CAPITULO II UN ENVIADO PRESIDENCIAL
- ¿Quién es?-preguntó Guadalupe al recibir don César el aviso de que Lucas Root deseaba verle.
- No sé. El nombre me es vagamente familiar Aunque me parece que…
- ¿Qué?-preguntó Lupe, al advertir la vacilación de su esposo.
- Ya recuerdo-replicó éste-. Es "Dutch" Luke, que fue sheriff en Dugan, Kansas, y antes había sido guerrillero de la Unión por aquellos lugares.
- ¿Para qué puede necesitarte?
- Pronto lo sabré. La mejor manera de averiguarlo consiste en preguntárselo. A ello voy.
Guadalupe quedó en la salita que constituía uno de los departamentos en que se dividía el lujoso vagón. Pero sólo quedó allí un momento. En cuanto oyó cerrarse la portezuela que daba al otro salón, el mayor del coche, levantóse y entrando en el departamento intermedio entre la salita donde se recibía a los visitantes o invitados, y la sala privada de, ella, abrió una pequeña mirilla y escuchó la conversación entre su marido y el antiguo sheriff de Dugan.
Este esperaba de pie y saludó seriamente a don César.
- Buenas tardes-dijo- Supongo que le sorprenderá mi visita.
- Confío en que no me sorprenda-respondió el californiano, invitando a Root a sentarse en uno de los divanes, haciéndolo él enfrente, en un sillón-¿Puedo servirle en algo?
Root no contestó en seguida. Reflexionó unos segundos, más que en busca de ideas, deseando encontrar palabras con que expresarlas.
- ¿Ha oído hablar de mí?-preguntó al fin,
- Su nombre me es familiar-replicó don César-. Pero creo, también, que usa otro que le dieron sus amigos o sus enemigos.
- Sí. Me llaman, también, "Dutch" Luke. Fui sheriff de Dugan…
- Y guerrillero contra Quantrell.
- Sí. He luchado en la guerra y en la paz. Y antes fui amigo del que había sido general Clarke.
- No lo entiendo-replicó, con bien fingida indiferencia don César, mientras un escalofrío corría por las venas de Guadalupe-. Si la memoria no me es infiel, el que fue general Clarke murió hace muchos años
- Dudo mucho que la memoria pueda serle infiel, don César. Nuestras edades son parecidas y yo he recordado hoy algo que me contó Clarke en Arizona, después de su forzada fuga de Los Angeles.
- ¡Qué lejos parece todo! Creo que ocurrió hace unos veinte años.
- Exactamente veinte años. Yo había cumplido veinticinco.
- No representa tal edad-observó don César- Sin duda la vida al aire libre le ha sido beneficiosa.
- Creo que sí.
Don César calló, esperando que el otro siguiera hablando. Aunque en su interior se agitaban encontradas ideas, y más que vagos temores, su apariencia era de total tranquilidad.
Root decidió abordar al fin el motivo de su visita.
- No he venido a someterle a ningún "chantaje", señor Echagüe.
- ¿Por qué iba usted a hacerlo?-preguntó el hacendado.
- Por nada. Me precio de ser honrado.
- Es una gran cualidad que todo hombre debe tener en mucho.
- A lo que he venido, en realidad, ha sido a solicitar su ayuda.
- ¿En qué puedo prestársela?
- El general Clarke se entregó a la bebida durante su estancia en Arizona.
- ¡Grave defecto!
- Habló mucho y le mencionó a usted en diversas ocasiones.
- Nos profesábamos mutua antipatía.
- El me dijo que usted era el "Coyote".
- Hubo un tiempo en que eso mismo lo dijeron otras personas. Se ha demostrado que estaban equivocadas.
- Pero no lo estaban. Usted es el "Coyote".
- Aunque lo fuese le costaría mucho probarlo, señor Root.
- Tal vez no.
Don César hizo un gesto de resignación.
- Hágalo-dijo luego-. Me gustaría que lo consiguiera.
- Usted ha guardado bien su secreto; pero el general Grant, nuestro Presidente, lo conoce.
- ¿Se lo ha dicho él?
- Sí.
- Es de mala educación llamar mentiroso a un hombre. Además, si ese hombre lleva dos revólveres, la mala educación se convierte en grave riesgo. No deseo correrlo.
- No he venido a amenazar. Al contrario, necesito su ayuda. Se lo dije antes.
- Si necesita la ayuda del "Coyote" equivocó usted la persona. Debe dirigirse a otro.
