7. LA PLAYA II
Estamos llegando a St. Dean y, sentado en el asiento del copiloto, miro hacia el horizonte, hacia la línea que separa el cielo del océano y que a veces se torna infinita, a veces insuficiente. Intento ser consciente de que hace tres años que no contemplo estas vistas, pero no logro ganarle la batalla a mi escurridiza memoria perdida. Sigo sintiendo que hace algo más de dos semanas vivía el momento más amargo de mi vida, en la orilla de la playa que veo desde el coche mientras bordeamos la montaña. Pasamos junto al mirador en el que estuve sacando fotografías y pienso en la capacidad que tuve en mis manos de haber cambiado las cosas si no hubiera conocido a Matt. Me pregunto si seguiría vivo o su incontrolable carácter aventurero le hubiera hecho caer en el mismo fatal destino en otro lugar, con otra persona, en otras circunstancias; o si por el contrario hubiera aprendido a ser consecuente y responsable y, a día de hoy, sería un increíble chico de veinte años con ganas de comerse el mundo y alcanzar esa felicidad que tanto añoraba.
Siendo honesto, no puedo culparme, pero tampoco puedo culparle a él. Matt simplemente quiso vivir al cien por cien, corriendo los riesgos que fueran necesarios con tal de cumplir sus deseos y ambiciones. Ojalá todos tuviéramos esa capacidad de no dejar que los inconvenientes que surgen en el camino nos nublen y coaccionen nuestras decisiones por miedo a que pueda ocurrir lo peor. Matt murió por ser libre y aprovechar el momento, no lo hizo escondido del mundo y empequeñecido por sus circunstancias. Matt fue valiente, aunque su valentía nos haya hecho daño al resto.
A mi lado, Mike ha estado conduciendo todo el viaje bastante callado. Es curioso porque el que debería sentirse raro e incómodo soy yo, que no le recuerdo. Quizás le satura la idea de no sólo estar siempre oyendo hablar de Matt sino, además, tener que venir a ese lugar que tantas veces le habré mencionado. Lo cierto es que en estos días he sentido algo que no termino de reconocer. Es difícil de explicar pero, cuando le miro a los ojos, no veo a un desconocido. Sigo sin saber quién es y apenas sé nada de él porque no hemos vuelto a hablar desde que se interrumpió nuestra conversación en el parque hace unos días. He estado con mi padre todo el tiempo hasta que le dieron el alta y pudimos organizar este pequeño viaje. El caso es que en estos días me he cruzado con muchas personas, desconocidos de verdad, gente que pasa desapercibida porque no existe ningún tipo de vínculo; pero con Mike es distinto. Creo no conocerle pero su mirada me dice lo contrario. Y, a veces, cuando duermo, sueño con situaciones en las que él aparece y no estoy seguro de si son irreales o, por el contrario, son recuerdos de esa vida que sigue atrapada en algún recoveco de mi memoria.
–Ahora gira a la derecha –le indico.
–Ya estamos llegando, ¿no? –pregunta algo ansioso.
–Casi. Aún falta bajar hasta el pueblo y cruzarlo, pero se tarda poco.
–Hoy es domingo así que no creo que tardemos tan poco –añade mi madre desde el asiento de atrás–. Los domingos hay mercadillo y cortan algunas calles, Mike.
–Qué oportunos somos –le responde.
–¿Puedo preguntar algo? –digo mirando a mis padres a través del espejo retrovisor.
–Claro –responde mi padre.
Mike me mira de reojo.
–¿Qué clase de relación tenéis?
–¿Cómo? –pregunta mi madre algo asustada, alternando la mirada entre mi padre y yo.
–No, no, a ver –intento aclarar–. Vosotros dos no, joder. No te asustes –me río–. Me refiero a vosotros con Mike.
–¿Qué clase de relación? –pregunta mi madre.
–Sí… –respondo–. Para mí es raro porque prácticamente de un día para otro he pasado de tener una vida completamente privada, con secretos que sólo Sussan y Nathan sabían, a tener una relación familiar en la que se trata con total normalidad que este chico que tengo al lado fuese mi novio. ¡Sea! –corrijo–. Sea mi novio.
–¿Te sorprende que yo lo lleve bien? –me pregunta mi padre.
–Me sorprende todo en general y, sí, eso en particular.
–A Mike le queremos mucho –dice mi madre acariciándole el hombro desde atrás–. Y nos gusta para ti.
–¿Y tú qué opinas, papá?
