CAPITULO PRIMERO BUENOS NEGOCIOS

El Texas, Arizona y California Railway habíase convertido en un ferrocarril sumamente atareado. Sus líneas no daban abasto al tráfico desde que en las sierras de San Lorenzo habíase encontrado oro, atrayendo hacia aquellos lugares a miles de hombres, vagabundos de los campos auríferos de California, perseguidores de ilusiones nunca realizadas.

Para llegar a los campos mineros recién descubiertos, sólo existían dos caminos: el largo rodeo por el ferrocarril, que debía tomarse en Arizona o en Wilcox City (Tejas), o el más breve a través de las sierras de San Lorenzo.

En uno de los polvorientos vagones arrastrados por la jadeante locomotora, el viejo "Santa Fe", que había conocido todas las locuras del oro en América, explicaba a Lucas Root las ventajas del ferrocarril.

- A mí me fastidia viajar en estos vagones, encerrado entre maderas, expuesto a que un descarrilamiento me envíe al país de las cacerías eternas, señor Root. Prefiero mi burro que va despacio, pero llega siempre a su destino. Sin embargo, también quiero conservar mi pellejo y por eso me dije: "Santa Fe", escarmienta en cabeza ajena y no quieras exponer tu osamenta a la curiosidad de los buitres de Sierra Lorenzo.

Lucas Root asintió con la cabeza. Era un hombre todavía joven, alto, fuerte, de aspecto reservado. Sólo su musculatura le impedía parecerse a un profesor. Su musculatura y los dos revólveres que llevaba ceñidos a la cintura, con las culatas hacia adelante, para ser desenfundados el derecho con la mano izquierda y el izquierdo con la derecha. Su nombre era conocido en todo el Oeste y Sudoeste, aunque se le llamaba más "Dutch" (Holandés) Luke.

- Habrá que limpiar esa sierra, "Santa Fe" -dijo.

- Ni lo sueñe, señor Root. Es un trabajo demasiado grande para un hombre solo, porque no confíe en encontrar comisarios dispuestos a jugarse la vida por dos dólares diarios. Ni por diez. Y en cuanto a usted, no se descuide, porque desde que mataron a Harley, ya han enterrado a dos sheriffs más. Usted hará el cuarto si no dice amén a cuanto disponga la Compañía.

Los dos hombres estaban instalados en un extremo del vagón, y el asiento frontero al suyo estaba ocupado solamente por montones de equipaje. Sus palabras, pronunciadas en voz baja, no llegaban a los demás viajeros, ocupados en jugar a los naipes, en beber o en vociferar, hasta el punto de que ahogaban con sus voces el traqueteo de las ruedas.

"Santa Fe" siguió:

- El que usted se presente como enviado especial del gobernador de California no mejorará mucho sus posibilidades de una vida corta en Farish. La Compañía no admite intromisiones ni espionajes.

- Si se pudieran probar sus tratos con los bandidos de Sierra Lorenzo…

- Nadie puede probar nada. El Paso del Agua, que es la única ruta cómoda entre Farish y Valle Lorenzo, ha sido ocupado por la gente de la Compañía, y no dejan pasar a nadie por allí, porque dicen que por ese cañón ha de cruzar el ferrocarril hasta el valle. O sea que a la gente sólo le queda o cruzar la sierra o dar un inmenso rodeo de casi treinta días para llegar a Farish por el lado de Arizona, cuando en un par de jornadas podría cruzar los montes y en un par de horas haría el mismo camino por el Paso del Agua. Pero a la Compañía le interesa mucho más que la gente use el ferrocarril. Los que intentan cruzar la sierra, mueren o desaparecen como si se los hubiera tragado el suelo. Ya nadie se atreve a usar los caminos que antes se podían utilizar.

- ¿Y la gente no se subleva contra esa tiranía? -preguntó Root.

- La gente se acostumbra a todo. La Compañía monopoliza la vida de Farish. Todos los bares son suyos, ya que sólo ella puede traer whisky y licores o cerveza. Si alguien quiere competir, tiene que traer los licores desde muy lejos, en el ferrocarril, pagando portes escandalosos, y, a la hora de vender al público se encuentra con que ha de cobrar casi el doble de lo que cobran los locales administrados por la Compañía. Y lo mismo sucede con los víveres y las telas. Todo lo que existe y se vende en Farish lo vende la Compañía. No priva a nadie que ponga su tienda y venda al precio que le dé la gana; pero ya ha procurado que ese precio, por culpa de los portes, sea escandalosamente alto. Y no es de esperar que los clientes se fastidien y paguen más caro en las tiendas libres lo que pueden encontrar más barato en las otras. Ya comprenden que deberían hacerlo para sacudirse el dogal a que están sujetos; pero no se puede exigir tanto a quienes se saben en poder de la Compañía. Ella puede cortar los suministros y negarse a trasladar el oro que se arranca de los yacimientos. En realidad, se puede decir que todos trabajan para ella, pues a la hora de hacer balance se verá que por cada cien dólares en oro que se han sacado de la tierra, noventa han ido, directamente, a los bolsillos de la Compañía.

- ¿Y no intentan traer géneros de otras partes? En otros medios de transporte.

- Los caminos del llano y de la montaña están llenos de restos carbonizados de carros que se llenaron de mercancías para Farish. Se trata de una ciudad bloqueada, donde sólo entra lo que disponen los dirigentes del ferrocarril.

