CAPÍTULO II
Ha transcurrido un tiempo aproximado de unos tres meses, mientras Alberto, bien peinado y bien trajeado deja ventilar a la inconfundible colonia para envolverse en su iniciado trabajo que lo distrae y lo llena de satisfacciones. Trabaja junto a un personal que lo auxilia modestamente con el complemento de las acciones laborales junto a papeles, correspondencias y carpetas de los clientes sobre el escritorio de la oficina ubicada en el Centro de la capital donde labora con su socio el licenciado Gonzalo, siendo costumbre por parte de la secretaria el abrir y cerrar la puerta para informar de los acontecimientos, de la presencia de personas con diferentes problemas en solicitud de sus propios intereses y servicios. La secretaria amable con todos los clientes, rígida en su comportamiento para no extralimitarse con las excepciones, atiende en ese momento a una joven en solicitud de conversar asuntos de interés con el Sr. Alberto. La secretaria le responde la necesidad de ver si la puede atender en vista de encontrarse su jefe sumamente ocupado en estos precisos momentos. Aprovecha en informarle que la agenda la tiene sumamente comprometida, sugiriéndole, de todos modos, someterse a la espera para ver si hay la posibilidad de poderla atender. Ante las circunstancias tan apremiantes para la visitante que observa tanto movimiento de personas que entra y sale de la oficina, aprovecha en decirle a la secretaria con voz de firmeza ante los demás clientes:-¡Por favor, señora, dígale que aquí está Aurora!
Enseguida la secretaria se levanta de su asiento y se dirige a la oficina de su jefe, interrumpiéndolo en sus labores para señalarle:-Señor Alberto, una tal Aurora está afuera esperándolo, para que usted la reciba. Él, con manifestaciones de extrañeza, de inmediato le responde:-¿Qué le dijiste?
-Lo que tengo que decirle, señor, que usted está sumamente ocupado y que la agenda la tiene sumamente comprometida, pero ella me insiste en que le diga que ella está aquí, esperándolo.
¡Por favor, señora María!, resuélvame usted este asunto, no estoy para más nadie. Dígale que deje el teléfono, que después la llamaré- le señala con la voz impregnada de cierta precisión. Sale la secretaria de la oficina del señor Alberto, cierra la puerta y se dirige a la solicitante abriéndose paso entre los clientes, que al estar de pie frente a ella le traduce lo conversado con su jefe:-“El señor Alberto en estos momentos se encuentra sumamente ocupado y tiene una reunión urgente por atender con un cliente. De todos modos, señorita, por favor, déjeme su teléfono que yo misma la llamaré y le avisaré para cuándo él la pueda atender y…”
No ha terminado la frase, cuando Aurora la interrumpe:-¡Le dices, por favor!, que yo estoy aquí y no me moveré hasta que él me atienda. La secretaria se le queda mirando junto a la extrañeza del resto de clientes atentos a lo que acontece, y le sugiere: -¿Usted no ve como está de repleta esta oficina?, ya que si la paso por encima de los demás, habrá reclamos por parte de ellos y, esto no conviene por razones que...
¡Le repito, señora!, dígale que yo estoy aquí.
Para no dar ningún señalamiento de discordia, la señora María prefiere tratar de resolver el asunto de una manera discreta al pretender plantearle al señor Alberto la insistencia de la visitante en no querer irse de la oficina hasta tanto no la atienda. De nuevo piensa en volverle a tocar la puerta e interrumpirlo para tener que repetir lo mismo, que apenas menciona en forma disgustada lo de la insistencia de la visitante, cuando él le insinúa: -¡Dígale que se espere!, que cuando termine, la atenderé. Es el momento, en ese instante, de venirle a la mente el prólogo de Pedro Días Seijas, respecto a la obra musical de Rafael Rengifo (4), refiriéndose a la personalidad forjada y burlada con absoluta diafanidad a cielo abierto y a pleno sol en la fragua de sus luchas y sueños, fracasos y triunfos, asociándola con la Suite Sinfónica de La Princesa del Bosque.
