Cuatro Pláticas en la Nueva Escuela para la
Investigación Social
NUEVA YORK, EE.UU.
1. - 1 de octubre de 1968
2. - 3 de octubre de 1968
3. - 8 de octubre de 1968
4. - 12 de octubre de 1968
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TENEMOS una gran cantidad de problemas, no sólo en este país sino en todo el mundo, problemas que parecen empeorar cada vez más. Uno ve la necesidad de un cambio, cambio económico, social, individual, comunal, etcétera. También ve que cuanto más cambian las cosas, peor parecen ir. Obviamente, tiene que haber una radical revolución interna, una mutación psicológica total, y no parecemos capaces de lograr esto. Están los especialistas que dicen que uno debe hacer esto y aquello, y los intelectuales que escriben innumerables artículos, quienes, supongo, son los que nos dirigen. Pero me temo que nadie presta mucha atención; los aceptamos o los rechazamos, tomamos de ellos pequeños trocitos que nos agradan, esperando que de algún modo esta desdichada sociedad habrá de cambiar.
En primer lugar, si se me permite, quisiera decir que no soy un especialista de ninguna clase, que no represento a la India con su filosofía, sus dioses, sus meditaciones, sus gurús y todo ese negocio. Ustedes y yo somos seres humanos y estamos tratando de descubrir no sólo qué hacer en este mundo, en la sociedad en que vivimos, sino también de descubrir por nosotros mismos qué es todo esto, de descubrir qué es la meditación y cuál es la manera de vaciar la mente a fin de que sea vulnerable, inocente y pura También estamos tratando de descubrir si es del todo posible librarnos nosotros mismos de nuestro condicionamiento, de modo tal que podamos mirar la vida de una manera diferente, con un sentir diferente, un sentir en el que hayan tocado a su fin toda contradicción, toda lucha. Si estamos alertas a todos estos problemas que se nos presentan, queremos saber, entonces, cómo producir la unidad del hombre, de modo que pudiera haber un solo gobierno -no dirigido por los políticos, lo cual, desde luego, jamás sería posible-, donde pudiera existir una forma diferente de actuar y de vivir en la que desaparecieran estas divisiones como hindú, musulmán, cristiano, católico, negro, chino y demás.
Tenemos frente a nosotros un problema inmenso y complejo. No es un problema exterior a nosotros, es un problema que forma parte de nosotros, porque somos nosotros los nacionalistas, los católicos, los protestantes... ¡Dios sabe qué otras cosas!, comunistas, socialistas, etcétera, todo dividido en fragmentos, cada cual aceptando un fragmento y viviendo ideológicamente conforme a ese fragmento en oposición a otros fragmentos, a otras ideas.
Siendo seres humanos, viviendo en medio de muchísimos tormentos, queremos saber qué es la muerte y si existe algo más allá de la medida de la mente, algo que no sea algún desatino místico o la invención de una pequeña mente vulgar. También queremos descubrir por nosotros mismos -si somos absolutamente serios, resueltos- si hay un estado intemporal, si existe dentro de nosotros una dimensión semejante.
Durante estas conversaciones vamos a aprender -no de mí, quien les habla carece en absoluto de importancia-, vamos a descubrir por nosotros mismos el júbilo que implica dar con nuestras propias intrincaciones. Descubrir significa realmente aprender y el aprender implica júbilo, no es algo penoso; un júbilo así libera energía, energía que necesitamos para avanzar más lejos y a mayor profundidad.
Si puedo sugerirlo, no se limiten a escuchar meramente una plática, un montón de palabras e ideas; la descripción jamás es lo descrito y, desafortunadamente, estamos atrapados en la descripción y pensamos que hemos captado toda la cosa. Debemos tener presente que la palabra no es la cosa ni la descripción es lo descrito. Si eso está de algún modo claro, podemos comenzar a aprender. Aprender es una de las cosas más difíciles que hay. Aprender de un libro y repetir lo que hemos aprendido del libro, en eso no hay júbilo, no hay vida; y nuestra educación se basa en eso. La computadora puede hacerlo muchísimo mejor que el ser humano educado intelectualmente con su gran cantidad de conocimientos e ideas; pero no es eso lo que llamamos aprender. El aprender implica descubrimiento de instante en instante, de modo tal que cada descubrimiento acerca de nosotros mismos vaya acompañado de cierto entusiasmo, de cierto júbilo de cierta calidad de energía y de impulso por descubrir más. Todo esto entraña el amor y el júbilo del descubrimiento.
Por lo tanto, no vamos a aceptar meramente la descripción sino que iremos más allá y a mayor profundidad, viendo que lo importante es aprender acerca de nosotros mismos, lo cual constituye el conocimiento propio, el conocimiento de nuestros modos de vida, de nuestros motivos, nuestras exigencias, los apegos, la desesperación, la angustia y demás; eso es aprender. De ese modo somos seres humanos que están descubriendo y no seres de segunda mano que repiten lo que otros han dicho, por ingenioso, lógico o cuerdo que pueda ser. Un aprender semejante no es análisis, es percepción directa. Ustedes no pueden observar, tener percepción directa, si tienen información de segunda mano acerca de sí mismos. La información de segunda mano se convierte en “la autoridad”.
No vamos a entregarnos al proceso analítico, y eso va a resultar más bien difícil. El proceso analítico implica tiempo: me he mirado a mí mismo, me he analizado, he descubierto la causa de mis requerimientos particulares, de mis neurosis, complejidades y demás; a través de ese proceso analítico espero descubrir la causa y, en consecuencia, librar a la mente tanto de esa causa como de su efecto. ¿Está más o menos claro esto? Lo que vamos a investigar exige seria atención, no se trata de aceptar o rechazar, ni de llegar a una conclusión fantástica. Estamos examinando y aprendiendo, y el aprender no es un proceso acumulativo. Si examinamos con la acumulación de lo que hemos aprendido, entonces no podremos descubrir aquello que es puro y nuevo, porque estamos traduciéndolo todo en los términos de esa acumulación y jamás miramos con mirada nueva y total todo este proceso de la relación y del vivir.
Alguien podría preguntar: “¿Cuál es la diferencia entre el proceso analítico, el análisis profesional, etcétera, que toman meses, años, y lo que usted dice al respecto?”. El análisis profesional implica una duración, tiempo, examinarse uno paso a paso por otro, el analista, que está tan condicionado como nosotros. Aquí no estamos siguiendo ese método o sistema particular a fin de comprendernos a nosotros mismos. Pienso que existe una manera por completo diferente de abordar todo este problema del conocimiento propio. Si ustedes no se conocen a sí mismos no tienen una raison d'etre (razón de ser) y la relación que establecen con otro es meramente la relación entre imágenes.
Para dar origen a una revolución radical en la sociedad -y tiene que haber una revolución total, no económica o social, no conforme a los demócratas o a los republicanos, sino una revolución de una calidad y estructura por completo diferentes-, es indispensable una profunda y fundamental revolución en la mente misma.
La sociedad que hemos creado somos nosotros, no es una cosa fantástica que ha surgido a causa de la presión y el tiempo. La sociedad es lo que somos nosotros, es nuestra codicia, nuestra envidia, nuestra desesperación, nuestro espíritu competitivo y agresivo, nuestros temores, nuestras exigencias de seguridad -todo eso ha creado esta sociedad-. Para producir un cambio en eso, debemos cambiar nosotros; el podar meramente unas cuantas ramas del árbol que llamamos sociedad -que es lo que hacen el político, el economista y demás- no nos cambiará a nosotros. Somos la sociedad, la sociedad no es diferente de nosotros. Nosotros somos el mundo al que hemos dividido... ¡oh, en tantos fragmentos!
La vida es para aquellos que son serios, intensos, no para los frívolos, no para los que son casualmente, ocasionalmente serios, sino para aquellos que son sólida y resueltamente serios e intensos. Si somos absolutamente serios vemos que no existe tal cosa como la comunidad y el individuo, que sólo existe el ser humano condicionado por la sociedad, por la cultura en que vive; esa cultura y esa sociedad han sido creadas por el hombre. De modo que la pregunta: “¿De qué sirve que yo cambie, acaso afectará eso a la sociedad?”, carece en absoluto de validez. Lo que vale es encontrar un modo (no me gusta usar las palabras “un modo”, implican un método, tiempo y todo lo demás, pero uno tendrá que usar estas palabras, las eliminaremos después), tenemos que encontrar un modo de cambiar instantáneamente a fin de que nuestras mentes sean inocentes y puras y el mañana, con todas sus angustias y temores, ya no signifique nada. Así que ésta es una de las preguntas fundamentales: ¿Es posible, viviendo en este mundo estúpido, insensato, demente, no ingresando a un monasterio ni retirándonos a un refugio de los budistas zen y esas cosas, sino viviendo en este mundo con todo su alboroto, sus guerras, su chicanería, sus políticos maniobrando para su propia posición y poder personal, viviendo aquí es acaso posible vivir una clase de vida por completo diferente en la que exista el amor? El amor no es placer, el amor no es deseo; adviene sólo cuando comprendemos el placer (éste no es el momento para investigar eso).
Estamos, pues, interesados en el ser humano, no en el individuo. No hay tal cosa como “el individuo” -puede ser la entidad local con todas sus supersticiones y su condicionamiento, pero eso forma parte del ser humano-. Nos interesa liberar al ser humano de su condicionamiento, liberarlo de la sociedad en que vive y que lo degrada, una sociedad que está perpetuamente en guerra, que engendra antagonismo, odio y violencia. De modo que nos preguntamos: ¿Es del todo posible para nosotros cambiar, no gradualmente, no a la larga? Porque cuando empleamos el tiempo sólo hay decadencia, marchitamiento.
Estamos investigando juntos si ustedes y yo podemos cambiar por completo en el instante y penetrar en una dimensión totalmente distinta; y eso implica meditación. La meditación es algo que exige muchísima inteligencia, sensibilidad y capacidad de amar y percibir la belleza, no seguir meramente un sistema inventado por algún gurú. Todo esto, pues, abarca una investigación en la vida y en la muerte. Uno investiga cuando tiene libertad, de lo contrario no puede investigar, es obvio. Uno no puede tener prejuicios, conclusiones fijas, opiniones, juicios y evaluaciones; si queremos descubrir, tiene que haber libertad para mirar. Mirar las cosas como son realmente en nosotros mismos, sin encontrar ninguna excusa, sin justificarnos, sin mentirnos y sin presunción alguna, es una de las cosas más difíciles que hay. Observar y vernos a nosotros mismos es uno de los problemas fundamentales: ver. Creo que tenemos que investigar esa cuestión: ¿Qué es ver?
Cuando ustedes miran un árbol -no sé si en Nueva York lo hacen alguna vez-, cuando miran un árbol, ¿lo miran realmente o tienen una imagen del árbol y es la imagen la que está mirando? No es uno, uno mismo el que mira el árbol directamente. ¿Saben?, cuando miran una nube, las estrellas en la noche o la hermosa luz del sol poniente, ya han emitido un juicio, han dicho: “¡Qué hermoso es!”; la afirmación misma “¡qué hermoso es!” les impide mirar. Quieren comunicar eso a otro, pero la propia comunicación en el instante de mirar les impide estar verdaderamente en contacto con las cosas que miran. ¿Está más o menos claro esto? Si ustedes tienen una imagen respecto de quien les habla, una imagen formada por la propaganda y demás, lo miran a través de la imagen que tienen y, por lo tanto, no están verdaderamente mirando o escuchando; miran y escuchan a través de una pantalla de palabras e imágenes que les impide la real percepción de lo que es”. Y ése es uno de los mayores problemas en nuestras conversaciones: el de cómo observar. ¿Es posible observar sin la acumulación del conocimiento y la experiencia, o sea, sin el pasado? La observación se halla siempre en el presente; si miramos el presente con los recuerdos del pasado -todos los recuerdos son, obviamente, del pasado, como lo es el conocimiento-, entonces estamos mirando la cosa nueva con ojos que han sido manchados por toda la experiencia de lo viejo; por lo tanto, miramos con ojos empañados.
De modo que, si puedo sugerirlo, esto es lo primero que tenemos que aprender: a ser capaces de mirar a nuestra esposa o a nuestro marido sin la imagen que hemos elaborado de él o de ella al cabo de muchos años; y eso es extraordinariamente difícil. Nuestra vida es una serie de experiencias; hemos tenido un millar de experiencias y todas ellas se han convertido en conocimiento, han dejado su huella en la mente. Las células cerebrales mismas están cargadas con los recuerdos de las experiencias; por lo tanto, el mirar pertenece al pasado, miramos con los ojos del pasado y, por consiguiente, no comprendemos la vida tal como es en el presente.
El mirar exige una gran dosis de atención; quiero observarme a mí mismo no conforme a algún patrón, pero encuentro que estoy densamente condicionado, que ya soy un esclavo del especialista, que mi educación ha sido dirigida, controlada por el especialista. Si quiero aprender acerca de mí mismo, mirarme y verme tal como soy realmente, no puedo hacerlo sin libertad, sin estar libre de juicios, explicaciones, justificaciones. Y esto es imposible porque mi mente está muy condicionada, condicionada por el analista, por la sociedad, por la cultura en que vivo, etc. Me miro con el conocimiento pasado y, por lo tanto, no me estoy mirando en absoluto. ¿Es, entonces, posible dejar de lado la acumulación de la experiencia, de los juicios y las evaluaciones a través de la cual miramos y que es la causa de que jamás haya un cambio?
