LA BIBLIOTECA
El anciano sonrió antes de dar una voz a aquellos espías.
—¿Qué hacéis a estas horas paseando por las calles?
Los tres jóvenes, se dieron la vuelta casi a la vez. Gorgian se apresuró a contestar.
—Siguiendo a un anciano mentiroso.
Elendor no pudo reprimir la risa.
—Granujas, ¿me habéis seguido hasta el palacio?
—Nos has mentido —dijo Yunma—. Dijiste que estabas cansado, que te ibas a dormir. ¿Pensabas que ibas a engañarnos? Ya no somos unos críos.
—Lo siento. Sí, os mentí. Tenía que ir a ver al rey… y no quería meteros en ningún lío.
—¿Por qué ibas a meternos en un lío? Sabemos cuidar muy bien de nosotros mismos.
—Lo sé, Gorgian, pero…
Elendor no sabía qué hacer. No quería asustar a los chicos contándoles lo que estaba sucediendo en el Sur. Estaban acostumbrados a oír historias de guerras, las antiguas guerras, pero nunca habían vivido una. Sabía que si no descubría lo que estaba pasando en Surtham, el rey Davithiam reuniría un numeroso ejército para defender el reino del Este. Los jóvenes Dogrian serían llamados para acudir a la batalla.
—¿Qué te ocurre, Elendor? Estás muy raro.
—No…, está bien, Arthuriem, os contaré lo que está sucediendo. Pero necesito que me ayudéis.
—Sabes que siempre lo hemos hecho.
—Lo sé, Yunma. Pero ahora necesito vuestra ayuda más que nunca. Es un asunto de suma importancia. Venid conmigo hasta la biblioteca. Por el camino os contaré lo que he estado haciendo en la fortaleza del rey.
Los tres hermanos se quedaron extrañados. Gorgian preguntó al anciano.
—¿A la biblioteca? Pero si ahora está cerrada y nosotros tenemos prohibido el paso a su interior. ¿Cómo vamos a entrar?
—No os preocupéis, no creo que eso vaya a ser un problema.
Elendor se echó la mano a uno de los bolsillos que ocultaba su harapienta túnica, donde buscó algo ante la mirada de los hermanos, que empezaban a pensar que el anciano se había vuelto loco. Sonriente, no tardó mucho tiempo en sacar un objeto: una gran llave de color marrón. Empezó a caminar e hizo un gesto con la mano a sus ahijados para que le siguieran.
—Escuchadme con atención, pues el tiempo apremia. Los caballeros que vimos esta tarde en la plaza se dirigían a palacio, a ver al rey. Traen malas noticias procedentes de Surtham.
—¿Qué tipo de noticias? Elendor, nos estás asustando.
Lo sé, Yunma. Pero es mejor que sepáis la verdad lo antes posible. Como tú acabas de decir, ya no sois unos críos. Conviene que conozcáis lo que está ocurriendo en los reinos. Es posible que los días de paz que hemos vivido durante tanto tiempo estén llegando a su fin. Seguidme.
Durante el trayecto hasta la biblioteca, Elendor contó a los hermanos todo lo sucedido en la reunión que había mantenido con el rey Davithiam, el príncipe Siul y sus hombres del Este.
Los jóvenes, atónitos, escucharon todo el relato sin interrumpir en ningún momento al anciano. Éste, cariñosamente, les dirigía palabras de ánimo de vez en cuando para que en ningún momento se sintieran abatidos.
Lo único que Elendor no les contó fue el incidente que había tenido con Hadrain, el impetuoso capitán del Este que había osado levantar su espada contra él. No quería que supieran de los poderes que tenía, poderes que habían sido mayores en el pasado y que ahora se iban apagando, como la luz de una vela a punto de derretirse. Su vara no era sólo el bastón que utilizaba habitualmente para ayudarse a caminar. Llevaba mucho tiempo sin hacer uso de su magia, pero sentía que se acercaba el momento de utilizar parte de sus poderes, casi olvidados. Los jóvenes lo descubrirían a su debido tiempo.
Cuando terminó de relatar su historia, se detuvo. Allí, delante de todos ellos, se alzaba, majestuosa, la biblioteca de Crossos, una antigua construcción con gruesas y altas columnas en la fachada de la entrada. Su blanca piedra destacaba entre el resto de edificios que la rodeaban. En su parte alta, cerca del tejado, había un pequeño hueco en el que se había colocado una estatua de color gris que no se distinguía muy bien desde abajo. Se trataba de la figura de un mago, con una vara en una mano y un libro en la otra, con la boca abierta y los ojos fijos en el libro, como si estuviera conjurando algún hechizo.
