Capítulo 33
Apunté en un papel el teléfono de Leticia Hollings en Temecula y Milo consiguió la última dirección conocida de Elisabeth Mia Scoggins de la División de Vehículos Motorizados de Santa Monica; coincidía con los datos de la guía de teléfonos para una tal Scoggins, E.
Tiró la botella de cerveza y se marchó.
Beth Scoggins vivía en un apartamento en la calle Veinte, cerca de Pico. Una zona de alquileres de bajo precio de la ciudad de playa, pero la idea de que había conseguido algún tipo de independencia era alentadora.
Eran las siete y cuarto de la tarde. La oficina de Allison se encontraba en Montana, la zona norte de Santa Monica de viviendas de alquiler elevado. Sabía que tenía pacientes hasta las nueve pero su descanso habitual para cenar era a las ocho. Si pudiera reunirme con Beth Scoggins, tal vez tendría tiempo para pasarme por ahí más tarde...
Don Santurrón.
Una mujer joven contestó el teléfono, con aire cauteloso.
—¿Señora Scoggins?
—Soy Beth.
Le dije mi nombre y mi profesión, y le pregunté que si querría hablar de sus experiencias como pupila.
—¿Cómo me ha encontrado? —preguntó.
El pánico en su voz me hizo querer recular. Pero eso la hubiera asustado más.
—Estoy investigando...
—¿Se trata... se trata de algún tipo de timo?
—No, soy psicólogo de verdad...
—¿Qué investigación? ¿De qué habla?
—Lamento si...
—¿Qué investigación?
—Las tensiones de la acogida.
Silencio.
—Asesoro a la policía y una joven que había sido cuidada por la misma gente que le cuidó a usted ha sido hallada...
—¿Cuidada? ¿Es lo que acaba de decir? ¿Cuidada? ¿Cómo se llama?
Le dije mi nombre.
Chirridos; lo estaba anotando.
—Señora Scogg...
—No debería haberme llamado. Esto está mal.
Clic.
Me quedé sentado sintiéndome fatal. Ahora tenía muchísimo tiempo para pasarme por la oficina de Allison, pero no estaba de humor para socializar. Me metí en mi cuenta electrónica de la facultad de medicina, realicé una búsqueda a través de Ovid sobre el suicidio y la acogida, no encontré estudios objetivos, solo sugerencias de que los niños que se habían sacado de sus hogares corrían el riesgo de sufrir todo tipo de problemas.
Pero... gracias, ámbito académico.
Pensé en volver a llamar a Beth Scoggins. No veía ninguna forma de no empeorar la situación. Tal vez mañana. O pasado mañana. Darle tiempo para que reconsidere...
Hacia las ocho empezaba a sentir la necesidad de comer algo. No era hambre, sino como una obligación de mantener mi nivel de azúcar. Puede que fuera útil para alguien.
Cuando estaba intentando decidir entre sopa enlatada y atún, me llamó Robin.
El sonido de su voz me puso los pelos de punta.
—Hola —dije. Elocuente.
—¿Te interrumpo?
—No, en absoluto.
—Está bien —dijo—. No hay una forma fácil de decirte esto, Alex, pero pensaba que era lo correcto. Spike no está muy bien.
—¿Cuál es el problema?
—La edad. Tiene artritis en las patas traseras; ¿te acuerdas de que la izquierda siempre estuvo un poco displásica? Ahora está realmente débil. Además, su función tiroidea está baja y sus fuerzas flaquean, he tenido que echarle un colirio en los ojos y prácticamente ha perdido la totalidad de su visión nocturna. Las demás pruebas están bien, salvo una ligera dilatación del corazón. El veterinario dice que es comprensible dada su edad. Para un bulldog francés, es un perro muy viejo.
La última vez que vi a Spike, había saltado aproximadamente un metro de alto con sus casi doce kilos y había aterrizado sin problemas.
—Pobrecillo.
—No es el mismo perro que tienes grabado en la memoria, Alex. Se pasa la mayor parte del tiempo tumbado y se ha vuelto bastante pasivo. Con todo el mundo, incluso con los hombres que no conoce.
—Vaya cambio.
—Simplemente pensé que debías saberlo. Está recibiendo buenos cuidados, pero... No hay peros. Eso es todo. Pensé que debías saberlo.
—Te lo agradezco —añadí—. Me alegro de que hayas encontrado un buen veterinario por ahí.
—Estoy hablando del doctor Rich.
—¿Has vuelto a Los Ángeles?
—Llevo —repuso— un mes.
—¿Es permanente?