Siempre existe una división entre el observador y lo observado. Relación es contacto directo, mentalmente, físicamente y demás; directo, no a través de una serie de imágenes, conclusiones e ideologías. ¿Es, entonces, posible estar completamente libres de nuestro condicionamiento como cristiano, comunista, católico o lo que fuere? De lo contrario, no podemos mirar, pues cualquier cosa que miramos es traducida en los términos de lo que ya conocemos; el cambio se vuelve entonces una lucha por ajustarse al condicionamiento del pasado. Después de todo, el conflicto tanto interno como externo, es entre dos cosas: el pensar conceptual y lo que realmente es.
Así, internamente, todo el arte de ver y aprender y el júbilo y la energía que son la consecuencia de ese ver, significan un reto tremendo. O sea: ¿puede la mente, tan densamente condicionada por las revistas, por la radio, por tantas influencias, puede abrirse paso por todo ello, no a la larga sino inmediatamente? Ahora bien, esto implica atención, implica entregar toda nuestra mente, nuestro corazón a la comprensión de nosotros mismos, porque es algo de fundamental importancia que exige no concentración sino atención.
Cuando hay un cambio radical dentro de nosotros mismos, estamos obligados a producir un cambio radical en la corrupta sociedad en que vivimos. Para comprendernos a nosotros mismos tenemos que estar libres del condicionamiento de ayer y de la proyección del ayer, la cual es el mañana; para la mayoría de nosotros el hoy es solamente el pasaje entre el ayer y el mañana. La atención implica un estado de alerta, estar sensiblemente alerta. Uno no puede estar sensiblemente alerta si tiene cualquier clase de conclusiones: que esto debe ser, que no debe ser -siempre de acuerdo con una ideología-. Las personas que tienen ideologías y viven de acuerdo con ellas, son las personas más insensibles a causa de que están viviendo en el futuro, tratando de que el presente se amolde a ese futuro. La ideología se convierte en la “autoridad”, sea la ideología de los comunistas, de los socialistas, de los capitalistas, etcétera. (Puede, entonces, la mente estar libre de ideales, de conclusiones? Por favor, investiguen, descubran por sí mismos por qué tienen estos ideales, este pensar conceptual, las utopías y todas las estructuras religiosas que han dividido al hombre en todo el mundo; todas están basadas en estas ideologías conceptuales y son obviamente tontas, no tienen sentido. Sin embargo, nos complacemos en ellas, ¡me pregunto por qué! Son conceptos, todo pensar es conceptual, ¿verdad? Pienso acerca de algo que me ha dado placer o dolor, y el pensar en ello, el desear que sea o no sea así, el ajustarme al patrón que he establecido para mí mismo, es el pensar conceptual. Y uno se pregunta: ¿Por qué vivo en el futuro o en el pasado? ¿Por qué miro con toda la acumulación del conocimiento Yo soy ese conocimiento y éste es palabras, memoria y nada más. ¿Por qué vivo conforme a esto que llaman tradición, cultura, etcétera? ¿Por qué? Casi todos ignoramos totalmente que estamos condicionados. Uno es católico, está condicionado por la propaganda de dos mil años -para mí ésa es una de las cosas más fantásticas-, otro, merced a “las palabras” está condicionado como protestante, otro como hindú, musulmán, etcétera, a lo largo de todo el mundo. Crecemos en medio de ello, aceptamos el condicionamiento pero no aceptamos lo que eso nos requiere. Aceptamos la declaración verbal de que debemos amar a nuestro prójimo; no obstante, es obvio que no amamos a nuestro prójimo, lo pateamos, lo destruimos en la oficina, en el campo de batalla y demás.
Estamos divididos como cristianos, musulmanes, hindúes, un sistema contra otro, sabiendo sin embargo intelectualmente que estas divisiones han ocasionado tan inmensa desdicha al hombre: las guerras religiosas y todo eso; pero seguimos igual. ¿Por qué? Por favor, obsérvenlo, ¿por qué? ¿Qué sucedería si no tuviéramos ideologías en absoluto? ¿Seríamos materialistas? Me temo que somos materialistas, muy materialistas aunque tengamos ideologías; las ideologías son sólo juguetes, carecen absolutamente de importancia en nuestra vida. Lo que importa es esta constante batalla de la ambición, de la codicia, la envidia y todo lo demás, eso es lo real, no si ustedes creen en Dios, en esto o en aquello.
A menos que haya un cambio fundamental en lo que sucede realmente en nuestra vida, no somos serios en absoluto. Y la situación exige mentes serias, personas serias, no seres humanos desequilibrados, fragmentados. Entonces, ¿nos percatamos de nuestro condicionamiento? Después de todo, nuestro condicionamiento es toda la psique, es el trasfondo de nuestro estilo de vida, los pensamientos, las actividades, los sentimientos que provienen de la psique. (El amor no procede de nuestro condicionamiento, pero se vuelve condicionado cuando lo traducimos en términos de placer, cosa que tal vez investigaremos en otra oportunidad). ¿Qué he de hacer, entonces? Sé que estoy condicionado como hindú y demás; también sé que desembarazarme del condicionamiento no es una cuestión de tiempo, no es algo que lograré gradualmente. Entretanto -cuando digo “gradualmente”- estoy sembrando la semilla de la desdicha para otros y para mí mismo, porque tener una ideología de no violencia y ser violentos todo el tiempo es, obviamente, estúpido. Uno podrá utilizar la propaganda de la no-violencia como un instrumento político, pero ¿por qué tener el ideal de la no violencia? Es a causa de la tradición, lo hemos aceptado como parte de nuestra vida, tal como aceptamos comer carne o ir a la guerra saludando la bandera. Aceptamos y esa aceptación se ha vuelto un hábito. ¿Puede uno percatarse de ese hábito, darse cuenta de él, darse cuenta de que está condicionado, de que ha cultivado innumerables hábitos? ¿Puede tan sólo mirarlos? Mirarlos libremente, de manera que en esa libertad los hábitos florezcan; ver todas sus implicaciones. Si condenamos un hábito lo hemos reprimido sofocándolo. Si decimos: “No debo tener ese hábito”, estamos atrapados en él, lo hemos controlado y no nos dirá absolutamente nada.
¿Puede uno darse cuenta de algo sin que intervenga el tiempo? ¿Puedo darme cuenta de este condicionamiento, de este hábito, de esta norma aceptada, de la tradición, sin decirme: “Tengo que librarme de eso poco a poco, desprenderlo capa tras capa”? ¿Es posible mirar de manera tan completa, sin ninguna fragmentación? ¿Mirar así, íntegramente, totalmente, de modo que no haya división entre el observador y lo observado? Porque en esta división entre el observador y lo observado, en ese espacio, en ese intervalo, radica todo el problema.
Miren, señores, vivimos con resistencia y conflicto, es todo lo que conocemos; y la resistencia genera cierta forma de energía, tal como lo hace el conflicto. Donde hay conflicto y resistencia hay una mente fragmentada, torturada, poco clara, confusa. El conflicto en todas las relaciones, tanto el interno como el externo, es obviamente perjudicial, destructivo; sin embargo, en tanto exista la división entre el observador y lo observado, el pensador y el pensamiento, tiene que haber conflicto. Cuando decimos que amamos a alguien, ¿no hay una división en eso? Porque en esa división hay celos, espíritu posesivo, dominio, agresividad -ya conocen todo lo demás-, lo cual engendra conflicto. ¿Es, entonces, posible mirar de tal manera que la división entre ambos, el observador y lo observado, llegue a su fin? Esto es meditación. En cuanto a la pregunta de por qué esta división existe en absoluto, ella requiere muchísima investigación, exige una indagación profunda dentro de nosotros mismos. Una de las razones por las que esta división existe, es porque hemos sido educados erróneamente, porque tenemos ideales, porque nos amoldamos a un patrón de respetabilidad y demás. Descubrir por uno mismo por qué existe esta división -descubrirlo no ocasionalmente sino todo el tiempo, en el autobús, en el automóvil, cuando estamos hablando con alguien- trae consigo un júbilo inmenso. Entonces el observador es lo observado; y es más que eso. Lo cual no quiere decir que cuando uno observa un árbol se convierte en el árbol, ¡no lo permita Dios!, sería estúpido identificarse uno mismo con el árbol. Pero cuando cesa esta división, uno se encuentra en una dimensión por completo diferente. Esto no es una promesa, no es una esperanza, sino que uno ve realmente que esta división desaparece y que por eso no existen ni el observador ni lo observado; sólo existe la observación. Para todo esto tiene que haber paz y libertad, libertad con respecto al temor.
Creo que el tiempo se ha terminado. ¿Hay algunas preguntas a propósito de lo que hemos hablado?
Interlocutor: ¿Cómo podemos librarnos del temor?
KRISHNAMURTI: Tomaría mucho tiempo responder a eso. Lo investigaremos en nuestra próxima reunión.
Interlocutor: (Inaudible en la grabación)
KRISHNAMURTI: Yo dije, señor, que la observación exige mirar, ¿no es así?, observar. Sólo podemos mirar cuando la mente está libre para hacerlo y para aprender acerca de lo que es mirar algo. Aprender es descubrir, y en el descubrimiento hay un júbilo inmenso; ese júbilo le da la energía. Vea, señor, tenemos el ejemplo del monje: en todo el mundo el monje ha tomado votos de castidad y pobreza y obediencia -sólo Dios sabe por qué, pero lo ha hecho- y piensa que tomando un voto de esa clase tendrá gran energía para vivir la vida de un cristiano o lo que fuere. Hace eso, pero es sexual, es ambicioso, es un mono como todo el resto de nosotros y lucha internamente consigo mismo. Esa batalla interna es un desperdicio de energía; él se está amoldando a un patrón establecido por la iglesia, por la tradición y demás, y ese amoldarse es una forma de resistencia; cuando resistimos tiene que haber una batalla y eso no nos da energía. Estamos hablando de algo por completo diferente.
La mayoría de nosotros tiene poca energía porque nuestras vidas se gastan en la lucha. En la oficina y en el hogar somos manejados por nuestras ambiciones, hay un conflicto constante, una opinión contra otra opinión y así sucesivamente. Si bien ese conflicto genera cierta cualidad de energía, es una energía muy destructiva, como puede verse en el mundo. En todas las oficinas impera el espíritu competitivo, el cual, aunque provee esa clase de energía, crea una sociedad donde están aquellos que se encuentran arriba y aquellos que se encuentran abajo, por lo que hay una batalla. Y uno se pregunta: ¿Es eso lo que se entiende por vida? ¿La batalla con mi esposa, con mi vecino, batallar, batallar, batallar? ¿Acaso no existe otra forma de energía que no sea el resultado de la pena, el sufrimiento, la confusión, la ansiedad, el miedo, la culpa? Existe, si uno sabe cómo aprender, cómo mirar realmente “lo que es”. No podemos mirar “lo que es” si no hay libertad; por lo tanto, tenemos que darnos cuenta de nuestro condicionamiento. Es bastante sencillo darse cuenta mientras uno piensa eso o aquello. Si pueden dedicar tiempo -tiempo en el sentido del tiempo cronológico-, si pueden dedicar cinco minutos por día para mirar, aprenderán muchísimo. No tienen que ir al analista, a menos, desde luego, que sean terriblemente neuróticos, en cuyo caso están atascados ahí. Pero la mayoría de nosotros está más o menos equilibrada, quizá no enteramente, y darse cuenta de este desequilibrio (tal como se dan cuenta de este salón cuando entran, las proporciones, la altura, la luz, los asientos, las personas, el color de los abrigos, los jerseys, lo que sea que vista la gente, los distintos colores y la reacción de ustedes a esos colores), darse cuenta de ese modo hace que la mente sea sensible en sumo grado. Y uno puede mirarse a sí mismo, toda la historia está ahí y todo el conocimiento; entonces los libros se vuelven por completo improcedentes.
Interlocutor: Mi pregunta es: un hombre pasa ocho horas por día cortando el cabello, o cuarenta años de su vida en una oficina y eso se vuelve terriblemente aburrido; ¿qué puede hacer?
KRISHNAMURTI: Piense en un hombre que pierde cuarenta años en una oficina, ¡no sé por qué lo hace! (Risas) Los jóvenes se están rebelando contra todo esto -terminar como un ejecutivo o un oficinista-, ¡Dios mío, tienen que rebelarse! Si uno se da cuenta del aburrimiento, de por qué está aburrido y lo investiga, puede ser que descubra que ya no quiere ser más un peluquero, o que ya no quiere luchar más para llegar a la cima del montón; puede que no quiera hacer ninguna de esas cosas. Tal vez quiera ser un verdadero ser humano, no una máquina; pero eso descúbralo, no admita que se lo digan los ensayos que pueda leer por ahí, descubra la naturaleza de todo el problema del aburrimiento. El aburrimiento invita al entretenimiento, ya sea que usted acuda a la iglesia para entretenerse o asista a un partido de fútbol, es la misma cosa. Descubra qué implica el entretenimiento y qué implica terminar con él; investíguelo tan vitalmente que se sienta liberado del aburrimiento.
