10. MARLENUS HABLA CONMIGO
Ataron las manos de las muchachas a sus espaldas y Marlenus entregó a Verna a uno de sus hombres.
Se agachó y con un cuchillo de eslín, soltó la fibra de atar que me sujetaba entre las estacas.
—¡Marlenus! ¡Marlenus! —gritó una voz.
Una muchacha se abrió paso hacia Marlenus mientras uno de sus hombres la sujetaba por el brazo.
—¡Soy Mira! —dijo la joven—. ¡Soy Mira!
Marlenus alzó la vista.
—Soltadla —ordenó.
El hombre obedeció. La muchacha localizó sus pieles y se las puso.
—¡Traidora! —gritó Verna, que seguía sujeta por el mismo hombre al que Marlenus la había entregado—. ¡Traidora!
Mira fue a colocarse frente a Verna y escupió en su rostro.
—¡Esclava! —dijo Mira.
Verna intentó abalanzarse contra ella, pero estaba bien sujeta.
—Puedo tomar cualquier ciudad —dijo Marlenus— tras cuyos muros pueda hacer llegar un tarn de oro.
—Seré la segunda de Hura —le dijo Mira a Verna—, cuando su grupo llegue para regentar esta región.
Verna no dijo nada.
Marlenus se puso de pie y yo, inseguro, hice lo mismo.
Marlenus se desprendió de su propia capa y me la alargó.
—Gracias, Ubar —y me la coloqué como una túnica.
Miró a Verna.
—Atad a esa mujer entre las estacas —ordenó.
Rápidamente, Verna fue colocada boca arriba entre las estacas. Cuatro hombres se encargaron de sujetar sus muñecas y tobillos, bien separados, a las estacas. Estaba echada donde había estado yo. Marlenus se situó junto a ella. La miró.
—Me has causado muchos problemas, Proscrita —dijo.
Las muchachas de Verna, a excepción de Mira, estaban siendo unidas con una larga tira de fibra de atar, por el tobillo.
—Pero aunque eres una proscrita también eres una mujer.
Verna le miró.
—Ésa es la razón por la cual —prosiguió Marlenus— no te he colgado de un árbol.
Ella le miró sin decir palabra. Ambos se miraron a los ojos.
—Alégrate de ser una mujer. Es sólo tu sexo lo que te ha salvado.
Ella volvió la cabeza hacia un lado y tiró de la fibra de atar que la mantenía sujeta, pero sin éxito.
—Tengo noticias —le dije a Marlenus— de que a no tardar un numeroso grupo de mujeres pantera penetrará en esta porción de bosque. Quizás fuera conveniente retirarse antes de su llegada.
Marlenus se echó a reír.
—Son las muchachas de Hura —dijo—. Están a mi servicio.
Verna dio un grito de rabia.
Marlenus bajó los ojos hacia ella.
—Pensé que podrían serme útiles para lograr capturar a ésta —dijo señalando con el pie hacia Verna—. Pero ésta —dijo Marlenus alargando la mano y sujetando a Mira por el cabello—, fue la más útil de todas. Con mi oro, Hura ha aumentado en gran número sus muchachas. Será el grupo más fuerte del bosque. Y con mi oro le he conseguido a nuestra Mira un cargo importante en ese grupo.
—Y más oro para Mira —dijo ella.
—Sí —dijo Marlenus. Extrajo de su cinturón una pesada bolsa.
Se la tendió a Mira.
—Gracias, Ubar.
—Entonces, ¿fue ella quien te proporcionó la localización del campamento y del círculo de danza?
—Sí —dijo Marlenus.
—¿Están mis hombres en el campamento?
—Primero nos dirigimos al campamento, y allí les liberamos.
—Bien —dije.
—Pero les habían afeitado las cabezas —dijo Marlenus.
Me encogí de hombros.
—Algunos de ellos dan la impresión de ser proscritos —apuntó Marlenus.
—Son mis hombres —le dije.
Marlenus sonrió.
—Los dejamos a todos en libertad —afirmó.
—Muchas gracias, Ubar. Parece que tengo una gran deuda contigo.
