Tres Pláticas en Colegios
CLAREMONT, California, EE.UU.
1. - 8 de noviembre de 1968
2. - 10 de noviembre de 1968
3. - 17 de noviembre de 1968
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SERÍA más bien interesante saber por qué está aquí la mayoría de ustedes. Probablemente por curiosidad, o por un genuino deseo de averiguar lo que tiene para decir un hombre que viene de Oriente. Creo que, ante todo, debe quedar completamente claro que quien les habla no representa en modo alguno a la India, al pensamiento indio, a la filosofía india ni a ninguna de esas cosas misteriosas orientales.
Pienso que es importante establecer cierta clase de comunicación entre nosotros. En estos tiempos se habla muchísimo acerca de la comunicación y se hace un gran alboroto al respecto. Ciertamente, comunicarse uno con otro es bastante simple; la dificultad radica en que cada uno de nosotros, infortunadamente, interpreta, compara o juzga lo que se dice; de hecho, ¡no escuchamos! Por otra parte, si escuchamos atentamente, seriamente, entonces la comunicación se vuelve bastante sencilla. Uno sólo tiene algo que decir, no importa lo curioso que pueda ser, y si ustedes son absolutamente serios y quieren descubrir, escuchan con cuidado y atención, con cierta cualidad de afecto; no sólo son intelectualmente criticas -lo cual, desde luego, tienen que ser- sino que también exploran y examinan minuto a minuto lo que se dice. Y para explorar y escuchar atentamente tienen que estar libres, libres de la imagen, de la tradición, de la reputación que el que les habla desafortunadamente tiene, de modo que sean capaces de escuchar directa e inmediatamente a fin de comprender. Sin embargo, si tratan de seguir cierto patrón de pensamiento, ciertas tendencias en las que están atrapados, ciertas conclusiones y prejuicios que tienen, entonces obviamente cesa toda comunicación.
Me parece que desde el principio mismo es muy importante descubrir no sólo lo que tiene que decir el que habla, sino también el modo como escuchan Si escuchan con una tendencia a extraer determinadas conclusiones de lo que se dice, comparándolo con lo que ya conocen, entonces lo que uno tiene que decirles se vuelve meramente un asunto de acuerdo o desacuerdo, un tema para el examen mental o el entretenimiento intelectual. Por lo tanto, si durante estas pláticas pudiéramos establecer una clase apropiada de relación, de comunicación entre nosotros, entonces tal vez tendríamos una oportunidad de investigar profunda y seriamente todo este complejo problema del vivir, de descubrir si es o no es posible que de algún modo los seres humanos, que están tan fuertemente condicionados, cambien, produzcan en sí mismos una revolución psicológica, interna. Éste es nuestro interés principal, no alguna filosofía oriental o alguna clase de patrón de pensamiento conceptual, imaginativo que conduzca a diversas conclusiones y sustituya viejas ideas por otras nuevas.
Espero que no les importe si sugiero que es muy importante aprender el arte de escuchar. No escuchamos, y si escuchamos lo hacemos a través de una pantalla de palabras, de pensamientos conceptuales y conclusiones teñidas por nuestra propia experiencia. Y esta pantalla, obviamente, nos impide escuchar. Como dijimos antes, el escuchar es un gran arte que aparentemente hemos descuidado por completo. Escuchar tan íntimamente, de manera tan intensa y completa, que no sólo nos comuniquemos realmente sino que vayamos más allá y haya entre nosotros una comunicación como la que establecen dos amigos que son muy serios, muy intensos acerca de algo. La comunión es por completo diferente de la comunicación; para estar en comunión debemos comprender no sólo el significado de las palabras, sabiendo perfectamente que la palabra nunca es la cosa ni la descripción es lo descrito, sino que también debemos encontrarnos en ese estado de la mente cuya cualidad es la de la atención, el cuidado y un sentido de profundo y entrañable interés. Y eso sólo puede darse cuando ambos, ustedes y quien les habla, somos muy serios.
La vida nos exige una gran seriedad, no una atención casual, ocasional, sino un constante estado de alerta y vigilancia, porque nuestros problemas son inmensos y extraordinariamente complejos. Es sólo una mente muy seria, una mente de verdad intensa, capaz de investigar y, por lo tanto, libre, la que puede encontrar una solución para todos nuestros problemas; y eso es lo que vamos a hacer. No sólo vamos a comunicarnos de manera verbal sino que, en un nivel diferente, estableceremos una comunión entre nosotros, la cual me parece mucho más importante que la mera comunicación verbal. De modo que sin durante estas conversaciones pudiéramos mirar con ojos claros este asunto enormemente complejo del vivir, mirarlo con ojos nuevos e inocentes, entonces quizá nuestros problemas tendrían un significado totalmente distinto. Como dije antes, no sólo debemos escuchar las palabras sino darnos cuenta también de que la palabra jamás es la cosa y que la descripción jamás es lo descrito. Y para escuchar de este modo, tiene que haber un estado de libertad, libertad respecto de conclusiones, de prejuicios, imágenes y símbolos, para que ambos podamos mirar de manera directa, profunda e intensa los problemas de nuestro diario vivir, de toda nuestra existencia a fin de descubrir si ésta tiene en absoluto algún sentido.
Viajando por el mundo, uno observa que todos los seres humanos, cualquiera que sea su color, credo o nacionalidad, tienen sus problemas; problemas de relación, problemas de vivir en una sociedad tan corrupta como la que el hombre ha formado a través de los siglos. El hombre mismo es el responsable de esta estructura, de esta sociedad que es el producto de sus propias esperanzas y requerimientos, que es el resultado de su propia violencia, de sus temores y ambiciones; en esta estructura estamos atrapados nosotros, los seres humanos. Y la estructura no es diferente del ser hermano.
La sociedad, ya sea en Europa, en Asia o aquí, en América, no es diferente ni está separada de cada uno de nosotros; nosotros somos la sociedad, somos la comunidad, no sólo el individuo, la entidad humana, sino también lo total, lo colectivo. No existe, pues, división ni separación entre la sociedad y nosotros; somos el mundo y el mundo es lo que somos, y para producir una revolución radical en la sociedad -revolución que es absolutamente esencial- tiene que haber ante todo una transformación radical en nosotros mismos; por lo tanto, debemos investigar si una revolución semejante en nosotros mismos es del todo posible. No estoy usando esa palabra “revolución” en su sentido comunista, socialista o sangriento, sino que hablo de una revolución que da origen a una transformación completa y radical en la psique misma, en toda la estructura del corazón y de la mente. Ésa es la cuestión principal, no lo que los filósofos piensan o lo que los psicólogos y analistas dicen; ni tampoco lo que los teólogos afirman o lo que los creyentes o no creyentes imaginan.
El verdadero problema, entonces, es si los seres humanos, tal como somos ahora, viviendo en esta compleja sociedad con sus guerras, sus luchas, sus ambiciones y su competencia, podemos producir dentro de nosotros mismos una transformación radical; no gradualmente, o sea, no a través del tiempo, de muchos días o muchos años, sino si es posible cambiar inmediatamente sin aceptar el tiempo en absoluto. Al parecer, el hombre se ha comprometido con la guerra, con la violencia, y esta violencia existe en todo el mundo, aunque en Asia y especialmente en la India -donde las ideologías florecen como hongos en un campo húmedo- hablan muchísimo de la no-violencia. Nosotros, los seres humanos, estamos comprometidos con la violencia, con un modo de vida que conduce a la guerra, a una existencia dividida por religiones y nacionalidades en creencias, dogmas, rituales y prejuicios extraordinarios. El hombre se ha comprometido con este extraño patrón de existencia condenando justificadamente una guerra y estando, sin embargo, dispuesto a participar en otra; él mismo es violento, brutal y agresivo, características que los antropólogos atribuyen a su herencia animal. Lo que los antropólogos y especialistas dicen significa, sin embargo, muy poco, porque podemos examinar y descubrir por nosotros mismos la naturaleza de nuestra propia violencia, lo brutales que somos con respecto a otro, no sólo verbalmente sino en nuestros pensamientos y en nuestros gestos. Por miles de años hemos aceptado un estilo de vida que debe conducir inevitablemente a la guerra, a las matanzas en masa, y no hemos sido capaces de cambiarlo; los políticos han tratado de hacerlo pero jamás lo han conseguido.
Los que estamos aquí somos seres humanos corrientes -no especialistas ni expertos- que vivimos en esta sociedad y estamos condicionados por nuestro propio trasfondo; aceptamos un estilo de vida que es tan corrupto, en el cual no hay amor, ni una sola palabra de compasión. Observando todo esto, el problema es entonces si los seres humanos, así como somos, podemos de algún modo producir dentro de nosotros una transformación radical e ir más allá para dar con ese estado que el hombre ha buscado perpetuamente y que ha llamado Dios o el nombre que ustedes quieran darle (los nombres no son importantes).
Entonces, ¿pueden los seres humanos descubrir alguna vez esto, o está reservado solamente para los muy pocos? Primero tenemos que preguntarnos qué lugar tiene la mente religiosa en el mundo de hoy y si es posible dar con esta calidad del amor. Ustedes saben, esa palabra está muy densamente cargada de fealdad; es como la palabra “Dios”, todos usan la palabra “amor”, el teólogo, el tendero y el político, el marido la usa con su esposa, el muchacho con su chica, etcétera, pero si ustedes consideran esa palabra, si la investigan, verán que es la causa de muchísimo sufrimiento, muchísima desdicha, innumerables conflictos y torturas; también engendra envidia, celos y temor. Uno se pregunta, pues, si la mente puede estar libre de todo esto, de modo tal que haya una calidad de amor que no sea corrupta, que el pensamiento no pueda afear.
Éstos son algunos de nuestros problemas: la relación entre un ser humano y otro ser humano, si un hombre puede vivir alguna vez en paz consigo mismo y con su prójimo, si hay una realidad no producida por el pensamiento, si existe una calidad tal de amor, compasión y afecto que nunca haya sido tocada por los celos ni contaminada por el temor, la ansiedad y la culpa. ¿Puede la mente, que se halla tan fuertemente condicionada, liberarse alguna vez completa y totalmente a sí misma y descubrir, en esa libertad, si existe o no existe una realidad suprema? Si no exploramos y descubrimos por nosotros mismos la verdad de todo esto, entonces es inevitable que convirtamos la vida en un asunto mecánico, en una lucha constante, en una existencia carente por completo de significación.
Estoy seguro de que nos damos cuenta de todo esto; al menos aquellos que son serios deben haberse formulado esta pregunta: si es posible librar a la mente de su condicionamiento, de modo que mire la vida de una manera por completo distinta, que no sea más una mente cristiana, budista, musulmana, hindú o todas estas otras divisiones absurdas. ¿Es posible, para una mente tan condicionada, estar libre alguna vez, ser inocente y, en consecuencia, vulnerable?
