Capítulo XI:
Abuso del poder
Roscoe Turner se detuvo en su rápido pasear de un lado a otro frente al abogado.
—Conque dice que no quiere vender su casa para que la convirtamos en un garito, ¿eh? Bien. ¡Muy bien! A los locos se les hace entrar en razón a golpes. Agustín Robles va a recibir unos cuantos que no le gustarán nada y después de los cuales estará mucho más suave.
—¿Qué piensa hacer? —preguntó Nathaniel.
—No te preocupes. Lo que voy a hacer no es propio de abogados. Parkis tuvo razón al decir que ha llegado el momento de la fuerza, no de la diplomacia. Cuando termine con todos esos que tratan de entorpecerme el camino, seré el hombre más poderoso de San Francisco.
—Los Vigilantes no le perdonarán lo que ha hecho —dijo Moorsom.
—Mañana terminaré con ellos —replicó Turner—. Sé que piensan atacarme cuando se consideren los más fuertes. Pues bien, les atacaré yo ahora que soy el más fuerte.
—Se va a poner en contra de toda la ley de California —recordó Moorsom.
—Me tiene sin cuidado. Vuelve a tu despacho y aguarda allí a saber noticias mías.
En cuanto quedó solo, Turner llamó a Parkis.
—El viejo Robles no quiere vender su casa.
—Ya me lo esperaba —replicó Prynn.
—Reúne a unos cuantos hombres de confianza y apodérate de él. Cuando terminemos de convencerle estará dispuesto a vender no sólo su casa, sino también su propia alma. Pero evita matarlo. Muerto no nos serviría de nada.
—Caird ha enviado un mensaje —anunció Parkis Prynn—. Dice que Farrell ha convocado reunión de todos Los Vigilantes. Cree que intentan atacarnos.
—Nos anticiparemos. Tú encárgate del viejo. Yo me las entenderé con Farrell.
Parkis Prynn fue en busca de cuatro hombres de los que utilizaba para los trabajos más difíciles y en un coche dirigióse a la calle de Kearny, esquina a la de Pinares.
Teresa estaba en su cuarto cuando los cinco hombres llegaron a la casa. El grito de espanto que lanzó el criado que les abrió la puerta la hizo salir de su habitación a tiempo de ver cómo Parkis Prynn, al frente de dos de sus hombres, cruzaba el vestíbulo en dirección al despacho de don Agustín. Otro de los hombres quedó junto a la puerta, encañonando con una pistola al criado, y otro estaba sentado en el pescante del coche en que habían llegado.
Cuando empezaba a bajar la escalera oyó gritar a su padre:
—¿Qué significa esta insolencia?
—¡Déjese de frases heroicas y síganos! —replicó Parkis Prynn.
—¡No estoy…!
Un golpe que resonó en el corazón de la joven apagó la voz de don Agustín Robles, y un instante después, cuando ya Teresa llegaba, frenéticamente, al pie de la escalera, Parkis Prynn reapareció seguido por sus dos compinches que arrastraban, sosteniéndolo por los sobacos, el inanimado cuerpo del dueño de la casa.
Cuando Teresa quiso correr hacia su padre, Parkis la detuvo, tirándola al suelo de un violento empujón, haciendo que su cabeza chocara contra la balaustrada de la escalera.
Durante unos minutos, la joven permaneció atontada y cuando, por fin logró ponerse en pie, el coche en que se llevaban a su padre estaba muy lejos.
—Avise a la policía, señorita —aconsejó el criado.
Teresa movió negativamente la cabeza.
—No. Avisaré a otros, cuyos métodos son mucho más eficaces.
Y un momento después terminó:
—Avisaré a Los Vigilantes.
*****
Todos los jefes de calle de la organización popular Los Vigilantes habíanse reunido en el cuartel general, convocados por el capitán Farrell. En aquellos momentos estaban escuchando la comunicación que su jefe les estaba haciendo.
—No quiero ocultaros la gravedad de los sucesos últimamente acaecidos —decía Farrell—. El asesino de Eliab Harvey no ha podido ser castigado, a pesar de que obtuvimos un jurado compuesto por miembros de nuestra organización. Las pruebas falsas y la declaración de un testigo echaron por tierra todo cuanto habíamos preparado. Luego aquel testigo se arrepintió de lo que había hecho y se presentó enviado por alguien cuyo nombre no puedo descubrir, para ofrecernos su testimonio contra Roscoe Turner. Creímos poder utilizar a dicho testigo, pero hubo alguien que lo envenenó. Lo peor es que fue uno de nosotros.
Un murmullo de indignación corrió por la sala.
—Después del asesinato de Nisbet Palmer ocurrió el asalto a la casa de juego de Lionel Gregg, a quien los asaltantes asesinaron. Estamos, pues, ante un ataque organizado para colocar el dominio de la ciudad en manos de los que menos derecho tienen a poseerlo. Yo declaro ante vosotros a Roscoe Turner como el más peligroso enemigo de la Justicia, de la ley y del orden.
—¿Y nada más? —preguntó una potente voz desde la puerta.
En el mismo instante sonaron tres disparos y Farrell, lanzando un grito cayó de bruces sobre la mesa, resbalando de allí al suelo. Uno de los disparos destrozó la lámpara que daba luz a la estancia; pero antes de que se hiciese la oscuridad, los que estaban allí tuvieron tiempo de reconocer al autor de los disparos que habían derribado a Farrell. ¡Era Roscoe Turner! Se hallaba en la plenitud de su poder y ya estaba abusando de él.