ROMANCERO A GENARÍN

(En el LI aniversario)

¡Virgen Madre del Camino!

¡Madre del divino Verbo!

Dadme la luz de tu hijo,

dadme la luz de tu cielo

para escribir un romance

que se haga eterno en el tiempo

y reciten los rapsodas,

los cómicos y los ciegos,

en noche de Jueves Santo,

por ciudades y por pueblos,

en días de romería,

de dulzainas y panderos,

en mesones y hosterías,

y ante estos muros viejos

donde murió Genarín,

el comprador de pellejos,

cuando iba a los basureros.

¡Madre nuestra del Camino!

del dolor sufrido ejemplo.

Vos, que estáis mirando al campo,

entre Valverde y Montejos,

donde nacieron invictos

y gloriosos tablajeros,

como Manolo y Marcones,

Taño, Agapito y Lorenzo,

dadme la luz de esa estrella

donde estáis vos como un puerto.

¡Por los clavos que horadaron

las manos del Nazareno!

Dadme papel, Santa Bárbara.

Dadme tinta, San Aurelio,

que quiero hacer un romance

que se paga eterno en el tiempo.

¡Por los cuatro evangelistas

que tanta gloria me dieron:

el taxista Eulogio y Rico,

y Nicolás el Porreto,

y el que cantándote está,

Paco Pérez, tu coplero,

el que aún vive en este mundo,

pues los demás ya están muertos!

Dadme, Dios, la inspiración

para dar cima al intento.

Ahí habitó una tal Moncha,

una guripa de ensueño.

Y, un poquito más allá,

Pilar la Matacorderos,

manceba que en tiempos fue

de un industrial vinatero

y dueña que fue después

de un humilde emporradero.

Santas mujeres que fueron

las que, llorando y gimiendo,

limpiaron de sangre el rostro

de Genaro, una vez muerto.

Hoy es posible que estén,

con Genarín, en el cielo,

buscando alguna chapuza

que les valga algún dinero.

Más allá —¿quién sabe dónde?—

está la muerte al acecho,

la lágrima en la mejilla

y el sol con muy poco fuego.

Mas sabed que, ante estas sombras,

él se alza hecho un portento

con la chispa de su orujo

y su bocado de queso,

que era su mejor bebida

y su manjar predilecto.

Los grajos muerden las piedras

de estos muros. Los vencejos,

con el roce de sus alas,

las piedras van demoliendo.

Y el cierzo, en un maridaje

con los años impertérritos,

va poniendo ruina y lepra

en los cantos y el cemento.

Lo que no podrán jamás

es extinguir este entierro

de Genarín alabado,

cachondón y pellejero.

Así es Genarín: hoguera

que apagar no podrá el tiempo,

sembrando por estos barrios

la semilla de su ejemplo,

que fue la de un comerciante

honrado y muy braguetero

comprando pieles de zorra, de liebres y de conejos.

¡Que lo sepa todo el mundo!

¡Que lo sepa el mundo entero!

Que este hombre, aunque gallofo,

fue también un hombre bueno,

y hoy, a la diestra del Padre,

ayuda en la puerta a Pedro,

bebiendo ese fuerte orujo

que le suben cuando llegan

los muertos de Cacabelos,

que es mucho mejor que el vodka,

con ser el vodka tan bueno.

¡Por la leche que mamamos!

¡Por la leche que nos dieron!

Mándanos, si te es posible,

de ese modo algún provecho,

una buena autonomía

de buen talante y consenso,

pues hoy hay que consensuarse

como lo hace el Gobierno.

Así, pues, Genaro amado,

protege nuestros derechos

y defiende con coraje

este León, que es tu pueblo,

pues nosotros no ignoramos

que has puesto siempre los huevos

en la mesa y en el ágora

cuando ha habido que ponerlos.

Aquí, Genarín, termino

tus puteríos y enredos,

y tu perdón da a los malos

y tu premio a los buenos.

Cúranos nuestras goteras

que nos duelen en el cuerpo,

a los mozos por la grifa,

a los ancianos por viejos.

Danos la paz que tú tienes y

que de ti merecemos.

Y, siguiendo tus costumbres,

que nunca fueron un lujo,

bebamos en tu memoria

una copina de orujo.