CAPÍTULO 01

1812

Meredith Sinclair se arrodilló delante de la caja fuerte y contuvo la respiración, con una ganzúa entre los dientes y en el suelo una vela de llama temblorosa, mientras daba un tirón a la portezuela. Sus labios esbozaron una sonrisa cuando ésta cedió y se abrió dejando a la vista dos cajas de terciopelo idénticas.

Cogió ambas cajas y, a continuación, se sacó una pequeña lupa del bolsillo del ceñido pantalón de hombre que llevaba como parte de su disfraz y extrajo de su caja el primer collar. Apenas pudo contener una exclamación de placer al contemplar la hermosura de la pieza. Los diamantes brillaban a la débil luz de la vela y las amatistas tenían un tono violeta tan intenso y profundo que la convertían en una joya digna de un rey.

Bajó la cabeza y examinó el collar. Al no hallar lo que buscaba, abrió la segunda caja. En su interior había otro idéntico al primero en todo.

- En todo menos en una cosa -murmuró para sí con una sonrisa cuando descubrió la diminuta marca en una de las piedras, que indicaba que era una falsificación. Colocó el collar auténtico en su caja y se la metió en la bolsa que llevaba. Acto seguido, se puso de pie.

Salió de la habitación con cuidado, sin hacer ruido, y recorrió el pasillo en penumbra hasta la entrada del servicio que un lacayo descontento le había dejado abierta, previo soborno. La casa estaba silenciosa como una tumba, pues sus ocupantes estaban en una fiesta en la otra punta de Londres, acechando sin duda la próxima joya que iban a robar. Los sirvientes tenían la noche libre o estaban en sus habitaciones.

Todo demasiado fácil.

Meredith reprimió una sonrisa de suficiencia conforme se abría paso por el jardín que rodeaba la propiedad. Unos pocos pasos más y estaría en el carruaje que la esperaba oculto a la vuelta de la esquina para devolverla a casa. Otro caso resuelto.

No pudo pensar más, pues oyó unos gritos a su espalda. Miró por encima del hombro y vio salir a tres hombres de la casa corriendo en dirección a ella.

- Maldita sea -murmuró al tiempo que echaba a correr. Aún le quedaban unos buenos seis metros de distancia hasta la puerta que separaba el jardín de la calle.

Fue entonces cuando el primer disparo le pasó rozando la oreja. Sin aminorar la marcha, Meredith miró hacia atrás y vio a uno de los hombres levantar su pistola mientras otro se retrasaba un poco para recargar la suya.

Se inclinó hacia adelante y viró bruscamente hacia la izquierda al alcanzar la puerta del jardín, justo cuando una segunda bala impactaba contra la madera, arrancándole astillas que volaron en todas direcciones. Agarró el pomo y tiró…

Nada. Al parecer, la habían cerrado con llave desde que ella entrara en la casa, hacía menos de una hora.

Una amplia variedad de imprecaciones y reniegos cruzó por su mente, pero no las dijo en voz alta. Por una parte, porque necesitaba ahorrar fuerzas para correr, y por otra, porque iba disfrazada de hombre, y no quería que sus perseguidores se diesen cuenta de que era una mujer. Eso sólo complicaría las cosas.

Corrió a lo largo del muro del jardín, confiando en encontrar alguna manera de salvarse. Y entonces la vio: una carretilla apoyada contra la pared, que habría dejado allí algún jardinero servicial.

- Gracias, santo patrón de los espías -murmuró ella mientras se subía a la carretilla. Tras balancearse durante un breve instante sobre la inestable superficie, apoyó las manos en lo alto del muro y se dio impulso.

Cayó sobre el adoquinado de la calle con tanta fuerza que le repiquetearon los dientes, pero en un pispas estaba otra vez en movimiento. Su carruaje la esperaba a la sombra de un edificio cercano, y el conductor se había dado la vuelta, buscándola. Seguramente había oído los disparos, porque tenía el rifle listo para cubrirla en caso de necesidad.

Meredith abrió la portezuela del coche con brusquedad y se precipitó al interior.

- ¡En marcha, Henderson! -gritó mientras una bala hacía añicos el cristal de la ventana de la portezuela. Alargó la mano y la cerró, echándose a continuación al suelo por si sus perseguidores abrían fuego otra vez. -¡Adelante, vamos!