En el transcurrir de las tres horas en el pasar con las entradas y salidas de personas de diferentes rostros en solicitudes de asuntos personales ante el constante sonar de los teléfonos con las continuas llamadas de clientes, una tras una con la habilidad de atenderlas por parte de la secretaria, el retardo a Aurora se le hace interminable al contar los minutos al estar sentada y tener que esperar a que la secretaria la pase para ser atendida por Alberto. Aprovecha de leer una revista de modas donde fija la mirada en una de las páginas con el tema reflejado del aporte prenupcial. Ella sigue leyendo, mientras se distrae. Clava los ojos en un traje de novia donde la silueta se dibuja en la seda de los varios metros de cola, pensando que es posible que sus sueños se les hagan realidad por la tanta holgura de lo resaltante que refleja el lugar donde Alberto se encuentra, a quién espera. La lectura de la revista es interrumpida por el señalamiento de la señora María, al decirle:-¡Puedes pasar! el señor Alberto la está esperando. Al ella entrar y verla, enseguida arruga el entrecejo, manifestándole:-¡Hola!, ¿qué haces aquí?
-¡Viéndote!, ya que no has vuelto por la casa ni para preguntar siquiera por mí persona- ella le responde. Es que he estado sumamente ocupado con todos estos asuntos, que comprenderás me quita el tiempo de lo que más tú crees y…
-¿Y ni siquiera has tenido un minuto para agarrar el teléfono, para invitarme al cine?
-Por favor, Aurora, siéntate. Te habrás dado cuenta de mi situación, tan ocupado que he estado, de no permitirme tomar el tiempo para…
-¿Para qué, para llamarme y preguntar al menos cómo me siento?, debes de saber que estoy embarazada y ya llevo dos meses y pico de atraso con la regla. Tengo todo ese tiempo que no me viene el período y me encuentro en un estado de angustia que no puedo resolver ante mis padres a pesar que soy mayor de edad, pero debes de saber que este embarazo es tuyo y que…
-¡Un momento!, Aurora, yo no tengo responsabilidades contigo y, debes de saber que mi relación fue fortuita; es decir, casual. Así cómo estuve contigo, no sé qué ha podido haber pasado en todo el tiempo que tuvimos cuando salíamos juntos. Es posible, que otro haya podido haber estado contigo y...
-¡No me vengas a decir que he estado con otro!, cuando tú más que nadie sabe que soy de mi casa y nadie de la parroquia me ha visto saliendo en búsqueda de pretendientes. Te traeré la prueba del embarazo y tú te harás responsable, que si no lo haces, tomaré las medidas con mi propia conciencia, ¡te lo advierto!
Ante la perplejidad, enseguida Alberto recuerda el tema del amor imposible, que es una de las constantes de la obra de Federico García Lorca (5), apareciendo en buena parte en su obra poética, y es uno de los fundamentos en su obra dramática en Yerma, el amor infructuoso porque no existe; en Bodas de sangre, el amor como fuerza de la naturaleza que destroza otro amor y termina en la muerte.
Aurora sale enfurecida de la oficina sin dejar de tirar la puerta ante los ojos de los demás clientes que quedan sorprendidos en la sala de espera para la atención por parte del señor Alberto, quien queda sobrecogido de hombros ante la sorpresiva noticia, dejándolo anonadado con la mente puesta en El Inquieto Anacobero-cuento de Salvador Garmendia (6), donde dos amigos asisten al velorio de otro amigo común. En la capilla, la conversación gira alrededor de tiempos pasados en los que estuvo involucrado el ser fallecido. Hablan de prostitutas y burdeles, de fama y personajes de la época. Al más feliz de todos, Al Inquieto Anacobero, el amigo muerto convertido en el personaje de la conversación, le rinden homenaje con los honores del duelo, el único pésame posible.
Al observar la secretaria lo acontecido, se dirige inmediatamente a su jefe, preguntándole: -Señor, ¿En qué puedo servirle?, ¿lo puedo ayudar en algo?
-¡En nada, señora María!, y por favor, no le des más citas a los clientes durante estos días restantes de la semana, que aprovecharé para unas posibles vacaciones y, si ella insiste en llamar, te agradezco no me le des ninguna información.
Alberto se queda en sus propios pensamientos con la cabeza entre las manos, tratando de defenderse sin ofender, ya que la ofensa se utiliza cuando uno está arrinconado y se usa para anular al otro. Sabe que hay que ser proactivo, que hay que reflexionar y todo lo que se diga llega a cobrar peaje. Hay que saber lo que se defiende y no permitir que la ira se adueñe de uno. Él piensa que si llega a utilizar la catarsis, el desahogo será porque hay un estado represivo.