Interlocutor: Tengo una preocupación que me gustaría compartir. Toda la conciencia del mundo no puede crear una correcta relación mutua. Veo a los obispos bendiciendo siempre el casamiento y la vida de familia. Algo en mí, una y otra vez, se rebela contra todo enfoque que no ve algo fundamental en la relación mutua. Yo encuentro que en las relaciones mutuas existe algo que es esencial.
KRISHNAMURTI: De acuerdo. Si usted no está relacionado, deja de existir, ¿correcto? La vida es relación. De modo que tenemos que descubrir qué es la relación. Sé que debemos tener relaciones y sé que muy pocos de nosotros estamos relacionados. Vivimos en el aislamiento; aunque uno pueda estar casado y con hijos, vive aislado dentro de sí mismo; por lo tanto, no está relacionado con otro. Así, profundizando más en ello, descubrimos qué es realmente la relación y qué es lo que meramente llamamos relación. Lo que llamamos relación es la relación entre dos imágenes, una, la que yo tengo de ella y otra, la que ella tiene de mí; estas imágenes son las conclusiones y los recuerdos de los insultos, las riñas, el dominio y todo eso. Esto es, entonces, lo que llamamos relación. Ahora bien, ¿es posible tener una relación sin nada de eso? O sea: ¿acaso el amor siempre tiene que ser un conflicto? ¿Es una idea el amor? ¿Es una forma de placer a la que hemos llamado amor? Para comprender este problema -volvemos otra vez a la cuestión central- tengo que comprender por qué construyo imágenes. Mi esposa me ha insultado, me ha sermoneado; ¿por qué guardo un recuerdo de eso? ¿Por qué no puedo morir a ello, morir en el momento en que ocurre, no después? ¿Es eso posible? No acumular jamás todos estos insultos, las experiencias, los sermoneos, todo eso que se almacena en la memoria. Eso significa que tengo que estar extraordinariamente atento al instante en que ella me está insultando, atento a las palabras, a la implicación de estas palabras, y examinarlo todo completamente en ese instante, no más tarde; para ello tengo que ser muy sensible, tengo que estar muy alerta.
1° de octubre de 7968
2
PODEMOS COMUNICARNOS entre nosotros con bastante facilidad aceptando ciertas palabras en su significado del diccionario, escuchando intelectualmente lo que se dice y concordando o discrepando con ello. La comunicación verbal es necesaria, de lo contrario no podríamos entendernos. Pero la comprensión ulterior depende de nuestra intención mutua de comprender lo que se dice, porque es posible que no deseemos hacerlo si ello pudiera ocasionarnos muchísima perturbación; o quizá podríamos querer comprender tan sólo parcialmente, intelectualmente, sin captar en plenitud el problema, en cuyo caso no actuaremos.
La comunicación se vuelve un problema muy interesante; quien les habla puede querer decirles algo, pero ustedes tienen que estar dispuestos a escuchar no sólo con el intelecto sino también con el corazón, con todo el sentimiento; entonces hay una posibilidad de comprendernos real y completamente el uno al otro. Pero la comunión es un asunto muy diferente. No es algo misterioso o místico, como lo hacen parecer las iglesias de todo el mundo. La comunión mutua sólo es posible cuando hemos establecido entre nosotros una completa comprensión verbal (sabiendo muy bien que la palabra no es la cosa, que la descripción no es lo descrito); entonces la palabra comunión tiene un significado amplio, pleno y profundo. Cuando dos personas están en comunión mutua, la expresión verbal puede ser en absoluto innecesaria, se comprenden de inmediato la una a la otra.
Me parece que en nuestras conversaciones es muy importante establecer este proceso: comunicarnos lo más amplia y profundamente que sea posible y también estar en comunión uno con otro. Y esto sólo es factible cuando tanto ustedes como quien les habla son atentos, razonables y escuchan con una intensidad capaz de captar con toda la mente y el corazón lo que se dice, sin que haya en ello opinión, juicio o evaluación de ninguna especie. Después de todo, la comunión es posible únicamente cuando existe cierta clase de afecto. ¿Han notado -tienen que haberlo hecho- que cuando dos personas se aman realmente (lo cual es un problema muy distinto y algo sumamente difícil) han establecido una comunión? No es necesario que digan nada, hay comprensión y acción instantánea. Puesto que vamos a discutir y a considerar juntos muchos de los problemas de la vida, si es que queremos comprendernos el uno al otro tenemos que establecer naturalmente tanto una comunicación como una comunión. Tienen que coexistir todo el tiempo, de modo que uno escuche no sólo con capacidad crítica, con un examen instantáneo que vea la verdad o falsedad de lo que se está diciendo sin aceptarlo ni rechazarlo, sino que lo haga con una mente libre para comunicarse y, al mismo tiempo, tener esta comunicación, de manera que ustedes y yo veamos la cosa instantáneamente y la percepción sea acción inmediata. Eso es lo que implica la comunión entre dos personas: no existen barreras, no hay sentido alguno de resistencia o complacencia, sino un estar sutilmente abiertos el uno al otro. Entonces, creo, tiene origen una clase diferente de acción.
Como decíamos el otro día, nuestra vida está fragmentada, dividida; uno es un artista y sólo eso; otro es un especialista en un campo particular y lo sabe todo al respecto y ninguna otra cosa; uno es un marido, con innumerables problemas en la oficina -como abogado, ingeniero, hombre de negocios-, vuelve a su casa y es nuevamente el marido, con una relación en la que hay resquebrajaduras, un estado de fragmentación. Nuestras culturas son diferentes, nuestra educación es diferente; nuestros temperamentos y tendencias, nuestro condicionamiento, aunque fundamentalmente es el mismo, varía como católico, protestante, comunista, capitalista, hombre de negocios, científico, profesor y así sucesivamente. Toda nuestra vida está fragmentada y cada campo, como uno puede observarlo, tiene su propia actividad, sus propias costumbres en oposición a otro campo. Si uno pudiera observar los hechos en su propia vida, vería que es brutal, violento, vicioso; sin embargo, puede que en el hogar sea amable y no desee lastimar a nadie; uno tiene un afecto particular y al mismo tiempo siente temor, tiene ideales y conceptos que contradicen su vida cotidiana, tiene innumerables creencias y supersticiones que están en desacuerdo con la existencia de todos los días. Podemos observar estos hechos que son obvios, todos vivimos en fragmentos, en diferentes campos de actividad que se contradicen todos el uno al otro -quizás, en ocasiones, llegan a tocarse-.
Cuando uno observa las diversas actividades en los diferentes campos de su propia vida, tiene que preguntarse inevitablemente si es de algún modo posible reunirlas, unificarlas, generar una integración de modo tal que, cualquier cosa que uno haga en el hogar o en la oficina, cualquier cosa que haga, sea coherente, no contradictoria y, por lo tanto, libre de todo sufrimiento. O sea: ¿Existe una acción que sea verdadera y completa en todos los campos? No sé si ustedes han pensado siquiera en este problema: si es del todo posible integrar, reunir, armonizar las acciones contradictorias de nuestra vida. Después de todo la vida de uno, tal como es vivida, es una serie de contradicciones, y donde hay contradicción hay sufrimiento, lucha, dolor, desdicha.
Vamos a explorar juntos -y eso es más responsabilidad de ustedes que de quien les habla-, a descubrir si existe una acción que sea siempre total, completa, que abarque todos los campos. Cualquier idea de producir una integración de dos actividades contradictorias es evidentemente absurda. El amor y el odio no pueden integrarse, ustedes no pueden integrar o armonizar la ambición y la bondad, la quietud interna; no pueden integrar la violencia y la no-violencia.
Al descartar la idea de integrar las diversas contradicciones vemos, sin embargo, que en ello está implicada la cuestión de quién es el integrador. ¿Quién es el integrador que va a reunir, a armonizar los impulsos contradictorios, los requerimientos y deseos contradictorios, los elementos en oposición? Para la mayoría de nosotros, es el pensamiento. El pensamiento ve estas contradicciones y dice: “Es preciso reunirlas”, “de algún modo tengo que producir armonía en todos estos campos”, y parece como si el pensar fuera el único instrumento. El pensamiento se dice: “Viendo todas estas contradicciones, viendo las luchas y los sufrimientos, tal vez pueda obtener de esto una gran armonía, una gran quietud”. Pero es sin duda el pensamiento el que ha creado estas contradicciones. El pensamiento, que es la respuesta de la memoria, la respuesta del conocimiento acumulado, el pensamiento mismo es un fragmento. Es siempre un fragmento porque es la consecuencia del pasado, y el pasado es un fragmento del tiempo total. Al pensar acerca del mañana, el pensamiento genera esta división entre el pasado y el futuro. De modo que, cualquier cosa que haga, el pensamiento tiene que ser fragmentario, tiene que producir siempre división. Y el pensamiento es, obviamente, el “observador” que dice que existen estas diversas entidades contradictorias en mí y que debo actuar de manera no contradictoria a fin de vivir completamente. Por lo tanto, el “observador” mismo es la causa de la fragmentación.
Es esencial comprender estas cuestiones, porque para nosotros el pensamiento es tremendamente importante; y, obviamente, es necesario pensar racionalmente, con claridad. Emprender la guerra, formar un ejército, dividir el mundo en esferas de influencia, en nacionalidades, en creencias religiosas organizadas, todas estas divisiones las ha producido el pensamiento. Sin embargo, el pensamiento dice: “Es necesaria la unidad”, de modo que empieza a organizar diversos grupos políticos con sus ideologías; o dice que tiene que haber un único gobierno mundial. El pensamiento, al observar este hecho de la contradicción interna y externa, procede a tratar de producir una vida organizada en la que se pretende que no haya contradicción alguna, lo cual implica ajustarse a un patrón de actividad, a un principio, a una ideología, implica seguir, obedecer, imitar. Además, en eso hay una contradicción entre “lo que es” y “lo que debería ser”. Y ésa es la única acción que conocemos, una acción que siempre es producida por el pensamiento y que es siempre contradictoria.
Por favor, si puedo sugerirlo, no escuchen meramente de manera verbal; utilicen más bien a quien les habla como un espejo, observen realmente este hecho en la propia vida de ustedes, el hecho de que somos esclavos del pensamiento, y cuanto más ingenioso y agudo es el pensamiento, tanto mayor es el valor que tiene esa esclavitud, al menos en el mundo. Para ir a la luna ustedes han tenido que organizar el pensamiento; para matar a otro, el pensamiento tiene que trabajar a su máxima velocidad. El pensamiento ha inventado las innumerables ideologías y, de tal modo, ha producido contradicción, división, separación. Y ésa es la única acción que conocemos, la acción que produce el pensamiento.
Surge, entonces, la pregunta: ¿Es posible otra clase de acción que no tenga nada que ver con el pensamiento, una acción que sea lógica, coherente, verdadera, completa y posea la calidad de la muerte y el amor? Sabemos que el pensamiento es siempre viejo, que no puede producir una acción completamente nueva porque la acción que produce es la respuesta del pasado y jamás puede ser nueva, jamás puede ser libre. ¿Está claro esto? Si está claro que el pensamiento ha causado en todo el mundo esta división entre los hombres, y que por más ingeniosamente que el pensamiento organice el mundo no puede producir la unidad del hombre, tenemos que descubrir, entonces, si existe una acción que no sea producto del pensamiento. Es preciso comprender esto, porque para considerar juntos la cuestión del temor -como se sugirió el otro día- tenemos que comprender completamente todo el proceso del pensar.
¿Por qué somos esclavos del pensamiento? En ciertos campos de la vida uno tiene que pensar intensamente, con mucha claridad, de manera racional, lógica, completa; de otro modo se terminaría toda la ciencia, todo conocimiento llegaría a su fin. Vemos, pues, que el pensamiento es necesario en ciertos niveles y que en otros niveles es perjudicial. Una mente condicionada por la cultura de la sociedad, por la educación, por todas las actividades de la vida cotidiana, es estimulada para que piense y funcione en el campo del pensamiento. Y nosotros estamos planteando una cuestión completamente contraria a nuestro modo acostumbrado de vida. Ahora bien, ¿cómo vamos a descubrir si existe en absoluto una acción semejante? De lo contrario, uno debe vivir perpetuamente en esta contradicción y desdicha. Porque la vida es acción, y aunque la gente haya hecho una división entre activistas, contemplativos y demás, todo el proceso del vivir es acción; sea que uno vaya al mercado, o que lea, o que haga cualquier otra cosa, eso es acción y esa acción es contradictoria. ¿Existe una acción que sea siempre nueva y, por lo tanto, siempre inocente, siempre fresca, joven y vital? Si existe, ¿cómo vamos a encontrarla? En primer lugar no les estoy diciendo el modo de lograrla, eso sería destruir el descubrimiento de ustedes; si yo les dijera el modo y ustedes lo siguieran, eso sería meramente continuar con el pensamiento, la imitación, el ajuste y todo el feo asunto que ello entraña.