- No. Debo dirigirme a usted. Yo quiero imponer la paz en Farish City.
- Yo soy hombre de paz, o sea lo menos indicado para imponer la paz. Debe dirigirse a un hombre belicoso. Ellos son los que imponen su paz. Los pacíficos sólo sabemos perderla.
- ¿Insiste en que no es usted el "Coyote"?
- No es que insista en ello. Es que no soy el "Coyote"; pero si usted opina lo contrario… Creo que no podré convencerle.
- Le sería fácil convencerme de que es el "Coyote"; pero comprendo su necesidad de aparentar que no lo es. No es lógico que vaya anunciando por los periódicos quién es.
Don César ahogó un bostezo.
- Insiste demasiado, señor Root. Tengo la desgracia de tener mi hacienda en Los Angeles y de que allí actúe el "Coyote". No puedo enrollar mis tierras, como si fueran una alfombra, e ir a tenderlas en otro sitio más cómodo para mí.
- Creo que le he abordado mal, señor Echagüe. Debí haber iniciado la conversación de otra manera. Ahora desconfía de mí.
- De usted, no. Pero sí de su agudeza.
- Sin embargo, le he dicho la verdad. Usted sabe que no miento. Los dos conocemos la verdad, con la diferencia de que en tanto que usted finge ignorarla, yo le confieso francamente lo que sé. ¿Quiere que le exponga mis ideas acerca de lo que debería hacerse para imponer orden en Farish? Yo deseo acabar con el poder de la TACR.
- Es una pieza demasiado grande para usted, sheriff. Le aconsejo que la olvide.
- Es que yo no puedo hacer mucho, don César. Mis manos estarán atadas por la misma Ley que defiendo. La Ley es como una reja que nos encierra en sus limitaciones.
- A usted le gustaría que el "Coyote" le sacara las castañas del fuego, como vulgarmente se dice. Que le hiciera el trabajo sucio mientras usted conservaba limpias las manos. Es una excelente idea.
- ¿Le convence?
- A mí sí. Pero no sé qué opinará el "Coyote". Debería intentar verle y preguntárselo.
Lucas Root se levantó cansadamente.
- Lamento que no lleguemos a un acuerdo. Sin embargo, si de nuestra conversación resulta algo práctico…
- Tendré mucho gusto en verle de nuevo. Esto será lo único práctico…
- He abordado el problema con excesiva ingenuidad, don César. No sé qué esperaba. Desde luego no podía creer que usted admitiese de buenas a primeras que era el "Coyote". Pero lo creí. He meditado mucho sobre los sucesos en esta nueva cuenca minera. No estamos como en los tiempos del descubrimiento del oro en California. Aquí hay una compañía ferroviaria que se vale de sus medios para explotar a los buscadores de oro. Es inútil quererla atacar legalmente. Todo lo que hace es legal. Sabemos que los dueños de las tiendas son gente de su confianza, que está a su servicio; pero no podemos probarlo de buenas a primeras. Necesitamos algo concreto, sin lo cual es inútil intentar nada legal. Yo no puedo entrar en una tienda de las que sé positivamente que pertenecen a la Compañía y destruir las mercancías allí almacenadas.
- Puede hacer proteger un envío de mercancías. Uno de esos que se quedan en la Sierra. Puede defender a los comerciantes independientes.
- Poniéndome a la defensiva no conseguiré nada. Ellos encontrarán tarde o temprano mi punto débil y me atacarán por él. Debo ser yo quien los ataque, sin darles tiempo a reaccionar. Debo obligarles a defenderse.
- ¿Y no puede hacerlo porque representa a la Ley?
- Eso es.
- Pues deje de representarla. Dimita y haga lo que le gustaría que hiciese por usted el "Coyote".
- Me alegro de que haya llegado por usted mismo a esta idea. Me alegro de que diga usted lo que pensaba decir yo. Si dimito mi cargo y actúo como un particular harto de tantas injusticias, o sea si destruyo cargamentos consignados a la Compañía, si ataco a tiros a los asalariados, a los pistoleros comprados, si hago lo que no puedo hacer siendo sheriff, el que me sustituya en el cargo me tendrá que matar o detener.
- ¿Y quiere que maten o detengan al "Coyote"?
- No, porque siendo yo el sheriff de Farish City, nadie detendría al "Coyote".
- No está mal. Una buena combinación. Si usted quiere puedo ver de hacer llegar sus informes a los oídos de ese misterioso "Coyote".