Transcurren los días y se suman en escasos meses.
Alberto se olvida de la continuidad en la amistad en la parroquia de aquellos tiempos. Le parece prudente mudarse para otro sitio, bastante lejos de aquella zona aunque sea colindante, de aprovechar en recorrer los sitios y contactar con los nuevos vecinos donde lo cotidiano sea diferente en los fines de semana. Se mira en una situación económica estable, complacido por el cobro oportuno de las prestaciones por parte de su padre, aliviándolo de ciertas responsabilidades. Observa el nuevo ambiente bajo una óptica diferente de bienestar, enterándose que las reuniones en los salones de fiestas son en los edificios a título de colaboración. El recorrido diario desde la habitación al sitio de la oficina en el centro de la ciudad se le hace rutinario. Compensa lo agobiante del trabajo con los recorridos nocturnos de los buenos sitios que aprovecha hacer los fines de semana, de compartir y dialogar en los Bar-Restaurantes de la ciudad, siendo que en uno de ellos, de una zona de clase media, tiene la oportunidad de conocer en la barra a una mujer que le llama la atención, a quién denominan Yolandita- mujer de extremada simpatía, la de un busto como el rebozo de llamar la atención. A ella, precisamente, le fija la mirada desde la distancia del otro extremo de la barra con la desmedida indiscreción ante el resto de las demás personas que ingieren su licor. Aprovecha el instante para llamar al barman e indicarle de su parte un trago a ella, a nombre de su cuenta. Media hora después, con cierta prudencia trata de acercársele y, comienza a conversar con el que tiene al lado sin importarle la mujer de extremada simpatía. Apenas él ha iniciado un diálogo sobre las particularidades que tiene cada quién de los acontecimientos de la ciudad al opinar sobre la situación social y política y, sobre todo, el aspecto económico que es el renglón que más le interesa, enseguida le pregunta:- Dime una cosa, amigo, ¿crees que esta situación se mejore con esta inflación que tenemos?
Alberto espera la respuesta, mientras sostiene el vaso rebosante de whisky sobre los pedazos de hielo que sobresalen sin que él deje de mirar a la mujer de extremada simpatía. Para ser sincero- le contesta, ese punto no me interesa tocarlo porque yo vivo tranquilo con las compras y ventas de vehículos usados que solo me dan ganancias sin tener que preocuparme. Con el excedente que logro obtener, acostumbro viajar, parrandear, mujerear y beber el mejor de los tragos, ¿qué te parece?
¡Extraordinario!- Alberto le responde. En un descuido del recién conocido, Alberto se voltea y solicita al barman otro trago a su nombre para la mujer de extremada simpatía. Con cierto disimulo se le acerca y le extiende la mano, aprovechando en preguntarle si la música del ambiente le parece acorde.
-¡Sí, si me gusta!
Ante el trago brindado, él logra chocar el borde de su vaso con el de la recién conocida mujer de extremada simpatía, de un busto como el rebozo a quién observa con una falda corta sobre las rodillas y mostrar otros elementos atractivos de su apariencia personal. En el momento en que está conversando con ella, una amiga se les acerca, preguntándoles:-¿interrumpo?
¡No, por lo contrario!, estamos conversando de trivialidades y puedes sumarte a la conversación. Me dijiste que te llamas Alberto, ¿y qué haces tú, a qué te dedicas?- la de extremada simpatía de un busto como el rebozo- le pregunta.
-Antes de contestarte, ¿me puedes presentar a tú amiga?, ya que me dedico a mirar a las piernas bonitas y a las mujeres de extremadas simpatías cómo aquella Sinfonía Nº 9 de Rafael Rengifo que es una apoteosis de gran madurez artística, sobresaliendo La Batalla de Austerlitz, donde Napoleón Bonaparte triunfa sobre los ejércitos de la Europa Imperial a la manera de una epopeya, sumamente diferente a la Sinfonía Heroica de Beethoven, donde logra Rengifo alcanzar lo más excelso de su creación musical con un predominio de la orquesta, ¿qué te parece?