–Lo mismo. En tu cumpleaños te dije que estaba orgulloso de ti y que Mike es un gran chico.
–¿Podemos cambiar de tema? –pregunta Mike sonrojado.
Mis padres se ríen.
–Lo raro es que no te sientas incómodo tú –me dice Mike–. No quiero hacerme ilusiones, pero este Ryan se parece más al de antes del accidente que al que conocí años atrás.
–No sé –respondo–. Igual me he venido arriba porque intento no pensar en lo que este pueblo me recuerda. Y también creo que hay cosas que, poco a poco, van activando recuerdos. Como cuando me hablabas de lo de Matt y terminé acordándome yo. Si dejo que la vergüenza me pueda, no podré seguir averiguando cosas y desbloqueando esas partes de mi memoria que siguen en coma.
–Yo no tengo problemas en hablar de todo lo que necesites –dice mi Madre–. Hay ciertas cosas que para ti son nuevas pero para nosotros son viejas y están aceptadas y forman parte de nuestra rutina.
–¿Lo dices por ser… gay? –pregunto, ahora sí, con cierto tono de vergüenza por estar hablando de ese tema con mis padres–. Ahora gira a la izquierda –le indico a Mike–. Y sigues la avenida, recto hasta que te avise.
–Lo digo por todo lo que ha ocurrido desde que volviste de la playa, por los problemas que tuviste que superar y que espero no se repitan, que Sussan haya sido madre, que os hayáis ido a vivir lejos… Ya nos hemos acostumbrado a esta vida de post adolescentes modernos que tenéis vosotros y nos gusta formar parte de ella, aunque sea en la distancia.
–¡Esa es, Mike! –señala mi padre.
Mike reduce la velocidad y aparca en la puerta de una casa que no reconozco del todo.
–Papá… ¿Qué ha pasado aquí?
–Te lo dijimos cuando… ¡Ah! Claro… La hemos reformado y pintado.
–Pensamos que tenerla cerrada todo el año era absurdo –continúa mi madre– así que la arreglamos un poco, la pintamos y la hemos estado alquilando hasta que… Bueno, hasta que…
–Hasta que me atropellaron. Dilo, no hay problema. No lo recuerdo así que no me produce ningún tipo de sentimiento hablar de eso. Ya tendré tiempo de cogerle miedo a los coches cuando vuelvan esos recuerdos. Si es que vuelven.
Nos bajamos del coche y, mientras sacamos las maletas, suena una bocina. Miro hacia atrás y veo que otro coche aparca junto al nuestro.
–¡Al final hemos llegado a la vez! –grita Sussan asomando su rizada y pelirroja cabeza por la ventanilla del coche.
–¿Pero no llegabais después de comer? –pregunto sorprendido.
–¡Ya ves! El vuelo de Alex llegó algo adelantado y, en vez de comer en el aeropuerto, decidimos venir directamente.
Alex se baja del coche, abre la puerta trasera y desabrocha el cinturón de la silla de David, que, una vez liberado, salta de su asiento y corre a los brazos de mi madre. Sussan echa un vistazo a la fachada de la casa mientras acaricia su gran barriga y hace un gesto de aprobación.
–Me gusta el cambio –dice finalmente–. Aunque sigo pensando que el verde pistacho habría quedado más discreto, ¿verdad Kate?
–Ya sabes como es Ben… Al final hizo lo que le dio la gana y eligió el amarillo –responde mi madre, dándole una cariñosa palmada en la espalda a mi padre.
–Así no tiene pérdida –se justifica mi padre–. Antes era una casa más de tantas, ahora es “la casa amarilla”.
No le falta razón.
Desde la escalera del porche huelo la comida del McDonald’s que compramos de camino y que mi madre ha metido en el horno para calentarla un poco. Mike vuelve del baño y se sienta a mi lado. Juntos, miramos hacia la playa con los pies enterrados en la arena. Es una situación extraña porque hace nada estaba viviendo esto mismo con Matt, y estoy convencido de que no tiene que ser algo fácil para Mike estar en este lugar, en este contexto.
–Así que este es el famoso porche –me dice apoyando su cabeza en mi hombro para acto seguido retirarla, como si pensara que no ha hecho algo correcto.
–¿Te he hablado de él?
–Claro, de tu antiguo ritual anual de cada verano. Venías, te sentabas aquí a observar, a ver el atardecer, a dejar que la brisa del mar te calmara y reorganizara tus sentimientos y prioridades en la vida.