La dificultad principal es que el hombre vive en fragmentos, no sólo dentro de sí mismo sino exteriormente: es un científico, un médico, un soldado, un sacerdote, un teólogo, un experto o un especialista de una u otra clase. Internamente, su vida es divisiva, fragmentaria; su mente, su intelecto es a veces agudo e inteligente, a veces brutal y agresivo, mientras que en otras ocasiones puede ser amable, gentil y afectuoso. Trata de ser moral -aunque la moralidad social es completamente inmoral- y los múltiples deseos antagónicos que lo atormentan causan esta fragmentación, esta contradicción tanto interna como externamente. Y el hombre está tratando siempre de llenar el vacío, de producir una integración. Si uno examina esa palabra y lo que hay tras ella, está obligado a preguntarse quién es la entidad que va a llevar a cabo esta integración. Ciertamente, la entidad que va a integrar estos múltiples fragmentos es ella misma parte de los fragmentos y, por lo tanto, no puede efectuar una integración entre ellos. Si uno ve esto claramente, o sea, que las partes divididas del deseo en esta vida fragmentaria nunca pueden unirse, nunca pueden ser integradas porque la entidad, el observador que trata de unirlas forma él mismo parte de la fragmentación, si uno ve esto, entonces tiene que haber un enfoque por completo diferente, el cual consiste en ver la contradicción, los fragmentos, las exigencias opuestas y los deseos conflictivos, observarlos y descubrir si es posible ir más allá de todo eso. Este ir más allá es la revolución radical. Entonces la mente ya no está más atormentada, no está más torturada; ya no se halla en conflicto consigo misma y, por lo tanto, uno no está en conflicto con su vecino, sea que el vecino viva al lado, en Rusia o en Vietnam.
Uno tendría que observar este hecho, porque estamos tratando únicamente con hechos, no con suposiciones o ideales. Los ideales no significan nada, son tontos, son la invención de una mente astuta e ingeniosa que no puede resolver un problema como el de la violencia; entonces inventa la no-violencia como un ideal. Siendo incapaz de resolver este problema de la violencia y habiendo creado el ideal de la no-violencia, o sea, ser bondadosa en algún momento del futuro, esa misma invención de un ideal produce, entonces, otro conflicto, otra lucha, otro estado de contradicción.
Es importante, pues, observar el hecho de que los seres humanos son extraordinariamente violentos, de que nuestra cultura, la sociedad en que vivimos, todo nuestro estilo de vida con su codicia, su envidia y su afán competitivo engendra inevitablemente violencia. Y más importante aún es darse cuenta de esta violencia dentro de uno mismo, percatarse realmente de lo que es, no de lo que debería ser, porque “lo que debería ser” es una ficción, un mito, un concepto romántico que todas las religiones y los idealistas han nutrido y explotado a través de los tiempos. ¿De qué sirve el ideal de la no violencia si estoy lleno de violencia. Por favor, ¡es muy importante que esto se comprenda! Escuchen tranquila y atentamente, ¡no rechacen automáticamente lo que se dice! Ustedes pueden ser grandes idealistas que trabajan por alguna causa o puede que se hayan comprometido con alguna fórmula y súbitamente se enfrentan con uno que les señala -cortésmente pero con firmeza- que todo esto es absurdo. Por lo tanto, lo que les incumbe es escuchar a fin de descubrir; y para escuchar tenemos que dejar de lado nuestra propia fórmula, teoría o mito particular. Podemos ver muy claramente cómo los ideales han dividido al hombre: el ideal cristiano, el ideal hindú, el ideal comunista, etc., y cómo, conforme a sus ideas, éstos se hallan divididos a su vez en innumerables sectas: católicos, protestantes y así sucesivamente. En consecuencia, el hombre está atrapado en los ideales, es un esclavo de ellos y, por consiguiente, es incapaz de observar lo que es; está pensando siempre en lo que debería ser.
La primera exigencia, pues, el primer reto consiste en observar “lo que es”, y esto implica conocernos a nosotros mismos tal como somos, no como deberíamos ser (ése es un juego infantil, un esfuerzo inmaduro carente de sentido), mirar la violencia, observarla. ¿Puede uno mirar? ¿Cómo mira? Éste es un problema extraordinariamente difícil porque hay ciertos factores que debemos comprender muy claramente. En primer lugar, tenemos que observar sin identificación alguna, sin la palabra, sin el espacio entre el observador y la cosa observada, mirar sin ninguna imagen, sin el pensamiento, de modo que estemos viendo las cosas tal como son realmente. Esto es muy importante, porque si no sabemos cómo mirar, cómo observar lo que somos, entonces crearemos inevitablemente conflicto entre lo que vemos y la entidad que ve.
Espero que esto sea bastante claro. Observo que soy violento en mi manera de hablar, en mis gestos, en mis pensamientos y en mis actividades diarias, tanto en el hogar como en la oficina. Ahora bien, sólo puedo observar que soy violento si no intento escapar de ello o evitarlo, y escaparé inevitablemente si busco refugio en algún ideal que dice que no debo ser violento, porque un ideal así no tiene sentido. Cuando me digo que no debo ser violento, están el hecho de mi propia violencia y el ideal de lo que debería ser (que no debo ser violento); en consecuencia, hay un conflicto entre lo que es y lo que debería ser. Para la mayoría de nosotros, ésa es nuestra vida.
Por lo tanto, es importante, si es que somos completamente serios -y la vida es sólo para aquellos que son serios-, observar la naturaleza y estructura de la violencia dentro de nosotros mismos y descubrir por qué somos violentos. El mero descubrimiento de la causa de la violencia no termina con ella; tampoco el análisis, por agudo y sutil que sea, pone fin a la violencia ni ésta puede ser superada pensando en la no-violencia. “Violencia” es meramente una palabra, y la descripción de esa violencia no es, obviamente, el hecho. ¡Por favor, entiendan esto! Puede que no estén habituados a esta clase de observación o exploración, puede que prefieran dejarla a cargo de los expertos y sólo seguirlos ciegamente, creando de tal modo una autoridad, lo cual se vuelve algo terrible. No obstante, si quisieran verse libres de la violencia que está tan profundamente enterrada en ustedes, primero deben aprender acerca de sí mismos. Sólo pueden aprender si se observan, no de acuerdo con Jung o Freud o algún especialista, porque entonces están aprendiendo meramente lo que ellos ya les han dicho, de modo que eso no es aprender en absoluto. Si realmente quieren aprender acerca de sí mismos, tienen que desechar toda la confortadora autoridad de otros y observar.
Esa observación es muy compleja, está llena de dificultades. En primer lugar, ¿es el observador diferente de la cosa observada? Observo que soy violento, no sólo superficialmente, conscientemente, sino muy en lo profundo; en todas partes de mi ser soy violento. Así, lo observo en la manera como hablo, como camino, en mis gestos, en mi impulso ambicioso por triunfar. Particularmente en este país, el éxito se exalta hasta los cielos; debemos triunfar a toda costa, pero en el triunfo, en el éxito, hay muchísima violencia, agresión y brutalidad. Veo, pues, que soy violento; ahora bien, la entidad que observa, ¿es diferente de la violencia, está separada de ella, de la cosa observada? ¡Por favor, hagan esto mientras quien les habla lo está explicando! Si es que puedo sugerirlo, no se limiten a escuchar las palabras, porque las palabras carecen de importancia; lo importante es ver si la mente puede o no puede liberarse alguna vez de esta terrible enfermedad llamada violencia. Y en el verlo, ¿es el veedor, el observador diferente de la cosa vista, de la cosa observada, o el observador y lo observado son una sola cosa? ¿Comprenden todo esto? El observador que dice “yo soy violento”, ¿es diferente de la violencia misma? Obviamente, no lo es; por lo tanto, ¿qué ocurre? Tengan la bondad de seguir cuidadosamente esto, ¡si es que les interesa! ¿Qué ocurre cuando el observador se da cuenta de que él mismo es la violencia que él ha observado? ¿Qué ha de hacer, entonces, para verse libre de la violencia? Espero que comprendan la complejidad de este problema y que nos estemos comunicando uno con otro.
Por favor, no estoy tratando de analizarlos, lo cual es algo por completo diferente y no tiene nada que ver con lo que estamos discutiendo. ¡Penetremos, pues, en ello paso a paso! Cuando el observador descubre por sí mismo que es lo observado, que es la violencia y que ésta no es algo separado de él mismo que él pueda cambiar o controlar, entonces la división entre el observador y lo observado ya no existe más, de modo que el observador ha eliminado instantáneamente dentro de sí la causa de conflicto y contradicción. Sin embargo, el hecho de la violencia permanece: sigo siendo violento por naturaleza, todo mi ser es violento y es puro desatino decir que una parte de mí es amable y afectuosa mientras que otra parte es violenta. La violencia implica división, contradicción, conflicto, estado de separación y falta de amor. Pero ahora he comprendido el hecho principal, o sea, que el observador es lo observado y, por lo tanto, ya no está más en conflicto con lo observado. Yo soy el mundo y el mundo es lo que soy; soy la comunidad y la comunidad es lo que soy. Por consiguiente, para producir una transformación radical en la sociedad y en sí mismo, el observador tiene que experimentar un cambio tremendo, o sea, tiene que darse cuenta de que el observador y lo observado son uno.
Ahora mi mente puede observar la imagen de lo que considera que es la violencia y también mis intereses creados en esa violencia, porque toda la imagen que tengo acerca de mí mismo y de la violencia debe desaparecer a fin de que la mente esté libre para observar. Y después de observar, sigue existiendo el hecho de que soy violento, aun cuando pueda decir que yo y la violencia somos una sola cosa. Entonces, ¿qué he de hacer? Cuando observo que soy violento y veo muy claramente que el observador es esa violencia, entonces me doy cuenta de que no puedo hacer nada en absoluto, porque cualquier acción, ya: sea positiva o negativa, sigue siendo parte de esa violencia.
Miren, señores, expongámoslo de otra manera. Está todo este problema del egocentrismo; somos enormemente egocéntricos, extraordinariamente egocéntricos. Podemos tomarnos la molestia de ayudar a otros, pero en lo profundo, en la raíz, el núcleo es esta actividad egocéntrica. Es como un árbol cuya raíz principal tiene un millar de raíces, y cualquier cosa que la mente haga o deje de hacer, alimenta esta raíz. ¿Soy claro en esto? Porque estamos tratando con un problema muy complejo, de modo que, por favor, tengan en cuenta lo que dijimos antes: que la descripción nunca es lo descrito. Por lo tanto, atento a esto uno ve la necesidad de estar en contacto directo con el hecho de esta operación egocéntrica que se desarrolla todo el tiempo dentro de cada uno de nosotros, la cual constituye la actividad de la separación, del aislamiento, de la división y la fragmentación, y cualquier cosa que uno hace forma parte de esa actividad; por lo tanto, uno se pregunta si existe una clase diferente de acción, pero la formulación misma de esa pregunta sigue formando parte de la fragmentación. Uno se da cuenta, entonces, de que debe mirar la violencia en completo silencio. (Pausa) ¿Está quien les habla comunicando siquiera algo? (Asentimiento) Por favor, señor, no asienta. Ésta no es una cuestión de acuerdo o desacuerdo, sino de percepción por parte suya. El que les habla no es importante en absoluto; lo importante es que ustedes descubran estas cosas por sí mismos, de modo que no sean seres de segunda mano. Tienen que mirar para descubrir, para descubrir si la mente puede o no puede estar completa y totalmente libre de esta violencia, de este orgullo y esta arrogancia, y así dar con una calidad por completo diferente. Y para descubrir eso tenemos que mirar muy profundamente y descubrir por nosotros mismos; entonces es nuestro descubrimiento, no el de algún otro, no algo que nos han dicho, porque no hay maestro ni seguidor. Infortunadamente, la palabra “gurú” ha sido puesta recientemente en boca de todos en este país; en sánscrito, la palabra significa “el que señala”, como lo hace un poste indicador en el camino. Sin embargo, ustedes no adoran ese poste, no lo rodean de guirnaldas; tampoco andan alrededor de él ni cumplen con todas las órdenes misteriosas que se supone les transmite un gurú. Él es simplemente un poste indicador en el camino; lo leen y pasan de largo.