Me parece que tienes una enciclopedia en la cabeza- opina la amiga. Al mismo tiempo las dos mujeres ríen la ocurrencia de Alberto, retirándose la amiga sin haber sido presentada, dejándolos solos para que los dos conversen, cuando él aprovecha para preguntarle:-Dime una cosa, ¿hay algún inconveniente en que me quede un rato conversando contigo?, ¿tienes perro que te ladre si te ve con otro?, ¿no hay problemas?
-¡No, no hay ninguno!, todos aquí saben el por qué me califican como mujer de extremada simpatía que me permite participar sin que me traiga algún problema. De modo que, podemos seguir hablando sin que los demás se fijen o critiquen, pero, lo que si podrán notar es que eres nuevo en este sitio, y ya, a lo mejor, ellos pensarán que intentarás a comenzar a capturarme, ¿cierto?
¡Exageras!, ¿por qué no nos sentamos en la poltrona de cuero negro que está en aquél rincón y conversamos, sin que los demás estén pendientes?
¡Por mí no hay problemas, no sé si en ti lo habrá!- ella le responde.
Salen hacia el sitio señalado sin importar en el qué dirán, ubicándose debajo de la escasa luz de la lámpara colgante para conversar, mientras no le quita la mirada al busto como rebozo de reflejar en el escote del vestido. Se sienta ella bajo la luz del foco, viendo pasar el tiempo en los minutos trascendidos de palabras sueltas, de elogios hacia su belleza, de encenderle el cigarrillo las veces que ella lo requiera y de brindarle una complacencia oportuna, llamándole la curiosidad cuando le escucha una parte de un poema lleno de improvisación:-“Distraídos estuvimos sin hablarnos, sin mirarnos. Ocupados estuvimos sin llamarnos la atención…y habrá pasado el tiempo, el tiempo entre los dos, pensando que algún día nos volvamos a ver”.
Al terminar de su improvisación, ella se le acerca y le da un beso en la mejilla, diciéndole:-¡Eres un conquistador!
Observan que las horas se han ido disipando y van borrando lentamente la claridad de la vista por los efectos de los tragos continuos que impiden hilvanar bien las palabras. Alberto intenta besarla en el cuello y extender las inquietudes al busto como el rebozo, excitándola de tal manera que la obliga a manifestarle:-¡Parémonos y vamos a bailar!, que hay muchos ojos pendientes y después comenzarán a criticar.
-¡Espera un momento y no te levantes tan de repente! que hasta los rayos del foco que nos alumbra y penetran entre los hilos de tu vestido, puedan que estén vigilantes de cualquier imprudencia. Prefiero que estés sosegada y al menos calmada por la suavidad del beso que te he dado sin haberte depositado todo el ímpetu de mis emociones. Es natural y, es posible entender nuestra excitación, ya que la ambientación con la poca claridad y, el hecho de haber cerrado tus ojos cuando quise insistir con la mano en tu busto como el rebozo expresado en el escote, es de entender que te doy la razón para irnos a bailar, que seguro será que apretaré tu cuerpo sobre el mío y besaré tu cuello y la piel cercana a tus oídos, mientras te narre lo que siento. Ella le extiende la mano y él la sigue al estar conducido con el fondo de la melodía, los dos al compás del ritmo musical bajo la palabra suelta del vocabulario, bajo la mutua mirada y los gestos ante la actitud frente a la vida, percibiéndolo acicalado, perfumado, bien vestido, de reflejar la realidad de un mundo cuestionado…y todo para lograr el objetivo. Mientras bailan, Alberto siente la necesidad de acercar el cuerpo de ella, presionándolo con el suyo. Le entrega los besos en el cuello hasta lograr inquietar las respiraciones, abrazándola, haciendo sentir las palpitaciones. Se detienen y él de nuevo la conduce por la mano hacia la poltrona de cuero negro, sentándose ante la presencia de la botella medio vacía que aprovecha para hacerle una seña al maître para que les traiga la carta. Cuando se la entrega a cada uno en la mano, enseguida cada quién revisa el plato apetecible a escoger. Ella selecciona el menú afrancesado, mientras él señala al salmón con ensalada verde. Al poco rato, terminan de comer y, Alberto le pregunta:-¿Deseas un licor?