Uno tiene que ver muy claramente cómo empieza el pensamiento, cuál es el origen del pensar, qué hace el pensamiento en la vida cotidiana, cómo separa todas las actividades; tiene que ser sensible -por favor, sigan esto-, sensible a las actividades del pensamiento. O sea, tiene que estar alerta al pensamiento, no resistirlo sino darse cuenta de cómo opera y, de ese modo, tornarse sensible a toda la estructura y naturaleza del pensar. Observar, estar atento, ser sensible al pensar sin condenarlo ni juzgarlo; observar. Y en esa observación, en esa atención, no formar conclusiones, porque en el instante en que tenemos una conclusión hemos dejado de ser sensibles, hemos alcanzado ya un punto desde el cual tiene lugar la división.
No sé si están siguiendo todo esto.
Después de todo, señores, para darnos cuenta del color que tiene la camisa de la persona que se sienta a nuestro lado, tenemos que ser de algún modo sensibles y estar abiertos a lo que nos rodea. Muy pocos de nosotros somos observadores agudos, ni siquiera sabemos cómo mirar; somos insensibles porque estamos envueltos en nuestros propios problemas, en nuestras propias desdichas, en nuestra propia ansiedad y culpa, en nuestros requerimientos, en el sexo y en docenas de cosas.
Donde un problema adquiere continuidad, la mente tiene que embotarse. Por lo tanto, una de las implicaciones en esta percepción sensible consiste en terminar instantáneamente con cada problema psicológico. ¿Es eso posible de algún modo? Un “problema” implica algo que no hemos sido capaces de resolver psicológicamente; no hablamos de los problemas tecnológicos sino de los problemas psicológicos que tenemos, que arrastramos de día en día sin examinarlos ni cuestionarlos jamás, en los cuales jamás nos interesamos a fondo ni nos sentimos profundamente involucrados. ¿Es posible terminar con estos problemas psicológicos en el momento en que surgen? De lo contrario, la mente se sobrecarga con un problema tras otro, se vuelve muy torpe e insensible y, en consecuencia, son imposibles la vigilancia, el estado de alerta, esta atenta percepción sensible sin preferencia alguna, la cual, como dijimos, implica la más alta forma de sensibilidad, que es inteligencia La inteligencia no tiene nada que ver con el conocimiento uno puede no haber leído ningún libro y, no obstante, ser extraordinariamente inteligente porque se da cuenta de lo que sucede en el mundo y es altamente sensible a todos los procesos de sus pensamientos y sentimientos.
Donde hay sensibilidad, que es la forma más elevada de la inteligencia, cuando la mente ha alcanzado tal nivel de sensibilidad, ¿qué es, entonces, la acción? -sabiendo, como sabemos, que el pensamiento divide, limita-. Entonces, esa profunda calidad de la mente que se ha vuelto altamente sensible porque ha observado la total estructura y naturaleza del pensamiento, es la calidad de una mente con un grado extraordinario y muy elevado de inteligencia, y esta inteligencia es acción completa. ¿Correcto? Quien les habla, ¿ha sido capaz de comunicar este estado? ¿Ha sido capaz de hacerlo no sólo verbalmente, sino de comunicar, de establecer una comunión acerca de este hecho, el hecho de que el pensamiento no es inteligencia? El pensamiento, a causa de que es siempre viejo, jamás puede tener esta calidad de inteligencia que es siempre nueva, fresca; esta inteligencia nunca divide, de modo que hay una acción que jamás es contradictoria.
Interlocutor: ¿Puede usted hablar del temor?
KRISHNAMURTI: A menos que comprendamos la estructura y naturaleza del pensamiento, no podremos terminar con el temor. El pensamiento ocasiona el temor, así como produce el placer, ¿correcto? Cuando usted ve algo que le causa deleite: el rostro de una mujer, una puesta del sol, la risa de un niño, no piensa al respecto. Al pensar acerca de ese hecho -que por unos segundos le ha deleitado- da usted origen al desarrollo del placer.
Veo un automóvil, veo a una mujer, veo una hermosa pintura o un bello tapiz; en ese instante del ver, ¿qué ocurre? Obviamente, a menos que sea daltónico o me falte alguna otra cosa, reacciono. Esa reacción puede ser neurológicamente dolorosa o placentera. Entonces el pensamiento -siga esto paso a paso-, entonces el pensamiento dice: “¡Qué hermoso fue aquello!”, “¡Qué sensación maravillosa tuve!”; pensar en ello da continuidad al deleite que experimenté por unos cuantos segundos; pienso mañana en el placer que tuve ayer -como ocurre con todo el acto sexual y la imagen de él: el acto, el placer y el pensar acerca de ello-. Así, el pensamiento produce placer alimentando o dando continuidad a un incidente particular que en un instante determinado nos causó deleite. Eso es bastante obvio. De igual modo, el pensamiento produce o da continuidad al temor: temo lo que va a suceder mañana. El pensamiento crea la imagen de lo que podría suceder mañana y siento temor al respecto. Otro día investigaremos esto un poco más a fondo. Lo que nos interesa esta tarde es comprender toda esta naturaleza del pensamiento. Hasta que nos familiaricemos realmente con nuestro propio pensar, no con el pensamiento de otras personas ni con el pensamiento de quien les habla sino con nuestro propio pensar, viendo cómo surge, viendo su naturaleza, su estructura, sus sutilezas, la intención, la forma, el contenido del pensar, no podremos habérnoslas con la cuestión del temor. Es posible terminar con el temor; es posible pero sólo cuando comprendemos esta cosa extraordinaria llamada pensamiento, a la que rendimos culto.
De modo que uno tiene que descubrir por sí mismo y en sí mismo el origen del pensamiento (no remontarse a un millón de años atrás); en el instante en que el pensamiento comienza, capturarlo y mirarlo, ver cómo ha surgido. Se suscita, entonces, un problema más profundo: descubrir si la mente puede estar quieta alguna vez, completamente silenciosa, vacía de todo pensamiento pero extraordinariamente alerta. Ése es uno de nuestros principales problemas en la vida: viendo que el pensamiento ha producido un estrago semejante en el mundo al dividirlo en nacionalidades, religiones, culturas, en toda clase de brutalidades, con todos sus salvadores, sus iglesias, sus dioses y sus ideologías -invenciones todas del pensamiento conceptual-, viéndolo, ¿puede uno romper con ello? Porque ése es el único acto virtuoso, porque en eso hay completa libertad (en la que la libertad crea su propia disciplina). Uno tiene que investigarse a sí mismo, explorar, estar alerta -no neuróticamente, no introspectiva ni analíticamente- observando el propio contenido interno a medida que éste florece. No se si alguna vez ha observado usted la ira en el instante en que surge y le ha dado espacio para que florezca y así pueda aprenderlo todo al respecto.
Interlocutor: ¿Puedo inferir de lo que usted ha dicho, que existe algo, alguna cualidad en el hombre, que se revelarla inmediata y apropiadamente si la mente no se entrometiera con su pasado?
KRISHNAMURTI: ¿Cómo responderían ustedes a esa pregunta? ¿Existe en el ser humano algo superior que florece si el pensamiento se calma? ¿Cómo responderían a eso? Por favor, sean cuidadosos. Si dicen “sí” puede ser el prejuicio, la esperanza de ustedes; entonces esa esperanza inventará y a lo que invente lo llamará “intuición”. Y si dicen: “no existe tal cosa”, están de nuevo en la misma situación. Tanto la afirmación positiva de que existe o la de que no existe, son no inteligentes. Todo lo que uno puede hacer es averiguarlo explorando, descubriendo, sin aceptar autoridad alguna, ¡hay demasiadas autoridades en el mundo, todas diciendo “sí, sí”, o “no, no”! Y tanto el “sí” de la gente como el “no” de la gente nos han engañado. Todo lo que uno puede hacer es averiguarlo, descubrirlo; y cuando existe la comprensión de uno mismo, surge la más elevada forma de meditación. Ahora bien, la comprensión de uno mismo, ¿es un proceso lento que toma tiempo, días, años? ¿O uno se comprende a sí mismo completamente en el instante? Alcanzan a ver el problema? Si nos tomamos tiempo para aprender gradualmente, paso a paso, acerca de nosotros mismos, ¿qué es, entonces, lo que eso implica? Cada examen, cada minuto que nos examinamos tiene que ser completo, de lo contrario lo trasladamos al minuto siguiente y en ese intervalo surgen otros problemas. No sé si ven todo esto. O bien aprenden, observan, se conocen a sí mismos mediante el análisis (lo cual es por completo imposible porque mientras se están analizando existe un intervalo entre el analizador y lo analizado, un espacio donde hay contradicción, resistencia y dolor), o se ven a sí mismos completamente, totalmente, de manera inmediata. Lo segundo es el único problema; lo primero no es un problema, porque el proceso analítico está descartado.
Nos preguntamos: ¿Es posible ver por uno mismo completamente, íntegramente, la cosa total, todos los escondrijos, los lugares ocultos y secretos, verlos en su totalidad? ¿Es posible ver toda la estructura del “yo”, del “mí mismo”, del “centro” -el centro que divide, que tiene tantas tendencias, tantos deseos contradictorios, propósitos, ansiedades, culpa y temor-, es posible ver la cosa total instantáneamente, porque el mismo verla instantáneamente es su terminación? Para comprender eso, si es posible ver toda la estructura del “yo”, del ego, uno tiene que aprender el arte de ver: ser capaz de ver, de escuchar sin agitación alguna, sin ninguna conclusión ni justificación; sólo escuchar. ¿Han escuchado alguna vez de ese modo a alguien? Eso significa escuchar con el corazón, con la mente, con los nervios, con todo el ser, no sólo aquí y ahora, sino escuchar a todos los políticos del mundo, a nuestra esposa, a nuestros hijos, escuchar el viento entre los árboles, escuchar. En ese escuchar hay una gran atención, no hay límites. Entonces no tienen ustedes que tomar ninguna clase de drogas para expandir la conciencia y jugar todas esas tretas consigo mismos.
Interlocutor: ¿Podría usted examinar las implicaciones del cambio?
KRISHNAMURTI: Tengo que hacerlo muy brevemente. En primer lugar, en este mundo, en el mundo tecnológico moderno, el cambio es fantástico, está ahí. Pero tiene que haber una revolución total psicológicamente y, por ende, socialmente. Un hombre que tiene diez hijos, que vive en un barrio muy pobre, ¿qué oportunidad tiene de librar a la mente de su condicionamiento y demás? ¡Ninguna en absoluto! Tiene que haber un cambio social; pero psicológicamente, internamente, surgen dos problemas. En lo psicológico tiene que haber una revolución completa, porque tal como somos, somos demasiado codiciosos, envidiosos, ansiosos, temerosos, estamos llenos de pesadumbre... ustedes saben, psicológicamente eso es lo que somos. Y eso tiene que cambiar. Tenemos que librarnos completamente de todo eso; tiene que haber una libertad completa y, por lo tanto, un cambio completo en la estructura del núcleo de nuestro ser, de nuestro pensar y sentir. Ese es uno de los problemas. El otro es si el cambio existe en absoluto. ¿O lo que hay es un modo eterno, intemporal que no conocemos y al cual llamamos cambio? No investigaré esto por el momento, es demasiado complejo.
Nuestro principal problema es el siguiente: ¿Es posible producir un cambio en la propia vida, de modo que cuando uno deje este salón sea un ser humano nuevo, inocente, puro, claro, no contaminado por el contagio del tiempo? ¿Es eso posible, no como una idea, no como una esperanza, no como algo ideológico, sino realmente posible?
Todo esto se halla implicado en esa palabra “cambio”, no meramente una revolución social, económica que finalmente no lleva a ninguna parte; hemos tenido revoluciones comunistas y otra clase de revoluciones que terminan regresando al mismo viejo patrón. Y uno se pregunta si el cambio depende de las circunstancias, de la presión de la sociedad, del tiempo y la cultura, o si existe un cambio sin que haya represión ni motivo alguno. Ése es, obviamente, el único cambio, y significa que tenemos que investigar toda la cuestión de los motivos. Para expresarlo muy sencillamente: ¿Puede uno morir al pasado? ¿Es suficiente para ello la mente inocente y vulnerable? No sé si han tratado alguna vez de morir a un placer en particular, sólo por terminar con él, sin argumentar, sin luchar con él, sin resistirlo, diciendo simplemente: “Se terminó”. ¿Lo han intentado? Queremos morir a un dolor en particular, pero a un placer en particular jamás; sin embargo, el dolor y el placer van juntos.