La biblioteca había sido el punto de reunión de los antiguos magos, mucho tiempo atrás, en los comienzos del reino. Después de los saqueos que se habían llevado a cabo en algunas de las ciudades del Norte, se había decidido que los escritos más importantes fueran trasladados a la capital, donde estarían más seguros.
Elendor se acercó a la puerta de entrada, que era más bien pequeña, hecha de bronce, y muy gruesa. Tomó la llave, la introdujo en la cerradura y la giró hacia la izquierda. Con algo de esfuerzo, consiguió mover la pesada puerta hacia el interior. Invitó a los chicos a pasar y, cuando todos estuvieron dentro, volvió a cerrar la puerta con llave. A la entrada, en una pequeña mesa, una vela encendida era la única luz que iluminaba el primer pasillo que tendrían que atravesar. Elendor tomó una de las antorchas que había bajo la mesa, la encendió lentamente y se colocó en primer lugar para servir de guía. Los hermanos miraban a su alrededor, donde apenas distinguían las piedras que formaban el suelo.
Al final del pasillo había otra puerta, que conducía a la sala donde se encontraban los libros y manuscritos más valiosos de todo el reino. Cuando atravesaron la entrada, el anciano encendió las seis antorchas que estaban colocadas en las paredes y la gran sala de la biblioteca se iluminó lo suficiente como para poder distinguir todas las estanterías que se habían colocado a los lados. Todas aquellas baldas de madera estaban repletas de libros.
Arthuriem, Yunma y Gorgian miraban sorprendidos los escritos que se acumulaban entre aquellos muros, escritos que nunca habían visto antes, pues los jóvenes tenían la entrada prohibida, hasta que llegaran a convertirse en hombres y fueran nombrados guardianes de la ciudad.
—¿Qué es lo que tenemos que hacer aquí? —preguntó Arthuriem, algo asustado.
Es muy sencillo —respondió Elendor mientras recorrían la sala—. Tenéis que encontrar alguno de los libros que hablan de los dragones.
—¿Sencillo? Mira todos los escritos que hay en las estanterías. Podemos tardar años en encontrar lo que estamos buscando.
—Exacto, mi querido Arthuriem. Podríamos tardar años… si lo buscamos en esta sala. Pero, por fortuna, lo que buscamos no está aquí.
Al llegar al final de la sala había una estantería vacía. La única que no tenía ni un solo libro.
Elendor se situó junto a ella y le entregó la antorcha a Yunma. Remangándose la túnica, puso sus manos en uno de los extremos de aquel extraño mueble y empujó hacia uno de los lados. Cuando consiguió apartarlo, dejó al descubierto otra pequeña puerta.
—¡Una entrada secreta! —exclamó Yunma, al ver la vieja puerta de color marrón oscuro.
Elendor sacó de su túnica otra llave, bastante más pequeña que la de la entrada a la biblioteca y dio paso a los hermanos hacia la sala a la que conducía. Al entrar, encendió un par de velas que se encontraban sobre un viejo escritorio. La sala quedó débilmente iluminada. En uno de los lados de la pared había cuatro grandes estanterías.
—Buscando entre estos libros tardaremos bastante menos, ¿no creéis?
Los chicos estaban perplejos. Una vez que examinaron con la mirada toda la habitación empezaron a hacer preguntas al anciano.
—¿Cómo sabías que aquí había otra sala?
—¿De qué tratan esos libros?
Elendor les hizo callar, antes de que continuaran interrogándole.
—No perdáis el tiempo con vuestras preguntas. Os lo contaré más adelante. Recordad lo que os he dicho antes. Tenemos que encontrar un libro que habla sobre los dragones, en especial sobre el dragón dorado. Esta sala contiene los libros más importantes que los magos utilizaron hace mucho tiempo para instruir a sus aprendices. Todos estos manuscritos constituyen una poderosa fuente de conocimiento que no debe caer en manos de nuestros enemigos. Imagino que conocéis la importancia de mantener todo esto en secreto, ¿verdad?
Los hermanos asintieron con la cabeza. En su interior sentían gratitud hacia el anciano por la confianza que había depositado en ellos, pero ninguno de los tres se atrevió a decir palabra alguna. Elendor siguió dándoles instrucciones.