Los caballos ya estaban en movimiento antes de que la segunda orden saliera de sus labios. Se lanzaron al galope bajo el látigo experto de Henderson, dejando atrás a sus atacantes, cuyas sonoras imprecaciones resonaron en las silenciosas calles.

Huir de unos hombres armados por la noche y asistir a una reunión de caridad a la hora del té. Así era la vida de una dama espía. Meredith sonrió. No sabía por qué, pero dudaba mucho que los caballeros que protegían el imperio fueran capaces de hacer lo mismo.

- Eso era todo lo que teníamos pendiente -dijo Anastasia Whittig, una de las otras damas, mientras se quitaba las gafas de montura metálica. -Como siempre, el baile benéfico organizado por las Hermanas de la Sociedad Corazón para Viudas y Huérfanos fue todo un éxito.

La tercera dama presente, Emily Redgrave, se encogió de hombros.

- Estos eventos siempre lo son. Pero ¿a quién le importa un baile estirado y pomposo? -Dirigió su chispeante mirada azul hacia Meredith. -Tienes un nuevo asunto entre manos, ¿verdad?

Meredith no pudo contener una sonrisita maliciosa. Llevaba reprimiéndose las ganas de pavonearse un poco desde que llegó.

- Así es.

Ante la mirada de sus dos amigas, metió la mano en su bolsita y sacó la caja que había robado la víspera. Ana y Emily se inclinaron hacia ella con expectación cuando levantó la tapa y les mostró el collar sobre la suave almohadilla de terciopelo. El sol de media tarde arrancaba destellos a las piedras preciosas.

Un pesado silencio se adueñó de la habitación por un momento, pero entonces Emily soltó un suspiro de deleite y, con sumo cuidado, tomó la joya de manos de Meredith.

- ¡Dios mío, Merry, es precioso! Más exquisito que lo que sugerían los dibujos que hemos visto -chilló excitada mientras se volvía hacia el espejo situado encima de la chimenea para contemplar el efecto de los diamantes sobre su cuello.

- Sí. Me quedé sin aliento cuando lo saqué de la caja fuerte -dijo Meredith con un suspiro.

Anastasia observaba a las otras dos mujeres con un mohín de desagrado.

- ¿Os parece buena idea haber traído aquí la joya? Va contra el protocolo.

Meredith la miró con una sonrisa irónica. Su amiga era una mujer hermosa y con talento, pero siempre muy estricta con las normas.

- He decidido saltarme las normas y el protocolo por esta vez. -Al oír el ahogado gemido de horror de Ana, Meredith se apresuró a añadir-: Charles me ha dado permiso para enseñaros los frutos de nuestro último trabajo. Pasará por aquí a recoger el collar dentro de unos momentos, y luego lo devolverá a la Guardia.

Emily se dio la vuelta con el cejo fruncido. Dejó la joya en su caja y se cruzó de brazos con expresión de desagrado.

- Me parece tremendamente injusto que nosotras hagamos todo el trabajo duro y pongamos en peligro nuestras vidas, para que un ridículo oficial de la Guardia, que seguramente no es capaz de encontrarse su propio…

Meredith enarcó una ceja.

- Emily.

Esta negó con la cabeza.

- Vulgar o no, sigo pensando lo mismo. Ellos se llevarán el mérito de haberlo recuperado. ¡Por el amor de Dios, Meredith, si te viste involucrada en un tiroteo y todo! ¿No te parece que mereces algún reconocimiento?

Su amiga se cruzó de brazos.

- ¿Y tú cómo sabes que me dispararon?

- Poseo dotes para la investigación, ¿recuerdas? -Cuando Meredith levantó las cejas en señal de incredulidad, Emily se encogió de hombros. -Vale, vale. Henderson mencionó algo sobre que tenía que cambiar el cristal de la puerta del carruaje. Pero ¡no intentes eludir la pregunta!

Meredith suspiró.

- Emily, cuando nos eligieron para unirnos a la Sociedad sabíamos que espiar sería un trabajo duro y peligroso, y que otros se llevarían el mérito de nuestros esfuerzos.

La otra alzó las manos con un gesto de frustración y se alejó.

- En cualquier caso -continuó Meredith-, lo que importa es que la joya le será devuelta a lady Devingshire.

Ana le dio la razón con un gesto de la cabeza y añadió:

- Y si nos lleváramos el mérito por lo que hacemos, Lady M no podría darnos nuevos casos, sería el fin de nuestra vida como espías. Eso no te gustaría, ¿verdad que no?