—¿Qué es lo que va a ser de nosotras? —preguntó Verna.
—La curiosidad —le recordó Marlenus— está reñida con las Kajiras. Podrían azotarte por eso.
Verna contuvo la respiración, furiosa, y guardó silencio.
—Nos debemos mucho el uno al otro —dijo Marlenus colocando sus manos sobre mis hombros.
No había olvidado el trono de Ar.
—Me expulsaste de Ar —le dije—. Me negaste el pan, el fuego y la sal.
—Sí, puesto que hace mucho tiempo robaste la Piedra del Hogar de Ar.
Guardé silencio.
—Me enteré por mis espías de que habías venido a los bosques —sonrió—. Esperaba verte una vez más, pero no como te he encontrado.
Miró a la parte de arriba de mi cabeza.
Me aparté, enfadado.
Marlenus se echó a reír.
—No eres el primero que cae en manos de mujeres pantera —me dijo—. ¿Quieres una gorra?
—No —le respondí.
—Ven con mis hombres y conmigo a nuestro campamento, al norte de Laura. Eres bienvenido.
—Supongo que a pesar de ser tu campamento no cuenta como reino de Ar…
Marlenus se echó a reír.
—¡No! ¡Ar sólo se encuentra allí donde esté la Piedra del Hogar de Ar! —dijo con una risa ahogada—. Serás un invitado bienvenido. Prometo no torturarte o empalarte, por haber roto el destierro.
—Eres muy generoso.
—No seas sarcástico —sonrió él.
—Muy bien —acepté.
Miré a mi alrededor. Mira había retomado sus armas. Volvía a tener el cuchillo de eslín sujeto al cinto y en la mano portaba una ligera lanza.
—Mira ha sido inteligente —dije—. Nos contó que habías retirado tus fuerzas hacia Ar, incluso que habías repudiado a Talena como hija. El documento falso que redactasteis fue una estrategia estupenda.
Los ojos de Marlenus se entristecieron repentinamente.
—El documento —dijo— no era falso. Talena, con el permiso de Verna, y a través de Mira, su mensajera, con la que yo traté, me solicitaba que adquiriese su libertad, y ésa no es la manera de actuar de una mujer libre.
—Entonces, ¿es cierto que la has repudiado?
—Es cierto y el documento es válido. Y ahora no hablemos más de ello. Me he sentido muy avergonzado. He hecho cuanto ha sido necesario, como guerrero, como padre, y como Ubar.
—¿Y qué hay de Talena? —le dije.
—¿Quién es esa persona de la que estás hablando?
Guardé silencio.
Entonces Marlenus se volvió hacia Verna.
—Tengo entendido —le dijo— que tienes en tu poder una muchacha a la que yo conocí, en otros tiempos, esclava.
Verna no respondió.
—Tengo intención de dejarla libre. A continuación será llevada a Ar, y ocupará unas dependencias en el palacio del Ubar.
—¿Vas a mantenerla secuestrada? —le pregunté.
—Tendrá una pensión adecuada, y habitaciones en palacio.
Verna alzó los ojos.
—Está cerca de un punto de intercambio —dijo—. La retienen allí.
Marlenus asintió.
—Muy bien —dijo.
Verna le miró.
—¿Siempre consigues la victoria? —preguntó.
Marlenus se alejó de su lado y fue a examinar la fila de muchachas atadas, el grupo de Verna. Estaban de pie, con las manos atadas a la espalda. Las examinó cuidadosamente, recorriendo toda la hilera y luego chica por chica, en ocasiones alzándoles la barbilla con el pulgar.
—Son bellezas —dijo.
Se volvió para mirar a sus hombres.
—¿Cuántos de vosotros lleváis un collar de esclava por algún bolsillo? —preguntó.
Se oyeron muchas risas.
—Hermosas mías —dijo Marlenus dirigiéndose a la hilera de mujeres atadas—, me parece que antes estabais mucho más animadas.
Se miraron unas a otras con aprensión.
—Sería cruel —prosiguió él— no proporcionaros ciertos placeres.
Ellas le miraron con horror.