—Puede... No quiero hablar de eso. Sinceramente, no puedo decirte cuánto tiempo le queda a Spike. Esto me parece mejor que llamarte un día con la mala noticia y no haberte preparado.
—Gracias —dije—. En serio.
—Si lo deseas, puedes venir a verlo. O puedo llevártelo algún día. —Pausa—. Si a Allison no le importa.
—A Allison no le importaría.
—No, es un encanto.
—¿Cómo te va? —pregunté.
—No muy bien. —Hizo una breve pausa—. Tim y yo hemos terminado.
—Lo siento.
—Es lo mejor —contestó—. Pero esto no es sobre eso, de verdad, es sobre Spike, así que si quieres verlo...
—Me gustaría si crees que podría servirle de algo. La última vez que le hice una visita estaba muy contento de tenerte para él solo.
—Eso fue hace siglos, Alex. En realidad, no es el mismo perro. Y en el fondo te quiere. Creo que competir contigo por mi atención le dio un motivo para levantarse todos los días. El reto de otro macho alfa.
—Eso y la comida —dije.
—Ojalá siguiera poniéndose morado. Ahora tengo que azuzarlo... Lo gracioso es que nunca prestó mucha atención a Tim de ninguna forma... no había hostilidad, simplemente lo ignoraba. De todas formas...
—Iré pronto —comenté—. ¿Dónde vives?
—En el mismo lugar —contestó—. En el sentido físico. Adiós, Alex. Que te vaya bien.
Con el pito pito gorgorito salió la sopa enlatada. Noodles y pollo. La decisión no debería haberme llevado quince minutos. Estaba abriendo la lata cuando sonó el teléfono.
—Hola, soy yo. Tengo un problema —espetó Allison.
—¿Ocupada? Estaba pensando que podíamos vernos, pero mañana está bien.
—Tenemos que vernos —repuso—. Ahora. Ese es el problema.
Estaba en su sala de espera veinte minutos después. El sitio estaba vacío y ligeramente iluminado. Pulsé el botón rojo situado al lado de la placa que decía «Doctora Gwynn» y salió.
No hubo abrazo, ni beso, ni sonrisa; y sabía por qué. Llevaba el pelo recogido y apenas le quedaba maquillaje. Me hizo pasar a la pequeña habitación de al lado, que normalmente estaba ocupada por su asistente.
Sentada en el borde de la mesa retorció una pulsera de oro.
—Ella dice que está preparada.
—Tu paciente —dije—. Todavía no puedo creérmelo.
—Créetelo —afirmó—. Cinco meses de terapia.
—¿Puedes contarme cómo llegó a ti?
—Puedo contártelo todo —respondió—. Me ha dado carta blanca. Pero no lo voy a hacer porque en su estado actual no puede considerarse que tome decisiones cien por cien acertadas.
—Lo siento, Al...
—Me la remitió uno de los consejeros voluntarios de Holy Grace Tabernacle. Ella había estado buscando terapia, tomó varias decisiones equivocadas, al final, encontró a alguien que tuvo el buen juicio de remitirla fuera. Es una chica fuerte y aparentemente le ha estado yendo bien. Un estudio de investigación diría que muy bien porque no toma drogas y tiene un trabajo remunerado; trabaja en Gap. Tiene una tartana de hace quince años que normalmente funciona y comparte un apartamento de una habitación con otras tres chicas.
—¿La tratas sin cobrar?
—No hay tal cosa como gratis —repuso—. No vendo falsas ilusiones.
Allison trabajaba como voluntaria una vez a la semana en un hospicio. Era uno de los pocos terapeutas atareados de Westside que atendía pacientes con grandes descuentos.
Supongo que eso hizo que la presencia de Beth Scoggins fuera algo más que una coincidencia.
—Me pasé los tres primeros meses intentando ganarme su confianza. A continuación, empezamos a abordar los problemas. La historia de abandono era evidentemente crucial pero ella oponía resistencia. Tampoco hablaba de la acogida, aparte de decir que no había sido divertida. Me había vuelto más directa las últimas semanas pero ha sido un proceso larguísimo. Su próxima cita no era hasta dentro de cuatro días, pero hace una hora me realizó una llamada de emergencia. Estaba agitada, lloraba, nunca la había oído así, siempre se había portado de forma comedida. Cuando por fin la calmé, me dijo que alguien que decía ser psicólogo la había llamado, cuando menos se lo esperaba. Un proyecto de investigación sobre la acogida. Estaba confundida y asustada, no sabía qué pensar. Entonces me dijo el nombre de la persona que lo había llamado.
Cruzó las piernas.
—Superó los límites de velocidad para llegar hasta aquí, Alex. Empezó a descargar antes de sentarse.