Por lo tanto, uno tiene que ser su propio maestro y su propio discípulo; no hay maestro ajeno a uno, no hay salvador ni instructor; es uno mismo el que tiene que cambiar y, por lo tanto, ha de aprender a observar, a conocerse a sí mismo. Este aprendizaje acerca de uno mismo es un asunto fascinante y gozoso; implica aprender acerca de la violencia que forma parte de la estructura de nuestra vida. Para aprender, la mente tiene que estar libre; no puede aprender acerca de la violencia si ya ha acumulado conocimientos sobre la violencia. Esa es una de las cosas que hemos hecho con nuestro aprender: el conocimiento y el aprender son dos cosas diferentes. El médico, el científico, el ingeniero han acumulado conocimientos y les suman otros a medida que se hacen descubrimientos nuevos; por lo tanto, el conocimiento que tienen se convierte en un depósito, en una tradición, pero eso no es el aprender; el aprender sólo es posible en un estado de movimiento constante y tiene lugar únicamente en el presente activo. El aprender es un movimiento, ya sea que uno esté aprendiendo en un colegio o esté aprendiendo acerca de sí mismo; está aprendiendo a medida que avanza, no ha aprendido para luego aplicar lo que ha aprendido, lo que ha acumulado; eso no es aprender en absoluto, es meramente acumular conocimientos.
En el aprender hay un gran disfrute, no hay desesperación ante lo que uno ve, porque no lo está comparando con su ideal, con lo que uno debería ser. Sólo existe lo que es, y cuando observamos lo que es, nuestro aprender es infinito. Todo está en nosotros; al igual que quien les habla, ustedes no tienen que leer ningún libro, porque el hombre es tan antiguo como las colinas y mucho más. Es algo viviente, y lo viviente no es para ser condicionado, pero nosotros lo hemos condicionado y por eso nuestra vida se ha vuelto una tortura semejante, una lucha tan carente de sentido.
No sé si les gustaría formular algunas preguntas. Ustedes saben, para formular una pregunta, uno tiene que ser escéptico acerca de todo, incluyendo lo que dice quien les habla; él no posee autoridad alguna, y tenemos que ser escépticos aunque, por supuesto, debemos saber cuándo soltar la correa a fin de no ser escépticos todo el tiempo. Obviamente, ustedes deben formular preguntas, pero deben formular la pregunta correcta, lo cual es una de las cosas más difíciles de hacer. Por favor, ¡esto no quiere decir que esté tratando de impedirles que formulen preguntas! Es muy importante formular una pregunta realmente extraordinaria, una pregunta que los ponga completamente a prueba, que sea verdadera para ustedes, no para quien les habla o para algún otro. Es obvio que tienen que formular esa clase de preguntas, pero al mismo tiempo no deben esperar jamás una respuesta de otro, porque nadie puede responder a la pregunta de ustedes; sólo los tontos ofrecen consejos. Así que tengan la bondad de formular una pregunta seria, ¡no algo improcedente sin ninguna significación profunda!
Interlocutor: Usted ha hablado del silencio; en ocasiones mi mente está silenciosa. ¿pero qué es este silencio al que usted se refiere?
KRISHNAMURTI: Quien le habla puede decirle qué es ese silencio, pero a menos que sea suyo ello tendrá muy poca significación. El silencio es absolutamente necesario para mirar, para escuchar, para observar; si su mente está parloteando -y nuestras mentes están parloteando perpetuamente-, ¿cómo puede usted escuchar? ¿Cómo puede mirar un árbol, una nube o un pájaro sin ese silencio? Si quiere mirar un árbol, o la luz sobre una nube, es natural que su mente deba estar en silencio, pero usted no puede forzar ese silencio simplemente porque desea ver la belleza del árbol. Es muy importante mirar, ver sin la imagen, y debemos hallarnos en silencio para mirar a nuestra esposa o a nuestro marido sin la imagen. Sin embargo, dejamos de estar en silencio cuando cargamos con la imagen de nuestra esposa o nuestro marido. Es sólo en el silencio que aprendemos, y el amor es completamente silencioso.
Este amor es desconocido para nosotros porque el pensamiento, que engendra placer y temor, está siempre proyectando una sombra sobre todas las cosas. Este silencio forma parte de la meditación (no vamos a penetrar en eso ahora porque abarca muchísimo), y sin comprender la meditación, su belleza, su éxtasis y la verdadera bendición que implica, la vida no tiene sentido. La meditación no es algo separado de la vida de todos los días ni consiste en aprender algún truco en un monasterio, ya sea zen o de alguna otra religión, porque la meditación es un modo de vida y forma parte de este inmenso silencio del que estamos hablando. Tal vez durante estas tres pláticas públicas podamos discutir la meditación y también qué es el amor y qué es la muerte.
Interlocutor: ¿Podríamos discutir la observación sin el observador?
KRISHNAMURTI: ¿Quién es el observador? Por favor, ¡descúbralo! ¡Investiguémoslo juntos! No se limite simplemente a escuchar y a aceptar o rechazar, hagamos el viaje juntos. ¿Quién es el observador? El observador es la experiencia, ya sea la experiencia de ayer o de mil ayeres. El observador es el conocimiento acumulado, la memoria; el observador es esencialmente la tradición, el pasado, las cenizas muertas de muchos millares de ayeres. El observador es uno que dice: “Estoy lastimado, siento ira, he sido insultado, éste es mi punto de vista, ésa es mi opinión”, es el que piensa y está atrapado en fórmulas; todo eso es el observador. Por lo tanto, el observador es esencialmente el pasado. ¿Puede usted mirar, observar sin el pasado? ¿Puede observar exteriormente un árbol, una nube, un pájaro, sin el pasado, lo cual implica sin la palabra, sin su conocimiento, sin todas las imágenes que tiene acerca del árbol, acerca de la nube, acerca del pájaro? ¿Puede, pues, mirar sin el pasado? Es comparativamente fácil mirar un objeto familiar sin el pasado, sin el ayer, pero ¿podemos mirar a nuestra esposa o a nuestro marido sin la imagen del pasado, sin los agravios y los regaños, sin las riñas y la brutalidad, sin los placeres y los deleites y las diversas formas de requerimientos ocultos e inexpresados, sin las esperanzas y los temores? ¿Puede usted mirar sin todo esto, de modo que esté mirando con ojos nuevos? Es una tarea bastante difícil porque exige atención, exige el júbilo del aprender.
Nosotros, los seres humanos, no tenemos relación unos con otros, con nuestros maridos o esposas, no importa cuán íntimos podamos ser, no importa cuántas veces hayamos dormido juntos. Tenemos imágenes y la relación es entre dos imágenes, no entre seres humanos, porque los seres humanos son criaturas vivientes y es muy peligroso e inseguro tener una relación con algo viviente; por sobre todas las cosas, lo que queremos es estar seguros en nuestra relación Por eso decimos: conozco a mi esposa, conozco a mi marido, o a mi vecino, o a mi amigo. Mirar sin el observador, lo cual implica mirar sin el pasado, sin la memoria, sin todas las esperanzas y los temores que se han acumulado, sin el placer y el disfrute, sin el dolor y la desesperación... mirar de esa manera es el principio del amor.
8 de noviembre de 1968
2
LA ÚLTIMA VEZ que nos reunimos estuvimos discutiendo esta cuestión de la violencia, cómo impregna nuestras vidas desde que nacemos hasta que morimos. Esta violencia, esta agresión y brutalidad existen por todo el mundo no sólo en lo individual, donde se manifiesta como odio y formas retorcidas de fidelidad, sino también exteriormente en nuestra aceptación de la guerra como estilo de vida. La violencia surge de los derechos de propiedad, de los derechos sexuales y de otras formas de creencias ideológicas. Estamos muy familiarizados con todo eso, lo vemos muy claramente.
Todas las religiones han dicho: no mates, sé bondadoso, sé compasivo, etcétera, pero las religiones organizadas no tienen significación alguna, jamás la han tenido. Nos enfrentamos, pues, a este problema: el problema de la violencia. Y uno tiene que preguntarse si es del todo posible para un ser humano, no sólo en su relación personal sino en su relación con la sociedad, estar completamente libre de esta violencia. No es una pregunta retórica ni un interrogante intelectual, sino un problema real que afronta cada uno de nosotros tanto psicológicamente, en lo interno (bajo la piel, por así decir) sino también exteriormente, en el hogar y en la oficina. En toda forma de actividad existe este espíritu agresivo, el cual engendra odio y animosidad. También estuvimos preguntándonos si es del todo posible, no sólo en el nivel consciente sino también en los niveles mentales más profundos, erradicar por completo esta violencia, de manera que podamos vivir en paz unos con otros e ir más allá de las divisiones nacionales, de la separación religiosa con sus dogmas, creencias, teorías e ideología.
Abordemos ahora este problema de otro modo. Una de nuestras dificultades principales, me parece, es que aunque tengamos abundancia de energía, aparentemente nos falta el impulso, la vitalidad y el entusiasmo para producir este cambio dentro de nosotros. Después de todo, conocernos a nosotros mismos -no de acuerdo con algún especialista- es lo más importante, es la base de toda acción. Y si no nos conocemos a nosotros mismos, si no nos estudiamos, si no aprendemos al respecto y penetramos en ese espíritu meditativo dentro de nosotros, entonces faltan los cimientos, toda acción se vuelve fragmentaria, contradictoria; y desde este estado de contradicción surge el conflicto y este conflicto es el que nos agobia a cada uno de nosotros. Todo lo que hacemos, todo lo que pensamos, todo lo que tocamos engendra conflicto y lucha, lo cual en múltiples formas derrocha energía que es absolutamente vital para esta revolución psicológica interna. Esto implica que, internamente, debemos estar por completo libres de conflicto; pero ello no quiere decir estar meramente satisfechos. vegetar o llevar una existencia como la de las vacas. Al contrario, cuando la energía no se usa para propósitos nocivos (como ahora se está usando), esa energía es un elemento transformador en el conocimiento propio. Aunque los antiguos griegos, los hindúes y los budistas han dicho todos: “conócete a ti mismo”, muy pocas personas se han preocupado alguna vez de investigar eso y de descubrir. Para aprender acerca de nosotros mismos no es necesaria ninguna autoridad, ya sea ésta de la iglesia, de un Salvador, de un Maestro o de algún especialista. Todo lo que uno tiene que hacer -si es realmente serio y profundo- es observar, no sólo críticamente sino con una mente que está libre para aprender. (Se oye el llanto de un niño) ¿Quién será el dueño de la voz?