3 de octubre de 1968
3
ME TEMO que pocos de nosotros somos personas muy serias; tenemos propensión a permitir que otros piensen por nosotros, que nos digan lo que debemos hacer. Todo eso genera un estado de conformismo, obediencia y aceptación. Creo que sería un gran error si nos permitiéramos concordar o discrepar meramente con lo que se está diciendo. Nos encontramos aquí para explorar juntos, para investigar y considerar juntos los múltiples problemas que tenemos (al igual que el otro día cuando investigamos la cuestión del temor) y si es del todo posible para los seres humanos, que han vivido siempre con la ansiedad, con el dolor, estar completamente libres de ello. Pero tenemos que considerar el temor desde otro ángulo. También vamos a conversar acerca del tiempo, el amor y la muerte. Para comprender qué es el amor, qué es la muerte, tenemos que comprender, no intelectualmente, no verbalmente, toda la estructura y naturaleza del tiempo.
La mayoría de nosotros vive en conflicto; nuestra vida cotidiana, como uno lo observa, es un campo de batalla, una lucha constante, un permanente esfuerzo y consumo de energía para superar algo, para resistirlo o para renunciar a ello. En esto interviene la cuestión de los opuestos, sea para resistir o para ceder; en ambos casos hay conflicto. Nuestra vida es una serie de conflictos, y una mente en conflicto, en lucha, es una mente torturada que no puede ver con claridad, que no puede comprender en plenitud todos los problemas de la vida y si es de algún modo posible vivir en este mundo, sin esfuerzo ni conflicto alguno.
Uno ve que cualquier forma de lucha, la cual implica violencia, distorsiona la mente. Se pregunta, entonces, si es del todo posible vivir sin esfuerzo y sin conflicto, o sea, vivir completa y totalmente en paz, no sólo en lo interno sino también exteriormente. Para investigarlo, para considerar juntos esta cuestión, hemos de encarar todo el problema de la dualidad, de los opuestos, y descubrir si psicológicamente es en absoluto necesaria esta dualidad. Vivimos en un corredor de opuestos, constantemente empujados en una dirección o impulsados en la dirección opuesta, desgarrados por diferentes deseos contrapuestos, por contradicciones. ¿Es posible vivir sin la lucha de los opuestos? Psicológicamente, ¿existe en absoluto un opuesto? ¿O sólo existe “lo que es” y no “lo que debería ser”? O sea, que sólo existiría el presente activo y no el futuro verbal o psicológico, el cual crea el opuesto. Si internamente, psicológicamente, bajo la piel por decirlo así, no hay opuestos, entonces eliminamos el conflicto por completo y sólo existe “lo que es”.
¿Es posible ver “lo que es” y vivir con ello, no con la contradicción de “lo que es”, no con el opuesto de “lo que es”, lo cual genera lucha, conflicto, contradicción? ¿Es esto posible? Se trata, realmente, de un problema muy interesante; tenemos que comprender esta cuestión, porque hemos dividido la vida en el vivir y el morir, en odio y amor, valor y miedo, bondad como opuesta a la maldad y así sucesivamente, en infinidad de opuestos.
Los opuestos engendran tiempo. Existen, obviamente, dos clases de tiempo: el cronológico y el psicológico. Está el tiempo psicológico como el no ser y llegar a ser; soy esto, seré aquello, soy violento y seré no violento. La división entre “lo que es” y “lo que debería ser” es el camino del tiempo. En eso está implicado el devenir, el llegar a ser. Soy violento y para volverme no violento, para llegar a ser pacífico, necesito tiempo. La no-violencia es el opuesto de la violencia y esta división engendra conflicto, el conflicto entre yo mismo tal como soy y tal como debería ser. En eso se halla contenido todo el proceso del tiempo psicológico. En realidad, ¿existe siquiera el tiempo psicológico? Obviamente, está el tiempo del reloj, necesitamos tiempo para tomar un autobús, un tren, etcétera, ¿pero existe en absoluto alguna otra clase de tiempo? Porque ese otro tiempo engendra temor. En otras palabras, soy internamente vicioso y rencoroso, soy psicológicamente desagradable y el pensamiento proyecta la ideología de la no-violencia que ha de ser alcanzada, una ideología de perfección y demás. Así, el pensamiento entraña tiempo, el pensamiento engendra temor. Engendra el temor al mañana, a lo que podría ocurrir; el pensamiento sostiene el pasado como “lo que ha sido” y proyecta las diversas posibilidades de “lo que habrá de ser”.
Estamos tratando con la posibilidad de vivir tan plenamente, tan totalmente en el presente activo, que sólo exista el presente y nada más. Para descubrir eso, uno debe investigar no sólo toda la cuestión del tiempo psicológico sino la manera en que el pensamiento, al utilizar el tiempo como un medio de realización, engendra el temor.
Nos preguntamos: ¿Existe el opuesto, el ideal? ¿O se trata meramente de una proyección del pensamiento como el opuesto no factual de “lo que es”? ¿Y no actúa así el pensamiento porque no sabe cómo habérselas con “lo que es”? ¿Cómo hace uno para aclarar esto y para comprender el presente?
El pensamiento engendra el futuro como el ideal y, como dijimos el otro día, todos los ideales son tontos, no tienen ningún sentido, han conducido al hombre a toda clase de guerras, de actos de inhumanidad, han dividido a la gente engendrando odio, diversas formas de represión en nombre del Estado, en el nombre de Dios, etcétera. Desafortunadamente, tenemos múltiples ideales, que son el opuesto de “lo que es”. Y, a causa de que no sabemos cómo habérnoslas con “lo que es” comprendiéndolo y yendo más allá, recurrimos a los escapes de “lo que debería ser”.
Entonces, ¿podemos vivir con “lo que es” e ir más allá sin inventar un opuesto, porque si lo hacemos incrementamos el conflicto, la desdicha, la lucha? Uno es violento, brutal, agresivo, ambicioso, envidioso; ése es el hecho, “lo que es”, la realidad, y todos los opuestos que el hombre ha inventado carecen en absoluto de realidad. ¿Puede la mente vivir con eso -sin el opuesto- y comprender “lo que es” e ir más allá de “lo que es”? Porque para comprender la cuestión del amor y la muerte -la cual constituye uno de los problemas esenciales de la vida- tenemos que vivir naturalmente con “lo que es”. Realmente. ¿Puedo mirarme a mí mismo tal como soy, con mis odios, mis ansiedades, mis temores -todas las innumerables torturas por las que pasa la mente humana-, vivir conmigo mismo, comprenderme a mí mismo e ir más allá, sin que ello implique esfuerzo alguno? Eso sólo es posible cuando eliminamos por completo los opuestos. ¿Me expreso claramente?
Auditorio: Sí.
KRISHNAMURTI: Señores, cuando ustedes dicen “sí” o “comprendemos”, tal vez quieren decir que comprenden verbalmente o intelectualmente. La comprensión intelectual no es comprensión en absoluto. Es como comprender una serie de palabras porque sucede que uno habla; por lo tanto, como ustedes también hablan inglés comprenden verbalmente las palabras, pero eso no es comprensión. La comprensión implica, ¿no es así?, el ver instantáneo como percepción y acción. Es igual que cuando ven algo peligroso y actúan instantáneamente, no hay argumentos verbales, intelectuales. Aquí tenemos un problema muy complejo; todos estos problemas están correlacionados, son complejos y se vuelven mucho más complejos cuando los abordamos intelectualmente, verbalmente. Como dijimos, la palabra no es la cosa, la descripción de la cosa no es la cosa descrita. Lo que hemos hecho es describir, y si aceptamos solamente con el intelecto la descripción -la serie de palabras que son meramente conceptuales-, entonces no hay comprensión y, por ende, no hay acción. La acción viene con la comprensión, ambas son simultáneas, instantáneas; uno no dice primero “comprendo” y después actúa. El comprender mismo es el actuar. Comprender es vivir con “lo que es”, lo cual no implica estar satisfecho con “lo que es”, al contrario. Comprender algo es vivir completamente con ello, por ejemplo, con la brutalidad o la violencia que se están extendiendo por todo el mundo.
Los seres humanos son violentos; en la familia, en la oficina, en todas partes donde actúan son violentos, egocéntricos, egoístas. Está, pues, la violencia; complacerse meramente en una ideología de no-violencia es, obviamente, absurdo e hipócrita.
Uno tiene que darse cuenta de que es violento en diferentes formas: sexualmente, en pensamiento, en acción; tiene que vivir con ello, comprenderlo completamente. Y lo comprende solamente cuando no escapa de ello mediante una ideología, un opuesto. Si no hay opuesto, ¿cómo puede uno saber que es violento? ¿No se suscita naturalmente esta pregunta en la mente de ustedes? ¿No? ¿Cómo sé que soy violento si no ha sido condicionado a un concepto de no violencia? La violencia, ¿es conceptual o real?
¿Es la violencia una palabra, un concepto, o es una realidad? Cuando estoy furioso, la palabra “furia” no es el sentimiento en sí. El sentimiento en sí, ¿es conceptual, ideal? Ciertamente no, es “lo que es”. ¿Puede uno, puede la mente mirar ese estado de violencia, no escapar de él hacia el opuesto? ¿Puede vivir con él, comprenderlo totalmente? Eso significa que el “observador” no es diferente de la cosa observada, como lo es el “pensador” que dice “estoy furioso”. En tanto exista esta división entre el pensador y aquello que se piensa, el experimentador y lo experimentado, el observador y lo observado, etcétera, tiene que haber dualidad. Eliminar el conflicto totalmente, enteramente, implica que uno vive completamente en paz dentro de sí mismo y, por lo tanto, exteriormente. Eso sólo es posible cuando no hay opuestos ni comparaciones, cuando estamos activamente alertas a “lo que es” y la división entre el observador y lo observado ha sido eliminada.
Si ustedes se interesan realmente en eliminar la guerra, la ira, la violencia y el odio en el mundo -y todos los seres humanos reflexivos, serios, deben interesarse en esto-, ¿cómo se liberan a sí mismos de este antagonismo, del odio, de la violencia? Es un problema muy serio y uno tiene que dedicarse a él, tiene que trabajar duro para descubrir la verdad al respecto. Psicológicamente, si existe el mañana (y ésta no es una idea filosófica), si existe el mañana como tiempo psicológico, tiene que haber miedo y, por lo tanto, violencia. Estar libre del mañana es vivir únicamente en el presente activo. Esto implica que uno tiene que comprender todo el mecanismo del pensamiento como pasado y futuro -el pensamiento engendra el temor, tal como engendra el placer-. A menos que uno, como ser humano, resuelva este problema, está contribuyendo inevitablemente al odio, a la guerra, a la violencia.
Me pregunto qué es el amor para la mayoría de nosotros. El amor, ¿es placer, deseo, celos, interés propio? Éste es uno de los problemas más importantes en la vida y tenemos que investigarlo más bien profundamente; tenemos que preguntarnos si la mente humana, que incluye el corazón y demás, puede saber alguna vez qué es el amor. ¿Acaso tiene que vivir siempre con odio, celos, ambición, competencia y, por lo tanto, ha de eliminar por completo la cosa llamada amor? Preguntamos: ¿es placer el amor? Obviamente, en el mundo occidental el placer juega un papel extraordinariamente importante en la vida; no es que no lo haga también en Oriente, pero aquí se lo ha exagerado de manera muy violenta y se lo ha identificado con el sexo. De modo que cuando nos preguntamos: ¿es placer el amor y, por lo tanto, deseo?, también debemos preguntarnos: ¿qué es el placer, cómo se origina? ¿Cómo es que la mente está siempre buscando el placer, igual que un animal, eludiendo todo tipo de peligro, persiguiendo siempre diversas formas de disfrute, de deleite? Eso no implica decir que debemos evitar el placer, que no debemos disfrutar una puesta del sol, la luz sobre el agua, un pájaro en vuelo; el sólo mirar eso trae consigo un gran deleite si somos muy sensibles y estamos completamente atentos; no podemos negarlo. No estamos diciendo que el placer es algo feo, que debe descartarse, sino que estamos investigando la naturaleza del placer; porque el placer, para la mayoría de nosotros, se identifica con el amor, el amor a Dios, el amor al país, el amor a nuestra esposa o nuestro marido, el amor a la familia y demás.
¿Qué es el placer? Vemos una puesta del sol y eso nos causa deleite; el color, la claridad, la belleza, la profundidad de la luz y de las sombras en esa percepción sensoria se captan instantáneamente y en ello hay un gran deleite, una gran felicidad; entonces, recordando otras puestas del sol, otros placeres, el pensamiento piensa sobre la actual puesta del sol y da continuidad a ese deleite, el cual se convierte en placer. Por favor, obsérvenlo, no aprendan algo como si estuvieran en una clase, obsérvenlo en sí mismos, en la propia vida cotidiana. Ayer tuvieron una experiencia que fue dolorosa o placentera; si fue dolorosa, quieren evitarla, descartarla; el pensamiento dice: “eso no es agradable, es doloroso” y trata de evitarlo. Si fue placentera, el pensamiento le da continuidad pensando en ella. Pero el pensamiento, al pensar en algo que es peligroso, da continuidad al temor. Así, el pensamiento engendra tanto el placer como el temor. Esto está bastante claro.