–Algo así. Soy un poco místico.
–Lo sé, Ryan.
–Claro… A veces se me olvida que yo no sé nada de ti, pero tú lo sabes todo de mí.
Mike permanece en silencio. Todavía no tengo claro que esté aquí voluntariamente. De entrada no quiso venir alegando que no pintaba nada en este lugar, con mi familia, pero accedió a venir cuando supo que Sussan y Alex también nos acompañarían durante estos días. Aún así, creo que está aquí obligado, en cierto modo, por el presente que nos une; pero no está nada de acuerdo con la idea de lo que volver a esta playa supone para mí.
–Te agradezco que hayas venido.
–Tenía que hacerlo.
–¿Tenías o querías?
–Tenía. Y, ahora que estoy aquí, sí que quiero quedarme. Yo también necesito que la marea se lleve muchas cosas que tengo en la cabeza. Necesito organizar mis prioridades, igual que tú.
–¿Y cuál es tu prioridad ahora? –pregunto curioso.
–Tú.
–¡Qué bobo eres! –digo avergonzado.
–No estoy aquí para volver a enamorarte Ryan –se sincera–. Estoy aquí porque quiero apoyarte y que recuperes la memoria.
–¿No quieres que me enamore de ti?
–No es eso. Sólo digo que quiero que vuelvas al punto en el que estabas antes del accidente. Necesito tener conversaciones con ese Ryan que no puedo tener con este. No sería justo responder a esa clase de pregunta sin que tengas toda la información.
–Te entiendo, creo.
–Esto no va a ser como la película esa de la chica que pierde la memoria. Yo no voy a reconquistarte, ni a empujarte a que sientas cosas que no aparezcan de forma natural. Sólo quiero que vuelvan todos esos recuerdos que se quedaron por el camino y, entonces, veremos cómo avanzamos.
–Me parece coherente, aunque me hace pensar que no nos iba tan bien como Sussan me ha dicho.
–Todavía nos quedan conversaciones pendientes.
–¡Chicos! –nos llama mi madre desde la cocina–. ¡A comer!
–Seguiremos hablando, entonces –le digo a Mike–. Tenemos toda la semana por delante.
–Sí. Venga, vamos a comer, que tu madre se ha pasado toda la mañana cocinando.
Me río y entramos de vuelta a la cocina, donde mi madre ha sacado toda la comida de las cajas, las ha puesto en platos y hasta parece que, realmente, lo ha preparado ella y no lo hemos comprado todo en un McAuto. Como si de un buffet se tratara, nos arremolinamos en torno a la isla de la cocina y me sirvo en mi plato algunos nuggets, patatas fritas y una hamburguesa. Supongo que los helados los habrá metido mi padre en el frigorífico nada más llegar, aunque mucho me temo que más bien van a parecer batidos de caramelo.
David juega con un Minion vampiro que vino en su Happy Meal y no quiere probar la comida, mientras Alex intenta que entre en razón y coma algo. Sussan se hace la loca para no tener que lidiar con algo que probablamente le ocurre a diario y ha preferido que sea su marido el que cargue con el marrón esta vez. Mis padres se han sentado en la mesa del comedor y mantienen una conversación que no alcanzo a escuchar. Mike y yo seguimos de pie en la cocina, comiendo sin decir muchas palabras aunque ambos sabemos que aún tenemos mucho de lo que hablar. Mi vida en Nueva York está llena de huecos por todas partes que sólo él puede rellenar, pero no parece que encontremos el momento oportuno para que me ponga al día.
Por otro lado, sigue ahí constante el recuerdo de Matt. Mi madre me contó que, la otra vez, la real, estuve muy hundido y depresivo, que me costó semanas tan sólo aceptar que tenía que continuar con mi vida y que tardé meses en hacer las paces conmigo mismo y superar –en cierto modo– la pérdida. De alguna forma, estoy convencido de que mi subconsciente no ha olvidado todo ese aprendizaje, porque la muerte de Matt, en mis recuerdos ocurrida hace tres semanas, no me está afectando de la misma forma. Me duele pensar en él, pero por algún extraño motivo no siento rabia ni he perdido las ganas de seguir viviendo. Quizás porque ya tengo las respuestas que necesito y sé cómo aplicarlas, quizás porque mi enrevesada mente sabe que bastante estoy sufriendo con mi situación actual, quizás porque en estos tres años me he vuelto insensible al dolor y, aunque no lo recuerde, me sigo comportando así. A veces me da miedo pensar que el Ryan que no recuerdo realmente mereciera ser atropellado por ser mala persona.