Emily dejó escapar el aire por lo bajo.

- No, Ana, no me gustaría. Estoy siendo una necia, como de costumbre. Hacemos lo que tenemos que hacer.

- Ya lo creo que lo hacen, señoras, y muy bien -dijo una voz masculina cuando se abrió la puerta del salón. -Y Lady M les da las gracias. Ella es mucho menos reticente a hacerlo que la Corona.

Meredith se volvió hacia la puerta con una enorme sonrisa mientras observaba al caballero de mediana edad que entraba por la puerta. Charles Isley tenía barriga, unas mejillas rosadas y se peinaba el escaso cabello hacia un lado, de manera que le cubriera la reluciente calva. Sonrió con afecto a Meredith y a sus compañeras.

- ¡Charlie! -saludó Meredith al tiempo que se ponía en pie y atravesaba la estancia con las manos tendidas hacia él.

El hombre las tomó y le dio un cariñoso apretón.

- Muy buen trabajo, Merry -dijo con una media sonrisa. -Aunque podríamos haber prescindido de los elementos dramáticos.

Ella se encogió de hombros al tiempo que sonreía a sus amigas por encima del hombro.

- No me quedó más remedio que saltar por encima de la verja. Era eso o que me disparasen.

- Ya.

El hombre intentó mostrarse severo, pero el brillo de sus ojos distaba mucho de serlo. Meredith se acordó de la primera noche en que se acercó a hablar con ella cambiando para siempre el rumbo de su vida. Le ofreció colaborar con el pequeño equipo de mujeres espía que estaba formando una misteriosa e influyente dama de la alta sociedad.

Al cabo de unas semanas, las reunieron a ella y a las otras dos mujeres que iban a ser sus compañeras en aquella misma casa en la que se encontraban entonces. Habían tenido que entrenar mucho y muy duro durante los dos siguientes años para poner a punto sus capacidades físicas y mentales.

Y después empezaron los encargos: investigar casos de traición durante la guerra con Napoleón. Asesinatos. Robos. Incluso impedir un atentado contra la princesa Charlotte. Habían sido cuatro años llenos de emociones, y todo gracias a Charles Isley y a su misteriosa benefactora, a la que conocían sólo como Lady M.

- ¿Meredith? -Charles arqueó una ceja. -He preguntado que si tienes el collar.

Ella sacudió la cabeza para ahuyentar sus pensamientos y habló:

- Discúlpame, Charles, estaba pensando en las musarañas. Claro que lo tengo.

Se dirigió hacia la mesa y le entregó la caja que habían dejado allí antes. Charlie la abrió para echarle un vistazo rápido y lo aprobó.

- Muy bien. Gracias.

- No me las des sólo a mí -contestó ella abarcando con un gesto a sus amigas. -Sin los inventos de Ana no podría haber encontrado la caja fuerte correcta ni forzar la cerradura. Y tampoco sin las meticulosas investigaciones previas de Emily, gracias a las cuales pude determinar cuál de los dos collares era la imitación.

El asintió.

- Sabéis que mi agradecimiento es para las tres. Pero me temo que esta vez no voy a poder dejaros descansar.

- ¿Ya tienes un nuevo caso para nosotras? -preguntó Meredith inclinándose un poco hacia él con aquella excitante anticipación que siempre sentía. Detestaba los períodos de inactividad entre misión y misión.

Ana negó con la cabeza.

- Lo siento, Charlie, yo no puedo aceptar un trabajo de campo en estos momentos. Estoy ocupada con un nuevo proyecto y, además, tengo que pasar a limpio todas las notas sobre este último caso para los archivos…

Charles la interrumpió con un gesto de la mano.

- No te preocupes, Ana. Meredith será quien haga el trabajo de campo.

Anastasia dejó escapar un suspiro de alivio mientras que Emily fruncía los labios.

- ¡Eso no es justo! A Merry le tocó también el último trabajo de campo.

Meredith le sacó la lengua juguetona y recibió el mismo gesto de mofa por parte de su amiga.

Charlie puso los ojos en blanco ante su infantil exhibición.

- Justo o no, es la única manera posible. ¿Queréis conocer los detalles?

Meredith asintió.

- Adelante, Charlie. ¿De qué se trata?

El hombre se sacó su pipa y se sentó junto al fuego mientras cargaba la cazoleta de tabaco.

- Estoy seguro de que todas habéis oído hablar de la subasta que se celebrará próximamente en el Genevieve Art House.

