CAPÍTULO 04

Tristan esbozaba una sonrisa tan antinatural y forzada que temió que la cara se le fuese a quedar así para siempre. En ese caso, no podía volver a aparecer en público. Meditó la posibilidad un momento y acabó llegando a la conclusión de que no le desagradaba tanto como habría sido de esperar. De ese modo no volvería a verse obligado a asistir a aquellas fiestas y cenas encopetadas que no eran más que los intentos velados de su madre de emparejarlo con la hija de algún almirante.

Aunque aquella fiesta en su residencia campestre era cualquier cosa menos velada. A lady Carmichael sólo le había faltado decir que, durante los quince días que duraría la fiesta, desfilaría ante él toda una bandada de posibles esposas, y que esperaba que considerara seriamente la posibilidad de decidirse por alguna de ellas antes de que transcurrieran esas dos semanas.

Poco sabía ella lo imposible que le resultaba cumplir su deseo. Si lo supiera… Tristan hizo una mueca de disgusto. Qué disgusto se llevaría su madre si supiera la verdad.

Asintió con expresión ausente ante la enésima risueña debutante, sin rostro ni nombre, que se detenía ante él para hacerle una reverencia mientras su ruidosa madre lo saludaba como una gallina clueca. Un escalofrío le recorrió el cuerpo mientras ambas mujeres eran escoltadas a sus habitaciones.

Aquello era como estar realmente en el infierno, aunque no podía decirse que no mereciera tal castigo por sus variados pecados.

- Tristan.

Dio un respingo al oír el abrupto tono de su madre. Maldita fuera, ya había vuelto a pillarlo pensando en las musarañas.

- Te pido disculpas, madre. Yo sólo…

- Tu obligación como anfitrión es saludar a tus invitados, querido -lo interrumpió la mujer con más suavidad de la que habría cabido esperar tras verlo perder nuevamente los exquisitos modales que exigía su posición.

Al mirarla, se percató del atisbo de preocupación que asomaba a sus ojos, por mucho que ella intentase ocultarlo.

- Detestas esto.

Tristan abandonó la antinatural sonrisa y se permitió una más auténtica al tiempo que rodeaba los hombros de su madre con un brazo. Dios, qué delgada estaba. Eso le hizo pensar en lo frágil que era su mundo. Como si necesitara más recordatorios.

- No lo detesto, madre -mintió. -Soy consciente de que es necesario. Nuestra fiesta campestre es una tradición, y mi obligación es conservar esa tradición.

Ella apretó los labios.

- Ojalá disfrutaras un poco con estas cosas. Odio tener la sensación de que mis palabras sólo apelan a tu sentido del deber y no al de la diversión.

Diversión. ¿Cuánto tiempo hacía que no se la permitía? Lo cierto era que sabía exactamente cuánto tiempo: un año, ocho meses y trece días, desde el momento en que se enteró de la muerte de su hermano. Si se concentraba, podría determinar incluso la hora y los minutos exactos. Sin embargo, decidió no hacerlo, porque bastante le oprimía ya el pecho aquel destructivo sentimiento para el que no tenía ni tiempo ni energía en ese momento.

La falsa sonrisa retornó a sus labios al tiempo que daba a lady Carmichael un tranquilizador apretón.

- Madre, te prometo que haré todo lo posible para divertirme. No me vas a reconocer: seré todo sonrisas durante las comidas, reiré entre juego y juego de mazo y participaré en todos los bailes del condado.

- Lo que dices me resulta en realidad más bien… aterrador -respondió su madre echándose a reír.

Él asintió.

- ¿Verdad que sí?

- ¿Por qué no me prometes simplemente que procurarás no asustar a las debutantes con tu expresión de ogro y que te esforzarás por disfrutar de la compañía de Meredith Sinclair?

Notó un vuelco en el estómago al oír su nombre. Carraspeó mientras trataba de mantener a raya las fuertes emociones que experimentaba, ocultas a los ojos de su madre. Si su señoría supiera lo mucho que deseaba hacer algo más que esforzarse por estar con Meredith, no lo dejaría en paz.