- ¿No se ha averiguado nada del coronel Farish?

- No. Desapareció después de la voladura del monte en Agua Dulce. Dicen que era decente. Puede que lo fuera. Pero hay quien dice que su desaparición no es más que una añagaza para lavarse las manos de lo que está sucediendo. El otro coronel, o sea Wilcox, está atontado por su nieta, que se casará un día de éstos con Shane Bowee, otro de los jefazos de la Compañía.

- ¿Y no tiene algún punto flaco la Compañía? Me dijeron que en Valle Lorenzo se le hacía resistencia.

- Al principio, sí. Pero después de la muerte de Tobías Salgado, los demás han decidido no defenderse. Además, el descubrimiento del oro ha cambiado el panorama. Cuando el ferrocarril llegó al pie de las sierras, sus cajas estaban vacías. Habían agotado los créditos bancarios, y nadie veía cómo iba a ser posible que prosiguieran las obras. Aunque tenían mucho dinero, ya sabe usted lo que traga un ferrocarril. No se puede construir con centavos, hay que echar los dólares a millares. Cuando se produjo el derrumbamiento en Agua Dulce se pensó que la Compañía estaba hundida. Pero resultó al contrario. La voladura descubrió un inmenso caudal de oro que, situado en los terrenos cedidos por el Estado de California a los constructores, permitió rellenar las cajas. Entonces, en vez de pagar los terrenos de Valle Lorenzo con plomo, como pensaban hacer, los pagaron con oro. Ya nadie les resistió. Incluso un tal don César de Echagüe, que ya había vendido unos terrenos a la Compañía y luego los recobró por falta de pago o por extravío de la escritura de venta, los ha vuelto a vender por el doble de lo que le dieron o le ofrecieron la primera vez.

- ¿Echagüe?-Root quedó pensativo. El nombre le era muy conocido-. ¿De Los Angeles? -preguntó innecesariamente, pues sabía que sólo existía una familia Echagüe.

- Sí. Del Rancho de San Antonio, junto a Los Angeles. Gente riquísima. Esos californianos antiguos tenían la costumbre de no dividir sus herencias y así ocurría que mediante casamientos de herederos con herederas, o sea hijas únicas, se iban juntando las haciendas y llegaban a formar verdaderos estados independientes. Ese don César tiene tierras en toda California, y hasta en Méjico es medio dueño de un rancho inmenso, CON pueblos, sierras, lagos y ríos enteros en sus límites

- El Rancho de Torres o del "Todo"-musitó Root-. Me gustaría hablar con ese don César.

- Hay cosas más difíciles. Precisamente viaja en el tren. En su propio vagón. Si quiere verle…

Root se levantó.

- Le veré. Supongo que debe de tratarse del va gón especial enganchado al final, ¿no?

- Sí. La Compañía se lo regaló como complementó del precio de venta de sus terrenos. Con él gastaron siempre muchas consideraciones, aunque estuvieron a punto de matarle en un accidente ocurrido en la estación de Farish.

- Gracias-dijo Root, levantándose-. No tardaré.

El alto holandés recorrió el pasillo central de vagón, salió a la plataforma, cruzó por el oscilante y metálico puentecillo al otro vagón, y lo recorrió igualmente, pasando hasta llegar al penúltimo que era el llamado coche bar.

Era éste un vagón mucho más largo que los otros, y su lado izquierdo estaba ocupado por un mostrador que iba de extremo a extremo. Tres camareros servían cerveza y licores fuertes a una mesa de clientes que formaban una doble barrera al otro lado.

Algunos clientes bebían sus "refrescos" junto a las ventanillas, recostados contra las paredes mientras fumaban cigarros o pipas. Al pasar frente a dos de éstos, Root oyó que comentaban en voz baja:

- Es el sheriff de Dugan.

Root se volvió hacia ellos.

- ¿Me conocen?-preguntó, mientras trataba de recordar a los viajeros.

- Le vi actuar en la calle mayor de Dugan, hace un par de años-explicó el más alto de los dos-Cuando mató a Tigre Larry. Lo hizo muy bien. ¡Ojalá tenga la misma suerte en Farish!

- ¿Sabe a qué voy allí?-preguntó Root.

El hombre se encogió de hombros y sonrió irónico.

- No; pero lo imagino. ¿A qué puede ir "Dutch" Luke a una ciudad si no es a pacificarla?

- Puede ir a visitarla-replicó Root.

- Como quiera-contestó el otro-. No me gusta entrometerme en los asuntos de nadie. Si usted quiere que se diga que va en viaje de familia, lo diremos.

- Creo que es mejor que tanto usted como su amigo cierren la boca y se eviten los riesgos a que se exponen quienes hablan demasiado.

- Puede que sea usted el que está hablando de más, Luke-dijo el compañero del otro-. No nos gusta recibir órdenes de quien no tiene autoridad para darlas. Y si la tiene, es mejor que se la clave sobre el corazón, bien a la vista. Un sheriff sólo puede ser tomado por tal cuando luce su distintivo. Sin él es un simple particular, sin derecho a dar órdenes impertinentes.

- Me he limitado a dar un consejo-replicó Root-. Y nadie está obligado a seguirlo.

El nuevo sheriff de Farish City volvió la espalda a los dos hombres y siguió hacia el último vagón.