Meredith lo admitió.

- Por supuesto. Promete ser todo un acontecimiento. En el baile de la Sociedad de la semana pasada, no se habló de otra cosa.

- Últimamente ha habido dos incidentes en la galería. El segundo se saldó con el robo de un cuadro.

- ¿Eso es todo? -Preguntó Emily con un resoplido de exasperación, levantando los brazos en señal de desagrado. -¿Qué ha pasado con lo de defender la Corona y al país? Creía que ésa era nuestra obligación, no devolver las joyas robadas de una duquesa mimada o buscar una estúpida pintura para que la subaste una galería. Charlie negó con la cabeza.

- ¡No se trata sólo de una pintura robada, Emily!

Meredith lo miró a los ojos.

- ¿Qué ocurre?

El hombre la observó con calma.

- Creemos que la persona que robó el cuadro es un hombre con rango y título. Un hombre con quien tuviste cierta relación en el pasado.

Ella tomó aire entre dientes y preguntó:

- ¿Quién?

- Tristan Archer.

Meredith sintió como si el suelo desapareciera bajo sus pies, mientras intentaba poner buena cara y no mostrarse afectada. Tuvo que echar mano de todo su entrenamiento para no retroceder físicamente ante el golpe.

- ¿El marqués de Carmichael? -preguntó con la voz tensa por el esfuerzo de mostrarse indiferente.

- El mismo. -Charlie la miró detenidamente, escrutando la más mínima reacción y tratando de comprobar hasta qué punto estaba afectada.

Ella reaccionó en consecuencia dejando escapar una ligera carcajada que no dejaba ver su torbellino emocional interno.

- Charlie, eso es una locura. Tristan Archer gana veinte mil libras al año como mínimo, y es el dueño de más de cinco prósperas fincas. No tiene motivos para robar un cuadro.

El hombre dio una calada a su pipa.

- Es posible, pero éste no es el primer incidente que sufre la casa de subastas. Hace una semana, Genevieve bajaba de sus aposentos privados, situados en el piso superior de la galería, cuando se encontró con que alguien había movido de sitio el mismo cuadro que ahora ha desaparecido, y lo había dejado apoyado contra una pared. En ese momento, creyó que lo habría hecho alguno de los empleados y que se habrían olvidado de colocarlo en su sitio. Pero cuando la pintura desapareció se dio cuenta de que nadie tenía motivo para haberla movido de sitio.

Meredith asintió mientras colocaba otra prueba más en su rompecabezas mental.

- ¿Es posible que la primera vez interrumpiera el robo?

Charlie negó con la cabeza.

- No. No se encontraron pruebas de que se tratara de un robo frustrado. Lady M cree que esa primera vez tenía como único objetivo mover el cuadro.

Meredith pensó en las posibilidades, reflexionando sobre los motivos que tendría un ladrón para sacar una pieza de arte de su sitio y no llevársela, pese a tener la oportunidad.

Lo que se le ocurrió la dejó boquiabierta.

- Quienquiera que tocase la pintura la primera vez, lo hizo para poner algo en ella, no para llevársela. Y quienquiera que la robase, estaba recogiendo la información que el primer ladrón había dejado allí, posiblemente porque el cuadro ya estaba vendido y no podía comprarlo abiertamente.

- Eso es lo que creemos -dijo Charlie con un breve gesto de asentimiento.

- Dios mío -exclamó Emily detrás de ella.

Meredith dio un respingo. Había estado tan inmersa en sus reflexiones que se había olvidado de sus amigas. Ana sonrió.

- ¡Eres brillante, Merry! ¿Y qué es lo que dejaron en el cuadro, en opinión de Lady M?

Charlie se quitó la pipa de la boca y se levantó para acercarse a la chimenea.

- Puede tratarse de cualquier tipo de información. Se ha estado conjeturando sobre contraespías traidores que utilizan ese tipo de métodos. Pero sea lo que sea, tiene que ser algo lo bastante delicado como para que los implicados quisieran hacerlo de forma subrepticia.

Meredith asintió. El corazón le latía con fuerza, pero no debido a la expectación del nuevo caso. Lo que sentía no tenía nada que ver con la exaltación del descubrimiento o el entusiasmo de elaborar un plan de ataque detallado.

Lo que sentía era miedo.

- ¿Por qué sospecháis de Tristan Archer? -preguntó en voz baja.