Termino de comer y subo a mi habitación con la maleta. La dejo sobre la cama y, cuando me doy la vuelta para ir al baño, veo el oso del lazo rojo en la estantería junto al escritorio. Siento un escalofrío que me recorre la espalda hacia el cuello y automáticamente aparece en mi mente la cara de Matt llorando desconsolado al otro lado de la habitación, implorando explicaciones que no sabía que debía darle por culpa de Nathan. Cojo el oso y le sacudo el polvo.
–Siento haberte dejado aquí solo tanto tiempo –le digo al peluche–. Ya sabrás que no recuerdo muchas cosas, pero sé que no he venido a verte. No sé el motivo, pero puedo adivinarlo. No me atrevía. De verdad, lo siento. Espero que no estés enfadado conmigo. Me conoces y sabes que lo habría dado todo por ti, pero la situación me ha superado y lo sigue haciendo. He soñado mucho contigo, por lo que me han dicho, eso significa que no te he olvidado, que no he logrado pasar página. He cambiado de libro, pero el tuyo sigue en mi mochila y lo llevo conmigo allá donde voy. Pero, ¿sabes qué? Creo que estoy preparado para aceptar que ya no estás. Nunca estaré de acuerdo con el universo o quien quiera que haya tomado la decisión de que dejes de vivir, pero sé que siempre vas a estar. Y eso es lo que importa, lo que me ayuda a seguir, que sé que estás. En cada alegría y en cada tristeza, en cada acierto, en cada error. Estás y estarás.
Le doy un beso al oso y lo vuelvo a colocar en la estantería. Me limpio las lágrimas de los ojos con las manos y me acerco al baño. Me miro al espejo y, quizás por asociación, no me reconozco. La última vez que vi mi reflejo aquí era un chico de dieciocho años destrozado por la vida; ahora veo un adulto algo mayor, más delgado pero con mejor cara, con lágrimas que duelen menos.
–Tienes que vivir –le digo a mi reflejo–. Da igual si recuperas la memoria o no. Tú sí estás y eso es lo que importa. Estás vivo, has tenido una suerte que otros no tienen; y la suerte no aparece siempre. Aprovecha el tiempo, vive mientras puedas, por ti y por los que no pueden. Sonríe –me digo sonriendo– y sigue adelante. Cómete el mundo y vive por los dos. No malgastes ningún latido, todos merecen la pena ser exprimidos al máximo. Y nunca dejes que…
–¿Con quién hablas? –me interrumpe Mike.
Me río avergonzado.
–Con nadie… Cosas mías –me encojo de hombros y sonrío con timidez.
Mike me mira en silencio con cara de comprenderme. Yo creo que ha estado escuchando tras la pared un buen rato porque parece entender qué estaba haciendo.
–Tenemos una conversación pendiente –me dice sentándose en mi cama.
–No –le respondo tajante–. Aquí no, por favor.
–Déjame adivinar… –dice mirando hacia la cama.
–¡No! –me sonrojo –. No es por eso –me río nervioso–. Es porque esta habitación ya ha vivido suficientes conversaciones trascendentales. No quiero mezclar las cosas más de lo que ya están.
–¿Vamos a la playa?
–Vamos.
Caminamos por la arena descalzos y nos sentamos a la sombra bajo el puesto de vigilancia del socorrista. Mike me cuenta que le gusta mucho St. Dean, que después de tantos años oyendo hablar de este lugar, le resulta raro estar por fin aquí, que no se parece a lo que había imaginado. Yo le cuento que, para mí, es algo más que una playa y un pueblo de veraneo, que es un lugar especial desde que era pequeño, en el que he crecido como persona cada verano, he pegado estirones, me he enamorado, he hecho amigos fugaces que duran unas vacaciones y que, en general, es un lugar al que tenía mucho miedo de regresar por los sentimientos que podría avivar en mí.
–Todo eso ya lo sé –reconoce–. Son cosas que me has contado.
–Lo suponía.
–Pero no te preocupes, Ryan. Es bonito volver a escucharte hablar con tanta pasión, hacía tiempo que nada ni nadie te evocaba esa clase de palabras.
–Parece que te incluyes.
–No te lo voy a negar.
–Lo siento si no he sido el novio que esperabas.
–Sí lo has sido, mayormente. De hecho… Bueno –rectifica–, no empecemos por el final.
