CAPITULO VII
Grey entró en «La Bella Unión» poco después de haber entrado allí Ernesto Segura. Fue hacia el mostrador y se instaló junto a su socio.
- Creí que estabas en la mina-dijo.
- Soy mayor de edad y no tengo que dar explicaciones de lo que hago. Voy adonde me da la gana, Grey. Si te molesta puedes irte al diablo.
Había bebido tres copas de coñac y, poco acostumbrado al licor, se le había subido a la cabeza. Además odiaba a Grey con frenética pasión. Era un odio que iba en aumento como si fuese un gas natural que brotara dentro de su alma de una rendija cualquiera, como brota en los campos de Tejas y en los de California.
- No te pido ninguna explicación-dijo Grey, en voz alta; pero muy suave y conciliadora-. Si tienes algo que ver con la chica, yo no me interpongo en tu camino…
Segura se revolvió como si le hubieran pinchado y, descargó un puñetazo corto y seco; pero lleno de potencia, que derribó a Grey en medio de la sala.
Grey no esperaba tanta violencia v quedó unos segúndos aturdido, en el suelo, sin conseguir reajustar sus sentidos y sus fuerzas para levantarse.
El californiano, después del golpe, se precipitó sobre el caído y aguardó, con los puños tensos, duros y grandes, a que Grey tratara de levantarse.
- ¡Ponte en pie de una vez!-gritó en español, trémulo de ira-. ¡Aún no he terminado contigo!
Era una buena ocasión para matar a Segura delante de todos, con plena justificación por haber partido del otro la agresión; pero aunque tenía el revólver en la funda, casi al alcance de la mano, también Segura tenía él cuchillo muy cerca de la mano y estaba en mejor posición que él para utilizarlo.
Todos los clientes reunidos en «La Bella Unión» acudieron a formar círculo en torno a los dos hombres. De la calle entraron más curiosos, atraídos por la emoción de una lucha a puñetazos.
- ¡Levántate y lucha como un hombre, perro cobarde!
Grey sacudió la cabeza. Esto no era lo que él esperaba. Las cosas habían salido mal. No le convenía perder aquélla pelea. Por nada del mundo, porque si él era el derrotado todo su atrevido proyecto se vendría abajo.
Ya sereno, pero aún en el suelo. Grey trazó un veloz plan de acción. Tenía que vencer, porque necesitaba que todos los testigos de la pelea sacaran la conclusión, al final de la misma, de que era Segura y no Grey quien se retiraba humillado y lleno de rencor. Si Segura le vencía, no tendría sentido sospechar de él como asesino.
Pero el californiano era de la raza de los pichones. No podía someterse a la sencillísima tarea de olvidar su caballerosidad. Y en vez de golpear a su enemigo cuando le tuvo en el suelo, utilizando, incluso, los pies calzados con botas duras como el hierro, le dejó levantarse en cuanto se le hubo pasado el primer ramalazo de odio.
Una vez derecho, el pelirrojo se lanzó sobre Segura utilizando todas sus malas artes. Cuando le convino, utilizó los pies, las manos abiertas o los puños. Pegó donde pudo, procurando hacerlo contra las partes del cuerpo donde los golpes eran más dolorosos.
Conducida así la pelea, el californiano comenzó a llevar la peor parte. Era la lucha de un cañonero contra una fragata. El primer cañonazo, por sorpresa y con buena puntería, pudo haber decidido la batalla. Pero al prolongarse ésta, el resultado sólo podía beneficiar al más pesado de los dos, al de músculos más duros y cuerpo más sólido, o sea a Grey.
Este luchó como había vivido siempre. Sin distraerse en gestos caballerescos. En serio. Sin buscar diversión. Pegando para matar, incluso.
Y cuando Segura dio claras muestras de derrota, Grey le siguió acosando sin piedad, sometiéndole a un castigo brutal, desfigurándole el rostro, empujándole hasta conseguir que fuese el californiano quien rodara por el suelo. Y cuando lo tuvo allí, Grey le dio de patadas.
Hubo de nuevo un momento en que la victoria pudo haber sido del californiano. Este, con la dura voluntad de lucha de los de su raza, tan reacios a rendirse y tan aficionados a pelear hasta la muerte, consiguió agarrar en el aire el pie de Grey y, retorciéndolo con todas sus fuerzas logró que el hombretón cayera como un poste, haciendo retemblar el entarimado.