- ¿Hay alguna razón en particular por la que tenga que centrar mis esfuerzos en lady Northam? -Preguntó con fingida indiferencia. -Eso no sería muy justo hacia el resto de tus invitadas. Y, a juzgar por el destello que despiden sus ojos, todas estas damas albergan la esperanza, alimentada por ti sin duda, de que saldrán de aquí como futura lady Carmichael. No me gustaría que fueran diciendo por ahí que mi madre falsea la verdad, por no hablar de mí. Lo único que pretendo es proteger el buen nombre de la familia, te lo aseguro.

La mujer le dio un manotazo juguetón en el brazo.

- No recuerdo haberte criado para que fueras alguien sin iniciativa. Por supuesto, deseo que dediques todos tus sentidos a la dama que atraiga tu atención, si es que alguna lo hace. No tengo intención de controlar tus sentimientos. Sólo espero que hagas el esfuerzo de escuchar un poco a tu corazón. Llevas solo demasiado tiempo.

Antes de que pudiera contestar a su madre, un nuevo carruaje se detuvo delante de la puerta principal, en el camino de entrada circular. Un lacayo descendió de un salto y abrió la portezuela. Del interior del vehículo emergió una mano enguantada seguida por un delgado tobillo femenino que su dueña dejó ver brevemente.

Y el mundo se detuvo en ese mismo instante; quedó congelado sobre su eje mientras Meredith Sinclair descendía de su carruaje. A su pesar, Tristan contuvo el aliento.

La joven parecía más bonita cada vez que la veía. Ese día se había recogido el abundante cabello oscuro y se lo había cubierto con un sombrero azul celeste para viajar más cómodamente, del que escapaban algunos mechones rebeldes, que le enmarcaban las sonrosadas mejillas. Observó el jardín y la casa con ojos resplandecientes de vitalidad, como memorizando cada detalle. Finalmente, posó la vista en la puerta abierta y en él. Si Tristan creía que el pulso se le había acelerado con su llegada, eso no fue nada comparado con la palpitación que experimentó cuando le sonrió con dulzura y se acercó con la elegancia del planeo de una paloma.

- Resérvale un poco de tiempo a lady Northam porque tu rostro se ilumina cada vez que la ves -le susurró su madre al oído. -Y quiero verte esa expresión a menudo. Hace demasiado que tu felicidad dejó de ser una prioridad para ti.

Tristan consiguió reaccionar y cerrar la boca que se le había quedado abierta como si fuera un bobo.

- Me temo que te estás dejando llevar por el absurdo romanticismo de esas novelas que te gusta leer, madre -masculló mientras observaba a Meredith aproximarse. -Yo no cambio de expresión cuando estoy en presencia de lady Northam, y mi felicidad no tiene nada que ver con ella.

Antes de que la mujer pudiera protestar, Meredith salvó la situación. Llegó ante ellos con una inmensa sonrisa y les hizo una reverencia.

- Buenas tardes, milord, milady -saludó.

Lady Carmichael apartó la atención de su hijo, aunque la sonrisa que esbozó le dejó bien claro a éste que aún no había terminado con el tema. Tristan aprovechó para contemplar detenidamente a su nueva invitada mientras su madre y ella se saludaban.

Meredith estaba a escasos centímetros de distancia, lo que le permitió captar el sutil aroma de su perfume, una mezcla embriagadora de lilas y especias exóticas. Sensual y prohibido, igual que ella.

Maldita fuera. Aquella mujer era una distracción totalmente indeseada. Bueno, indeseada no. Era deseada, y mucho, ¡motivo por el que no quería que estuviera allí! Estaba a punto de alcanzar su objetivo, a punto de dar por concluidas las actividades que llevaban atosigándolo casi dos años. Y sabía perfectamente lo que Meredith conseguiría con su presencia. Todos sus calculados movimientos y sacrificios serían vanos si perdía el control precisamente entonces.

La voz de su madre lo arrancó de la neblina de sus impropios pensamientos.

- Estoy muy contenta de tenerla aquí, lady Northam. ¿El viaje ha sido llevadero?

Meredith asintió.