—Qué desastre. Lo siento, Al...
—En general, puede que resulte algo positivo. —Sus ojos se toparon con los míos. Azules, fríos, directos—. ¿Realmente estás realizando una investigación?
—Algo por el estilo.
—¿Del estilo de las cosas de Milo?
Asentí.
—Eso es lo que me temía —comentó ella—. ¿Consideraste que el engaño era absolutamente necesario?
Le conté lo que habíamos llegado a sospechar sobre Drew Daney. El embarazo de Lee Ramos, el aborto y el suicidio. El camino de mentiras y traiciones que me había conducido a Beth Scoggins.
—Estoy segura de que eso hizo que pareciera necesario —comentó—. Ahora mismo tengo en la oficina a una jovencita de diecinueve años extremadamente vulnerable. ¿Estás listo?
—¿Crees que eso es buena idea?
—Diste por sentado que era una buena idea antes de saber que era mi paciente.
—Allison...
—No abordemos eso ahora, Alex. Ella está esperando y tengo a otro paciente dentro de cuarenta minutos. Aunque pensara que no es una buena idea, en este momento, no puedo disuadirla. Abriste una especie de caja de Pandora y es una joven muy persistente. Hasta el punto de la obsesión, en ocasiones. No he intentado anular eso porque en esta etapa de su vida la persistencia puede ser adaptativa.
Se bajó de la mesa.
—¿Listo?
—¿Alguna directriz? —pregunté.
—Muchas —repuso—. Pero nada que tenga que explicarte.
Beth Scoggins estaba sentada rígidamente en una de las butacas blancas mullidas de Allison. Cuando entré, se estremeció y, a continuación, se me quedó mirando fijamente. Allison hizo las presentaciones y yo extendí mi mano.
Las manos de Beth eran estrechas, pecosas y frías. Uñas mordidas. Un padrastro me rozó la piel al retirar la mano.
—Gracias por reunirse conmigo —afirmé.
Se encogió de hombros. Llevaba el pelo recogido con una pinza. Arrugas de preocupación tensaban su estrecha boca. Ojos grandes y marrones. Analíticos.
Dependienta de Gap, pero esa noche no estaba haciendo uso del descuento de empleada. Su conjunto azul marino parecía vintage. Llevaba una talla demasiado grande. Unas medias grises recubrían unas piernas flacuchas. Zapatos planos azules de punta cuadrada, bolso de plástico azul en el suelo a su lado. Un collar de perlas de bisutería descansaba sobre su pecho.
Iba vestida como una mujer de mediana edad, al estilo retro.
Allison se sentó detrás de su mesa y yo me senté en la otra silla blanca. Los cojines estaban calientes y olían a Allison. Estaba aproximadamente a un metro de Beth Scoggins.
—Siento haberle colgado —comentó.
—Soy yo quien debería disculparse.
—Puede que me haya hecho un favor. —Miró a Allison—. La doctora Gwynn me ha contado que trabaja con la policía.
—Sí.
—¿Así que lo que me dijo sobre la investigación no es verdad?
—Puede que estudie el tema general de la acogida pero, ahora mismo, me estoy centrando en determinados padres de acogida. Cherish y Drew Daney.
—Drew Daney abusó de mí —afirmó.
Miré a Allison. Los ojos de Allison estaban puestos en Beth. Me trajo a la memoria mis días de interno. Hablar con pacientes mientras era evaluado por un supervisor detrás de un espejo unidireccional.
—Empezó siendo muy amable y moral —comentó Beth—. Pensé que había encontrado a alguien honesto.
Sus ojos se volvieron negros. A continuación volvieron a enfocar y se giraron hacia Allison.
—¿Debería remontarme al principio?
—Lo que creas oportuno, Beth.
Beth respiró hondo y cuadró los hombros.
—Mi padre abandonó a mi madre cuando tenía dieciocho meses, es una especie de techador pero no sé mucho sobre él y no tengo hermanos. Mi madre se mudó de Texas a Willits, al norte, entonces me abandonó para criar unos caballos en Kentucky cuando tenía ocho años. Tengo graves problemas de aprendizaje. Siempre nos peleábamos por el colegio y por todo lo demás. Siempre me decía que era una niña difícil de criar y cuando se mudó pensé que era por mi culpa.
Presionó una rodilla contra otra, pomos plateados brillantes en nailon gris.
—Siempre le gustaron los caballos. A mi madre. Le gustaban más que yo y no es un decir. Solía pensar que era porque le causé problemas. Ahora sé que era una vaga y que solo quería un animal que fuera fácil de entrenar.