Preámbulo

«El autor y su obra» es un ciclo de cursos magistrales de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. El primero de ellos lo impartió José Luis Sampedro durante la semana del 21 al 25 de julio de 2003 bajo el título Escribir es vivir. Porque para José Luis Sampedro escribir es vivir, como sin duda podrán acreditar los asistentes a dicho curso, el centenar largo de personas que escucharon con deleite el rico anecdotario de una larga vida estrechamente ligada a la escritura, tanto en el ámbito de la economía como en el de la literatura; un testimonio real de los principales acontecimientos de casi todo un siglo, así como su influencia y reflejo en la obra del autor.

Desde el primer momento tuvimos la idea de plasmar el contenido del curso en un libro que creemos de interés para sus lectores, para quienes aun sin leer su obra se sienten interesados y atraídos por su trayectoria vital, por lo que intuyen y perciben de él a través de sus manifestaciones y compromisos públicos.

Pero de no haber sido así, no me cabe la menor duda de que la idea de este libro habría surgido en el transcurso del mismo. Las emociones sentidas y compartidas en aquella aula del palacio de la Magdalena a lo largo de las diez lecciones impartidas imponían dejar algún rastro escrito, aunque como bien dijo una alumna consciente de su privilegio: «Da igual, lo que hemos vivido aquí, lo que nos llevamos, no lo recogerá ningún libro». Toda la razón. Esas vibraciones quedarán en la memoria de cuantos asistimos al curso, pero intentaremos al menos recoger lo esencial de las enseñanzas transmitidas por José Luis Sampedro.

Es sabido que José Luis Sampedro prepara concienzudamente sus conferencias, pero no acostumbra a escribirlas. El no lee, él lo cuenta. Gracias a eso son más amenas, más cercanas y humanas pero, también por ello, una vez pronunciadas «desaparecen». Ciertamente, es más deseable un buen concierto en directo que la mejor de las grabaciones, pero cuando no se puede asistir al concierto o cuando, aun habiendo asistido a él, se desea volver a oír la música, nos conformamos con el disco. Algo parecido es la pretensión de este libro: dejar rastro escrito de las veinte horas lectivas que sonaron e impresionaron en el palacio de la Magdalena.

Debido a sus problemas de salud, especialmente sus deficiencias auditivas, asumí la tarea de «ayudante de cátedra» y, como tal, oí cuanto allí se dijo: es lo que queda literalmente transcrito en estas páginas, con las variaciones mínimas exigidas por la índole del lenguaje escrito. He dispuesto para ello de las notas manuscritas para la preparación del curso, de las casetes grabadas por la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo y de mi propia memoria. El privilegio de haber oído su anecdotario en otras ocasiones me ha permitido sortear sin dificultades los pequeños fallos de las cintas, como las pérdidas de texto en el cambio de cara, por ejemplo. Finalmente, nuestra cercanía ha facilitado la supervisión por su parte del texto, por lo que me atrevería a afirmar que nos encontramos ante un género tan original como la autobiografía escrita por otro (en este caso otra) y, sin embargo, «auto», absolutamente «auto».

OLGA LUCAS