- Sigue usted sin dar su brazo a torcer-suspiró Root-. Haga lo que mejor le parezca. Pero al decirle que conocí a Clarke, no le engaño. Tampoco le miento al decir que me habló de usted. Me dijo quién era el "Coyote", y que pensaba volver a Los Angeles o a California, al menos, para vengarse del hombre que le había derribado de su alto cargo. Le odiaba mucho a usted. No hace mucho que estuve en Washington. Allí me encargaron de la tarea de poner paz en Farish, de acabar con el monopolio del TACR. Y el propio Presidente, que me conoce y sabe que puede confiarse en mi discreción, me dijo: "Es una empresa difícil, Luke. Porque no es lo mismo pelear contra enemigos declarados que contra esas Compañías poderosas comerciales, que no tienen nada de humano, que se portan con la gente como si nada les importase la vida ajena, ni sus sentimientos, ni sus necesidades. Son fábricas de acuñar dinero. Y para mover las máquinas que lo hacen, usan como combustible cualquier cosa, por noble y sagrada que sea. No tienen sentido de Religión ni de Patria. Les importa muy poco destruir hogar y familia. Lo único que no pueden hacer es vender su alma al demonio, porque ni tienen alma ni creen en el demonio. Se va a ver muy apurado, Luke. Y va a necesitar un auxiliar. Busque al "Coyote" Explíquele lo que sucede, si es que no lo sabe ya; ¡que sí lo sabe!, y pídale ayuda. El se la prestará. Y dígale que ha visto esto.
- ¿Qué vio?-preguntó don César, con fingida indiferencia.
- Un indulto a favor de usted.
- ¿De mí? ¡Caramba! ¿De qué pueden haberme indultado? Soy buen ciudadano, buen pagador de impuestos, no he tomado parte en ninguna sublevación… Desde que los norteamericanos se apoderaron de California, yo he sido su más fiel amigo.
- Entonces… no sé-Root se encogió de hombros-. Atando cabos saqué una conclusión. Tal vez está equivocada. Sin embargo, el indulto era para usted y está fechado en seis de diciembre de mil ochocientos setenta y seis. Anticipadamente, y por todos los delitos de cualquier clase que hubiera cometido usted abierta o encubiertamente, bajo su verdadera personalidad o bajo cualquier otra, y se dice que tan amplio y anticipado indulto se le concede a usted por los inmensos e importantísimos, aunque secretos, servicios prestados a la Nación y al pueblo de los Estados Unidos
- Pues, no entiendo. ¿Y le dijo el Presidente Grant que yo era el "Coyote"?
- Fue como si lo dijese. El indulto indicaba mucho.
- Sin duda el Presidente cometió un error de apreciación o de identidad.
- En una ocasión le puso usted en contacto con el "Coyote", ¿no?
- No.
- ¿No ha oído hablar de Analupe de Monreal?
- Creo que sí; pero soy discreto, señor Root, y creo que nuestra conversación ha durado excesivamente. Se está poniendo difícil y… peligrosa. Nunca me ha gustado la política. Es destructora en todos los sentidos. En lo físico y en lo moral. Ulises S. Grant habría dejado mejor recuerdo como jefe supremo del Ejército de la Unión, del que dejará como Presidente.
- Usted le dijo que no supo morir a tiempo.
- Sí, creo que se lo dije hace tiempo.
- Ya ve que el Presidente tiene confianza en mí.
- En primer lugar porque nada tengo que decir, señor Root; pero si tuviese algo que decir y no me interesara que se supiese, no imitaría al general Grant como político. Le aprecio porque me da la impresión de un niño colocado en un puesto demasiado alto. Colocado contra su voluntad, desde luego. No ha podido evitarlo. No ha sabido quedarse abajo. Pero en el futuro, cuando se quiera imitar o tomar ejemplo de Ulises S. Grant, solamente los militares estudiarán sus actos. Lo políticos leerán otras vidas.
- ¿Cree que he fracasado?
- Creo que habla excesivamente.
Bajando la voz Root murmuró:
- Temo que mi carrera dure poco y, sabiendo que mis ideas eran buenas, pensé que me convenía divulgarlas… antes de que suceda algo. -Levantando la voz, Root se despidió: -Adiós, señor de Echagüe. He tenido mucho gusto en conocerle, tanto si es usted el "Coyote", como si sólo es lo que aparenta.
- Gracias. Que tenga suerte. La va a necesitar.