Ustedes saben, en la India, donde hablamos al aire libre, hay unas tres o cuatro mil personas que traen a sus niños con ellas; también hay estudiantes, mendigos y toda clase de humanidad. La mayoría no entiende el inglés, pero se considera que vale la pena, que es digno de mérito asistir a una reunión religiosa, de modo que hay muchísimo ruido al que se agregan los cuervos y otros pájaros. Todos comparten esta clase de reunión, no sólo los pájaros y los niños sino aquellos que tienen muy poco conocimiento de cosa alguna y no entienden mucho, pero igualmente es bueno asistir a una reunión semejante. Aquí, donde se habla y se entiende el inglés, es valioso y significativo que tanto los niños como los ancianos y las personas de mediana edad, se reúnan para conversar seria y profundamente sobre los problemas a que se enfrenta cada uno de nosotros.
Por desgracia, no somos suficientemente serios, tenemos prejuicios y hemos llegado a ciertas conclusiones que nos impiden examinarnos a nosotros mismos. Nuestra experiencia actúa como una barrera, tal como lo hace el conocimiento, de modo que si pudiéramos escuchar con una mente tanto seria como inquisitiva, entonces en esta comunicación no estaríamos oyendo meramente un montón de palabras o acumulando una nueva serie de ideas, sino que más bien estaríamos penetrando muy profundamente dentro de nosotros y aprendiendo acerca de nosotros mismos.
Ciertamente, la intención de estas reuniones es la de examinarnos a fondo y descubrir por nosotros mismos, no que alguien nos diga lo que debemos hacer y qué debemos pensar (lo cual es demasiado inmaduro, demasiado infantil), no creando otra autoridad, otro gurú y todo ese negocio absurdo. El descubrimiento propio no es preguntar “¿Quién soy yo?” sino observarse uno a sí mismo como miraría su rostro en un espejo, observando las propias acciones, los gestos y las palabras que uno emplea, observando la manera como mira un árbol, un pájaro o una nube que pasa, como mira a su mujer, a su marido o al vecino. Así, a través de la observación comenzamos a descubrir lo que somos, porque uno jamás es estático; no hay nada permanente dentro de nosotros, aunque los teólogos y otras personas “devotas” afirmen que existe una entidad constante, lo cual también es una teoría, una idea. Deberíamos, pues, investigar de manera gozosa y libre si la mente, esta mente humana que ha vivido por millones de años y ha sido tan fuertemente condicionada por millares de experiencias, que ha abrazado y aceptado tantas ideas e ideologías, si una mente semejante es capaz de penetrar dentro de sí misma y descubrir si puede o no estar completa y totalmente libre de violencia.
Abordemos ahora este problema de una manera diferente. En tanto haya temor, tiene que haber violencia, agresión, odio e ira. Casi todos los seres humanos están atemorizados, no sólo con respecto a lo externo sino también internamente, aunque lo externo y lo interno no están separados, son realmente un solo movimiento. De modo que si entendemos lo interno -su propósito, su naturaleza y toda la estructura del temor-, entonces tal vez seremos capaces de dar origen a una sociedad diferente, a una cultura diferente, porque la sociedad actual está corrupta y su moralidad es inmoral.
Tenemos, pues, que descubrir, no ideológicamente, no intelectualmente como una especie de juego, sino descubrir realmente por nosotros mismos si es o no es posible liberarse de este temor. Hay múltiples formas de temor, demasiado numerosas para examinarlas: el temor a la oscuridad, el temor a perder nuestro empleo o nuestro medio de subsistencia, el temor a ser descubiertos cuando hemos hecho algo que nos avergüenza, el temor que la esposa siente con respecto a su marido o el que éste siente con respecto a su esposa, el temor de los padres por los hijos, el temor de no ser amados, los temores de la vejez, el temor a la soledad y a la muerte. Hay, pues, muchas formas de temor. Por lo tanto, a menos que comprendamos el temor, la cuestión central del temor, viviremos en la oscuridad y, por lo tanto, jamás estaremos libres de esta brutalidad, de esta agresión, de esta envidia y competencia.
¿Qué es el temor? ¿Qué es el verdadero estado del temor en sí, no las diversas formas del temor? ¿Cuál es la causa del temor? Por favor, como dijimos anteriormente, quien les habla no es un analista, no está realizando un análisis en masa. No estamos interesados para nada en el análisis porque, como lo verán enseguida, el análisis es una pérdida de tiempo. El análisis postula un analizador y una cosa a ser analizada, mientras que el analizador mismo es lo analizado, no puede separarse de aquello que desea analizar; por lo tanto, cuando observa este fenómeno ve la terrible pérdida de tiempo que implica el análisis. Uno puede, si es rico y eso le agrada, complacerse en el análisis como en una especie de juego para entretenerse, pero si lo que quiere realmente es ir más allá de la naturaleza y estructura del temor, erradicarlo por completo, debe abordarlo no mediante un proceso analítico o algún concepto intelectual, sino directamente. Si deseamos comprender algo, en especial algo viviente, tenemos que observarlo con una mente viva, no con el conocimiento muerto, no con algo que ya hemos aprendido o que ya sabemos.
Eso es, entonces, lo que vamos a hacer y, al escuchar, ustedes no están escuchando para nada a la persona que les habla, porque ésta no tiene ninguna importancia. Es como el teléfono, ¡éste no es importante! Lo que importa es lo que el teléfono está diciendo. Es necesario, pues, que se observen a sí mismos, que observen la propia mente a través de las palabras de quien les habla, que lo usen como un espejo. Cuando uno se observa a sí mismo como ser humano tan densamente condicionado por el pasado tan intrincadamente atrapado en el dolor y el tormento de esa observación surge una comprensión que produce una clase de acción por completo diferente. Vamos a explorar esa acción juntos, a discutirla, a conversar sobre ella, no como maestro y alumno o gurú y discípulo, sino más bien como dos amigos que tratan de resolver los inmensos problemas de la vida cotidiana Si uno no echa cimientos de cordura, salud, decencia y rectitud, no puede ir muy lejos, no puede meditar m descubrir qué es la verdad.
Para echar esos cimientos apropiados de modo tal que nos convirtamos en luz para nosotros mismos, tenemos que comprender el temor. Comprender qué es el temor, no cómo superar el temor. No sé si han advertido que cualquier cosa que debe ser superada, tiene que serlo una y otra vez. Si en alguna oportunidad han conquistado algo -no importa qué, algún enemigo externo o interno-, tienen que reconquistarlo repetidamente una y otra y otra vez. No estamos tratando de superar el temor, ni tratamos de reprimirlo o de otorgarle una cualidad diferente, sino que más bien tratamos de comprenderlo, de descubrir lo que el temor es realmente y cómo surge. ¿Qué es, entonces, este temor, el temor a lo que ha sido, el temor al ayer, el temor al mañana, el temor de no ser y de no llegar a ser, o sea, el temor en el tiempo? Si nos enfrentamos a un reto, a una crisis enorme en nuestra vida -y no hay ayer ni mañana-, actuamos instantáneamente, ¿no es así? El pensar acerca de lo que sucedió ayer o de lo que sucederá mañana es el que engendra el temor, pero cuando nuestra acción es inmediata no podemos pensar acerca de lo que está sucediendo ahora, en este instante; el pensamiento no puede penetrar en el presente activo. Es sólo cuando la acción se ha terminado y no tenemos ya que ver con ella, que podemos pensar acerca de lo que pudo haber sido, acerca del pasado o del futuro. De modo que el pensamiento es la causa del temor, el pensar sobre el pasado y el futuro, sobre el ayer y el mañana; he tenido una pena ayer y quizá vuelva a repetirse mañana, o mañana puedo perder mi empleo; por lo tanto, siento temor. Por favor, ¡observen sus propias mentes, sus propios corazones! ¡Investíguenlo en sí mismos y verán lo extraordinariamente sencillo que se vuelve! Si no lo hacen, entonces es muy complejo, entonces no tiene ningún sentido.
Por lo tanto, el pensamiento engendra el temor: el pensamiento de que quizá no soy capaz y puede que no tenga éxito, el pensamiento de que no me aman y de mi completa soledad, el pensamiento de que me descubran en algún acto vergonzoso que he cometido, el pensamiento de perder algo que es muy precioso y querido para mí... De modo que el pensamiento trae como secuela remordimiento y desesperación. Así como es el origen del temor, de igual manera el pensamiento es el origen del placer. Pensar en algo que nos ha proporcionado deleite, alimenta ese placer, le da consistencia. Cuando vemos la puesta del sol en el atardecer o la primera luz de la mañana sobre las colinas y captamos eso en toda su belleza y su encanto, o cuando en el silencio que nos rodea escuchamos el canto de una codorniz, cuando eso ocurre, en el instante real de la percepción no hay pensamiento, sólo una lúcida y total captación de cuanto nos rodea. Pero cuando comenzamos a pensar sobre eso, a volver a eso con el pensamiento y nos decimos que debemos tener más de aquel placer, que debemos recapturar la belleza de aquello, entonces el pensar al respecto nos proporciona un nuevo placer. Así, el pensamiento engendra tanto el placer como el temor. Este es un hecho psicológico que aceptamos intelectualmente, pero esa aceptación carece de valor, porque el placer contiene dentro de sí la semilla del temor; por lo tanto, el placer es temor.
¡Tengan la bondad de observar esto muy cuidadosamente! No estamos diciendo que ustedes deben negarse el placer. Todas las religiones del mundo han condenado al placer, sexual o de otra clase; ¡no estamos diciendo eso! Un hombre religioso no niega ni reprime sino que más bien observa, aprende.
Pensar, pues, acerca de lo que ha sucedido o podría suceder, engendra temor, como ocurre, por ejemplo, con el temor a la muerte, a la que posponemos o apartamos hacia un futuro distante; pero está ahí. También pensar en alguna falta que hemos cometido en el pasado y que otros podrían utilizar para su propio beneficio, o pensar en el placer del sexo y mantener viva la imagen: este pensar acerca de algo engendra inevitablemente temor o placer.