—Ponedles el collar del Ubar —indicó a sus hombres.
Los hombres se lanzaron hacia delante para atrapar a sus cautivas. Las obligaron a echarse sobre la hierba. Cerraron collares de acero alrededor de sus gargantas.
Marlenus regresó junto a Verna. Oí a las muchachas chillar y gemir.
—¿No tienes collar para mí, Ubar? —le preguntó Verna.
—Sí —contestó él—, en mi campamento, tengo un collar para ti, preciosa.
Verna le miró indignada puesto que él se había dirigido a ella como a una mujer.
—Será mejor que me encadenes bien, Ubar —le advirtió.
—Regresarás a Ar —dijo Marlenus—, no en una comitiva, sino a lomos de un tarn, como cualquier otra cautiva.
Verna cerró los ojos.
Marlenus, paciente como buen cazador que era, esperó hasta que ella volvió a mirarle.
—En mi campamento —dijo él— vestirás seda roja.
Ella le miró con espanto.
—Y haré que te perforen las orejas.
Verna giró la cabeza hacia un lado y comenzó a llorar.
—Lloras como una mujer.
Verna gritó desesperada.
Marlenus se sentó con las piernas cruzadas junto a ella. Durante un buen rato estudió la expresión de su rostro. Yo creía que el rostro de Verna era inexpresivo, pero al observarlo por mí mismo con detenimiento, comprobé que era maravilloso, cambiante y sutil. Comprendí en aquellos momentos que las palabras que utilizamos para describir nuestro orgullo, nuestro odio, nuestro temor, son burdas e inadecuadas.
Marlenus me miró.
Señaló con la cabeza la hilera de muchachas que, echadas todavía sobre la hierba, luchaban por escapar de los brazos de sus apresadores.
—Puedes tomar a cualquiera de ellas, si te apetece.
—No, Ubar.
Al cabo de un ahn, Marlenus decidió que podíamos regresar al campamento de Verna.
—Pasaremos la noche allí y por la mañana nos dirigiremos a mi campamento al norte de Laura.
Se puso de pie.
—Presentad las esclavas a su amo —dijo.
Las muchachas desfilaron ante él una a una, con las manos atadas a la espalda y sujetas unas a otras por los tobillos.
Cada una, con el collar alrededor del cuello y los ojos brillantes, fue obligada a detenerse ante Verna.
Algunas se resistieron. Fueron pocas las que no bajaron la cabeza.
—¡Verna! —lloró una—. ¡Verna!
Verna no le respondió nada.
Luego las muchachas fueron retiradas y conducidas como un rebaño en dirección al campamento de Verna.
—En tu campamento —Marlenus le informó—, las prepararemos debidamente.
Soltó las muñecas de Verna y también su tobillo derecho.
—Ponte de pie —le dijo.
Ella obedeció.
—Esposas —pidió Marlenus.
Verna se irguió y colocó sus manos tras su espalda.
Marlenus cerró las esposas.
—¿No tienes cadenas más pesadas? —le desafió ella.
—Quítatelas si puedes.
La muchacha luchó inútilmente por quitárselas.
—Son brazaletes de esclava —le dijo Marlenus—. Totalmente adecuados para sujetar a una esclava, a una mujer.
Ella le dirigió una mirada llena de odio.
—Y tú, preciosa, eres una mujer.
Verna contuvo la respiración furiosa y volvió la cabeza.
Marlenus tomó entonces una larga tira de fibra de atar. Ató un extremo alrededor del cuello de la joven que rodeó con varias vueltas antes de sujetar el otro extremo de la fibra de atar fuertemente a su cinturón.
Por último, se agachó y cortó la sujeción que todavía unía el tobillo izquierdo de Verna a una de las estacas.
Verna quedó libre de las estacas. Le miró.
—¿Siempre sales victorioso de tus hazañas? —le preguntó.
—Condúcenos, pequeño tabuk —dijo Marlenus—, a tu madriguera.
Verna dio media vuelta, con rabia, y nos condujo hasta su campamento en la oscuridad.
—Tenemos mucho de qué hablar —me dijo Marlenus durante el camino—. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos.