13

Lo llevé a La perrera para enmarcarlo. La Perrera era una antigua tienda de animales reconvertida en tienda de pasatiempos. Tenían cachorritos de beagle en el escaparate, y arcos y flechas, hula-hoops Wham-O, maquetas y una tienda de hilos en la parte de atrás, con los peces, las tortugas, las serpientes y los canarios entre medias. El tipo echó un vistazo y afirmó:

—No está mal.

—¿Lo tendrán para mañana?

—¿Nos ves muy ocupados? —señaló. El lugar estaba vacío. El supermercado Los 2-tipos de Harrison, en la Carretera 10, estaba acabando con él—. Podrás recogerlo esta noche. Vuelve sobre las cuatro treinta.

Me encontraba allí a las cuatro y cuarto, quince minutos antes, pero ya estaba listo, un bonito marco de pino taraceado. Lo envolvió en papel marrón.

Encajó perfectamente en una de las dos cestas traseras de mi bici.

Para cuando llegué a casa, era casi la hora de la cena, así que tuve que esperar durante la carne asada a la cazuela y las judías verdes y el puré de patata con salsa de carne. Y luego tuve que sacar la basura.

Y por fin pude ir.

En la televisión sonaba la sintonía de Father Knows Best, la serie de televisión que menos me gustaba, y, por billonésima vez, bajaban las escaleras Kathy, Bud y Betty, sonriendo. Podía oler las salchichas, las judías y el sauerkraut. Ruth estaba en su silla, con los pies sobre el cojín. Donny y Willie estaban despatarrados sobre el sofá. Ladrador estaba tumbado sobre su estómago tan cerca de la tele que uno se preocuparía por su audición. Susan la veía sentada en una silla recta en el comedor y Meg estaba fuera, lavando los platos.

Susan me sonrió. Donny solo me saludó con la mano y volvió a centrar su atención en la tele.

—Vaya —dije—. Que nadie se levante o haga algo.

—¿Qué llevas allí, Sport? —preguntó Donny.

Yo llevaba el cuadro envuelto en papel marrón.

—Los discos de Mario Lanza que querías.

Se rio.

—Brutal.

Ruth me miraba.

Decidí ir al grano.

Oí como se cerraba el grifo de la cocina. Me volví y me encontré con que Meg estaba mirándome mientras se secaba las manos en el delantal. Le sonreí, y creo que supo enseguida lo que yo estaba haciendo.

—¿Ruth?

—¿Sí? Ralphie, apaga la tele. Eso es. ¿Qué pasa, Davy?

Me acerqué a ella. Miré a Meg por encima del hombro. Se me acercaba atravesando el comedor. Negaba con la cabeza. Su boca formaba un silencioso «no».

No pasaba nada. Era solo timidez. Ruth vería el cuadro y le encantaría.

—Ruth —le dije—. De parte de Meg.

Se lo ofrecí.

Me sonrió y luego sonrío a Meg y lo cogió. Ladrador había bajado el volumen de Father Knows Best, por lo que se podía oír el crujido del tieso papel marrón a medida que lo desenvolvía. El papel cayó al suelo. Ella miró el cuadro.

—¡Meg! —exclamó—. ¿De dónde has sacado el dinero para comprarlo?

Estoy seguro de que le había gustado.

—Solo ha costado el marco —le dije—. Lo pintó para ti.

—¿Lo hizo ella? ¿Meg? Asentí.

Ladrador, Donny y Willie se apretujaron para verlo.

Susan se deslizó de su silla.

—¡Es precioso! —dijo.

Volví a mirar a Meg, que seguía en el comedor, nerviosa y esperanzada.

Ruth miró el cuadro. Parecía que lo miraba durante mucho tiempo.

Y, entonces, dijo:

—No, no lo hizo. Para mí no. No me tomes el pelo. Lo pintó para ti, Davy.

Sonrió. La sonrisa era, de alguna forma, extraña. Y, ahora, yo también me estaba poniendo nervioso.

—Mira esto. Un niño en una roca. Claro que es para ti.

Me lo devolvió.

—No lo quiero —me dijo.

Me sentía confuso. No se me había ocurrido que Ruth pudiera rechazar el cuadro. Por un momento, no supe qué hacer. Me quedé allí con el cuadro en las manos, mirándolo. Era un cuadro muy bonito.