Surge, entonces, la pregunta: ¿Es posible vivir nuestra vida de todos los días sin la interferencia del pensamiento? No es una pregunta tan absurda como suena, es muy importante, porque el hombre, a través de los tiempos ha rendido culto al pensamiento y al intelecto en todos los libros “ingeniosos” con sus teorías, en todas las obras teológicas que con sus conceptos acerca de Dios nos muestran la forma correcta de vivir. Estos expertos y especialistas son como personas atadas a un poste: se hallan restringidas a causa de su condicionamiento y no pueden ir más lejos, de modo que están limitadas en cualquier cosa que piensan. Y debido a que son el resultado de diez mil años de propaganda, sus dioses, sus dogmas y rituales carecen en absoluto de significación. El hombre ha adorado al pensamiento, lo ha puesto sobre un pedestal. ¡Miren todos los libros que se han escrito!
Entonces, ¿qué es el pensamiento y cuál es su significación? Sé que hay personas que han dicho “¡Matad la mente!”. Ustedes no pueden matarla. No pueden desprenderse meramente del pensamiento como si fuera alguna vestidura que llevan puesta. Tienen que comprender este extraordinario proceso del pensar, del propio pensar, no estudiando libros ni asistiendo a conferencias que los instruyan al respecto. Cuando piensan en algo, ¿cuál es el origen de ese pensar? ¿Cuándo es necesario el pensamiento y cuándo no lo es? ¿Cuándo es un impedimento y cuándo es una ayuda? De modo que tienen que descubrir todas estas cosas por sí mismos, no ser guiados por quien les habla o por alguna otra autoridad.
Ustedes saben, el mundo se está volviendo más y más autoritario, no sólo en lo religioso y en lo político sino psicológicamente. Tiene que haber, desde luego, cierta clase de autoridad en el conocimiento tecnológico, pero ejercer la autoridad en cuestiones religiosas y psicológicas es una abominación, porque entonces el hombre nunca es libre ni puede ser libre; y la libertad es una necesidad absoluta. ¿Cómo puede ser libre jamás una mente que se halla atemorizada? ¿Cómo puede una mente que está oscurecida por el perpetuo pensar y el incesante parloteo, estar alguna vez libre para mirar, para investigar, para vivir y conocer ese éxtasis que no pertenece al placer? ¿Qué es, entonces, el pensamiento? ¿Puede el pensamiento terminar en cierto nivel y, no obstante, funcionar en otros niveles de manera racional, cuerda, objetiva, impersonal y no emocional? O sea, el conocimiento acerca del universo, acerca de todas las cosas, es necesario -el conocimiento-, pero uno también observa que el pensamiento engendra temor al igual que placer, de modo que se pregunta: ¿Puede este pensamiento llegar a su fin?
Una vez más tienen que averiguar esto por ustedes mismos a fin de que no sigan siendo seres de segunda mano -tal como lo son ahora- sino que estén descubriéndolo todo por sí mismos. Entonces, ¿qué es el pensamiento? Ciertamente, esto es muy simple: el pensamiento es la respuesta de la memoria. Alguien les formula una pregunta sobre algo que les es familiar y responden inmediatamente; si la pregunta es un poco más compleja, entonces se toman tiempo para contestar. Durante el intervalo entre la pregunta y la respuesta está operando la memoria y ustedes responden desde esa memoria. Por lo tanto, el pensar es la respuesta de la memoria y la memoria es el depósito de miles de experiencias, tanto conscientes como inconscientes. O sea: el inconsciente es el vasto depósito constituido por la memoria de la raza, de la tradición, ya sea ésta cristiana, hindú o budista, y en eso está oculta la acumulación de muchos siglos; mientras que la mente consciente es el depósito del conocimiento que hemos adquirido. Y es merced a toda esta estructura de la memoria que estamos condicionados y respondemos desde ese condicionamiento. Si uno está condicionado como republicano, demócrata o comunista, entonces responde desde ese trasfondo, desde esa memoria. Si ha sido educado como cristiano y lo han adoctrinado mediante la propaganda de la iglesia con sus dogmas y rituales, entonces responde de acuerdo con esa memoria, con ese condicionamiento; o si uno es un hindú, responde desde el trasfondo de sus dioses y su puja, de los ritos del templo y demás.
¡Por favor, sigan esto! Puede parecer complicado pero sólo es verbalmente complejo. De modo que el pensamiento es la respuesta de las células cerebrales que han acumulado conocimiento como experiencia y, puesto que el pensamiento engendra temor, se ha dividido a sí mismo separando al pensador del pensamiento. El pensador dice: “Tengo miedo”. El pensador, el “yo” está separado de la cosa que lo atemoriza, el miedo mismo, de modo que hay dualidad, una división: el pensador y el pensamiento, el observador y lo observado, el experimentador y lo experimentado. Esta dualidad o división, esta separación es la causa del esfuerzo, la fuente desde la cual emanan todos los esfuerzos. Aparte de la obvia dualidad de hombre y mujer, negro y blanco, hay una dualidad interna, psicológica, como el observador y lo observado, el que experimenta y la cosa experimentada. En esta división que involucra al tiempo y al espacio, está todo el proceso del conflicto, pueden observarlo en sí mismos. Ustedes son violentos, eso es un hecho, y también tienen el concepto ideológico de la no violencia, de modo que hay dualidad. Entonces el observador dice: “Debo llegar a ser no violento”, y el intento de volverse no violento es conflicto, el cual implica un derroche de energía. Mientras que si el observador se percata totalmente de esa violencia -sin el concepto ideológico de la no violencia-, entonces es capaz de habérselas con la violencia inmediatamente.
Debemos observar, por lo tanto, cómo este proceso dualista opera dentro de nosotros: esta división del yo y el no-yo, el observador y lo observado; y que es el pensamiento el que ha originado esta división. Es el pensamiento el que dice: “estoy insatisfecho con lo que es y sólo estaré satisfecho con lo que debería ser”; es el pensamiento el que ha disfrutado alguna experiencia en forma de placer y dice que uno debe tener más de eso. De modo que en cada uno de nosotros tiene lugar este proceso dualista, contradictorio, y este proceso es un desperdicio de energía. Por lo tanto, uno se pregunta -y espero que ustedes se lo estén preguntando- por qué existe esta división. ¿Por qué existe este constante esfuerzo entre lo que es y lo que debería ser? ¿Es posible erradicar totalmente “lo que debería ser”, el ideal, que es el futuro, así como erradicar “lo que ha sido”, el pasado, desde el cual el futuro se establece?
¿Existe, en modo alguno, un observador excepto como pensamiento que se divide a sí mismo en el observador y lo observado? Ustedes pueden mirar esto y descartarlo o pueden mirarlo e investigarlo muy profundamente, porque en tanto haya un observador tiene que haber división y, en consecuencia, conflicto. Y el observador es siempre el pasado, jamás es nuevo; lo observado puede que sea nuevo, pero el observador lo traduce siempre en términos de lo viejo, del pasado, de modo que el pensamiento jamás puede ser nuevo y, por ende, jamás es libre. El pensamiento es siempre lo viejo; por lo tanto, cuando ustedes adoran el pensamiento están adorando algo muerto; el pensamiento es como los hijos de mujeres estériles. Y nosotros, que se supone somos grandes pensadores, en realidad vivimos en el pasado y, por consiguiente, somos seres humanos muertos.
El pensamiento ha creado, pues, tanto el placer como el temor, el cual engendra violencia. El problema es, entonces: está el temor y está la violencia, y el hecho de considerarlos meramente en términos de palabras o mediante la descripción, no les pone fin. Veo muy claramente cómo el pensamiento ha engendrado este temor: temo que pueda perder algo que es muy precioso para mí; es el pensamiento el que ha producido este temor. Si el pensamiento se reprime a sí mismo y dice: “No pensaré sobre eso”, el temor aún está ahí. Por favor, sigan esto despacio! Si intento escapar del temor, aceptarlo o negarlo, continúo estando atemorizado, el temor sigue ahí. ¿Cuál es, entonces, la pregunta siguiente? Hay temor y el pensamiento no puede ser reprimido, eso sería una forma extrema de neurosis.
¿Qué ocurre cuando el observador es lo observado? ¿Comprenden la pregunta? El observador es el producto del pasado, del pensamiento; y la cosa observada, el temor, es también resultado del pensamiento, de modo que el observador y lo observado son ambos producto del pensamiento. Entonces, cualquier cosa que el pensamiento haga con respecto a este estado de temor -ya sea que lo acepte o lo reprima, que interfiera y trate de sublimarlo, cualquier cosa que haga- implica dar continuidad al temor en una forma diferente. Por lo tanto, al observar el pensamiento todo este proceso, al aprender íntimamente acerca de sí mismo (sin que ningún otro se lo diga), al ver por sí mismo la naturaleza y estructura del temor, que es él mismo, el pensamiento se da cuenta de que cualquier cosa que haga con respecto al temor sigue alimentando el temor. ¿Qué ocurre entonces, qué surge de esta comprensión?
Espero que estén siguiendo todo esto. He observado el temor -que es pensamiento- como he observado el placer. Ahora bien, el observador es lo observado, aunque el pensamiento haya separado al observador y la cosa observada. Eso lo veo claramente; hay una comprensión de ello, no como un concepto intelectual sino como una realidad factual. Entonces, ¿qué ocurre? La comprensión no es intelectual; por lo tanto, es la más elevada forma de inteligencia, y ser inteligente en este sentido significa ser altamente sensible, darse cuenta de la naturaleza y estructura completa del temor. Si reprimo el temor o escapo de él, entonces no hay percepción sensible del temor y de todas sus implicaciones; por consiguiente, debo aprender acerca del temor y no escapar de él. Y sólo puedo aprender acerca de algo si estoy en contacto directo con ello, y puedo estar en contacto de una manera tan íntima sólo cuando puedo mirar libremente. Esta libertad es la más alta forma de sensibilidad, no sólo en lo físico sino también en lo mental; el cerebro mismo se vuelve altamente sensible. Esta comprensión es inteligencia y es esta inteligencia la que va a operar; y en tanto exista esta inteligencia no hay temor; el temor aparece sólo cuando esta inteligencia está ausente. Esto debe ser comprendido en un nivel muy profundo, no sólo de manera verbal, porque, como lo dijimos antes, la palabra no es la cosa y la descripción jamás es lo descrito. Uno puede describir la comida a un hombre hambriento, pero las palabras y la descripción no aplacan su hambre. Esta inteligencia es la más elevada forma de sensibilidad, no sólo en el nivel físico (esto implica muchísimas cosas que desgraciadamente no tenemos tiempo de examinar), sino también en el más profundo nivel psicológico, y esta inteligencia es la base de la virtud.
Me temo que hoy en día la mayoría de la gente escupe sobre esa palabra “virtud”, como lo hace con las palabras “humildad” y “benevolencia” -han perdido su significación-. Pero sin virtud no hay orden; no estamos hablando del orden político ni del orden económico, sino de algo por completo diferente; el orden del cual estamos hablando es virtud, no la así llamada virtud o moralidad de la iglesia y la sociedad, porque éstas se basan en la autoridad. La moralidad de la iglesia y de las religiones organizadas es inmoral porque se compromete con la sociedad; para estas organizaciones la virtud es un ideal, pero uno no puede cultivar la humildad. De modo que el orden es virtud y este orden sólo puede surgir cuando comprendemos todo el proceso negativo del desorden que impera dentro de nosotros, el cual es esta contradicción, esta división que ha sido generada por el proceso del pensamiento. A menos que comprendamos muy claramente este estado de orden y virtud y establezcamos sus bases profundamente dentro de nosotros, no es posible investigar esta cuestión de la meditación y descubrir qué es el amor y qué es la verdad.
