Capítulo 9
—Le encantan los hombres altos —dijo la señora Koswolski mientras agarraba a Nicki por el brazo y miraba con profundo aprecio a Luke—. Cariño, eres un auténtico bombón.
—Gracias… señora —Luke parecía avergonzado.
—No vienen muchos hombres de visita —comentó Ruthanne Jamison, una mujer de pelo corto y de una naturaleza romántica que quería mantener en secreto.
—Pues no saben lo que se pierden —dijo él sonriendo—. Yo no sabía que iba a conocer a tantas damas encantadoras jugando al bingo.
—También hay unos cuantos hombres aquí, pero ellas siempre buscan carne fresca —se quejó Bart desde su silla de ruedas. Era el hombre más viejo de Divine y había sobrevivido a tres esposas. Nicki sabía que tenía el ojo echado a la cuarta, Ruthanne. Desafortunadamente, también era el hombre más gruñón del pueblo, así que no había conseguido que ella le prestase atención.
—No le hagas ni caso —dijo Ruthanne mirando seriamente a Bart.
Luke echó un vistazo a su abuelo, quien también estaba rodeado de mujeres y se dio cuenta de que todavía era un hombre guapo. Era alto y distinguido, tenía una gruesa mata de pelo blanco y era la atracción del bingo. Las mujeres hablaban con él sobre todos los temas, desde arte a noticias.
—Será mejor que me prepare para el juego —comentó Nicki.
Ella había estado con Luke desde que habían llegado y su brazo se quedó solo cuando se ella dirigió a la parte delantera de la habitación.
—Bueno, amigos, prepárense —dijo mientras hizo girar el bombo con los números—. Presiento que tenemos jugadores con suerte esta noche.
Todos se sentaron en sus mesas colocando los cartones frente a ellos. Luke se puso delante dos cartones, más que nada para aparentar, puesto que estaba más interesado en mirar a Nicki, muy popular entre los inquilinos de la residencia. La habían abrazado, regañado porque, según ellos, había perdido peso, y aconsejado sobre cómo encontrar a su hombre. Además, lo habían hecho cuando Luke estaba junto a ella y se había puesto colorada.
En cuanto a la pérdida de peso, Luke trató de decidir si tenían razón. Sabía que ella estaba trabajando mucho, pero se tomaría cualquier comentario sobre su pérdida de peso como una crítica si viniera de él. Aparentemente, «flaca» era un insulto, al igual que plana. Pero Nicki no estaba plana y Luke sólo quería que ella estuviera bien. Se sentiría fatal si le ocurriera algo, quería protegerla y asegurarse de que siempre estaría segura y feliz. Nada de eso lo convertía en un príncipe, sólo significaba que, por fin, Luke había reconocido algo valioso que tenía que preservar.
—El primer número de la noche es el 10 B —dijo Nicki al sacar una bola del bombo.
La mujer que estaba sentada al lado de Luke no podía agarrar una ficha para ponerla en la casilla del 10 B de su cartón, así que Luke la ayudó a hacerlo y recibió una tímida sonrisa a cambio.
—Gracias, cariño —murmuró.
—Aquí hay una buena. B17. ¿Tú no pilotaste B17 durante la guerra, Bart?
—¿Qué guerra? —refunfuñó Bart, aunque parecía complacido—. La Segunda Guerra Mundial —añadió.
—Bart se guarda estas cosas para él —dijo Nicki con ironía—, así que quizá no sepáis que tiene dos Corazones Púrpura, una Estrella de Plata y una Medalla al Valor. Damas y caballeros, es todo un héroe.
Un sonido de aprobación recorrió la sala y algunas de las mujeres presentes se volvieron para sonreír a Bart, quien estaba tieso en su silla de ruedas y con la cara iluminada.
Nicki prosiguió leyendo números, mientras hacía algún comentario sobre alguien en la sala. La mujer sentada al lado de Luke había sido una profesora de música con mucho talento. Otra mujer sentada al fondo, había acogido temporalmente a diez niños en su casa y todos ellos se habían licenciado, vivían en Illinois y la iban a visitar con devoción.
A través de los ojos de Nicki, Luke comenzó a verlos, no como ancianos sin rostro confinados en la residencia, sino como individuos. Una vez fueron los granjeros, profesores y padres que habían mantenido todo en funcionamiento y no merecían menos respeto simplemente porque sus cuerpos tuvieran años y enfermedades.
Una mujer situada en el centro de la sala cantó bingo y recibió una bolsa de caramelos y una bata rosa como premio. Sonreía como si se hubiera convertido en millonaria. Cuando comenzó el siguiente juego, Luke buscó a su abuelo, que no estaba jugando porque mantenía una profunda conversación con otro hombre.