- He tenido la suerte de encontrar carreteras secas y en buen estado todo el camino. Sólo hemos tenido un pequeño incidente cuando a uno de mis caballos se le ha soltado una herradura, pero mis lacayos se la han cambiado rápidamente y hemos logrado llegar sin más contratiempos. Aunque a eso se debe mi tardanza. Espero no haber retrasado el comienzo de la fiesta.

Lady Carmichael negó con la cabeza.

- Oh, no, querida. Es usted la última en llegar, pero justo detrás de los otros. No nos ha causado ninguna molestia, ¿verdad, Tristan?

Este negó con la cabeza. Había estado tan concentrado observando la forma en que la deliciosa boca de Meredith formaba las palabras que había perdido la conciencia de todo lo demás. Y ahora lo estaban incluyendo en una conversación a la que apenas había prestado atención. ¿De qué estaban hablando? Ah, sí, de la tardanza de Meredith.

- No, madre. Ninguna molestia. -Miró a la joven, que lo miraba a su vez fijamente. Por un momento, le pareció vislumbrar un torbellino de emociones en el fondo de sus oscuros ojos azules, emociones que no tenían razón de ser en una conversación informal como aquélla. Rabia, miedo… deseo. Un profundo y peligroso deseo que incendió la sangre de él en respuesta.

Apartó la vista, y vio que su madre lamentaba que lo hiciera, pero por eso precisamente era por lo que llevaba solo tanto tiempo. Aquellas necesidades, aquellos deseos eran una distracción que no podía permitirse.

Meredith ladeó la cabeza.

- ¿Va todo bien, milord? Está usted muy pálido.

Tristan vio que su madre le dirigía una rápida mirada y las arrugas de alrededor de su boca se hicieron más profundas a causa de la preocupación. Se sintió culpable por causarle malestar y se apresuró a erguirse.

- En absoluto, lady Northam -se forzó a contestar. -Me encuentro perfectamente.

- Hum.

Meredith no parecía muy convencida. Por la forma en que lo escrutó de arriba abajo él tuvo la desagradable sensación de que lo estuviera interrogando. Era ridículo, claro está. Tan sólo había hecho una observación.

- Me alegra equivocarme, milord -respondió encogiéndose de hombros. -Porque he oído que esta fiesta promete ser todo un acontecimiento.

Él asintió sin decir nada. Dios, sí, la fiesta campestre que celebraban cada año era algo espectacular. Sólo que ese año tenía un propósito que iba más allá de la celebración de una fiesta. Echó una mirada hacia su madre, que los contemplaba alternativamente con una resplandeciente sonrisa en el rostro. Le resultaba tan duro ver lo esperanzada que estaba con algo que él no podía darle, por mucho que lo atrajera con sus cantos de sirena.

- Discúlpeme, milady -dijo interrumpiendo los comentarios de Meredith al tiempo que le hacía una inclinación de cabeza-, pero como bien dice, esta fiesta es todo un acontecimiento, y tengo que atender aún muchos detalles. Ahora que ha llegado, estoy seguro de que mi madre se asegurará de que se instala usted cómodamente. La veré esta noche en la cena.

Lady Carmichael se quedó boquiabierta ante la falta de modales de su hijo, mientras las cejas de Meredith se disparaban hacia arriba y se quedaba mirándolo retroceder con una última inclinación de cabeza.

Tristan se alejó a paso vivo por la avenida, maldiciéndose por dentro. Le costaba mucho mantener una actitud educada cuando un horrible secreto lo estaba corroyendo por dentro. Fingir que era un caballero se le antojaba una carga más pesada cada día que pasaba. Sólo le restaba ya confiar en que aquella charada terminara pronto. Era la única forma de poder recuperar la vida que tuvo una vez. La vida que le fue arrebatada en el momento mismo en que su hermano murió.

Meredith se quedó mirando el lugar donde dos minutos antes se encontraba Tristan. En sus ojos había visto desesperación. La misma sombra de culpabilidad y angustia que había vislumbrado durante la fiesta en Londres, días atrás. Era evidente que se enfrentaba a demonios internos, pero ¿era la terrible traición que ella tenía órdenes de destapar la causante de su mirada atormentada o había algo más?