–Vale, mejor. Venga, termina de escribir las páginas que faltan en este libro que tengo medio en blanco.
Partiendo de mi escarceo con Leo y lo que hice para recuperarle en Norwalk, Mike me cuenta que regresamos a Nueva York poco después. Nada más llegar al apartamento, pusimos un anuncio para buscar nueva compañera de piso. Le pregunto por qué tenía que ser chica y me pone al día de las intenciones que Evan tuvo con Mike en su momento y que nos pareció menos comprometedor compartir piso con una mujer. Le doy la razón y eso que no recuerdo lo ocurrido. Continúa reconociendo que, a partir de ahí, tuvimos unas semanas un poco raras porque seguía en el aire el recuerdo de lo que yo había hecho, pero que, tras la boda de Alex y Sussan, la relación volvió al punto ideal en el que estaba meses antes. Me cuenta que el verano pasado cruzamos Estados Unidos de punta a punta en caravana y que un viaje que para él empezó genial terminó siendo un caos mental que le provocó dudas. Por lo visto, durante el viaje hice y dije cosas que, en otras circunstancias, serían divertidas, pero que, dados los acontecimientos, a él no le sentaron nada bien. Se unió a eso que, durante dicho viaje, comenzaron mis sueños recurrentes con Matt; a veces positivos y otras pesadillas, pero la mayoría terminaban con crisis de ansiedad en mitad de la noche que el tuvo que aprender a gestionar para ayudarme lo mejor posible.
A la vuelta del viaje, Mike reconoce que ya no era el mismo, aunque nunca me lo dijo. Según él, yo pensaba que, más allá de los sueños con Matt, todo iba sobre ruedas, pero la realidad era que Mike no podía dejar de pensar en lo que yo había hecho con Leo; y también empezaba a saturarse porque el capítulo de Matt no terminaba de cerrarse. Yo todo el tiempo siento como si me estuviera contando el guión de una serie nueva, no me reconozco en ninguna de esas situaciones. Al mismo tiempo, estoy tentado a echarle en cara que no me dijera que las cosas, por su parte, no iban bien; pero no considero estar en una posición lógica en la que me pueda permitir esa clase de reproches. Finaliza contándome lo ocurrido de nuevo con Evan en Halloween y como, desde ese día, dejamos de asistir a fiestas con tanta asiduidad; pero que la de San Valentín no nos quedó más remedio que vivirla porque estábamos viviendo en el ático nuevo de Óscar.
–¿Y lo del accidente? –pregunto.
–Fue esa noche, la de San Valentín.
–Qué romántico –respondo con sarcasmo.
–Mucho, mucho. No pudiste hacerme un regalo mejor –se ríe.
–Cuéntamelo.
–¿En serio quieres recordar eso?
–No voy a recordarlo de todos modos… Es sólo saber qué ocurrió. No me va a traumatizar algo que no puedo rescatar de mi memoria.
–Pues para no estar traumatizado, bien que me hiciste conducir hasta aquí.
–Porque hace tiempo que no lo hago y estaba nervioso, pero no porque ahora le tenga aversión a los coches. El mar en cambio…
–Luego nos damos un baño y así te enfrentas.
–Ya veremos, ya veremos… Venga, dispara.
–Tampoco tiene mucha ciencia. Discutimos en la fiesta de San Valentín porque yo estaba hablando con Evan.
–Normal…
–No empieces.
–Lo siento, pero si hizo lo que hizo en Halloween…
–Vale, sí, tienes razón, pero me dio pena. En fin… El caso es que discutimos, te largaste del ático y fui detrás tuya. Cuando llegamos al cruce reconocí que… –se detiene.
–¿Qué?
Mike suspira y desvía la mirada.
–Dilo, no pasa nada. Quiero sinceridad, no historias edulcoradas que, si llego a recordar, me demuestren que me habéis tratado como si fuera tonto.
–A ver… –coge aire y continúa–. Me sinceré y reconocí que no estaba aseguro de lo nuestro, que no veía del todo posible que fueras a ser fiel siempre y no volvieras a caer.
–Eso también lo veo normal. Si a mí alguien me engaña de esa forma, también me costaría olvidarlo y hacer como si no hubiera ocurrido nada, por mucho que lo haya perdonado.
–¿Eres consciente de que estás hablando de ti mismo?
–Por supuesto. Y no me reconozco. No sé cómo pude hacerte eso, pero entiendo que tu tuvieras o sigas teniendo dudas.