Estaban sentados en una esquina y asentían a la vez que conversaban. En un momento dado, el otro hombre, sin ninguna vergüenza, se secó una lágrima. Luke tragó saliva y volvió a concentrarse en Nicki.
—Creo que eso ha sido un récord de rapidez en ganar. Limpien sus cartones y a ver si alguien tiene el G 27.
La vecina de Luke lo tenía y él ya tenía una ficha en la mano para que la colocaran juntos.
Desde su posición, Nicki vio cómo Luke ayudaba a la señora Batavia a colocar las fichas en su cartón. Lo había disimulado bien, pero Nicki había percibido que él se sentía incómodo rodeado de tantos ancianos. Estos no recibían muchas visitas, así que su bienvenida podía abrumar. Luke había estado encantador y en aquel momento estaba haciendo sentir a una amable dama que era el centro del universo.
Nicki nunca había imaginado cómo era Luke ni cómo había podido atrapar de esa manera su cuerpo y su alma. Estaba perdida. Menudo par, a ella le asustaba entregarle su corazón y él no quería entregar su corazón a nadie. Pero era un hombre bueno y decente. Bajo su avasalladora confianza había alguien a quien le afectaban tanto las cosas que se había intentado aislar del resto del mundo para protegerse del dolor y de los sentimientos que pensaba que no podía controlar. Pero aquello no era vivir.
Si se involucrara en algo que no estuviera relacionado con el dinero, encontraría él mismo la verdad. Ellos ya habían hablado sobre Divine y la ayuda que el pueblo necesitaba para despegar de nuevo. Quizá ésa era la respuesta.
Nicki continuó pensando en ello mientras leía los números y como varios de los residentes ganaron, ella seleccionó artículos del premio que sabía que cada uno de ellos disfrutaría o necesitaría.
—Última partida —anunció. La administradora prefería que terminaran la fiesta para las nueve, así ninguno de ellos se cansaría demasiado.
Cuando hubo un último ganador, sonaron las habituales protestas.
—Otra, otra —suplicaba un coro de voces. Pero Nicki sonrió y dijo que no con la cabeza firmemente.
—No. Estoy cansada. Me habéis agotado —declaró.
Todos rieron y comenzaron a dirigirse hacia sus habitaciones. Ella se unió a Luke y al profesor McCade en la mesa de los refrigerios, donde conversaban con Elena Gordon, la administradora. Luke, inmediatamente, rodeó la cintura de Nicki con el brazo y una emoción que no quería reconocer le recorrió el cuerpo. Una cosa era besarse en la privacidad del jardín de su abuela y otra distinta era mostrar afecto en público.
—El señor McCade nos estaba diciendo que a partir de ahora quiere pagar los refrigerios y los premios —dijo Elena y miró a Luke de una forma que Nicki conocía muy bien… puro agradecimiento femenino que no tenía nada que ver con su oferta de financiar los juegos de bingo dos veces al mes—. Agradecemos su generosidad.
—No es nada —dijo claramente incómodo.
—Sí que es algo. Algunos de los residentes no tienen dinero para comprarse pequeñas cosas. Nicki sugirió que se le dieran premios para hacerlos disfrutar y que no pareciera caridad.
«Eso parece idea de Nicki». pensó Luke. «Ella es la generosa». Él se había ofrecido a pagar los premios, más que nada para hacerla sonreír. Y había funcionado.
Lo miró como si le hubiera puesto en las manos un millón de diamantes y un calor que nada tenía que ver con el deseo se apoderó del pecho de Luke.
—Será mejor que volvamos a casa —dijo Nicki unos minutos más tarde—.
Estoy realmente cansada. El trabajo en el jardín hace que esté durmiendo estupendamente estos días. Algún día tendré que comprarme una casa con jardín para mí.
No parecía cansada, pero cuando Luke siguió la dirección de su mirada, se dio cuenta de que era la cara de su abuelo la que estaba fatigada.
—Yo también —dijo—. ¿Estás listo, abuelo?
—Cuando queráis. Gracias por su hospitalidad, señorita Gordon. Lo he pasado bien —dijo John.
—Vuelva cuando quiera, señor McCade y si no es mucho pedir, quizá pueda darnos alguna clase.
—Quizá —aunque su respuesta no lo había comprometido, elevó los hombros con orgullo y sonrió.
Luke quería gritar de emoción. Era como si el reloj hubiera vuelto a cuando vivía su abuela. Por supuesto que nunca sería como entonces, pero no se podía negar que su abuelo seguía mejorando.
Cuando volvieron a casa, Luke convenció a Nicki para que se quedara un rato.