El amor, ¿es pensamiento? ¿Puede uno pensar en el amor? Si lo hace, piensa en los términos de placeres pasados, sexuales o de otra clase. ¿Es, entonces, placer el amor, placer engendrado por el pensamiento? Si el amor es placer, entonces el pensamiento es amor -por favor, sigan esto-; el pensamiento es la respuesta del pasado, de la memoria, del conocimiento, de la experiencia y, por consiguiente, el amor pertenece entonces al pasado. Y eso es todo lo que conocemos, lo que entendemos por amor: una cosa del pasado, algo que hemos experimentado como placer, ya sea sexualmente o de otra manera. Eso es lo que llamamos amor, en lo cual hay pena, celos, posesión, dominio, todo el conflicto de la relación; y es cuando conocemos. Y cuando la persona así llamada espiritual, habla del amor, habla acerca de algo ideológico: el amor a Dios (yo no sé qué significa eso en absoluto, ¿ustedes sí?), otra invención, otra adoración de una ideología.
El amor o la compasión, ¿es un producto del pensamiento y, por lo tanto, algo que puede ser cultivado? ¿Es algo que tiene sus raíces en el pasado y, en consecuencia, jamás es inocente, jamás vulnerable, fresco, joven, porque siempre está retenido en el pasado? Cuando decimos: “Amo a mi esposa”, o “a mi marido”, o “a mi país”, o “a Dios” -lo que sea que amemos-, cuando decimos “amo”, lo que queremos decir es que amamos la imagen, la idea que hemos desarrollado a través del tiempo con respecto al otro. ¿Es amor eso? ¿O el amor es algo totalmente distinto, de una dimensión por completo diferente? Para descubrir algo verdadero, uno tiene que negar completamente lo que es falso. En la negación, en la comprensión de lo falso, está la verdad. La verdad no es lo opuesto de lo falso, sino que radica en la completa comprensión de lo falso, en el descartarlo totalmente; en eso está la verdad. O sea, que está en el abandono absoluto, con la mente y el corazón, de todo lo que sea celos, envidia, brutalidad, de todo sentido de dominio y posesión implicados en lo que llamamos amor; al negar todo eso, al descartarlo por completo, existe lo real, no tenemos que buscarlo, se abre como una flor. Sin eso, por más que organicen, legislen, hagan lo que hicieren, no habrá paz en el mundo.
Para comprender qué es la muerte, uno debe saber qué es el vivir. ¿Es la muerte lo opuesto del vivir? Para nosotros lo es. De aquí la batalla, la lucha, la pena, el dolor entre el vivir y el morir. Si pudiéramos comprender qué es el vivir, descubriríamos quizá que el vivir mismo es el morir. Investigaremos eso.
Si observan su propia vida cotidiana, la de sus amigos y vecinos, la del mundo, la del ser humano, ven que lo que llaman el vivir está lleno de dolor, luchas, frustraciones, ansiedad -con ocasionales destellos de dicha y de un éxtasis que no tienen nada que ver con el placer-. Nuestra vida, tal como es en el hogar, en la oficina, en todas partes, es un campo de batalla; no estamos exagerando, establecemos meramente el hecho como es. Cuando miramos nuestra propia vida, la vida diaria que llevamos, cuando la miramos objetivamente -no de manera sentimental o emocional-, vemos que en realidad es hipocresía, lenguaje ambiguo, pretensión, lucha, dolores y frustraciones interminables, soledad, desesperación, brutalidad... vemos que ésa es nuestra vida. Y, desde luego, siempre está Dios para escapar, la creencia organizada que ustedes llaman religión y que no es religión en absoluto sino meramente costumbre, hábito y propaganda. De modo que ésa es nuestra vida, eso es lo que llamamos el vivir. Luego están la muerte, la vejez, la enfermedad, el sufrimiento; a lo que llamamos muerte queremos apartarlo, evitarlo, y nos aferramos a las cosas que conocemos y que llamamos vida, nuestra vida de todos los días. A lo que nos aferramos es al dolor, a la ansiedad, a la pena, a la desdicha, a la confusión, a la lucha; ¿pero es vivir eso? Lo hemos aceptado como parte de nuestra vida, tal como aceptamos muchas cosas. Somos más propensos a decir “sí” que a decir ”no”; aceptamos este vivir, este dolor con la dicha ocasional que pronto se convierte en un recuerdo y, por consiguiente, en una continuidad repetitiva de esa dicha -lo cual se vuelve otro problema-.
Así, nuestra vida es una serie de problemas, frustraciones, esperanzas y desesperación. Y, naturalmente, tenemos miedo; el miedo surge, obviamente, cuando decimos que todo esto ha de terminar. Estando atemorizados, inventamos teorías tales como la reencarnación. Toda el Asia cree en la reencarnación, en que naceremos en una próxima vida, en que tendremos una oportunidad mejor, en que reencarnáramos de una manera diferente. Si ustedes creen en eso, significa que ahora deben vivir rectamente, que deben vivir esta vida de manera tan completa, tan entusiasta, virtuosa y bella, que en la próxima vida todo lo que han hecho ahora habrá de fructificar. Pero las personas que creen en la reencarnación no hacen eso. Es sólo una teoría, un hermoso concepto, algo que da consuelo a sus pequeñas almas insignificantes. Y el mundo cristiano tiene su propia forma de escape: la resurrección y todo eso. Y si ustedes no creen en ninguna de esas cosas, racionalizan la muerte.
Nos preguntamos, pues; ¿Hay una manera diferente de vivir, no esta manera estúpida y corrupta? ¿Hay una manera de vivir en la que no haya dolor en absoluto -ni soledad, ni frustración, ni ansiedad, ni desesperación-, no como una idea, no como un concepto, sino una manera de vivir en este mundo sin comparar, sin medir y, por lo tanto, libremente? Esto implica, en realidad, que uno ha de estar tremendamente alerta al propio movimiento del pensar, a las propias palabras y acciones, que su mente jamás sea capturada por el opuesto; de ese modo, la mente está viviendo siempre en el presente. Ello implica comprender el pasado y el movimiento del pasado a través del presente hacia el futuro. Significa morir cada día a todo lo que uno ha acumulado psicológicamente. Traten alguna vez -háganlo si quieren- de morir instantáneamente, completamente a algún placer en particular que tengan, y vean qué sucede. Es sólo en el morir que surge algo nuevo. Lo que tiene continuidad -por modificada que esté por el tiempo y las presiones- es aquello que ha sido; en eso no hay nada nuevo. Sólo cuando hay una terminación existe una energía nueva, una bendición, un éxtasis que no es placer.
Interlocutor: Yo diría que si uno no tiene placer, entonces sólo tiene dolor.
KRISHNAMURTI: Si uno experimenta dolor todo el tiempo, ¿qué tiene que hacer? ¿Se refiere usted al dolor físico?
Interlocutor: Bueno, yo diría psicosomático.
KRISHNAMURTI: Dolor psicosomático... ¿cómo surge ese dolor? ¿Cuál es la naturaleza del dolor? Existe el dolor físico (dolor de muelas y de una enfermedad aguda), dolor puramente orgánico. Luego está el dolor causado psicológicamente por diversos acontecimientos: he sido lastimado, alguien me ha dicho cosas brutales, me siento solo, perdido, confundido, ha muerto la persona que yo creía amar, o mi mujer se ha ido, me ha abandonado; todas estas cosas contribuyen al sufrimiento, al pesar, lo cual afecta al organismo físico como dolor psicosomático. Y uno dice: “Estando sumido constantemente en el dolor psicosomático, ¿cómo he de hacer para librarme de él?”. En primer lugar, cualquier persona que ofrece a otra consejos de esta clase, es tonta. De manera que no estamos aconsejando sino explorando para descubrir por qué la psique, la naturaleza interna del hombre, debe sufrir. Reconozco la existencia del dolor físico; o bien lo soporto o trato de hacer algo al respecto. ¿Pero por qué debería existir el dolor psicológico? Mi esposa mira a otro y estoy celoso. ¿Por qué estoy celoso? ¿Es porque súbitamente me siento solo, súbitamente siento que pierdo aquello que he poseído, que me ha dado placer, consuelo y demás? Esto también hace que me enfrente a mí mismo, que me vea, lo cual no me agrada hacer; veo cuán mezquino, ansioso y posesivo soy. No me gusta observar lo que soy y, en consecuencia, me enojo con la persona que ha provocado esto. Ello también me revela lo extraordinariamente dependiente que soy. Ver eso, ver la realidad -no la imagen que tengo de mí mismo sino mi verdadero estado interno- no es una cosa muy agradable. No aceptaré “lo que es” y me gustaría volver a “lo que fue”. Por lo tanto, me siento celoso, airado, ofendido y todo eso. Entonces la familia se vuelve una cosa fea.
El dolor psicológico surge solamente cuando no estoy dispuesto a verme tal como soy, a enfrentarme conmigo mismo, a vivir conmigo mismo en mi soledad sin escapar de ella, a estar completamente solo. Y todas mis actividades, mis pensamientos, engendran este sentimiento de soledad porque estoy centrado en mi propio ego, porque pienso en mí mismo todo el tiempo, porque mi actividad me aísla en nombre de la familia, en nombre de Dios, en nombre de los negocios y demás; psicológicamente, mi pensar es aislador. El resultado de eso es la soledad, y para descubrir su naturaleza e ir más allá tengo que vivir con ella, comprenderla, no decir: “es fea, es dolorosa, es esto o aquello”; tengo que vivir con ella. No sé si han vivido con algo de manera tan completa. Si lo hacen, verán entonces que aquello con lo que viven se vuelve extraordinariamente hermoso.
¿Saben?, uno se pregunta: ¿Qué es la belleza? No sé por qué todos los museos del mundo están llenos de gente. Museos, música, pinturas, libros... ¿por qué se han vuelto todos tan extraordinariamente importantes? ¿Alguna vez lo han considerado? Alguien pinta un cuadro y ustedes dicen: “¡Qué hermoso es!”. Si tienen dinero lo compran, lo cuelgan en su casa y llaman a eso belleza. Probablemente jamás han mirado un árbol; o van con un grupo organizado a mirar los árboles, ¡alguien les dice cómo mirar un árbol! Asisten al colegio para volverse sensibles, para aprender qué es ser sensible. Qué triste es todo eso, ¿no es así? Significa que uno ha perdido completamente contacto con la naturaleza. Indica que uno ha exteriorizado todo. Cuando hay gran prosperidad sin austeridad, existe un vaciamiento del estado interno; entonces tienen ustedes que ir a museos, conciertos, exhibiciones, para que se les entretenga. ¿Es belleza todo eso? La belleza acompaña al amor y el amor surge sólo cuando hay un morir. El amor es algo siempre nuevo, inocente y puro; no existe para una mente llena de problemas, conceptos intelectuales y esfuerzos. Internamente, uno tiene que vivir de una manera extraordinariamente sencilla.
8 de octubre de 1968
4
LA PALABRA “PASIÓN” -su raíz etimológica- significa dolor. Para la mayoría de nosotros el dolor es algo temible que debe ser evitado, una cosa que debemos apartar por completo o algo que debemos resolver; no siendo capaces de resolverlo, o bien le rendimos culto como hace el mundo cristiano o, como sucede en Asia, donde le dan alguna clase de explicación; ellos usan la palabra “karma” para indicar que el dolor es resultado de acciones pasadas. Pero el dolor es algo que nos acompaña siempre; puede que no lo reconozcamos, que no estemos familiarizados con él, pero está ahí. Este dolor puede venir a causa de la frustración, del sentido de completo aislamiento, de la pérdida de alguien a quien creíamos amar, o puede ser el dolor de un gran miedo no resuelto. Para la mayoría de nosotros, el dolor no genera “pasión”, provoca envejecimiento, deterioro, un hondo sentimiento de completa desesperación, de algo irremediable. Y uno se pregunta -como ustedes deben haberlo hecho si son del todo serios en estas cuestiones- si es de algún modo posible terminar con el dolor completamente y dar con ese sentido de “pasión” profunda y perdurable. El dolor no trae “pasión”, por el contrario, el dolor empequeñece la mente, enturbia la claridad de percepción, es como una nube oscura en nuestra vida; esto es un hecho obvio y no una suposición teórica o psicológica.
Uno percibe todo el proceso del dolor, cómo nosotros, los seres humanos, hemos sufrido en todo el mundo a causa de las guerras, de las incertidumbres, a causa de la falta de relación mutua, de la falta de amor; y cuando falta el amor, el placer se vuelve sumamente importante. No sólo existe este dolor, sino que también está -si pueden observar muy atentamente- el dolor de la ignorancia. La ignorancia existe aun cuando podamos poseer un gran conocimiento, una buena educación, refinamiento, capacidad en el ejercicio de aquello que nos brinda fama, notoriedad, dinero. La ignorancia no se disipa mediante la acumulación de una gran cantidad de hechos y de mucha información; la computadora puede hacer eso mejor que la mente humana. La ignorancia es la falta total de conocimiento propio. Casi todos nosotros somos muy superficiales, triviales; tanto dolor y tanta ignorancia parecen formar parte de nuestro destino. Tampoco esto es una exageración ni una suposición, sino un hecho real de nuestra existencia cotidiana. Somos ignorantes respecto de nosotros mismos, y en eso hay un gran dolor. Esa ignorancia engendra toda forma de superstición, perpetúa el temor, produce esperanza y desesperación y todas las invenciones y teorías de una mente lista. De modo que la ignorancia no sólo engendra temor, sino que también ocasiona en nosotros una gran confusión. Observando todo esto, uno es consciente -si de algún modo es consciente del mundo, de sí mismo y de su relación con el mundo- de esta interminable cadena del dolor. Perpetuamente estamos tratando de escapar del dolor; nacemos con el dolor y morimos con el dolor. Pensamos que el placer genera pasión; puede generar lujuria o pasión sexual, pero estamos hablando de la pasión que es una llama que surge con el conocimiento propio. La terminación del dolor llega con el conocimiento propio; desde ese conocimiento propio surge la pasión.