–¿En serio? –me pregunta sorprendido.
–Mira Mike, seguramente te conté lo que hizo Nathan, ¿verdad?
–Sí, claro.
–A día de hoy yo no le quiero ver el pelo jamás. Sussan dice que llegué a perdonarle pero no volvimos a ser amigos porque mató algo dentro de mí que ningún perdón podría revivir jamás.
–Me estás diciendo que, si fueras yo, terminarías la relación contigo.
Pienso. Me he metido en un berenjenal.
–No exactamente –intento arreglarlo–. Sólo digo que entiendo tu postura, pero no tiene por qué ser tan radical como la mía –sonrío.
–No me gusta hablar del presente cuando tu mente sigue en el pasado, pero no puedo evitar reconocerte que mi postura actual es bastante confusa.
–Piensa que este Ryan no te ha hecho daño. Estoy limpio de pecado, porque en mi mente no ha ocurrido. Básicamente me han hecho un borrón y cuenta nueva. Podrías seguir conmigo y enamorarte de este Ryan –sugiero en tono de broma.
–¡Claro! No sabe nada, él. Además, aquí sólo hay uno que no está enamorado del otro y no soy yo.
–¿Sigues enamorado de mí?
–Si no lo estuviera, no estaría aquí. Pero…
–Calla –le pongo la mano en la boca–. Me imagino el resto y no hace falta que lo digas. Lo entiendo. Y sí, tienes razón, pero sólo en parte.
–¿Por qué lo dices?
–Porque sí estoy enamorado… Es sólo que no lo recuerdo.
–Eso es como no estarlo.
–Según se mire. No recuerdo tener veintiún años y, en cambio, los tengo. ¿Por qué iba a ser distinta nuestra relación?
–Porque tener veintiún años es ciencia y estar enamorado no. La cicatriz del golpe que te diste en la cabeza la tienes ahí aunque no recuerdes cómo te la hiciste, pero las heridas que tengo yo en el corazón tienen un culpable y no se curan con amnesia.
–Igual si te dieras un porrazo en la cabeza tú también…
Mike se ríe y me da un cariñoso golpe en el hombro.
–¿Sabes? Realmente es raro…
–Todo esto es muy raro –me responde.
–Sí, sí, pero me refiero a esta situación. Vale, no estoy enamorado de ti, o no recuerdo estarlo, pero me siento cómodo contigo y no me da la sensación de que seas un desconocido. Ya no.
–La mente funciona de formas extrañas.
–Totalmente. Pero no sé… Antes no me pasaba, pero hoy sí. Hablo contigo y no te siento extraño, me resultas familiar. Si te miro en general, veo a un chico guapo que casi acabo de conocer.
–Gracias por el piropo.
–De nada –le respondo y continúo–, pero si te miro a los ojos sin fijarme en todo lo demás, es como si estuviera hablando con mi mejor amigo, como si estuviera teniendo una conversación con Sussan.
Es curioso cómo funcionamos los seres humanos. Cómo hay personas que vemos a diario y nunca dejan de ser desconocidas y, por el contrario, hay ocasiones en las que damos con alguien con el que creamos todo un universo de conexiones en menos de diez minutos. Como si nuestras almas vinieran programas de fábrica para crear esas conexiones con unos y no con otros, como si estuviéramos predestinados a relacionarnos con un tipo determinado de persona y, cada vez que se planta una de ellas ante nuestros ojos, automáticamente se activara algo dentro que nos atrajera hacia ellas. Y no lo digo solamente a nivel amoroso, sino en general. La conexión que he sentido con Mike en tan solo una conversación ni siquiera la tuve con Matt hasta pasados varios días. No sé si es la química de nuestros cuerpos que se relaciona e interactúa sin que nos demos cuenta porque así tiene que ocurrir, o si es algo más fácilmente explicable relacionado con todas esas vivencias que yo no recuerdo pero que, quizás, mi cuerpo sí. Sea como sea, Mike me parece un chico muy interesante. Me siento en una encrucijada porque una parte de mi quiere enamorarse de él y volver al punto en el que estaba mi vida; mientras que otra parte siente que le debe fidelidad y cierto luto a Matt. La parte viva en mí que no recuerda nada, quiere sentirse triste y básicamente actuar como una viuda. La parte muerta que yace en algún lugar de mi cerebro, quiere seguir viviendo de forma lógica y re-enamorarse de este chico que, a priori, parece tan fantástico. Y eso me produce una enorme contradicción porque ese mismo chico me ha reconocido que no tiene nada claro que esta relación pueda tener futuro. Me encuentro en un punto en el que tengo que decidir si lo dejo ir o intento que se quede a mi lado, recupere o no la memoria.