No lo sabía. No sabía nada excepto que se moría de ganas de salir corriendo tras él y suplicarle que le confiara el motivo de su aflicción. Deseaba reconfortarlo. Ayudarlo.

Lo último que quería era destruirlo, aunque ése fuera el inevitable desenlace en caso de que se demostrara que las acusaciones que pendían sobre él eran ciertas.

- Lo lamento.

Dio un respingo cuando lady Carmichael posó una delicada mano en su antebrazo.

- ¿Cómo dice? La marquesa sonrió con pesar.

- Mi hijo se ha comportado de una manera muy grosera. Lamento que no haya podido quedarse con nosotras hasta que usted se hubiese retirado a su habitación.

Meredith negó con la cabeza al tiempo que posaba una mano sobre la temblorosa de la mujer en un gesto de genuina simpatía. La madre de Tristan no tenía idea del dolor que Meredith podía causarle. Lady Carmichael sólo quería que su hijo fuera feliz, como cualquier madre. Le apenaba profundamente mirar su rostro, y al hacerlo pensó en su propia madre, muerta hacía mucho tiempo, incapaz ya de protegerla o consolarla. Desde entonces, no había recibido demasiado amor maternal. Apenas veía a sus tíos y estos rara vez la invitaban a las reuniones familiares que celebraban, pese a haber vivido con ellos casi diez años.

- No tiene de qué preocuparse, milady -la tranquilizó cariñosa. -Estoy segura de que lord Carmichael tiene mucho en que pensar, con lo de la fiesta campestre y… y otras cosas. Le aseguro que no me siento desairada si él tiene que dedicarse a otros asuntos.

El semblante de la dama se relajó y le dio a Meredith un cariñoso apretón en el brazo.

- Gracias. Los demás invitados están ya en sus habitaciones, pero a usted tal vez le apetezca estirar un poco las piernas después del largo viaje. ¿Quiere que demos un paseo por los jardines?

Meredith lo pensó un momento. Su señoría se esforzaba por trabar amistad con ella con la única intención de emparejarla con su hijo. Pero a ella su oferta le daría la oportunidad de tal vez profundizar en las actividades de Tristan, así como de reunir información sobre el señorío y otros invitados que pudieran ser relevantes para el caso.

En circunstancias normales habría atrapado al vuelo la oportunidad que se le brindaba, sin embargo, al mirar los afables ojos verdes de lady Carmichael, unos ojos que Tristan había heredado, y también su otro hijo, los remordimientos de conciencia la hicieron vacilar.

- A menos que esté demasiado cansada, por supuesto -añadió la mujer, retrocediendo un paso.

Meredith se irguió cuan alta era. Aquello era ridículo. No estaba allí para hacer amistades para toda la vida, ni explorar deseos ocultos. Había ido a Carmichael a resolver un caso. Tenía que controlar aquellas absurdas emociones. No podía dejar que nada se interfiriera en sus objetivos.

- Me encantaría dar ese paseo con usted, milady. He oído contar maravillas de sus exquisitos jardines.

Con una sonrisa, lady Carmichael la tomó del brazo y la guió por el interior de la casa en dirección a las puertas que conducían al jardín. Descendieron por un precioso sendero flanqueado de setos perfectamente podados hasta llegar a un jardín espléndido. Meredith se olvidó por un momento de lo que la había llevado allí, perdida en la contemplación de las hileras de plantas y las coloridas flores, cuidadas con tanto mimo.

- Es una maravilla -exclamó con un hilo de voz mientras se llevaba las manos al pecho.

Lady Carmichael resplandecía de satisfacción.

- Este jardín ha sido siempre el orgullo de nuestra familia -explicó. -Le dio la forma actual el tatarabuelo de Tristan, y sus hijos y nietos han contribuido a mejorarlo con los años.

Meredith se detuvo, sorprendida.

- ¿También lord Carmichael?

Su señoría asintió de inmediato.

- Oh, ya lo creo. Tristan ordenó plantar todas esas lilas que bordean el muro norte hace un año. -Su sonrisa se desvaneció. -En memoria de su hermano, Edmund.