Quería confesarle que no había hecho nada amable al ofrecerse a pagar los premios del bingo. Nicki se estaba convirtiendo en algo más importante para él de lo que podía haber imaginado y no la quería engañar. Todavía no era muy distinto del adolescente egoísta que un día la había besado y al siguiente había hecho como si no existiera.
—Aquel hombre había perdido también a su mujer —dijo el abuelo, que se había sentado en el sofá—. El hombre con el que hablaba durante la partida… se llama Joseph. Es viudo desde hace diez años. ¡Diez años!
—Era Joseph Conroy. No habla de Louise con cualquiera —dijo Nicki.
—Sí. Me recordó que éramos afortunados por haber amado tanto a una persona y por haber compartido la vida con ella. Sé que suena a tópico, pero es verdad.
—La abuela era muy especial. ¿De qué más hablasteis?
—De que admiramos a las mujeres. Tienen tanto aguante… Tu abuela era el eje de esta casa, Luke. Y ella siempre confió en mí y en el Todopoderoso. Eso se me olvidó durante un tiempo. Me voy a la cama —expuso el abuelo levantándose. Sus miradas se cruzaron y Luke vio reminiscencias del hombre que había conocido de niño, la fuerza y la sabiduría que habían estado escondidas algún tiempo.
Luke dio gracias a Dios en silencio y cuando se volvió, encontró a Nicki colgando un cuadro en la pared. Era muy pesado y la ayudó a colocarlo.
—No podías pedir ayuda, ¿verdad?
—Te quejas mucho.
Luke se echó hacia atrás para contemplar el paisaje de un estanque del bosque que había estado en la pared más tiempo del que podía recordar. Estaba bien devolver los cuadros a su sitio, aunque no sabía cómo se sentiría su abuelo al verlos de nuevo.
—Vale. Él me pidió que lo colgara otra vez —dijo Nicki antes de que Luke expresara su temor.
—¿Quieres dar un paseo? —preguntó él. Ella asintió y salieron a caminar por la oscura calle.
La noche estaba fresca. A Nicki le hubiera gustado proponer ir a bañarse al arroyo, pero no estaba preparada para lo que pudiera ocurrir después. El sexo era un paso importante y posiblemente significaría más para ella que para él.
Después de un rato aminoraron la velocidad de sus pasos. Iban por un camino y la luna cubría de plata los campos.
—¿Pasa algo? —murmuró ella.
—Sobre lo de los premios… Deberías saber que lo he hecho por ti y por nadie más. Ni siquiera me había dado cuenta de que había una razón para premiar, así que no tienes que pensar que lo he hecho por motivos altruistas.
—Luke McCade, eres un impostor —Nicki besó su barbilla y apoyó la cabeza en su hombro—. No quieres que nadie vea lo que hay en tu interior para que no se sepa que tienes corazón y sueños por cumplir, pero no está funcionando.
La garganta de Luke se cerró. Le hubiera gustado ser el hombre que ella parecía estar viendo y en el quizá se estuviera convirtiendo, poco a poco.
—¿Sí? —preguntó él.
—Sí.
Nicki y Luke trabajaron la mañana siguiente en el huerto, pero luego ella puso la excusa de que tenía que hacer unos recados. El se ofreció a acompañarla, pero Nicki respondió que iba a ser muy aburrido. La verdad era que se había pasado casi toda la noche en vela pensando en Luke, en cómo éste había comenzado a abrirse a los demás en la residencia y en cómo ella podía ayudar a que él se desarrollase.
Algunas personas tenían dificultades para relacionarse con el resto del mundo, pero el ambiente de Divine favorecería a Luke, ya que allí, los vecinos se metían en las vidas de los demás, a veces por curiosidad, pero, principalmente, porque se preocupaban los unos por los otros.
Nicki sabía que Luke se preocupaba por la gente, pero que le costaba demostrarlo y trabajar en algo que hiciera la vida de la gente más fácil, lo ayudaría a abrirse. Luke podía salvar Divine. Era un agente inmobiliario y sabía hacer negocios y atraer a inversores. Sabía de estudios sobre terrenos y estrategias de marketing y de todo lo necesario. Cuando la ocasión lo requería, Luke podía ser persuasivo y dar energía a la gente. Era lo que Divine necesitaba, alguien con la trayectoria y la inteligencia para hacer que las cosas sucedieran.
Salvar Divine significaba salvar hogares y a personas queridas. El corazón de Nicki latía con fuerza cuando entró en la tienda de fotos de la calle principal.
—¿Hay alguien?
—Nicki, hola —Willard Jenkins se apresuró a salir de la trastienda. Era un hombre digno, con canas en las sienes y una sonrisa amable. No extrañaba que lo hubieran elegido alcalde cinco veces seguidas—. ¿Estás de compras?
