Fue el año 1978 cuando, con ocasión de autorizarse el Entierro y las actividades de la Cofradía nuevamente, Nuestro Santo Padre quiso al parecer celebrar efeméride tan fausta premiando la fe de un labriego de La Sobarriba que, castigado por un doble cólico nefrítico, desahuciado ya de forma repetida por todos los médicos de la ciudad, acudió desesperadamente buscando el favor de San Genaro. Y esa noche, mientras la comitiva aclamaba de rodillas la gloria resucitada, orinó furtivamente en el mismo lugar en que Genarín estaba orinando cuando le vino a aplastar el camión de la limpieza. Al labriego sobarribeño no sólo no le aplastó ningún camión, sino que de inmediato sintió un profundo alivio y pudo ver sorprendido a sus pies la piedra del tamaño de una nuez que había expulsado.

Hoy, ese labriego no sólo se limita a mostrar a cuantos peregrinos llegan a su pueblo la piedra guardada como preciada reliquia en una urna de cristal en la cocina de su casa, sobre la televisión. Es el mayor propagandista de Genaro y, desde aquella noche santa, recorre incansable las instancias religiosas oficiales —infructuosamente hasta el momento— para que a Genarín se le nombre patrón de los enfermos del riñón.