De no haber estado la bota de Grey manchada de sangre, en la cual se escurrieron al fin las manos de Segura, éste hubiese podido mantener la dolorosa presa hasta romper el pie de su enemigo; pero al escapársele el pie se le escapó también la victoria. Con el pie libre, y de tacón, Grey pegó con la violencia de un mazo contra la cabeza de Segura.
Este dejó de luchar; pero Grey, nuevamente de pie, no le concedió la posibilidad de recobrarse. A puntapiés completó su obra.
Cuando retrocedió para apoyarse en el mostrador y recobrar el aliento, su socio siguió en el suelo, tan inmóvil como si estuviera muerto. Grey comentó, señalando el inanimado cuerpo:
- Los críos no deberían actuar como mayores antes de tiempo.
Se esforzaba por parecer poco afectado por la pelea, como si los puños de Segura no le hubieran castigado casi tan duramente como los suyos al californiano.
Al día siguiente, Grey compró grasa para los ejes de su carreta y un paquete de cartuchos de pólvora de barreno. Hizo las compras a la vista de numerosos testigos, emitió algunos comentarios acerca de la pelea de la noche anterior y cuando alguien le preguntó si no temía que Segura se vengase. Grey golpeó con la palma de la mano su revólver, replicando:
- Voy prevenido. No creo que después de la lección que ha recibido se atreva a atacarme.
- Yo no me fiaría mucho-dijo Collier, el juez-. Esos californianos son muy rencorosos y bastante traicioneros.
Era una mentira; pero no ofendió a nadie porque todos eran norteamericanos.
- Después de la lección no se atreverá a hacerme nada.
- Grey cargó sus compras en el carro y emprendió el regreso al yacimiento. Por el camino se detuvo un momento junto a un espumeante torrente y tiró al fondo de las turbulentas aguas el pote de grasa de carro y los barrenos.
Segura llegó a la mina dos días después. Había curado sus heridas en casa de Joy y no hizo comentario alguno durante la mañana. Trabajó al lado de su socio hasta el mediodía. Entonces Grey preparó la comida para ambos. Mientras lo hacía propuso:
- Deberíamos olvidar lo ocurrido la otra noche, Segura. Yo estaba algo bebido y no supe lo que dije. Ni ahora recuerdo qué fue; pero indudablemente la culpa fue mía.
Hablaba como si realmente estuviese arrepentido. Segura permaneció callado un rato, ayudando en las tareas. Grey siguió:
- No hubo mala intención en nada. En la pelea recibí tanto daño como el que te pude haber causado. Fue una buena paliza. Yo estaba loco y cuando pierdo los estribos no sé lo que hago.
- Está bien-dijo Segura-. Olvidemos eso. Más adelante podemos buscar una solución a lo de la mina. Vendo mi parte o compro la tuya,
- ¿Tanto dinero tienes?
- Puedo tenerlo. Fija el precio que te guste.
- Ya hablaremos de ello. Estamos llegando a un punto de la mina en que tenemos que utilizar barrenos y, con lo de nuestra pelea, me olvidé de comprarlos. También falta grasa para los ejes del carro. ¿Puedes ir a Los Angeles o a Santa Teresa Niña a comprarlos?
- ¿Por qué he de ir yo?
- Por nada. Creí que te alegraría visitar a tu novia. Dile que me perdone si la ofendí en algo.
- Bien. Ya iré dentro de unos días. He de volver para otro asunto.
- Hoy no has hecho gran cosa, Segura. No estás en condiciones de trabajar. He notado que te resentías de algunas partes del cuerpo. Aprovecha el día. Puedes estar de vuelta pasado mañana por la mañana o mañana por la noche.
Segura enganchó los dos caballos al carro que habían comprado y tomó el camino de Los Angeles después de probar unos bocados de la comida.
Grey le estuvo vigilando mucho rato, desde una altura del Cañón, para asegurase de que no regresaba por haber olvidado algo.
Cuando estuvo seguro de que no le interrumpiría nadie, Grey se sintió feliz y comenzó a prepárarlo todo para lleva a cabo su proyecto.