de que me digan quién puede o no ser mi amigo en función del poder que tenga.
—Lo sé, yo también.
Ambos intercambiaron una mirada cómplice y Chris añadió:
—Te he echado de menos.
—Y yo a ti. Pero empezamos a parecer Joshua y Carl, así que debemos abandonar esta conversación ahora mismo. —Ironizó Dylan.
Chris rio y palmeó la espalda de su amigo; y juntos comenzaron a subir las escaleras hasta sus habitaciones.