Charles ladeó la cabeza al percibir su tono.

- La elección de Carmichael no ha sido un capricho, Meredith. De hecho, la reacción de Lady M al enterarse fue de estupefacción, igual que te ha ocurrido a ti. Ese hombre se ha mostrado siempre como un perfecto caballero. Pero Genevieve dice que el día siguiente de la venta del cuadro, Carmichael apareció en la galería con una exorbitante oferta de dinero por él.

Emily enarcó una ceja.

- ¿Y Genevieve no quiso vendérselo?

Charlie negó con la cabeza.

- No quiso faltar a la palabra dada al comprador a quien ya se lo había vendido. Al parecer, lord Carmichael se enfadó mucho y se fue de la casa de subastas hecho una furia.

Meredith sintió que el alma se le caía a los pies.

- ¿Qué más?

- Algunos testigos vieron el coche con el emblema de Carmichael partir de la casa de subastas la noche del robo. Ante las preguntas de otros investigadores sobre su paradero, su señoría no mostró disposición alguna a cooperar y al final nos dio una coartada que después demostró ser falsa. Pero lo peor es que últimamente se lo ha visto en malas compañías. Es un hecho insoslayable: Carmichael oculta algo. Es necesario llevar a cabo una investigación.

Meredith irguió los hombros. El deber. No podía olvidar el deber. Había hecho un juramento y no podía romperlo. Por nadie. Ni siquiera por el hombre que le había salvado la vida una noche oscura hacía mucho tiempo.

- Sí, Charlie. Por supuesto.

Este asintió.

- Carmichael celebra un baile mañana por la noche. He conseguido una invitación para Emily y para ti. Mientras ella lleva a cabo una rápida inspección de la casa, tú te encargarás de relacionarte con el marqués y determinar la próxima acción.

Charlie cogió la caja de terciopelo con el collar que Meredith ya había olvidado por completo.

- Entretanto, os haré llegar una lista de las personas con las que Carmichael mantiene relaciones de negocios para que Ana investigue un poco. Sé que las tres descubriréis la verdad e interceptaréis cualquier transferencia de información valiosa. Ahora, si me disculpáis, tengo que devolver esto a la Guardia. Buenos días, señoras -se despidió con una sonrisa para las tres.

- Buenas tardes, Charles -respondieron Emily y Ana.

Meredith no se sintió capaz de responder, y se levantó y se dirigió hacia la ventana para mirar fuera y tranquilizarse.

Cuando Charles se hubo marchado, Emily se le acercó

- Merry, ¿de qué conoces a Carmichael? Nunca nos has hablado de él, pero está claro que este trabajo y la posibilidad de que su señoría resulte ser un traidor te ha alterado mucho.

Ana asintió con la cabeza cuando Meredith se volvió hacia las dos. Los azules ojos de Emily estaban fijos en ella con la intensidad que normalmente reservaba para el objeto de sus investigaciones, y Ana se había quitado las gafas. A Meredith se le encogió el estómago. Sus amigas la conocían demasiado bien para su gusto a veces.

- Incluso Charlie se ha dado cuenta de tu conflicto -dijo Ana. -¿Qué es Tristan Archer para ti?

Meredith utilizó lo aprendido en su entrenamiento para ocultar el caos emocional que bullía en su interior.

- Lord Carmichael era amigo de mi primo cuando yo era jovencita, nada más.

Ana frunció el cejo y Emily abrió la boca como para señalar algo, pero Meredith la interrumpió diciendo:

- Si mañana vamos a asistir a un baile, tengo que prepararme, y tú también, Emily.

- Pero… -comenzó a replicar ésta, observando a Meredith con creciente suspicacia en su mirada de hielo.

Tenía que salir de la casa antes de que Emily y Ana le sonsacaran la verdad. Una verdad sobre la que no estaba preparada para pensar, y menos aún, hablar.

- Buenas tardes -les gritó por encima del hombro mientras se dirigía apresuradamente al vestíbulo con manos temblorosas. Le hizo un gesto con la cabeza al mayordomo al salir y se subió al carruaje que la esperaba junto a la acera. Pero una vez dentro, sus emociones regresaron atropelladamente, haciéndole latir el corazón, órgano que, normalmente, ella era capaz de mantener controlado. Y eso era muy, pero que muy peligroso. Porque lo último que necesitaba era sentir ternura por un hombre.

Y menos aún hacia uno que tal vez fuera un traidor de la peor especie.