Y ahora, si tienen ustedes tiempo y disposición, tal vez les gustaría formular preguntas y que conversemos juntos sobre las cosas.
Interlocutor: ¿Podría usted discutir esta verbalización que tiene lugar dentro de uno mismo cuando deseamos mirar algo muy claramente?
KRISHNAMURTI: Me pregunto si alguna vez hemos observado lo esclavos que somos internamente de las palabras, de la verbalización. ¿Por qué? Somos incapaces de mirar nada, una nube, un pájaro, esas maravillosas colinas de allá, a nuestra esposa o a nuestro marido, sin este proceso de verbalización. ¿Por qué? ¿Por qué no podemos mirar nada sin la imagen? Comprender esto es un problema muy complejo. ¿Por qué lo miramos todo a través de una imagen que es la palabra? ¿Por qué miro a mi esposa, a mi marido, a mi amigo; con una imagen? Mi esposa ha hecho muchísimas cosas: me ha poseído, me ha sermoneado, me ha intimidado, fastidiado, insultado y me ha desechado. Y, a través del tiempo, a través de muchos días he acumulado todo esto, se ha convertido en memoria y miro a mi esposa a través de esa memoria, de todas esas heridas. Si puedo señalarlo, quien les habla tiene, desafortunadamente, cierta reputación y es a través de esa imagen que ustedes lo miran; por lo tanto, no lo están mirando en absoluto. Lo miran a través de la imagen que tienen de él, siendo la imagen la palabra, la idea, la tradición. ¿Pueden, pues, mirar algo sin la imagen? ¿Pueden mirar sin la imagen a la esposa o al marido, al hombre que se encuentra al otro lado del valle, al hombre que los ha insultado o que los ha alabado?
Mirar sin la imagen es posible solamente cuando han comprendido la naturaleza de la experiencia. ¿Qué es la experiencia? (Pausa) ¡Espero que estén haciendo esto conmigo y no escuchando meramente un montón de palabras! Tienen que comprender qué es la experiencia, porque la experiencia acumulada es la que está formando todo el tiempo las imágenes. Entonces, ¿qué es la experiencia? La palabra “experiencia” implica pasar completamente por algo, ¡pero nosotros jamás lo hacemos! Tomemos esto en su nivel más simple: usted me insulta y la experiencia permanece, deja una impresión en mi mente, se vuelve una parte de mi memoria, de modo que usted es mi enemigo, usted no me agrada. Y lo mismo ocurre si me halaga, entonces es mi amigo; el recuerdo de ese halago permanece tal como lo hace el insulto. Por favor, siga esto muy cuidadosamente. ¿Puedo, en el instante del halago o del insulto, pasar por eso de manera tan completa que la experiencia no deje en la mente huella alguna? Esto significa que cuando usted me insulta, escucho eso y lo miro de manera total, completa, objetiva y sin emoción, como miro este micrófono, lo cual implica que presto atención total a ello con toda la mente y el corazón a fin de descubrir si lo que usted dice es verdad; y si no lo es, ¿qué sentido tiene aferrarse a ello? Esto no es una teoría; la mente nunca es libre si existe en ella cualquier forma de pensamiento conceptual o si hay formación de imágenes. Y lo mismo hago si usted me halaga y me dice que soy un orador maravilloso. Escucho con toda la mente y el corazón mientras usted está hablando, no después, para descubrir por qué lo dice y qué valor tiene eso de que sea o no sea un orador maravilloso; entonces he terminado tanto con el insulto como con el halago. Sin embargo, no es así de sencillo porque nos gusta vivir en un mundo de imágenes, imágenes de agrado y desagrado; vivimos con esas imágenes y nuestras mentes están parloteando sin cesar, están siempre verbalizando, de manera que nunca miramos a nuestra esposa, a nuestro marido o la montaña, con una mente libre, y es sólo la mente libre la que puede mirar.
Interlocutor: ¿Cómo podemos librarnos de esta división que hay en nosotros?
KRISHNAMURTI: En primer lugar, si puedo sugerirlo, ¡no se libre de nada! Librarse de algo es escapar de ello. Uno tiene que mirarlo, investigarlo. Ahora bien, esta división de agrado y desagrado, amor y odio, mío y no mío, existe dentro de uno mismo; ¿por qué?
Llegamos ahora a un punto muy importante y es el siguiente: ¿Comprendemos o descubrimos algo mediante el análisis? ¡Considerémoslo! Está este problema de la división, de la contradicción que hay dentro de nosotros, y yo quiero comprenderlo, quiero investigarlo a fin de descubrir si la mente puede estar por completo libre de fragmentación. Entonces, ¿puedo descubrirlo mediante el análisis? Esta división, ¿llegará a su fin por medio del análisis? Ciertamente, el análisis implica un analizador y la cosa analizada; por lo tanto, el analizador es diferente de lo analizado y en eso hay división. Esta fragmentación que hay dentro de nosotros, ¿puede llegar a su fin mediante el análisis, el cual, desde luego, es pensamiento? ¿O eso ocurre gracias a la percepción directa?
Puedo tener percepción directa sólo cuando no condeno esta división, cuando no evalúo diciendo que debo encontrarme en este estado en el que no hay división en absoluto, que debo alcanzar esta armonía; no es posible alcanzar la armonía en tanto esta división entre uno mismo y la armonía exista como una idea, porque esa división, que es producida por el pensamiento, engendra más división.
Desde los tiempos antiguos se ha dicho que existe Dios y existe el hombre, esta perpetua división. Más tarde se ha dicho que Dios no está allá sino que está aquí, dentro de nosotros. El Dios que anteriormente estaba en una piedra, en un árbol, en una estatua, que era venerado como el Salvador, el Maestro, ahora estaba dentro de uno: uno es el Dios. Entonces el Dios que está dentro de uno dice esto: no hagas tal cosa, sé armonioso, sé amable, ama a tu prójimo. Pero uno no puede hacerlo porque hay una división entre uno mismo y el Dios que está dentro de uno.
Por lo tanto, el pensamiento es la entidad que divide y, a través del pensamiento, o sea, a través del análisis, esperamos dar con ese estado en que no hay división en absoluto; no podemos hacerlo, eso sólo puede acaecer cuando la mente misma ve y comprende todo este proceso y está completamente silenciosa. La palabra “comprensión” es muy importante. Una descripción no trae comprensión ni lo hace el encontrar la causa de algo. ¿Qué es, entonces, lo que trae comprensión? ¿Qué es la comprensión? ¿Alguna vez han advertido lo que ocurre cuando la mente de ustedes está quieta escuchando, no argumentando ni juzgando ni criticando ni evaluando ni comparando, sino sólo escuchando? Entonces, en ese estado la mente está silenciosa y sólo así surge la comprensión. Existe esta división dentro de nosotros, esta perpetua contradicción, y debemos simplemente darnos cuenta de ella y no tratar de hacer nada al respecto, porque cualquier cosa que hacemos causa esta división. Por consiguiente, la completa negación es la completa acción.
10 de noviembre de 1968
3
ESTA ES la última plática, de modo que, si me lo permiten, me gustaría investigar algo que podría ser ligeramente extraño para ustedes, aunque quizás hayan oído la palabra dándole un significado especial. Me estoy refiriendo a la meditación, que es una de las cosas más importantes que debemos comprender. Luego, si hemos podido investigar eso, tal vez seamos capaces de comprender también todo el complejo problema de la existencia, de comprenderlo y vivirlo. En la existencia están incluidas todas las relaciones, no sólo la relación que tenemos con nuestra propiedad, sino la relación de uno con el otro y también nuestra relación -si es que existe alguna- con la realidad.
En esta penosa y compleja existencia, la comprensión es absolutamente esencial. No uso la palabra “comprensión” en su sentido literal, porque para mí la comprensión implica el actuar mismo; uno no comprende primero y actúa después, sino que el comprender es el actuar, es la acción; no están separados. En la comprensión de todo este problema quizá daremos también con esa palabra “amor” y, tal vez, con eso que temen casi todos los seres humanos: la muerte.
De modo que vamos a explorar, a considerar juntos esta cuestión de la vida, de la existencia, la cual incluye todas las relaciones, el amor y la muerte. La meditación es la manera de abordar la comprensión de este problema del vivir, no meramente como un fenómeno sino como algo tremendamente significativo, digno de ser grandemente apreciado y vivido en profundidad. De hecho, la meditación es el vivir. Sin embargo, muchas personas toman a la meditación como un escape de la vida, o sea, que se retiran a un monasterio, se ponen una vestidura especial y se apartan completamente de toda esta compleja cuestión del vivir. Hay ciertas escuelas en la India y en Asia donde se ofrece un método, un sistema, un medio que podrá darnos una mayor sensibilidad si somos lo suficientemente tontos como para tener visiones, un medio que nos capacitará para escaparnos hacia alguna misteriosa existencia metafísica que en realidad sigue siendo la misma vieja y sórdida vida. Pero la meditación no tiene medio ni sistema ni método alguno; no es una abstracción de la vida, de la vida con todos sus deleites, sus sufrimientos y su desesperación, ni es una evasión, un escape hacia algún mundo místico, irreal y romántico de nuestra propia imaginación.
Así que no estamos -al menos quien les habla no lo está- usando esa palabra como un medio de escape, sino más bien como un acceso a la comprensión de la totalidad de la existencia; entonces la meditación tiene un gran significado, se vuelve una bendición, una cosa extraordinaria que debe ser comprendida en su nivel más profundo. ¡Investiguémosla, pues, juntos! Ustedes saben, recientemente esa palabra se ha puesto muy de moda, está casi en labios de todos, uno incluso la ve en el New Yorker y los señores de pelo largo hablan muchísimo de ella. Les ofrecen a ustedes un método, un sistema, les entregan unas cuantas palabras para que las repitan como un mantra y les aseguran que mediante la práctica habrán ustedes de trascender todos sus sufrimientos y alcanzarán alguna realidad extraordinaria; todo esto, desde luego, es un obvio disparate, porque una mente torpe, estúpida, que se halla tan densamente condicionada, saturada por sus propias supersticiones, prejuicios y conclusiones, podrá seguir un método determinado y meditar indefinidamente, pero seguirá siendo una mente torpe y estúpida. A través del examen podemos ver la completa futilidad del método, del “cómo”, del patrón, ya sea éste un patrón prescrito por los antiguos o por el gurú moderno con todas sus pretensiones y el absurdo total que implica ofrecer un estado al que llaman generalmente “iluminación”, a cambio de una suma de dinero. Por lo tanto, ya no nos interesaremos más en esta clase de meditación, la cual es una forma de escape; podemos descartarla objetiva e inteligentemente.