—Sí —Nicki se colocó la bolsa de plástico que llevaba en el brazo. Le avergonzaba, pero disfrutaba comprando ropa. Algo era seguro, y es que no pasaba desapercibida, aunque quizá fuera más una cuestión de actitud. Luke había hecho que se sintiera diferente, más viva y que se diera cuenta de que podía sentir.
—Te vi con John y Luke McCade el domingo en la iglesia. No sabía que tenías contacto con esa familia.
—En realidad no es contacto. Les estoy haciendo un inventario de las obras de arte.
—Fuiste a la iglesia y a la conferencia con ellos y tengo entendido que los llevaste al bingo de la residencia. Eso suena a más que un inventario.
«Dios». La fábrica de rumores de Divine era la parte del pueblo que seguía en perfecto estado. No sería extraño que dijeran que estaban agarrados de la mano durante el sermón o que la había besado en el cobertizo.
—El profesor McCade me influyó de una forma muy positiva cuando tomaba sus clases y ahora soy yo quien quiere ayudarlo de cualquier manera.
—Ya veo.
—De todas formas, he estado pensando que aunque Divine es un lugar estupendo, muchas de nuestras tiendas han cerrado o se han trasladado y hemos…
—¿Reducido existencias? El Ayuntamiento y yo hemos estado dando vueltas al tema durante años, pero nada de lo que hemos hecho ha cambiado la situación. Lo que necesitamos es dinero. Mucho dinero. Y a alguien que sepa qué hacer con ese dinero.
—Vale. Tú debes saber que Luke McCade es un agente inmobiliario, ¿has pensado en pedirle ayuda?
—No lo sé, Nicki. He oído que hay cierta tensión con Divine.
Precisamente los sentimientos que Luke tenía hacia Divine eran la razón por la que Nicki pensaba que ayudar al pueblo lo ayudaría a él también. La reacción de Divine a su accidente había hecho que no le gustaran los pueblos pequeños. Quizá, si tratara con esos sentimientos, podría resolver cómo se sentía por perder el sueño de su infancia de ser un deportista profesional. Después de todo, ¿cómo iba a poder avanzar si no se enfrentaba a sus fantasmas?
—Es un buen hombre, Willard. Ya se que parece distante, pero tiene razones para serlo.
—Lo sé. No puedo culpar a Luke por no querer tener nada que ver con nosotros, especialmente después de los editoriales que se publicaron cuando se lesionó.
Fueron muy desagradables. Él era sólo un niño y los niños se lesionan, no es que hubiese quemado el Ayuntamiento o que pasara droga a otros niños.
Nicki no recordaba los editoriales y sintió una punzada de recelo. En realidad no comprendía lo importante que había sido para Luke perder su carrera como futbolista o cómo la furia temporal de Divine había herido su ego, pero sí sabía que si no hacía las paces con su vida, nunca sería feliz.
—Por lo menos considera hablar con Luke. No sé qué te dirá, pero a lo mejor te sorprende.
—Vale. Hoy mismo si es posible, hablaré con el Ayuntamiento sobre una aproximación. Pero no esperes nada. Trent Davis está en el Ayuntamiento y todavía se siente fatal por haber escrito aquellas cosas en el periódico.
Nicki tuvo problemas para concentrarse aquella tarde y pasó más tiempo mirando la pared que catalogando la colección de arte del profesor McCade. El inventario no era tan importante al estar mejorando él y habían hablado sobre ello durante la mañana. John había decidido que evaluar la colección era una buena idea y le había pedido que continuara.
—Venid todos —llamó Luke desde el piso de abajo—. ¿Estáis listos para una sorpresa?
—¿Qué clase de sorpresa? —contestó Nicki.
—Helados con refresco ¿Te acuerdas de cuando los hacían en el colegio?
—Me acuerdo —Nicki no añadió que nunca tenía dinero para comprarlos.
—Entonces baja. Se hacen así —dijo mientras sacaba vasos largos del congelador—. Hay que tenerlo todo muy frío, porque parte del refresco se debería congelar al echar el helado. En el colegio nunca lo hacían bien porque el refresco estaba templado y el helado medio derretido antes de que los juntaran.
La diversión duró hasta que sonó el timbre y Nicki recordó su visita al alcalde.
—Yo abriré —dijo Luke.
Sus dudas se disiparon cuando siguió a Luke al vestíbulo y vio a Willard Jenkins a través del cristal de la puerta de entrada.
—¿Qué demonios? —Luke abrió la puerta sorprendido—. ¿Qué desean, señores?
—Buenas tardes. A lo mejor no me recuerdas, Luke, soy Willard Jenkins, el alcalde de Divine.
—Te recuerdo. Os recuerdo a todos —dijo Luke mirando a Trent Davis.
Nicki no pudo aguantar los nervios y se fue al jardín.