Esta noche mi padre y yo hemos ido al cine. Alex y Sussan decidieron quedarse porque él estaba cansado del viaje y quería acostarse temprano para recuperar horas de sueño. Mi madre ha dicho que no le gusta la película, pero en el fondo sé que lo ha hecho adrede para que yo pase tiempo a solas con mi padre. Y Mike ha dicho que le dolía la cabeza, pero en privado me ha reconocido que le parecía algo raro venir los tres juntos. Así que por primera vez en mi vida, que yo sepa, vinimos al centro comercial y después de comernos un perrito caliente yo y una ensalada él, fuimos a ver Jurassic World. Al principio no me parecía la película más oportuna para que la viera alguien con problemas de corazón, pero él ha insistido alegando que cuatro dinosaurios hechos por ordenador y sangre de tetrabrik no le iba a acelerar el pulso. Y así fue. Como si hubiéramos visto Mary Poppins. Ni se inmutó mientras yo sí que pegué algún que otro brinco en el asiento. Incluso la ansiedad se me puso por las nubes en algunos momentos.
A la salida, nos hemos sentado en una terraza a tomar algo y charlar. Ha intentado que recupere la memoria gastándome bromas sobre Nueva York, inventándose situaciones y soltando conceptos al azar a ver si alguno activaba algún tipo de mecanismo en mi interior, pero no hubo suerte. Ahora, camino de casa, parece que las bromas han pasado a un segundo plano.
–¿Tienes miedo? –le pregunto.
–A veces. Otras no. Me habría dado más miedo hace tres años.
–¿Por qué? ¿Qué ha cambiado?
–Yo.
Si hay algo que he aprendido en este tiempo es que los silencios son la forma perfecta de conseguir que la otra persona diga cosas que no se atreve a decir.
–Me habría dado miedo morir sin conocerte –dice finalmente.
–Siempre me has conocido, papá.
–Sabes que no. Realmente te he conocido en los últimos tres años, aunque irónicamente haya sido cuando más distanciados hemos estado, físicamente.
–Nunca hemos estado muy unidos…
–Pero desde que murió tu amigo Matt, algo despertó dentro de mí. Nunca he tenido problema con que quieras compartir tu vida con chicos; de hecho era algo que intuía viendo tu colección de discos y la ausencia de novias en un chico guapo y deportista como tú.
Me río, en parte avergonzado. No consigo dejar de avergonzarme cuando hablo con mis padres de este tema, aunque para mí sea algo normal. Es como si una parte de mí aún creyera que está haciendo algo malo.
–Pero cuando pasó la desgracia –continúa–, como te dije en su día, pensé que podrías haber sido tú. Y me di cuenta de que hay cosas en la vida que carecen de importancia siempre que estemos vivos. Y, en tú caso, me importaba una mierda, con perdón, si te acostabas con chicos o con chicas; sólo me importaba tenerte, que estuvieras vivo.
Vuelvo a quedarme en silencio. No sé qué responder porque mi padre siempre me ha impuesto mucho respeto, demasiado quizás, y más del que él mismo ha pretendido que le tenga.
–Entonces, lo único que quería era estar orgulloso de ti, que te convirtieras en un hombre de provecho, decente, con los valores bien altos y los pies en la tierra.
–Eso intento, aunque mucho me temo que he hecho cosas de las que no estarías orgulloso.
–Pero cada vez que ha ocurrido algo así, lo has arreglado y has hecho que el error sea diez veces menor que la solución. Un cobarde no habría hecho lo que tú hiciste para recuperar a Mike. Y ya no sólo en el amor, en toda tu vida, Ryan. Has sido valiente en cada paso, has seguido tu instinto. Te fuiste a vivir a Nueva York persiguiendo lo que realmente te hacía feliz. Eso es ser un hombre de provecho, no cometer errores.
–Y ya ves de lo que me ha servido… De vuelta a la playa, desmemoriado y a saber qué ocurrirá con las clases. No recuerdo absolutamente nada de todo lo que he estudiado en Nueva York, papá. Nada.
Según salen las palabras de mi boca, soy consciente de ellas y me dan ganas de llorar. En todo este tiempo no había reparado en eso porque mi mente sigue en el pasado, pero lo cierto es que, si mi memoria no vuelve, habré perdido dos años de mi vida, esfuerzo, trabajo, sudor y mucho dinero.