Seamos claros desde el principio mismo en que la meditación no es una forma de entretenimiento; no es algo que puedan adquirir de otro, cualquiera que sea el precio; tampoco consiste en aceptar autoridad alguna, incluyendo la de quien les habla (especialmente la de él), porque en la comprensión de este problema extraordinario del vivir no hay ninguna autoridad, no hay maestro ni instructor ni gurú; todos han fracasado. Cada uno de nosotros sufre, se atormenta; estamos confundidos, somos desdichados, esforzándonos siempre tras de algo, y es esencial comprender esto antes que perseguir una visión misteriosa. Las visiones son fácilmente explicables y mediante el uso de drogas, mediante la repetición de palabras y frases, mediante la práctica de diversas formas de autohipnosis, la mente puede producir cualquier fantasía, creer en cualquier cosa y jugar innumerables trucos consigo misma.
Estamos interesados en la vida y en el vivir dé cada día con sus luchas dolorosas y sus efímeros placeres, con sus temores, esperanzas, sufrimientos y desesperación, con la doliente soledad y completó ausencia de amor, con las crudas y sutiles formas de egoísmo y con el dolor final de la muerte. Esto es, entonces, lo que nos interesa directamente y, para: comprenderlo a fondo, con toda la pasión de que disponemos, la clave es la meditación, pero no la meditación ofrecida por otro, establecida por algún libro, por algún filósofo o especialista, porque la calidad de la meditación es sumamente importante. La palabra en sí significa ponderar, reflexionar sobre algo, penetrar profundamente en un tema. Meditación, pues, no es cómo pensar o qué hacer para controlar la mente a fin de que se aquiete y se vuelva silenciosa, sino que consiste más bien en la comprensión de todos los problemas de la vida, de manera tal que surja la belleza del silencio, porque sin esta calidad de belleza la vida carece por completo de significación.
Investiguemos, pues, juntos esta cuestión, no sólo objetivamente, externamente, sino también internamente. El movimiento externo es también el movimiento interno, no están separados; son como el flujo y reflujo de la marea, y la belleza de la meditación consiste en comprenderlos sin separarlos ni dividirlos. Por lo tanto, lo que se requiere para vivir totalmente una vida en la que no haya esfuerzo ni contradicción, es equilibrio y armonía, y la meditación es el camino para ello.
La meditación implica muchas cosas. Espero que todo esto les interese porque la meditación es una de las cosas más importantes que hay que comprender. Si ustedes no saben cómo meditar, cómo vivir, entonces la vida se vuelve un asunto muy torpe, vacío y trivial -me temo que la mayoría de nosotros lleva una vida muy superficial, yendo a la oficina, teniendo un buen empleo, una familia y una casa, entreteniéndose con fiestas o cines y llamando vivir a todo eso-. Desafortunadamente, la civilización moderna, especialmente en este país, se está volviendo cada vez más uniformada, más superficial. Ustedes podrán tener todos los lujos del mundo, buena alimentación, buenas casas, buenos cuartos de baño, podrán gozar de buena salud, pero sin la vida interior, no la vida interior de segunda mano vivida por otro, sino la propia vida interior que uno ha descubierto por sí mismo, que ha cuidado, que está viviendo y que es la meditación, sin eso la vida se vuelve un asunto muy vulgar; entonces tendremos más guerras, más destrucción y más desdicha. De modo que la meditación, les guste o no, es absolutamente esencial para todos los seres humanos, ya sea que se trate de un ser muy refinado o de una persona simple que encontramos a la orilla del camino. Espero, por lo tanto, que podamos penetrar en esto y emprender juntos el viaje.
La meditación abarca la concentración, la cual, si uno lo observa, es una forma de exclusión; o sea, que la concentración implica forzar el pensamiento en una dirección particular excluyendo todo lo demás; eso es lo que generalmente se entiende por concentración. Uno enfoca la mente y la dirige sobre algo, y esa concentración levanta un muro, erige una barrera que impide la entrada a cualquier otro pensamiento; al hacer esto opera un proceso dualista, una división, una contradicción que es bastante obvia si uno la mira. Por consiguiente, la meditación es otra cosa que la concentración y el control del pensamiento aunque, desde luego, la concentración es necesaria. La meditación implica atención, que no es concentración, si bien la concentración está incluida en la atención. Atender significa entregar apasionadamente a algo toda la mente, el corazón y el cuerpo y, si uno lo observa con mucho cuidado, en esa atención no existen en el pensador ni el pensamiento, ni el observador ni lo observado, sino sólo el estado de atención. Para atender de manera tan completa, tan espontánea, tiene que haber libertad.
Aquí está, pues, todo el problema: sólo una mente libre por completo puede prestar atención total, puede atender tanto intelectual como emocionalmente y percatarse de todas sus respuestas, de lo cual surge la libertad. Esto no es difícil si ustedes no le dan un significado extraordinario; es realmente muy sencillo. Cuando escuchan algo, ya sea la música, o el misterioso grito de los coyotes que se llaman unos a otros en el anochecer, o el canto de un pájaro o la voz de la propia esposa o del marido, presten atención completa a eso (lo hacen cuando el reto es muy grande, inmediato) y entonces estarán escuchando con una atención extraordinaria. Cuando se trata de algo penoso o lucrativo, cuando van a obtener algo de ello, escuchan muy atentamente; pero si en ese escuchar hay una recompensa, entonces está siempre el miedo a la pérdida.
Por lo tanto, en la atención hay libertad, y sólo una mente libre es capaz de tener esa calidad de atención en la que no existe afán de logro, en la que no hay ganancia ni pérdida ni temor. Y una mente quieta, atenta es absolutamente esencial para comprender este problema inmenso del vivir y dar con ese estado de amor. De modo que vamos a aprender juntos qué significa atender, porque sólo una mente atenta es una mente meditativa. Vamos a aprender, no a acumular conocimientos; acumular conocimientos es una cosa y aprender es otra muy diferente, así que vamos a aprender juntos acerca de este problema del vivir, el cual implica la relación, el amor y la muerte.
¿Qué es el vivir? No lo que el vivir debería ser, no cuál es el propósito, la meta del vivir, no cuál es el significado del vivir, el principio sobre el cual la vida debería basarse, sino lo que realmente es el vivir tal como existe ahora, en este instante, en la intimidad y el secreto de nuestra vida diaria, porque ése es el único hecho y nada más; toda otra cosa es teórica, irreal e ilusoria, ¿Qué es, entonces, esta vida, nuestra vida, la vida personal de un ser humano? ¿Qué es la vida personal de un ser humano que está relacionado con la sociedad que él ha construido y que lo mantiene prisionero? Ciertamente, él es la sociedad, él es el mundo y el mundo no es diferente de él, lo cual es otro hecho obvio.
Estamos tratando realmente con lo que es, con nuestra propia vida y no con abstracciones, no con ideales que son de cualquier manera estúpidos. Entonces, ¿qué es nuestro vivir? Desde el instante en que nacemos hasta que morimos, nuestra vida es una batalla constante, una lucha que no termina jamás, llena de miedo, soledad y desesperación, una fatigosa rutina de aburrimiento, repetición y total falta de amor, aliviada ocasionalmente por un placer efímero. Ésa es nuestra vida, nuestra torturada existencia cotidiana en la que pasamos cuarenta años en una oficina o en una fábrica, o como ama de casa con su monótona labor y su opaca preocupación, con su envidia y sus celos, con el completo fastidio de todo ello, temiendo el fracaso y adorando el éxito y pensando perpetuamente en el placer sexual. Si somos del todo serios y observamos lo que realmente ocurre, vemos que ése es el patrón de nuestra vida. Sin embargo, si buscamos meramente entretenimiento en diferentes formas, ya sea en la iglesia o en el campo de fútbol, entonces ese entretenimiento trae su propia pena, su propio dolor, sus propios problemas, y lo que hace en realidad la mente es escapar mediante la iglesia y el fútbol. Pero nosotros no estamos tratando con una mente superficial semejante, porque ésta no se halla realmente interesada.
La vida es seria, pero en esa seriedad hay grandes risas, y es sólo la mente seria la que está viviendo, la que puede resolver estos inmensos problemas de la existencia. Nuestra vida, entonces, tal como es vivida cotidianamente, es un tormento; nadie puede negar eso y no sabemos qué hacer al respecto. Queremos encontrar un modo diferente de vivir, al menos decimos que lo queremos y unos pocos de nosotros hacen un intento para cambiarlo. Antes de hacer cualquier intento para cambiar ese estilo de vida, tenemos que comprender lo que realmente es, no lo que debería ser. Tenemos que tomar en nuestras manos lo que es y mirarlo; y uno no puede hacerlo, no puede entrar en contacto íntimo y estrecho con ello si tiene un ideal o si dice que esto debe transformarse en aquello o si se empeña en cambiar. Sin embargo, si es capaz de mirarlo tal como es, entonces descubrirá una calidad por completo diferente de cambio. Eso es lo que vamos a investigar.
En primer lugar, tenemos que ver realmente lo que nuestra vida cotidiana es en este momento, verlo, no tímidamente o con renuencia, sino sin pena ni resistencia alguna. Nuestra vida diaria es eso: ¡un tormento! ¿Podemos vivir con ello? ¿Podemos establecer con ello un contacto íntimo, una relación directa? ¡Aquí radica nuestra dificultad! Para estar en relación directa con algo, no tiene que haber ninguna imagen entre uno mismo y la cosa que uno observa, siendo la imagen la palabra, el símbolo, el recuerdo de lo que aconteció ayer o hace un millar de ayeres. Expresémoslo muy sencillamente: la relación que tenemos con nuestra esposa o nuestro marido es la relación basada en una imagen, imagen que es la acumulación de muchos ayeres de placer, sexo, conflicto, lucha, aburrimiento, repetición y dominio; uno tiene esa imagen de ella y ella tiene una imagen similar de uno, y al contacto entre estas dos imágenes se lo llama relación; hemos aceptado eso, mientras que en realidad ésa no es una relación en absoluto. Por consiguiente, no hay contacto directo entre un ser humano y otro; del mismo modo, no hay contacto directo con lo real, con lo que es.
¡Por favor, sigan un poco esto! Puede parecer complejo pero no lo es si escuchan tranquilamente. Están el observador y la cosa observada y hay una división entre ambos; esta división, esta pantalla que se interpone es la palabra, la imagen, la memoria, el espacio en el cual tienen lugar todos los conflictos, siendo ese espacio el ego, el “yo” que es la acumulación de las palabras, de las imágenes, de los recuerdos de mil ayeres; en consecuencia, no hay contacto directo con lo que es. O bien condenamos lo que es, o lo racionalizamos aceptándolo o justificándolo y, como todo esto es verbalización, no existe un contacto directo; por lo tanto, no hay comprensión y, por consiguiente, no hay resolución de lo que es.