—Buscad entre los escritos y dejad encima de la mesa cualquier libro que hable de dragones.
Rápidamente, empezaron a indagar entre todos los manuscritos que había en aquella sala. En las baldas había libros de muy diversos temas, tales como magia, historia, herbología… y dragones.
Tras más de dos horas de búsqueda, el escritorio estaba repleto de volúmenes, agrupados en dos torres que amenazaban con caer al suelo. El anciano había estado leyendo algunas de las maravillosas historias y descripciones que se hacía en aquellos libros acerca de las extraordinarias criaturas que habían habitado las Tierras Antiguas. Los dragones habían convivido en paz y libertad con el hombre, hasta que el príncipe Thandor, que había descubierto los poderes de la sangre de uno de ellos, sucumbió a la oscuridad de sus ambiciones y egoísmos, perdió la cordura y mancilló las tierras del Sur con los poderes del ‘Libro del dragón’. Su ejército de hombres y bestias fue finalmente derrotado gracias al esfuerzo y valentía de hombres que dieron la vida por su pueblo.
Algunos de aquellos escritos sorprendieron al anciano, que se concentró en su lectura, encendió previamente su pequeña pipa, como acostumbraba a hacer en la plaza. Un olor a frutas silvestres empezó a extenderse por la habitación, mientras Elendor pasaba hojas y hojas de los libros que él creía más importantes. Se detuvo especialmente en uno de ellos, repleto de dibujos de dragones. Gran parte del libro trataba sobre el dragón dorado, sus poderes… y su sangre.
Los hermanos parecían agotados por el esfuerzo que habían tenido que hacer sus ojos para encontrar los libros que necesitaban en medio de la penumbra. Elendor les hizo descansar y, mientras permanecían sentados en el suelo esperando alguna respuesta por parte el anciano, éste siguió leyendo acerca de los dragones y de la historia de los Cuatro Reinos.
Mientras Yunma y Arthuriem se recostaban sobre la pared, Gorgian se tumbaba boca abajo, con los codos apoyados sobre el suelo. Había tomado un pequeño libro de finas páginas, adornado con generosos dibujos y mapas en la mayoría de sus hojas. Se detuvo especialmente en uno de sus capítulos centrales, cuyo título le dejó fascinado: ‘La Isla de las Sombras’. Las adornadas letras que le seguían eran algo más pequeñas, pero se distinguían con claridad. Gorgian se perdió en aquellas líneas, mientras su mente imaginaba lo que describían:
«En algún lugar situado entre los reinos de Northam y Oestham, más allá de las montañas que atraviesa el río Althuin, éste parece ocultarse bajo unas rocas. Sin embargo, al otro lado de las colinas de piedra, reaparece en medio de un gran valle, hasta desembocar en un pequeño mar, cuyas aguas azuladas permanecen siempre tranquilas, sin ser azotadas por el viento ni formar altas olas como las de los mares del Este. Su aparente calma y la niebla que lo cubre como una alfombra hacen de este lugar uno de los más misteriosos de Oestham. Pero no es esto lo que más llama la atención del Mar Thánatos, que así fue denominado por los antiguos habitantes de estas regiones. Muchas leyendas tienen su origen en sus profundas aguas, pero el principal misterio que oculta es una pequeña isla, siempre escondida entre la niebla. Algunos de los pescadores del Oeste afirman haber contemplado extrañas visiones en aquel pedazo de tierra, en el que nadie se atreve a adentrarse, porque dicen que está repleto de peligros. La ‘Isla de las Sombras’, así es como la conocen los pescadores, porque todos ellos han visto, en alguna ocasión, extrañas siluetas recorriendo sus acantilados. Incluso hay quienes dicen haber escuchado extrañas voces procedentes de algunas de las rocas más próximas a la orilla».
Gorgian cerró el libro antes de continuar leyendo aquella extraña descripción. El cansancio pudo con él y, al igual que sus hermanos, buscó una de las paredes de la sala para recostarse apoyando en ella su espalda, y cerró los ojos.
Pasados unos minutos, cuando el sueño se empezaba a apoderar de los tres hermanos, Elendor, con rostro serio, cerró el último libro que había sobre la mesa y, apagando su pipa, se dirigió a ellos.
—Acompañadme al palacio del rey. Hemos de hablar con él urgentemente.
La expresión de su rostro denotaba tristeza e inquietud, pero también algo de alivio: por fin había encontrado la respuesta que estaban buscando.