–¡Pues vuelves a empezar!
–Ya, claro. ¡Qué fácil! –ironizo–. Como nos sobra el dinero…
–Me da igual. Prefiero pagar el doble y que termines tus estudios a haber pagado la mitad y que no haya servido para nada.
–Bueno, no me hables de eso, que no lo había pensado y se me va a fastidiar la semana. Prefiero que me sigas diciendo lo grande que soy –bromeo. Él se ríe.
–No eres grande, te falta para llegar a serlo. Pero vas por buen camino. Y, como te decía antes… Me habría dado miedo si esto me hubiera ocurrido en aquel momento.
–Entiendo.
–Pero ahora que tenemos buena relación, que sé que sabes que te quiero, que estoy orgulloso de ti, que incluso he llegado a querer a Mike… Ahora no me da miedo, porque me iría en paz.
–Pues yo sí tengo miedo. No quiero que te pase nada. Necesito que vivas para siempre y seas inmortal.
–Ninguno lo somos. Una vez, allí en Nueva York, creo que en la boda de Sussan, me dijiste que la vida hay que vivirla aquí y ahora, porque nunca se sabe. Y es extraño que un hijo de lecciones a un padre, pero así fue. Desde entonces he vivido el último año como tú me aconsejaste sin darte cuenta. Por eso fui a tu fiesta de cumpleaños aunque ya sabía que algo no iba bien, no se lo digas a tu madre.
–No debiste haber ido. Quizás ahora…
–Quizás ahora nada. Esto viene de lejos, de la vida que he llevado. Y es el precio que me toca pagar ahora. Y no me arrepiento de nada porque esa vida me ha llevado a conocer a tu madre y a que existas tú. Y si morir tan pronto es el precio que tengo que pagar por haber recuperado a mi hijo, estoy listo para irme.
Me muerdo el labio inferior y aguanto la respiración para contener el llanto.
–Me duele no recordar mi historia con Mike, pero me duele aún más no recordar todo esto que me cuentas; esa relación mejorada y auténtica entre ambos –me sincero.
–No hace falta que lo recuerdes. ¿No nos ves? Piénsalo, Ryan. En tu mente que sigue en el pasado, ¿estaríamos teniendo esta conversación?
–No lo creo.
–Pues la estamos teniendo, hijo. De algún modo tú también has cambiado y actúas como realmente eres, aunque no lo recuerdes.
–Puede ser. Antes con Mike me ha ocurrido algo parecido. Creía estar hablando con un extraño, pero mi corazón me decía algo distinto.
–La mente es poderosa, Ryan, pero el corazón puede más. Y espero que sea más tarde que pronto, pero algún día no estaré y quiero que me prometas que vas a seguir viviendo en base a lo que te dicta el corazón y no los juicios que te nublan la razón.
–No digas eso, tu siempre vas a estar –digo empezando a emocionarme de nuevo.
La importancia de estar, otra vez. Estar. De una forma o de otra, pero estar.
–Prométemelo –insiste.
–Te lo prometo si tú me prometes que vas a hacer lo posible para que ese corazón tuyo no nos de más sustos.
–Hay cosas que no se pueden prometer, hijo. Pero si puedo prometerte algo, y es que, pase lo que pase, siempre estaré orgulloso de que estés en este mundo, cambiando la vida de mucha gente, y prometo quererte siempre, incluso cuando cometas errores o me hagas daño; porque, como dije antes, sé que encontrarás una solución diez veces más grande.
–Esto suena a despedida –digo sin poder contener más las lágrimas.
–¡No seas tonto, anda! Dame un abrazo. Que de momento no me pienso morir.
Me abrazo a mi padre como hacía tiempo que no recordaba. Quizás no es la primera en este tiempo, pero ahora mismo para mí lo es. Me abrazo fuerte, sin soltarme, como si se lo fueran a llevar lejos. Y me siento extraño por la novedad de la situación, porque no acostumbro a mostrarle afecto a mi padre, porque nuestras formas de demostrarnos el cariño siempre han sido a distancia y con el contacto físico justo, porque soy realista y sé que pronto se irá ya que su situación no tiene solución viable según los médicos, porque le quiero y no entiendo por qué me cuesta tanto decírselo. Y entonces me acuerdo de Matt, de cómo se fue sin que pudiera decírselo.
–Te quiero, papá.