Meredith miró hacia los arbustos en flor con gesto pensativo. No sabía por qué, pero nunca se le había ocurrido que Tristan fuera un amante de las flores. Lo único que sabía de él por experiencia propia y por lo que había leído en los archivos era que se trataba de un hombre distante. Que le gustase la jardinería no encajaba con ese perfil.

Claro que… muy pocas cosas encajaban cuando lo miraba cara a cara.

- Su expresión es muy dura -comentó lady Carmichael frunciendo el cejo. -Espero que no juzgue a mi hijo sólo por su comportamiento de antes.

Meredith la miró sorprendida, pero negó con la cabeza. No añadió palabras a su silenciosa negativa. Hacía mucho que había descubierto que, muchas veces, era mejor dejar que hablaran los demás; sin darse cuenta, se les escapaban detalles cruciales cuando se les prestaba una silenciosa atención.

Constance suspiró.

- Hay quien dice que Tristan es arrogante. Orgulloso, incluso. Pero no es cierto. Ha cambiado mucho en los últimos años.

Meredith tomó aire brevemente con expectación.

- Admito que también yo he percibido algunos cambios en él -dijo con vacilación. Reunir pruebas era un verdadero arte. Había que hacerlo despacio y con precisión.

Lady Carmichael miró hacia el jardín con una mirada ausente que no requería entrenamiento especializado para ser descifrada. Estaba claro que estaba pensando en los amados hombres de su vida que se habían ocupado de aquel jardín y que ya no estaban. Y en el hijo que aún le quedaba.

- A veces siento que hubiera sido mejor que Tristan hubiera vivido unos años de juventud irresponsable, como su hermano tuvo oportunidad de hacer. Pero la vida y su padre no se lo permitieron. Mi esposo era un buen hombre que amaba profundamente a nuestros hijos, pero tenía grandes expectativas para Tristan. Y le exigía perfección y control en todo lo que hacía.

Meredith asintió, bebiendo la información.

- A veces temo que Tristan se haya tomado demasiado a pecho las palabras de su padre. -La dama dejó escapar un suspiro. -Era tan joven cuando mi esposo murió… Tristan se convirtió en marqués de unas extensas propiedades, con numerosos arrendatarios que dependen de él. Y además asumió el papel de padre para sus hermanos pequeños.

Meredith repasó mentalmente lo que sabía sobre esa parte del pasado de Tristan. Había heredado el título de su padre y se había hecho cargo de las propiedades cuando su hermana pequeña, Celeste, que había contraído un buen matrimonio durante la última Temporada, y su hermano Edmund aún vivían en casa. Podía imaginarse lo difícil que debió de ser para él.

¿Sería por eso por lo que se había involucrado en asuntos turbios? ¿Como una manera de disfrutar de la vida licenciosa que le había sido negada cuando era más joven?

No, eso no tenía sentido. Si lo que quería era cometer locuras, había maneras mucho mejores de hacerlo sin necesidad de traicionar a su país. Algún otro motivo se ocultaba bajo sus actos delictivos.

Echó una mirada a lady Carmichael y dijo:

- La muerte de un padre puede cambiar a cualquier hombre, incluso hacerlo más duro.

La marquesa suspiró al tiempo que negaba con la cabeza.

- A Tristan, no. Aunque a mí me preocupaba el hecho de que no hubiera disfrutado demasiado de su juventud, él no parecía lamentarlo. De hecho, ha mejorado mucho desde que es marqués. Los cambios más profundos son más recientes. Desde la muerte de su hermano pequeño. -La voz se le quebró, y sacó un pañuelo bordado del bolsillo de su pelliza para secarse las lágrimas que de repente habían brotado de sus ojos.

Meredith asintió con gesto comprensivo mientras registraba todos esos datos en su mente. Edmund Archer era siete años menor que Tristan, y había muerto luchando por su país. Si Constance estaba en lo cierto, el hecho de que Tristan se hubiera involucrado en actividades peligrosas podía estar relacionado con la muerte de su hermano. Iba a tener que solicitar más información a Londres antes de continuar.

Pasó una mano sobre el brazo de lady Carmichael y le dio un cariñoso apretón.

- Lamento mucho la pena de su familia.