Uno debe tener pasión, pero no identificada con un concepto particular, con una fórmula particular para la revolución social o con un concepto teológico de Dios, porque la pasión basada en conceptos y fórmulas que son inventos de una mente hábil y astuta, se desvanece pronto. Sin pasión, sin esa urgencia e intensidad, nuestras vidas siguen siendo vulgares, burguesas y carentes de significación. Tal como las vivimos ahora, nuestras vidas no tienen sentido; si pueden observarse a sí mismos verán que no hay un significado profundo, perdurable y pleno en las vidas que llevamos. Inventamos diversas formas de trabajo, inventamos propósitos, finalidades, metas; si somos muy intelectuales, ideamos nuestro propio significado particular dentro del cual vivimos. También, si somos intelectuales, al ver toda esta actividad de la vida -la lucha, la fealdad, la competencia, la brutalidad, la tortura inacabable-, inventaremos una fórmula y viviremos de acuerdo con ella, al menos trataremos de hacerlo. En esto no hay pasión. La pasión no es ciega; por el contrario, adviene solamente cuando existe una ampliación y profundización del conocimiento de nosotros mismos.
Espero que no estén escuchando meramente una serie de palabras; espero que estén realmente mirando, examinando y explorando la propia vida, la vida que uno tiene que llevar; no la vida de algún otro, no el concepto que otro pueda tener acerca de la vida, sino la vida que llevamos todos los días, con su aburrimiento, su rutina, sus luchas inacabables, su total falta de amor y benevolencia, la vida en la que no hay compasión en absoluto. Lo que hay es una matanza constante; no sólo matamos al animal que comemos, sino que también matamos con la palabra, con el gesto, con el pensamiento. A causa de esto hay más sufrimiento, lo cual tampoco es una suposición sino realmente “lo que es”. No podemos escapar de “lo que es”, tenemos que comprenderlo, investigarlo, hincarle el diente, abrirnos paso por ello, y para hacer esto necesitamos muchísima energía. Esta energía es pasión y no existe tal energía si estamos en constante conflicto. Nuestra vida es un asunto dualista, una guerra entre opuestos. Cuando hay violencia, lucha entre los opuestos -ya sea idealmente o realmente- hay desperdicio de energía. Ustedes tienen energía, ¿no es así?, cuando toda la mente está dedicada a la comprensión; esta energía es pasión. Es sólo la pasión la que puede crear, la que puede dar origen a una sociedad diferente. Necesitamos una sociedad diferente, no esta sociedad corrupta.
Viendo todo esto, uno se pregunta qué es lo que producirá un cambio radical en el nombre. ¿Qué es lo que nos cambiará a ustedes y a mí de manera tan fundamental que tengamos una mente distinta, un corazón diferente? Esto no son sólo palabras. Si comienzan a investigar muy agudamente, muy claramente, es inevitable que se formulen estas preguntas fundamentales. Las organizaciones, en cierto nivel, son absolutamente necesarias: la organización que distribuye la leche que tomamos, que distribuye las cartas, la organización gubernamental por corrupta que sea. Pero el pensamiento organizado es mucho más perjudicial; la existencia interior que se organiza mediante la repetición, siguiendo internamente un curso particular de pensamiento y acción, se convierte en rutina. La cesación del pensamiento organizado no significa desorden. Por el contrario, si uno comienza a investigar verá que la creencia organizada que llaman religión, con sus dogmas, sus rituales, no es religión en absoluto, ¿verdad? Acudir a la iglesia, o lo que sea que hagan todos los domingos a la mañana, y durante el resto de la semana destruir a nuestro prójimo, engendrar guerras, dividir al hombre contra el hombre mediante el culto de las jerarquías, todo eso no es religión, es propaganda organizada para hacernos pensar y actuar conforme a un determinado patrón. Todo eso nace del temor. ¿Cómo puede haber una mente religiosa cuando hay temor?
Espero que no estén escuchando meramente a quien les habla; eso no tiene valor alguno, porque él no les está enseñando nada, no los está guiando para que piensen a lo largo de cierta línea, lo cual se vuelve mera propaganda y, por lo tanto, una mentira. Pero si pudieran usar a quien les habla para observarse a sí mismos como en un espejo, entonces verían que sin tener gran energía y, por ende, gran pasión e intensidad, la vida tiene que ser inevitablemente -tal como lo es ahora- una cosa de placer, de entretenimiento y acumulación de conocimientos o de cosas.
El movimiento interno organizado, la vida organizada por el pensamiento para vivir en una repetición constante con ocasionales rupturas de esa repetición, yendo a la oficina todos los días de nuestra vida -no sé si lo han observado-, es fea, penosa. Y educamos a los jóvenes para que sigan detrás de nosotros y ocupen estas oficinas. Y a la moralidad organizada -que es la de la respetabilidad y el espíritu adquisitivo, de la codicia, de la competencia, de la violencia y la brutalidad- la aceptamos como moral. Podremos decir que está muy mal ser así, pero ésa es nuestra vida y ésa es nuestra moralidad. Nuestras mentes, tan organizadas, deben ser inevitablemente muy superficiales; por muchos conocimientos que podamos acumular, la mente sigue siendo trivial, mezquina, sólo se interesa en sí misma, en su éxito en la familia, en sus insignificantes actividades. ¿Cómo puede una mente así comprender el dolor o la pasión Es sólo con la comprensión del dolor que surge la pasión. Viendo, pues, todo esto, no de manera meramente intelectual o verbal, sino viendo que ésta es la realidad factual de nuestra vida, ¿qué es lo que uno ha de hacer? ¿Cuál es la respuesta de ustedes? Ésta es nuestra vida, la fealdad, el envejecimiento con todo lo desagradable que ello implica, la amargura, las frustraciones, la absoluta desesperanza del mezquino pensamiento, la codicia, la envidia -ustedes saben, toda esta cosa en la que vivimos-. ¿Cómo nos salimos de eso? Ésa es realmente la pregunta, no si creen o no creen en Dios.
La belleza llega con el orden, no cuando hay desorden en nuestras vidas. La belleza no se encuentra en el museo, en la pintura, en las estatuas o escuchando un concierto; la belleza no está en un poema o en el hermoso cielo de un atardecer o en la luz sobre el agua o en el rostro de una persona hermosa o en el edificio. La belleza existe sólo cuando la mente y el corazón están en completa armonía; y esa belleza no puede ser alcanzada por una mente superficial presa en el desorden de este mundo.
Cuando ustedes se enfrentan con este enorme y muy complejo problema, ¿qué es lo que harán como seres humanos? Cuando la casa se está incendiando realmente, no tienen tiempo para decir: “Bueno, pensemos al respecto”, “averigüemos quién puso fuego a la casa y con qué, si era blanco o negro o lo que fuere”... Cuando la casa está ardiendo esto es lo que les importa. Entonces, ¿qué es lo que van a hacer?
El cambio es, obviamente, esencial, no sólo exteriormente, en la sociedad, sino también dentro de nosotros mismos. El cambio en la sociedad sólo puede ser producido por un cambio interno; la mera reforma externa, por revolucionaria que sea, es siempre superada por las actitudes, los pensamientos y sentimientos internos. Hemos podido ver eso en la revolución rusa y en otras revoluciones. ¿Qué es, entonces, lo que uno ha de hacer? Me pregunto cuál es la respuesta de cada uno de ustedes, como ser humano, cuando se enfrenta a este reto. Esa respuesta, ¿es retirarse a algún aislado monasterio a fin de meditar allí, es aprender una nueva técnica, convertirse en un budista zen, tomar votos de pobreza, de celibato, de castidad? ¿Es ingresar a otros grupos o sectas de creencias religiosas? ¿Es jugar al psicoanálisis o convertirse en un reformador social, remendando la sociedad que se derrumba? ¿Qué harán ustedes? Por favor, sean de veras terriblemente serios al respecto. Si no pueden retirarse o escapar -de ese modo no hay salida-, si no hay maestro ni gurú que vaya a ayudarles, ni religión organizada, ni Dios (porque ciertamente Dios no vendrá a ayudarles, Dios es la invención de ustedes), ¿qué es lo que harán?
¿Qué hace la mente? ¿Qué hace uno cuando se halla confundido, como lo está con esta confusión producida por tantos especialistas, por tanto conocimiento, confundido con la propia incertidumbre y la búsqueda de certidumbre? ¿Cómo procede uno cuando ya no confía más en nadie -espero que ustedes no lo hagan-, ni en el analista ni en el sacerdote ni en ningún otro? Internamente, uno ha depositado su fe en tantos, les ha dado su afecto, su adoración, su confianza, y todos han fracasado, tenían que fracasar. Entonces, cuando uno afronta este problema inmenso y tiene que resolverlo por sí mismo, sin ninguna ayuda externa, o bien se amarga -lo cual es el fruto de la civilización moderna- o... ¿qué hace uno? ¿Están esperando que yo se los diga? (Risas) Por favor, no lo tomen a broma. ¿Están esperando que el que les habla se los diga? Si eso es lo que esperan, él se convierte en la autoridad de ustedes; por lo tanto, depositan su confianza en él. Si hacen eso, entonces estarán sustituyendo una autoridad particular por otra autoridad y así estarán perdidos nuevamente, se estarán destruyendo a sí mismos.
De modo que no deben confiar en quien les habla -tengan la bondad de escuchar seriamente- ni en ningún otro, en ningún tipo de autoridad; en eso hay una gran belleza, no desesperación, ni amargura, ni un sentimiento de soledad. Se enfrentan a este problema y ustedes mismos tienen que resolverlo completamente; en ello hay gran libertad y belleza. Entonces están libres de la autoridad, libres del maestro, libres de la enseñanza; no tienen que seguir a nadie, son seres humanos libres para mirar y comprender. En eso hay un gran júbilo, hay belleza, se han desprendido de todas las cargas.
La palabra “responsabilidad” es una fea palabra. La usamos sólo cuando no hay amor; “responsabilidad” es la palabra que usa el político hábil, o un hombre o una mujer dominadores, afirmativos. Pero somos responsables -ése es un hecho real- por todo lo que está pasando en el mundo, por la inanición de Oriente, por la guerra, que no es una guerra norteamericana contra los vietnamitas, es la guerra por la cual cada uno de nosotros, sea que viva en Oriente o en Occidente, es responsable. Yo sé que ustedes no sienten esto. Pueden sentirlo por el hijo que ha sido muerto -y espero que no sea así-, entonces los abruma el dolor y de algún modo sienten que son responsables, pero siguen igual. Es cuando aman que se sienten responsables; no que aman porque se sienten responsables, sino que hay responsabilidad porque aman. Y la libertad implica responsabilidad, no responsabilidad por las acciones de otras personas -¿cómo puedo yo ser responsable por la acción y los pensamientos de ustedes?- sino responsabilidad por la acción que surge con la libertad. Estar libre sin responsabilidad no tiene sentido.
Se hallan ustedes frente a este problema y están solos con él. ¿Alguna vez han estado solos, solos en el bosque, solos consigo mismos en la habitación? ¿O siempre están apretados por una multitud de cosas, por sus compañeros, por la esposa, el marido, por pensamientos que se agolpan, por problemas profesionales? Todo eso indica que jamás están solos; y cuando están solos tienen miedo. Pero ahora están solos con este problema inmenso. No hay nadie que vaya a darles la respuesta. Se enfrentan con este problema inmenso y, por lo tanto, están solos; desde esta soledad surge la comprensión y cualquier cosa que hagan será correcta porque esa soledad es amor. Ese estado de la mente que se encuentra sin escape de ninguna clase ante este problema inmenso, afrontando todos los hechos de la existencia diaria, la diaria fealdad, la diaria brutalidad, las diarias palabras de enojo, de irritación, es un estado de soledad en el cual uno comienza a ver el hecho real, a ver realmente “lo que es”. Sólo entonces es posible ir más allá; entonces uno es luz para sí mismo. Esa mente es la mente religiosa; no es la mente que va a la iglesia, que cree en dioses, que es supersticiosa, que está atemorizada -una mente semejante no es una mente religiosa-. La mente religiosa es ese estado en el que hay libertad y un amor inmenso y perdurable. Entonces puede uno ir más allá, entonces la mente puede pasar a una dimensión distinta y la verdad está ahí.