Traté de explicárselo.

—Pero realmente era para ti, Ruth. De veras. Verás, estuvimos hablando de ello, y Meg quería hacerte uno, pero estaba…

—David.

Era Meg. Y ahora estaba más confuso, si era posible, pues su voz estaba teñida de advertencia.

Lo que casi me hizo enfadar. Aquí estaba yo, en medio de todo ese maldito lío, y Meg no pensaba dejarme salir de él.

Ruth volvió a sonreír. Y miró a Willie, a Ladrador y a Donny.

—Vais a aprender una lección, chicos. Recordadlo bien. Es importante. Todo lo que tenéis que hacer en cualquier momento es ser amables con una mujer; y ella hará cosas buenas por vosotros. Ahora Davy ha sido bueno con Meg y ha conseguido un cuadro. Un bonito cuadro. Eso es lo que has conseguido, ¿verdad, Davy? O sea, ¿es lo único que has conseguido? Sé que eres un poco joven, pero nunca se sabe.

Me reí y me ruboricé.

—Venga, Ruth.

—Bueno, ya te digo que nunca se sabe. Las chicas son muy sencillas. Y ese es su problema. Promételes cualquier fruslería y la mitad de las veces conseguirás cualquier cosa que quieras. Sé lo que digo. Fijaos en vuestro padre. Fijaos en Willie Sr. Iba a conseguir su propia compañía cuando nos casamos. Una flota de camiones lecheros. Comenzaría con uno y luego iría subiendo. Yo iba a ayudarlo con los libros, tal y como hice en la avenida Howard durante la guerra. Dirigí esa planta durante la guerra. Íbamos a ser más ricos que mis viejos cuando yo era niña en Morristown, y eso era ser bastante rico, os lo digo yo. ¿Pero sabéis qué conseguí? Nada. Ni una maldita cosa. Solo a vosotros tres así, uno, dos y tres, y también que ese encantador bastardo irlandés se largara a Dios sabe dónde. Así que conseguí tres bocas hambrientas a las que alimentar, y ahora tengo dos más.

»Ya os digo, las chicas son tontas. Las chicas son fáciles. Unas perdedoras de tomo y lomo.

Pasó a mi lado y se acercó a Meg. Le rodeó los hombros con un brazo y se giró para encararse con nosotros.

—Ahora coge ese cuadro —le dijo—. Sé que lo hiciste para David, así que no trates de decirme otra cosa. Pero lo que quiero saber es ¿qué vas a sacar tú de esto? ¿Qué piensas que te va a dar este chico? Sé que Davy es un buen chico. Mejor que la mayoría, me atrevería a decir. Definitivamente, mejor. Pero, querida, ¡no te va a dar nada! Si crees que sí, lo que conseguirás será algo muy distinto.

»Así que lo que te estoy diciendo es que espero que este cuadro sea lo único que le has dado y lo único que le vayas a dar, y te lo digo por tu propio bien. Porque estás a punto de tener lo que los hombres quieren de verdad, y no es tu puto arte.

Pude ver que la cara de Meg empezaba a temblar, y me di cuenta de que estaba tratando de no llorar. Pero, al ser todo tan inesperado, yo estaba tratando de no reírme. Y también Donny. Todo era demasiado raro, y puede que fuera por la tensión, pero lo que Ruth había dicho sobre el arte fue gracioso.

Su brazo se tensó sobre los hombros de Meg.

—Y si les das lo que quieren, entonces no serás otra cosa que una zorra, cariño. ¿Sabes lo que es una zorra? ¿Lo sabes, Susan? Por supuesto que no. Sois demasiado jóvenes. Bueno, una zorra es alguien que se abre de piernas por un hombre, así de sencillo. Así, ellos pueden metérsele dentro. Ladrador, borra esa maldita sonrisa.

»Quienquiera que sea una zorra se merece una paliza. Cualquier persona de esta ciudad estaría de acuerdo conmigo. Así que voy a avisarte, cariño, si te comportas como una zorra en esta casa, tu culo será la hierba y Ruth el cortacésped.

Soltó a Meg y se metió en la cocina. Abrió la nevera.

—Y ahora —dijo—, ¿quién quiere una cerveza?

Hizo un gesto hacia el cuadro.

—De todas formas, no es más que una birria —afirmó—, ¿no creéis? —Y cogió el paquete de seis.