La mujer le sonrió, pero su expresión seguía siendo de tristeza.

- Gracias. La pérdida fue dolorosa para todos nosotros, para Tristan fue más duro que para nadie. Estaba loco de rabia y no ha vuelto a ser el mismo desde entonces. -Lady Carmichael la miró. -Espero que elija pronto una esposa y forme una familia. Quizá así recupere la sonrisa.

Sentirse objeto de la mirada de su señoría hizo que Meredith se sonrojara violentamente. Estaba tan acostumbrada a moverse en un mundo de fingimientos que tanta franqueza le resultaba incómoda.

Lady Carmichael apartó la vista, lo cual fue un alivio para Meredith, que no sabía muy bien cómo responderle.

- Puede que le parezca extraño que le haya hablado tanto acerca de las penalidades de nuestra familia.

Meredith le quitó importancia con un encogimiento de hombros, aunque lo cierto era que sí le parecía extraño. Había confiado en que la marquesa se abriera un poco a ella, pero desde luego no había esperado que fuera tan rápido ni con tanto candor.

- Le he confiado estos detalles porque sé que usted ha vivido la misma clase de pérdida cuando perdió a sus padres. -La dama sonrió. -En una época, mi hijo y usted estaban muy unidos, ¿no es así?

Ella tomó aire con brusquedad.

- S…Sí, milady. Supongo que podría decirse que éramos compañeros de juegos.

Lady Carmichael asintió.

- Puede que le viniera bien renovar esa amistad. -Le dio unas palmaditas en la mano. -Seguro que estará fatigada y quiere descansar un poco antes de la cena. ¿Entramos?

Meredith asintió débilmente, bastante aliviada. Aunque, por supuesto, la espía que llevaba dentro se sentía decepcionada porque la conversación hubiera terminado, pues lady Carmichael era una fuente de información sobre Tristan, y le había abierto los ojos a diversos posibles motivos para su relación con los negocios delictivos, la mujer que Meredith también era había tenido una reacción bien distinta. El tema de la pérdida familiar y los viejos sentimientos ya olvidados desde hacía mucho habían despertado en ella emociones que no deseaba afrontar.

Regresaron a la casa dando un paseo, y la joven aprovechó para mirar disimuladamente a la marquesa. Sus pensamientos se desviaron hacia los lejanos veranos en los que Constance siempre le daba una palmadita cariñosa en la cabeza o tenía una sonrisa o una palabra amable para ella. La niña solitaria que entonces era devoraba esos momentos como si fueran golosinas. Habían pasado los años, pero lady Carmichael seguía siendo tal como la recordaba: una mujer dulce y compasiva.

Sintió un aguijonazo de culpa. Estaba utilizando su amabilidad contra ella y su amado hijo. Y, lo que era aún peor, era perfectamente consciente de que su señoría la consideraba una posible compañera para Tristan, sin saber que tal vez éste fuera un villano.

La situación le daba dolor de cabeza.

Lady Carmichael le sonrió al entrar en la casa y dijo:

- Simpson la acompañará a su habitación. Por favor, no dude en llamar si necesita algo, lo que sea. -Le dio un cariñoso apretón en el brazo. -Me alegro mucho de tenerla aquí, querida. Nos veremos en la cena.

- Gracias, milady -balbuceó Meredith. -Estoy deseando que llegue.

Pero no era cierto. Siguió al criado escaleras arriba y a lo largo de una galería en dirección a la habitación que se le había designado, sin dejar de pensar en la maldita tarea que le esperaba. Y en cuántas vidas quedarían destruidas si encontraba las pruebas que buscaba.

Hizo un gesto de asentimiento en respuesta a la inclinación de cabeza del criado cuando la dejó sola en la espléndida habitación, que a duras penas se tomó el tiempo de examinar. Suspiró mientras su doncella entraba para ayudarla a quitarse la pelliza y el sombrero. De vuelta al trabajo.

Lo primero que tenía que hacer era escribir a Londres y solicitar información sobre la trágica muerte de Edmund Archer. Después, tenía que concentrarse en el caso en vez de en las consecuencias que su investigación tendría sobre aquella familia rota… o sobre el hombre responsable de ella.