Miren, señores, existe la envidia, siendo la envidia comparación medida, y estarnos condicionados para aceptarla. Alguien es brillante, inteligente, exitoso y otro no lo es; incluso desde la infancia se nos ha educado para medir, para comparar, y así es como nace la envidia. Pero uno observa esa envidia objetivamente como si fuera algo ajeno a uno mismo, mientras que el observador es esa envidia, no existe una división real entre el observador y lo observado. De modo que el observador se da cuenta de que no puede hacer nada en relación con esa envidia; ve muy claramente que cualquier cosa que haga respecto de la envidia sigue siendo envidia, porque él es la causa y el efecto. Por lo tanto, lo que es, o sea, nuestra vida cotidiana con todos sus problemas de envidia, celos, temor, soledad y desesperación, no es diferente del observador que dice: “Yo soy esas cosas”; el observador es envidioso, celoso, temeroso, se siente solo y está lleno de desesperación; por consiguiente, el observador no puede hacer nada con respecto a lo que es, lo cual no quiere decir que deba aceptarlo, vivir con ello o satisfacerse con ello. Este conflicto se origina en la división entre el observador y lo observado, pero cuando ya no hay más resistencia a lo que es, entonces tiene lugar una transformación total, y esa transformación es meditación. Así, descubrir por uno mismo toda la naturaleza y estructura del observador, que es uno mismo, y la de lo observado que también es uno mismo, y darse cuenta de la totalidad y unidad de ello, es meditación, en la cual no hay conflicto en absoluto; por lo tanto, hay una completa disolución de lo que es y uno puede ir más allá.
Entonces también se preguntarán ustedes: ¿Qué es el amor? Hemos tratado con el temor, de modo que ahora vamos a considerar juntos esta cuestión del amor. Ustedes saben, esa palabra está cargada; hemos abusado de ella, la hemos distorsionado, ha sido pisoteada y estropeada por el sacerdote, por el psicólogo y el político, por todos los diarios y las revistas; se escribe y se habla perpetuamente del amor. ¿Qué es, entonces el amor? No lo que debería ser, no cuál es el amor ideal o el amor supremo, sino qué es el amor que tenemos, que conocemos. La cosa que llamamos amor contiene celos y odio, está plagada de angustia; esto no implica ser cínicos, estarnos observando meramente lo que en realidad es, lo que es la cosa que llamamos amor. ¿Es celos el amor, es odio? ¿Es afán posesivo, dominio del marido sobre la esposa o de la esposa sobre el marido? Ustedes dicen que aman a su familia, a sus hijos, ¿pero los aman? Si realmente amaran a sus hijos con todo el corazón -no con sus pequeñas mentes vulgares-, ¿piensan que mañana habría una guerra? Si de verdad amaran a sus hijos, ¿los educarían del modo como lo hacen, adiestrándolos, forzándolos a amoldarse al orden establecido de una sociedad corrupta? Si realmente amaran a sus hijos, ¿permitirían que los mataran o mutilaran horriblemente en una guerra, ya fuera la guerra de ustedes o la de algún otro? La observación de todo esto, ¿no indica acaso que no hay amor en absoluto? De modo que el amor no es un mero sentimiento o algún disparate emocional y, sobre todo, el amor no es placer.
Tenemos que comprender, entonces, el placer. Para la mayoría de nosotros, amor, sexo y placer son sinónimos. Cuando hablamos del amor, está el amor a Dios, cualquier cosa que eso pueda significar -y no creo que tenga significado alguno ni siquiera para el clero, porque sus miembros también están en conflicto con sus ambiciones, sus deseos, con su autoridad y sus posesiones, con sus dioses, creencia y rituales-, y también está el así llamado amor que se halla incluido en el placer sexual. Involucradas asimismo en el amor, están la angustia, la pena y la desesperación. Por lo tanto, si el amor no es placer, ¿qué es, entonces, el placer? ¡Por favor, tengan presente que no estamos negando el placer! Es un gran placer ver aquellas hermosas montañas iluminadas por el sol poniente, ver esos maravillosos árboles que han soportado los incendios de los bosques y el polvo de muchos meses, verlos relucientes y lavados por las lluvias; es un gran placer ver las estrellas en la noche (si es que alguna vez miran las estrellas). Pero para la mayoría de nosotros esto no es placer, sólo nos interesan los placeres sensuales, los placeres intelectuales y emocionales. Tenemos, pues, que preguntarnos: ¿Qué es el placer? No lo estamos condenando, tratamos de comprenderlo, de ir más allá de la palabra.
El placer, como el temor, es engendrado por el pensamiento. Ayer uno estaba en el valle silencioso contemplando la maravilla de las colinas distantes, y en ese momento particular había un gran deleite. Entonces interviene el pensamiento y piensa en lo hermoso que sería repetir esa experiencia de ayer -ya sea la contemplación de ese bello árbol, del cielo y las colinas o el disfrute sexual que hemos tenido-, el pensar en ello es placer. La imagen, que vive en el pensamiento con respecto a algo que ayer hemos disfrutado, el pensar sobre ello, es el principio del placer. De igual modo, pensar acerca de algo que podría suceder mañana (la posibilidad de que el placer pueda negarse, de que pudiera perder mi empleo, enfermarme o tener un accidente, con toda la preocupación y el dolor que ello implicaría) es el principio del temor. De manera que el pensamiento crea tanto el placer como el temor, pero para nosotros el amor es pensamiento.
¡Por favor, sigan esto muy atentamente! El amor es pensamiento porque para nosotros el amor es placer, el cual es resultado del pensamiento y está alimentado por el pensamiento. El placer no está en el instante presente de ver la puesta del sol o en el acto sexual, sino que el placer está en pensar acerca de ello. Así, el amor es engendrado por el pensamiento y también es alimentado, sostenido y prolongado como placer por el pensamiento; si miran muy atentamente esto, ven que es un hecho obvio.
Entonces uno se pregunta: El amor, ¿es pensamiento? Sabemos que el pensamiento puede cultivar el placer, pero bajo ninguna circunstancia puede cultivar el amor, así como no puede cultivar la humildad. De modo que el amor no es placer y tampoco es deseo; sin embargo, uno no puede negar ni el placer ni el deseo. Cuando miramos el mundo, la belleza de un árbol o un rostro hermoso, hay un gran deleite en ese momento particular; entonces interviene en ello el pensamiento y le da tiempo y espacio para que florezca como placer.
Cuando comprendan la naturaleza y estructura del placer en relación con el amor y hagan realidad esa comprensión -lo cual forma parte de la meditación-, descubrirán que el amor es algo por completo diferente; entonces amarán de verdad a sus hijos y podrán crear un mundo nuevo. Cuando dan con ese estado, cuando conocen el amor, entonces pueden hacer lo que quieran y no habrá en ello mal alguno; es sólo cuando están buscando el placer -como hacen ahora- que todo sale mal.
Está también el problema de la muerte. Hemos considerado lo que es nuestro actual vivir cotidiano y espero que hayamos emprendido juntos un viaje a lo profundo de nosotros mismos para descubrir qué es el amor; de modo que ahora vamos a tratar de descubrir qué es la muerte. Ustedes sólo comprenderán este tremendo problema de la muerte (no qué hay más allá de la muerte) cuando sepan cómo morir; y cuando saben cómo morir, conocer lo que ocurre después de la muerte es por completo improcedente. Así que vamos a averiguar qué significa morir.
La muerte es inevitable. El cuerpo, el organismo, como cualquier máquina que se usa constantemente, a la larga tiene que gastarse, llegar a su fin. Desafortunadamente, la mayoría de nosotros muere de vejez o por enfermedad sin saber lo que es morir. Está el problema de la vejez, y para nosotros la vejez es un horror. No sé si alguna vez han notado cómo en el otoño una hoja se desprende del árbol, qué hermoso es su color, qué plena está de belleza y suavidad; no obstante, puede ser destruida fácilmente y sin esfuerzo alguno. Mientras que nosotros, a medida que envejecemos... bueno, ¡sólo mirémonos! ¡La fealdad, el desfiguramiento, las pretensiones! ¡Obsérvenlo en sí mismos! Es a causa de que no hemos vivido apropiadamente en la juventud ni en la edad madura, que la vejez se vuelve un problema enorme. El hecho es que jamás hemos vivido realmente en absoluto porque tenemos miedo, miedo de vivir y miedo de morir. Y, a medida que envejecemos, nos sucede de todo; así que ése es uno de nuestros principales problemas. Por lo tanto, vamos a descubrir qué significa morir, sabiendo muy bien que el organismo tiene que terminar y sabiendo también que la mente, en su desesperación ante el final, buscará inevitablemente consuelo y esperanza en alguna teoría, en alguna creencia que, por lo general, son la resurrección o la reencarnación.
Ustedes saben, todo el Asia está condicionado para aceptar la teoría de la reencarnación; ellos discuten y escriben muchísimo al respecto y han dedicado por entero sus vidas a la esperanza y realización de la vida próxima, pero pasan por alto un punto muy importante. Si uno va a nacer de nuevo, es ciertamente muy importante vivir correctamente en esta vida, por lo que importa tremendamente lo que hacemos ahora, lo que pensamos, cómo nos comportamos, cómo hablamos y cómo funciona nuestro pensamiento, porque nuestra próxima vida estará determinada por nuestras acciones en esta vida, puede haber retribución. Sin embargo, parecen olvidar todo esto y en cambio hablan incesantemente sobre la belleza de la reencarnación, la justicia que implica y toda esa trivial insensatez.
De modo que no estamos escapando del hecho a través de alguna teoría, sino que lo afrontamos sin temor alguno. ¿Qué significa morir psicológicamente, internamente? Con la muerte del organismo no hay argumentaciones posibles, uno no puede decir: “¡Por favor, espera unos cuantos días hasta que me convierta en jefe de la empresa!”, “¿puedes aguardar un minuto mientras me nombran arzobispo?”. No podemos argüir, ¡es el final! Por lo tanto, tienen ustedes que descubrir cómo morir internamente, psicológicamente. Morir internamente significa que el pasado tiene que llegar completamente a su fin: uno debe morir para todos sus placeres, para todos los recuerdos que ha acariciado, para todas las cosas que estima queridas. Y tiene que morir cada día, no teóricamente sino de hecho. Morir al placer que uno tuvo ayer significa morir instantáneamente a él sin dar continuidad al placer como pensamiento. Vivir, de modo tal que la mente sea siempre joven, fresca e inocente, siempre vulnerable, es meditación.
Una vez que hemos echado los cimientos de la virtud, la cual es orden en la relación, entonces surge esta calidad del amar y del morir, que es la vida en su totalidad. Entonces la mente se vuelve extraordinariamente quieta, naturalmente silenciosa -no silenciada mediante la represión y el control-, y ese silencio tiene una riqueza inmensa.
Más allá de eso, no hay palabra ni descripción que tenga valor alguno. Entonces la mente no inquiere en lo absoluto porque no necesita hacerlo, porque en ese silencio está aquello que es. Y la totalidad de esto constituye la bienaventuranza de la meditación.
17 de noviembre de 1968