¿Podemos formular la pregunta “correcta”? La mayoría de nosotros hace preguntas muy fácilmente. Tenemos que formular preguntas. El preguntar indica una mente que duda, que está investigando, que no acepta, una mente que jamás está diciendo “sí”, que jamás obedece sino que siempre está buscando, aprendiendo. Formular la pregunta “correcta” es una de las cosas más difíciles de hacer, lo cual no quiere decir que estamos tratando de impedirles que formulen preguntas. Pero la formulación de la pregunta “correcta” implica una mente que se da cuenta de la interconexión de los problemas de la vida, que se interesa en los problemas pero no está comprometida con los problemas; puede formular preguntas porque ha reflexionado profundamente, porque ha investigado con amplitud; cuando formula la pregunta “correcta”, existe la respuesta “correcta”, porque en el preguntar mismo está la respuesta.
Interlocutor: ¿Cree usted en la evolución? Ha dicho a menudo que la comprensión es inmediata, que el acto de aprender se encuentra en el instante. ¿Dónde juega en esto un papel la evolución? ¿O niega usted la evolución?
KRISHNAMURTI: Sería tonto, ¿no es así?, negar la evolución. Están la carreta de bueyes y el jet, eso es evolución. Hay una evolución del primate al así llamado hombre. Está la evolución desde el no conocer al conocer. La evolución implica tiempo. Pero psicológicamente, internamente, ¿existe la evolución? ¿Entiende la pregunta? Exteriormente, uno puede ver cómo la arquitectura ha avanzado desde la choza primitiva hasta la construcción moderna, la mecánica desde la carreta de dos ruedas al motor, al jet, al ir a la luna y demás; eso está ahí, obviamente no hay dudas acerca de si estas cosas han evolucionado o no. Pero internamente, ¿hay evolución en absoluto? Usted cree que sí, piensa que esa evolución existe, ¿verdad? ¿Pero existe? No diga “existe” o “no existe”. El mero afirmar es una cosa muy tonta, pero el descubrir es el principio de la sabiduría. Entonces, psicológicamente, ¿existe la evolución? O sea, yo digo “llegaré a ser tal cosa” o “no seré tal cosa; el llegar a ser o el no ser implican tiempo, ¿no es así? “Seré menos irascible pasado mañana, seré más amable y menos agresivo, más servicial, no tan centrado en mí mismo, tan egoísta”... todo eso implica tiempo: “soy esto” y “seré aquello”. Digo que evolucionaré psicológicamente, pero ¿existe tal evolución? ¿Seré diferente dentro de un año? Al ser violento hoy, toda mi naturaleza es violenta, toda mi crianza, mi educación, las influencias sociales y las presiones culturales han engendrado violencia en mí; también he heredado violencia del animal: los derechos territoriales y sexuales, etcétera. ¿Evolucionará esta violencia en no-violencia? ¿Me lo dirá, por favor? ¿Puede la violencia convertirse jamás en no-violencia? ¿Puede la violencia convertirse jamás en amor?
Si admitimos la posibilidad del progreso y de la evolución en lo psicológico, entonces admitimos el tiempo. Pero el tiempo es producto del pensamiento. Cuando decimos: “Bueno, hoy soy esto, un producto del pensamiento, pero seré algo diferente la próxima semana”, o en alguna fecha futura, o mañana, ésa es una concepción producida por el pensamiento, obviamente. Y el pensamiento, como dijimos, es siempre viejo. El pensamiento puede ser cambiado, modificado, se le puede agregar o quitar, pero siempre sigue siendo pensamiento; y el pensamiento es la respuesta de la memoria, la cual pertenece al pasado. Es el pensamiento, el pasado, el que ha generado el tiempo psicológico. Si no hay tiempo psicológico -y no lo hay-, entonces uno está tratando con “lo que es”, no con el pensamiento de “lo que debería ser”. Además, “lo que debería ser” es una invención, un escape del hecho de “lo que es”. A causa de que no sabemos cómo abordar “lo que es”, inventamos el futuro. Si yo supiera qué hacer con mi violencia ahora, hoy, no pensaría en el futuro. Si supiera qué significa morir hoy, completamente, no tendría miedo del mañana, no temería a la vejez y a la muerte, temores que son todos productos del pensamiento, de la concepción del mañana.
Por lo tanto, sólo existe una cosa: “lo que es”. ¿Puedo entender eso, puede la mente comprenderlo por completo e ir más allá? Esto significa no admitir al tiempo en absoluto, porque el tiempo es una invención del pensamiento. Así, para comprender “lo que es”, tengo que entregar a ello toda mi mente y todo mi corazón. Tengo que comprender la violencia; la violencia no es algo separado de mí, yo soy la violencia. La violencia no está allá y yo aquí, soy la propia estructura y naturaleza de la violencia; o sea, que el “observador” es “lo observado”. El “observador” que dice “yo soy violento”, se ha separado a sí mismo de la violencia, pero si lo observan muy atentamente, el observador es la violencia. Cuando esto es un hecho, no una idea, entonces el dualismo y la división entre el “observador” y “lo observado” llega a su fin. Entonces soy la violencia y todo lo que hago nace de esta violencia; por lo tanto, el esfuerzo se termina. Cuando no haya división entre el hecho de la violencia y el “observador” que piensa que es diferente, verán que el “observador” es “lo observado”, que no son dos estados separados. Y cuando uno ve que el “observador” es “lo observado” -la violencia-, entonces, ¿qué ha de hacer la mente? Cualquier acción de la mente para hacer algo respecto de la violencia, sigue siendo violencia. Por lo tanto, al darse cuenta la mente de que cualquier cosa que piense sobre la violencia forma parte de la violencia, su pensar se termina y, por lo tanto, cesa la violencia. La percepción de eso es inmediata, no algo cultivado a través del tiempo a fin de ser obtenido en alguna fecha futura. Por consiguiente, en esa percepción el ver es instantáneo; en eso no hay tiempo ni progreso ni evolución; hay percepción y acción instantánea. Y, ciertamente, el amor es eso, ¿verdad? El amor no es producto del pensamiento; al igual que la humildad, no es algo para cultivarse. Uno no puede cultivar la humildad, es sólo el hombre vanidoso el que cultiva la humildad; cuando la está “cultivando”, o sea, cuando está progresando hacia la humildad, está siendo vanidoso, igual que el hombre que practica la no-violencia: mientras la practica está siendo violento.
El amor es, entonces, ese estado de la mente que surge cuando el “observador” y “lo observado” están ausentes. ¿Sabe?, cuando decimos que amamos a otro -y espero que usted lo haga-, existen una intensidad, una comunicación, una comunión al mismo tiempo, al mismo nivel; y esa comunión, ese estado de amor, no es producto del pensamiento o del tiempo.
Interlocutor: Para la mayoría de nosotros, “lo que es” consiste en escapar de un empleo aburrido, de la sociedad en que vivimos, reformando la alimentación, la vestimenta y demás.
KRISHNAMURTI: ¿Cómo superamos eso? ¿Es así, señor? ¿Cómo vamos más allá de eso? Usted tiene que ganarse la subsistencia, ¿no es así? En la estructura social, tal como es, uno tiene que ir a la oficina o a la fábrica; o se amolda usted al patrón social, o es libre de amoldarse o no. Señor, es así: la guerra es el resultado del nacionalismo, de la división de lo superior y lo inferior, la guerra es el resultado de las ideologías -obviamente-, de las ambiciones económicas de una nación, etc., etc. ¿Qué puedo hacer para impedir la guerra? ¿No compraré sellos postales, no viajaré en trenes? Porque todo lo que hago contribuye a la guerra: la comida que compro, los impuestos que pago, también la ropa que compro, los libros que leo, todo conduce finalmente en la estructura moderna del mundo, a alguna clase de violencia. ¿Qué haré, pues? ¿No pagaré impuestos? ¿Me convertiré en un pacifista? ¿Qué haré? Sería tonto de mi parte no comprar un sello postal, no pagar impuestos y demás; pero puedo gritar, clamar contra el nacionalismo, la bandera, las divisiones de la gente en religiones: el cristiano, el hindú, el musulmán, el negro contra el blanco.
Políticamente, sólo existe un problema, que es la unión de la humanidad. La unidad humana no la producirán los políticos, ellos desean mantener las cosas como están, separadas, para lograr sus propias vulgares y pequeñas ambiciones personales. Esa unidad podrá surgir probablemente con un cambio en el corazón de cada ser humano; el gobierno del mundo será entonces conducido por las computadoras. No se rían, esa es 1a única salida.
Entonces, ¿no iré a la oficina, no vestiré ropas y cosas así? Ya lo ven, señores, queremos reducir la magnitud del inmenso problema haciendo cosas pequeñas, porque no vemos toda la estructura y naturaleza del problema.
Interlocutor: ¿Dijo usted que si el observador se da cuenta de que eso es lo supremo...?
KRISHNAMURTI: Por favor, no dije que si el observador se da cuenta... que eso es lo supremo... no dije ninguna de esas cosas. Si ustedes van a citar a quien les habla -y espero que no lo hagan- deben citarlo correctamente. Nosotros usamos palabras tales como “supremo”, “Todopoderoso”, “inmensidad”, “inmensurable”, sin saber lo que significan. No las usen. Sólo pueden usarlas con gran seriedad, intención y belleza cuando viven correctamente en este mundo, cuando han echado los cimientos de la recta conducta; entonces, cuando usen esas palabras “lo supremo”, sabrán lo que significan.
Interlocutor: ¿Qué puede uno hacer si está incurablemente enfermo y sufre constantes dolores?
KRISHNAMURTI: ¿Cómo he de soportar el dolor, el miedo al dolor, el miedo a la muerte? Si tengo un dolor físico, grande o pequeño, cuando estoy atento a ese dolor -por favor, entienda esto, no alguna cosa sublime-, cuando sólo estoy atento a ese dolor, sin opción alguna, atento al dolor de muelas que tengo, un gran dolor, y no digo que “estoy sufriendo” y cosas así, sino que me doy cuenta, sin opción posible, de ese hecho, tendré el dolor pero me las habré con ese dolor de una manera por completo diferente. No hay miedo alguno involucrado en ello.
Existe el miedo a morir de una enfermedad incurable. ¿Por qué tengo miedo? Tengo miedo de dejar a mi mujer, a mi marido, mi casa, mis recuerdos, mi carácter, mi trabajo y los libros que quiero leer, los libros que he escrito o que voy a escribir... ¿es eso? Voy a dejar todo eso detrás; estando atemorizado, creo el cielo, una esperanza, lo cual engendra más temor. ¿Puedo, entonces, estar libre del temor? Sé que tengo que soportar el dolor, unas cuantas drogas pueden ayudar a eso, pero existe el miedo profundamente arraigado, está en el animal, en todos los seres humanos: el miedo de morir; y el miedo de morir es el miedo de vivir, ¿no es así? Miedo de vivir. ¿Qué es esta vida que llevamos con su fealdad, su brutalidad? Ésa es la única vida que conocemos y tenemos miedo de perder eso; tememos a lo desconocido. Nos aferramos más bien a lo conocido y así es como dividimos la vida en morir y vivir. No sabemos vivir, no sabemos morir. Cuando sabemos cómo vivir, sin conflicto, con gran belleza, con alegría, con claridad y pasión -y eso sólo puede acaecer cuando sabemos morir cada día a todo lo que poseemos-, entonces ya no existe más el miedo.
12 de octubre de 1968
Índice
Tres pláticas en la Universidad de Puerto Rico,
San Juan, Puerto Rico 7
Dos pláticas y discusiones
Morcelo, Puerto Rico 67
Tres pláticas en Colegios
Claremont, California, EE.UU ........................... 119
Cuatro pláticas en la Nueva Escuela para la Investigación Social
Nueva York, EE.UU..................181
Última Página
“CASI TODOS NOSOTROS en este mundo confuso y brutal, tratamos de labrarnos nuestra propia vida privada, una vida en la que podamos ser felices y pacíficos y, no obstante, vivir con las cosas de este mundo.
Al parecer, pensamos que la vida cotidiana que llevamos, la vida de lucha, conflicto, pena y dolor, es algo separado del mundo exterior de desdicha y confusión, que el individuo, el “yo”, es diferente del resto de la humanidad... Cuando miremos un poco más detenidamente, no sólo nuestra propia vida privada sino también el mundo, veremos que lo que somos -nuestra existencia cotidiana, lo que pensamos, lo que sentimos- es el mundo exterior, el mundo que nos rodea.
Cada uno de nosotros es el mundo, es el ser humano que ha hecho este mundo de completo desorden, el mundo que llora impotentemente en medio de un gran dolor...”
En 1968, época en que las juventudes estaban cuestionando intensamente los valores de la sociedad, Krishnamurti ofreció varias series de pláticas para estudiantes de Estados Unidos y Puerto Rico, en las que exploró el verdadero significado de la libertad y de la rebelión.
Recogidas en este libro, tales pláticas son quizá más apremiantes aún en la actualidad, cuando tanto los adultos como los jóvenes están buscando la clave para un cambio genuino en nuestro mundo.